De conceptos y consecuencias

De conceptos y consecuencias
El universo en el que se encuentran ubicados Daegon y sus habitantes, los dioses a los que estos adoran, y las criaturas que provienen de más allá de las fronteras que lo delimitan, no son sino consecuencias fortuitas de la interacción de los entes que conforman la totalidad de la misma existencia.
Aquellos que estudian las distintos formas que pueden adoptar la energía y la materia, en su intento de acotar el universo, las han catalogado como fuerzas primarias carentes de voluntad. Formas y patrones de energía inertes, a la espera de que el hombre encuentre una manera en la que controlarlas. Pero se equivocan.
Estos fuerzas, fruto de la fragmentación de Avjaal tras abandonar este su condición como Todo primigenio, son seres carentes de una forma física o intencionalidad, pero poseen una rudimentaria consciencia de sí mismas y aquello que las rodea, siendo capaces al mismo tiempo de responder antes ciertos impulsos y estímulos.
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Azar y conceptos

Azar y conceptos
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El Tiempo, La Vida y El Destructor, son el resultado casual de una sucesión de eventos y movimientos de estos seres. Criaturas complejas y con una consciencia de sí mismas, surgidas a partir de la interacción de estos entes más sencillos.
Estos conceptos más complejos y conscientes, pese a ser independientes de las criaturas que les dieron origen y tener libertad de acción con respecto a ellos, afectan a todos los niveles de realidad de tal manera que ninguno de ellos puede escapar.
Ni siquiera Avjaal, al asumir su papel de Muerte y Final de todas las cosas, pudo abstraerse de los elementos existentes a la hora de tomar su camino, ya que su decisión se vio afectada por la contemplación de lo que ya había sido.

Los conceptos primarios habitan un nivel de existencia distinto al del resto de los seres. Ocupando a la vez todo tiempo y espacio, limitados tan sólo los unos por los otros en un complicado ejercicio de equilibrio. De su mezcla surge todo lo demás. Desde criaturas poderosas como los dioses, hasta seres frágiles como un recién nacido. Desde dimensiones más grandes que nuestro universo, hasta el más diminuto y nimio de los granos de arena.

El hombre les ha puesto nombre, y ha logrado controlar parcialmente alguno de sus aspectos, pero su compresión de los mismos aún es limitada.
Los llaman Suritán y Enaí, Namak y Tayshar, Kestra e Ytahc. Los llaman Luz y Oscuridad, Destrucción y Creación, Estatismo y Cambio, pero son mucho más que eso.

En el ente llamado Suritán define la materia. Todo aquello que tiene forma física está en contacto y forma parte de su esencia. Todo aquello que se puede ver y percibir. Todo aquello con lo que se puede interactuar con cualquiera de los sentidos, está en perpetua comunión con ella.

Enaí, también llamado Jonund, aglutina todo lo que no se puede ver. Lo que está “más allá”. Es el camino hasta lo que no pueden percibir los sentidos. Ya sea porque aún no existe o ya ha dejado de existir, porque está demasiado lejos o porque no podamos acceder hasta allí por métodos físicos. Pero Enaí también personifica la oscuridad pura. Los miedos que atenazan al hombre, lo desconocido, aquello que no se puede concebir o comprender.
Se puede trata de controlar su esencia y viajar a través suyo, pero esto implica riesgos. Aquellos que se alejan de la oscuridad de Daegon, para adentrarse en la oscuridad pura, se ven sumidos en un ente casi corpóreo. Un ser que percibe sus emociones y se ve afectado por ellas, que responde ante esta agresión de una manera instintiva. Daña hasta consumir a quienes le tienen miedo y enloquece a quienes no con capaces de comprenderla o aceptarla.
En ocasiones la mente de aquellos que duermen viaja a través de su esencia sin control, y se puede llegar a dar el caso en el que no regrese jamás.
Los caminos en su interior tampoco son lineales. Al igual que sus hermanos, existe simultáneamente en todo tiempo y espacio, desde su interior se pueden percibir de manera difusa épocas distintas pero, si bien encontrar el camino de vuelta puede resultar arduo, salir de su masa en un tiempo distinto al que se ha entrado es una tarea imposible.

Namak que, antes del nacimiento del tiempo, personificaba la destrucción, pero también el renacimiento, transformación y cambio de estado, ahora es una realidad estéril y en continua expansión. En su interior nada existe salvo la desintegración de la vida en todas sus formas; los kurbun. Nada escapa de su ser salvo la desesperación y la no-vida. Con cada segundo, su esencia crece consumiendo lo que le rodea. Cuando no quede nada más por ser consumir, se colapsará sobre si misma poniendo fin a la existencia.

Tayshar personifica la chispa vital y la creación, el intelecto y la emoción. Es la realidad más cercana a la consciencia desde un punto de vista humano. Tanto es así, que gran parte de los seres a los que estos adoran como dioses, han surgido de la curiosidad y empatía que siente varios de los aspectos de Tayshar hacia ellos.

Kestra es estatismo y control, orden y equilibrio, lógica y estabilidad, certeza y conocimiento, impasividad e imparcialidad. Aglutina los patrones en los que el hombre puede confiar, aquellos axiomas inmutables que rigen la realidad. Es en ocasiones aliado, en ocasiones nemesis ante la aleatoriedad y las contradicciones humanas.

Ytahc es cambio y crecimiento, adaptación y evolución, aleatoriedad e instinto. Es el más consciente de los poderes, y aquel a quien más vinculado está el hombre. Su consciencia, al igual que la de Tayshar, está ligada al tiempo y es capaz de percibir su paso y saber el momento en el que este finalizará.
Es gracias a él que la realidad no se colapsa. Se adapta para corregir las deficiencias de los demás, siendo, en su naturaleza contradictoria, el punto de equilibrio cambiante sobre el que se asienta la existencia. Su consciencia está ubicada allí donde se encuentran las fallas críticas del cuerpo cósmico. Daegon se haya situado en el punto de equilibrio que evita que se colapse la realidad que sustenta sobre sus espaldas.

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Elecciones y consecuencias

Elecciones y consecuencias
Con su primer acto fortuito e involuntario tras despertar a la consciencia, El Todo, Avjaal, causó su fragmentación, dando origen a los poderes primarios. Los conceptos sobre los que se basa la existencia.
Cuando el poder de Namak creció de tal manera que le permitió disputar su estatus como entidad suprema, con la primera reacción instintiva de Avjaal, el dar muerte a su rival, se generaron las primeras consecuencias de aquella nueva realidad. El nacimiento de La Vida, El Tiempo y El Destructor.
Aquella obra cambiaba el todo de una manera única. El tiempo, apenas era una pequeña fracción de si mismo, la vida un leve destello, pero aquellas diminutas entidades copaban toda su atención. Su existencia era breve, pero la misma idea y concepto de la brevedad era algo que le fascinaba. Para su percepción, inmune al tiempo, ajena al “ya” y el “ahora”, existía y no existía. Una vez extinta, regresaba a su ser dejándole una sensación de anhelo y vacío, de tristeza por lo que ya no era.

Fue sólo tras contemplar a sus hijos con una mirada plenamente consciente, cuando tomó su primera elección meditada. Sólo tras conocer el tiempo y comprender la vida, tras realizar infinitos intentos fallidos, que aceptó que nunca podría repetir de manera intencionada aquella obra. Que comprendió que no podía eliminar uno de las partes que la componían sin afectar el resto del conjunto. Que renunció a todo lo que había sido para dar un atisbo de esperanza a aquella parte de sí mismo que ya no le pertenecía, que ya no era él.
Que se convirtió en una consecuencia.

Pero su mera inclusión dentro de su obra ya suponía un cambio para el conjunto. Un cambio intencionado pero no controlado o dirigido. Una alteración cuyas consecuencias se negó a conocer.
Los restos de su poder se esparcieron a lo largo del tiempo y cristalizaron bajo la forma de nuevas vidas esparcidas a lo largo del tiempo. Criaturas que no existían en el ciclo que había presenciado y cuyas acciones no había contemplado el tiempo. Seres con la capacidad de alterar su visión. De prolongar su existencia o precipitar su fin.
La destrucción no puede morir, no puede ser erradicada más que por ella misma. Sólo puede ser ralentizada. Ocupando su lugar en el nuevo centro de la creación. Allí donde termina toda vida, Avjaal espera y se prepara para la batalla final mientras trata de contener la expansión de su primera víctima.

Bajo esta nueva condición, Avjaal está ligado al tiempo y su devenir. Su consciencia se ve anclada al “ahora” y, ubicado en el mismo nivel de existencia que ellos, obtiene la perspectiva y la posibilidad de interactuar con sus hijos sin desvirtuar su existencia. De salvarlos o perecer y desvanecerse junto a ellos. De compartir su destino.
El cambio de escala lo complicaba todo. Percibe nuevos matices a los que antes no tenía acceso. Su nuevo tamaño le priva de la visión de conjunto, permitiéndole concentrarse en los detalles que originan los cambios.
A una escala más pequeña de la que se encuentran él y sus hijos directos, se encuentra el hombre. Una criatura más compleja y difícil de comprender. No puede llegar a interactuar con ellos de manera directa, pero estos sí que pueden llegar hasta sus dominios, ya sea tras el cambio de estado que supone la muerte para ellos, o mediante la manipulación de los conceptos primarios.

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Baal

Baal
El Destructor nació como una fuerza primaria. No era el relevo de la destrucción pura que fue Namak. Estaba impregnado por su esencia, sí, pero no se hallaba preso de las fuerzas que lo componían. Él era un aspecto nuevo y diferente de aquella nueva y diferente realidad. Mientras que la destrucción no poseía una única forma y función definida, él era uno y único. No tenía misión o intención, objetivo o compulsión, nada deseaba ni odiaba. En su naturaleza se encontraba la capacidad para tomar decisiones, sólo que aún no era consciente de ello. Él “era” y la destrucción, la cohorte informe que eran los restos de su padre, los kurbun, le rodeaba y acompañaba en su vagar errante.
Daegon comprendió esta verdad, y trató de despertar en Baal la comprensión sobre sus propios actos, pues supo que no era su enemigo ni deseaba mal alguno para ella o los suyos. Baal fue capaz de percibir la realidad bajo esta nuevo prisma. Gracias a ella comprendió la existencia, comprendió su lugar en el gran esquema, y comprendió el dolor.
El alumbramiento de la consciencia del destructor se vio afectado por la herida que le infligió Dayon. Con la muerte de Daegon, su maestra y guía en los caminos de la consciencia, antes de haber sido capaz de asimilar su nuevo estado, el dolor fue la primera sensación que experimentó plenamente su recién nacida mente. La primera que comprendió por sí mismo y la que impregnó de manera indivisible sus relación con el mundo de los sentidos.

El dolor le llevó en un primer instante a la locura, a la mera reacción instintiva, a tratar de acabar con aquello que le dañaba. Tratando de alejarse de todo y destruir aquella mente que le dañaba, aquella comprensión incompleta que sólo le proporcionaba sufrimiento. Pero su mente no puedo encontrar refugio o descanso en aquella demente lucha, sólo más dolor.
Finalmente, con el tiempo llegó la comprensión de su estado, pero no así la aceptación. La existencia era para él dolor. Su existencia y la de todo aquello que lo rodeaba. Una agonía que nada ni nadie parece capaz de atenuar. A partir de aquel momento en él sólo quedó espacio para un único objetivo y una fría y férrea determinación.

Baal, junto a sus hermanas, es uno de los entes primarios que da sentido a la realidad, uno de los tres pilares complementarios y opuestos sobre los que se sustenta el mecanismo del ciclo vital. Eterno como el tiempo o la vida, no puede morir hasta que el último vestigio del mosaico al que dan forma haya desaparecido. Hasta que el mismo tiempo se haya extinguido, hasta que la misma vida carezca de sentido, hasta que sólo quede la nada. Sólo entonces podrá volver a experimentar el descanso que otorga la no existencia.

Pero no puede destruir a sus hermanas, pues estas son eternas como él. Puede herirlas, como él fue herido, pero esto no le proporcionaría consuelo alguno. No las odia o envidia, su único deseo es regresar a su estado anterior. Que termine el dolor. Para alcanzar este objetivo, sabe que sólo existe una manera: Acabar con todo aquello que les da sentido. Destruir a aquellos que son capaces de percibirles y comprenderles como entidades.
Este es un objetivo que no puede realizar de manera directa. Estas criaturas existen en un nivel de realidad diferente al suyo. Las condiciones para que pueda interactuar con ellos rara vez se dan y se producen a una escala demasiado pequeña como para resultar determinantes para su objetivo.

Trató de destruir las fuentes a través de las que la vida se filtra al resto de niveles de existencia y fracasó en su intento, cuando estas fueron ocultadas más allá de su alcance directo.
Trató entonces de destruir toda comunicación entre los distintos niveles de realidad. Acabar con los mismos conceptos y los distintos aspectos de estos que los hombres adoraban como a dioses. Evitar que la vida continúe filtrándose hasta los niveles en los que adquiere forma y consciencia, pero fracasó de nuevo y, en esta ocasión, no sólo fue derrotado, sino que se le condenó a estar encerrado y encadenado hasta el fin de los tiempos.
Durante su encierro fue visitado por el tiempo quien, movida por la compasión hacia su hermano, le permitió contemplar en su rostro el momento en el que le llegaría el descanso. Le permitió contemplar como su influencia se iría filtrando hasta el mundo de los hombres. Como nacerían los seres conocidos como los “Condenados a vivir”. Como sería liberado de su cautiverio por ellos. Le permitió contemplar como la vencería y capturaría a ella. Como vendrían a rescatarla y sería el hijo del propio Baal, Annandarath, quien acabaría con su vida antes de ocuparía su lugar. Este conocimiento pese a no mitigar su dolor, sí que hizo más soportable la espera.

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Sakuradai

Sakuradai
El tiempo alberga toda la existencia en su interior. Su toque impregna a todos y cada uno de los entes que componen la realidad, ya sean estos conceptos o consecuencias. Pero, al mismo tiempo, no es inmune a la influencia de aquellos a quienes acoge en su seno.

La suya fue la primera consciencia en despertar. Una consciencia primaria y dispersa, carente de una compresión real sobre su papel en el gran esquema, su misma existencia o donde terminaba su propio ser y comenzaba el de aquellos con quienes entraba en contacto.
Esta consciencia despertó cuando el primero de los padres fue consciente de su presencia, aunque no así la extensión de su papel. Aquellos seres eran inmortales, pero no por ello ajenos al toque de la tejedora y su comprensión del universo fue ligada a la madurez y cristalización de un nuevo ser híbrido de ambas fuerzas. Del aspecto del tiempo conocido como Sakuradai.
La tejedora es un ser con una consciencia similar a la humana. Sus “sentidos” pueden percibir toda la extensión del cuerpo del tiempo,pero su consciencia no es capaz de moverse a través de ese cuerpo. Está ligada al “Ahora”.
Para sus sentidos la existencia es un instante. El momento del nacimiento de todo y el de su fin son el mismo. Todo ha acabado ya. Para su consciencia y su cordura, el único curso de acción es la inacción Para sus sentidos, sus acciones ya han sido realizadas y ha presenciado las consecuencias de estas. Para su consciencia sólo queda el auto engaño, la esperanza de que lo que ha percibido sólo sea un espejismo.

Sakuradai existe a media camino entre las realidades principales. Es por esto, que su hogar es accesible desde todos ellos. Al igual que sucede con Tagerboh, la tierra de los sueños, sus dominios son unos de los lugares de paso para aquellos que pretenden alcanzar otros niveles de existencia. Ambos se encuentran “al otro lado” de la masa corpórea de Enai. Un pequeña atisbo de luz en medio del camino de la oscuridad, un descanso antes de continuar el viaje.
Los sentidos del viajero, poseídos por en su afán por dar un coherencia a lo que le rodea, “llenan” los huecos de aquello que su mente no está preparada para comprender. Es por esto que percibe a Sakuradai como una figura encapuchada. Bajo su capa se puede adivinar la forma etérea de una mujer. Su rostro, siempre cubierto por las sobras que proyecta su manto, mira hacia el suelo. Sus labios, lo único que puede verse de su semblante, denotan soledad y tristeza.
Aquel que contempla esta figura sabe lo que se encuentra más allá de la capucha: El espejo en el que contemplará su futuro.
Pasar por los dominios de la tejedora tiene su riesgo. Contemplar su rostro, dejar que la curiosidad te domine, suele acabar en locura. En un instante contemplas que que fuiste y serás. Eres golpeado por tus errores y, levemente, acariciado por tus aciertos, para finalizar contemplando el momento de tu muerte.

Allí llegó Dietmann Hotz desafiante y poseído por la soberbia proclamando que sería el último hombre en desaparecer de la existencia y contempló horrorizado que su vaticinio era cierto. Allí encontró sus únicos momentos de paz El Destructor. En aquel lugar se negó a contemplar su futuro Arcanus. Él creaba su propio camino, conocer lo que sería era irrelevante. Sus acciones estaban meditadas, sus decisiones se atenían a razonamientos. Haría que lo que tenía que hacer y nada cambiaría aquello. Hasta aquel lugar llegó Morisato III de Shinzay, y lo cambió todo para siempre.

Morisato era un hijo del pacto. Alguien que no existía a los ojos de la tejedora hasta el momento que lo tuvo frente a ella. Alguien a quien no había contemplado nacer o morir, la demostración de que sus sentidos no lo contemplaban todo. La muestra viva de que existe la incertidumbre, de que era posible la esperanza.
Morisato contemplo ante sí el rostro de una hermosa mujer. Una criatura que sólo parecía conocer el sufrimiento. Tratando de consolar aquella expresión de eterna tristeza rozó su mejilla con la mano y, de aquel contacto, la misma realidad se convulsionó. Las sendas del tiempo se alteraron durante un instante, sólo para solidificarse en un nuevo futuro.
De aquel contacto nacieron dos nuevos seres; Shinkahe y Xanae, pero ellos, al contrario que su padre, sí que quedaron ligados a aquel nuevo futuro.
Lo primero que contemplaron ambos fue el rostro de su madre. Shinkage contempló una vida llena de dolor, una existencia repleta de errores que terminaba en una muerte en soledad. Aquella primera visión lo llevó a la locura y la demencia. Odiando a aquellos que le habían dado vida desapareció deseando no haber nacido jamás, pero eterno como su madre. No podría morir hasta que ella desapareciese y aquel se convirtió en su objetivo vital.
Xanae también contempló una vida de sufrimiento, pero de su madre heredó la esperanza. La esperanza de que hubiera más como su padre. Seres capaces de cambiar lo que sería. Capaces de sanar a su hermano. Pero, al mismo tiempo, comprendió que la esperanza era un arma de doble filo. Su misma existencia era la demostración de que no todo cambio implicaba algo mejor.

Muchos más hombres visitaron el hogar de la tejedora. Unos de manera astral, otros de manera física, pero ninguno que ella no hubiera visto antes. Ninguno hasta Samón.
Samón, que la liberó del Destructor. Samón que provocó un nuevo cambio en el cuerpo del tiempo. Samón que le negó la paz y el descanso a Baal, provocando su salto definitivo a la desesperación.
Mientras el tiempo estaba cambiando, Baal atacó a su hermana, a la única que le había dado esperanza, a la que sentía que le había engañado con su vaticinio.
Lo imposible ha sucedido. Aquello que se trataba de evitar con la creación de los hijos del pacto se ha adelantado. El tiempo se muere.

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Layga

Layga
Layga es la fuerza que impulsa a las todas las criaturas vivas. Quien hace que crezcan y se muevan. No tiene una única forma o historia, sino todas las historias forman parte de su ser, sin por ello perder su propia consciencia. Es un ente mayor que la suma de todas las partes que la componen.
No es sólo la fuente de la que parte toda chispa vital y creativa, la madre de todo lo que siente, respira y crece, sino que toda vida, todo alumbramiento, todo sueño y acto de creación, permanece en permanente e indivisible comunión con ella.
Cada pérdida, cada muerte y cada lamento, son una porción de su esencia que se desvanece.

Ella es La Vida, es el “ahora”, el “ya”. De los hijos de Avjaal, Layga es la única que comprende el sacrificio de aquel de quien procede, pues ella no es sólo su hija. También es su compañera y su hermana. Su amiga y su confidente. El último de los aspectos en desligarse del “Todo” antes del inicio de los tiempos. El último vestigio de quien dio origen a toda existencia antes de convertirse en el final de todas las cosas.
Ella fue la primera consecuencia en tomar consciencia de sí misma. Una consciencia que despertó en el momento el el que se producía el primer nacimiento de un ser nuevo. Una consciencia que es un reflejo de la del hombre. La consciencia de la que originan los dioses.
Layga es lucha y superación. Supervivencia y evolución. Pasión e inconformismo. Amor e inspiración. Aliento y esperanza.

Al contrario que Avjaal, Layga nació con la bendición de no conocer los hechos futuros. De no conocer la extensión de todo su ser. Sabe de la lucha que vendrá, sabe del inevitable final, pero es libre para decidir los pasos que tomará. Estos no estarán condicionados por la el previo conocimiento del resultado.
Desde el principio ha estado al lado de su compañero, ayudándole a soportar su carga, dándole esperanza y ánimo. Si Avjaal es principio y fin, el mismo punto contemplado desde posiciones opuestas, ella es el punto de desde el que se observa. El lugar sobre el que se gira para apreciar el conjunto. La perspectiva.

La suya es la esencia que más mitos ha despertado, en ocasiones mezclándola con otros conceptos, en ocasiones ensalzando sólo una de sus virtudes. Durante el enfrentamiento contra El Destructor, su hijo y hermano, todas estas fuerzas se unieron de nuevo en una sola para el combate en el que Baal fue detenido y encerrado, pero su consciencia fue herida y, un fragmento de ella, su memoria, cayó en el mundo material.
Durante milenios vagó sobre Daegon como una mujer más, sin saber quien era y dejando desprotegidos y sin su cobijo a los suyos. Durante ese tiempo el mundo fue un lugar mucho más oscuro y carente de ilusión. El caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de monstruos de toda clase. Criaturas carentes de empatía o humanidad. La puerta a través de la que muchos kurbun entraron a este nivel de realidad y se convirtieron en algo distinto.
Tuvo que ser una desgracia, bajo la forma de una pérdida traumática, lo que recordó a Layga quien era y devolvió a la creación su luz. Pero esta era una luz distinta. No había tanta esperanza y determinación en ella.
Aquel nuevo ser conocía la duda y había experimentado el dolor como ninguno de los conceptos o consecuencias había conocido. Como ningún otro había conocido, salvo Baal.
De esta manera, la esencia de Layga quedó dividida. Su misión estaba clara y su convicción también. Aquello no había cambiado. Pero su perspectiva había cambiado. Comenzaba a contemplar con nuevos ojos a quien había hecho daño. A quien, pese a ser parte de ella, pese a amarlo como a su padre y a su hermana, pese a amarlo como amaba a todo ser capaz de sentir, no se había preocupado en comprender.

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El hombre

El hombre
El mundo al que sus habitantes llaman Daegon es el máximo ejemplo de lo que representan las consecuencias.
Surgido como resultado del puro azar, ni él ni sus habitantes han sido creados por ningún ente consciente, sino como una mera expresión híbrida de la mezcla y acumulación de los distintos aspectos que componen la existencia.
Su mera presencia y complejidad es un imán para los conceptos y consecuencias más sencillas que, pese a sentirse atraídos por las partes de ellos mismos que los componen, no son capaces de ubicarlos dentro de sus mismas esencias.

De todas las criaturas que habitan el mundo, es el hombre quien más curiosidad les genera. Quien más trata de comunicarse y empatizar con el todo que le rodea. Quien trata de comprender y manipular las energías primarias de las que surgió. Quien moldea con respecto a sus sentidos, tanto de manera consciente como inconsciente, todo aquello que siente y percibe a su alrededor.

Los elementos que componen al hombre son capaces de sobrevivir en cualquier nivel de realidad manteniendo inalterada su integridad como individuos. Pueden adaptarse a la vida en las distintas y diversas dimensiones que se han creado a partir de los roces y colisiones entre los conceptos, pero siempre siguen manteniendo su esencia primaria e individual.

La mente del hombre es la más poderosa de sus armas y la más temible de sus enemigas. Capaz como es de dar sentido a lo que lo rodea, o de rellenar los huecos de aquello que no entiende con sus temores e inseguridades.
A lo largo de sus diversas edades, el hombre ha sido el principal motor que ha movido el universo. Ha sido él quien ha causado los cambios más significativos sobre su propio entorno, y quien ha generado los eventos que han moldeado de manera más drástica la existencia en todos sus niveles.

Los padres dieron forma y sentido a los primeros conceptos y consecuencia con los que se encontraron, generando a su vez nuevas consecuencias. Ellos convirtieron a los guardianes en sus aliados y “humanizaron” al Destructor, otorgándole motivaciones y objetivo a lo que era una fuerza primaria, imparcial e indiferente a su presencia.
Ellos definieron y delimitaron lo que eran, así como también la forma en la que tanto ellos como, más adelante, sus hijos, se han relacionado y enfrentado a los kurbun o los jonudi. Ellos suscitaron la curiosidad de los conceptos de la que surgieron y continúan surgiendo los dioses, y la manera en la que interactuar con estos entes.

En su juventud, al igual que su hogar y el mismo tiempo, el hombre fue poderoso y sencillo. Inmune al roce de la tejedora, más imponentes de lo que son los mismos dioses en la actualidad. Pero, con cada nueva generación, con cada nuevo roce con el destructor y el universo que le rodea, a la par que su número aumentaba, su poder crudo ha ido menguando mientras su misma naturaleza se volvía cada vez más compleja. Ganando en comprensión, matices y sutilezas.
El mundo presente no está enclavado en una realidad joven y vibrante como aquella en el que nacieron los Padres, no es un mundo desafiante como aquel que gobernó la estirpe de Ailán. Es un mundo asediado y en declive. Un mundo agotado en el que apenas cabe la esperanza. Un mundo poblado por conceptos viejos y cansados que necesita de la chispa que sólo pueden proporcionarle vidas breves. Vidas nuevas e inocentes que no han perdido el espíritu combativo. Seres capaces de luchar aun cuando todo se sabe ya perdido.

Los híbridos

El hombre, a lo largo de las eras, ha interactuado con los poderes y sus consecuencias, en todos los niveles de existencia, de múltiples maneras. De esta interacción, de esta relación, a su vez se han generado nuevas consecuencias. Han surgido y se han definido nuevos poderes más concretos, poderes "menores", asequibles a la comprensión humana. La influencia del hombre en el "todo" es innegable, pero su naturaleza también se ha visto afectada por estas mismas relaciones. El hombre es hijo del cambio, moldeador de formas y conceptos y ni siquiera su propia naturaleza primaria está libre de esta máxima.

De cada viaje, de cada expedición, de cada contacto con resto de las realidades, con sus habitantes o sus axiomas, los viajeros han vuelto distintos. En muchas ocasiones no se trata de cambios perceptibles a simple vista, sino de alteraciones a un nivel más bajo. Se han dado casos también en los que el expedicionario jamás ha llegado a ser consciente de estos cambios, que se han mantenido ocultos en su legado genético hasta que algún evento fortuito lo despierta en alguno de sus descendientes.

Se han acuñado términos para tratar de catalogar a estos seres resultantes a partir de sus características comunes ignorando, muchas veces de manera deliberada, sus obvias diferencias. Se ha llamado Yunraeh a las criaturas resultantes de la hibridación del hombre con la oscuridad, Yr'Draag a aquellos fruto del mestizaje con los Mayane Undalath, Jo'Na'Ryum a aquellos resultantes de la adaptación de los hijo de Ailán tras su exilio al seno de Namak, Kesari, Talen y Kiranu a los que han regresado desde los dominios del orden puro, Haeg o Tarnaq a aquellos tocados por los entes conocidos como Haesh y Taranaqu, Nivar a quienes fueron traídos hasta Daegon por los exploradores que viajaron hasta otros mundos en la Sartais, Kayain a los descendientes del linaje de dioses y hombres.
Se les ha llamado monstruos o aberraciones a todos ellos, se les ha denominado extraños, pero todos estos apelativos son injustos y baldíos. Estas categorizaciones y quienes las han llevado a cabo no han sido capaces de llegar hasta el fondo real de la pregunta.

No hay dos hombres o mujeres iguales. Ya sea en sus capacidades físicas o intelectuales, en su sensibilidad, empatía o aflicción, su en su capacidad para percibir, comprender o interactuar con su entorno, cada uno de ellos es único.
A estos "híbridos" se les ha tillado de ser tanto de menos que, como más que humanos. También se les ha acusado de ser "inhumanos", de ser "otra cosa" de ser algo peligroso, algo dañino, algo "antinatural", pero tales calificativos también son erróneos.
De poder decirse algo cierto sobre ellos, algo que todos compartan, esta verdad sería que se trata de la máxima expresión de lo que significa la humanidad, la máxima expresión de su capacidad de lucha, su capacidad de adaptación y superación.
Ni más ni menos, ni mejores ni peores. Suma y cambio, mezcla y evolución resultante de todos los conceptos y consecuencias. De todo aquello cuanto tocan y por lo que son tocados. Sólo distintos, sólo únicos, sólo humanos.

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Los Mayane Undalath

Los Mayane Undalath
Los Guardianes de Ytahc nacieron como un acto reflejo ante lo que estaba por venir. Surgieron del interior de su padre fruto del miedo generado por el conocimiento del porvenir. De la angustia provocada por la espera.
Son la única de las criaturas aparecidas sobre Daegon surgidas de manera intencionada. La única creada con una misión. Luchar contra los aspectos del enemigo que pudieran filtrarse hasta plano material. Su cuerpo, sus sentidos y su mente en constante cambio. Capaces de adquirir cualquier forma, de percibir en todo el espectro, de analizar y comprender lo que les rodea, de canalizar el instinto y la ira por encima del dolor o el miedo. Capaces de adaptarse a todo aquello que se encuentren en su camino y combatir hasta el final de los tiempos.
Forjados en las entrañas de la misma entropía primaria, nacieron al mundo surgidos de la piedra y el fuego, a través de los siete picos, esperando un mundo hostil, pero encontrando uno vibrante de vida. El enemigo aún no había llegado dándoles tiempo para conocer aquello por lo que iban a luchar y morir. La paz, la curiosidad, el descubrimiento y el viaje fueron las primeras experiencias a las que se adaptaron. Su imposibilidad para crear vida por ellos mismos, de reproducirse, la más dura lección que tuvieron que aprender y aceptar. Su primera derrota. Ellos habían sido creados para el combate.
Pese al dolor, sabían que así tenía que ser. Pese a la envidia, no había odio hacia sus protegidos o su padre. Ellos comprendían, habían sido creados para hacerlo, pero la comprensión no hacía más llevadera la desazón.
Muchos de ellos, desolados ante este descubrimiento, decidieron regresar al seno de su padre bajo la promesa de volver cuando se produjera la llegada del enemigo. Otros abandonaron Daegon y recorrieron el cosmos pues sabían que quedaban muchas respuestas aún por ser respondidas y la curiosidad aplacaba levemente su desolación y su sentimiento de inferioridad con respecto al resto de seres vivos.

Esperando la llegada del enemigo se quedaron los primeros nacidos de cada uno de los picos conviviendo con el hombre, asumiendo su misma forma y aprendiendo los unos de los otros. Forjando armas y alianzas, preparando defensas y estrategias contra el enemigo que llegaría. Soprendiéndose de sus similitudes y diferencias, descubriendo que, si bien no podían crear nuevos guardianes, sí que podían alumbrar nueva vida fundiéndose con ellos; los Yr'Draag.

Finalmente, el enemigo llegó. Más poderoso de lo que nunca hubieran imaginado. Los guardianes durmientes despertaron y aquellos que habían partido y se habían asentado en otros mundos trataron de defender sus nuevos hogares, pero fracasaron.
Pero más dolorosa que la derrota o fracaso era la sensación de impotencia. Estaban preparados para morir. Habían sido creados para ellos. El dolor por la pérdida de sus hermanos era grande, pero el que les producía el último adiós, aquellos que habían nacido para proteger, de aquellos a los que habían llegado a amar, era inconmensurable.
La salvación llegó bajo la forma de una Yr'Draag, Daegon y la condenación final de la mano de otro de ellos, Dayon. El enemigo había sido expulsado, pero el mundo había cambiado de manera irreversible, como también cambió el hombre y su relación con los guardianes.
Aquellos hombres junto a los que habían luchado, los padres de la humanidad, habían muerto en la contienda y sus hijos, y los hijos de estos envejecían, morían y olvidaban, pero ellos no envejecían ni olvidaban.

Con el tiempo, el enemigo regresó en dos ocasiones y, para ambas batallas, los guardianes volvieron a ser despertados por los supervivientes más ancianos de cada uno de los siete picos. Siempre alerta, siempre vigilantes. Cuidando a los hombres desde la distancia, desde las leyendas.

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Los Kurbun

Los Kurbun
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Carentes de forma, sustancia o materia, de motivo, ambición o deseo, los kurbun surcan todos los niveles de la existencia propagando el legado de Namak, su padre. Durante mucho tiempo siguieron al Destructor, no como acto consciente o intencionado, sino como hojas mecidas por los vientos del azar. Si definimos a una criatura por lo que hace, si los catalogamos por sus actos y motivaciones, ellos no pueden ser juzgados.
No “hacen”, no “actúan”, la destrucción es una consecuencia de su mera cercanía. No buscan justificaciones de ninguna clase para su presencia, al igual que no obtienen placer alguno o sienten el más mínimo remordimiento por los resultados de la misma. No conocen la urgencia o la necesidad, la desesperación o el ansia. Baal es El Destructor, pero ellos son la destrucción. El mismo apelativo de seres vivos resulta artificioso cuando se utiliza para referirse a los kurbun; Los asesinos de dioses.

Pero esta máxima no está exenta de excepciones. Una condición bajo la que la que algo o alguien puede sobrevivir al encuentro con uno de ellos, y esta es la capacidad de ese ser para crear a su vez destrucción. Las armas sobreviven a su paso, al igual que aquellos cuyas acciones en el futuro causarán más destrucción que creación, aquellos que quitarán más vidas que las que serán salvadas por sus actos o las consecuencias de los mismos. Vano consuelo pues, de una u otra manera, quien les sobrevive queda igualmente maldito.

No existe ley o balanza cósmica que dictamine que, en un enfrentamiento, ambas partes tengan una posibilidad real de salir victoriosas. En un combate, siempre grana la destrucción. No importa el esfuerzo, no importa el valor, no importa la implicación. Quien se enfrenta a los kurbun está condenado.
Así fue desde el principio de los tiempos. Así fue hasta que su camino se cruzó con el del hombre.

En su primer advenimiento junto a Baal sobre Daegon, los padres de los hombres sufrieron su presencia como nunca ha vuelto a experimentarla la humanidad. Sus mentes, incapaces de percibir o comprender al enemigo, trataban de dar forma a aquello que les atacaba, formas surgidas de unas mentes poseídas por el miedos y atenazadas pro el dolor. Cada uno de ellos percibía aquello que más temía, pero tenía un enemigo real. Alguien contra quien enfrentarse. Pocos fueron los que lograron imponerse sobre el temor hasta llegar a comprender a qué se enfrentaban. Menos aún quienes sobrevivieron para transmitir aquel conocimiento.

La única manera de “vencerles” es abstraerse completamente de todo lo que presagia su presencia. Imponerse al dolor y al temor. A la ira y el odio, es por esto que, en origen, los guardianes resultaron ineficaces contra el enemigo.
Es necesario arrinconar todas esas emociones hasta un nivel subconsciente y no permitir que afloren. Arrebatarles aquello que les da sentido. En ese caso sólo queda un rival a batir. El kurbun se convierte así en algo comprensible, algo combatible, algo humano. Una hombre de expresión gélida e indiferente, pero no por ello menos peligroso o temible. No se trata tanto de una lucha física como de una de voluntades. Es el kurbun quien se rebela contra el cambio al que se le ha sometido, contra esa limitación que se la ha impuesto, el que se ve forzado a “actuar” a tomar decisiones, a elegir.

A la largo de la historia también se han dado casos en los que el sufrimiento causado a un individuo ha sido tal, que ha rebasado los límites humanos llegado a afectar al propio kurbun. Así sucedió con Kenrath, lo que provocó que la consciencia de sí mismo surgiera en Shaedon, el primer nacido de entre los kurbun. Este, actuando contra natura, acabó con la vida y el sufrimiento de su enemigo como su primera acción electa, privando con ello al mundo de la fuerza destructora que había creado al arrebatarle todo cuanto amaba.

Cuando las acciones de Baal obtuvieron un objetivo, los kurbun le abandonaron. Ya no estaba en sintonía con ellos, pues la destrucción del todo no es su misión, sólo su ser.

Tras la partida del Destructor, el resto de los poderes erigieron una barrera que impedía que los kurbun accedan al de existencia en el que habita el hombre como lo hicieron en su primera llegada. Después de esto, sólo llega hasta Daegon una leve sombra de su esencia que puede adquirir cientos de formas. Desde la de los desastres naturales hasta la de epidemias epidemias, desde las plagas hasta la misma locura. Pero esta barrera se erosiona con cada nueva llegada fortuita del enemigo y, en ocasiones, se llegan a filtrar aspectos mayores de alguno de ellos.
Estos aspectos, desligados del resto de sus hermanos, son más susceptibles a la influencia del hombre. En ocasiones son asumidos por huéspedes lo suficientemente poderosos como para no ser desintegrados por su mero contacto, creando con ello nuevos seres híbridos y únicos.
Una vez que la unión se ha formalizado ya quedan ligados por toda la eternidad. Algunos se han aliado con la humanidad, ya sea por altruismo o deseo de supervivencia, mientras que otros sólo quieren que todo termine y volver a su estado original.
El hombre ha tratado de catalogar a estos seres, de agruparlos, describirlos y definirlos en diferentes castas, tratando de encontrar un patrón en su manera de actuar o sus capacidades. Les han dado nombres como Darek; Los que Reinan o Karesh; Las que Dominan, Malesk; Los que Destruyen o Heid; Los que Transforman, Shaik; Los que Acechan o Thaigen; Los que Luchan y muchos más, pero cada uno de estos criaturas no tiene parangón o similitud con el resto.

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Los Jonudi

Los Jonudi
Enai, la oscuridad, es una criatura empática y sintiente. Una entidad casi consciente que reacciona ante aquellos que la contemplan o se adentran en alguna de sus proyecciones.
Cuando Baal y sus huestes atravesaron su cuerpo por primera vez, la esencia de Enai quedó fragmentada y su consciencia herida. De allí surgieron los enemigos invisibles del hombre que se unieron a la lúgubre comitiva del Destructor, pero no todas los seres resultantes de de aquel contacto abandonaron la materia que formaba el cuerpo de su madre.
Una de las partes en las que se dividió la oscuridad se alejó de su yo primario, acercándose y solidificándose cerca del nivel de realidad del hombre, convirtiéndose en el lugar llamado Nusureh. Una dimensión fruto de la confluencia entre las naturalezas de Enai e Ytahc. Un lugar en el que el cambio y la sombra convergen. El lugar en el que tomó consciencia de sí mismo un nuevo ser, alguien cuyo primer acto como ser consciente y complejo fue el de darse un nombre; Shaen'Tayd'Hanrath. Poco tiempo después de aquello, la consciencia se propagaría a lo largo de todo Nusureh dando como resultado al nacimiento de una nueva especie, la de los jonudi.

Los jonudi estudiaron su alrededor y trataron de comprenderlo. Una vez hecho esto, trataron de estudiar y comprender también lo que había más allá de sus muros. En la memoria que compartían de los tiempos en que fueron uno con Enai recordaron el contacto del Destructor y los suyos, por lo que permanecieron ocultos y precavidos ante las criaturas que descubrían. De los seres que vivían y se nutrían de la luz que a ellos les dañaba. No fue hasta que un hombre, Nityl, descubrió la existencia de Nusureh, que se dieron a conocer ante aquellos seres.
Pero eran demasiado distintos para ser capaces de comunicarse de una manera efectiva desde un primer momento. Ambas especies interpretaron los acercamientos por parte del otro como un ataque y como a tal reaccionaron.
Los jonudi no tenían lenguaje ni eran capaces de emitir sonidos comprensibles para el hombre. El contacto físico que usaban para intentar comunicarse con ellos les dañaba.
A su vez, los jonudi se veían dañados por la luz que usaba el hombre para tratar de percibirlos y “comprenderles” y se defendieron de una manera instintiva, asumiendo formas sacadas de los miedos de sus interlocutores.
Hubo guerra. Un largo conflicto nacido de la escasa compresión que tenían los unos de los otros, pero que, al menos de una manera parcial, serviría para que se comprendieran un poco más. Pero el hombre tenía más experiencia que ellos en la guerra y lograron construir un arma, El Anillo, contra la que no pudieron hacer nada.
Los jonudi supieron que no podrían ganar poco antes de que fuese demasiado tarde para ellos y se retiraron cerrando los accesos hasta su hogar. Pero su hogar ya no era tal cosa.
Según su individualidad se iba haciendo más presente, el lugar que del que surgieron se les hacía más hostil. El inconsciente de Nusureh luchaba contra ellos. Quería que todos volvieran a ser uno. La oscuridad no está hecha para ser percibida de miles de formas distintas.

Con el tiempo, algunos volvieron de manera individual, colaborando en ocasiones con el hombre, dañándolo en otras. Mientras tanto, en Nusureh, las diferencias entre ambas especies se iban difuminando aún más. Se crearon los Tar'Kiriz, los “Lugares de reunión” y el Nûru'Katézilen el “Camino negro” que las une.
Los eruditos jonudi durante la guerra crearon también su propia ciencia. En la órbita de Daegon situaron las kalaash las “Fortalezas en las estrellas” siempre a cubierto del sol por la sombre del propio mundo.
Los más audaces de cuantos quedaban, el pueblo de Shaen'Tau'Hye, tardaron más de cuatro milenios en volver a la superficie para tratar de de tomar al asalto la isla continente de Norotgard. Su misión no resultó exitosa, pero los norteños tampoco lograron expulsarlos de los territorios que lograron conquistar.
Mil años después se lanzó el siguiente gran ataque. En esta ocasión fue una alianza de siete de las comunidades jonudi la que emergió. Sus ciudadelas surgieron de los suelos de Naltor, Baern, Goord, Harst, Saliria, Menetia, y Werela en un ataque para el que ninguna de aquellas naciones estaba preparada. Pero el plan que tenían aquellos jonudi era más audaz que el de la conquista de unos simples territorios. Durante todo aquel tiempos sus científicos habían estado desarrollando al que sería su dios, su ser superior; El Taj'Lei'Gobeh.

Los hombres sobre los que ejercían control desde la oscuridad, los yunraeh, tenían el mismo problema que ellos. Cuanto más profundo era el control, más dañados se veían por la luz. Sus propias filas eran limitadas y en su naturaleza no estaba la capacidad para aumentar su número.
Sabían que, con el tiempo, acabarían siendo derrotados y expulsado de nuevo por la simple cuestión del puro número. Aquel nuevo ser no sólo les permitiría reproducirse, sino que les permitiría existir más allá de los domos de sus ciudadelas. Pero necesitaban tiempo para que aquel nuevo ser se adaptara a aquel nuevo mundo el que ellos tenían que habitar. El tiempo se les terminaba, y no estaban dispuestos a desaparecer como aquellos que se habían quedado en Nusureh, o a confiar en los hombres como aquellos que mantenían trato con ellos. Sólo estaban dispuestos a poner su destino en sus propias manos.
Nuevamente fueron expulsados. El anillo, tras cinco milenios en el olvido, volvió a activarse y destruyó sus cúpulas. El Taj'Lei'Gobeh desapareció, perdido entre las dimensiones antes de ser completamente funcional.
Derrotados, los supervivientes regresaron a Nusureh. Algunos de ellos se rindieron, y volvieron a ser uno con la oscuridad, otros aún resisten en esa lucha, un pequeño grupo espera el regreso del Taj'Lei'Gobeh.

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Los "dioses"

Los "dioses"
Los entes a los que, en la actualidad, el hombre adora como dioses son, a su vez, consecuencias de la existencia del mismo hombre. Pero no se trata de creaciones directas de estos, como han afirmado a lo largo de la historia algunos teóricos, sino eventos fortuitos como fuese el mismo hombre en su nacimiento. Fragmentos de los distintos poderes que han adquirido una consciencia de si mismos y se han alejado de la masa conceptual que los albergaba, convirtiéndose con esa primera acción, en ocasiones intencionada, en ocasiones instintiva, en seres nuevos y complejos. Criaturas con una consciencia similar a la humana, una consciencia, sensibilidad y necesidades despertadas por la influencia del hombre sobre todo aquello que le rodea. Movidos, al igual que aquellos de quienes eran una imagen distorsionada, por emociones como la curiosidad o el deseo, la ambición o el miedo, la compasión o el amor. Por la necesidad de encontrar a otros como ellos mismos.
Pero ellos, pese a sus múltiples similitudes, eran distintos. Distintos al hombre y distintos al resto de aquellas nuevas criaturas. Ellos no eran una especie en sí mismos, no tenían un grupo a quienes llamar sus iguales. Cada uno de ellos era único en forma y concepto, en naturaleza y poder. Cada uno nacido en un momento diferente del tiempo por una combinación de factores fortuitos diferentes.
Cuanto más se alejaban, cuanto más tiempo permanecían separados del poder del que se habían desprendido, más complejo les resultaba regresar a él. Habitando las zonas intermedias entre las realidades sin pertenecer a ninguno de sus niveles de existencia. Atraídos de igual forma por ambos.
Algunos de ellos no fueron capaces de soportar aquella nueva existencia y regresaron (y regresan) al seno del que han partido. Otros tardan demasiado en darse comprender o aceptar este hecho, convirtiéndose esta existencia en una prisión. En una tortura que los transforma en criaturas amargadas. Deseando y esperando que llegue el fin.
Otros disfrutan de esta nueva existencia así como de la libertad, posibilidades y soledad que ella implica. Observando, investigando y tratando de comprender todo lo que les rodea, pese a permanecer distantes y ajenos ante gran parte de los eventos que estudian.

Pero estas actitudes no dejan de ser excepciones dentro del conjunto de factores comunes que comparten gran parte de estos seres únicos.
Si bien no es el centro de su atención, sí que es cierto que los dioses tienden a profesar unas profundas sintonía, empatía y curiosidad para con el hombre.
Pese a que sus consciencias son muy similares, sus maneras de percibir y comprender la vida, el mundo, el tiempo y la misma existencia difieren enormemente. Su punto de partida, el poder al que un día pertenecieron, condiciona la manera en la que se relaciona con su entorno. Aunque, si bien no pueden cambiar este inicio, son sus experiencias las que van moldeando y definiendo en mayor medida esa relación.

En ocasiones, cuando un hombre sintoniza de manera especial con su esencia específica, con su percepción de la realidad, con aquel aspecto concreto que representan dentro del conjunto del “todo”, dentro del concepto o conceptos del que se desprendieron, pueden hacer de puente entre este individuo y esa fuerza primaria. Rara vez se trata de algo intencionado o meramente consciente por parte del “dios”, ya que el tiempo de existencia individual de un solo hombre es apenas perceptible para ellos.
Esto no fue así en los tiempos de los padres de los hombres, cuando las esencias y poder de ambos se encontraban más igualadas y cada uno definía el nivel de realidad en el que existía.
En aquellos tiempos algunos dioses, movidos por la curiosidad, llegaron a atravesar el velo que separa las realidades y caminar sobre Daegon bajo formas humanas. Cuando combatieron, vivieron, amaron y murieron junto a ellos.
Fue entonces cuando descubrieron que, al igual que les sucedía con el lugar que eran los conceptos que les originaron, cuanto más tiempo permanecían lejos del nivel de existencia en el que habían nacido, más complicado les resultaba regresar. No sólo esto sino que, cuanto más tiempo permanecían en Daegon más cambiaban hasta convertirse en algo “diferente”. Hasta convertirse en otro ser a todos los niveles. La decisión de regresar a su antigua existencia fue una que pocos tomaron, pero la elección de aquellos que decidieron quedarse llenó de dudas, incertidumbre y cierto temor a perder su singularidad a gran parte de los que no habían participado de aquella experiencia.

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