Tercera edad

Tercera edad arcanus

Regresos y éxodos

Regresos y éxodos

Durante milenios, recluido en las entrañas de de Namak, Baal trataría sin éxito de imponerse sobre la carga que para él representaba la consciencia, ignorante de la ironía de que aquello era algo que ni siquiera él era capaz de destruir. Sólo quería recuperar el descanso que le otorgase la inconsciencia, pero lo que había sucedido no podía ser deshecho. Ante él se hallaba un camino que tendría que recorrer. Un camino repleto de decisiones a tomar y consecuencias que afrontar. Con el dolor como única guía y experiencia, en su interior sólo halló una única manera de recorrer aquella senda. Una única manera para alcanzar el descanso y el olvido: La destrucción de toda existencia.

Tras tomar la decisión, Baal atacaría el hogar de Tayshar; donde se encontraban las fuentes de la vida. Su poder, alimentado por el dolor, era tan grande que las barreras que separaban los planos caían a su paso como si jamás hubieran existido. Ante aquella fuerza imparable nada podía hacer Tayshar por detenerlo. Tan profunda era la herida que le afligía, que ni siquiera Layga podría sanarlo.
Sabedor de esto Tayshar se encaró ante el destructor, dando a sus hijos la ocasión de huir y ocultar las fuentes que estaban consagrados a proteger. Tan solo Kozûl permaneciendo junto a su padre mientras sus hermanos huían, ignorante de que aquel combate no era sino un acto desesperado para ganar tiempo. Tayshar perecería infligiendo una única herida al destructor, una herida que le impediría ver la ubicación de las fuentes.
Una vez abatido el padre, Baal seguiría a sus hijos, sin saber que las fuentes se encontraban ocultas en el interior del cadáver yaciente de Tayshar. Tras su partida, Layga también se despediría de su difunto compañero. Regando sus restos con nueva vida, crearía sobre él un jardín eterno; Dayashu, la tierra de los sueños y encomendaría a Kozûl su cuidado. Después se despidió también de él y se dirigió hacia una nueva batalla.

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Nuevos dioses para un mundo viejo

Nuevos dioses para un mundo viejo

Huyendo del destructor los hijos de Tayshar se dirigirían hasta Daegon; la realidad que había sobrevivido a la llegada del enemigo. Allí serían recibidos por Ytahc, quien lamentaría la muerte de su hermano.
Juntos prepararían la defensa para la siguiente venida de Baal, quien esperaban que les siguiese en su búsqueda de las fuentes de la vida. Pero mientras se preparaban para esta labor, algo llamó poderosamente su atención: en un nivel de existencia distinto al suyo, los hombres continuaban moviéndose y cambiando. Amando y combatiendo.
Aquellas criaturas les despertaban sentimientos encontrados pero, por encima de todas las demás, primaba la curiosidad. Sus miradas se dirigían cada vez con mayor frecuencia hacia ellos y como consecuencia de aquella observación, de la necesidad de comprensión e interacción que despertaban en ellos, aparecerían sobre la faz del planeta avatares de sus esencias. Más como un acto reflejo que como un acto consciente, proyectarían sobre aquel mundo constructos con forma humana capaces de comunicarse y relacionarse con los hombres. Seres que estos fuesen capaces de percibir y comprender. Nuevas entidades completas y complejas que desarrollarían personalidades independientes.

Sobre Daegon los convulsos tiempos de guerras habían finalizado. Los Ailanu, descendientes de Ailan y Neima, guiaban el camino de la humanidad. Mientras el resto de los hombres combatían, los primeros hijos de Ailan, aquellos que no habían sido marcados por el destructor y los suyos, continuaron con el legado de sus padres: El entendimiento y dominio de los mecanismos que regían su realidad. Tras estudiar y observar aquellos mecanismo durante milenios crearían el Naludah Avanyali; los escritos en los que se definirían los “Preceptos para el análisis, la comprensión y el control de la energía planar”.
Gracias a este conocimiento, los Ailanu se convertirían en los gobernantes de facto de Daegon. Primero como consejeros de reyes y señores de la guerra para, con el tiempo, convertirse en los los Adar Gielanu; los reyes eruditos. Decían servir a los gobernantes de los distintos reinos, pero sus señores eran mortales, mientras que ellos eran intemporales. Sus plumas serían los instrumentos que darían forma y definirían la historia. De esta forma, desde su papel de asesores, poco a poco habían conducido al mundo a una nueva era de prosperidad y estabilidad.
La irrupción en su mundo de aquella nuevas criaturas no pasaría desapercibida, ni a ellos ni al Kilgar Doreth, por lo que no tardarían en entablar contacto con ellos. Ambos grupos recibirían de distinta manera las nuevas que portaban.
Mientras parte de los ailanu acusaron a los Tayshari de traer de vuelta al destructor y exigirían que abandonasen su hogar, los demás elegirían escuchar a los recién llegados, a los que llamarían Kansay; el legado de los cielos. Los hombres erigirían templos en su nombre y comenzarían a adorarlos. Los reyes atenderían a sus palabras por encima de las de sus consejeros. La estabilidad se quebró, dando comienzo a un nuevo ciclo de guerra y muerte.
Mientras tanto, el concilio aceleró los preparativos para enfrentarse a Baal una vez más.

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Rupturas y fragmentos

Rupturas y fragmentos

El orden que tanto habían luchado los ailanu por establecer, sería destruido por ellos mismos. Diferencias, reproches y rencillas que durante mucho tiempo habían permanecido controladas y ocultas, saldrían a la superficie estallando de manera dramática en el peor de los momentos, utilizando la cercana llegada del destructor como excusa.
Liderando a aquellos que pedían la marcha de los tayshari se encontraría Airk, guía, amigo y amante de Dansula, señora de Torquail. Comandando a quienes defendían a los recién llegados se hallaría Daymasis, consejero de Vanshu, señor de Ranndayr.
En un principio el conflicto sería primordialmente diplomático y comercial pero, tras la llegada del destructor todo cambiaría.
Su sola presencia en aquel plano provocó ondas de choque a todos los niveles de realidad. Ondas que llegarían hasta Daegon, partiendo en dos el gran continente y creando miles de nuevas islas por toda su superficie. La población mundial fue diezmada y las ciudades derruidas. De no haber sido por la protección de Ytahc y los tayshari, Daegon habría sido completamente destruido. Para la batalla que se libraría en el nivel conceptual de aquel plano, los tayshari necesitarían de todo su poder y harían regresar a los Kansay. Ytahc, por su parte, despertaría de nuevo a los guardianes durmientes para que protegiesen en nivel material.
Pero entre los muertos en aquella catástrofe se hallaría Dansula. Enloquecido por el dolor que le causase la perdida de su compañera, Airk culpó a los tayshari y sus defensores y, tras auto proclamarse Dios protector de Daegon, les declaró la guerra. Cualquiera que adorara o defendiese a los tayshari, cualquiera que se opusiese a él, ya fuesen hombres, Kayain (hijos de humanos y los avatares de los tayshari) o guardianes, serían declarados cómplices y culpables de la masacre.
Tan sólo tres de las grandes naciones supervivientes del cataclismo se opondrían aquel nuevo orden: Ranndayr, Dagorel y Kayrunen. Todos ellos, malheridos por el desastre, pagarían por ello.

También en aquellos tiempos surgirían por primera vez dos nuevos cultos, que ni siquiera las prohibiciones del dios protector podría acallar: Los Avyalish, seguidores de Avjaal a quien llamaban Evyal y los Daigo alase, los destructores de almas, devotos de Yago. Ni siquiera Airk, pese a declararse por encima de su toque, podía negar el poder y la ecuanimidad de aquellas divinidades; el poder de la muerte.

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El despertar de los jonudi

El despertar de los jonudi

La llegada del destructor, y la batalla que esta había desencadenado, había creado grietas en las barreras que separaban los planos. Brechas a través de la que se filtraría una nueva entidad.
Desde el principio de los tiempos, la oscuridad había estado presente. Pero, al contrario que el resto de los poderes, no había alcanzado la consciencia. Sólo era una fuerza cohesionadora. Un herramienta inerte a ser utilizada por los demás poderes. Un elemento inconsciente moldeado por la voluntad de los soñadores. Situado en un nivel de existencia distinto al de los hombres, jamás había tenido contacto real con ellos.
Su esencia había sufrido cambios debido a la interacción de los demás poderes con ella pero, no sería hasta que parte de su enormidad se filtrase al nivel de existencia de los hombres, que se dividiese y cada uno de sus fragmentos se tornase único y tomase consciencia y forma propia.
Entre los seres que naciesen de aquella confluencia se encontraría Shayka, Con sus recién adquiridas percepciones contempló a los hombres y le parecieron hermosos. Pero en la lejanía percibió también al destructor. Antes de nacer ya había sufrido su contacto, cuando por primera vez atravesase la oscuridad.
Al igual que Shayka, Hargos e Yrgassh, Cleafen y Galeass también percibirían y recordarían a Baal, y juntos se dirigirían a ayudar en su lucha a los tayshari.
Pero no todos los nuevos seres resultarían benévolos para la humanidad. No todos recibirían con agrado la consciencia. Al contrario que para el destructor, la existencia no significaba dolor para ellos, pero añoraban regresar a la oscuridad primordial, pero habían cambiado demasiado como para poder regresar a ella.
Ellos eran distintos. Diferentes a los hombres o a los poderes primarios. Ante la imposibilidad de regresar al vientre del que habían surgido, se convertirían en los jonudi, y buscarían recrear su hogar en el lugar que se les había condenado a existir.

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Fortalezas en las estrellas

Fortalezas en las estrellas

Tras su llegada a Daegon, los jonudi estudiarían su nuevo entorno. Conceptos como la luz o el color, el movimiento o la misma vida les resultaban nuevos y extraños. Durante los primeros siglos que seguirían a su despertar, morarían en Nusureh, una dimensión que les recordaba a su hogar, desde la que experimentarían todos aquellos nuevos conceptos, e intentarían comprenderlos; algo que les resultó extrañamente sencillo. En muy poco tiempo fueron capaces de crear artefactos que les ayudasen interactuar con aquella realidad y de moldearla como si les perteneciese. No había curiosidad en aquellos actos, sino pura y simple reacción. Pronto abandonarían aquel lugar para explorar el vasto universo que se encontraba a su disposición. Su presencia no pasaría inadvertida para los ailanu durante mucho tiempo y, pese a que su número no era suficiente como para que fuesen considerados una amenaza, sí que despertaría su curiosidad. Pero el primer contacto con los hombres marcaría su relación de una manera traumática.
Tras descubrir la existencia de Nusureh, y detectar en ella lo que le parecían vestigios de vida, Nityl, hijo de Ailan, científico, investigador y consejero de la nación de Quendapoa, trató durante años de entrar en contacto con los habitantes de aquella dimensión. Acudiendo a su llamada un grupo de jonudi liderado por Shaen'Tayd'Hanrath se harían presentes en Danrú, su capital.
Los jonudi también habían observado a los hombres durante siglos, pero no habían sido capaces de desarrollar un método para comunicarse con ellos. Su percepción del universo era distinta y carecían de voz, oído o sentidos equiparables a los humanos. Para tratar de comunicarse con ellos fusionaron sus esencias con aquellos que se encontraban ante ellos. Tratar de comunicarse con los hombres como lo hacían entre ellos, pero aquel método se demostraría ineficaz. Pero tras romper el vínculo, parte de la esencia humana permanecía en el interior de los jonudi y, los hombres de Nityl se verían invadidos por un hambre inhumana por llenar aquel hueco que había surgido en su interior. Un ansia que no eran capaces de controlar o saciar. Se habían convertido en los yunraeh: Los devoradores de almas.
En los jonudi también se produciría un cambio. En aquel momento fueron capaces de comprender mejor a aquellos hombres con los que habían establecido su vínculo y las necesidades que se habían despertado en ellos. Gracias a aquella conexión fueron capaces de controlaron sus acciones y mitigar su ansia antes de que comenzasen a herirse. Pero Nityl no era igual que sus hombres; él no era mortal. Había sobrevivido al ataque de los kurbun. Se había impuesto sobre la barbarie que había consumido a la humanidad durante milenios. Había estudiado con sus padres los misterios de que gobernaban los seis planos. Él sería capaz de imponerse sobre aquel hambre, e interpretando el intento de ayuda de Hanrath como un ataque, se resistió contraatacando y consumiendo al jonudi, transformándose con aquel acto en un nuevo ser: Oggalark.
Aterrados por la desaparición de su compañero, los jonudi le atacarían, pero no eran rivales para Oggalark, que los consumiría tomando con ello control sobre los recién nacidos yunraeh.
Pero aquello no era suficiente para él. Los jonudi se habían mostrado como una amenaza formidable. Un enemigo que no podía ser ignorada por más tiempo. A partir de aquel momento todos sus esfuerzos se encaminarían en la destrucción de Nusureh y sus habitantes.
Ante aquella amenaza, gran parte de los jonudi responderían a la agresión con el mismo lenguaje. Su número era limitado y no eran capaces de aumentarlo, pero los hombres eran presas fáciles. Erigiendo cúpulas de oscuridad sólida que engullirían Aldern y Banyaku, Danyala y Hammath, dominando a sus habitantes y comenzando una guerra abierta contra sus agresores.
Aquellos jonudi cuya voz no fue escuchada y abogaban por una solución pacífica, crearían los kalaash, las fortalezas de las estrellas. Allí, ocultos por Daegon de la luz de Sholoj, contemplarían el mundo esperando la ocasión para un nuevo comienzo. En la fortaleza Gar'Dau'Gnat, Dietmann Hotz, kayain hijo de Tarakus, reclutaría a Gada'Umae'Saysh, Nat'Frey'Adane y Taj'Úmer'Lan' para unirse al Kilgar Doreth.

El dominio del Dios Protector se veía amenazado, y animados por lo que podía ser una oportunidad de independencia, los descontentos abrirían un nuevo frente contra Airk. En la ciudad de Rashull se reunirían por primera vez los lideres del, Kinsay Ubami; La alianza de los pueblos libres.

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Arcanus y Rogani

Arcanus y Rogani

La confianza en el Dios Protector menguaba cada día que las cúpulas de los jonudi permanecían sobre las ciudades. El pueblo no había protestado cuando restringiese el acceso a la tecnología o el conocimiento planar. No se le había cuestionado cuando negó su ayuda a los tayshari. Nadie alzó la voz cuando aplastó la oposición de Ranndayr, Dagorel y Kayrunen. Pero aquello parecía superarle y las dudas del pueblo sobre sus capacidad para solventar aquel conflicto no dejaban de crecer. Lo que el pueblo no sabía, era que aquella perdida de eficacia del imperio era la consecuencia de los actos de una única persona.

Rogani era el segundo de Airk, y la mente más brillante de los ailanu. Suyas habían sido las decisiones que habían forjado aquel imperio de estabilidad. Situado siempre en una posición discreta como asesor estratégico y cabeza del consejo científico, se había convertido en el filtro por el que pasaban todas las noticias que llegaban hasta los ojos y oídos de su señor.
Pero llegó el momento en el que se cansó. No de estar en segundo plano, tampoco de la falta de reconocimiento de sus logros. Nunca había necesitado la gloria o los vítores. Pero ya había alcanzado su objetivo máximo y, aún así, se sentía vacío. Se había cansado de las reglas que él mismo había creado para aquel juego que siempre había representado el imperio.
Los jonudi representaban algo nuevo. Un reto, una imprevisto ante la monotonía en la que se había convertido su vida durante milenios. Un nuevo juego que atraía y requería de toda su atención.
De la noche a la mañana desapareció de ojo publico sin que, en un principio, el imperio notase su falta. La estructura que había creado era tan perfecta que la inercia mantuvo los mecanismos estables y en funcionamiento durante varias décadas. Las personas que había dejado al cargo eran competentes, pero necesitaban de un guía. Pero, con el tiempo, otros ansiarían llenar el hueco de poder que había surgido. Las luchas internas y la descentralización de las decisiones terminaría por destruir el “sistema perfecto” de Rogani, pero a él ya no le importaría. Su vida había encontrado un sentido. Un actividad con la que acabar con el tedio. Para aquel entonces ya se encontraba inmerso en el proyecto que llenaría sus días: El juego de los inmortales.

En aquellos días también se comenzaría a escuchar todo tipo de historias sobre un nuevo grupo de individuos. Se decía de ellos que poseían poderes más allá del alcance de los ailanu. Que eran capaces de realizar proezas imposibles, pero que eran humanos, mortales ajenos a la estirpe de Ailan. Se les conocería con el nombre de Arcanos.

De origen humilde, Iorum Arcanus se criaría en la ciudad de Thaysak, capital de la nación isleña de Zel-A. De joven trabajaría en las vajda, las maquinas que potenciaban el acceso de los ailanu a la energía de otros planos. En aquel lugar y de manera autodidacta, su mente única comenzaría a ahondar en en la comprensión de aquellas energías; a ver los errores en los axiomas que se habían establecido como verdades inmutables hasta aquel momento. No tardaría en sería descubierto por Kruanor, uno de sus superiores, que se convertiría en su primer discípulo.
Arcanus alcanzaría la inmortalidad antes de los cincuenta años, y durante varios siglos su mente inquieta desvelaría los secretos del universo. Todos aquellos que le ayudaron y estudiaron bajo su tutela lograrían hacerse con parte de aquel conocimiento, pero ninguno fue capaz de comprenderlo por completo. Muchos tratarían de reclutarle para sus respectivos bandos: el Kilgar Doreth y Rogani, Oggalark o la alianza de los pueblos libres. Incluso el mismo Airk. Pero él no era un maestro ni un soldado. No aspiraba a ser héroe o tirano, salvador o conquistador. El sólo quería comprenderlo todo.
Tras alcanzar la fuente del poder primario, el origen del poder de los mismos dioses, desaparecería. El mundo lo daría por muerto, y su apellido sería convertido por sus alumnos, y los alumnos de estos, en una palabra a respetar, venerar y temer.
Seis milenios después de su desaparición volvería para ocupar su lugar en la historia.

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Ampliando el horizonte

Ampliando el horizonte

El imperio permanecía intacto, pero sólo de nombre. Los señores de las antiguas naciones, ahora provincias, volvían a ostentar el poder absoluto sobre sus territorios. Una vez libres del férreo control de Rogani, los gobernantes comenzarían a diseñar sus propias agendas. Las fuerzas estaban equilibradas, pero nadie se enfrentaba a nadie. La carrera por la independencia y la expansión aún tendría que esperar. Antes de comenzar una nueva guerra, debían terminar la que ya se encontraba en curso. La humanidad aún tenía un enemigo común que la mantenía unida: Los jonudi.
Nuevos domos oscuros se habían erigido sobre Chaindar y Vindaya, Sindagar y Livsay. Las avanzadillas yunraeh se infiltraban y mezclaban por otros países esparciendo su condición como una plaga.

En la ciudad de Edera Airk reunirían a los ailanu inmortales, sus hermanos, aquellos que habían rescatado a la humanidad de sí misma en su peor momento. En aquel lugar sellarían su último acuerdo como aliados e iguales. Allí se darían los primeros pasos para la creación del arma más poderosa creada jamás por el hombre. Un artefacto que les protegería tanto de los jonudi que se encontraban sobre el planeta como de los que les contemplaban desde sus fortalezas en las estrellas. Un anillo que, desde el espacio, rodearía el planeta y rotaría sobre este desde unos ejes situados en ambos polos.
Como medida de protección, los componentes necesarios para activar y controlar el anillo se repartiría entre los sus creadores, y sólo podría funcionar si no había acuerdo entre ellos.
Doscientos años después, el anillo sería finalizado, y se haría visible sobre los cielos de Daegon, escupiendo su fuego sobre los territorios ocupados, destruyendo sus cúpulas y acabando por igual con la vida de jonudi, yunraeh y humanos.
Ante la brutalidad y precisión de aquellos ataques poco pudieron hacer los jonudi que no tardarían en retirarse a Nusureh, dejando sus ciudades desprotegidas y a sus hijos abandonados. El anillo no dejaría de atacar hasta que no quedaron ni las ruinas ni el recuerdo de aquellas ciudades.

Después de aquello la unidad ailanu de disolvería y el anillo se ocultaría de nuevo, volviéndose apenas un recuerdo lejano e inútil. Un capricho desmesurado. Un reto imposible que sólo permanecería en las mentes de aquellos que secretamente habían trabajado en su construcción.

Un nuevo orden mundial comenzaría en aquel momento. Un cambio que, por el momento, sólo estaría presente en la mente de aquellos que lo diseñaban.

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Ciudades en el firmamento

Ciudades en el firmamento

La victoria sobre los jonudi calmaría los ánimos del pueblo, a la par que el “fuego del cielo” serviría para aumentar el control a través del miedo de Airk. Pero la imposibilidad para repetir aquella proeza él solo, permitió al resto de quienes habían participado en la construcción del anillo la tranquilidad y confianza suficiente como para comenzar a construir sus propios modelos de estado.

Para afianzar su control sobre aquellos territorios en los que su dominio no era discutido, y tratando de anticiparse a los posibles movimientos separatistas de sus hermanos, Airk crearía una nueva fuerza religioso-militar, sus inquisidores; los Italerien. Para destacar su posición como Dios protector, construiría dos ciudades volantes sobre los centros geográficos de ambos continentes desde las que gobernaría. Desde Erghendor su presencia se hacía sentir por toda la mitad norte del continente de Nargión. Sentado en el trono de Stergión guiaría el destino de sus dominios sobre el continente de Daegon, que se extenderían desde las costas de Tanhashi, hasta las montañas Thrull.

Al este de estas montañas, el poder se dividiría entre los once grandes protectorados, Grudar, Naragaz, Kayath, Kayuren, Rashull, Najruss, Lyrten, Dagórel, Letnur, Doreth y Jormún.

Por su parte, Nargión se dividiría en los alianza de los estados de Rayhosha, Dagnamar, Torquail, Dayshula, Ranndayr, Kayrunen, Denthelón, Quendapoa y las humeantes ruinas en reconstrucción de Banyakú, Danyala, Hammath, Chaindar, Vindaya, Sindagar y Livsay.

Todo cambiaba para seguir igual. Los distintos señores ailanu no buscaban la guerra entre ellos, sino la libertad para investigar con independencia en ámbitos que no habían sido prioritarios para el poder central. Tan sólo Kayuren, gobernada por Thayranu, uno de los kayain, Dagorel por Shet'Graal, uno de los guardianes y Letnur, regido por Zulkien, de la estirpe de Shem y Nitsalaya rompían la hegemonía ailanu.

Las mentes con más renombre habían sido captadas por Airk con suculentas ofertas, pero había hombres brillantes que comenzarían a hacer notar sus ideas bajo el auspicio de los nuevos mecenas. Nuevos campos de investigación se abrirían a partir de aquel momento.

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Héroes y Mártires

Héroes y Mártires

Bajo el nuevo paradigma, los descubrimientos se sucedían a un ritmo vertiginoso. No había límites para la experimentación, ni control ante los riesgos que esta acarreaba.
Desde Stergión, Airk cada vez miraba con menor frecuencia hacía sus súbditos, y cada vez dirigía su mirada con mayor frecuencia hacia las estrellas.
Durante la construcción del anillo se había despertado en su interior el deseo de explorar que les aguardaba más allá de la superficie de Daegon. De saber que había sido de aquellos que abandonasen su mundo hacía ya tantos milenios.
Para comenzar las investigaciones en este campo se crearía Quesell, la primera estación orbital para la observación espacial. Tras el éxito que supondría los datos obtenidos por el envío de varias sondas automatizadas al espacio profundo, finalmente se mandaría la primera expedición con tripulación humana, la expedición Sartais.

En Quendapoa, Oggalark dirigía su mirada en otra dirección. Cuando entró en contacto por primera vez con los jonudi tuvo acceso a la dimensión en las que estos se habían cobijado; Nusureh. Y, mientras estudiaba aquel lugar, también lograría atisbar una miríada de dimensiones más. Lugares creados como consecuencia de las grietas que comunicaban los distintos planos. En muchas de ellas la vida no podían no podía existir, pero la posibilidad de que otras pudiesen ser habitadas por el hombre, guió sus pasos hacia la investigación del viaje interdimensional y la modificación de la estructura humana para que pudiese adaptarse y sobrevivir bajo unas leyes físicas distintas.
Las primeras tentativas para enviar objetos a otras dimensiones resultaron fracasos. Podían contemplar de manera limitada parte de aquellos lugares, pero había una fuerza infranqueable parecía impedir que nada atravesase la barrera que separaba las realidades. Una fuerza que parecía tener voluntad propia y reaccionaba para contrarrestar cada nuevo método que utilizaban. Se enfrentaban a la barrera que habían erigido los poderes para que el destructor no pudiese atacar a los demás planos.
Ante aquel nuevo reto, las naciones más poderosas del continente de Nargión se unirían para superar las barreras que habían puesto los grandes poderes. Tan solo Kayuren y Dagorel se mostrasen reticentes a aquellos experimentos y todo lo que representaban. Poco a poco las diferencias se volvieron disputas y de ellas terminarían por surgir los primeros conflictos de la nueva era.
La osadía, ambición y curiosidad de los aspirantes a viajeros dimensionales era tal, que comenzaron a experimentar con sus propios cuerpos para prepararse para prepararlos para lo su futuro triunfo. Pero el conflicto no surgiría hasta que comenzaron a aquellos que eran distintos y más poderosos que ellos: los guardianes, los yunraeh y los kayain.
Algunos yunraeh habían adquirido la capacidad de viajar a través de la oscuridad. Los kayain se decía que tenían acceso a las fuentes del poder primario. La capacidad de los guardianes para adaptarse a cualquier adversidad era lo que consideraban que les faltaba para lograr su objetivo.
Se formarían expediciones para buscar los siete picos ya que los guardianes y poder estudiar a los guardianes en su estado durmiente. Los kayain y los yunraeh serían cazados en secreto para su posterior disección y análisis a todos los niveles.
Tras siglos de fracaso sobre la faz del planeta, finalmente los viajeros dimensionales tendrían éxito fuera de éste: Sigma, la plataforma orbital para la investigación planar lograría romper la barrera. En su interior se hallaban Jirmun Lohar en representación de la nación de Dayshula, Igosal Nalús de Kayrunen, Assai Amara de Ranndayr y Namar Tólush de Rayhosha de quienes no se volvería a saber nada en milenios.

Poco después regresarían al planeta la tripulación de la Sartaias con un regalo para sus habitantes; los descendientes de aquellos que habían abandonado aquel planeta tanto tiempo atrás. Daegon tendría a los héroes de Sartais, Nargión a los mártires de Sigma.

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Ocaso de imperios y lluvia de dioses

Ocaso de imperios y lluvia de dioses

Parecía el amanecer de una nueva era de descubrimientos. El horizonte ya no era el límite. Satais había traído noticias de un nuevo mundo: Nivar, y éste sólo sería el primero de muchos mundos aún por conocer como Niel, Síelt, o Nimlur. Pero el sueño no duraría demasiado tiempo.
Se crearon colonias en los nuevos mundos, pero las diferencias culturales, la ambición de unos pocos y superioridad moral de otros no tardarían en provocar fricciones que terminarían por convertirse en conflictos armados. Las colonias comenzaron a desvincularse de sus señores lejanos y a buscar su propia independencia.
La colonización se volvió conquista, y las necesidades de guerra arruinaron los recursos del mundo y sus habitantes.

Mientras tanto, en Daegon, Airk cada vez se alejaba más de lo que le rodeaba. En aquel momento sus interesa se centraba en el proyecto de una tercera ciudad en los cielos: Eladar. Un lugar en el que albergar las maravillas que llegaban desde el espacio. Sería la más grande, más moderna y más hermosa de sus creaciones.
El emplazamiento de esta ciudad sería sobre las montañas Anarath, en península de Letnur. Pero se encontró con la oposición de Zulkien y su pueblo. Para extraer los materiales necesarios para la construcción de la ciudad volante debían crearse nuevas canteras en las montañas que albergaban la megaloplis de Daiyashi. Pero aquello no importaba al Dios protector, e ignorando los intentos de negociación, hubo guerra.
La megalópolis sería arrasada, y toda su población exterminada y convertido en un pueblo maldito y condenado a los que se conocería a partir de entonces por el nombre de su antiguo hogar.

Mientras el sueño de Airk parecían hacerse realidad, en el otro extremo del mundo, los de Oggalark se convertía en su condena. Su ansia por preparar al hombre para sobrevivir en otras realidades, le había llevado a modificar su cuerpo llevándolo hasta extremos que afectaron su visión del mundo. Yo no era humano ni compartía sus necesidades, moralidad o inquietudes.
Sus acciones comenzaron a atemorizar a los suyos, que tratarían de acabar con su vida. Pero ya se encontraba más allá de la definición y el concepto de mortalidad a los que antes había estado vinculado. Finalmente sería encerrado y arrojado en éxtasis al espacio para que se perdiera entre las estrellas.

Pero el conflicto que se estaba llevando más allá de las fronteras de su existencia les afectarían una vez más.
El combate entre los poderes desgarraría las las barreras que separaban las realidades debilitada tras siglos de intentos por parte del hombre por sobrepasarla.
El continente de Nargión desaparecería engullido por aquellas grietas, así como la isla continente de Rayhosha y la antigua península de Letnur. Airk también sería arrastrado junto a su ciudad aún inacabada y tres aspectos de los poderes caerían sobre el mundo. Korian, la doncella carmesí, caería sobre la isla de Mashulanu. Lyzell, la sanadora lo haría, sin recuerdos de su auténtica naturaleza, sobre la provincia de Dowsbad. Zaxis el errante, caería sobre Rayhosha, desapareciendo junto a ella hacia otro plano.

Los miembros del consejo de Airk tratarían de ocultar al pueblo la desaparición su señor, pero la noticia no pudo ser totalmente silenciada y fue todo lo que necesitaba el Kinsai Ubami para renacer y comenzar a planear sus próximos movimientos.

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Orgullo y condena

Orgullo y condena

Korian fue encontrada por las autoridades locales yaciente en el cráter humeante que creó su caída. Estos encargados se hicieron con la custodia de aquel ser. La naturaleza de aquella mujer era un enigma para los médicos pues su fisionomía no era humana, ni similar a nada que hubiesen examinado. Sus máquinas no eran capaces de decirles nada y no sabían si estaban buscando algo que no estaba ahí, o si la escala que utilizaban para tratar de analizarla era insuficiente. Nunca habían estado ante uno de los aspectos físicos de los poderes. Durante semanas permaneció inmóvil e impasible a lo que le rodeaba, adaptándose a aquella nueva forma de existencia. Primero pensaron que era algún tipo de mutación, pero finalmente despertó en presencia de una de las doctoras que la cuidaba, Sunotage Mitsuru. Ella fue la primera que comprendió ante lo que se encontraba y fue el primer receptáculo de su herencia inmortal.

Las noticias de la presencia de un tayshari sobre Daegon se extendieron como la pólvora. Cada pueblo las interpretó de una manera distinta, como un signo afín a su conveniencia. Los aires de revuelta comenzaban a soplar amenazando al descompuesto imperio y aquello era algo que la cúpula ailanu no podía permitir.

Se ordenó a las autoridades de Mashulanu la entrega de aquel ser y este fue el desencadenante final para que el pueblo se sublevase. Korian fue encumbrada como diosa y estandarte de los indefensos y luchó por expulsar a los ailanu de la isla. Durante años convivió con ellos y tuvo un hijo con Ty Sune Kozura, Kizaimón, uno de los soldados más destacados. También compartió su esencia inmortal con otras dos mujeres, Dansai Hirune y Kinsase Sayaka que, junto a Mitsuru, se convirtieron en las herederas de su poder y su voz en aquel mundo.

Pero Korian tuvo que partir. La batalla contra Baal alcanzaba su punto crítico y sus hermanos necesitaban de su ayuda.

Su partida no disminuyó los disturbios, sino que aumentó su leyenda. Todas las naciones proclamaron apariciones de “La nueva Daegon” y se levantaron en armas en su nombre ante aquellos que habían exiliado a los dioses. Las pequeñas naciones se alzaron contra el gran imperio. El Dios Protector ya no estaba y los restos de sus dominios eran un bocado demasiado apetecible como para ser ignorado. La prioridad era el acceso a la tecnología y las fuentes energéticas, la correa con la que les había sujetado el imperio durante tanto tiempo.

Para aumentar el caos, la desaparición del continente provocó un descenso brutal del nivel del mar, causando un desastre ecológico sin precedentes. Se trató de reparar aquella debacle sellando artificialmente las simas marinas que se habían creado, con lo que se consiguió paliar en parte el desastre, pero todo el ecosistema había cambiado.

La sucesión de eventos había sido demasiado rápida como para que se crease un nuevo sistema o reformulase el antiguo. Ante aquella situación, la cúpula ailanu se reunió en Stergión. Necesitaban un nuevo eje a partir del que continuar afianzando su poder y control, una solución final que no pudiese ser replicada por otro. La ejecución de los protocolos de Stergión.
Como primer paso de estos mecanismos se trató de tomar el control total del Anillo, pero no fueron los únicos en acordarse de aquel arma de antaño. La carrera para hacerse con su control fue el desencadenante oficial para declarar una guerra abierta, una en la que todas las fuerzas implicadas se encontraban demasiado equilibradas.

Tras décadas de conflicto, se activó la segunda fase de los protocolos: la destrucción de toda tecnología estuviese fuera de su control. En un ataque que también diezmó a sus fuerzas en el continente, el pulso axiomático que se proyectó desde Stergión logró privar de sus recursos a gran parte de sus rivales, pero no resultó un golpe tan definitivo como se esperaba.

Más allá de aquellos eventos y de las fronteras de aquella realidad, finalmente la batalla contra Baal terminó. Korian y Nigoor arrastraron al enemigo hasta los dominios de Avjaal y allí le encadenaron, condenándose a sí mismos a una eternidad de dolor y tormento como custodios del destructor.

Tras la guerra, algunos de los aspectos físicos de los poderes que habían habitado la realidad material de Daegon regresaron a ella sólo para encontrar una realidad muy cambiada. Su recepción fue entendida y recibida de distintas maneras y, mientras que Kirón,debilitado tras milenios de lucha, fue asesinado por las armas de Stergión cuando se dirigía hasta su antiguo hogar como emisario de la buena nueva, la recepción del resto de sus hermanos fue más amistosa.

La escalada armamentística no paró allí. Se desarrollaron nuevas máquinas y artefactos capaces de acabar con las propias abstracciones. En todas las naciones se ignoró cualquier atisbo de precaución y se investigó toda partícula, radiación o concepto, por más remoto que fuese, que pudiese dales la victoria en aquel conflicto. La misma estructura de la realidad pasó a ser considerada un arma potencial y, esta podría haber llegado a quebrarse, de no haber sido por el irónico sentido de la justicia del azar.

Los engranajes de la mecánica cósmica, en su infinito, movimiento, se alinearon para demostrar a la humanidad que sus esfuerzos por controlarla sólo eran los delirios de un loco. El cambio fue minúsculo, tan pequeño que ni siquiera pudo ser percibido, pero este se plasmó sobre lo que se bautizaría milenios después como la “Partícula primordial”, el axioma sobre el que se habían construido los preceptos de una gran parte del saber humano.
La infinidad de abstracciones que conforman la realidad, ignorantes de las agresiones a las que habían sido sometida o del prolongado conflicto que tenía lugar en su interior, pusieron fin a ambas.
La tecnología, simplemente, dejó de funcionar y, en sus esfuerzos por tratar de controlar lo incontrolable, la humanidad sólo logró empeorar aún más su situación.

Los experimentos que tuvieron lugar en Stergión provocaron que ellos mismos se auto exiliasan a Namak, el hogar de los kurbun. Allí, confinados en uno de los fragmentos del continente desaparecido que había llegado hasta aquel plano, sus vidas inmortales experimentaron el dolor y el sufrimiento de maneras en las que jamás habían imaginado.

Otros, como los habitantes de la isla de Danquol sufrieron una suerte similar. Ellos quedaron atrapados en una dimensión interregna. No llegaron a abandonar este mundo por completo, pero sí que perdieron el acceso hasta él. La grieta inestable creada por sus experimentos daba a una infinidad de lugares y momentos que recorrerían sin rumbo fijo durante los restos de su existencia.

Con aquello condenaron a la humanidad a sumirse lentamente en una nueva era de barbarismo, en una debacle de la que, aunque sea de forma parcial, tardaría mucho en resurgir.

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