La agente Vusarch ha sido la tercera persona en informarle acerca de la desaparición de Lexa. También ha sido la única que ha mostrado un mínimo rastro de emoción al hacerlo. De haberla contactado en otro momento podría haber sido más colaborativa, pero todos han elegido un mal día para molestarle con trámites y formalismos. Por desgracia, no puede echarles la culpa de nada. Ella misma se ha fabricado su mala suerte.
–Así es el mundo de la ciencia –trata de dotar a su voz interior de un tono burlón y desenfadado. Incluso su cuerpo acompaña a este pensamiento con gesticulaciones, pero ninguno de los dos es capaz de silenciar el nerviosismo que comienza a poblar su estómago. Lexa siempre ha sido un incordio, pero también alguien perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Sus recursos son numerosos, pero tiende a combinarlos con alarmante frecuencia a su costumbre para meterse donde no debe.
–¿Qué has hecho esta vez? –su limitada experiencia con las fuerzas del orden no le permite sacar una conclusión a ese respecto–. ¿Me va a salpicar?
La separación temporal entre estas llamadas y la visita de Lexa no parece algo casual. Necesita evaluar de nuevo los riesgos. Saber a ciencia cierta si su intervención en este caso ha venido dada por motivos personales o estrictamente laborales. Si se trata de lo segundo, el caso de Selish aún podría perjudicarle.
–Tenías que venir a complicarme la vida –es consciente de lo injusto y gratuito de esta acusación, pero esto no le impide continuar–. No estarás contenta hasta que me hagas pagar por todas esas afrentas imaginarias –esperaba que el breve ataque de rabia resultase liberador, pero solo sirve para aumentar su nerviosismo.
Ha construido una ilusión que comienza a desmoronarse. El asunto no está cerrado. No importan los motivos detrás de la intervención de Lexa. No importa lo injustos que sean los apelativos con los que pueda querer calificarla en estos momentos. Ha hecho mal su trabajo y no sabe hasta qué punto ha quedado expuesta. De ella depende el solucionarlo.
Trata de ponerse en contacto con Sersby. En estos momentos es la fuente de información más cercana de la que dispone. No le importa lo tarde que es. Su presencia en la reunión de hace un par de días fue una sorpresa desagradable. Se lo debe por haberse involucrado. No debería ser complicado sacarle información acerca de su hermana. Para eso y para que clarifique su actuación.
Ahora interpreta aquello como un claro indicio de que continuó con su investigación una vez que le dijo que ya no necesitaba más información. Una señal de que le ha estado ocultando información. Sabe o sospecha algo que no le ha contado. Sersby siempre ha sido brutalmente pragmático. No habría continuado con la vigilancia de no haber creído que iba a sacar algo de ello. Espera sacar algún tipo de beneficio de él y de su exceso curiosidad.
Por otro lado, no es capaz de determinar si su colaboración con Lexa ha sido algo voluntario o forzado. Ninguna de sus múltiples ocupaciones le han convertido en alguien que desee pasar tiempo cerca de las fuerzas del orden, pero el vínculo que existe entre ellos es algo que siempre se le ha escapado.
La desaparición de Lexa no le genera la más mínima inquietud. Quizás no fuese algo esperable, pero tampoco es un escenario que le genere una especial sorpresa. Ni su madurez ni su auto-control parecen haber mejorado con la edad o el entrenamiento que haya podido recibir. Dado su carácter, lo más probable es que haya cometido alguna estupidez y Sersby la estará ocultando. Sabe que le mentirá. Que tratará de protegerla. Pero no le cabe ninguna duda de que conseguirá hacerle entrar en razón. Lo logrará… siempre que responda a sus mensajes.
–¿Dónde te has metido?
Mientras espera va revisando sus notas y formulando nuevas hipótesis. Lentamente el nerviosismo va ganando terreno. Su confianza va siendo puesta a prueba. Cada vez retrocede más y más en la línea temporal. Va exponiendo y juntando piezas que tuvieron lugar hace décadas. Que se remontan hasta el experimento cuyo resultado fue la creación de Lexa y Sersby. El mosaico se agranda a cada instante. Va tomando forma y consistencia. La cortina de humo con la que ha convivido durante las últimas semanas se dispersa con cada segundo que transcurre sin respuesta. Trata de recurrir a la lógica. A lo que sabe que es cierto. No deja de repetirse que la tardanza no indica en sí misma ningún comportamiento anómalo. Que la están evitando mientras tratan de preparar su defensa. Que Sersby puede estar ocupado. Sabe que todas estas son respuestas válidas… pero.
Su mente ya está desbocada y los signos físicos de la tensión no tardan en afianzarse. No es capaz de contener su imaginación. De vincular este retraso a la muerte de Selish. A Daina. A… logra no pensar en su nombre.
Nota cómo su cuello se agarrota y sus músculos se tensan. Cómo los pensamientos que ha estado contenido hasta el momento comienzan a aflorar. Cómo su mente hace encajar piezas que había logrado mantener aisladas. Lucha sin éxito para tratar de recuperar el control. Para evitar que el mosaico se complete.
–¿Qué habéis hecho? –no es capaz de contener la rabia. Un ira inesperada que aún no sabe contra qué o quién dirigir– ¿Qué os han hecho? –su mente da un nuevo salto. Comienza a sacar conclusiones y elaborar nuevos escenarios. A valorar posibilidades omitidas intencionadamente– ¿Qué voy a hacer? –quizás encontraron a Daina. Quizás no solo la encontraron sino que esta les ha encaminado hacia…
Una vez más logra detener este tren de pensamientos antes de finalizarlo. Aún es demasiado pronto para sacar conclusiones. La ausencia de respuesta no significa nada. Es tarde. Si no le devuelve la llamada, lo intentará de nuevo mañana.
Se acuesta pero no es capaz de dormir. Ha despertado dos partes de sí misma que creía haber matado y enterrado hace ya mucho. Es una mujer de ciencia. Debe atenerse a los datos, no a las especulaciones. Es una científica, no puede desarrollar ningún tipo de apego por los especímenes de laboratorio. Sabe que se ambas afirmaciones son falsas. Que hace mucho que Sersby y Lexa dejaron de ser meros sujetos de estudio para ella. Que este hecho invalida la primera afirmación. Sabe que se está mintiendo, pero estas son mentiras a las que se aferra con todas sus fuerzas desde hace años.
La necesidad para saber lo que ha sucedido aumente. Una vez más, se aferra a las mentiras más frecuentes. Se dice que es una tarea tan válida como cualquier otra para mantener ocupada su mente. Que le preocupa cómo puede repercutir lo sucedido en ella. Que no está preocupada por “los sujetos”. Que su inquietud no guarda ningún tipo de relación con la posible implicación de su “padre”. Se levanta y comienza a pasear por la casa a oscuras. Necesita el movimiento para. Mantenerse ocupada. Su mirada recorre la habitación atenta a cualquier alteración. Quiere interpretar cada luz que parpadea en la penumbra como una señal. Como una posible respuesta a su intento de comunicación. Pero no hay suerte.
–¿Por qué no me dijiste que aún estabas siguiendo a Selish? –hay algo que se le escapa. No puede dejar de pensar en la reunión de ayer. Trata de recurrir de nuevo al enfado. Desviar la sensación de culpa–. ¡Déjalo ya! –sabe que no conseguirá nada siguiendo por ese camino–. Muy bien. ¿Qué sabemos?
Nada. No tiene nada. Carece de la más mínima prueba que le indique que algo le ha pasado a Sersby. Nada que vincule su tardanza en responder con la desaparición de Lexa. Nada que indique que le ha pasado algo a cualquiera de los dos. Pierde el tiempo. No va a sacar nada en claro durante esta noche y lo sabe. Pero esto no le importa a su cuerpo. No le sirve para relajarse y volver a la cama.
–¿Qué es lo que te da tanto miedo? –conoce la respuesta, pero esto no le impide continuar eludiéndola durante tanto tiempo como le sea posible–. Este no dejaba de ser un escenario inevitable –trata de etiquetarlo como algo absurdo e irracional. De enfrentarse a él con las mejores armas de las que dispone. De alejarla del terreno de lo personal–. Antes o después iban a morir. La manera en la que lleguen hasta ese punto es irrelevante.
Lexa y Sersby no son como ella. Si una enfermedad o un accidente no termina con ellos, lo hará la edad. Ese es un momento que terminaría por llegar. Un evento más con el que tendría que lidiar a lo largo de su periplo vital. Una consecuencia lógica de su fracaso. Quizás el momento ha llegado antes de lo previsto. Quizás debe limitarse a aceptarlo. Solo son una prueba fallida más.
Este juego tampoco conduce a nada. Quizás de saber con certeza que han muerto pudiese recurrir a la racionalidad. Se dice que incluso podría ser un alivio. Pero no lo sabe. Lo único que sabe es que continúa mintiéndose a sí misma. No lo sabe… y se alegra por ello. Le sirve para alimentar la esperanza. Para enfrentarse a la otra opción que teme.
–Poco tiempo –esto es lo único en lo que puede pensar–. No importa lo que les haya pasado. Tendría que haberles preparado. Tendría que haberles dicho qué son. Tendría que haber sido yo quien se lo diga.
Demasiado pronto. Se sorprende a si misma ante esta reflexión. Ante el hecho de que, incluso en el periodo de vida de alguien a quien denominan “inmortal”, unas décadas continúen resultando significativas. Ante la mella que esto supone para el personaje que ha tratado de crear para sí misma. Su interior en estos momentos está sumido en la contradicción pura. Es un lugar tumultuoso. El corazón de un conflicto del que nunca ha deseado formar parte.
–Pase lo que pase, ¿qué habré perdido yo? –trata de mantener su circunloquio interno en esos términos–. Cinco décadas de estudio. Una cantidad de tiempo despreciable.
Hace todo cuanto está en su mano para enrocarse en esta amalgama de argumentos que no dejan de ser medias verdades embebidas dentro de incongruencias. Pero apenas logra contener la marea de emociones que golpean sus muros. Una muralla construida alrededor de afirmaciones inconsistentes. Cimentada sobre falacias. Una máscara de desafección con la que apenas logra engañarse. Otra táctica fallida para obviar la sensación de vacía que la invade. La preocupación que lucha por apoderarse de ella no se debe únicamente a su fracaso como científica. No es capaz de ignorar que ambos se han convertido en algo mucho más íntimo. No está preparada para aceptar que… el experimento. Que… ellos. Que… las criaturas a las que siempre se ha negado a referirse como “hijos” han llegado a su final. No está preparada para entrar de nuevo en un ciclo que creía haber roto hace ya mucho.
En ocasiones ha deseado creer a quienes se refieren a ella como alguien ajeno. Como alguien situado por encima de las distintas iteraciones de ese concepto difuso y fluido llamado “humanidad”. Como alguien que sentía la necesidad de convivir con ellos sino que se limitaba a estudiarlos.
Ha querido situarse más allá de los defectos y las debilidades que ha achacado a las generaciones que han sucedido a la suya. Los ha mirado con desdén y finjida incomprensión. Los ha despreciado. Se ha permitido el lujo de la indiferencia hasta que la realidad le ha sacado de su error. Hasta que alguna desgracia le ha hecho recordar que sigue siendo humana. Que ha cometido más errores que cualquier ser que recorre las calles de esta ciudad. Que las diferencias que separan a esta humanidad de aquella en la que nació son irrelevantes. Cosméticas. Su evolución nos les ha dotado de ningún defecto que no viniese de sus antecesores. Son un mero reflejo de ella y los suyos. El fruto de la semilla que plantaron ellos. Su obra.
La ilusión no es capaz de soportar el más mínimo escrutinio. Quizás su máscara pueda engañar al resto, pero jamás ha sido capaz de engañarse protegerla de su propia mirada. Sus voces internas nunca le han permitido que el engaño dure demasiado. Nunca han cejado en su debate sin fin. En la lucha entre quien es y quien cree necesitar ser.
Con el paso del tiempo esta práctica que se ha convertido ya en un acto reflejo. En una parte indisoluble de su persona. En un susurro constante que, como hoy, le dice que carece de las herramientas para enfrentarse a esto. Necesita ayuda pero no sabe dónde buscarla.
Hace ya mucho tiempo que dejó de prestar atención a lo que se encuentra fuera de sus áreas de interés. Mucho desde que decidió no adaptarse a los cambios que se producen a su alrededor. Con el acortamiento de la vida humana las culturas se han ido sucediendo una tras otra. Han continuado cambiando. Descubriendo y adoptando como nuevo factores que ella había olvidado. Trivialidades elevadas al estatus de grandes avances. Preguntas relevantes descartadas como algo superfluo. Su memoria se ha convertido en un lugar lleno de información perteneciente a épocas que no sabe si han quedado extintas. Siempre ha sido una herramienta frágil a la hora de enfrentarse con lo “mundano”. Le cuesta recodar o reconocer en qué mundo vive hoy o cuándo es hoy. Cada vez que se hace estas preguntas las respuestas resultan irrelevantes. Quedan desfasadas antes de que logre dar con ellas. Los ciclos en los que se han movido las sociedades en las que ha vivido siempre han sido muy cortos. Sus paradigmas y convenciones expiran antes de que sea capaz de adaptarse a ellos. El mismo concepto de sociedad le resulta algo absurdo. Una abstracción sometida a constantes cambios y revisiones. Una entelequia de la que muchos han tratado de apropiarse. Un sinsentido que no ha dejado de demostrar su inutilidad una y otra vez. Que se ha convertido en la única constante inalterada que perdura.
Su mente trata de encontrar cobijo en estas disquisiciones. Viaja a otros momentos en el tiempo en su intentona por escapar del presente. Pero no encuentra reposo ahí. Lo único que logra es cambiar unos fantasmas por otros. Porque su misantropía no deja de ser una máscara más. No quiere comprender a la gente con la que convive por puro pragmatismo. No quiere establecer vínculos personales. No quiere volver a sufrir. Esta es la razón por la que lo único que encuentra relevante en este mundo es su labor. Solo encontrar la razón por la que la esperanza de vida de la humanidad no deja de disminuir le permitirá revertir esta situación. Esta es la principal pregunta a ser respondida. Solo tras dar con ella podrá soñar con que el dolor pueda ser contenido. Solo esto le permitirá volver a sentirse parte de algo. Solo esto le hará nuevamente humana.
Este es el pensamiento que logra que se levante cada mañana. Lo que le llevó a convertirse en genetista. La misión que ha dado sentido a su vida. Todo lo demás es secundario.
Su voz interior se ha ido volviendo cada vez más cínica para adaptarse al paradigma sobre el que ha cimentando su nueva vida. El personaje sobre el que ha ido construyendo lo que ahora llama vida. El papel que ha interpretado desde que se vio golpeada por su última gran pérdida. Una máscara que ha portado a lo largo de los últimos siglos. Un papel y una máscara en los que no han dejado de surgir grietas. Fisuras ligadas íntimamente al crecimiento Sersby y Lexa. Inconsistencias que siempre se ha negado a aceptar. Contra las que ha luchado con todas sus fuerzas.
Porque no importa cuántas veces le repita esta voz que no existe otro camino para escapar del dolor y la locura. Que es el único motor que le permite continuar. Este mantra cada vez le suena más falso. El cinismo se diluye y es sustituido por un afecto que no desea volver a experimentar. Pero fracasa. Su vida no ha dejado de ser una sucesión de errores y decepciones. Una secuencia ininterrumpida de fracasos en en todos y cada uno de los proyectos que ha acometido. Un ciclo del que está cansada.
Su mente trata de recordar las escenas recientes. Se fuerza por recuperar los detalle de las distintas conexiones. Busca gestos y signos en sus interlocutores. Palabras de las que extraer significados que se le pudieron escapar. Un lenguaje corporal que interpretar. Algo a lo que aferrarse. Pero no tiene éxito. Apenas ha prestado atención a ninguna de ellas.
–Estúpida. Deberías haber sido tú quien les preguntase a ellos –sabe que recurrir al auto desprecio no servirá para nada, pero no es capaz de frenar el acto reflejo–. No. Esto no va a terminar así –deja que la frustración se libere. Abre el camino a lo irracional–. Le he dedicado demasiado tiempo como para permitirlo –la treta funciona. El reducirlo todo a la lógica y los números fríos sin contexto parece impregnarlo todo de una pátina de control–. Como para aceptarlo sin tener pruebas fehacientes –su mascarada sale reforzada por este propósito difuso. Por una nueva verdad en la que no cree.
Sabe que esto no durará. Que este no deja de ser un autoengaño más. Que el resorte automático fallará cuando haya descansado pero, por el momento, le permite no derrumbarse. El reloj comienza su cuenta atrás y debe encontrar algo en lo que centrar sus esfuerzos.
–No hay cuerpos –la respuesta llega sola–. Desaparecidos no significa muertos –pero este pensamiento no sirve para tranquilizarla.
Continúa vagando por la habitación sin ser capaz de tomar una decisión. Es una científica, no una detective. La gente que le ha llamado está mucho mejor preparada que ella para cualquier tipo de investigación a ese respecto. Desea confiar en las autoridades. De poder hacerlo, pronto debería salir de su estado de incertidumbre. En estos momentos todo su saber es inútil.
–¡IDIOTAS! –grita por pura frustración–. ¡¿POR QUÉ NO ME HICISTEIS CASO?! –grita a gente que no está ahí. Tanto a los muertos como a los vivos. Tanto a aquellos cuya implicación conoce como a quienes teme que pueden estar participando en esta pesadilla.
Desea creer… pero duda. Teme que lo sucedido esté relacionado de alguna manera con los estudios de Iorum Arcanus. Con un nombre que finalmente logra superar todas las barreras que ha establecido para llegar hasta su primer plano de pensamiento.
Pero este no es el mayor de los riesgos. Arcanus puede ser arrogante y obstinado, pero no es alguien dado a subterfugios retorcidos. Lo que realmente le aterra es otra cosa. Es la posibilidad de que pueda haber pasado a convertirse en nuevos peones dentro de alguno de los juegos de Rogani.
Finalmente asigna nombre y agendas propias a sus temores. Acepta aquello contra lo que lleva luchando toda la noche. Pocas noticias pueden ser peores que la participación de cualquiera de los “padres”. Una categoría bajo la que también se incluye a sí misma.
El agotamiento la ha derrotado. Ha logrado que las piezas que su mente ha logrado mantener aisladas hasta este momento desborden sus contenedores. El escenario queda diáfano. Todo cuadra. Todo parece tener sentido. El azar o la casualidad no tienen cabida en esta ecuación. Ya no puede continuar negando el tapiz que intuyó tras su entrevista con Daina.
–¿En qué estabas pensando? –su ira comienza a focalizarse–. ¿Se puede saber qué estaba pasando por tu cabeza cuando decidiste meterte en esto? –no importa que no la tenga ante ella. El simple echo de tener un chivo expiatorio hace que su sentimiento de culpa sea menor–. ¿Tienes la más mínima idea de lo que has desencadenado? –no importa que ya conozca la respuesta a una gran parte de las preguntas. No importa que las respuestas le vayan a salpicar a ella– ¿Por qué tuviste que involucrar a Selish?
Detiene este ejercicio fútil, Porque ¿cómo culparla? ¿Cómo culpar a cualquiera de los dos cuando se limitaban a seguir sin saberlo los pasos de su mentora? ¿Cómo culparles si ella también cometió los mismos errores?
Ella les formó. Alimentó su ambición. Les alentó para que tomasen riesgos. Les inculcó que cualquier precio era aceptable en pos del conocimiento. El suyo ha sido un papel central dentro de este drama. Un papel que ha marcado el camino de cada uno de los afectados por él.
–¿Hasta dónde se extienden tus errores esta vez, Inari? –con cada nueva reflexión surgen nuevas preguntas– ¿En qué más te has equivocado? –no es capaz de cerrar los ojos sin que su imaginario se llene de imágenes que no desea ver– ¿Hasta quién les ha llevado Daina? –sin que los escenarios que le son mostrados confirmen sus temores– ¿Arcanus o Rogani?
Los escenarios comienzan a volverse más detallados. Contempla los rostros de ambos deformados por el odio. La miran y sonríen mientras ejecutan su venganza sobre lo que más le importa. Mientras los desmontan elemento a elemento y observan sus reacciones.
–¡Basta! –nada de esto tiene sentido. Las imágenes que se forman en su mente no tienen ningún tipo de base. Esos monstruos no se parecen en nada a las personas con las que trabajó.
No sabe nada. Solo tiene dudas y sospechas vagas. Temores que, en su gran mayoría, pueden ser infundados. Lo único que sabe a ciencia cierta es que la investigación de Selish se habrían iniciado a petición de Daina. Que lo que le pidió está relacionada de alguna manera con las investigaciones de Arcanus. Que la obsesión de Rogani con él continúa viva. Que se sirvió de esta obsesión para dejarse usar como peón en otro de sus juegos.
–Siempre has sido muy lista, pero no tanto como tú te crees. Demasiado soberbia como para reconocer cuándo hay algo que te supera –no sabe si este pensamiento va destinado a Daina o a ella misma–. Siempre me has recordado a… a alguien –sonríe para sí misma ante lo irónico de este pensamiento.
Siempre quiso ver en Daina una versión joven de ella misma. Como alguien a moldear. Una herramienta a través de la que corregir sus propios errores. Como un proyecto personal. Pero el proyecto no funcionó. La abandonó para buscar su propio camino. Una ruta que ha terminado llevándole hasta lugares que Inari ya visitó. Una que le ha llevado a cometer errores similares a los suyos. A terminar juntándose con la gente de la que tanto le costó desligarse.
Hoy su fracaso como tutora resulta doble. Le ha costado mucho más que una mente prometedora. Le ha arrebatado todo lo que le quedaba.
Quizás no sepa lo que ha pasado, pero ninguno de los escenarios que imagina le ofrece esperanzas. Después de hablar con su antigua pupila no le cabe duda de que Arcanus está en algún punto de la ciudad o sus inmediaciones. Duda que haya venido a por lo que es parcialmente suyo. Duda incluso de que sepa cuál es el estado actual del experimento. En su despedida quedó claro que no le interesaba nada de lo que pudiese salir de él. Sus palabras fueron tan secas e inexpresivas como él. Un adiós aséptico y carente de emoción. No dejó que se mostrase en su rostro la decepción o la ira que a buen seguro sentía. La traición que debió suponer que Inari utilizase su ADN sin permiso. Que con con la materia resultante de alterar aquel extracto fecundase uno de sus óvulos.
No se quedó para ver cómo finalizaba el proyecto. No llegó a conocer a Sersby y Lexa. Duda que sea él quien los ha hecho desaparecer. Ha vuelto para estudiar uno de sus malditos eventos anómalos, de eso no le cabe duda. Esto es todo cuanto tiene cabida en su mente obtusa. Nunca le pareció alguien vengativo. Aun así, duda. El tiempo, sin importar la manera en la que afecta a cada individuo, termina cambiándonos a todos.
Rogani, por otro lado…
Es un manipulador amoral. Un ser despreciable. El culpable de todo lo malo que le ha pasado.
Él la llevó a ella hasta Arcanus. Él la ayudó a estabilizar a Lexa y Sersby. El ha sido el desencadenante de esta situación.
–Ojalá fuese tan sencillo –está volviendo a las medias verdades. A minimizar su parte de culpa–. No te obligó a hacer nada.
De la misma manera en la que nunca fue capaz de leer sus intenciones, tampoco ha llegado a saber nunca cuál es su propósito. A su vez, ella siempre fue un libro abierto ante sus ojos. Supo leerla con facilidad. Era consciente de lo que buscaba antes de que sus vidas se cruzasen, y encauzó su camino en esa dirección desde el primer momento.
–Idiota. Te dio justo lo que querías –quizás sea un ser amoral, pero nunca le mintió–. Te proporcionó los medios para hacer lo que nunca habrías sido capaz de hacer tu sola –nunca le prometió nada que luego no cumpliese–. Te dio a Sersby y a Lexa.
Y ahora ya no están. Los ha perdido. Lo ha perdido todo.
–––––––––––––––––––
El inicio del día le permite afrontar su problema con una nueva luz. El sueño no ha sido todo lo reparador que debería, pero ha servido para aligerar su carga y atemperar su mente. Vuelve a ser la persona en quien quiere reconocerse. Alguien con la entereza necesaria para sobreponerse a sus miedos. Una científica capaz de no sacar conclusiones sin haber recopilado antes todos los datos.
Revisa la consola de comunicaciones. No hay ninguna señal de Sersby. Ninguna señal de Lexa. Ninguna señal de las autoridades. Trata de comunicar con Daina pero tampoco tiene éxito en esta labor.
–Siempre fuiste lista ¿por qué te costó tanto hacerme caso? –quiere creer que esta vez ha atendido a sus consejos. Que se ha ido y trata de mantener un perfil bajo–. Ojalá no hubieses sido tan ambiciosa –una vez más vuelve a ver en ella un reflejo de sí misma. Ese brillo que le granjeó su aprecio.
Sentada en su despacho los problemas de diario le resultan irrelevantes. La espera lo inunda todo. Hace la lucha de sus temores para llegar hasta el primer plano de su mente se intensifique. Que afloren nuevas dudas. Nuevos pensamientos de todo tipo que necesita racionalizar, apaciguar o reconducir. Sus esfuerzos se centran en identificar las voces de su discurso interno. En gestionarlas y realizar un silenciado selectivo. En dar prioridad a aquellas que se centran en cuestiones formales.
Porque hay más problemas en su vida. Nimiedades como la posibilidad de haber puesto en peligro su posición en la empresa. En otro momento podría haberle preocupado cuánto ha descubierto Lexa de sus indiscreciones, o a quién se lo ha comunicado. Podría haber llegado a preocuparle cuánto de lo que salga a la luz de las irregularidades de Selish podría afectarle. Asuntos que a día de hoy le resultan del todo irrelevantes.
Se limita a seguir los trámites a través de los canales adecuados. A retomar su investigación y formar a su nueva ayudante tras la pérdida del anterior. A revisar los avances de su antiguo pupilo.
–¿Qué voy a encontrar entre tus notas, Selish? –no hay tristeza en este pensamiento. Tampoco hay sensación de pérdida. Era un joven brillante y a nadie parece haberle afectado su muerte. Este pensamiento le golpea de forma inesperada–. ¿Qué dice del mundo en el que vivo? –esta pregunta genera una nueva grieta en su máscara– ¿Qué dice esto de mí? ¿En qué me he convertido?.
Trata de hacer que la reflexión no pase de ese punto, pero ha perdido por completo el control sobre el flujo de pensamientos. Estos siguen su curso y ella se convierte en su prisionera. En alguien que ni puede hacer nada para impedir que lleguen hasta su conclusión inevitable.
No sabe si Selish tenía familia. No sabe si nadie le echará de menos. Lleva años conviviendo con él a diario y, una vez que ya no está, la persona con quien compartía una gran parte de su tiempo se le descubre como un enigma. Ha pasado de ser un elemento accesorio para sus intereses a convertirse de pronto en… una persona.
–De no ser por cómo ha afectado su pérdida a mis intereses jamás habría sido capaz de llegar hasta algo tan obvio –trata de sentir alguna emoción asociada a este descubrimiento pero, para su horror, lo único que encuentra es un gran vacío. Selish o su destino continúan sin importarle–. ¿Cuándo me he convertido en esto? –quizás tendría que haber hablado con él en lugar de investigarle no se encontraría en esta situación. Quizás tendría que haber tratado mejor a Daina para evitar que se fuese. Quizás debería haber valorado sus logros. Quizás no debería haberla tratado como un mero engranaje más de su maquinaria. Quizás no tendría que haberles ocultado la información a Lexa y Sersby. Quizás todo esto sea culpa suya.
La autoimagen que ha tratado de mantener desde su última gran pérdida salta en pedazos. Se siente decepcionada consigo misma mientras la congoja llega hasta su garganta y ojos. Trata de buscar las respuestas que le han ayudado en otras ocasiones, pero ahora se le hacen vacías. Retórica barata para justificar un egoísmo camuflado. Máscaras bajo las que ha pretendido camuflar la incomprensión y ausencia de empatía.
–Es posible que Sersby y Lexa estén muertos –este pensamiento tantas veces repetido le golpea ahora como nada antes lo ha hecho–. Mis hijos pueden haber muerto.
La historia se repite una vez más. Se repite y ella sigue sin encontrarse preparada para afrontarla. Quizás no haya gestado a Lexa y Sersby en su interior, pero la sensación de pérdida que la invade es igual de poderosa. Sus sentidos comienzan a verse inundados por las imágenes y sonidos del pasado. Rostros desdibujados y voces difusas ligadas a momentos imborrables. Sensaciones que no por remotas le parecen menos reales.
Los recuerdos y el dolor amenazan con consumir toda su personalidad. Con arrastrarla de nuevo hasta lugares de los que creía haber sido capaz de huir para siempre. Necesita algo a lo que aferrarse para evitar la caída. Un segundo de sosiego para comenzar a reconstruirse.
Mira las simulaciones que tiene en curso dentro de sus proyectos, pero ninguna se encuentra cerca de finalizar. Bucea también que los resultados temporales, pero estos tampoco muestran nada especialmente significativo. Dirige su atención hacia sus comunicaciones personales. No hay llamadas desatendidas y tampoco aparece ninguna entre las bloqueadas.
Necesita hacer algo. Centrar su atención en algo tangible. Regresa hasta las simulaciones que introdujo Selish en el sistema. Quizás ni los datos ni los resultados le digan nada, pero puede adoptar un acercamiento diferente. Cambia la visualización de los datos centrándose en los códigos de tiempo. En el momento en el que fue introducido cada uno de los símbolos. En cuánto tiempo dedicó su autor a verificar que había añadido los valor exactos. En asegurarse de que había generado la expresión exacta para responder a las preguntas que estaba formulando.
Dos bloques concretos llaman su atención. El tiempo que les ha dedicado es con mucho superior al de todo lo que les rodea. Quería asegurarse de que cada palabra, cada glifo y cada marca eran correctos antes de continuar. Posiblemente los revisase una y otra vez antes de seguir hacia el siguiente.
Busca esos símbolos en las bases de datos científicas sin éxito. El conjunto como tal no aparece reproducido en ningún otro lado, y los símbolos por separado no parecen tener un significado propio.
Todo esto es una pérdida, a menos que…
–Elesha –abre un canal de comunicación con la sustituta de Selish– por favor, ¿podrías revisar estos datos y acudir a mi despacho después de hacerlo?
–Voy ahora mismo –la joven parece nerviosa, aunque quizás sea excitación–. Perdón, no me había quedado con la última parte –apenas lleva unos días bajo su mando y aún no sabe muy bien qué esperar de ella, pero–. Da igual, voy igualmente y lo miro por el camino –parece que habla más para sí misma que para Inari.
–¿Permiso? –Elesha no tarda en llegar. En su voz casi puede detectar una leve falta de aliento debido a las prisas.
–Por supuesto –su ímpetu le resulta refrescante–. Adelante.
–No sé muy bien que querías que mirase de todo esto –ni siquiera le mira mientras habla, sino que sus ojos se dedican a recorrer la proyección de los datos–. ¿Es de alguno de mis proyectos?. No sabía que hacíamos este tipo de pruebas aquí, aunque...
–Quizás he sido un poco vaga en mi petición, disculpa –le interrumpe para tratar de controlar una verborrea que parece a punto de desbocarse–. Son simulaciones de tu predecesor, pero no soy capaz de ubicarlas en ninguno de sus proyectos. Aunque llevas poco tiempo, esperaba que pudieses ayudarme a centrarlo.
–Yo diría que esto es matemática ixeliana, aunque no soy ninguna experta en el asunto.
–Me temo que sé menos que tú a ese respecto.
–Física de Ixelos. Ecuaciones sobre las macro–estructuras planares y cosas de ese estilo.
–¿Podrías tratar de traducción lo que acabas de decir a un lenguaje que pueda comprender? –trata de calmarse y mantener la compostura. Hablar con un físico siempre le ha resultado algo complicado–. Ninguno de los términos que acabas de utilizar me ayudan a entender de qué me estás hablando.
–Uf. Esto es un poco complicado hasta para un axiofísico. ¿Conoce algo del Paradigma de Nambda?
–Me temo que sigo sin tener la menor idea de lo que me hablas.
–Vaya. Esa era la parte más asequible. Veamos –activa la pantalla de una de las paredes y comienza a dibujar– Supongamos que el universo es una esfera.
–¿En serio? –Inari no puede evitar soltar una carcajada. Algo de lo que ya no creía ser capaz. Ayer le habría enfadada por la falta de contención que demuestra su subalterna, pero ahora agradece esa espontaneidad– ¿Vas a usar el tropo de los animales esféricos?
–Sí, como en el chiste –Elesha le devuelve una sonrisa sincera y chispeante. Una que muestra una cercanía que no se corresponde a la relación que han tenido hasta el momento. Algo que, en otra situación, podría haber interpretado como una falta de respeto, pero que hoy le ofrece un entretenimiento al que aferrarse–. Supongo que sí que hay algo de verdad en lo que dicen de los físicos.
–Disculpa. Continúa.
–Bien. Si nos centramos en modelo teórico clásico, el universo se encuentra formado por la interacción de un gran número de fuerzas –comienza a dibujar varias esferas de distintos tamaños que se solapan entre sí–. Se podría decir que la posición de nuestro universo se hallaría ubicada dentro del área de efecto de estas, en el punto central en el que todas ellas entrarían en contacto. Bueno, en realidad no sería el centro, pero...
–Sí, sí. Conozco ese modelo.
–Esta sería una aproximación básica. Algo que, si bien es un acuerdo de mínimos, sería válido para la práctica totalidad de los distintos campos de estudio relacionados con la física. Si somos capaces de desglosar estas fuerzas primarias, medirlas y averiguar en qué medida nos afecta cada una de ellas, somos capaces de “entender” el universo. De predecir cómo se va a comportar, ya que siempre lo hace de acuerdo a un conjunto de “reglas fijas”. Ahora, supongamos que estas fuerzas no fuesen algo estático. Que, ciñéndonos a este modelo, esas esferas rotasen sobre sí mismas. Eso añadiría un nuevo factor al análisis y comprensión de las reglas que rigen al universo. En realidad varios, porque la velocidad de… giro. En realidad no sería un giro porque no tienen porqué ser esferas, pero ya me entiendes, es por simplificar. La velocidad a la que rota, se mueve o interactúa cada fuerza puede ser diferente. Este vendría a ser, a grandes rasgos, el Paradigma de Nambda.
–¿No forma parte esto del “Corpus Arcano”?
–… sí. Se podría decir que sí. A fin de cuentas casi toda la axiofísica bebe de los teoremas y modelos de Arcanus. Pero su teoría del solapamiento y la fricción es algo más complejo que todo esto.
–Lo siento, no pretendía interrumpirte.
–No te preocupes –mientras trata de recuperar el hilo de su discurso sus ojos se iluminan súbitamente–. Perdone, pero se me acaba de pasar por la cabeza y, si no lo pregunto ahora, va a estar dando vueltas ahí hasta que lo suelte –a pesar del cambio en su manera de referirse a ella a mitad de frase, su expresión no pierde en cercanía, calidez y candidez–. ¿Usted llegó a conocer a Arcanus?
La pregunta no le pilla de improviso. A fin de cuentas, Iorum es el casi el santo patrón de los físicos. El padre de la axiofísica. La razón por la que en algunos círculos académicos este campo de estudio es denominado también como “Ciencia Arcana”. Aun así, saber esto no evita que esta conversación no le resulte siempre una molestia. Sabía que llegaría antes o después, pero le habría gustado que eligiese otro momento.
–No. No llegamos a coincidir nunca –miente como siempre hace, y Elesha no puede ocultar la decepción en su rostro–. Por supuesto, hubo un tiempo en el que era casi imposible que su nombre no surgiese nunca en el mundo académico, pero nunca me interesó su obra. Estábamos demasiado alejados ya fuese en nuestras áreas de interés o en lo geográfico.
–Sin embargo en varias de sus investigaciones se están tratando de aplicar algunos de los teoremas derivados de su trabajo. Vamos… esa es la razón por la que estoy aquí…
–Por supuesto. No pretendo negar su importancia histórica. Quizás sea vieja, pero esto no implica que haya dejado de aprender. En su día no fui capaz de ver el potencial de lo que teorizaba –decide cambiar un poco el relato para zanjas la conversación–. Aun así,tampoco voy a negar que durante aquellos días sí que llegué a sentir curiosidad acerca de algunas de las cosas que se decían de él –añadir un poco de verdad nunca hace daño a la historia–. He de reconocer que, antes de su desaparición, su longevidad resultaba algo altamente anómalo y, por qué no decirlo, interesante –una característica de la que no fue consciente hasta que Rogani se lo hizo saber mucho después de su “desaparición”. Hasta que la utilizó para hacer que sus caminos se cruzasen.
–Perdona. Espero no haber sido muy impertinente. Es que me cuesta hacerme a la idea de que trabajo para alguien que estaba viva hace un milenio.
–Si solo fuese un milenio –sonríe de nuevo e intenta mantener el tono distendido para tranquilizar a su ayudante–. No hace falta que te disculpes. Por favor, continúa.
–Sí, sí. ¿Dónde estábamos? Perdona… Ah, sí, Ixelos. Vale, mmm. Tenemos un montón de elementos externos en movimiento constante. Fuerzas cuyas colisiones e interacciones darían como resultado cosas como la gravedad, el magnetismo, la luz, el tiempo o el flujo de vajda. O igual estos elementos son realmente las fuerzas a las que nos referimos. Hay bastante división a ese respecto. A fin de cuentas no dejan de ser palabras que nos hemos inventado. Meras traslaciones, descripciones, acotaciones e intentos por llevar hasta el lenguaje ciertas abstracciones que nada tienen que ver con él.
–Sí, sí. Te sigo.
–Perdón, esto me suele pasar a menudo. ¿Dónde estaba?. Sí. Ahora, supongamos que, estas fuerzas, no solo no están inmóviles, sino que tampoco son uniformes en toda su… extensión. Mmmm, no, “extensión” no sería la palabra, pero no se me ocurre nada mejor. En fin. ¿Qué pasaría cuando entran en contacto las partes... “anómalas” de sus estructuras?.
–Me cuesta un poco seguirte.
–Lo siento. Todo esto es muy teórico y voy a necesitar ir un poco más allá. Supongamos que, no solo se mueven sobre sus… “propios ejes” sino que, además de todo esto, todas estas fuerzas existen y se mueven dentro de una “macro estructura”. En algo mayor que ellas. No solo eso, supongamos que, dentro de esa macro estructura, existen también otras fuerzas con las que nuestro universo no está, o al menos no está siempre, en contacto. ¿Cómo podríamos llegar a saber de ellas? ¿Cómo podemos llegar a medir el impacto de lo que… “no está ahí”?
–Obviamente, no podríamos.
–Bueno, eso no es totalmente cierto. Porque “no está” ahora pero, hipotéticamente, de ser válido este modelo, en algún momento en el tiempo sí que ha podido coincidir con nosotros. Pues, bien, este es el Paradigma de Ixelos.
–Pero esto no tiene mucho sentido –recuerda haber tenido discusiones similares con Arcanus. Debates en los que terminaba con las ideas aún menos claras que cuando empezaron, pero no puede evitar el buscar un mínimo de racionalidad detrás de estas afirmaciones–, ya no están… No tenemos manera de saber qué partes de nuestro universo vienen de ahí, y cuáles “siempre han estado”.
–Cierto, o quizás nunca lo han estado. Pero centrémonos en aquellas que sí han estrado en contacto con nosotros. De poder encontrar el momento y lugar en el que se ha producido una de estos contactos, una de estas anomalías, un “solapamiento”, de nuevo, hipotéticamente hablando, se podría tratar de “tirar del hilo” de este contacto. A partir de las consecuencias de alguno de estos solapamientos, se podría tratar de reproducir la cadena de eventos y movimientos que han llevado hasta él. De ir recorriendo el camino inverso hasta llegar al origen.
–Entonces… ¿qué pregunta trataban de responder estas ecuaciones? –trata de llevar la conversación hasta lo que la originado– ¿Qué pretendía Selish con ellas?
–No lo sé… –ahora es Inari quien no puede ocultar su decepción–. Eso es lo que me ha parecido. Tampoco estoy muy puesta en las teorías de Ixelos más allá del temario básico de la carrera. Pero sí, algunos de los símbolos cuadran y la estructura de las ecuaciones se da un aire a su pseudocódigo. Lo que no sabía era que existiese un lenguaje de programación para plasmarlas y procesarlas. No creía que se tratarse de un paradigma tan popular como para que alguien haya creado un compilador para cualquier sistema. Mucho menos para uno tan específico como el que tenemos aquí. Aunque, claro, tiene sen…
–Muchas gracias, Elesha –opta por detenerla antes de que vuelva a divagar. Puede que la charla le haya aportado un breve momento de levedad, pero no puede evitar la sensación de que esto ha sido una mera distracción. Que nada de lo que acaba de aprender le va a servir a la hora de dar con el paradero de… los desaparecidos–. Por lo que me comentas, nada parece indicar que esto pueda pertenecer a algún proyecto de la empresa. Quizás se trate de algo personal. Lo que no sé es la razón por la qué puede haber aparecido dentro de los trabajos que tenía bajo mi supervisión.
–No lo sé. Aún me estoy poniendo al día, pero no veo que encaje con nada de lo que he visto hasta este momento.
–Por favor, regresa a tus proyectos –no tiene sentido alargar esto durante más tiempo–. No quiero hacerte perder más tiempo.
De nuevo a solas, casi de manera mecánica, comienza a revisar una vez más los escasos datos de los que dispone.
–¿En qué estabas pensando? –la recriminación no tarda en llegar– ¿Quién te crees que eres? –solo es una mujer de ciencia– ¿Qué esperabas conseguir? –alguien dedicado a búscar genomas y cadenas de ADN, no en personas desaparecidas.
Puede haber superado los tres milenios de vida pero, en lo tocante a este asunto, no deja de ser un cero a la izquierda. Se ha dedicado a especular para no sentirse totalmente impotente, pero no hay nada que soporte sus hipótesis.
–¿Tienen alguna base mis sospechas acerca de Rogani o Arcanus? –no. No tiene nada basando en la evidencia. Ni siquiera sabe si las investigaciones de Selish y Daina están relacionadas con las desaparición que le afligen. La duda se hace cada vez más fuerte. Lo inunda todo, pero se resiste a abandonar –¿Debería informar a las autoridades de mis sospechas? –se da cuenta de lo ridículo de este pensamiento. Quizás tenga razón en sus sospechas, pero proferir ese tipo de acusaciones solo serviría para que la tomasen por loca– Seguro que se apañan perfectamente sin necesidad de que les interrumpa.
El resto de su jornada laboral transcurre en un estado casi onírico. Su cuerpo está en las instalaciones de la empresa pero su mente permanece en otro lugar. Es consciente de las reuniones, de las caras de extrañeza ante su comportamiento y de los datos que le son presentados, pero nada de esto queda grabado en su memoria a largo plazo.
Finalmente llega a casa y realiza las tareas diarias también de forma automática. Ha logrado acallar sus pensamientos intrusivos durante horas, pero sabe que esto no durará. Que no va a ser capaz de mantener ese ruido blanco en su mente durante mucho más tiempo. Necesita algo sobre lo que centrar su atención. Una distracción que espera poder encontrar en la consola de comunicaciones, pero se equivoca. Nadie ha tratado de ponerse en contacto con ella.
Mientras el debate interno comienza a resurgir, decide ser ella quien mueva ficha. En el registro de conexiones permanecen los identificadores de quienes se pusieron en contacto con ella. Las tres llamadas de ayer continúan siendo las primeras que aparecen en el registro. Esta vez sera ella quien se ponga en contacto con las autoridades. No espera obtener una respuesta a sus preguntas pero, como mínimo, confía en que esto le permita alcanzar un estado en el que pueda dormir. La sensación de haber hecho lo que está en su mano.
–Lamento comunicarle que no dispongo de información relevante a cerca de su caso –en las dos primeras conexiones es recibida por una IA automática. Muy probablemente haya sido redirigida al mismo lugar en ambas intentonas. Pero la tercera llamada es distinta. Al otro lado encuentra un interlocutor humano. La respuesta es la misma, pero hay algo en el tinte de voz que le lleva a presionarla.
–Es probable que nuestra apreciación de lo que es relevante difiera –hay algo en la expresión de la agente que le dice que miente. No se trata únicamente de la manera en la que trata de evitar su mirada, sino de algo más. Una sensación a la que se aferra desesperadamente–. Solo quiero saber si se ha producido algún avance. No me importa lo ínfimo que sea. Necesito saber que este no va a ser otro caso no resuelto.
–Cuando dispongamos de información contrastada nos pondremos en contacto con usted –una vez más es capaz de detectarlo. Hay una cierta vacilación en su voz. Una incomodidad que casi parece capaz de recorrer la distancia física que las separa.
–¡¿Me está diciendo que no tienen nada?! –decide probar suerte una vez más y recurre a la ira– ¿Que mi hija puede estar agonizando y nadie va a mover un dedo? –una ira en la que le cuesta poco sumergirse– ¿Que ha desaparecido una agente gubernamental y que no se ha creado un equipo especial para investigar el caso?
–Señora, por favor, cálmese. Estamos...
–¡No me pida que me calme! –finalmente explota dejando salir toda la rabia y el miedo que ha estado conteniendo durante estos dos días–. ¡No se atreva a decirme que están haciendo todo lo que está en su mano! –ya no se trata de una herramienta de presión. Ya no queda espacio en su mente para estrategias–. ¡No me trate como a una estúpida!.
–Aún no sabemos…
–¡No me diga lo que no sabe, dígame lo que sí que han descubierto! –en su mirada hay mucho más que ira. Mucho más que dolor. Más allá de la rabia pura que apenas logra evitar que se escapen las lágrimas también hay una súplica.
–Lo siento mucho, señora, pero no puedo hacer más.
Su interlocutora cierra el canal dejando a Inari temblando. Se encuentra cerca del colapso. El estado emocional que ha permitido que se libere se niega a abandonarla. Permanece ahí, de pie e inmóvil, inhabilitada de tomar cualquier decisión. Su mente no se ve capaz de traer hasta ella otro momento en el que no se haya sentido así. No es capaz de determinar cuánto tiempo ha permanecido en esta situación antes de que el sistema le saque de este trance. Se ha producido una conexión. Un envío desde un origen anónimo. Trata de averiguar la identidad o ubicación de su origen, pero el remitente ha ocultado cualquier indicio que ella sea capaz de rastrear. El canal ya no existe por lo que no puede devolver la llamada. Junto al envío solo hay una nota: “Lo siento. Lo siento enormemente. Por favor, no lo vea ahora. Las imágenes no son agradables, pero creo que necesita saberlo”.
Sabe que es un error, pero esto no le impide proceder. La persona que le ha enviado esto tiene razón, necesita saberlo. Su voz tiembla mientras pide al sistema que reproduzca el envío.
Ante ella se muestra una calle cualquiera. Una escena embebida dentro de un marco. Una de la multitud de señales que tiene a su disposición. Esa misma escena ha sido grabada por cerca de un centenar de cámaras que barren gran parte del espectro electromagnético.
No conoce esta ubicación. Tal y como se le muestra, no sabe si se encuentra en esta ciudad o en cualquier otra. Procediendo desde la esquina inferior izquierda de la proyección aparece una figura. Aún no tiene las dimensiones necesarias como para poder identificarla, pero camina claramente con dificultad. Una extraña imperfección en la imagen va acompañado su trayecto. Hasta que no alcanza una posición cercana al del centro de la proyección no es capaz de ver que carga con algo.
Esta amasijo de formas da la espaldas a la cámara. Antes de llegar a las coordenadas centrales, la figura se detiene y parece dejar caer algo con mucho cuidado. Con una mezcla de urgencia, dolor y ternura.
–Pausa y amplía la zona entre las cuadrículas cuatro y cinco –A esta distancia apenas puede ver ningún detalle de lo que está teniendo lugar–. Cámara tres.
La imagen se centra alrededor de la única persona que parece haber en la calle. Lexa parece agitada. Su rostro expresa diferentes clases de dolor. También es capaz de leer en sus facciones el nerviosismo que ha detectado antes. Una sensación reforzada por su lenguaje corporal. Está asustada e indecisa. Nunca la ha visto en este estado.
Centra su atención en lo que ha dejado. No tiene duda de lo que va a encontrar ahí, pero necesita confirmarlo. Toma el control manual del foco para sortear la silueta de Lexa. Para ver el cuerpo de Sersby tendido en el suelo.
La escena continúa pausada y duda. Sabe que continuar con la reproducción no le hará ningún bien. Que lo único que logrará será más dolor. Pero le puede el deseo de estar equivocada. Hay algo casi irreal en la escena. Verlo a través del proyector lo hace más fácil. Las fluctuaciones en la imagen le dan un aire de ficción. Algo a lo que poder aferrarse si sus temores se ven confirmados. Aun así, la decisión de volver a mirar a las imágenes se le hace muy dura.
Necesita recuperar a su otro yo antes de retomar el visionado. Convertirse en ese personaje que no contempla a dos seres vivos. Convencerse de que ahí no hay nadie que le importe. Que ante ella solo tiene a los sujetos de un experimento.
Busca una manera de modificar la señal que le está siendo mostrada. Las grabaciones que le han proporcionado disponen de una gran cantidad de orígenes distintos. Espectrografías de un gran número de longitudes de onda. De fuentes que pueden ser descompuestas. Puede jugar con los espectros lumínicos para que le oculten lo que no desea ver. No quiere tener ante ella a personas sino masas de color. Datos. No desea contemplar sus rostros.
Juega con los controles hasta que todo se vuelve abstracto. La información que aparece ante Inari no tiene sentido. Los indicadores de la temperatura corporal de Sersby está totalmente disparados. No corresponden a los de una persona muerta o a alguien cuyas funciones vitales se estén apagando… pero tampoco muestran los datos de nadie que pueda estar vivo. No al menos si esa persona es alguien humano. Pero sus hijos no son completamente humanos.
La mezcla del material genérico de una inmortal con el de Arcanus dio como resultado a algo anómalo. A algo que, al igual que sucedía con el ADN de Arcanus, no encajaba con la definición que “humano”. A algo que Inari no se había cruzado a lo largo de su existencia. Lo que le muestra la grabación no se asemeja en nada a lo que conoce. No se parece en nada a las dos criaturas cuyos primeros años de existencia fueron un infierno. A los seres que en primera instancia, fascinaron tanto a Inari como a Rogani. Aquellas para las que diseñaron los cientos de terapias genéticas que fueron necesitando para su supervivencia. Conoce sus patrones energéticos. La manera en la que están trenzadas sus secuencias genéticas. Pasó décadas refactorizándolas. Convirtiéndolas en algo capaz de existir más allá del laboratorio. Realizando constantes pruebas de estrés antes de permitirles salir al mundo.
Conoce sus umbrales de respuesta a miles de frecuencias. La manera en la que sus partículas reflectan o se entrelazan con cientos de longitudes de honda. Pero estos valores no se corresponden a nada que haya visto con anterioridad. Aun así, nada de eso importa.
–Está vivo –esta es la única conclusión que es capaz de sacar de lo que está viendo. Sabe que este pensamiento se debe más al deseo que una afirmación basada en la evidencia–. Parece haber actividad cerebral –de nuevo se encuentra aferrándose a un clavo ardiendo–. Si consigo llegar hasta él podré curarle.
Reanuda la reproducción. Lo hace sabiendo que que ha fracasado en el propósito con el la ha decidido afrontar esta prueba. Su parte analítica está comprometida. Vuelve a ser la madre, no la científica.
La lecturas de los patrones de calor que ve en el cuerpo de Lexa tampoco coinciden con nada que conozca. Su temperatura no deja de crecer haciendo que su silueta destaque por encima de todo lo que la rodea. Quizás no haya alcanzado los niveles de Sersby, pero sí que están muy por encima de los que se corresponden a un cuerpo sano.
Su distribución no es uniforme y el foco de este calor se encuentra situado en la mitad superior de su cráneo. Se pregunta si la desorientación y el miedo que veía antes en su rostro se debe a esto. Formula teorías que no puede validar. Si los valores que puede ver son correctos, tendría que estar inconsciente. La fiebre ni siquiera le permitiría estar erguida y tendría que estar sudando ostensiblemente. Hay algo más. Algo que se le escapa.
–¡Vusarch! –la voz de su hija le devuelve hasta la realidad de la escena– ¡necesito transporte urgente ya! –la temperatura de su cuerpo no deja de crecer con cada palabra que pronuncia–. Esto no va a terminar así, esto no va a terminar así. Piensa, piensa.
Continúa habiendo algo en la escena que no termina de encajar. Una pieza que provoca que se active un resorte de su visión. Un defecto en la imagen que no parece afectar a una única cámara que ha grabado la escena. Se lo ha parecido ver en plano general, pero entonces ha achacado este falló a su estado de tensión. No se trata de algo que afecte a la escena en su conjunto sino que está centrado en la figura de sus hijos. Una imperfección que también se encuentra presente en la capa térmica. No es capaz de detectar nada anómalo a simple vista pero, en ciertos momentos, el refresco de cada nuevo fotograma no parece uniforme.
Detiene de nuevo la reproducción y la hace avanzar paso a paso. Este efecto no se aprecia en cada uno de ellos, sino que surge de una manera en apariencia aleatoria.
Durante lo que le parecen horas hace que la grabación avance ajustándose a sus segmentos de tiempo más precisos. Lo hace hasta que, finalmente, cree haber dado con lo que buscaba. Hasta que la extrañeza en su visión queda localizada y corregida. Hasta una fracción de segundo en la que la silueta de sus hijos que le muestra la proyección aparece levemente distorsionada.
No es capaz de discernir si falta o sobra algo en la imagen. Tras eliminar el filtro térmico de la proyección la discrepancia continúa. No es hasta que decide realizar un rastreo por las distintas capaz que componen la imagen que detecta el error. En una de ellas sus hijos no aparecen. No sabe a qué parte del espectro lumínico, qué armónico o qué frecuencia de onda atiende esta capa, solo sabe que sus hijos han sido eliminados de ella.
–¿Qué me estáis ocultando? –su primera reacción es la de la sospecha– ¿Por qué borrarlos únicamente de un fotograma aleatorio. ¿Por qué no de todas las capas? ¿Por qué hacerlo en esos momentos precisos?
Centra su mirada en esa señal en concreto y hace retroceder la grabación. Dos microsegundos antes la información correspondiente a la silueta completa de sus hijos se le muestra. Veinte después vuelve a desaparecer ciertos segmentos. Setenta más adelante desaparecen por completo.
Tras llevar a todas las cámaras hasta esos segmento de tiempo y hace un rastreo por todas las frecuencias de onda que contienen. El flujo de información de las diferentes señales no es coherente. No sabe cuál es el propósito o tecnología utilizado en cada una de ellas, por lo que puede haber una razón simple detrás de estas discrepancias. Por otro lado, tampoco es capaz de interpretar todas señales que tiene a su disposición. De cualquier manera, hay un hecho inequívoco: en algunas de ellas, y en ciertos fotogramas, no se puede ver a sus hijos total o parcialmente.
Por otro lado, cuando llega ese momento, nada cambia a su alrededor. Su presencia se ve alterada o parpadea en estos canales, pero la ciudad permanece.
Su mente vuelve a funcionar a un ritmo acelerado, pero ninguna de las nuevas teorías que formula tiene sentido. No hay patrón, no hay nada que pueda resultar significativo. Nada puede ser tan concreto y específico como para actuar únicamente a un lapso de tiempo tan breve y una espectrométra tan acotada. Todo parece demasiado arbitrario como para formar parte de cualquier tipo de planificación.
Comienza a tener migrañas y sus ojos están irritados y exhaustos. El esfuerzo al que los está sometiendo es casi enfermizo. No sabe durante cuánto tiempo ha estado analizando el mismo segundo desde lo que parecen infinitos ángulos.
–¿Qué estás haciendo? –le basta con cerrar los ojos durante un momento para verse obligada a pensar acerca del propósitos real detrás de este impulso obsesivo–. Centrarte en los detalles no va hacer que el resultado final cambie –solo está tratando de retrasar lo inevitable.
Todo su cuerpo está agotado por la tensión de la espera. Nota sus manos, hombros y espalda agarrotadas por la posición que ha mantenido durante tanto rato. Mira el reloj y comprueba que han pasado más de diez horas desde que empezó. No tiene sentido retrasar esto durante más tiempo. Retrasando lo inevitable no cambiará nada. Lo que tiene ante ella no deja de ser el pasado.
Restaura los controles a sus valores originales y continúa sus labios se abren para dar la orden. Su estómago se encoje y las palabras no salen. Duda una vez más. Sigue buscando algo a lo que aferrarse, pero no encuentra nada.
–Continuar reproducción.
Contempla cómo la sensación de inquietud y urgencia desaparece del rostro de Lexa. Cómo adopta un rictus agónico similar al de su hermano. Cómo sus dientes parecen mellarse por la presión que ejercen unos sobre los otros. Cómo lucha. Cómo no parece rendirse ante lo que le está pasando.
Partes de su cuerpo comienzanan a verse borrosas. Parece como si algún tipo gas o radiación estuviese interfiriendo la cámara allí donde está ella.
Instantes después, partes de la ropa que cubre su hombro izquierdo se desintegra. Los restos que caen hasta el suelo provocan que este se disuelva. Aquellos que caen sobre el cuerpo de Sersby hacen que este también comience a descomponerse.
En las porciones de su cuerpo que han quedado descubiertas no se puede ver su piel. Lo único que es capaz de ver es una forma de onda fluctuante. Algo que no debería ser perceptible a simple vista. Que parece extenderse por su cuerpo. Que, durante un breve momento, hace que se expongan al aire sus músculos, nervios y huesos antes de consumirlos.
Lexa continúa viva, continúa consciente, continúa erguida, continúa luchando, pero no puede evitar que un grito agónico salga de su interior. Un grito cuya frecuencia se ve afectada cuando lo que se propaga por su ser alcanza a uno de sus pulmones. Un sonido que perfora los oídos de Inari.
De forma súbita, toda la estructura de sus hijos se ve comprometida. Se han vuelto molecularmente inestable. Una imagen que no le es nueva. Que aún le persigue en sus pesadillas de los tiempos en los que se vio forzada a someterles a dolorosas terapias genéticas.
Acto seguido, una nueva firma energética se solapa sobre sus cuerpos y estos se colapsan. Desaparecen como si nunca hubiesen estado ahí. El único recuerdo que queda de ellos son los restos y marcas de su descomposición.
Inari no es capaz de apartar la mirada en ningún momento. Se encuentra congelada buscando una manera de racionalizar lo que tiene ante ella, pero fracasa. Su mente no es capaz de formar ningún pensamiento coherente. Su cuerpo no puede llevar a cabo otra acción que no sea emitir un gemido agónico de negación y locura. Las lágrimas arden en sus pupilas. El grito de dolor no es capaz de abandonar garganta.