De entre todos ellos, sólo siete, humanos por elección desde antes que cualquiera de los nacidos bajo ese signo, cuidan de la humanidad y del descanso de sus hermanos mientras aguardan el regreso del enemigo. Un vigía por cada uno de los siete picos, los primeros de los allí nacidos, fueron bautizados por los padres de los hombres como Los Reyes Dragón.
Esta primera dinastía estuvo formada por:
Dae'on; Primer nacido entre los Mayane Undalath y Señor del Gurudael.
Narg'eon; primogénito del monte Kibani.
Shat'red; Arquitecto de la submarina Matnatur.
Yur´kahn; Mayor de entre los vástagos de Lianu.
Sem'bar; Portador del legado de Olen'Dogar.
Mash'Kar; Domador de las llamas de Nalot.
Noroth'grael; Valedor del halo de Lubdatar.
Ellos blandieron por primera vez las siete llaves, las hojas forjadas para detener al Destructor en su camino. Ellos construyeron las puertas que antaño unieron los siete picos, a las que llamaron Werek, la que une a los hermanos, y custodiaron las fronteras que separan los mundos durante siglos.
Pero esta primera dinastía fracasó en su cometido. El enemigo no podía ser derrotado en combate, pues ellos eran la destrucción, y la muerte y el dolor su alimento. “La que une a los hermanos” fue utilizada por el enemigo las utilizó para asaltar los picos, y estas puertas pasaron a ser conocidas como Rakundareh, las portadora de desgracias.
Pero ellos no eran los únicos combatientes y víctimas en aquella contienda. Las ciudades humanas también fueron diezmadas y, de los siete picos, tan sólo Matnatur, el que llegó a ser conocido como Rielt Kamage: la ultima esperanza, permaneció entero.
Gurudael, el primer pico, el lugar del que surgió el primero de entre los Dragún Adai, fue destruido causando una herida tan dañina y profunda que llegó hasta el corazón del mismo mundo y que no pudo ser sanada durante aquel conflicto. Todos los vástagos de aquel monte también fueron destruidos por aquella herida.
Pero, allí donde los primeros habían fracasado, sus descendientes triunfaron, aunque no sin grandes y trágicos sacrificios. La guerra finalizó, y la realidad había sobrevivido. Los guardianes no habían fallado en su misión vital, pero la primera dinastía de Reyes Dragón había muerto en su totalidad, al igual que la gran mayoría de los padres de la humanidad. La victoria había sido amarga e incompleta. Las siete llaves se perdieron, y las puertas que formaban Rakundareh fueron destruidas por aquellos que las habían creado, dejando incomunicados a los picos.
Mas la tragedia no terminaba allí. La humanidad se había visto afectada por el enemigo. Cada nueva generación era menos longeva que la anterior, y algo había despertado en su interior. Algo oscuro que siempre había formado parte de ellos pero que los primeros hombres lograron mantener controlado hasta entonces.
Los guardianes que sobrevivieron y decidieron convivir con el hombre, pronto descubrieron que aquellos a quienes llegaban a tomar afecto envejecían y morían, dejándoles con una sensación con las que pocos eran capaces de lidiar. La Hueste Perdida no tardó mucho tiempo en regresar a su hogar o en partir en busca de otros mundos. Aquel se les hacía un lugar triste al que apenas un centenar de ellos lograron adaptarse o comprender.
Unos pocos se dedicaron a recorrer el mundo, relacionándose sobre todo con los suyos, y con los escasos supervivientes de las generaciones más antiguas de los hombres, con aquellos nacidos antes de que estallase la guerra que continuaban inmunes al abrazo del tiempo.
Tras el fin del conflicto, a la primera dinastía de los Reyes Dragón le siguió otra formada por los más ancianos de entre los supervivientes de cada uno de los picos. Pero en aquella ocasión y, hasta el día de hoy, todo ha sido distinto. Han cuidado del sueño de sus hermanos y los han despertado en las dos ocasiones en las que ha regresado el Destructor, pero ya no viven en sus montes natales, ni han reparado las salas y estancias en las que antaño habitaron.
Algunos de ellos moran entre los hombres y los protegen tanto de los enemigos externos como de aquellos que se encuentra entre ellos, mientras el resto buscan a aquellos que partieron antaño más allá de astro que les ilumina.
Pocos quedan ya entre los habitantes de Daegon que sepan de su existencia o de la de los sus hermanos. Para sus protegidos sólo son una leyenda, un mito, una quimera, cuando no otro monstruo con el que asustar a los niños.
En el aniversario de la primera llegada del Destructor se reúnen sobre los llameantes brazos de Sholoj compartiendo entre ellos las señales que han detectado del siguiente advenimiento del enemigo.