Religión

Religión

La manera en la que los hombres se han relacionado con los poderes ha cambiado ostensiblemente a lo largo de las diferentes edades. De esta manera, la religión, tal y como se conoce hoy en día en Daegon, tardaría mucho tiempo en nace, ya que hasta los albores de la cuarta edad no tendría lugar el primer atisbo y contacto que tendría el hombre con el nivel de realidad en el que existen los poderes.

Antes de aquello, la humanidad había tenido ya contacto con distintos aspectos de los poderes que caminarían sobre el planeta, pero aquellas encarnaciones eran difícilmente distinguibles (tanto en apariencia como en poder) de los padres o los guardianes.
En los tiempos de la tercera edad se rendiría culto, primero a los Tayshari bajo el sobrenombre de los Kansay, pero aquella relación sería más de alianza o recelo, según la facción a la que nos refiramos, que como al concepto actual de deidades.
Más adelante, mientras los tayshari dedicaban su atención y esfuerzos a combatir contra El Destructor, el hombre crearía una serie de abstracciones formadas a partir de varios aspectos de Layga, Ytahc y Avjaal. Estos constructos serían reverenciados, según culturas y momentos históricos, en ocasiones como una única entidad con diversos nombres como Evyal, Arcthuran o Reann, o como los lugares o estadios por los que trascurría la vida humana.
Estos nombres, pese a ser utilizados también en la actualidad como deidades independientes, sólo tienen una relación tangencial con los conceptos que representaban en la antigüedad. Las entidades que actualmente reciben esos nombres suelen ser veneradas como seres humanizados, conscientes y receptivos para con las necesidades de sus adoradores, mientras que , antaño, su culto no respondía tanto a una deidad convencional, como a un intento por explicar el ciclo de la vida; nacimiento, cambio y destina más allá de la muerte.

Sería durante la cuarta edad, tras la caída de los ailanu y la breve victoria de los tayshari sobre El Destructor, cuando el primer mortal alcanzase un estado que le permitiese atravesar las barreras que separan las realidades. El Profeta Ýlar de Jomsul, cuyos sentidos viajarían más allá de las fronteras de su presente, recorrería los mares del tiempo presenciando desde el origen de la vida hasta la batalla que pondría fin a la existencia.
De la interpretación que él haría de los eventos que contemplase en sus visiones surgirían, por parte de sus discípulos y los discípulos de éstos, nuevas corrientes filosóficas que reinterpretarían el concepto del universo y el lugar que ocupaba el hombre en él. Los textos escritos por estos hombres, cuyos nombres olvidaría injustamente la historia y pasarían a ser conocidos simplemente como “Los escribas”, terminarían por convertirse en los pilares sobre los que se asentarían la práctica totalidad de las religiones que surgirían mucho después de su desaparición.

Sería más de un milenio después, y tras leer muchos de los textos de estas escuelas de pensamientos, que los sentidos de Nostat de Yburq lograrían atravesar (según sus propias palabras) el “Banyar“: El velo que separaba el mundo de los hombres del de los inmortales. Tras varios años en coma a causa de la experiencia, despertaría para escribir el Gudayar “El libro de los dioses” en el que crearía una cartografía y una serie de jerarquías y atributos humanos al reino conceptual. A partir de aquel momento cambiaría su nombre para pasar a ser conocido desde entonces como Bayancú “El profeta”. Su legado y su relación con el emperador Ílias Vanshú Meneter condicionarían el desarrollo del mundo civilizado de toda la mitad occidental del continente.

La iglesia tayshari resultante de los manuscritos de Bayankú se ha mantenido hasta el presente pero, podríamos decir que sólo lo ha hecho de nombre, ya que la doctrina que impartiese el profeta no ha dejado ser modificada con el transcurrir del tiempo. Tanto la forma y el fondo de lo que significan y representan los dioses, como el papel que deben desempeñar sus sacerdotes, han ido cambiado a lo largo de los milenios, a la vez que mutaba y se dividía en cientos de interpretaciones (tanto sinceras o interesadas) casi con cada nueva generación y lugar al que llegaba. Más allá de su mito de creación y trayecto hasta el final de los tiempos, todo lo demás ha sido alterado de una u otra forma.

Si sumamos sus múltiples cismas, la iglesia tayshari sería las más expandida por todo el mundo, pero su implantación dista mucho de ser hegemónica. El mapa teológico de Daegon está compuesto por una miríada heterogénea de mitos y leyendas de toda índole, en cuyo interior podemos encontrar todo tipo de estructuras y jerarquías. Desde religiones que se crearían como herramientas de control sin ningún tipo de conexión metafísica, como la teocracia que gobierna Goord, hasta cultos formados por una única persona.
Pero en todo este hervidero de creencias, hay un patrón común presente en todas ellas de una u otra forma. En los diversos mitos de la creación de aquellos cultos, llamémoslas “auténticas” (que, en su origen, serían inspiradas por experiencias provocadas por el contacto con los poderes) están presentes, de una u otra manera, la existencia del Destructor y la batalla que finalizará con toda la existencia.

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Los Señores de Ilwarath

Los Señores de Ilwarath

Se podría considerar al culto a Los Señores de Ilwarath como la religión o la iglesia organizada más antigua sobre la faz de Daegon sin temor a equivocarnos, pero esta afirmación, paradójicamente, no sería del todo cierta.
El origen de la relación (que no adoración) de la humanidad con los gobernantes de la última morada no llegaría hasta los años del ocaso de la segunda edad, cuando la humanidad conociese la mortalidad y comenzase a respetar y temer a la muerte.
Así como su relación con los tayshari sería en un principio de igualdad, ni el más osado de los padres inmortales de los hombres habría puesto jamás en duda que los señores de la tierra de los muertos se encontraban en un nivel de existencia distinto al suyo, o buscaría su aprobación, su beneplácito, ni mucho menos trataría de desafiarlos. Serían sus hijos mortales quienes comenzasen a rendirles culto de una u otra manera.

Es común confundir la adoración a Los Señores de Ilwarath, sobretodo Avjaal y Yago, con la que se profesa a algunos de los aspectos del Destructor o los kurbun. En el fondo, todos ellos representa distintas manifestaciones de un mismo concepto: La muerte o el fin de la vida. Pero la diferencia entre estos cultos no deja de ser muy clara.

La adoración que se realiza de los kurbun, casi siempre bajo la premisa errónea de que tras el final de los tiempos habrá un renacimiento y recompensa para sus fieles, difiere enormemente con respecto al culto que se rinde a los tres moradores de los salones del olvido: La esperanza en el triunfo es un engaño. El final es inevitable.
Dentro de sus filas podríamos diferenciar dos posturas: Lo único a lo que pueden aspirar es a postergarlo o hacer más llevadero su tránsito hasta él.

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Organización de la iglesia

Organización de la iglesia
Pese a que todos ellos comparten el mismo mito de la creación (y final) y se reconocen como “hermanos”, se podría decir que los cultos de cada uno de los señores del inframundo son estancos entre sí.
De esta manera podríamos definir tres órdenes diferenciadas dentro de esta iglesia. Dos de ellas casi idénticas en objetivo y métodos (aunque diferenciadas en cuanto a su organización) junto a una tercera que, pese a tener un “parentesco” directo, apenas se relaciona con ellas.

Los Avyalish

Los Avyalish son los sacerdotes de Avjaal; principio y fin de toda existencia.
Avjaal (también llamado por distintas culturas como Evyal, Avkhal o Nanyaal) es el señor de Ilwarath; La Última Morada o Tierra de los Muertos. Quien rige sobre el destino de las almas de los difuntos. La tradición Ilwaranthi reza que, tras llegar a sus dominios, las almas son divididas en tres hileras.

La situada a su derecha conduce a “Naol Graim”; El Portal de la Reencarnación. En este lugar, las almas son escrutadas por Shur, su custodio, quien las purgará de todo resto de su vida anterior y decidirá si se les otorga la oportunidad de repetir el ciclo vital.

La hilera central, conduce a “Naol Ishtaen”; El Portal de la Iluminación. Aquellos que atraviesan este portal son llevados con los dioses a los que sirvieron fielmente en vida, donde se prepararán para La Última batalla junto a sus señores.
Frente a este portal se encuentra el propio Avjaal, quien elegirá a los mejores para convertirlos en los Inagorn; Los Matadores de Dioses que, bajo el mando de Yago, le acompañarán a Él en el fin de los tiempos.

La última hilera conduce hasta “Naol Kestar”; El Portal de la Destrucción. En el, las almas de los seguidores del Destructor son juzgadas por Yago, y devoradas por los Inagorn.

Los templos de los Avyalish son secretos solo conocidos por los sacerdotes. No hay ostentación en ellos ni nada banal o superfluo. Tampoco hay comunicación alguna entre ellos. Son centros de formación y entrenamiento tanto físico como espiritual, a la vez que sirven como cobijo y centro de información para quienes se han criado en ellos.
Los sacerdotes tienen dos misiones:
Aquellos hombres y mujeres que conforman la orden de los avyalish, desde el momento en el que aceptan “El Camino”, convierten su vida en una búsqueda y persecución constante de los seguidores del destructor y los suyos. La senda que, esperan, les preparará para el momento en el que éste sea liberado.
Los sacerdotes no son reclutados de la manera convencional, sino que son seleccionados de entre aquellos huérfanos cuyas vidas han sido destrozadas por el efecto de los agentes del Enemigo.
Si el huérfano rechaza la oferta del avyalish, será dejado en la ciudad o aldea más cercana. Si la acepta, entrará en el templo y no saldrá de él hasta haberse convertido en uno de ellos.
Para ser ordenado sacerdote el iniciado no debe superar ninguna prueba. Durante su estancia en el templo, llegará un día en el que logrará alcanzar el Ilwari. Un estado en el que su alma viajará hasta la frontera que separa las realidades y contemplará el rostro de su señor, obteniendo con ello su aprobación. Aquellos que no reciben nunca la beneplácito de su señor, permanecen en las iglesias formando a quienes les traen sus compañeros.

Los Bakuren

Aquellos que profesan el credo de Yago; El Destructor de Almas, reciben el nombre de los Bakuren; Los destructores de almas.

Al igual que con los avyalish, no existe una estructura jerárquica que controle o gestione la admisión de nuevos miembros en esta orden. También engrosan sus filas a partir de aquellos que lo han sufrido una gran pérdida pero, a diferencia de estos, los bakuren no poseen iglesias o fortalezas. Aquellos que pasan a engrosar sus filas lo hacen de manera autónoma y voluntaria. Su dedicación suele ser total y su compromiso ciego. Quienes entran a formar parte de esta orden lo hacen porque lo han perdido todo lo que daba su vida.
Quienes se atreven a hablar sobre ellos dicen que sus almas han muerto. Que sólo son cascarones vacíos que luchan por preservar en los demás el reflejo de lo que un día poseyeron.

Su vida es un búsqueda constante en las estrellas de los signos del enemigo. Un vagar errante a la caza de aquellos que destruyeran lo que un día fueron y sus iguales. Su única compañía, sus aprendices. Nunca más de uno y cuando estos han sido preparados, de nuevo la soledad.

Se dice que toda esperanza de tener una vida ha desaparecido para ellos, aunque se sabe de casos de algunos de ellos que han abandonado el camino, siendo capaces de abrazar la esperanza de una vida “humana”

Los destructores de almas son temidos por todos aquellos que alguna vez han oído hablar sobre ellos, pues se dice (y es cierto) que, aquel que muere a manos de uno de ellos, jamás se reunirá con sus ancestros en paraíso alguno.

Tanto los avyalish como los bakuren suelen ser gente fatalista y críptica que apenas se relaciona con personas ajenas al culto o su misión. Su existencia no es un secreto, pero no es algo de lo que la gente suela hablar. Tampoco hacen alarde de su condición cuando pasan por zonas habitadas, pero ello no evita que su presencia despierte en la gente un temor reverencial.
Sin lugar a dudas, el culto a estas dos deidades es el único que no se profesa por ambición o deseo de relevancia social.

Los Chanyannu

Al contrario que sus hermanos, los chanyannu; Quienes guías los muertos, suelen estar integrados en algunas de las sociedades a las que pertenecen.
Su deidad, Shur, es adorado bajo miles de nombres y formas distintos, al igual que reciben distintos nombre quienes la adoran. Su credo está esparcido a lo largo de todo el continente ya, sea como un ente benévolo que personifica la esencia de los ancestros, como la suma de todo lo que está vivo, o como quien les juzgará cunado mureran.

Su fe se suele profesar de distintas maneras ya que, al contrario que sus hermanos, quienes lo siguen carecen de una “misión” concreta. Generalmente su culto suele ser algo difuso y tiende a estar presente, sobre todo, en culturas poco avanzadas ya que en el mundo “civilizado” se les mira con recelo como agoreros y farsantes.
Se dice que aquellos que abrazan su credo lo hacen tras haber sido “tocados” por la deidad. Mientras que gran parte de quienes dedican su vida a su adoración lo hacen por seguir una tradición cultural, hay una minoría que lo hace tras haber sufrido una pérdida traumática. En ocasiones el dolor causado por estos hechos llevan al chanyannu a traspasar el velo que separa las realidades y haciéndoles contemplar por una fracción de tiempo lo que les aguarda a todos. Pese a que el conocimiento que otorga esta visión se desvanece con el tiempo, la marca que ha dejado en ellos es indeleble.

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Textos sagrados

Textos sagrados

Tanto los Avyalish como los Bakuren comparten una serie de textos que son conocidos como El Imral. Estos textos, pese a carecer de un estilo, estructura o continuidad marcada entre unos y otros, se dividen a su vez en dos sub-textos o partes muy diferenciadas; el Abmur Sayal “El libro del alba” y el Abmur Bayán “El libro de los muertos”

Una de sus máximas que se puede extraer de su ideario es:

La existencia no es sino la sucesión de los conflictos entre los opuestos.
Todo comenzó con un instante de creación.
Todo finalizará con un acto de destrucción.

El mito de la creación.

Reza el Imral

Namdaal, el universo primigenio, quien fuese la suma de toda existencia, daría a luz a la primera idea. De aquel acto alumbrador surgirían dos seres: Avjaal, Namak. Los hermanos opuestos. Pero de aquel mismo acto moriría el padre, pues Él era único, y su misma esencia había perdido sentido y significado en una realidad fragmentada. Su existencia no era posible en aquel universo de límites.

De la alianza de los dos hermanos, surgiría Sakuradai, el tiempo, y, junto a ella crearían a Layga, la vida. Ellas darían comienzo al ciclo finito con su nacimiento y de su vientre surgirían incontables criaturas; los dioses.
Los dioses, a su vez, darían a luz al mundo y, de este, surgiría el hombre.

El mito del conflicto.

Durante eones, Avjaal y Namak contemplarían desde la distancia a sus hijos. Sus acciones se les hacían extrañas y sus deseos y pasiones incomprensibles. Ambos poseían visiones distintas y opuestas sobre aquellos seres. Mientras que Avjaal veía belleza y maravilla en el anárquico mundo que habían creado, Namak lo encontraba insufrible y decepcionante.
Durante una de sus discusiones Namak, poseído por la furia, diezmó a los dioses. Tras aquel acto, trataría de destruir a Sakuradai para poner fin al tiempo y comenzar un nuevo ciclo. Un universo estático sin acorde a sus designios.
En su mente sumida en la locura no sabía que todo cuanto existía estaba vinculado al tiempo, incluso su misma persona.

Triste ante la demencia de su hermano, Avjaal se interpondría en su camino. Primero trataría de hacer regresar la cordura a su ser, pero aquello era ya imposible. Finalmente, tras contemplar las consecuencias que habían acarreado sus actos, y la destrucción que continuaba provocando su contienda, tomaría la decisión de acabar con su vida y se convertiría a sí mismo en el fin de todas las cosas. Pero Namak había infectado con su idea a algunos de los dioses, y estos comenzaron a tramar en secreto la consecución de sus objetivos. Estos, durante tiempo inmemorial se ocultarían en el interior de su difunto padre, urdiendo sus planes e infectarían tanto dioses como hombres con su desquiciado fin.
Los dioses supervivientes, ignorantes de la insidiosa presencia de un nuevo enemigo, se alejarían de Avjaal. Su cambio había sido tal, que su presencia sólo les inspiraba temor. Tan sólo cuatro se quedarían vigilantes junto a su padre. Layga trataría inútilmente de revertir su cambio y tanto Baal como Yago y Shur velaban el cuerpo de Namak para que su se semilla no se esparciera.

Esto sería así hasta que Baal descubriese los planes de los namakitas y tratase de ponerles fin. Pero sería herido por Raktaur durante la refriega y, en su intento por obtener el poder necesario para imponerse sobre su rival, se alimentaría de la misma esencia del lugar en el que combatían, convirtiéndose en Namak renacido.
Imbuido por aquel poder antiguo, atacaría a sus hermanos, hiriendo también de gravedad a Avjaal y apoderándose de la esencia de Sakuradai. Nada podían hacer los guerreros contra aquel nuevo ser, ya que su muerte acarrearía también la destrucción del tiempo. En un acto desesperado, Yrgath, el mundo de los hombres, engulliría al Destructor encerrándolo en su interior.

El mito del fin de los tiempos.

Llegará el día en el que El Destructor devore el corazón del mundo en su camino hasta el exterior.
Larga habrá sido la última noche en la ciudad antigua.
Cuando se produzca el advenimiento de Imsalot, su primer heraldo.
En su mano blandirá a Yrsclreriath, la portadora de destrucción.
Y con ella derribará la puerta que separa los mundos, pues ellos son la llave.
Una vez más, el destructor será libre.
A Él se enfrentarán las huestes de Ilwarath en una batalla que consumirá toda vida.
Y, en aquel lugar, el tiempo, la vida y la misma muerte, conocerán su fin.

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La iglesia Tayshari

La iglesia Tayshari

Pese a que el culto a los diferentes aspectos de los hijos de Tayshar se encuentra esparcido a lo largo de todo el continente, lejos de tratarse de un credo unificado, lo hace bajo el aspecto de cientos de nombres, ritos y tradiciones distintas.
De esta manera, no es complicado encontrar paralelismos y similitudes entre los mitos que promulgan las jerar1quías eclesiásticas de religiones organizadas como las de la iglesia Tayshari Menetiana, la de los Shig'Shin'Sihat (Los señores de los salones de Sihat) de Shinzai, o la de los Ogma Nihal Danyé (Los hijos de poder ancestral) en Shatterd. Estos tres culturas, pese a no haber tenido jamás contacto entre ellas, y poseer unos valores y estructuras sociales totalmente diferentes, comparten una serie de elementos culturales y metafísicos que denota claramente la influencia que tuvieron estos poderes en las anteriores edades del mundo.

La iglesia Tayshari, pese a tener su origen en el Antiguo Imperio Menetiano, ha logrado pervivir hasta la actualidad adaptándose a los cambios que ha sufrido el mundo, y mantiene su sede central en la actual república que heredase su nombre. Asimismo, también ha logrado extender su influencia (aunque, en ocasiones, en la forma de sus diversos cismas) en algunas de las naciones cercanas como Bra'En'Kyg, Goord, Nivar o en varias de las provincias sureñas de Rearem.

En todas ellas la estructura básica es compartida por las altas instancias, pese a que los conflictos que han tenido los dirigentes de las naciones con el trascurrir del tiempo.

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Estructura y jerarquía

Estructura y jerarquía

Dentro de la iglesia Tayshari nos encontramos con una serie de ordenes dedicadas a representar a la iglesia en distintas aspectos de los estamentos sociales. La tradición dicta que cada una de estas ordenes está “dedicada” a alguna de las deidades del panteón, pero hace ya mucho tiempo que se limitan a mantener y afianzar la posición de la iglesia dentro del esquema de poder y del orden político de las respectivas naciones que las albergan.

En el escalafón más bajo se encontrarían los Anuaki (Iniciados) Esta orden la encargada de realizar las labores mas básicas de cada uno de los cultos como pueda ser la de mensajeros, cuidadores de las capillas o sirvientes de los sacerdotes.
La orden de los Anuaki, a su vez, se encuentra dividida en dos sub-ordenes: Los Naunaki, y los Dunogaki.
Los Naunaki son iniciados que entran en la iglesia con la intención de llegar al sacerdocio. Mientras realizan sus estudios viven en la iglesia al servicio de todo lo que esta pueda necesitar.
Por otro lado, el caso de los Dunogaki es bien distinto. Son iniciados, sí, pero lo son únicamente por razones de alcanzar o mantener un cierto estatus social.
Para mantener esta posición, realizan una serie de trabajos para la iglesia (aunque estas tareas pueden ser sustituidas por una donación ya sea económica o en forma de tierras) y esta, a cambio, les otorga una serie de beneficios como pueda ser el de cobijo y reconocimiento que conlleva su posición ante los ojos del pueblo.
Su unión es meramente contractual, y puede ser rota por cualquiera de las dos partes. A diferencia de los Naunaki, que trabajan en exclusiva para la orden a la que esperan pertenecer, los trabajos que llegan a los Dunogaki pueden llegar por parte de los integrantes de cualquiera de las ordenes.

Para acceder al estatus de sacerdote, a parte de superar los requisitos para ello indicados en cada culto, los Naunaki tienen que esperar a que haya una plaza vacante en el templo en el que hayan sido entrenados. Una vez reunidas todas las condiciones, los aspirantes deben pasar una última prueba por la cual sus superiores decidirán a los más aptos.

Los orden de los Lexíteos es una de la más jóvenes dentro del esquema social y es la única que no justifica su existencia bajo la excusa del servicio a alguna de las deidades. Su creación sería la respuesta de la iglesia al cambio que representaría la llegada de la república a Menetia, ya que la función de esta orden es la de representar los intereses del clero ante el senado.

Aquellos que dedican su vida al culto de Lyzell “La diosa de la vida, la piedad y la sanación” reciben el nombre genérico de Los Sanadores, y son el vínculo que une la iglesia con el pueblo llano.
Dentro de los sanadores encontramos, a su vez, dos sub-ordenes: Las Álezen “Aquellos que curan a los hombres” y los Lyteos “Aquellos que curan el mundo”. Pese a ser las más queridas por la masa social, apenas reciben financiación por parte de sus templos.

A la orden de las Álezen sólo pueden acceder mujeres, y son quienes mantienen los hospicios en las grandes ciudades y las aldeas. Dedican su vida a la curación de aquellos que mas sufren y no pueden permitirse los servicios de un cirujano. Asimismo, su credo particular les prohíbe la posibilidad de hacer daño a otro ser ni siquiera como medida de auto defensa.
Por otro lado, sólo los hombres pueden pertenecer a los Lýteos, que dedican su vida a recorrer el mundo y esparcir la fe por aquellas zonas que aún no han sido alcanzadas por la iglesia. También son los encargados de defender las capillas y hospicios dedicados a su señora allí donde no hay representantes de la orden de los señores de las espadas.

Los Jueces, son los sacerdotes que representan en este mundo la voz de Raika “La señora de la justicia”. Serían miembros de esta orden quienes redactaría las primeras versiones de las leyes que y principios que gobernarían la república en tras su súbita aparición. Asimismo, también son los encargados de dictar las normas de funcionamiento interno de la iglesia.
Si los Sanadores tienen el amor del pueblo, y los Lexíteos el respeto del senado, los jueces los encargados de mantener la imagen pública de la iglesia. Son lo responsables de impartir justicia dentro y, en muchas ocasiones, también fuera de la iglesia.
Sobre ellos cae la responsabilidad de mantener el orden y la respetabilidad de la iglesia como entidad, teniendo para ello que controlar (y normalmente ocultar) los excesos del resto de las ordenes. Queda totalmente vetado el acceso al servicio de Raika nadie que tenga la más mínima sombra de duda sobre su integridad presente o pasada.
Irónicamente, la tradición dicta que, si la duda se cierne sobre alguno de ellos, la única opción que les queda es la de abandonar tanto la orden como la iglesia, sin posibilidad de defensa; la integridad de la orden está por encima de los intereses del sacerdote. Pero, por mucho que la tradición dicte esta norma, ha habido a lo largo de la historia notorios casos de Jueces que que han incumplido esta máxima.

Los Señores de las Espadas son el ejército personal de la iglesia. Bajo el pretexto de la adoración a Tarakus “Protector del mundo y azote de infieles” se han convertido en una fuerza militar a tener en consideración en más de un territorio.
Son el brazo ejecutor de la iglesia, exterminadores de herejes y traidores. Su entrenamiento es, sobretodo, militar: Tácticas, estrategia, combate con diverso tipo de armamento y apenas un par de pinceladas de teología.
No es raro que, tras una exitosa carrera militar dentro de las filas eclesiásticas, los miembros de esta orden abandonen su posición dentro del clero para pasar a gobernar los territorios que han conquistado, o se pongan al servicio de algún señor noble que mejore sus ingresos (ya que este tipo de vida no es compatible con las exigencias de sus votos sacerdotales)
El tipo de educación que se da a quienes aspiran a pertenecer a esta orden siempre es algo que los jueces siempre han criticado, pero que nunca han podido cambiar.
Gracias al renombre (y las posibilidades de crecimiento social) que da la pertenencia a esta orden, el número de iniciados que aspiran a ella siempre es muy superior al de las demás.
Forzado por la situación que se dio en épocas pasadas de grandes conflictos, el Gran Teogonista Undayel, crearía leyes especiales para ellos. Es por esto que, aquel que llega a pertenecer a esta orden, debe firmar un contrato que le ata de manera indisoluble a la iglesia por un mínimo de quince años.

La orden de Los señores de las sombras no existe (al menos oficialmente) aunque no pueden evitar que la gente habla de ellos con susurros.
Nadie ajeno a la iglesia conoce la identidad de los miembros de esta orden, pues ninguno de los Naunaki aspira e ello o pasa “oficialmente” a engrosar sus filas. Sólo el señor de las sombras (sumo sacerdote de la orden) y el Gran Teogonista conocen la identidad sus componentes.
Aquellos que son elegidos para entrar en esta orden pierden su nombre y se refieren a sí mismos como las sombras de Shayka “Señora de la noche, guardiana de los sueños y madre de las pesadillas”
Su origen se retrotrae hasta los lejanos tiempos del imperio, cuando el emperador Tavre Vanhú Meneter ordenaría su creación.
Se dice de ellos que son los espías y asesinos de la iglesia. Tras la muerte del último emperador, se rumorearía que había sido uno de ellos quien le había quitado la vida por orden de las altas esferas eclesiásticas.
Gracias al secretismo que rodea a esta orden, la gente de la calle les ha dado el sobrenombre de “los asesinos santos”. Se rumorea que hay miembros de esta orden espiando a los miembros mas importantes de las casas nobiliares y los estamentos militares.

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Textos sagrados

Textos sagrados

Existen multitud de textos que recogen la mitología taysjari. Desde breves parábolas hasta prolijas interpretaciones de la vida y obra de todos y cada uno de los componentes del panteón.
Según territorios los nombres suelen variar y las leyendas se matizan, ocultan o niegan. Las intenciones tras los actos, así como quienes las llevan a cabo, se moldean para tratar de adaptarlas a las idiosincrasias locales. De mantener o tratar de crear nuevos estatus quo. Pero la historia, los hechos de fondo que se narran en los mitos, apenas suele sufrir variaciones hasta que llegamos al momento de fin de los tiempos.
Tras el quinto (y último) gran concilio de todas las distintas escisiones de la iglesia tayshari se tomaría la decisión de eliminar de las escrituras todo lo tocante al nacimiento del Destructor y el fin de los tiempos. Esta decisión, impulsada por del Gran Teogonista menetiano con el único apoyo del Sumo Profeta de baernita, daría lugar al gran cisma occidental.

El mito de la creación

Antes del nacimiento de los hombres, existió otro mundo. Un lugar que se expandía por toda la eternidad: Tayshar, el mundo de los dioses. En aquel lugar intemporal moraban los hijos del viejo mundo; los Tayshary.
Pero Tayshar, quien fuese origen de la primera vida, se había vuelto un lugar decrépito y estéril. Un reflejo distorsionado de la gloria que poseyese en su nacimiento. Consciente de aquel hecho, pediría al primero de sus hijos, Tarakus, que pusiese fin a su existencia dando comienzo a un nuevo ciclo. Para que un nuevo universo naciese, el mundo primigenio debía llegar a su fin.

Obedeciendo a su padre, Tarakus tomaría a Tork-Avnash, la espada de su progenitor forjada en las llamas del fuego primario, y con ella segaría su vida poniendo fin también a su sufrimiento. Una vez hecho esto, de su interior extraería un nuevo universo. Un orbe bullente de nueva vida deseosa de expandirse sobre los restos de mundo antiguo.

Del corazón de Tayshar surgirían los primeros hombres, sus hijos espirituales y hermanos menores de los dioses. Tras su tomar posesión de sus dominios, les seguirían las bestias irracionales destinadas a ser su compañía, aliado y sustento.

De las cuencas de sus ojos nacerían Idiam, quien les daría luz, vitalidad y calor, y Sutela, quien les protegería de los peligros que se ocultaban en la oscuridad.

Del llanto de los dioses brotarían los mares y de sus pisadas los valles y montañas pues, tras despedirse de quien les diese vida, los dioses descenderían sobre su cadáver y caminarían junto sus jóvenes hermanos, compartiendo sus alimentos y sabiduría con ellos.
Sólo Lyzell, la esposa de Tayshar, moraría en soledad velando desde la lejanía los restos de su difunto compañero.
Durante tiempos inmemorables, dioses y hombres vivirían en hermandad compartiendo el mundo y disfrutando de sus dones. El orden establecido se respetaba siendo la palabra y designios de los mayores ley inmutable.

El mito del conflicto

Pero, mientras los hombres habitaban la superficie del mundo, las dioses lo hacían en la isla celestial de Tanlayr. Nada escapaba a su mirada y aquello no agradaba a la estirpe de Ailan.
En múltiples ocasiones, Airk, el mas poderoso de los Ailanu, hablaría entre los hombres de la arrogancia de los dioses que, si bien eran sus mayores, parecían creerse sus superiores.
Por aquellas palabras Airk sería exiliado del mundo de los hombres pues, donde él proclamaba una búsqueda de verdad y justicia, sólo había envidiaba y ambición.
Su veredicto sería el de verse forzado a abandonar la compañía de sus iguales y vagar por las estrellas. Iracundo y lleno de odio ante quienes consideraba que le habían traicionado, Airk abandonaría el mundo de los hombre, no sin antes proferir la promesa de su retorno y venganza.

Durante siglos Airk vagaría por las estrellas alimentando su rencor y planeando su venganza. Recorrería todos los rincones de la existencia siempre solo y furioso. Finalmente el rencor consumiría los últimos resquicios de su cordura y en su mente comenzaría a gestarse el más atroz de los actos. Un pensamiento que jamás habría podido nacer de una criatura cabal. Poseído por la demencia, profanaría el cadáver de Tayshar y se alimentaría de su misma esencia. Su exilio le había conducido a la locura y la lejanía de los dioses a perder su humanidad. Ya no era Airk, se había convertido en odio y rencor. En ira y venganza. En Tayal; El Corruptor.

Convertido en una fuerza imparable, Tayal tomó al asalto Tanlayr. El primero en caer sería Málander, el guardián del reino divino. Tras robar a Tork-Avnash de la estancia sagrada, con ella asesinaría a Tarakus y ocuparía su trono.

Bajo el reinado del nuevo señor de los dioses la humanidad conocería el sufrimiento y le sería arrebatado el don de la inmortalidad. Descubriría el hambre, el frío, el dolor y la muerte, mientras sus mayores permanecían cautivos del corruptor. Tan solo Lyzell permanecería inmune a la presencia de Tayal pero, aunque ni siquiera ella poseía el poder necesario para enfrentarse a él en aquel momento, comenzaría a planear su caída.

De manera sutil liberaría a Lerián y Shayka del dominio del corruptor para que le ayudasen en su misión. Así, mientras la primera mantenía ocupado a Tayal, la segunda esparciría una noche sin estrellas que ocultaría el camino de su libertadora.
Gracias a la distracción creada por sus hermanas-hijas, Lyzell descendería hasta la tierra de los muertos donde moraban los únicos que podrían derrotar al dios tirano.
Allí pediría a su esposo, ahora guardián de la última morada, que liberase el alma de sus hijos. Tras despedirse de Tayshar por última vez, tomaría el camino de regreso hasta el mundo de los vivos junto a Málander y Tarakus.

Con su llegada, la luz volvería al mundo. Ellos eran los hijos de Tayshar, suyo era el camino de la rectitud y la justicia. La traición y el subterfugio eran ajenos a su naturaleza. Pero El Corruptor se encontraba más allá del miedo, la sorpresa o la duda. Suyos eras el trono divino y la hoja forjada durante el alba de los tiempos.

La batalla retumbaría a lo largo de toda la existencia. El reino divino sería destruido por la lucha y esta continuaría en el mundo de los hombres. La tierra se fragmentaría y los continentes serían tragados por las aguas. Los hombres padecerían la cólera de los dioses y aprenderían a temerla.

Málander recibiría cientos de golpes capaces de destruir mundos pero jamás desfallecería. Él era el guerrero, el guardián de la existencia, mientras quedase un aliento vital en su interior jamás dejaría de combatir. Finalmente, cuando ya sólo quedaban de él su dolor y su rabia, arremetería con toda su furia contra su enemigo haciéndole soltar su arma. Con sus manos desnudas destruiría el cuerpo de Tayal cuya sangre se filtraría hasta el corazón del mundo. Tras hacer esto, se volvería contra sus hermanos y les atacaría pues la furia guerrera era lo único que animaba su cuerpo. Tan solo la presencia de Lyzell lograría aplacar su cólera antes de que acabase con todo aquello cuya misión era proteger.

Con su reino destruido y el mundo de los hombres infectado por la esencia de Tayal, los dioses se veían forzados a abandonar a sus hermanos menores, privándoles de su presencia y dones.

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