Sus sentidos son bombardeados por infinidad de estímulos. Es consciente de todo sin necesidad de moverse. Si necesidad de prestar atención a sus sentidos conoce la posición de cada molécula de su cuerpo así como la naturaleza y composición de cada uno de los partículas que la atraviesan o rebotan contra él. Puede trazar la ruta que siguen los impulsos que provocan cada espasmo ventricular y auricular. La distancia que recorre cada contracción y expansión de su diafragma. Las reacciones químicas que tienen lugar a lo largo de todo su cuerpo. La información que viaja a través de su sistema nervioso. La carga eléctrica de cada una de sus sinapsis.
Es consciente de todo esto al mismo tiempo que percibe la manera en la que las constelaciones interactúan y su posición dentro de las esferas que componen la realidad. Mientras arde junto a cada sol que nace en el otro extremo del universo y mueren junto aquellos que se consumen y se transforman en agujeros negros. No importa que su mirada permanezca fija en un mismo lugar. No puede evitar verlo todo. Sentir cómo encaja cada una de esas piezas que conforman la maquinaria cósmica. Percibir cómo él la mira desde cada uno de los rincones de la existencia.
No puede dejar de analizar lo que le sucede pero, al mismo tiempo, una parte de su ser le dice que todo esto es irrelevante. Que no hay nada que analizar. No debería ser capaz de ver lo que está viendo. No debería tener la capacidad de sentir lo que está sintiendo. Estas experiencias son antagónicas para todo lo que siempre ha creído saber. No tienen cabida dentro de un escenario “real”. Pero nada de esto importa, porque los impulsos que llegan hasta su mente le dicen que está ahí. Se muere y esto es algo independiente de cualquier conclusión que pueda llegar a obtener. Se muere y esta es una verdad que se encuentra por encima de cualquier lección que pudiese llegar a aprender de esta experiencia. Se muere, y eso está bien. Lo sabe sin ningún género de dudas. En el fondo desea que llegue el momento. El instante en el que logre escapar del dolor. En el que alcance finalmente la paz. Se encuentra atrapada en una contradicción. En una batalla entre los restos vestigiales de su racionalidad, la desesperación y la culpa. Todas luchan por hacerse con el control. Ninguna está dispuesta a abandonarla. Se niegan a poner fin a su castigo. Porque no se muere sino que algo la está matando. Algo que ella ha ayudado a traer hasta este mundo.
Ni su cuerpo ni su mente son capaces de soportar este castigo durante más tiempo, pero esto no le impide sobrevivir. Está agotada. Física y psicológicamente exhausta. En un estado de tensión que no debería ser capaz de mantener. Cada partícula de su ser es sometida a fuerzas que tiran en direcciones opuestas. El mismo concepto del tiempo comienza a carecer de sentido. Por más que ese “algo” en su interior le dice que debe seguir, que no debe rendirse, el resto de su ser no es capaz de responder a este impulso. No deja de preguntarse ¿para qué? ¿Cuántas veces lo has intentado ya? ¿Cuántos maneras diferentes de afrontar este problema has tratado de adoptar? ¿Cuántas veces ha fracasado?
–No puedes luchar –no sabe si es ella quien ha puesto estas palabras en su mente–. No puedes escapar.
El ciclo comienza una vez más. Lo que sigue no son palabras sino impulsos puros. Sensaciones que no es capaz de controlar. Emociones cuya traducción es muy simple. Le dicen que ya nada importa. Que el resultado es inevitable. Que tratar de acometer un nuevo análisis solo servirá para que el dolor sea mayor. Que no le llevarán hasta una conclusión diferente a la de todos los anteriores.
Si embargo, lo intenta. Más allá de la agonía puede atisbar leves destellos de algo fascinante. Sabe que una vez establecido el contacto no puede apartar la mirada. Que solo le traerá nuevas preguntas sin respuesta. Más frustración y dolor. Sabe que todo esto no deja de ser una mentira de la mente. Una proyección. Una aproximación. Una invención fruto de sus delirios. Pero quiere volver a verlo. A sentirlo. A presenciar algo único. Su interior continúa con su búsqueda incansable de algo que pueda procesar. Algo que pasar racionalizar. Algo que pueda controlar.
Porque no solo está “aquí”, sino que también está en muchos otros lugares. O quizás los otros lugares están en ella. No es capaz de formular pensamientos coherentes. Lo sabe pero se niega a aceptarlo. La lógica y la irracionalidad han cambiado sus papeles. No es capaz de alcanzar una conclusión que tenga el más mínimo sentido. Ni siquiera es capaz de procesar, y mucho menos comprender, todo lo que siente o lo que sabe. Lo que teme o desea.
La saturación de estímulos a los que se ven sometidos sus sentidos es abrumadora. Cada uno de ellos afecta a una parte diferente de su ser. Provoca una ruptura en la transmisión sináptica o un impulso eléctrico. Genera el deseo irrefrenable por hacer algo que es incapaz de llevar a cabo. Perpetúa bucles que se retroalimentan. Una miríada de nuevas experiencias que su cuerpo, sus sentidos y su mente son incapaces de procesar. Durante los escasos momentos de claridad, se dice que su mente es perfectamente consciente de lo que le está sucediendo. Pero la racionalidad no tarda en desvanecerse de nuevo, y estos pensamientos no llegan hasta ningún lugar.
Mientras todo esto sucede, también es consciente de que sus procesos mentales no son los únicos componentes de su ser que están siendo sometidos a esta prueba extrema. Nota cómo las radiaciones exóticas queman su piel y órganos. Cómo las imposibles frecuencias lumínicas que ahora es capaz de percibir parecen ser algo semisólido que golpea sus ojos. Cómo las ondas sónicas sin un origen perceptible perforan y sesgan sus canales auditivos a lo largo de todo el recorrido que hacen hasta el cerebro.
No quedan lugares indemnes en su mente o en su cuerpo. Cada partícula, cada átomo y cada unión nerviosa se encuentra afectada. Todas ellas han sido sepultadas bajo la avalancha de estímulos pero, a pesar de esto, cada parte afectada continúa activa. Agonizan por la saturación, pero esto no les impide ser portadores de nuevas formas de sufrimiento. Sin embargo continúa tratando de resistir. De buscar una salida. De enfocar su mermada capacidad de concentración sobre algo que sabe que existía antes de este ataque. Desea creer que, centrándose en algo “real”, en algo tangible, su mente será capaz de rechazar todo lo demás. Que logrará que desaparezca todo cuanto no puede estar ahí. Que su cuerpo se convertirá en algo impermeable a toda influencia externa.
Que “él” no aparecerá ahí.
Pero fracasa. Su mirada continúa atravesándola desde cualquier punto hacia el que dirija su mirada. Continúa reptando en su pasado. Hiriéndola. Alimentándose de sus esperanzas. No importa que haya muerto. No importa que haya llorado su pérdida. No importa que haya revisado una y mil veces los informes. No importa que sepa a ciencia cierta que la información que está procesando su mente sea imposible. No importa que sepa todo eso, porque este conocimiento no le sirve para nada a la hora de enfrentarse a lo que está experimentando. Porque su capacidad de raciocinio termina en ese punto indeterminado entre la lucha y el abandono. Por más que su parte cabal le grite que esto es imposible, sus ojos también se encuentran en ese lugar. En ese ubicación que no forma parte de la habitación, del universo que conoce, o de sus recuerdos.
Se encuentra en esa cacofonía de formas que arañan sus pupilas. En el amasijo de colores que la ciegan. Donde le aguardan los ojos de todos aquellos a quienes ha fallado. La mirada acusadora de todos cuantos perderán la vida por su culpa. En la agonía y la desesperación que desprende cada uno de ellos. En el dolor y la decepción que le muestran. En cada una de las emociones que sintieron. En todo el sufrimiento que comparte con ellos. El que padecieron sus cuerpos durante sus últimos momentos.
Le aterra mirar pero no puede evitarlo. Porque él está ahí. Lo están todos. Forman parte de esa luz que hiere sus córneas. De las formas de onda que perforan sus tímpanos, De las radiaciones que queman sus órganos. Ahí se encuentra su ira. Su retribución. La venganza que sabe que merece. Una rabia propia y ajena que avanza de manera inexorable. Que consume sus esperanzas lentamente.
En ese momento su mente se llena de ruido. De una anárquica secuencia de armónicos cuya cadencia no deja de cambiar. De frecuencias que se distorsionan y revuelven. Que resuenan y reverberan en su interior.
Desea descender hasta la locura, pero algo la retiene. Un leve hilo que la ata. Que le le impide desprenderse de la cordura. Siempre es consciente del dolor. De cómo su carne se desgarra. De la manera en la que los espasmos distorsionan y retuercen su cuerpo. De su incapacidad para lograr lo que más desea. Huir, gritar... morir.
Su mente se llena de voces distorsionadas. De gemidos y gritos que no sabe si son suyos. De espasmos y estertores. De sonidos que despiertan una sinestesia que nunca ha tenido.
Escucha palabras que la cortan. Ruidos que la golpean. Susurros que que la empujan. Se ve golpeada por frecuencias que noexisten. Por longitudes de onda que no pueden ser percibidos por ninguno de sus sentidos. Y, sin embargo, están ahí. Llegan hasta hasta ella con total claridad.
Pero, más allá de esto, en el centro de este huracán, diluido en el abrumador maremagnum que lo arrastra todo, puede sentir con la misma claridad sus ojos. No es capaz de verlos, pero eso no importa. Sabe que están ahí. Es capaz de identificar su llegada. De sentirle escudriñando todos los rincones de su ser. Juzgándola y declarándola culpable. Están frente a ella y rodeándola. En su interior y en la lejanía. Sabe que es su mirada, aunque la dulzura que conoció ha desaparecido. Solo quedan el dolor y la reprobación. Una agonía insondable que sirve como alimento para su sentimiento de culpa y desprecio.
Él no está ahí, pero su presencia la impregna todo. La acompañan allí a donde va. Allí donde mira. Allí donde trata de huir. Allí donde alguna vez se sintió segura. Todo su universo se encuentra condensado en esa sensación. En un recuerdo que nunca ha formado parte de su memoria. En una presencia constante que le devuelve la mirada sin importar dónde esté. Sin importar que sus ojos estén abiertos o cerrados.
Sus sentidos ya no son capaces de ubicarla en el mundo que conoce. No sabe dónde se encuentra. Desconoce si está viva o muerta. Su mente ya no está capacitada para llevar a cabo ningún tipo de pensamiento.
No lo sabe, y eso no es algo malo. No tiene preguntas ni respuestas. Ignora el significado de la curiosidad el deseo. De la duda o emoción. Finalmente ha alcanzado la paz, pero incluso este conocimiento le es negado.
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No recuerda haber cerrado los ojos. Tampoco es consciente de haberlos abierto. No recuerda ni es consciente de nada. Sin embargo, ve.
Aun así, sus sentidos son algo que ni entiende ni controla. La información que llega a través de ellos hasta su mente no encuentra a “alguien”. No alcanzan a ningún intelecto racional.
Sus receptores sinápticos son asaltados por un cúmulo informe de imágenes borrosas y sonidos. De impulsos que que no es capaz de interpretar. Las sensaciones físicas tardan un poco más en regresar. Nuevos impulsos que llegan hasta su cerebro desde receptores que no sabe que posee. Siente un frío que paraliza sus músculos y ralentiza el flujo de información. Una gelidez que traspasa el traje que la envuelve. A pesar de esto, instintivamente trata de moverse. De liberarse. Necesita expresar de alguna manera todo lo que bulle en su interior. La única reacción con la que es capaz de responder ante este escenario es el pánico. Un terror que tampoco es capaz de comprender. Un cúmulo de impulsos que viene acompañados y alimentados por la claustrofobia.
Se encuentra inmersa en un recinto cerrado y estrecho. En un contenedor inundado. Flotando en posición horizontal. Enjaulada como un animal. En un lugar del que necesita huir. Estas son sus sensaciones ante las que trata de reaccionar sin éxito su cuerpo. Porque no tiene nada más con lo que trabajar. Su mente ha perdido la capacidad de analizarlas o de actuar de una manera que no sea mediante los instintos más primarios.
El líquido en el que flota no llega a entrar en contacto con ninguna parte de su cuerpo y la sensación de frío es una a la que no tarda en acostumbrarse. No es hasta ese momento que sus músculos y terminaciones nerviosas son capaces de transmitir nueva información sensorial. Que es dolorosamente consciente de las sondas. De las agujas clavadas por todo su cuerpo. De la maraña de filamentos que la unen a las paredes de su prisión. No es hasta ese momento que nota los tubos introducidos por su boca y nariz. Que sus ojos perciben las máquinas que le impiden cerrarlos.
Pero, al llegar hasta su destino, esta información no puede ser procesada por una mente consciente. Ni entiende nada de esto, ni es capaz de asociarlo con el dolor que padece.
No hay conclusión posible ante su estado. No hay aprendizaje que pueda extraer de la información que le transmiten sus sentidos o de las reacciones de su cuerpo. No hay escapatoria. Las luces que parpadean a su alrededor le permiten ver la telaraña de cables y los límites de esto que ahora es su mundo. La inmovilidad solo consigue que el pánico sea aún mayor. Hioperventila pero no es capaz de controlar su respiración. Su mente primaria envía órdenes a pulmones y corazón para que se muevan más deprisa sin comprender que esto no va a servirle para nada.
No puede moverse, no puede gritar, no puede pedir auxilio, no puede luchar.
Este es su universo. Esto es todo lo que queda de alguien a quien ya no es capaz de identificar.
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Abre los ojos y estos son capaces de procesar con dificultad las imágenes que se encuentran frente a ellos. La primera sensación que le invade es la de desorientada. No sabe quién es, no sabe qué es, no sabe dónde se encuentra. El instinto puro ha dado paso a algo más. Algo diferente que aún no ha terminado de conformarse. Su mente está desubicada y en estado de alerta. Le dice que está en peligro, que debe protegerse. Esperaba una oleada de dolor pero esto no es lo que encuentra. Aun así, no es capaz de ajustarse a este nuevo escenario. Quizás ya no haya dolor, pero sus secuelas no han desaparecido. El temor a volver a padecerlo continúa ahí. Sigue habiendo desconcierto, inseguridad y miedo.
No hay dolor pero… ¿durante cuánto tiempo será capaz de permanecer en este estado?
–Tranquila –un sonido llega hasta ella procedente del exterior de su ser. Una frecuencia que su mente aún no es capaz de identificar o interpretar como una voz humana. Una secuencia de fonemas que no es capaz de convertir en una palabra–. La desorientación es normal. Ha estado usted en un estado crítico durante mucho tiempo.
La capacidad para interpretar esas ondas acústicas tarda en llegar. Lentamente, esos procesos mentales las transforman en conceptos. En ideas que debe ser generadas y traducidas. Pero el formar pensamientos coherentes resulta ser una tarea tremendamente compleja. Dolorosa. Lo que ha llegado hasta sus oídos era una voz. Eran palabras. Palabras que deben procesadas y transformadas en pensamientos. Pensamientos que deben ser convertidos en nuevas palabras. Estímulos ante los que ha de responder. Ante los que debe tomar una decisión y actuar en consecuencia. Debe buscar su propia voz y sus propias palabras. Sigue queriendo huir pero… ¿de dónde? ¿de qué?... ¿por qué?
¿Qué le dicen? ¿Qué trata de transmitirle esa voz? ¿Qué mensaje le transmite la forma que la ha generado con su gesto?
No encuentra palabras para describir nada de esto. ¿Lejana, quizás? ¿Humana?, ¿Preocupada?, ¿Amistosa?… ¿Viva?
Los conceptos que acompañan a estas palabras comienzan a tomar forma en su mente. Logran despertar algo que había quedado atrofiado. A alguien que fue. Un cuerpo. Un amasijo de órganos y fluidos. De nervios y músculos. De huesos y neuronas. De vivencias.
Cuerpo. Recuerdos. Memoria. Persona. Humano. Identidad. Yo.
Dudas y preguntas que no es capaz de convertir en ideas.
Sensaciones que deberían ser palabras. Que alguien que fue hace eones habría interpretado como… ¿Qué soy? ¿Qué significa “ser”?
–¿Daina? –de nuevo el sonido logra atravesar las infinitas capas de pánico que dominan su mente– ¿Puede oírme?
Nuevos impulsos acústicos llegan hasta ella. Nuevas palabras que danzan en sincronía con las imágenes que la rodean. Estímulos que una parte hasta ahora dormida de su ser lucha por identificar. Que provocan que esa entidad que un día fue trate de imponerse sobre la indefensión y el pánico.
Pero fracasa.
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–Los doctores dicen que la recuperación va bien –la voz de Beset se le sigue haciendo extraña–. Si no sufres nuevas recaídas, todo parece indicar que saldrás pronto de aquí.
Se conocen. Eso es lo que le señalan todos los indicios. Que es su amiga. Que es la persona a la que acudió cuando trataba de huir de sus errores. Su único contacto con la humanidad más allá de los doctores. El rostro que ve casi a diario. Una presencia que ha logrado despertar algún similar a recuerdos de quien fue. Pero nada de esto importa. Aún hay algo en ella que le continúa inquietando.
–Salir –el mero hecho de plantearse abandonar hospital la aterra. Le dicen que se está recuperando, pero no cuál ha sido su enfermedad. Por otro lado, esto es normal. El mismo concepto de “salud” aún le resulta algo difícil de asimilar–. ¿Y a dónde podría ir? –formular esta pregunta sin gritar o entrar en pánico le cuesta casi toda su capacidad de concentración. Se ha habituado a la gente con la que trata en este lugar. La habitación es el único espacio que reconoce. “Hogar” o “normal” no serían las palabras que utilizaría para describirlo, sino que la que mejor se ajusta sería “Todo”. Cada nueva persona que aparece en si vida es un nuevo reto. Cada nuevo lugar que le es mostrado el foco de una pesadilla
–¿No has hecho planes? –los restos de la sinestesia que aún perduran convierten la preocupación en su tono de voz en una agresión. Una ataque agravado por la manera en la que desvía la mirada–. Pensaba que estarías deseándolo.
–Aún me cuesta… –se detiene durante segundos que se le hacen eternos– ...me cuesta pensar en… tiempo. Me cuesta formar… pensar… en mí misma... una única entidad coherente… persona durante más de… tiempo. Los… san… médicos son es… no… bien… pensar –le cuesta respirar y su sistema nervioso está totalmente sobrepasado. Pensar y respirar al mismo tiempo resulta una tarea titánica. Tratar de acompañar esto con un lenguaje corporal o unas expresiones faciales reconocibles es algo que ni siquiera pasa por su cabeza.
Lentamente, a la mezcla de sonidos que llegan hasta sus oídos se añaden un conjunto de frecuencias adicionales nuevas. Un haz coherente de armónicos que parece zigzaguear por la habitación. Que parpadea con cada movimiento. Que dota a la escena de un tono tenebroso.
Fijando su mirada en el rostro de Beset su tensión disminuye por breves momentos. Se da cuenta de que esta nueva presencia en la habitación no es algo que solo detecte ella, pero ese lapso de calma es muy breve. La expresión de preocupación en el rostro de su acompañante no tarda en intensificarse. Desea hacer algo para rebajar esta inquietud, pero su mente ha perdido la capacidad de formar palabras o preguntas coherentes. No es capaz de mantener unidas las ideas. Sus pensamientos se diluyen. Su ser se desvanece poco a poco.
Esta cacofonía se funde con los gritos y las expresión de urgencia de quienes le rodean pero, para ese momento, ya queda muy poco de Daina. Mientras la puerta se abre dejando entrar a una enfermera en su mente no tienen cabida la duda, la certeza o el discernimiento. No es capaz de identificar en su rostro o en sus gestos la preocupación o la urgencia que los guía. Solo tienen cabida el frío y la soledad. Solo hay espacio para el silencio y la oscuridad. Pero ese no es el final, solo un nuevo comienzo. El camino hacia la claustrofobia. Ya nada la une al exterior. Está atrapada. Aislada dentro de la prisión en la que que se ha convertido su propia mente.
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–¿Cuánto crees que duraré esta vez? –se siente con fuerzas. Casi exultante. Con la suficiente confianza como para permitirse bromear con su situación.
–Si quieres podemos apostar, pero no sería justo –la expresión de Beset parece denotar una mezcla de preocupación y expectación–. Si vuelves a hundirte no podrías pagar o recordar si ganaste.
–¿Hemos tenido… –realiza una pausa dramática. Se siente ella misma. Alguien con un nivel de control sobre sus propias acciones que le habilita para fingir inseguridad y desamparo. No le importa la respuesta. Solo quiere experimentar. Reafirma ante ella misma que ha vuelto. Lo que haya pasado queda en el ayer– … hemos tenido ya esta conversación antes?
–Yo… –el experimento no transcurre como esperaba. La expresión de Beset cambia y algo parece romperse en su interior. Hay dolor en su mirada. Recriminación. Su puños se cierran con fuerza y sus párpados descienden durante un momento. Su expresión cambia de nuevo. Sus rasgos se endurecen y cuando abre de nuevo los ojos el dolor ha sido sustituido por rabia y determinación. Por una fiereza que apenas es capaz de las lágrimas que tratan de asomar– ...no importa. Da igual cuántas veces hayamos tenido esta conversación. Si te hundes volveré a sacarte hasta la superficie –en su mirada hay una promesa.
–No te preocupes –su error de cálculo se le revela ahora como algo evidente. Sumida como estaba en su estado de euforia, en su mente no había espacio nada nada más. Solo pensaba en sí misma. Cualquier cosa externa era irrelevante–. No será necesario –trata de dotar a su voz de una fortaleza que comienza a desvanecerse. Necesita que de sus palabras se infieran más cosas de las que se cree capaz de transmitir. Que no haya espacio en ellas para la duda. La necesidad de corregir su error se hace imperiosa, pero en su mente está dividida. En su interior también comienza a tener lugar otra conversación. Una en la que no deja de repetirse una palabra; idiota, idiota, idiota. Una en la que se pregunta por el número de ocasiones en las que la ha hecho pasar por esto.
–No me cabe duda –a pesar de la convicción que trata de transmitir en su voz, no puede evitar que este se note quebrada. Beset miente claramente. Sus puños continúan apretados y sus ojos siguen inundados. Solo su férreo gesto impide que se desborden.
–¿Y cuál es tu plan para cuando no tengas que hacer de niñera? –trata de encauzar la conversación hacia temas más livianos. De darle tiempo a Beset para recuperar la compostura. Pero mientras lo hace se pregunta por cuál de las dos está haciendo esto.
–Yo… no creo que cambie gran cosa –su gesto se relaja levemente–. Supongo que regresaré a la granja igual que todos los días… y cruzaré los dedos por no volver a visitar este sitio. ¿Qué planes tienes tú? –al terminar la frase no puede evitar un pequeño espasmo. Como si se acabase de dar cuenta de que ha cometido un error.
–No lo sé. Aún tengo muchas cosas por terminar de aterrizar. Necesito tiempo para pensar… y un lugar tranquilo donde hacerlo.
–Si quieres puedes acompañarme hasta que hayan terminado de aterrizar esas cosas. Ya conoces el lugar y se me da bien hacer puzzles. Te puedo ayudar a juntar todas esas piezas.
–Gracias –quiere añadir algo más, pero no sabe muy bien cómo continuar. Aún le cuesta ordenar sus pensamientos. Quiere hablar pero la duda en su interior no deja de acrecentarse–. Yo… gracias.
–––––––––––––––––––
–Idiota –sola en la habitación tampoco le resulta más fácil pensar–. Idiota, idiota, idiota. ¿Tanto te costaba ser un poco más...?
Silencio.
–Un poco más ¿qué? ¿Qué quieres hacer?
¿Qué relación le une con Beset? Acudió a ella como una medida desesperada. Porque era alguien con quien nadie la podía vincular. Porque la suya había sido una relación totalmente accidental y fortuita. Porque ni siquiera ella misma era capaz de entender cómo es que aún se mantiene. Porque… por más que no quiera reconocerlo, la consideraba segura y prescindible. No sabía lo que iba a encontrar allí. No sabía todo el daño que le iba a causar.
¿Va a volver a hacer lo mismo?
–¿Cómo has podido llegar hasta esta situación? –cuando ha terminado de formular la pregunta se da cuenta de que algo más va mal. Sabe, recuerda, hacia dónde suele conducir. Que la respuesta tiende a ser poco fiable. Que no le va a ayudar–. Idiota –no puede evitar reír de pura desesperación. Con esto queda demostrado que vuelve a ser ella. Parece que el egoísmo, la hipocresía y la terquedad han sido algunos de los primeros rasgos de su yo antiguo en regresar. Todo lo que le condujo hasta esta situación.
–Todo iba tan bien –el autoengaño es la segunda señal de alerta. La ruta más cómoda a la hora de evadir responsabilidades. La respuesta automática a una pregunta retórica. Otro de los indicios que denotan que está cerca de volver a ser quien fue–. Estaba tan cerca.
“Es usted una persona en la que confío plenamente”.
Su mente vieja en el tiempo. Regresa hasta el momento en el que Rogani la contrataba. Hasta un suceso que ahora contempla con otros ojos. En su recuerdo las palabras tenían otro cariz, pero ahora no terminan de cuadrar con la expresión de su interlocutor.
No recuerda que en su rostro se mostrase tan abiertamente esa expresión burlona. No recuerda ese aire de superioridad, el gesto condescendiente que la acompaña, o su sensación de inferioridad. Ninguno de los detalles que ahora tiñen a esta memoria pertenece a al recuerdo original.
Sin embargo están ahí. Se le muestran tan claramente que se enfada por no haberlos visto en su momento. Se dice que entonces no lo sabía, pero es mentira. La recompensa era lo único que importaba. Ahora todo le resulta obvio. Solo era uno más de sus peones. Una pieza prescindible con ínfulas. Una que se creía imprescindible.
“No me cabe la más mínima duda acerca de su capacidad”.
Se burlaba de ella. Solo era un elemento más dentro de un entramado cuya escala ni siquiera era capaz de intuir. La enviaba a una misión para la que no estaba preparada. Pero no toda la culpa fue de su Rogani. Ambos eran plenamente consciente de su exceso de ambición y de sus carencias.
“No quiero un aprendiz ni un ayudante”
Por su lado, Arcanus siempre fue directo y claro.
“Quiero un colega. Alguien que complemente mis investigaciones y avance a mi ritmo. Nuestra asociación terminará en el momento en el que sienta que me estás retrasando”.
Gélido, irritante, obtuso y en ocasiones irreflexivo, pero casi siempre brillante.
–¿Cómo has podido llegar hasta esta situación? –trata de enfrentarse a la justificación y la mentira cómoda. A ese impulso que busca trasladar la culpa y el foco de su ira lejos de ella–. Siendo arrogante y estúpida.
Quiere creer que ha aprendido de esto. Necesita desesperadamente aferrarse a esta creencia. A la posibilidad de que todo esto puede ser canalizado hacia algo constructivo. Pero tiene miedo de que esta respuesta en el vacío no deje de ser otra deflección más. Otra máscara a añadir a su ya de por sí variado repertorio.
Lo único que tiene son dudas y está muy cansada. Se pregunta si ha aprendido algo de todo esto. Durante cuánto tiempo va a ser capaz de mantener este nuevo papel. Cuándo tardará en regresar su antiguo yo. El mero hecho de pensar continua resultándole agotador, y tratar de impedir que el resto de dudas e inseguridades salgan a la luz tampoco resulta una tarea sencilla. Le cuesta separar las distintas imágenes que tiene de sí misma. Saber cuáles son reales y cuáles fruto de sus necesidades o temores. Mantener a ralla las consecuencias de todo cuanto ha experimentado últimamente. No es capaz de determinar a quién pertenecen todas las emociones y recuerdos que permanecen en su mente. Su autoimagen fluctúa. Salta en el tiempo como un recuerdo difuso. El tiempo arrastra los sedimentos de quien fue dejando al descubierto a una desconocida. El tiempo terminará por definir su nuevo papel. Mostrará si se limita a huir de sus errores y ocultar sus consecuencias o estos regresarán. Si se hundirá por su peso. Si será capaz de salir a flote. El tiempo es la clave. La gran incógnita. El misterio a resolver.
–Recuerda –comienza a acelerase y esto nunca es una buena señal–. Pequeños pasos.
Debe empezar por saber en qué fecha vive. No sabe durante cuánto tiempo ha permanecido hospitalizada. Cuánto le ha costado comenzar a recuperar el control sobre su vida. Todo lo que conserva son imágenes difusas que no es capaz de ubicar en el tiempo. Leves recuerdos acerca quién fue antes de su caída.
No es capaz de ver ningún reloj o calendario en la habitación. Existe en un ambiente de penumbra y quietud. El silencio es total. Absoluto. Irreal. Hasta que no ha sido consciente de esto no ha pensado en ello. No hay ruido eléctrico y la maquinaria de la habitación tampoco emite ningún tipo de sonido. Trata de forzar sus sentidos sin éxito. Su campo de visión ha sido limitado de manera artificial. Su oído no es capaz de escuchan nada procedente del exterior. El tacto de las sábanas no parece… no encuentra las palabras para describirlo. Su mismo cuerpo le resulta algo extraño. Trata de hacer memoria, y solo entonces se da cuenta de que, en las conversaciones recientes que recuerda, no ha sido consciente en ningún momento de la presencia de su cuerpo y siente un extraño vértigo. La respuesta a estos misterios no tarda en hacerse obvia. Lo que percibe no es la habitación, sino un habitáculo virtual. Lo que ve y siente no es realmente su cuerpo. Lo que toca es una simulación. Un artefacto diseñado para engañar a su mente. Para liberarla del trauma de la verdad. Esto no ha terminado. Le ocultan su estado real. La sensación de claustrofobia crece. Necesita desesperadamente salir de donde sea que se encuentre. Apenas es capaz de mantener el control.
Sus pulmones falsos toman aire mientras trata de formular un plan. No puede arriesgarse a destruir esta farsa. Si la han colocado en esta situación será por una buena razón. Si mañana conserva este recuerdo tratará de obtener la información de los doctores. Por el momento buscará respuesta a la pregunta que ha originado esta pequeña crisis. Desde aquí debe tener acceso hasta alguna consola del sistema del hospital. No necesita una conexión completa para obtener la respuesta a esta pregunta. Solo necesita saber cuándo es “hoy”. Una misión que debería ser sencilla. Inocua. El origen de un nuevo e inesperado golpe.
Lo que para su yo consciente apenas ha sido un momento realmente se ha prolongado durante casi tres años. El vértigo y la nausea que le provoca esta información se propaga como algo físico este cuerpo ilusorio.
Surgen nuevas preguntas. Incógnitas que rompen el limitado universo en el que ha estado habitando. Que traen hasta su mente los días de intriga y ambición. Lo que “tendría que haber sido y ya no será”. Se pregunta qué ha sido de Arcanus. Si logró tener éxito.
–Tendría que haber estado ahí. Tendría que habérselo contado todo. Tendría que haber formado parte del que podría haber sido el mayor descubrimiento de la axiofísica moderna –se enfurece sin medida o razón contra el mismo universo–. Tres años. Mierda –necesita saber. Necesita más información.
El cambio en su estado anímico logra vencer a los bloqueos mentales que la atenazaban. Los temores remiten. La curiosidad vence al miedo. Se conecta al sistema. Tiene claro que no encontrará nada relacionado con las investigaciones de Arcanus, pero un evento como el que esperaba tiene que haber dejado algún tipo de rastro. Si el solapamiento que predijo llegó a tener lugar, sus repercusiones han tenido que resultar obvias para quien sepa mirar. Reduce su horquilla de búsqueda centrándola en las fechas sobre las que trabajaba. Una vez ahí, tratará de ampliar el círculo en el tiempo y el espacio.
La búsqueda hace que sienta viva de nuevo. Excitada y temerosa al mismo tiempo. Su mente formula teorías e hipótesis de manera compulsiva. Sabe que la mayoría de ellas son descabelladas. Que, con la nula información de la que dispone, es muy complicado que dé en la diana. Pero no importa. Se dice que no importa lo que vaya a descubrir. Lo importante es que vuelve a tener el deseo de saber. Incluso se atreve a reír y disfrutar del momento internamente. Una alegría y un disfrute que llegan a su fin de forma abrupta.
Thaysak ya no existe como una ciudad. La información que encuentra publicada recientemente no deja de ser pura especulación sin base alguna. Sensacionalismo. Una manera de no dejar morir “la noticia”. Pero, según va retrocediendo en el tiempo, cada noticia que lee la golpea con mayor dureza. Hace ya más de un año que su ubicación fuese etiquetada como zona catastrófica. Tras un largo periodo en aislamiento, tanto ella como las poblaciones de los alrededores fueron desalojadas. La suya ha sido una muerte lenta. Un proceso agónico para sus habitantes. Una situación de crisis y desgaste tanto para el gobierno local como para el de la nación que no dejó a nadie contento.
A pesar del tiempo que ha transcurrido desde aquellos hechos, aún no se ha descubierto ningún indicio acerca de la causa de las muertes o desapariciones de parte de su población. Unos números que, dependiendo de la información, oscilan entre un veinte y un sesenta por ciento de sus habitantes.
Daina comienza a escuchar un sonido lejano. Casi como en un segundo plano de su mente. Las alertas de las máquinas a las que está conectada no le indican nada que ella no sepa. Cuanto más lee más se aceleran sus constantes vitales.
–¿Arcanus sabía que esto sucedería? ¿Era lo que estaba esperando? ¿Estaba relacionado de alguna manera con sus investigaciones, o… –desea que su tren de pensamiento se detenga en este punto, pero no es capaz de lograrlo– o es algo que desencadenamos Selish y yo?
Demasiadas preguntas. Demasiadas incógnitas. Demasiados sentimientos encontrados. No logra dar con nada que le sirva para confirmar o desmentir sus temores. Poco a poco va ralentizando la velocidad de su viaje en el tiempo. De los meses pasa a las semanas. A las noticias científicas se les suman las de sociedad y política. Cuanto más retrocede y profundiza, más se ve inmersa en un infinito océano de teorías conspiratorias. De especulaciones sin base e informaciones claramente sesgadas o erróneas. Sinsentidos que van desde escapes de radiación del Vagda hasta la explosión del reactor del espaciopuerto. Desde hipotéticos ataques terroristas internos hasta declaraciones de guerra encubiertas procedentes del exterior. Cientos de artículos en los que no se es capaz de adivinar la presencia de Arcanus o…
En esta ocasión sí que es capaz de detener sus elucubraciones, pero este es un triunfo breve y amargo. Sabe que no va a lograr protegerse de la culpa durante mucho más tiempo.
El encontrar la noticia de su ingreso en el hospital sirve como catalizador para que todo lo que ha estado reprimiendo explota. Su nombre comienza a aparecer mencionado cada vez con mayor frecuencia. Se ha convertido en una persona de interés. En alguien que, durante mucho tiempo, se ha etiquetado como “paciente cero”. Como el punto de impacto inicial a partir del que se propagó el evento al resto de la población.
Durante aquellos días, tanto la evolución de su estado de salud, como su historia personal y profesional fueron seguidos y analizados al detalle. Su vida y obra han sido inspeccionadas de manera inmisericorde. Han salido a la luz partes de su pasado de los que ni siquiera ella era consciente. Cualquier viaje, cualquier paseo, cualquier transacción, cualquier conversación casual de la que haya el más mínimo registro. Su privacidad murió retroactivamente en el mismo momento en el que comenzó su proceso degenerativo. No importa que los sucesos, personas o investigaciones sean anteriores. No importa que estuviesen o no relacionados con el caso. No importa lo absurdo de las teorías que se comenzaron a elaborarse. Ninguna de ellas se descartó sin desmenuzar alguna parte de su periplo vital. Sus vivencias han sido usados para tratar de establecer relaciones causales donde solo las había casuales. Se la ha acusado de terrorismo y de espionaje. De ser víctima y verdugo. Más tarde se descubrió que también se habían producido con anterioridad muertes cuya sintomatología era similar a la suya. Casos cuya resolución aún estaba pendiente. Expedientes como el de Selish.
Saber que fue él quien le arrebató la etiqueta de “paciente cero” termina de liberar todo lo que ha logrado contener hasta este momento. Trata de buscar nuevos datos que desmientan esta afirmación, pero lo único que encuentra son nuevos indicios que la confirman. Aun así… este continúa siendo un misterio sin resolver. El origen de cientos de teorías conspiratorias que les afectan a ambos. Lo único que sabe a ciencia cierta es que no hay respuestas.
Tres años. El dinero que se ha invertido en la investigación de su tratamiento ha sido incalculable e inútil. No se ha sacado nada en claro. No se sabe si sigue viva por algún capricho genético, por algo ambiental, o por los tratamientos que se le han aplicado. Daina Sij Ipsilaya se ha convertido en un misterio que nadie parece ser capaz de desentrañar. El enigma del siglo. Una incógnita incluso para ella misma.
La Daina segura de sí misma hasta rozar al soberbia ha desaparecido. La mujer confiada y fuerte que no temía a nada o a nadie es un mar de dudas. La que creyó ser capaz de superar en astucia, recursos e inteligencia a tres inmortales se ha dado cuenta de lo absurdo de aquellas ínfulas.
–Estaba tan cerca –quiere reír y llorar. Burlarse de su propia estupidez. Llorar por…–. ¡Estúpida!¡Tan cerca… ¿de qué?! –logra que se imponga la rabia. Mantenerse activa. Evitar precipitarse de nuevo en las simas de la desesperación, pero esta llega con tal intensidad que su acometida la desestabiliza por completo. Su fuerza es tan arrolladora que no solo logra imponerse con facilidad sobre el resto de emociones, sino que también amenaza con sepultar a su racionalidad–. ¡Nunca tuviste el control! ¡Es culpa tuya! ¡Todo es culpa tuya! ¡Tú mataste a Selish! ¡Tú desataste lo que arrasó Tayshak!
Las alertas de las máquinas a las que está conectada suben su intensidad. Las contramedidas químicas no son capaces de sedarla y los automatismos de su mente tampoco logran encauzar su tren de pensamiento. Nada parece ser capaz de detenerlo antes de que este le lleve hasta un punto sin retorno.
La mirada vuelve a encontrarla. Vuelve a juzgarla y sentenciarla. Pero ahora sabe que ha sido un juicio justo. Se merece todo el dolor y el miedo. Todo lo malo que le ha pasado es insuficiente para pagar por sus actos. Se encuentra de nuevo atrapada en el silencio y la oscuridad, pero ahora no hay claustrofobia. No hay lucha, solo aceptación.
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–¿Cómo lo llevas?
Daina aún se encuentra desorientada. El transcurrir del tiempo desde su despertar ha sido algo difuso. Es consciente de haber generado sonidos, pero no de si estos eran en respuesta a algún tipo de estímulo o gritos al vacío. Su visión en estos momentos comienza a aclararse y, con ella, también su consciencia de “ser”. Sabe quién es, sabe en qué lugar se encuentra, pero no sabe cuándo es “ahora”. Tampoco sabe la razón por la que este dato le resulta relevante.
Se da cuenta de que algo más ha cambiado. Ya no se encuentra en la habitación virtual. Está inmovilizada y es capaz de ver y sentir todas las sondas que se encuentran conectadas a su cuerpo. A pesar de estar sedada, es capaz de notar el dolor y la incomodidad que generan los fluidos que le están siendo inyectados.
También se da cuenta de algo más. A través de la mampara que la separa del resto de personas que se encuentran en la habitación, está viendo a Beset con sus propios ojos. Ser consciente de este hecho provoca que aparte la mirada de su rostro. Ha envejecido siglos desde la última vez que la vio. Las arrugas en su rostro parecen cinceladas en roca. Algo tan solemne y abrumador.
Instintivamente, su mirada se dirige hasta los monitores. De manera repentina el “ahora” se ha convertido en algo prioritario. No han pasado más de tres días desde el último colapso que recuerda.
–Tenemos que dejar de vernos así –la culpa que siente al saberse la causante de tanto dolor la golpea con dureza, pero trata de mitigar esta carga con humor–. A este paso voy a tener que ser yo quien te visite a ti.
–Primero tendrás que ser capaz de levantarte y salir de esta habitación. Ya nos preocuparemos del resto cuando llegue el momento.
“El resto”. Estas dos palabras abarcan ahora un número infinito de dudas en la mente de Daina. El recuerdo de las causas que han provocado su recaída son claras, pero la intensidad de las emociones es menor. Aun así, el temor y la culpa no han desaparecido por completo.
–Está respondiendo a la terapia regenerativa mucho mejor que en anteriores ocasiones –el comentario de la doctora le saca por un momento de su ensimismamiento–. Hemos logrado que el ritmo de recuperación sea mayor que el de degradación celular –a pesar de saber que sus problemas no eran algo meramente neurológico, el comentario le resulta inesperado–. Es posible que en otros cuatro días, si se mantiene este ritmo, se estabilice y ya no necesite de la terapia –se pregunta qué partes de su organismo se han visto afectadas. Cuánto queda de su cuerpo original, y cuánto ha tenido que ser regenerado–. En ese momento podremos comenzar a aplicarle la estimulación muscular. Hasta entonces no podrá dar inicio el proceso de rehabilitación –como en una especie de acto reflejo de rebeldía ante esta última mención, Daina trata de levantar uno de sus brazos sin éxito. Ni siquiera es capaz de sentir que continúan formando parte de su cuerpo.
Los mecanismos necesarios para llevar a cabo esta acción se le hacen increíblemente complejos. Durante tres años ha vivido casi en exclusiva dentro de su mente. Su cuerpo solo era una mera antena. Una unidad emisora y receptora de estímulos sensoriales y nerviosos. El portador de una serie de señales que su mente era incapaz de procesar. Le cuesta aceptar que no ha hecho uso de ninguna parte de su anatomía que no se encuentre ubicada en su cabeza.
Puede girar su cuello, puede orientar sus ojos, puede mover sus labios, pero ahí termina su capacidad de relacionarse con el entorno. Percibe el mundo a través de la realidad aumentada del sistema hospitalario. Hasta donde ella sabe, esto también podría ser una farsa. Nada de lo que está viendo o escuchando podría ser real. El vértigo da paso a la nausea, y la nausea abre camino a la claustrofobia.
Ahora que sabe que no es capaz de conectar con su cuerpo, algo tan simple se convierte en una necesidad. Algo imperativo. Un impulso que no puede ser satisfecho. Que lleva a su mente de nuevo hasta un estado cercano al pánico. Hasta una sensación contra la que ahora se ve capaz de luchar. Está viva. Ella es afortunada, no como el millón de muertos en Tayshak. No como Selish.
Las preguntas vuelven a inundar sus pensamientos. Ninguna de las historias que leyó antes de colapsar tiene sentido en su totalidad. Las líneas de tiempo no cuadran. Las consecuencias no encajan con ninguna causa posible que pueda ser capaz de imaginar. Es muy posible que jamás llegue a descubrir cuál fue el origen de aquello. Una parte de ella no desea saberlo.
¿Fueron ellos los causantes?
Si todo comenzó con Selish… con ellos, su culpabilidad en lo sucedido en Tayshak quedaría claramente demostrada. Ella fue quien le pidió ayuda. Ella le dio las herramientas. Ella fue quien se aprovechó de su acceso al macrosistema de la Qwan Shig.
Se dice que Selish era un adulto. Que sabía en qué se estaba involucrando. Pero esta no deja de ser una verdad a medias. Porque no le proporcionó todos los datos de los que disponía. Le ocultó información de forma deliberada. El hecho de que ella no le dijese todo lo que sabía no fue algo accidental o un descuido. No le hizo conocedor de las dudas que albergaba por pura arrogancia.
Aun así, “esa parte” de ella continúa tratando de exculparse. Lo puede llamar instinto de preservación o egoísmo, pero las palabras no importan. Independientemente de cómo decida llamarla, se niega a aceptar la rendición. No logra silenciar su voz, y sus palabras son atractivas. Se dice que necesita más datos antes de descartarlas. Datos objetivos. Información que no haya sido corrompidos por sus necesidades.
Por otro lado, no sabe si es esa misma voz la que se pregunta si lo sucedido en su hogar puede estar relacionado con lo que buscaba Arcanus o con los tejemanejes de Rogani. Si su papel fue meramente el de un títere manejado por las manos y las mentes de dos inmortales. Si hay alguna manera en la que pueda escapar de las consecuencias más directas de la culpa. No sabe si lo que se opone a este pensamiento es el sentimiento de culpa o su ego.
De cualquier manera, la resolución de estas dudas no le traerá la paz. Aunque llegue a descubrir que lo ocurrido en su hogar no fue culpa suya, eso no corregirá su error con Selish.
–Tendría que haber escuchado a Inari hace años. Tendría… –no importa. No puede cambiarlo. Tiene que seguir hacia adelante–. ¿Qué puedo hacer? –la “ausencia” de su cuerpo ya ha dejado de ser un problema.
El espacio en el que existe se ha convertido en algo irreal. Los impulsos transmitidos por sus sentidos llegan como señales mitigadas. Vuelve a escuchar la señal de alerta de las máquinas de soporte vital como algo lejano. Algo ubicado en otro nivel de existencia. Algo que…
–Beset –si mirada está clavada en ella llena de preocupación. Su lenguaje corporal trata de ser calmado, pero no puede ocultar el pánico que transmiten sus ojos. Puede ver cómo mueve los labios, pero el sonido no parece haber llegado hasta sus oídos. Estúpida, estúpida, estúpida. Con su regreso al ensimismamiento ha vuelto a olvidar que no está sola–. Perdona.
–¿Por qué? –es capaz de escuchar estas palabras y toda la tensión que proyectan sus cuerdas vocales– No entiendo… –su voz a punto de romperse pasa a convierse en algo que sepulta el resto de sonidos de la sala.
–Estaba tan perdida en mis pensamientos que no he escuchado nada de lo que estabas diciendo.
–No importa –miente. Lo puede ver con claridad en su rostro–. No era nada importante.
–¿Puedo ser una egoísta de mierda una vez más? –este arranque de honestidad parece sorprender tanto a su interlocutora como a ella misma. Beset sonríe, pero no puede esconder la inquietud que le generan estas palabras–. ¿Puedo pedirte que te vayas? –eso ha sido muy torpe. Trata de corregir su error antes de que se consolide, pero no encuentra palabras con la suficiente rapidez–. Yo… aún no sé… nada –la expresión de Beset cambia de nuevo. Trata de ocultarlo, pero este momento de incertidumbre por su parte parece despertar un recuerdo doloroso en su interior. Nota cómo su mandíbula se cierra con fuerza y sus rasgos se endurecen. Cómo un espasmo involuntario recorre su columna y finaliza en sus puños cuando se cierran con fuerza. Cómo su cuerpo se prepara para recibir un golpe–. No te preocupes –estúpida, estúpida. ¿Cómo vas a arreglar esto?– Estoy bien. Solo un poco aturdida –Beset sigue sin relajarse. Quizás la mejor opción sea continuar con lo inesperado. Con la sinceridad–. Estoy tratando de poner en orden demasiadas cosas. Tengo que pensar mucho. Tengo que pensar en todas las cosas que debo contarte. En todo lo que mereces saber. En cómo pedirte perdón en condiciones. En qué hacer cuando decidas dejar de hablarme.
–Nos hemos levantado dramáticas esta mañana –su cuerpo se relaja y hay un cierto tono de alivio en su voz, pero también decepción–. No te preocupes. Me voy. Nos vemos mañana –no se merece lo que le va a hacer, la situación en la que la va a poner, pero tampoco merecía todo lo que ya le ha hecho.
Sus miradas mantienen el contacto durante un tiempo que se le hace eterno. Durante los segundos que le lleva a Beset darse la vuelta para abandonar la habitación. A lo largo de un instante eterno en el que Daina tiene tiempo de arrepentirse de sus palabras y reafirmarse en ellas. De cambiar de opinión cientos de veces.
Una vez que se ha ido, lo único que queda en su mente son las dudas y el desprecio que siente por ella misma. No sabe si en la inesperada e irreflexiva visita que hizo a su amiga llevó algún regalo adicional. No sabe a qué elementos ha podido verse expuesta durante el tiempo que pasó con ella. No sabe si la ha podido situar en el foco de alguna intriga con su falta de cabeza. No sabe si la ha colocado en el punto de mira de Rogani. No sabe si está siendo investigada por las fuerzas del orden por culpa de su asociación con ella. Lo único que sabe a ciencia cierta es que merece saber la verdad. Que merece tener la posibilidad de volcar todo el odio y la rabia que esto pueda desencadenar.
Trata de contener las preguntas y el miedo. De acotarlas a su contexto más inmediato. Trata de evitar que su imaginación vuele libre, pero sus barreras no tardan en verse desbordadas. Piensa en la posibilidad de que su desidia o un error de cálculo por su parte puedan haber sido los causantes de tanto daño. En que su ambición pueda haber sido el ignitor del desastre. En cuántas personas que le importan ha podido perder Beset durante todo lo que ha sucedido en Tayshak. En cuántas ha podido perder ella. Piensa en Arcanus e Inari.
Una parte de ella trata de levantar barreras mentales ante este flujo de pensamientos. Le dice que solo son especulaciones. Qué ni desea ni necesita obtener los datos necesarios para solucionar este misterio. Que ese es el trabajo de las autoridades. Que, mientras ellas no unan los puntos, ella estará a salvo. Si nadie establece un vínculo entre sus acciones y lo sucedido, esto significa que no es culpable de nada. Esa es la parte que centró sus esfuerzos en tratar de evitar cualquier tipo de repercusión legal sobre sus acciones. La que trató de borrar sus pasos en falso. La que se dedicó a eliminar cualquier indicio de su colaboración con Selish. La que no le contó la verdad a Beset. Se siente cómoda con esta parte. Se siente en un territorio conocido. En casa.
Pero hay otra voz en su interior. Una más joven y nueva. Una que trata de imponerse. Una en la que no se reconoce, pero que le ha acompañado desde que ha recuperado la consciente. A esa voz no es el temor de ser descubierta y juzgada lo que le preocupa. No es la posibilidad de terminar en prisión. Todo eso no dejan de ser minucias. Detalles que le resultan del todo irrelevantes. Un resultado que casi agradecería, porque le librarían de ser ella quien haga el recorrido. Quien desgrane la secuencia de eventos. Quien contemple toda la desolación que teme haber creado.
Su mente vuelve a trabajar a marchas forzadas tratando de determinar quién quiere ser. Qué personaje adoptará una vez que salga de esta habitación. En qué está dispuesta a convertirse. Si se va a quedar con las excusas y medias verdades. Si ha de negar por completo cualquier vinculación de lo sucedido de manera independiente a lo que puedan llegar a indicar las pruebas. Si se va a quedar con esa parte le dice que no tiene miedo. Con la que sabe que le está mintiendo. Es el miedo el que guía sus pasos, de la misma manera en la que la culpa da fuerzas a su antagonista.
Desea huir de la culpa y la responsabilidad, pero el miedo no es suficiente para alejarla de ellas. Todo cuando nunca ha sido se alía contra quien fue. No es capaz de comprenderse a sí misma, y carece de los datos necesarios para hacerlo. No tiene certezas solo dudas que no dejan de crecer. Rasgos de personalidad, preocupaciones e inquietudes en las que no se reconoce. Que, para su sorpresa, le hacen darse cuenta de que no busca exculpación ni el perdón.
Su mente se hunde más y más por momentos en… .No es capaz de calificar su estado. Lo único que sabe es que está a salvo. Ahí no es capaz de sentir la mirada acusadora. Ella es su propia prisión. Ella es su torturadora. Quizás siempre lo ha sido. Esta es una verdad que no cree que cambie cuando recupere el uso de su cuerpo. Algo con lo que va a tener que convivir aunque se llegue a determinar su inocencia o culpabilidad. La incertidumbre y la duda son ahora es el centro de su universo. Esa es la mirada que le juzga. La que le dice que ella fue la causante de la muerte de Selish. La que le dice que nunca va a volver a ser capaz de cerrar los ojos de nuevo sin odiarse. La que le obligará a abrirlos de nuevo y seguir viviendo.
–¡Maldita sea!, ¡soy una científica! –trata de convencerse con palabras, pero el eco que resuena en el vacío que la rodea hace que suenen huecas.
Sabe que lo que siente no deja de ser la suma de las reacciones químicas de su cuerpo y su cerebro, pero este conocimiento no le sirve de ayuda. Lo sabe, pero nada de eso importa. No tiene el control. Nunca lo ha tenido. Ella no eligió verse expuesta a las radiaciones que mataron a Selish. Ella no ha elegido seguir viviendo. Sin embargo, está aquí. Lo está porque las decisiones que tomó, pero no por elección. Solo es una pieza ínfima del gran esquema. De este universo que hoy le resulta hostil.
Trata de aferrarse a quien fue. A quien recuerda haber sido. A la remota posibilidad de que quizás mañana todo cambie. A volver a ser “ella”. A que podrá volver a recuperar la falsa sensación de control que un día creyó tener. A que se convertirá en… ¿qué? ¿en quién?
Intente lo que intente, sabe que ya no puede escapar de la culpa. De esa sensación con la que ha lidiado en tan pocas ocasiones. De esa parte de ella misma que ya le ha declarado culpable. Ha dejado libre a una parte de sí misma de la que no sabe si podrá llegar a liberarse.