En el interior de esta cacofonía, apenas es capaz de percibir las masas conceptuales en tensión de sus acompañantes. La atención con la que todos los participantes del proyecto observan y se enfrentan a los últimos pasos del camino resulta palpable. El cuidado con el que guían y re-encauzan los movimientos resultantes de su trabajo, raya en lo obsesivo. Algo que, por otro lado, le resulta perfectamente comprensible. Quizás para ella y los suyos, este trabajo se haya prolongado durante apenas dos siglos, pero para el resto supone la preservación del trabajo de toda una vida.
Lentamente, los vínculos que atan la macroestructura del Cúmulo Seliano a su continuo axiomático nativo son retirados con precisión quirúrgica. Mientras los autores van descubriendo las consecuencias del gran acto final de su obra, su concentración se intensifica. A las alteraciones previstas en las trayectorias de cada uno de los miles de billones de elementos únicos que gestionan, se suman los movimientos de las fuerzas y conceptos que tratan de llenar ese espacio ahora vacío. Entran en juego hilos hasta ahora permanecían invisibles a sus capacidades perceptivas. Engranajes de la mecánica cósmica de los que nunca antes habían sido conscientes. Reubicaciones inesperadas que, para su alivio, parecen respetar los márgenes de error que habían previsto. Pero nada de esto hace que el factor de incertidumbre disminuya.
Cada una de las grietas que surgen dentro de la materia contextual está repleta de nuevas preguntas. Allí donde miran a todos los niveles encuentran algo nuevo. Algo inesperado. Algo que desean analizar y cuantificar. Pero no pueden hacerlo. No pueden interrumpir su tarea cuando tienen el final del camino a su alcance. Cada herida causadas a incontables realidades es suturadas por los sistemas secundarios de contención, alejando su atención de lo que dejan atrás. La maquinaria demuestra comportarse con la misma eficacia y delicadeza que en las simulaciones. Han de seguir el plan hasta el momento en el que sean capaces de confirmar que la estabilidad del conjunto no se ha visto comprometida.
Por un breve instante, hay algo en esta idea que perturba a Mugebe. Hay algo que se le escapa, lo sabe. Algo que no han tenido en cuenta. Pero ya es tarde y este es el peor momento posible para dedicar su mente a otros menesteres. La idea está “ahí” buscando un lugar privilegiado dentro de sus procesos mentales. Luchando por aflorar. Lo hace con tanta intensidad que apenas logra retenerla en un segundo plano e impedir que atraviese los territorios que la separan de...
–¿Preparada? –el mensaje de Yago logra que se centre.
–Claro.
El Cúmulo ha llegado hasta sus coordenadas. En ellas es recibido por ella y sus compañeros. Por individuos cuya naturaleza, composición y sentidos han sido adaptados especialmente para el momento y lugar en el que serán necesarios. Cada uno de ellos acompaña la trayectoria del inmenso constructo cuyo cuidado les ha sido asignado en esta fase concreta e incierta de su tránsito. La tensión a la que se ven sometidas todas las partes que integran este proceso es perceptible a lo largo de cada aspecto y cada espacio que forman parte de él. Sus repercusiones se dejan sentir entre cada segmento y cada intersticio del flujo de improbabilidad y concreción. Con cada imprevisto y cada retraso. Muguebe repasa de nuevo el procedimiento mentalmente al tiempo que se lamenta una vez más del escaso tiempo que ha tenido para realizar preparativos y simulaciones. Realiza una y otra vez sus cálculos como si en este instante fuese a cambiar algo. Fuerza su mente hasta que, finalmente, el Cúmulo finaliza su viaje y el silencio lo inunda todo. No más mensajes. No más urgencia. No más correcciones.
–Primera fase completada –por primera vez desde que la llamó, la información que transmite Yago hasta el tapiz de comunicaciones está libre de urgencia. Los datos, emociones e imágenes que propaga en este segmento de la esfera del plano mental son recibidos con una mezcla de expectación, aprobación, alegría contenida y alivio por gran parte de sus destinatarios.
–Deberíamos esperar a que se estabilice –Mugebe no se encuentra entre las personas que reciben con aprobación la transmisión. Como con todo lo que ha rodeado a este proyecto, parece que las prisas no van a terminar nunca–. Quedan muchas comprobaciones por hacer.
–La información es correcta. Se ajusta a tus cálculos. Me resulta chocante confiar más en tu plan y tus capacidades que tú misma.
–No me hagas la pelota. Eso lo sabíamos los dos antes de que empezase todo esto. Si tanto confías en mis capacidades, quizás deberías seguir haciéndome caso.
–A estas alturas pensaba que estarías deseosa de volver a casa.
–Otro par de siglos adicionales no van a suponer una gran diferencia. Aquí el de las prisas eres tú. No pretendas usarme como excusa.
La reacción general a su comentario le resulta totalmente inesperada. Por un instante, se hace el silencio. Las comunicaciones cesan en todos los canales y nota que se ha convertido en el centro de atención de este segmento de la realidad. Todo sucede de una manera tan abrupta e incómoda que, en primera instancia, no es capaz de interpretar su significado.
–Parece que soy la única aquí que no tiene prisa –trata de reconducir el ambiente impregnado su comentario con un tono desenfadado, pero el silencio permanece durante lo que percibe como eras–. Vosotros haced lo que queráis, pero luego no me pidáis responsabilidades –trata de mantener el tono, pero no es capaz de evitar que retazos de frustración se filtre junto a el último mensaje.
Tan rápido como había cesado, la comunicación comienzan a propagarse por todo el espectro. Por primera vez desde que llegó, Mugebe es capaz de intuir las porciones del Cúmulo que interesan a cada participante de la expedición. El flujo de información entre estos y las sondas que han posicionado en diversas zonas se vuelve frenético. Si hay algo que le queda claro, es que Yago no es el único ansioso por explorar este nuevo lugar que han creado.
–¿Vamos? –el mensaje llega desde una persona que no es capaz de localizar. Alguien que parece poner voz a la mayoría de los presentes.
–Sí –la respuesta del resto de es unánime y casi instantánea.
–Yo esperaré a lo que diga la experta –Yago es el penúltimo en responder. Mientras el resto comienzan a alejarse, él se limita a contemplarla con una mezcla de sorna y ruego.
–De acuerdo. De acuerdo. Vamos. Supongo que estoy sola en esto. Pero conste que luego no aceptaré reclamaciones.
Abandonan el subplano en el que se encuentran dejando que el resto se adelanten. Se desplazan a través de las corrientes axiomáticas y armónicos de probabilidad. Dejando atrás las formas y naturalezas que adoptan para ser capaces de existir en cada una de las coordenadas contextuales que atraviesan. Liberándose de condicionantes que los lastren o factores externos que puedan llegar a interferir con el fluir de los instantes. Por más humanos que se consideren a sí mismos, en estos momentos, cada uno se mueve por conceptos e ideas que poco tienen que ver con aquellos de la realidad que los vio nacer. A lo largo de su tránsito son recibidos por los diferentes aspectos que adoptan el tiempo y el espacio en cada lugar que atraviesan. Entornos que se ven afectados de maneras imprevistas por cada gesto, cada mensaje y cada interacción que proyectan. Por su mera presencia y análisis. Descubriendo casi al mismo tiempo las características de aquello que atraviesan y en qué han de convertirse para poder seguir avanzando.
–¿No es hermoso? –el mensaje de Yago no rompe únicamente la quietud, sino que también moldea el contexto a través del que viaja. En él no se transmite únicamente la pregunta, sino también una emoción pura que se impone con viveza sobre el resto de la información. Un orgullo que impregna cada una de sus ideas.
–Tendrás que ser un poco más específico.
–Cierto. Perdona. Las maravillas que nos rodean son tantas que cuesta centrarse. Pretendía referirme al Cúmulo. Desde que contemplé su nacimiento no he podido apartar mis sentidos de este ínfimo segmento de cuanto existe.
–Para sentir semejante afecto por él, no pareces haber demostrado el mismo cariño por la realidad en la que surgió.
–Estás siendo injusta. La extracción ha sido hecha con el mayor de los cuidados para no dañar su entorno natural.
–Y eso es algo que no entiendo. Sí, hemos tratado de preservar en la medida de lo posible los territorios contextuales que colindaban con el Cúmulo, pero eso no los salvará de ser destruidos dentro de unos milenios.
–Somos finitos. Llegamos hasta donde podemos.
–Lo sé, pero no le veo ningún sentido a tratar con semejante delicadeza y miramientos todo lo que hemos dejado en su lugar. A fin de cuentas, sus días están contados. Si teníais intención de permitir que se extinga, la causa raíz de su destrucción debería resultar irrelevante. Cuando planteaste los requerimientos no se me ocurrió, pero hasta que no estuvimos en plena operación no me había alcanzado la ironía y la futilidad.
–Tu pragmatismo te puede, Mugebe. Por supuesto que importa cuál sea la causa de la destrucción de cualquier parte de la realidad.
–Me temo que no comparto el sentimiento –tras un breve instante de duda, Mugebe descarta un acercamiento diplomático–. Preservar un pequeño rincón del “Todo” que ya está condenado, arriesgando con ello lo que se pretende salvar puede resultar fatal –a pesar de lo directo del mensaje no pretende ser brusca–. Muchos de estos constructos no dejan de ser meros accidentes frágiles y efímeros. No conviene enamorarse de ellos. Eventos como el que hemos evitado solo sirven para demostrarnos que existen pocos conceptos tan duraderos como nosotros.
–Sin embargo, todo ha salido bien. La apuesta ha sido exitosa. De haber sido capaces, ten por seguro que también habríamos tratado de evitar lo causa raíz pero no tenemos esa capacidad o el conocimiento necesario. La única alternativa que nos quedaba era la de quedarnos con el menor de los males.
–No me gustan las apuestas, y que todo haya ido bien es algo que aún tenemos que confirmar.
–Mugebe, deberías tratar de aprender a disfrutar de las pequeñas victorias y apreciar la belleza de lo efímero.
–No le hagas demasiado caso –una tercera señal se une a la conversación–. En ocasiones el optimista romántico que lleva dentro termina sepultando al científico –Devas, la originadora de este mensaje, no tarda en unirse a ellos en su camino–. Conoces a Yago desde hace lo suficiente como para saber los niveles de empecinamiento y cerrazón a los que es capaz de llegar.
–Cierto –la provocación en este comentario ha sido demasiado explícita como para que Yago la deje pasar. De cualquier manera, no se aprecia rabia u orgullo herido en su réplica–. Ambas me conocéis demasiado bien como para que trate de rebatir esa afirmación...
–Pero... –Devas continúa con su provocación–. Veo acercarse un “pero” enorme en tu intención.
–Pero –el suspiro resinado de Yago también está repleto de buen humor–. Mi implicación personal en este asunto no hace menos cierta mi apreciación, de la misma manera en la frialdad que acompaña a Mugebe no cambia el hecho de que, sin su manera de percibir, comprender y relacionarse con lo que nos rodea, no habríamos logrado evitar una gran pérdida. Una pérdida mucho mayor que la de nuestro hogar por elección.
–No lo entiendes –leves trazas de frustración e incomprensión contenidas se filtran en el mensaje de Mugebe. No quería que estas emociones formasen parte de la transmisión, pero que se ve incapaz de purgarlas en su totalidad–. Ya habéis perdido vuestro hogar. Lo que conocisteis ha dejado de existir. Os lo dije durante nuestra primera conversación. Puede que hayamos logrado salvar ciertos aspectos del Cúmulo, pero ten claro que el lugar hacia el que nos dirigimos no es el mismo en el que habéis vivido. No sé qué nos encontraremos en esta revisión, pero si hay algo de lo que no me cabe ninguna duda, es de que, según vaya pasando el tiempo, tanto tú como los tuyos os vais a ir encontrando cada vez con un mayor número de sorpresas.
–Eres tú quien no lo entiende –tras un breve instante de silencio, la respuesta de Yago lega cargada de un gran número de emociones. Hay una mezcla de humor y condescendencia en ella. También hay cierta sorpresa no disimulada. Pero si hay algo que no se puede encontrar en su interior es burla o sarcasmo–. El Cúmulo nunca ha dejado de cambiar. Nuestro aprecio por él nunca ha estado basado en cuestiones meramente estéticas.
–En ese caso, ¿qué es eso que tanto deseabais preservar?
–¿Me estás diciendo que no lo sabes? ¿Que aceptaste nuestra invitación porque te apetecía apuntarte a una mudanza?
–Es una manera un tanto simplista de decirlo, pero sí. Supongo que se podría decir así. Vine porque me llamasteis. Porque teníais un problema que creías que yo podría solucionar.
–¿De verdad creías que os habríamos molestado para algo tan trivial? ¿Que habríamos montado todo este jaleo únicamente para conservar un paisaje?
–Tú eres el que se fue hasta la otra punta de varias realidades porque este lugar le pareció “bonito”.
–Hablando de explicaciones simplistas...
–Yago –finalmente son interrumpidos una vez más por Devas– ¿Quieres dejarte de preguntas retóricas? –el debate entre los principales artífices de la migración no ha tardado en provocar que las trayectorias de sus acompañantes lejanos comiencen a gravitar a su alrededor–. Dado que no se la hemos explicado en detalle en ningún momento, es perfectamente comprensible que Mugebe desconozca la razón de fondo que nos ha llevado a tomar esta decisión –no disfruta siendo el centro de atención, y esto se trasluce claramente en lo atropellado de su mensaje–. Todos hemos estados tan centrados en el “qué” teníamos que hacer, que hemos dado por supuesto que nuestros invitados sabían el “por qué”. A su vez, ellos han estado tan centrados en el proyecto que no han tenido tiempo para relacionarse con este lugar de otra manera que no sea una macroestructura a mover.
–Gran parte de lo que hemos construido lo hemos tenido que diseñar alrededor de datos hasta los que no tenía acceso directo. A partir de indicaciones más o menos afortunadas y extrapolaciones que he llevado a cabo en base a lo que ya conozco. Perdóname si no me he parado a disfrutar el paisaje.
–Lo sabemos. Todos hemos ido muy deprisa y no hemos tenido ningún ciclo de reposo desde que todo esto comenzó. Esto no es un ataque ni un intento de menospreciar tu implicación. Supongo que te has concentrado tanto en el mero reto técnico que en ningún momento te has planteado la posibilidad de otro tipo de acercamiento.
–Las prioridades estaban marcadas mucho antes de que llegásemos, y no las pusimos nosotros. Nos hemos centrado en lo imprescindible y todo lo demás resultaba superfluo.
–Lo sé. Lo sé. Pero eso ya ha terminado. Las prisas han llegado a su fin y podemos centrarnos en otros temas.
–Muy bien, ¿a qué estáis esperando para iluminarme?
–Dime, ¿que eres capaz de apreciar si amplías tu espectro perceptual y lo expandes hasta abarcar los armónicos del plano potencial. Fíjate principalmente en las cadencias que resuenan con sus frecuencias subaxiomáticas.
–Fíjate también en las regiones perimetrales al llegar hasta la elíptica con cada una de las esferas infraliminares –Yago casi parece molesto por la ausencia de este detalle en la petición de Devas.
Las indicaciones son claras, pero esto no implica que seguirlas resulte una tarea sencilla. A cada paso que avanza en esa dirección, en el tercer plano del flujo de la conversación no deja de recibir datos adicionales y correcciones. Indicaciones procedentes del resto de los participantes que tratan de llevarla hacia otros territorios.
–...haces fractales de...
Antaño, y en cualquier otro momento y lugar, podría haber tenido acceso hasta esta información de manera directa. Satisfacer todas estas peticiones le habría resultado una labor trivial, pero nada ha resultado sencillo desde que comenzó este viaje. El número de cambios a los que se ha visto sometida en tan poco tiempo continúa afectándola. Todo ha sido demasiado precipitado. Aquí, lo “común” carece de sentido. Es algo totalmente ajeno a su naturaleza presente. Su masa conceptual aún continúa tratando de consolidar acontecimientos que tienen lugar en otros niveles. Sigue recuperándose de procesos de adaptación acontecidos en contextos que ya han abandonado. Continúan vinculados a porciones de realidades cuyo impacto aún no ha podido analizar.
Cada salto y cada proceso adaptatorio ha generado su propio conjunto de sentidos pero, a pesar de esto, su utilizad ha resultado mínima para comprender su entorno. Estos sentido han tenido que ser reformulados a cada instante. Nunca antes se había visto tan desbordada por las dimensiones de la tarea que se le pide. Nunca antes la totalidad de cuanto la rodea le había resultado tan vasta y desconocida.
–...constructos subentrópicos en sincronía con...
El flujo de comentarios no cesa durante todo el proceso de consolidación. Fragmentos esporádicos de los mensajes procedentes un gran número de segmentos dispersos del plano mental. Miles de señales disonantes llegan hasta ella remitidas desde lugares que ni siquiera recuerda haber visitado. Información que, al pasar a formar parte de su ser, le obliga a reformularse a sí misma complicando aún más una labor ya de por sí delicada.
–...regiones solapadas sobre...
Lentamente, cada uno de sus recién nacidos sentidos comienza a propagarse a lo largo del Cúmulo y las estructuras con las que colinda. Sobre una extensión que en otro momento de su existencia le habría resultado irrisoria pero que en este instante le resulta casi inabarcable.
–...inmediaciones de la intersección entre...
Una vez que las estructuras de datos comienzan a llegar hasta sus procesos mentales, la incomodidad se desvanece y deja paso a la fascinación y la sorpresa. La distancia entre lo que encuentra y lo que percibe en estos instantes es superior en un orden de magnitud que supera exponencialmente cualquier cosa que pudiese haber anticipado. El Cúmulo ahora se le muestra como algo mucho más amplio y complejo que los meros espacios conceptuales o físicos con los que ha interactuado desde que llegó.
–...frecuencias exóticas próximas al conformador...
En más de una ocasión desde que todo esto comenzó, ha tratado de establecer algún tipo de equivalencia entre lo que ha encontrado aquí y lo que conoce, pero ahora comprueba que aquello era algo absurdo. Que el hecho de que la extensión de lo que han movido pueda ser equiparable a la de dos galaxias, apenas sirve para describir sus dimensiones. Apenas sirve para enumerar la cantidad de ideas y elementos únicos que alberga. Una acumulación de tan basto y diverso de conceptos que, en estos momentos, se siente desbordada por ellos.
–...subalineamientos en la frontera con...
Desde el interior de esta nueva perspectiva puede acceder hasta lugares que desafían su capacidad de compresión pero que, al mismo tiempo, le llevan hasta el interior de estructuras que le resultan tremendamente familiares. Se ve inmersa en lo que parecen indicios residuales y vestigiales de... la humanidad. No. No se trata de constructos de naturaleza humana, pero sí de elementos que le recuerdan poderosamente a los fragmentos que se han logrado identificar como precursores de los suyos. Por todas partes puede localizar señales que presagian lo que ellos han podido ser antes de convertirse en lo que son. Tantas señales que no es capaz de localizar, identificar o discriminar el número de entidades sintientes que se encuentran dentro de su rango de percepción. El número de seres con el potencial de alcanzar la consciencia de su propia existencia.
–...simas gravitacionales...
En el interior de cada rincón de esta pequeña realidad, donde sus elementos nucleares resultan inaccesibles para sus sentidos neutros, se muestra una diversidad muy superior a la que ha llegado a conocer a lo largo de sus viajes por su plano de existencia natal.
–...formaciones cariotas en la periferia de...
Tras este viaje regresa hasta el plano mental para ser recibido por un silencio que se consolida paulatinamente. Sus receptores dejan de verse sometidos al asalto constante de mensajes y emociones que estaban llegando hasta ellos. Se queda a solas con las piezas necesarias para convertir los ecos lejanos y los retazos descontextualizados que le han alcanzado en información que puede usar. Detalles gracias a los cuales ahora puede comprobar la concepción personal que algunos de los pobladores del Cúmulo tiene de la entidad que han habitado desde hace milenios. Las visiones muchas veces encontradas de conceptos en apariencia idénticos. Aquello que cada uno de ellos considera que hace único este lugar. Elementos tan “obvios”, tan consustanciales a la manera en la que perciben y se relacionan con esta ubicación, que ni siquiera han salido en las conversaciones que ha tenido con ellos. Finalmente obtiene las piezas necesarias para comprender la razón por la que la llamaron, y esto solo sirve para generar nuevas preguntas. Porque, lo que cada uno de ellos considera que ha de ser salvado por encima de cualquier otra cosa, son elementos que para el resto resultan prescindibles.
Una vez que ha interiorizado los últimos datos, el silencio es casi absoluto y es consciente por primera vez de que se ha convertido en el foco de atención de todos los presentes. Es capaz de notar cómo su persona se sitúa en el centro de la tensa quietud que la rodea. Que el resto parece esperar algún tipo de veredicto por su parte. Algo que desequilibre la balanza de prioridades en favor de alguno de cuantos se han pronunciado.
–No sé qué esperáis ahora mismo de mí pero no tengo respuestas –lo único que sabe a ciencia cierta es que la actividad no regresará hasta que se pronuncie–. En estos momentos lo único que tengo para vosotros son más preguntas –el ambiente ha sido extraño desde que llegó, incómodo por momentos, pero ahora está especialmente enrarecido, y la información de la que dispone le hace optar por la cautela. No es un buen momento para empezar a especular en abierto.
–Después de lo que hemos logrado, si hay algo que nos sobra es tiempo.
–Si hay algo que nos ha enseñado esta experiencia –no es capaz de identificar al emisor del mensaje al que está respondiendo, pero hay algo en su tono que la enerva– es que hay pocas cosas que podamos dar por sentadas.
–No sé vosotros, pero de lo que menos tengo yo ganas ahora mismo es de ponerme a filosofar –el comentario nada amistoso de Hobler llega mientras ya ha comenzado a alejarse del grupo.
Un intenso intercambio de mensajes ha precedido, acompaña y continúa tras la finalización de este mensaje. Un flujo de información que sirve para evidenciar ante la mirada de Mugebe la abrumadora distensión que ha permanecido soterrada hasta este instante. La disputa recorre este sector del plano mental como un torrente súbito e arrollador que ya no puede ser contenido durante más tiempo. Acto seguido, sin apenas tiempo para procesar adecuadamente lo que acaba de suceder, la cacofonía se apodera de todos los canales. Los mensajes cruzados saturan cualquier medio accesible. Quedan muchas cosas por hacer. Muchas comprobaciones por llevar a cabo y no hay consenso con respecto al orden de prioridades que ha de seguirse. El acuerdo de mínimos que los ha acompañado a lo largo de este proyecto ha llegado a su fin. Las pequeñas inquinas y las recriminaciones afloran en el primer plano de consciencia de los presentes, mientras cada bloque pugna por imponer su agenda. Al poco tiempo, y con la misma celeridad con la que ha comenzado todo, los emisores van desconectando sus consciencias de la esfera mental para centrar su atención en sus pequeñas parcelas de interés.
–Vaya, eso ha sido rápido e intenso –hay una cierta sorpresa en el mensaje de Yago, también algo de diversión, pero no decepción o contrariedad.
–Espero que no me trajeses aquí con la intención de que mediase en esto.
–No, tranquila. Dudo mucho que esto tenga arreglo. Mucho ha durado la tranquilidad.
–Llamar a lo que hemos vivido los últimos siglos “tranquilidad” es todo un eufemismo. De todas formas, esto no ha terminado, ¿verdad? Lo que me habéis hecho buscar no ha sido algo casual, ni un intento desesperado por calmar los ánimos.
–Sí y no.
–Esa respuesta resulta muy clarificadora.
–Todo depende de ti. Si quieres profundizar en lo que has visto, estaremos encanados de contar con tu ayuda. Si lo que has detectado no ha servido para despertar en ti un nuevo interés, no tenemos intención de forzar tu mano para que te quedes.
–Déjate de requiebros. Me conoces lo suficiente como para saber que me has picado la curiosidad. ¿Qué me puedes decir de esas entidades?
–Vamos a ver... No. No va a ser fácil ni rápido. Solo contarte eso requerirá su tiempo. Lo que sí que te puedo adelantar es que lo que te has encontrado es la razón que nos hizo migrar. También te puedo decir que son elementos que nos moríamos de ganas de compartir contigo desde hace milenios. El resto lo hemos ido descubriendo con el tiempo.
–¿Y qué es lo que ha hecho que os costase tanto contármelo?
–Encontrar un momento de tranquilidad como este.
–En ese caso, dado que el momento ha llegado ¿qué hacemos aquí parados?
Reanudan sus camino, pero la ruta que transitan se desvía enormemente de cualquiera de las que ha seguido el resto. Continúan atravesando capas y sub-capas de realidades. Proyectándose a través de los nuevos contextos que se van formando mientras el Cúmulo continúa encajando en su nueva ubicación. A cada nuevo paso se ven expuestos a nuevos artefactos y aberraciones resultantes de este proceso. Eventos que son recibidos de diferente manera por sus acompañantes. Algunos con preocupación, otros con excitación, otros simplemente con sorpresa e incertidumbre. No recuerda haberles visto nunca expresando de maneras tan clara y transparente sus cambios de estado anímico. A pesar de los millones de años que han transcurrido desde que se conocieron, y de la amistado que han compartido, nunca antes se había sentido tan cerca de ellos ni había comprendido todo cuanto los separa.
Avanzan siguiendo una trayectoria que no atraviesa ninguno de los espacios axiomáticos que le han hecho visitar con anterioridad. Rodeando las coordenadas que le han pedido contemplar. No se dirigen hacia ninguno de estos lugares, sino a lo que ha sido el hogar y observatorio de Yago y Devas durante los últimos milenios. El segmento contextual desde el que han contemplado la evolución de su proyecto. Hasta una ubicación en la que se ve expuesta a un nuevo caudal de datos. Información que sirve para responder alguna de sus preguntas, al tiempo que genera una infinidad de nuevas incógnitas.
–¿Cómo disteis con ellos?
–Es... complicado. Te podría decir sin faltar a la verdad que esta fue la razón por la que vinimos, pero sería una manera especialmente burda de explicarlo. En aquel momento no comprendíamos lo que habíamos visto. Estábamos tan desorientados que ni siquiera fuimos capaces de entender, y mucho menos explicar, lo que nos llevaba a movernos. Sí, es cierto que apreciamos “algo” en estas coordenadas. Un conjunto de entidades que, en apariencia, no se parecían en nada a lo que conocemos, pero no fue hasta que comenzamos a observarlas desde diferentes ubicaciones que comenzaron a surgir preguntas más concretas. Aproximaciones que nos llevaron a plantearnos la posibilidad de que el propio Cúmulo fuese realmente una entidad sintiente.
–Nada de lo que he visto me ha llevado a una conclusión similar.
–Como con todo, la falta de información le hace a uno tomar caminos de lo más insospechados y llegar hasta conclusiones absurdas. Los resultados de nuestras primeras investigaciones se diferenciaban muy poco del puro azar, y fueron necesarios muchos intentos fallidos antes de comenzar a comprender lo que teníamos delante. También he de decirte que, a pesar de que no hemos terminado de desestimar esta teoría, con el tiempo nuestro principal línea de investigación no tardó en desviarse de ella –mientras el flujo de datos continúa, ante sus sentidos se muestra un recorrido por momentos puntuales de la historia del Cúmulo–. Si te fijas en los indicadores, podrás ver cómo ha ido evolucionando alguno de nuestros sujetos de estudio y las diferentes maneras en las que nos hemos ido acercando a ellos.
–¿Hace cuánto que los descubrísteis?
–Cerca de medio millón de años. Al poco de llegar hasta aquí. Antes de aquello ya habíamos detectado otras características anómalas en las inmediaciones del Cúmulo, pero nada que nos hiciese prever lo que iba a terminar por... –las correcciones se van solapando unas sobre las otras hasta que Yago logra dar con el concepto que buscaba transmitir– inferir. Aún queda mucho hasta que podamos confirmar que hemos “descubierto” algo.
–No es demasiado tiempo, pero sí mucho como para tener algo un poco más sólido que lo que me estás diciendo. ¿Qué es lo que habéis “inferido” y esperáis encontrar?
–Perdona. Supongo que llevar tanto inmerso en esto nos hace pensar que, a esta altura, todo resultaría ya obvio cuando aún quedan unos cuantos planos semánticos por explicar. Con todo esto esperamos saber más acerca de nosotros mismos. Acerca de lo que fuimos antes de alcanzar la consciencia de nuestra propia existencia. Acerca de la cadena de eventos que sirvió para disparar el cambio que nos transformó en lo que dimos el nombre de “la humanidad”.
–Me temo que sigo igual de perdida.
–Trataré de ser más específico y concreto. Por más que hemos investigado sobre nuestro origen, nunca hemos logrado dar con la causa del llamado “despertar”. Sabemos que existíamos antes de aquel instante. Que una gran parte del conocimiento que poseíamos venía de ese “tiempo anterior”. Que, en origen, nuestras masas conceptuales no tenían relación alguna con lo que hemos sido, o con lo que somos a día de hoy. Eramos otra cosa. Otra cosa que no consideramos “humana”. Otra cosa que no logramos recordar o identificar. Dime ¿has poseído jamás algún recuerdo de lo que fuiste “antes de ser quien eres”? ¿De qué o cómo era ser “aquello”? ¿Del contexto en el que existíamos?
–No. No conservo ningún recuerdo de aquella fase. Es más, dudo que aquello que fuimos poseyese la capacidad de generarlos. Quizás ni siquiera el concepto de la memoria existía como tal.
–Tengo claro que no has pensado demasiado esa respuesta, porque sabemos de la existencia de criaturas inteligentes previas a aquello. De entidades que “recuerdan” aquellos días, con lo que la memoria, al menos como idea, sí que había sido conceptualizada. A través de los escasos intercambios de información que hemos logrado establecer con los mayane undalath hemos podido saber que eran conscientes de nuestra existencia antes de que nosotros mismos lo fuésemos.
–Eso es suponer e interpretar mucho. Describir lo que tenemos con ellos como “comunicación” es algo que, cuando menos, resulta aventurado. Por otro lado, no sé hasta qué punto lo que consideramos “memoria” es aplicable a ellos.
–Un tema muy interesante para otra ocasión, sin duda. Pero, si no te importa, prefiero volver hasta el tema que nos ha traído aquí antes de que nos desviemos del todo.
–Claro. Continúa.
–El hecho es que hay muchas cosas que seguimos desconociendo acerca del funcionamiento de nuestra propia realidad natal. Preguntas que, algunos, creemos que no seremos capaces de responder hasta que no terminemos de conocernos a nosotros mismos. Hasta que no sepamos qué nos hizo ser como somos.
–Conozco esos acercamientos. No comparto gran parte de sus postulados, pero los conozco.
–De nuevo, un tema muy interesante para otra ocasión. Dudo que ninguno de los presentes estemos de acuerdo con todas las teorías que ha ido desarrollando y defendiendo a lo largo del tiempo. No sé que opinaré mañana de lo que creo saber hoy, pero me limito a trabajar con lo que tengo a mi disposición.
–Se te da muy bien eso de cortar a los demás, soltar una pontificación, y pretender que aquí no ha pasado nada.
–Lo sé. Ya sabes que la práctica lleva a la maestría.
–Lo que no pareces tener tan ensayado o tan claro es todo lo demás. No sé si te estás limitando a ganar tiempo hasta que des con una manera eficaz de comunicarme vuestro trabajo, o si es que seguís tan perdidos como el primer día. Nada de cuanto me has mostrado hasta el momento sirve para sostener esa teoría. Asumir que un único evento fue la causa de lo que somos, o que todos compartimos una misma y única raíz común es algo que no se ha sostenido nunca. Quizás nadie haya dedicado el tiempo y el esfuerzo necesarios para refutar esas ideas con datos, pero sabes que los preceptos sobre los que se han construido no tienen validez alguna.
–Comprendo tus argumentos y tu reticencia, pero te estás adelantando mucho. Tus conclusiones no solo son demasiado apresuradas sino que también son muy poco acertadas. Tengo claro que no nos estoy estudiando a nosotros. Que lo que aprenda aquí no servirá para suplir las carencia que nos han acompañado desde siempre. Que no será una información que nos permita conocernos mejor, pero eso no implica que lo que podamos descubrir aquí no sirva para dar una nueva perspectiva a cualquiera de esos campos de estudio. La cuestión es que aquí nos encontramos con una ocasión única para dar con un proceso evolutivo que puede resultar similar al nuestro. Un proceso que se habría detenido bruscamente de no haber “salvado” el contexto en el que se puede llegar a desarrollar.
–No pretendo negar que lo que tenéis aquí resulta interesante, pero me veo incapaz de compartir tu entusiasmo.
–No eres la única. Cada uno de los que hemos habitado el Cúmulo tiene una visión que difiere de la del resto. Visiones que han ido cambiando según se desarrollaba lo que tenían a su alrededor.
–Hay que ver lo que os gusta a ambos divagar sin decir nada ni llegar a ningún lado –la interrupción de Devas resulta del todo inesperada–. Este duelo de obviedades resulta indigna de las “grandes” mentes aquí reunidas –dentro de su flujo comunicativo hay contenidas un conjunto de intenciones que, en primera instancia, Mugebe no es capaz de acotar o identificar en su totalidad–. Todos somos distintos entre nosotros de diferentes maneras –lo que ha interpretado inicialmente como un intento por relajar el ambiente parece desviarse hacia otros derroteros–. No recuerdo un solo momentos en el que vosotros y yo, pese al aprecio que nos tenemos, hayamos logrado un acuerdo en la totalidad de nuestros argumentos. Si extrapolamos algo tan sencillo como esto a un grupo más amplio, la cantidad y disparidad de las desviaciones pueden tender al infinito.
–Agradezco que finalmente hayas decidido pronunciarte, aunque sea utilizando una obviedad para contestar a otra –la respuesta de Yago no contiene ningún tipo de doble sentido, agresividad o incomodidad, sino grandes dosis de buen humor y anticipación–. Pero no quiero interrumpirte demasiado. Por favor, sigue.
–Tenemos visiones diferentes, pero la disparidad de opiniones no es el problema, sino una mera manifestación de él. Somos humanos. Somos diferentes. Punto. Creo que, muy posiblemente, eso será uno de los pocos puntos en los que no discreparemos. Incluso el mismo concepto “humanidad” no deja de ser una agrupación arbitraria. Un acuerdo de mínimos que hemos creado y aceptado unos cuantos. Una etiqueta que se centra únicamente en aquellos elementos comunes que poseemos, pasando por alto nuestras diferencias.
–No termino de comprender a dónde pretendes llegar con este discurso.
–No sois los únicos que os emocionáis contando vuestras teorías. En eso sí que somos iguales los tres.
–Eso es algo que nunca te negaré
–Te aseguro que, cuando termine, encontrarás sentido a lo que os cuento.
–Lo sé, pero por el momento me cuesta seguirte o ver la relación de lo que nos cuentas con cualquiera de las cosas que me habéis mostrado hasta el momento. Siento la interrupción. Sigue por favor.
–Sigo. No solo somos diferentes, sino que cambiamos constantemente, lo que solo sirve para acrecentar nuestras diferencias. Si cualquiera de nosotros hace dos millones de años hubiese cruzado su camino con el de nuestros yoes actuales, a buen seguro no habría identificado a ese concepto como algo “humano”. Si un observador externo comparase lo que somos en este momento con cualquiera de los habitantes de Adai, dudo mucho que fuese capaz de adivinar que lo que contempla son miembros de la misma agrupación conceptual.
–Eso es aplicable a cualquier entidad viviente que haya existido durante el tiempo suficiente.
–Por supuesto. Ahí es hasta donde quería llegar. ¿Qué es lo que nos hace “relevantes”? ¿Qué es lo que nos otorga la potestad para tomar decisiones que afectarán al resto de los habitantes del Cúmulo en temas que les les afectan directamente? ¿Qué es lo que nos hace estar “por encima” de ellos?
–El ser capaces de ver y comprender cosas que ellos no llegan a percibir.
–¿Y cómo podemos estar seguros de que ellos “no saben”, cuando no somos capaces de comunicarnos con ellos?
–Porque todos los datos que hemos logrado recopilar a ese respecto nos indican que ellos no son capaces de comprender lo que va a sucederles.
–Puedes usar todos los eufemismos que quieras pero, en resumen, lo que quieres decir es “porque somos más inteligentes que ellos”.
–Podría expresarse también de esa manera, sí.
–Porque podemos actuar de manera objetiva.
–Sí –Mugebe es capaz de percibir que Yago es consciente de estar adentrándose en una trampa, pero que no le importa hacerlo. Casi parece tener prisa por meterse en ella–. O, al menos, podemos hacerlo de acuerdo a la fiabilidad de información que somos capaces de obtener.
–Porque somos unos seres tremendamente listos.
–Faltaría más –una vez más, no parece haber ira o frustración en la respuesta de Yago–. Y me acusabas a mí de perderme en circunloquios que no llegan nunca hasta el punto que buscan –tampoco parece haber una urgencia real–. ¿Quieres dejarte de rodeos? –se lo está pasando bien. Ambos disfrutan de un intercambio de pullas que, hasta donde es capaz de apreciar, parece habitual.
–Desde siempre hemos contemplado lo que nos rodea en relación a nosotros –hay algo en el tono de esta respuesta que es diferente a todo lo que la ha precedido. Una serie de movimientos en el interior de su emisora que tratan de ser ocultados. Una leve pérdida de control que Mugebe no sabe cómo interpretar–. Siempre nos hemos colocado en el centro de todo. Las cosas únicamente son “relevantes” si detectamos en ellas algo que puede despertar un interés pragmático. Si les encontramos algún tipo de utilidad –en ocasiones, el flujo del mensaje se ve alterado por impulsos cuyo propósito no queda claro. En los niveles más próximos, Devas no da muestras de ser consciente de estos cambios de modulación pero, en los más profundos, pese a ser incapaz de adivinar su origen y propósito, Mugebe percibe con claridad que su amiga trata de ocultar algo–. Todos hemos conocido a quienes se han enamorado de la mística que han creado a nuestro alrededor. Del relato que nos postula como “dadores de nombres”. Como principio, eje, núcleo esencial y fin de todo cuando existe. A quienes tienen una estrechez de miras tal que no parece darse cuenta de lo irrelevantes que somos dentro de un gran esquema que apenas somos capaces de intuir.
–Mucho me temo que ninguno de los tres estamos libres de haber caído en esa categoría en algún momento de nuestras existencias.
–Cierto. Nos decimos que son fases ya superadas, que las dejamos atrás hace eras, pero no deja de ser algo cíclico incluso en quienes somos conscientes de esta carencia en nuestra manera de relacionarnos con lo que nos rodea. Estamos tan ocupados tratando de etiquetarlo todo que nos volvemos incapaces de reconocer que una etiqueta y una descripción no dejan de ser manera de “limitar” aquello con lo que convivimos. Una herramienta que sirve para hacerlo más accesible a nuestra manera de entender la realidad, pero que eso no transforma la forma ni el fondo de lo observado.
Tras decir esto, el silencio copa todos los canales. Devas ha dejado abiertos todos sus receptores a la espera de una respuesta a una pregunta que no ha llegado a formular.
–Sigo sin terminar de ver hacia dónde te diriges. Sí, cierto, tenemos sesgos y hemos de tratar de imponernos ellos –Mugebe no es capaz de interpretar el silencio de Yago. No sabe si está de acuerdo con Devas, o si está limitándose a esperar lo qué ella puede añadir a este debate–. La única manera que tenemos de acceder, conservar y propagar el conocimiento es poniendo nombres y etiquetas. Tratando de entenderlo de acuerdo a las maneras en las que somos capaces de percibir la realidad. ¿Tienes alguna propuesta en lo referente a cómo hemos de cambiar nuestro acercamiento?
–Entiendo eso y no lo discuto. Uno de los problemas, y el punto hacia el que me dirijo, reside en que existen multitud de acercamientos para llegar hasta el conocimiento pero, al final, tendemos a quedarnos con el nos ofrece una menor resistencia. El otro es que no todos nos referimos a lo mismo cuando hacemos uso de ese concepto, cuando afirmamos “haber descubierto algo” o cuando creamos una nueva palabra para etiquetarlo. El hecho de que seamos conscientes de la existencia de un nuevo concepto no implica que pase a ser “nuestro”. No cambia en nada el hecho de que ha existido desde mucho antes de que fuésemos capaces de percibirlo o comprenderlo. No nos da derecho a decidir sobre lo que será de él.
–Devas tiene serias dudas acerca de lo que hemos hecho –finalmente, Yago se pronuncia–. En más de una ocasión defendió que deberíamos haber dejado al Cúmulo donde estaba.
–En ese caso ¿qué habría sido de las entidades que lo habitan?
–Eso es algo que, una vez que hemos intervenido, nunca llegaremos a saber.
–Volvemos a las obviedades.
–Por supuesto. Es así de fácil. Una vez que hemos hecho algo, hipotetizar sobre lo que podría haber pasado resulta pueril porque jamás sabremos si hemos dado con la respuesta correcta así que, ¿para qué hacerlo?. Por otro lado, ¿quién te dice que no fue un evento como el que hemos evitado lo que provocó en nosotros el cambio que nos ha llevado a ser quienes somos?
–No le hagas mucho caso, está siendo retórica. Es una posibilidad que valoramos en su momento, pero que vemos improbable. Nuestros modelos predecían una aniquilación total de las entidades observadas.
–Nuestros modelos. Lo que “nosotros” creemos. Lo que “nosotros” consideramos relevante. Un “nosotros” que no incluye a la totalidad de los afectados.
–No tenemos la capacidad de comunicarnos con esas entidades, así que el contar su opinión resulta ciertamente complicado.
–No me estoy refiriendo solo a ellos. Me estoy refiriendo a ti, a mí y a otros. Porque, por más que trates de ocultarlo, también tienes duda acerca de lo que hemos hecho.
–La búsqueda del conocimiento consiste en dudar y poner a prueba lo que se “sabe” constantemente. Claro que tengo dudas. Ese es nuestro negociado pero, al final del día, hemos de tomar decisiones basadas en la información de la que disponemos.
–Estás esquivando la respuesta. Sabes que no todos los que votaron a favor de esto lo hicieron por las mismas razones. No todos tienen dudas. No todos buscan el conocimiento para darle el mismo uso.
–Todos somos distintos. Tú lo has dicho antes.
–Pero no por eso les vas a dejar que hagan lo que quieren a “tus” especímenes.
–Por fortuna, el Cúmulo es muy grande y está repleto de formas de todo tipo. El resto nunca ha mostrado interés por los que nosotros estamos observando.
–Y eso hace que todo esté bien, ¿verdad? Si no te resultan “interesantes” o “hermosos” que no haya nadie tratando de guiar sus caminos hacia donde les resulta más conveniente a ellos resulta irrelevante. Da igual que el resto desaparezcan o que se les niegue la posibilidad de elegir su propio camino.
–Nadie ha dicho eso en ningún momento.
–Quizás no se hayan usado esas palabras, pero ambos sabemos que han estado implícitas en muchas conversaciones. Incluso nosotros, en el sondo, con nuestro silencio y nuestras acciones, validamos esos pensamientos.
–Estás siendo muy simplista.
–Hay cosas que son muy sencillas. Cosas que no nos gustan de nosotros mismos que elegimos ocultar del primer plano. Pero eso no cambia los hechos. Las acciones hablan pos sí mismas, y ambos hemos visto y sido partícipes de actuaciones que no se alinean con aquello que defendemos.
–¿En serio vas a empezar con...?
–Por supuesto que voy a empezar con eso. ¿Hacia dónde creías que me estaba dirigiendo?
–¿He de preocuparme?
–No, tranquila, no es nada grave. Volvemos hasta el principio de todo esto. Hasta la que entendemos y aceptamos como “integrantes de la humanidad”.
–Pues sí que nos hemos ido lejos.
–Dime. ¿Recuerdas cuál fue el primer significado que nos dimos a nosotros mismos? ¿La primera definición que dimos a este concepto bajo el que nos englobamos?
–Aquellos capaces de reconocer su propia existencia.
–¿Y qué fue lo que nos llevó a replantearnos esa definición?
–El descubrimiento de los mayane undalath.
–Porque, claramente, ellos también eran capaces de reconocer su propia existencia pero eran “distintos”. Ellos eran y son “otra cosa”. Así que concretamos más aquella definición inicial para englobar únicamente a quienes también tienen acceso hasta la esfera del plano mental de comunicaciones.
–¿Y eso fue un error porque...?
–No digo que fuese un error, digo que fue una señal. Un patrón. El primer indicio de una pauta que nos ha acompañado desde entonces. Algo que no se limita solo a las etiquetas, sino también a otra clase de juicios.
–Como, ¿por ejemplo?
–Ser considerado “humano” significa pertenecer a un “club exclusivo”. Te otorga una serie de derechos inherentes que no se aplicaban al resto.
–Sigues simplificándolo todo y reduciéndolo al absurdo. No niego que ese tipo de individuos existen, pero no son una muestra significativa de lo que somos en conjunto.
–Opinas eso porque tienes un alma igual de cándida y dulce que la de este tarugo que nos acompaña.
–Gracias, supongo.
–Pero, por más problemas que podáis o podamos tener, por más acertados o equivocados que estemos en nuestros planteamientos, siempre terminamos regresando hasta lo parece haberse convertido en el mantra de esta conversación; no todos somos iguales. Sí, lo sé, volvemos también al territorio de lo obvio. No se me escapa.
–No digo nada.
–En ese caso, sigo. ¿Qué pasó tras la aparición de los primeros integrantes de de la segunda generación de humanos? ¿Cuántos se negaron a reconocer a aquellas criaturas como humanas?
–No fueron pocos, pero eso no cambió el resultado final.
–Oh, pero lo intentaron. Lo intentaron con insistencia, y aun hoy muchos continúan defendiendo esta máxima.
–No podemos controlar la opinión de los demás.
–Lo sé, pero esto no es una mera cuestión de opiniones. Y no lo es porque no todas sus afirmaciones son falsas o falaces. Más allá de su origen, ¿no son los integrantes de la segunda generación y posteriores también “otra cosa”?
–Veo que comienzas a aderezar las preguntas retóricas con un poco de sofismo.
–Puedes llamarme lo que quieras, pero eso no responde mi pregunta.
–Son el resultado de la unión de dos humanos. El único resultado posible de esta relación solo puede ser otro humano.
–Los mecanismos que hemos creado para mover al Cúmulo son el resultado de la unión de cientos de humanos. ¿Eso los convierte en humanos?
–Sigues reduciéndolo todo al absurdo.
–Cierto, pero sigues evitando responder a mi pregunta.
–...
–Supongo que comenzáis a ver mi punto.
–...
–Hasta que no desarrollamos extensiones orgánicas para nuestras masas conceptuales no fuimos capaces de ampliar nuestro número. Hasta que no “imitamos” a “otras cosas”, hasta que no encontramos otras maneras de “ser humanos”, no fuimos capaces de crear nueva vida. Hasta ese instante nuestro número y, con ello, el equilibrio de poder, había permanecido inmutable.
Aquel fue el momento en el que se producía el primer cisma “real”. Un problema mucho mayor que el del descubrimiento de los mayane undalath. Aquellas nuevas entidades cumplían los preceptos que se habían marcado pero, sin ningún lugar a duda, no eran como “nosotros”. Necesitamos redefinirnos de nuevo, y esto se encontró con un nuevo rechazo. Nos llevó a crear nuevas palabras para justificar lo que no tenía justificación. A dar a luz conceptos como los de “pureza” o “aberración”. Porque una definición, si es demasiado amplia o ambigua, da cabida a conceptos ajenos a lo que se pretende describir y, si es demasiado precisa, puede dejar fuera a otros que, a priori, resultasen equiparables en cierta medida.
–Evolucionamos, y con nosotros lo hace también la manera en la que nos expresamos, relacionamos y definimos.
–Cierto, pero una definición por sí misma no es nada. Solo es una herramienta. Una porción ínfima de información.
–¿Y acaso nosotros no somos también eso mismo?
–Veo que empiezas a seguirme.
–Perdona, estaba tratando de usar tus herramientas contra ti, pero parece que sigo perdida.
–Mejor suerte la próxima vez.
–¿Y con todo esto querías llegar a...?
–No todos los que vinimos aquí lo hicimos con la misma idea en mente. Quizás, de base, todos creyésemos venir por la misma razón. También es posible que, hasta cierto punto, en aquel momento una parte lo fuese, pero el tiempo pasado aquí ha servidor para que aflorasen las diferencia en cada uno de nuestros acercamientos. Estas diferencias que no solo difieren en cuanto a su forma. Por más que todos busquemos conocimiento, para algunos este solo es un canal a través del que llegar hasta su objetivo nuclear; el poder que otorga su posesión y su control.
–Conocimiento y poder son una misma cosa.
–Por más que se repita esa idea entre los nuestros, siempre he discrepado con ella. Quizás, en ciertos momentos, poder y conocimiento puedan llegar a resultan indistinguibles. Quizás, en ciertos contextos, sean sinónimos. Pero, por más que sea frecuente que ambos conceptos vayan unidos, que a través de uno se logre acceder hasta el otro, esta es una relación que no funciona en ambos sentidos. Ese parentesco no deja de ser una ilusión. Una justificación fácil. El conocimiento es una herramienta. Un medio a través del que alcanzar otros objetivos. Pero el poder no es nada de eso. El poder, en un gran número de sus formas, tiende a ser un fin en sí mismo.
–¿Y eso es lo que sospechas que busca el resto de la expedición? ¿Poder sobre las entidades que puedan encontrar?
–No tengo información suficiente como para afirmarlo, pero sí, es una posibilidad que no descarto.
–¿Y en qué se basa esa sospecha?
–En su actitud y su lenguaje. En gran medida se consideran a sí mismos como seres que se encuentran “por encima” de conceptos que aún no somos capaces de comprender, cuando no “propietarios” o “artífices” de aquello que “descubren”.
–Supongo que eres consciente de que ese afán de “control” que achacas a los demás, visto desde fuera, no se diferencia demasiado del apego y el deseo de protección que os ha llevado a “salvar” al Cúmulo y sus habitantes.
–Podría ponerte mil excusas y matices, pero no. No se me escapa ese detalle. Lo cierto es que cada paso que hemos dado en este proyecto me ha sumido en la duda y contradicciones.
–Por más que nos definamos a nosotros mismos como entidades racionales y lógicas, lo único en lo que destacamos realmente es en nuestra capacidad para abrazar, obviar y retorcer la contradicción.
–Supongo que no podría haberlo expresado mejor. A pesar de esto, los matices son importantes. La clave que hemos de valorar cada vez que tomamos una decisión. Y los detalles que percibo en el resto me preocupan.
–Y esto te preocupa porque... –mientras emite este mensaje, finalmente las piezas encajan en la mente de Mugebe– por lo que sucedió con los betsuteki.
–No. Con los betsuteki no “sucedió” nada –por un breve instante, todo el entorno cambia mientras el mensaje es emitido. El tono distendido y la socarronería impostada que han dominado el discurso de Devas se ven alterados. Esta respuesta deja ver una amargura y una rabia contenida que han estado ahí desde el principio, pero que solo ahora es capaz de reconocer–. A los betsuteki les “sucedimos” nosotros.
–Aquello fue un error. Un accidente.
–Por supuesto. Un accidente. Algo fortuito. No fue nada que hubiésemos podido prever. ¿Cómo íbamos a poder adelantar la manera en la que terminaría una situación como aquella? ¿Cómo anticipar que buscar los límites de entidades conscientes, tratarlos como si fuesen juguetes de nuestra propiedad, terminarían por romperlos?
–Estas siendo muy injusta.
–¡Por favor! Para ser tan inteligentes, hay ocasiones en las que nos comportamos con el más estúpido de los conceptos. El hecho es que los destruimos. Y lo hicimos porque... porque solo nosotros importamos. Porque solo nosotros somos eternos. Los utilizamos porque “solo eran un experimento”. Porque necesitábamos saciar nuestra curiosidad, y eso era lo más importante. Lo único importante. Alimentar el saber a cualquier precio. Sin importar las posibles consecuencias. Sin hacer el más mínimo esfuerzo por tratar de comprender la manera en la que esto afecta al resto. Ellos eran irrelevantes. Estaban “por debajo” de nosotros a todos los niveles. Sin duda, el hecho de que nos fijásemos en su existencia, que les confiriésemos un “nombre”, debió suponer para aquellos seres el mayor honor al que podían llegar a aspirar.
–No voy a discutirte nada de esto –existen infinidad de niveles contenidos por encima de la capa de cinismo que impregna al mensaje que acaba de recibir. Emociones que luchan por sobrepasar la máscara que ha adoptado Devas. Cada expresión, cada idea y cada recuerdo desborda una agresividad y una rabia que resultan casi dolorosas. Exuda una frustración que les agrede a distintos niveles–. Sí, nuestro error destruyó a los betsuteki y alejó de nosotros a los sekai, pero todo aquello ya quedó atrás –mientras recibe la respuesta de Mugebe apenas es capaz de contener todo lo que lucha por salir de su interior–. Sí. Hemos cometido estupideces y aún nos quedan muchas más por cometer, pero hemos aprendido de ellas. Nos han servido para mejorar.
–Oh, claro, ¿cómo no? –apenas logra mantener el control mientras refuerza la capa de cinismo–. Hemos aprendido ¿cómo se me puede haber escapado? –la rabia se atenúa levemente permitiendo a la socarronería recuperar parte de su fuerza– ¿Cómo no he sido capaz de ver cuánto hemos cambiado desde entonces? No fue un “error causado por el desconocimiento”. Fue un paso más en la misma dirección en la que siempre no hemos movido.
–Yo también estuve ahí–le cuesta mantener controlada su preocupación ante lo que percibe en Devas–. Sé lo que pasó –los recuerdos llegan con una viveza que casi resultan abrumadores–. Soy consciente de lo que hicimos y no puedo compartir...
–Lo que tú o yo compartamos es irrelevante –Devas no le deja terminar su exposición, y esto es algo que agradece–. Lo queramos o no, ambas nos encontramos “por encima” de estos problemas –sigue sin ser capaz de saber cómo continuar con su exposición–. Siempre nos hemos enfrentado a ellos “desde fuera”. Jamás hemos tenido la capacidad de acercarnos a ellos de la misma manera en la que lo hacen quienes los padecieron –lentamente, la máscara de cinismo comienza a mostrar nuevas grietas permitiendo a Mugebe intuir con mayor nitidez una parte de lo que se encuentra tras ella–. No. Al menos a día de hoy, “nosotros” no somos víctimas sino artífices de lo que me resulta más preocupante –puede atisbar una tristeza y una impotencia que, no solo son capaces de imponerse sobre la rabia, sino que amenazan con devorar a la propia Devas.
–¿Qué te ha sucedido? –el abatimiento que percibe en su amiga supera con creces a cualquier otra instancia de esta sensación con la que se haya podido encontrar con anterioridad–. No recuerdo haberte visto nunca así. No me cabe duda de la importancia que das a todo lo que comentas, pero lo que más me preocupa en estos instantes tiene muy poco que ver con el tema que estamos tratando.
–Podría preguntaros lo mismo. ¿Qué es lo que os ha sucedido a vosotros? ¿Cuándo os convertisteis en seres que evitan aquellas preguntas cuyas respuestas os pueden resultar incómodas? ¿En qué momento decidisteis que era mejor ignorarlas? –a pesar del contenido de su mensaje, su tono resulta extrañamente afable y controlado– No te preocupes por mí, soy más que capaz de coexistir con lo que llevo dentro –tras el estallido anterior, todas las grietas que percibía han desaparecido–. Vivimos y nos expandimos. Eso es lo que somos. Eso es lo que hacemos –Devas hace gala de una sobriedad que resulta casi contagiosa–. Llegamos hasta lugares donde no somos esperados y los hacemos nuestros. Los moldeamos de acuerdo a nuestras necesidades y nuestros deseos, o al menos eso es lo que nos decimos a nosotros mismos –el tono oscila en diferentes momentos del mensaje, y la máscara parece resquebrajarse de nuevo, pero Mugebe no sabe hasta qué punto ha podido estar interpretando de manera incorrecta todo lo que ha sucedido–. Porque podemos llamarnos “dadores de nombres”, pero estos títulos, estas etiquetas, estas palabras, rara vez son otra cosa que una excusa bajo la que buscar nuevas maneras en las que proclamar lo “grandes”, lo “importantes” y lo “relevantes” que somos.
–¿Eso es a lo que nos reduces a todos ahora? ¿A meros buscadores emociones nuevas y una gloria absurda y vacía?
–Es tentador, pero no. Plantear o defender una visión tan simplista solo serviría para redundar y perpetuar ese error contra el que pretendo alertar. Aun así, no me negarás que la manera en la que nos hemos relacionado con los conceptos híbridos, principalmente en aquellos en cuya creación hemos participado, ha estado siempre muy lejos de ser perfecta. No me negarás que nunca los hemos tratado como otra cosa que no sea un concepto “menor”. Como algo inferior a la suma de sus partes, o a cualquiera de los componentes individuales que los forman. No me negarás que no fue el surgimiento de estas entidades lo que nos llevó a crear o redefinir palabras como “error”, “impuro”, “prescindible” o “aberrante” –Mugebe cree percibir nuevamente rabia, pero no tarda en darse cuenta de su error de apreciación–. Los contemplamos como “algo extraño”. Como algo en cuyo alumbramiento no hubiésemos tenido nada que ver. Como si no conservasen una parte de nosotros en su interior –no es rabia lo que percibe. Sí, está ahí. Siempre lo ha estado, pero no es el centro del debate. No es el motor que mueve sus palabras, sino que estar proceden de una entereza y una serenidad que son capaces de subyugar al resto de las emociones que bullen en su interior–. Decías que te preocupo, pero no lo sientas por mí, siéntelo por ellos. Por los yr’draag y los yunraeh. Por los neimani de los que ya nadie habla. Por todos aquellos conceptos híbridos que hemos traído y concebido en las diferentes realidades a los que hemos llegado. Por aquellos a los que siempre se ha tratados de “inhumanos”.
–Tú misma lo has repetido una y otra vez; cada uno de nosotros es distinto. Somos una suma de excepciones, de eso no hay duda, aunque también hay patrones comunes dentro de estas excepciones. Patrones que dan forma a grupos de intereses dispares. Nuestra historia está repleta de errores, eso es algo que no pretendo discutirte, igual que tampoco negaré la existencia de individuos como los que describes. Pero eso no los convierte en la norma.
–Pero es que el problema radica precisamente en eso. En “la norma”. En lo que consideramos y aceptamos como “normal”. Porque esa palabra y ese concepto no dejan de ser elementos contextuales. Una aglutinación de constructos estadísticos que “la mayoría” da por sentados. El espacio mental en el que cada uno engloba lo que considera “obvio” sin pararse a reflexionar demasiado sobre ello. “Lo normal” es una proyección de lo que queremos creer. De lo que deseamos ser ante nuestra propia mirada. De aquello acerca de lo que no nos apetece reflexionar. Engloba un conjunto de sesgos que disfrazamos como verdades objetivas y relevantes, cuando tanto nuestros sentidos como nuestros intereses no dejan de ser mecanismos subjetivos. Vosotros elegís creer que “la norma” es capaz de aprender de sus errores, y es posible que sea cierto, pero la posibilidad de algo no garantiza su veracidad. Que tengamos la capacidad para llegar a hacer algo no lleva implícita la condición de que intentemos hacerlo, o nos libra de cometer errores en el caso de que lo intentemos.
–Los errores son inevitables.
–No todos lo son, y no todos tienen el mismo coste.
–Centrarte tanto en los detalles no te deja ver la imagen general.
–Lo general no existe, igual que tampoco existe “lo normal”. Os gusta pensar en esos términos. En “la actitud general”. En que formáis parte de “una mayoría” de personas. Entre aquellos que están “en contra” de aquello que os desagrada. Y es ahí donde yo difiero con vosotros. Quizás mi discrepancia puede ser vista en primera instancia como un matiz superfluo, y quizás lo sea, pero dentro de mi orden de prioridades, “ese” matiz resulta crucial. Porque no creo que “lo normal” sea posicionarse contra el problema que os he descrito, sino que lo que veo es que lo que hace “la mayoría” es evitar pronunciarse a ese respecto. Lo normal es evitar el conflicto sobre todo cuando se trata de un tema tan “trivial”. Algo que “la mayoría” considera que no tiene coste alguno. Ignorar la posibilidad de este camino que seguimos termina por llevar a los mayane undalath, los jonudi o los irata a cortar cualquier tipo de relación con nosotros.
–No soy capaz de seguir los saltos lógicos que has dado para llegar hasta esta conclusión.
–No me parece tan complicado. Tan solo has de invertir los papeles. Piensa en esto. En lo que sucedería en el caso de que descubriésemos que alguno de estos conceptos considerase nuestra mera existencia como el origen de grandes cantidades de inquietud y desconfianza.
–Hemos coexistido con ellos durante mucho tiempo. Nos conocen lo suficiente como para ser capaces de saber que las reticencias de unos pocos no van a condicionar al conjunto de los nuestros.
–No harías asa afirmación de haber reflexionado un mínimo sobre el asunto. En el caso de comprender que se nos considera poco más que una mera curiosidad científica o, peor aún, como una amenaza potencial, la respuesta de un gran número de los nuestros sería la misma: poner fin a la incertidumbre o la amenaza. “Lo normal” sería destruirlos o, en caso de no vernos capaces, alejarnos de ellos.
–Y crees que ellos harán lo mismo.
–Vaya, no esperaba esta respuesta. No discutes mis postulados. Pareces dar por hecho que, antes o después, sucederá.
–No has expuesto nada que no se me haya pasado por la cabeza con anterioridad. Supongo que esto es algo sobre lo que todos hemos reflexionado en algún momento.
–Sin embargo, no se trata de una idea que se lleve hasta los demás en abierto. No es algo que forme parte de las conversaciones que tienen lugar dentro de la esfera del plano mental de comunicaciones, sino que, salvo por “las excepciones”, se trata de un tema que os lo guardáis para vosotros. ¿Qué dice eso de “la norma”?
–Dice que no hablamos acerca de aquello que desconocemos.
–Esa afirmación es falsa. Si hay algo acerca de lo que hablamos, es precisamente de eso. Despejar incógnitas es uno de nuestros motores.
–Entonces, ¿cuál es tu explicación?
–Que hay conceptos a los que no queremos poner nombre. Sensaciones que nos desagradan a las que no queremos otorgar la entidad que sabemos que tienen. Órdenes de magnitud dentro del espectro empático que nos negamos a reconocer. A los que dejamos crecer descontrolados sin atrevernos a etiquetarlas, concretarlas y reconocerlas ante nosotros mismos.
–Cierto es que aún existen muchas respuestas con las que no hemos logrado dar, pero afirmar que nos negamos a reconocer intencionadamente algo que puede afectarnos me parece absurdo. Si no hemos logrado establecer una comunicación fluida con los conceptos no humanos no es porque hayamos dejado de intentarlo en algún momento, sino por la complejidad inherente a la tarea. A pesar de todo el tiempo transcurrido, en ocasiones seguimos teniendo dudas acerca de si se les puede aplicar la misma concepción de “inteligencia” que utilizamos para definir a la nuestra.
–Y, por supuesto, eso es algo “importante”. Nosotros somos la vara de medir de la existencia. Si son equiparables a notros, son “aceptables”. En caso contrario, son “otra cosa”. Algo “inferior”.
–Eres tú quien está estableciendo esa equivalencia.
–Otra afirmación falsa. Esa misma equivalencia se la hemos aplicado a multitud de entidades con anterioridad.
–Cierto, pero sabes perfectamente que aquellos casos eran muy diferentes a estos de los que estamos tratando.
–Cada caso es único y diferente. Lo único que tienen en común todos ellos somos nosotros y las barreras arbitrarias que establecemos.
–Porque seguro que los demás carecen de sus propias arbitrariedades.
–En gran medida, ese es mi temor y mi esperanza.
–No te sigo.
–De ser cierto eso, creo que esa sería la razón por la que aún permanecen a nuestro lado. De ser “como nosotros”, una vez que lograsen comprendernos, o nosotros lográsemos comprenderlos a ellos, ese sería el momento en el que comenzarán los problemas de verdad.
–No te entiendo... ¿no quieres que lleguemos a comunicarnos con ellos?... creía que defendías todo lo contrario. Creía que eso era lo que os había llevado a salvar a los habitantes del Cúmulo.
–Ojalá tuviese una respuesta clara y sencilla para esa pregunta, pero no la tengo. Busco algo que no sé hasta qué punto es lo que debo conseguir. No sé si podemos llegar a obtener lo que buscamos sin que esto conlleve la pérdida de lo que ya tenemos. ¿Podemos llegar a comunicarnos con ellos en algún momento sin que este logro los convierta en algo diferente? No lo sé. Al menos no sé si eso puede llegar a suceder sin que eso los transforme en algo más parecido a nosotros, con todo lo bueno y todo lo malo que eso puede acarrear.
–Y así es como pasamos los días por aquí –finalmente, Yago rompe el silencio que ha mantenido durante la conversación–. ¿De verdad quieres perderte todo esto volviendo a casa?
–Una aportación la tuya sin duda muy meditada –junto al silencio de Yago, su comentario también sirve para romper la tensión–. Se nota que has reflexionado mucho acerca de tu posicionamiento en este debate.
–Supongo que será mejor dejarlo aquí, porque está claro que este no es un tema que vayamos a resolver ninguno de nosotros, mucho menos aquí. Por otro lado, esto sirve para reafirmar las razones por las que os quiero tanto a este tarugo y a ti. Por más que podamos discrepar, lográis que albergue una esperanza, aunque muy mínima, de estar equivocada.
–Ha sido un viaje ciertamente extraño este, y he encontrado cosas que no esperaba a muchos niveles.
–No puedes hacerte a la idea de lo cansada que estoy de escuchar a “los nuestros” una y otra vez decir cosas como que somos los “Señores del gran esquema” o los “Grandes arquitectos” para referirse a ellos mismos. Cuando se ponen en ese plan, me gustaría pertenecer a cualquier otro grupo conceptual.
–No seas tan rápida en tus juicios. Todos hemos sido muchas cosas a lo largo de nuestras existencias. Todos nos hemos equivocado. Abandonar los viejos ciclos y los viejos patrones de actuación rara vez resulta sencillo.
–No se trata de un problema de forma sino de fondo. Lo que determina “qué” somos tiene poco que ver con los espacios axiomáticos que ocupamos. Lo queramos o no, todo aquello en lo que nos convertimos es “humano”, igual que lo termina siendo en mayor o menor medida todo aquello que entra en contacto con nosotros.
–Y es aquí donde nuestras percepciones del asunto difieren –Yago vuelve a tomar la palabra. Al mismo tiempo, Mugebe es capaz de percibir que comienza con los preparativos para algo más. Para algo que sabe que llegará tras su comentario–. Devas, al igual que otros muchos, he de decir, tiene la costumbre de atribuir cualidades “humanas” a entidades que no lo son. No digo que ninguna de los conceptos que ha mencionado sea incapaz de poseer o desarrollar estas características, pero eso no quiere decir que, en el caso de adquirir estas características o cualidades, otras entidades se relacionasen con ellas de la misma manera en la que lo hacemos nosotros.
–Porque, por supuesto, todos nosotros hacemos el mismo uso de las características comunes que poseemos. Eso, claro está, siempre que también aceptemos que una cualidad que no puede ser usada de la misma manera que otra realmente pueda ser considerada como “la misma”. Todo esto, claro está, sin entrar a definir a qué nos referimos con “entidades no humanas”.
–Matices, matices.
–Matices en los que radica el núcleo de nuestras discrepancias. Matices que, dependiendo del contexto del que hablemos, incluyen o dejan fuera entidades como los conceptos híbridos, humanos de segunda generación o aquellos de los “primeros” que han optado por ligarse a extensiones orgánicas.
–De acuerdo, quizás se trata de algo más amplio y complejo que meros matices.
–De cualquier manera, y por mas que disfrute de nuestras discrepancias, escuchar una enumeración de todas nuestras discrepancias seguro que es lo que menos le apetece a nuestra invitada.
–Seguro que gano en perspectiva pero, antes de que continuéis con lo que sea que tenéis preparado para soltarme, hay un par de cosas que desearía comentar.
–Por supuesto. Adelante.
–La primera es que parece claro que pasáis demasiado tiempo juntos y solos. No os vendría mal reconectar con el plano mental de vez en cuando e interactuar con otras personas. Existen muchos más puntos de vista interesantes que aquellos a los que podéis llegar por vosotros mismos.
–Anotado.
–Lo segundo que quería hacer notar es que, a cada momento que pasa, me parece más obvio que no habéis sido sinceros conmigo. Este debate es algo preparado. Me habéis hecho una encerrona para ver qué tal respondía a vuestras teorías.
–No negaré que, por mi parte, había curiosidad –la complicidad y el desenfado de Yago vuelven a dominar todo el espectro comunicativo local. El cambio ha sido tan abrupto que casi tiene la sensación de encontrarse en otras coordenadas–. Lo reconozco. Hace mucho tiempo que esperaba una oportunidad para comprobar hacia qué lado te decantarías en una de nuestras discusiones. Pero esto no ha sido nada preparado de antemano. Claro está, tampoco os voy a mentir fingiendo que me ha sorprendido en lo más mínimo que mi compañera saltase de la manera en la que lo ha hecho –el momento de tensión ha pasado y el titiritero se permite el lujo de mostrar los hilos con una complicidad, un descaro y una inocencia que no sabe si encontrarlas enervantes o divertidas.
–¿Practicas a menudo esta clase de emboscadas con otros visitantes?
–Supongo que el comentario es merecido.
–Déjate de suposiciones y evasivas. No puedo disculparme por las acciones de este tarugo, pero sí por las mías. Ten por seguro que, pese a la crudeza y la intensidad que mi mensaje ha tenido en ciertos momentos, no se trataba de nada dirigido directamente hacia tu persona. Pese a lo que pueda haber parecido, en ningún momento he pretendido atacarte. Parece claro que la dedicación absoluta que hemos tenido a nuestra investigación durante el último medio millón de años ha condicionado la manera en la que nos relacionamos con cualquier otra idea.
–No te preocupes, no me cabe la más mínima duda de lo que me estas diciendo. La obsesión es algo que nos ha cegado a todos en algún momento de nuestra existencia. Por otro lado, he de reconocer que tu discurso ha servido para orientar mi curiosidad hacia territorios que nunca habían llamado mi atención. Me voy con muchas cosas sobre las que penar, pero ninguna que me preocupe tanto como lo que he visto en ti.
–No es necesario que te preocupes por eso, ya lo hicimos nosotros durante un tiempo.
–Somos conceptos llenos de contradicciones –el mensaje de Yago llega de manera abrupta–. Afirmamos que el tiempo no hace mella en nosotros pero, al mismo tiempo, reconocemos abiertamente que necesitamos de él para cambiar y aprender –tanto su forma como su fondo resultan chocantes. Tan fuera de personaje que casi le cuesta localizar su origen e identificar a su emisor–. Por más que pretendamos estar por encima de muchas cosas, no todos los aspectos que nos conforman son igual de impermeables a su proximidad o su influencia. Todo aquello con lo que interactuamos nos condiciona, ya sea por influjo, por afinidad o por oposición –solo ahora Mugebe es capaz de ver también en él algún vestigio de lo que ha percibido en su compañera–. Con esto, por más que tratemos de obviar el transcurrir de los instantes como un factor determinante de nuestro devenir, lo cierto es que nuestra percepción y comprensión de la realidad no dejan de ser elementos íntimamente ligados al fluir del tiempo.
–Ahora también me preocupas tú. ¿Por qué me habéis ocultado esto que os ha sucedido?
–No te hemos ocultado nada. Esto que te resulta tan anómalo nos ha acompañado durante tanto tiempo que ya forma parte de nuestra esencia. Sin ello, no seríamos “nosotros”, sino “otra cosa”. Hemos estado separados durante mucho tiempo y, como consecuencia de esto, hemos evolucionado de maneras diferentes. Nos hemos visto expuestos a la influencia de conceptos que el otro no ha conocido. Nos hemos adaptado a contextos que ya no existen, de la misma manera en la que lo has hecho tú. Es tan sencillo y tan complejo como eso, pero no es algo exclusivo de este lugar. Pasado el tiempo suficiente, todos nos convertimos en extraños incluso para nosotros mismos. Por más que no seas capaz de identificarlo o cuantificarlo en el primer plano de tu consciencia, una parte de ti sabe que tú tampoco eres la misma persona que dejamos atrás cuando abandonamos Adai. Eso mismo también es aplicable a quienes te han acompañado y quienes habéis dejado en la realidad que nos vio nacer, pero el haber permanecido junto hace que esos cambios más o menos sutiles o graduales hayan pasado desapercibidos a vuestra propia percepción.
–Por lo que puedo deducir, parece que las sorpresas en este lugar no terminan nunca.
–Ya nos conoces –por un instante Yago recupera el tono cómplice con el que ha estado presente desde que llegó–. Siempre viene bien tener una voz discordante a mano, y eso es algo que históricamente se nos ha dado muy bien. Si hay algo que compartimos todos los aquí presentes, yo diría que es que ninguno está tan ciego como para ignorar que hay ciertos puntos de vista que se te pueden escapar –lentamente, tanto su estado como el tono que imprime al mensaje van fluctuando de maneras que Mugebe no es capaz de interpretar–. El “todo” no solo es mucho más grande que nosotros, sino que también supera a cualquier cosa que podamos imaginar. Lo que nos queda por descubrir supera en un orden de magnitud incalculable a lo que ya conocemos.
–Si con esto pretendes validar tu teoría referida al tiempo y las múltiples maneras en las que nos relacionamos con él, lo has conseguido plenamente. He permanecido aquí junto a vosotros durante más de dos siglos, y en estos últimos instantes he descubierto más aspectos vuestros que todos los que he sido capaz de percibir desde que llegué.
–No se trata de una sensación unidireccional. En gran medida, tú y los tuyos continuáis siendo un gran misterio para nosotros.
–Por más que confiemos en nuestras capacidades perceptivas y en las conclusiones que obtenemos a través suya de la realidad, no dejan de ser unas herramientas tan imperfectas como lo somos nosotros mismos. Mecanismos que evolucionan junto a las entidades en las que nos transformamos. Lo que somos, lo somos ahora. Quienes fuimos antes carece ya de sentido, y quienes seremos después está condicionado por las decisiones que tomemos en este instante.
–Y aquí es donde discreparemos una vez más, al menos en parte. No podemos ignorar lo que fuimos, porque sigue formando parte de nosotros. Podemos tratar de obviarlo o avergonzarnos de ello. Podemos tratar de mantenerlo bajo control o repudiarlo. Pero eso no cambia los hechos. No cambie lo que fuimos. Esa parte sigue ahí acompañándonos. Lo hace y nunca dejará de condicionar lo que seremos olos caminos que tomaremos a continuación.
–Una vez que hemos llegado hasta aquí, ¿hacia dónde te llevarán ahora tus decisiones?
–Supongo que de vuelta a casa. Os echaré de menos como llevo haciendo desde que os fuisteis y, al igual que entonces, quedarán miles de conversaciones por terminar. Pero, a pesar de esto, creo que ha llegado el momento. También quedaron muchas cosas por continuar allí.
–––––––––––––––––––
Silencio en todo el espectro. Eso es todo cuando es capaz de percibir procedente de los miembros de la expedición que que regresa hacia Nansalar desde que abandonaron el Cúmulo. En lo que respeta a Mugebe, el conjunto de individuos que comenzó este viaje regresa como algo muy distinto. Ya no son un equipo o un grupo. Regresan como una serie de personas a las que no sabe si conoce.
Ninguno de los miembros de la expedición ha compartido con ella ningún dato referido a sus experiencias recientes. Al menos, eso es todo cuando puede percibir aquellas partes de ella que tratan de valorar este hecho. El resto de su ser está demasiado ocupado para trata de analizar cualquier cosa que suceda más allá de su masa conceptual. Sumida como está en sus propios pensamientos, no dejar entrar nuevos impulsos del exterior. Ni siquiera es consciente de la existencia de estas señales y de la manera en la que las está reflectando. Las dudas y preguntas que han estado recorriendo sus procesos mentales desde que su última conversación se han convertido en una barrera que impide que cualquier otra idea los alcance.
Sabe cuál es el origen de su inquietud, puede ubicar con claridad su inicio, pero no es capaz de concretar o comprender su porqué. Fragmentos sueltos de la última conversación regresan hasta sus pensamientos una y otra vez. Regresan entrelazados con elementos cuya presencia no recuerda haber percibido mientras esta tuvo lugar.
–¿Qué me sucede?
Ninguna de las ideas tratadas durante aquella charla le resultó novedosa o sorprendente. De eso no le cabe duda. Tampoco ha experimentado nada dentro de las coordenadas o el contexto del Cúmulo que se aleje demasiado de otras vivencias pasadas. Ella estaba ahí cuando la humanidad comenzó a forjar sus primeros mecanismos de comunicación. Ella estaba ahí cuando surgieron las primeras preguntas. Cuando se plantearon por primera vez quiénes eran y cuál era su papel dentro del gran esquema. Cuando se plantearon las primeas hipótesis. Cuando se resolvieron las primeras incógnitas. Ella estaba ahí... pero ahora observa todos estos momentos de su pasado desde una infinidad de nuevos prismas. Puntos de vista de los que no disponía cuando ella y los suyos dieron forma a los primeros mecanismos de comunicación. Cuando comenzaron a hacerse preguntas. Cuando estas herramientas a las que dotaron de significado unía por primera vez lo que estaba disperso a lo largo y ancho de infinitas realidades. Ella estaba ahí cuando trataron de concretar lo abstracto. Cuando “palabra” y “nombre” dejaron de ser ideas apenas esbozadas que flotaban en el torrente incontrolable de la esfera del plano mental. Ellos “eran” antes de la existencia de “ellos” o “nosotros”. Antes de alumbrar conceptos como “él” o “ella”. Antes de sentir cualquier tipo de vinculación o identificación con estos términos. Antes de cada una de sus redefiniciones y resignificaciones. Ella ha presenciado y ha sido partícipe de cada nueva matización. corrección e incorporación que han recibido la humanidad. Ha participado de cada paso recorrido. De lo que fue, es y aspira a ser esta idea. De cada paso que ha dado la forja de este constructo comunal. Ha estado presentes cada vez que estas reflexiones han sido emitidas. Poco importa que ella estuviese allí. Poco importan todas las lecciones aprendidas. Poco importa ser una entidad más vieja que el mismo lenguaje. Este conocimiento no le sirve para nada. Ninguna de estas vivencias, ninguna de estas lecciones, le resulta de utilidad a la hora de enfrentarse al conflicto que tiene lugar en su interior.
Su parte racional le repita una y otra vez que las experiencias que ha vivido dentro del Cúmulo no han sido tan excepcionales. Que nada de cuanto ha acontecido ahí tendrían que resultar más relevante que cualquier otra situación trivial de cuantas ha experimentado con anterioridad. A fin de cuentas, este tipo de sucesos no dejan de ser acontecimientos que se repiten cíclicamente a lo largo y ancho de las diferentes realidades. Al igual que ha sucedido con otros tantos eventos en los que ha participado, con el transcurrir del tiempo debería convertirse en uno más de los ecos lejanos que habitan sus pensamientos. Pero no es así. No lo percibe así. No lo siente así. El problema no en esos recuerdos, sino en ella misma. Algo ha cambiado en su interior pero desconoce sus dimensiones o su repercusión y, lentamente, esa sensación se va apoderando de todos sus procesos. Una porción insignificante de información capaz de poner en duda todo cuanto es. Un segmento que se ve incapaz de localizar o reconocer.
Analiza de manera exhaustiva cada mensaje y cada armónico de cuantos ha intercambiado durante su estancia en el interior del Cúmulo. Cada acción llevada a cabo y cada reacción derivada de ellas. Cada interacción y cada reflexión. Todo lo que encuentra son eventos y cuestiones que ella misma ya ha llegado a encontrarse o plantearse en diferentes momentos de su existencia. Preguntas para las que nunca ha necesitado una respuesta única, concreta y urgente. Que nunca la han llevado a sentirse tan desconectada de todo aquello con lo que siempre se ha sentido identificada.
Pero en estos momentos no se ve capaz de identificarse con ninguna de la infinidad de fases por las que ha pasado a lo largo de toda su existencia. No se reconoce en el conjunto puro de datos ni en las carcasas orgánicas que ha habitado. No se reconoce en “él” o “ella”. No se ve reflejada en quienes la rodean o en quienes acaba de abandonar. Es incapaz de establecer ningún tipo de vínculo con quien recuerda haber sido, o con el mismo concepto de “lo humano”. Fases y sensaciones ya superadas tantas veces que esta no debería suponer ninguna diferencia. No es la primera ocasión en la que duda la validez de este concepto al que ayudó a dotar de sentido, de la misma manera en la que tampoco es la primera vez que ha dejado de sentirse representada por él. Ese no es el problema. Lo sabe. Nunca ha necesitado de una sensación de pertenencia para saber qué y quién es. De ser así, se habría visto sometida a sensaciones similares cada vez que ha partido de su hogar. Cada vez que ha necesitado adoptar formas y esencias “inhumanas”. Cada vez que ha perdido la capacidad de acceder hasta la esfera mental. Cada vez que se ha visto aislada del resto de “los suyos”. La cantidad de ocasiones en las que, ya sea de manera voluntaria o involuntaria, ha dejado atrás su condición inicial es tan elevada que no es capaz de enumerarla. Se ha reconstruido bajo tantas formas y condiciones que, con frecuencia, se ha preguntado por cuánto puede quedar en quien es hoy de aquel ser que cobró consciencia hace ya tanto tiempo. No, estas dudas y estas preguntas no son nuevas, sino que le han acompañado casi desde la primera vez que el primero de los suyos trató de acotar lo que son. Pero, hasta este instante, estas preguntas nunca habían dejado de ser ejercicios retóricos. Cuestiones fútiles y carentes de cualquier tipo de aplicación dentro del territorio de “lo real”. Es capaz de recordar todo esto. Capaz de acceder hasta todo aquello que alguna vez ha dado por cierto. Pero lo que no logra encontrar en estos recuerdos son respuestas satisfactorias. El conocimiento no logra silenciar la duda. No es capaz de impedir que se propague a lo largo de todo su ser. Que impregne todas sus certidumbres hasta sepultar a la persona que inició este viaje. Cualquier vinculación que pueda haber sentido hacia “lo humano” se ve cuestionada. Se transforma en algo fortuito y fuera de su control. Lo único que es capaz de ver con claridad son los elementos que la separan de aquellos a quienes conoce y aprecia. Se trata de una “verdad” de la que siempre ha sido consciente. Una máxima universal.
Recuerda las palabras de Devas; todos son únicos de una manera u otra, pero sentirse “única” nunca antes le había generado semejante desasosiego. Una vez más, solo son palabras. Sonidos e imágenes utilizadas para expresar ideas. Ninguna de ellas cambia nada de lo que “es”. Las palabras pueden ser utilizadas para describirla, pero no la definen. No determinan o condicionan su naturaleza. El lenguaje no la moldea. No dota de ningún sentido especial a su existencia. Solo es una herramienta inventadas por... ¿por quién?.
La primera respuesta que llega a esta pregunta es “por los suyos”, pero ahora duda de la existencia de nada parecido. ¿Acaso existen “los suyos”? ¿Acaso existe alguien más como ella?
La sensación se ve alimentada por todas las ideas que llegan hasta el primer plano de sus procesos mentales. Da nueva fuerza a conceptos que creía superados. A constructos acerca de los que hace mucho que no reflexiona, pero que por primera vez son capaces de abandonar el plano teórico para convertirse en algo muy real. En algo casi tangible. Locura y obsesión solo son dos de ellos, pero el que impacta en ella con mayor fuerza es otro. Soledad.
Hasta donde llega su memoria, no recuerda haberse sentido nunca antes tan sola. Tan incapaz de enfrentarse al torrente de sensaciones, emociones e impulsos que la invaden. La sensación de aislamiento que experimenta le resulta tan colosal e inabarcable que no puede equipararla con nada que haya conocido. Cada pensamiento que surca su mente la atraviesa y parece tirar de su masa conceptual en una dirección diferente provocando que su misma coherencia estructural se vea comprometida. No puede separar causa de consecuencia o diferenciar acción de reacción. Lo único que sabe es que estos impulsos la abruman. Que la arrastran hacia una espiral descendente donde la esperan emociones que nunca ha experimentado. Hacia direcciones que no desea recorrer.
Su mente solo es capaz de pensar en una cosa. En la posibilidad de que su existencia se vea reducida a esto. Se siente atrapada en su mismo interior. Incapaz de escapar de ella misma. Inmersa en un bucle infinito de reflexiones que sabe absurdas. Nunca antes el deseo de saber y la necesidad de encontrar nuevas preguntas y respuestas le ha resultado tan amenazante. Tan inútil. Todo lo que siempre ha dado sentido a su existencia ahora le resulta totalmente ajeno.
Su interior se encuentra sumido en una batalla. Miles de impulsos contradictorios se generan a cada instante, pero estas señales mueren poco después de ser alumbradas. No sabe si ha de considerar estos pensamientos como algo aberrante o aceptarlos como algo inevitable. Si debe tratar de frenar el avance de estas sensaciones o ha de abrazarlas con resignación. Si ha de escuchar a aquellas partes de su ser que consideran esta como una causa perdida o si ha de luchar contra ellas.
Se ve incapaz de concebir nada que pueda existir y propagarse más allá de esta sensación. Vaga a la deriva sin posibilidad alguna de comprender los lugares que atraviesa, o el efecto que genera en su entorno. Su trayecto no se ha detenido en ningún momento, pero no tiene visión, interés o conocimiento de lo que sucede a su alrededor. Ha perdido el deseo de llegar a ninguna parte. La voluntad de luchar contra lo que le sucede. Lo único que es capaz de percibir ante ella es una eternidad de incertidumbre. De confinamiento dentro de su propio ser. Una sensación que se propaga lentamente consumiendo de manera inexorable todo foco de resistencia que encuentra en su camino.
Pero.
De manera esporádica, llega hasta el primer plano de su consciencia un “pero”. Los últimos vestigios de esa porción de ella continúa resistiendo. Esa que sabe que siempre hay “un pero más” no deja de rebelarse contra esta certidumbre que sabe absurda. Esa que nunca deja de dudar, aun cuando los datos confirman una teoría. La que le dice que siempre hay una excepción a la espera de ser descubierta. Todo cuanto creen saber ha de ser puesto en duda. Nada sea tan simple como lo muestran los primeros análisis, pero tampoco es tan complejo como para no poder ser desentrañado. Al mismo tiempo, nada es inmutable. No importa los datos que tengan. No importa la cantidad de veces que sus experimentos confirmen sus teorías. La realidad se encuentra en un constante flujo de refactorización. Estos son los axiomas que siempre se han mostrado ineludibles. La verdad a la que esa ínfima porción de quien fue se aferra. Sabe que esta sensación ha de tener una explicación y una salida. Solo ha de continuar buscando esos “peros”. Esas respuestas que permitan a su parte racional abandonar este estado de apatía en el que se encuentra sumida. Quizás todo el resto de cuanto “es” trate de conducirla hacia el nihilismo, pero esa parte aún resiste. Su parte más primaria se niega a la resignación. Se niega a a aceptar que no existan alternativas. Por más aislada que pueda sentirse, por más única e incomprendida que pueda considerar su existencia, por más incognoscible que sea su firma energética al ser comparada con cualquier otra, nada de eso niega a la persona que ha sido hasta este instante.
El aislamiento no logra anular la totalidad de cuanto ha conocido y cuanto ha sido. No logra sepultar a esa parte de ella que aún es capaz de recordar y aferrarse a estas memorias. La que no solo sabe que “existe”, sino que también recuerda que no está sola. Quizás esa parte que aún lucha no pueda sentir la presencia y la cercanía de los demás, quizás no sepa cómo establecer contacto con cuanto existe más allá de sus propios procesos mentales, pero saber que están “ahí” le es suficiente.
Cuanto queda de la persona que fue sabe que no podrá encontrar la ayuda que necesita en su interior. Necesita salir desesperadamente, pero no es capaz de atravesar las infinitas capas de soledad, aislamiento y desesperación que la separan del “exterior”. Trata de encontrar maneras de establecer un contacto, cualquier tipo de contacto, pero sus intentos por avanzar a través de esta masa conceptual que no se ve capaz de reconocer se ven frenados por oleadas súbitas de incomprensión. Cada nuevo pensamiento y cada nueva intentona de sobreponerse a cuanto le sucede solo sirve para minar un poco más sus fuerzas. Para alimentar a sus inseguridades más profundas. Consolida y reformula un poco más las barreras que la confinan. Cada intento de utilizar la lógica y la razón la lleva hasta nuevas “razones” que alimentan al impuso que le obliga a permanecer encerrada en sí misma. Cada reflexión obtiene como respuesta una contra destinada al refuerzo de una lógica que sabe retorcida, pero de la que no es capaz de zafarse. A cada paso que da recorriendo los recovecos de su ente mayor, trata sin éxito de no verse afectada por lo que encuentra en ellos. Por una tempestad de dudas que la ralentizan, desvía y aleja poco a poco de su destino.
El tiempo, esa fuerza que siempre le ha resultado irrelevante, pasa a convertirse en un antagonista imbatible. Cada instante que permanece en el interior de su propia masa conceptual resulta agónico. Todo cuanto fue y conoció se ha transformado en un laberinto cuyos caminos no dejan de cambiar. Pese a que estos cambios no parecen ser actos conscientes, esta conclusión no trae con ella consuelo alguno. Viajando entre estos estertores y convulsiones aleatorios, se ve incapaz de trazar ningún tipo de plan. Su avance no puede basarse en el conocimiento que posee. Cada vez que se encuentra próxima a lo que considera que puede ser alguno de los límites fronterizos de esta entidad en las que se ha convertido, trata de generar una señal que se propague más allá de sus fronteras, pero no puede saber si ha tenido éxito en su intento. Quiere creer que si que lo logra. Que esta podrá ser percibida por sus acompañantes. Pero lo único que es capaz de saber a ciencia cierta es que, a partir de un instante indeterminado, su mensaje parece entrelazarse con el ruido que la rodea y desvanecerse más allá de donde alcanzan sus sentidos. En ningún momento llega a saber si cualquiera de ellos logra sobrepasar los límites de su masa conceptual. No sabe cuántas capas de distorsión y aleatoriedad más han de atravesar. No sabe si al hacerlo se convertirán en algo ininteligible para sus destinatarios. A su vez, tampoco sabe si una hipotética respuesta puede estar llegando hasta ella sin que sea capaz de percibirla.
Lentamente, el desánimo va ganando fuerza en ella. Los pensamientos que se consolidan son aquellos que alejan de ella cualquier tipo de esperanza. Jamás podrá escapar de aquí. Continuar luchando carece de sentido. No va a encontrar ayuda en ninguna porción de quien fue.
Cada nueva intentona solo sirve para generar mensajes más irregulares y confusos. A medida que esto sucede, llegar hasta su destino se transforma en algo menos vital. Su propósito se desvanece como si nunca hubiese estado ahí. El mensaje se convierte en un automatismo de cuya existencia ni siquiera es consciente. La acción en sí misma carece de cualquier valor. El sentido de llevarla a cabo escapa a su comprensión. Todo carece ya de cualquier razón de ser hasta que la consciencia regresa de manera súbita. Hasta que es consciente de un estímulo externo ha llegado hasta ella. Hasta que comienza a identificar con claridad un patrón que no ha sido generado por ella. Ciertos impulsos que es capaz de reconocer dentro de la cacofonía caótica que es su interior. Señales ajenas cargadas de empatía y preocupación. Frecuencias cálidas que se funden y logran reactivar otras partes de su ser.
No sabe desde cuándo han estado “ahí”. Cuántas capas de incertidumbre han tenido que atravesar. Lo único que sabe es que esas señales no son “suyas”. Que no han sido formuladas por ninguna de las fases por las que ha atravesado. Que todas ellas han logrado superar las barreras que la separan del exterior y propagarse a través de todo su ser hasta llegar a los últimos vestigios de su yo consciente. No es hasta que comienza a vibrar de manera armónica con ellas que es capaz de comprobar que han estado ahí casi desde el primer instante. Avanzando con lentitud en busca de alguna porción de Mugebe capaz de procesarlas. Tratando de consolidar sus posiciones dentro del cúmulo de inseguridad y sufrimiento que lo inundaba todo. Sigue sin ser capaz de comprender este mensaje, pero el conocimiento de su mera existencia supone un cambio significativo en su lucha. Quizás apenas sea percibido como una estrella lejana, pero su brillo es suficiente para dar nueva luz a este universo que habita. Un punto de apoyo sobre el que poder construir no ya a la persona que fue, sino a la que necesita ser para coexistir con todo cuanto sucede en su interior. Para encauzarlo.
Reconoce los términos y la intención del mensaje, pero aún se ve incapaz de procesarlos o responder. Ha perdido la capacidad de relacionarse con lo que antes le resultaba instintivo. Su aislamiento es tal, que ni siquiera puede conectar con aquellas partes de sí misma para la que estas preguntas tuvieron sentido en algún momento. Aun así, algo en esta señal despierta lugares recónditos de su memoria. Vestigios perdidos e inconexos que traducen estas señales como...
–¿Qué te sucede? ¿Qué podemos hacer para ayudarte?
Pero algunas partes de ella luchan contra esta conclusión. La consideran algo absurdo Carente de cualquier tipo de sentido. No pueden estar preguntándole eso. ¿Acaso no pueden percibir lo que a ella le resulta tan obvio? ¿Acaso no son capaces de comprender la futilidad de todo? Los fragmentos infectados de su mente ya conoce las respuestas a estas preguntas. No hay lugar para la esperanza o la duda. Por supuesto que lo ven. Claro que lo comprenden. Por eso no se acercan. Por eso se limitan a arrojar sus preguntas desde la distancia. Desde tan lejos que ni siquiera es capaz de percibirlos. Acercarse a ella, entrar en contacto con la verdad, supone un riesgo que no están dispuestos a aceptar. Piensa en ellos con desprecio. Con desagrado ante la complacencia y el autoengaño en los que se los imagina regodeándose. ¿Cómo ha podido estar tan ciega durante tanto tiempo? ¿Cómo ha podido pensar en algún momento que compartía algo con estos seres? Con aquellos conceptos que un día consideró sus iguales pero con los que ahora sabe que no tiene nada que ver. Con estas criaturas cuya mera existencia solo sirven para enfatizar lo sola que está. No. En ellos no va a encontrar ninguna ayuda. No puede aspirar a...
El contacto es súbito e inesperado. En su mente no había espacio para esta posibilidad. Nada procedente del exterior podía entrar en contacto con ella. No era consciente de la manera en la que los demás habían estado luchando contra las barreras que ella misma había erigido para mantenerlos alejados. No podía percibir la manera en la que las masas conceptuales de sus acompañantes las atravesaban y sorteaban.
La calidez que genera su mera proximidad resulta tan estremecedora, tan íntima, que sacude a todo cuanto es en un espasmo involuntario. En una reacción espontanea que devuelve el control a esa ínfima parte de ella que aún recuerda una existencia en la que la esperanza tiene cabida.
Una vez superada la sorpresa y el aturdimiento, el conflicto se reanuda. Estas emociones se ven superadas por las de la culpa y la vergüenza en la lucha por el control. Son ellas quienes se enfrentan ahora a la rabia y el dolor. A todo lo que permanece en su interior buscando un nuevo lugar que ocupar. Un foco hacia el que dirigir su atención. Cada fragmento de quien fue se encuentra al acecho. Expectante de la nueva entidad que surgirá como consecuencia de esta situación. Alerta por la manera en la que esto puede condicionar el estado de los conflictos en curso.
El tiempo se dilata de maneras que nunca antes han experimentado mientras el nuevo ser toma consciencia. En su interior la batalla no ha cejado en ningún instante. La tregua no tarda en romperse mientras cada recoveco de su propio ser cuya existencia desconocía trata de hacerse con el control. La virulencia con la que salen a la luz le desconcierta. Le provoca el deseo de retraerse de nuevo hasta la paz del vacío, pero logra imponerse sobre este impulso. La nueva Mugebe no tarda en ser consciente de lo retorcido de sus pensamientos. De lo errado de sus conclusiones. De todo lo aberrante y dañino que continúa albergando en su seno. De todo el ruido que silencia a esa pequeña parte de sí misma que, aun agotada, continúa tratando de hacerse escuchar. Esa que, aun sin esperanzas de triunfo, no ha dejado de moverse. De trasladarse hasta aquellas porciones de ella que han sentido de manera más íntima el contacto de sus compañeros. Esa que finalmente logra obtener su atención.
Esta es la única ventana de la que dispone para contemplar la realidad que realmente existe más allá de ella misma. Su presencia le sirve como filtro para los mensajes de sus amigos. A través de ella puede sentir toda la calidez que transmite su contacto. Puede sentir su preocupación sincera antes de que esta sea pervertida por por la rabia y el dolor que padece, para recordar quién fue realmente antes de que diese comienzo este descenso hacia la desesperación.