Daegon, en el presente

Daegon, en el presente
Los eventos que darían comienzo con el origen del tiempo están a punto de alcanzar su inevitable conclusión final.
Han pasado casi dos milenios después de la caída del Imperio Menetiano.
El año es el setecientos cincuenta y siete del Calendario Mecbarino.
arcanus

Muerte y profecías. Contemplando el hoy.

Muerte y profecías. Contemplando el hoy.
El tiempo se acaba.

En los últimos versos escritos por el asceta Ýlar de Jomsul, el Guteakage, la profecía del fin de los tiempos, reza:

Larga habrá sido la última noche en la ciudad antigua.
Cuando se produzca el advenimiento de Imsalot, el primer heraldo.
En su mano blandirá a Yrsclreriath, la portadora de destrucción.
Y el destructor será libre para completar su legado.

Hace cinco años. Baal fue liberado por su heraldo, imsalot. Todo aquello cubierto por su sombra mientras ascendía derribando las barreras que le separaban de su destino, fue destruido. Toda vida sobre la ciudad de Edera, reducida a polvo. Sus edificios, superviviente a los estragos de cuatro edades, se volvieron quebradizos y los bosques que la rodeaban, un erial en el que la vida no puede volver a germinar.

Cinco años han pasado para los hombre, pero apenas cinco días para la percepción de los poderes. El asalto del destructor no se hizo esperar, llevándose a cabo con una furia demoledora fruto del largo encarcelamiento al que había sido sometido.
Desde la misma creación del tiempo, los conceptos que dieron forma a la creación supieron de la llegada de este momento. Temiendo su advenimiento y planificado sin descanso en busca de una manera de retrasarlo, de modificar el curso de la historia. Tratando de evitar o alterar la serie de acontecimientos que se desencadenarían tras su venida.
Finalmente triunfaron. El futuro que tanto han luchado por cambiar jamás llegará, pero el precio a pagar por esta éxito ha sido uno que no estaban preparados para afrontar. Al alterar la cadena de acontecimientos que tanto temían, sólo han logrado precipitar su conclusión.
Las fuentes de la existencia han sido dañadas y Sakuradai, la misma encarnación del tiempo, yace mortalmente herida. El fin de los tiempos ya ha comenzado.
Tras tanto tiempo de lucha tan sólo les queda continuar luchando pero ¿contra qué?. El enemigo está contenido. Ya no lucha. No necesita hacerlo para alcanzar su objetivo. La esperanza ahora se les hace cada vez algo más lejano. La inevitabilidad del final nunca se les ha mostrado con mayor claridad.
Desde que comenzase su lucha, han sido conscientes de la llegada de este momento, pero este curso de los acontecimientos jamás había asomado por sus mentes.
La cercanía del fin siempre les ha acompañado. Su papel como meros estorbos ocasionales, un hecho del que nunca han dudado, pero ahora deben afrontar este nuevo futuro. Ya no existe futuro para ellos, sólo ahora. No es una sospecha, sino un hecho. Una nueva certidumbre ha sustituido a la anterior. Una más descorazonadora.
Mas su misión no ha cambiado. Si dejan de luchar, todo terminará, siempre ha sido así, pero no ha sido hasta la llegada de este momento que han experimentado los últimos aspectos que les faltaba por comprender de la auténtica humanidad.
La resignación, la desesperanza y la recriminación ha comenzado a hacer mella sus ánimos. Aquel que nunca fuese su camino, comienza a ser valorados por algunos de ellos. Las barreras que separan y definen a los conceptos se diluyen y los poderes pierden su misma esencia. Ya no son quienes fueron y no saben en qué se están convirtiendo.

Las arenas que forman la esencia de la tejedora se van desgranando de manera inexorable.

El tiempo se acaba.

arcanus

Luchando por la posibilidad de un mañana

Luchando por la posibilidad de un mañana
Mientras tanto, en otro nivel de realidad, las consecuencias de la guerra se filtran dejándose notar de diversas maneras. Unas sutiles y otras sorprendentes. Ignorantes de la causa o consecuencia de estos eventos los hombres continúan con sus existencias ajenos a lo que está por llegar, o del papel que desempeñan en el esquema del fin de los tiempos.
Sólo unos pocos conocen la verdad pero, ¿Qué pueden hacer ellos allí donde hasta aquellos que dan sentido a la existencia han fallado?

Los entes abstractos no eran los únicos que esperaban al destructor. Sobre la faz de Daegon, aquellos sabedores de la llegada de este momento también llevaban milenios trazando planes .
Apartando al vástago del enemigo de la influencia de los kurbun. Preparándolo para que su mente continuase siendo humana tras su transmigración.
Serían ellos quienes lograsen recuperar las espadas de los antiguos Dagún Adai, las Siete Llaves forjadas para frenar al Destructor en su camino, y encontrar dignos portadores para ellas.
Ellos fueron quienes sanaron el mundo herido y comandaron a los hijos de Ytahc en la defensa de su padre. Quienes buscaron de manera incansable a aquellos cuya estela escapa a la mirada del tiempo, a los llamados Hijos del pacto entre los dioses, y los vieron morir igual que los hombres amparados bajo el manto de la tejedora. Quienes, al igual que lo poderes, triunfasen sólo para obtener un castigo en su victoria.
Mucho de ellos perecieron antes y durante la batalla. Incontables vidas se perdieron en el camino, pero ninguna de ellas sería llorada en la manera que lo fue la de Ulmar.

El último de los padres, ha muerto. Aquel que ha acompañado a la humanidad desde su mismo inicio, pereció a manos de su hijo Ulvir, el lago tiempo conocido como Aknot “El condenado”. Murió protegiendo la forma mortal de Annandarath, al vástago del Destructor. Murió acabando, a su vez, con la vida de su propio hijo.

Durante la larga noche que precedió a la liberación del Destructor, se materializó éste momento vislumbrado por el profeta en su atisbo del fin de los tiempos.

El hombre perderá todo vínculo, conciencia y memoria de sí mismo.

Como este verso críptico verso, Ýlar de Jomsul vaticinaba la más grande pérdida que sufriría jamás la humanidad.

Con su desaparición, la memoria viva de la historia del hombre se desvanece. Ha caído el último de los dadores de nombres. El último vestigio de los primeros dioses.
El hombre ha quedado huérfano y abandonado a su propia suerte. Le ha sido arrebatado de raíz el último vínculo que conservaba con los tiempos de su mayor esplendor y gloria.

Pero para estos hombres y mujeres los reveses del destino no son algo desconocido. Su determinación se ha forjado a través de cientos de pequeñas derrotas y victorias. Entre estos inmortales se encuentran aquellos para quienes el poder no es sino una consecuencia del conocimiento o de su propia naturaleza, y no un fin en si mismo. Mientras quede un hálito de vida en sus cuerpos, continuarán buscando la posibilidad de un mañana. El futuro inmutable ya ha sido alterado una vez, aunque su determinación ya no es la misma. Ahora luchan en gran medida por inercia, porque deben hacerlo, porque es lo que han hecho siempre, pero una pesada losa se ha depositado sobre sus espaldas, la de la culpa.

Humanos desde hace ya más tiempo que ningún hombre o mujer sobre el mundo, los herederos de los Siete Reyes Dragón ya no observan a sus protegidos desde las alturas, sino que se mezclaron entre ellos hace ya milenios. No fue hasta el regreso del Destructor que se vieron obligados a abandonar las vidas que para sí habían creado para guiar hacia la batalla a sus hermanos, los guardianes durmientes, tras su nuevo despertar. Junto a ellos lucharon en los límites que separan el mundo material del conceptual.
Durante la guerra perdieron a Dayon, hermano, esposo y asesino de Daegon. Quien hirió por primera vez al Destructor, quien lo convirtió en una criatura sentiente, quien le dio a conocer el dolor y le proporcionó un objetivo. Tras dos mil milenios tratando de expiar aquella culpa, sin conocer el descanso o el perdón, ha muerto y en la muerte ha encontrado por fin la paz.
Ahora el grueso de la batalla ha finalizado y sus hermanos han vuelto a su reposo. Aquellos que afirman haber visto el final de los tiempos dicen que ya nada pueden hacer en lo que está por venir, pero no por ello dejarán de luchar.

Mientras tanto, en Matnatur la Antigua, el que debía ser el escenario de la última batalla, los miembros del Kilgar Doreth, el Concilio de los Inmortales, la búsqueda contra reloj continúa de manera incesante, pero lo que buscan no existe.
Nacido como uno de los poderes en el comienzo de los tiempos, desde que Dietmann Hotz, el creador de del concilio, contempló el rostro de la Tejedora su vida sólo ha tenido una misión, un único objetivo. Durante las seis edades del mundo y con la ayuda de su antaño hermano Kozûl, el guardián de las fuentes de la vida, ha contemplado los sueños de la Sakuradai en busca los eventos que desencadenarían el fin.
Ahora el tiempo ya no sueña, ya no puede aliviarse momentáneamente de su pesada carga. Ahora la tejedora sólo conoce la tristeza el dolor. Los mapas del tiempo han cambiado, ya no hay pistas, ya no hay visiones, están solos.

arcanus

Un nuevo viejo mundo.

Un nuevo viejo mundo.
El mundo ha cambiado. Parte del dominio Tarnaq, de Harst, Tembi y toda la nación de Senhus se hundieron tras el regreso del Destructor. Las costas del mar interior de Jorhg se han abierto camino hasta unirse al Océano Sámico.

Más allá de las playas continentales, donde los marineros sólo conocían agua, ha vuelto el antaño desaparecido continente de Nargión. Pero las aguas ya no tocan sus costas, pues estas se encuentran levitando a varios cientos de metros sobre los mares y océanos. Ha vuelto fragmentado en dos continentes de menor tamaño y cientos de islas dispersas por todo el globo.
Sobre estas nuevas tierras se hayan los descendientes de quienes abandonaran esta dimensión. Hombres y mujeres que siempre han vivido con unas leyes naturales distintas a las de sus ancestros. Que se adaptaron y sobrevivieron a una realidad opuesta la que les rodea ahora. Un reino de orden y estabilidad en el que ellos eran una anomalía, unos entes extraños y dañinos que perturbaban la quietud. A lo largo de los milenios sólo han conocido constante conflicto con lo que les rodeaba. Unas fuerzas intangibles que lo impregnaban todo y consumían con lentitud las tierras sobre las que ellos vivían, unas fuerzas que trataban de moldearles para que asumieran un papel estático dentro del orden establecido en aquel reino.
Pero el hombre es caos, el hombre es cambio. Su nacimiento no fue el acto consciente de ninguno de los poderes, sino que fue fruto del puro azar. El hombre simplemente “es” y no pertenece sino a sí mismo. Se adapta, pero también moldea y conquista su entorno.
Ahora el entorno ha cambiado de nuevo. Estos hombres y mujeres han vuelto al lugar del que partieron sus ancestros, un mundo y una realidad cuyas reglas no conocen. Pero no han sido los únicos en regresar.

Los Jonudi han regresado inundando el mundo con su oscuridad. Buscan al Taj'Lei'Gobeh “El que vendrá” la criatura que forjaron como su dios pero les abandono. Quien terminará con toda luz, sumiendo a toda la creación en la quietud de las sombras.
Aquellos que crean y propagan leyendas han llegado a afirmar que incluso los kurbun temen su llegada.

También ha regresado Iorum Arcanus, escapando de donde nadie puede escapar. Ha vuelto con una compresión del conjunto de toda la existencia superior al que jamás han poseído hombres o poderes, pero pagando un muy alto coste por ese conocimiento.

En las costas de Menetia y Naltor han aparecido los ailan promulgando que los poderes los han liberado de su exilio. Afirman que su liberación se debe a un nuevo pacto con los dioses. Su nueva misión es la de proteger el continente. Pero sus actos distan mucho de sus palabras, y no todos parecen compartir el mismo propósito.

En las bibliotecas de Baern, un murmullo se va haciendo clamor entre los cronistas. Aquellos capaces de atravesar la oscuridad y vislumbrar más allá de las barreras del presente han descubierto que el futuro ha cambiado. La enciclopedia del tiempo debe ser reescrita.

En la llamada por las gentes del oeste “Trollellom”, la gran nación, reina el caos. Darius el inmortal, el dos veces nacido, quién ha mantenido una tensa paz entre todos los reinos e imperios del este a lo largo de los dos últimos milenios, ha desaparecido. Las rivalidades y ambiciones largo tiempo contenidas no han tardado en desatar nuevos conflictos.

El mundo está en guerra. No una gran guerra global, sino cientos de conflictos a diferentes escalas y por diferentes motivos.
Como conscientes de la cercanía de la nada, los eventos se han precipitado a una velocidad increíble, convirtiendo los últimos años en una progresión vertiginosa y constante de eventos definitorios.
Las profecías mal interpretadas han sido escuchadas, propiciando a los ignorantes, en su arrogancia, a declarar guerras santas, mientras que aquellos que anunciaban la verdad continúan siendo acallados.

En Goord, el teócrata del falso dios Galdaim ha proclamado que su señor ha finalizado la escritura del Sunra Avahi, el “Libro de los pecados” Los hombres han sido juzgados y encontrados culpables. Sus fieles heredaran el mundo, pero sólo tras impartir el castigo divino sobre los impios.

En el Dominio Tarnaq, el Tukradum ha anunciado la llegada del Tanrakûl: El momento definitorio en el que deben demostrar a sus dioses que son dignos de habitar el mundo que llegará. El hundimiento de parte del continente ha sido la señal de aviso.
Sus vecinos de Tembi han sido los primeros en sufrir su ataque y pronto comenzará su campaña contra las Llanuras Heladas de los ilbyn y los kensei.

En Harst, el actual Sipskriel, el tercer heraldo del nuevo orden, ha puesto en marcha a sus tropas afirmando que el resto del mundo está equivocado. Aquellos que escuchan a los profetas y los dioses no tienen el valor suficiente como para crear su propio futuro. El no necesita de la guía de nadie, Él forjará el destino del mundo.

En Namak reina la tranquilidad. Los kurbun y los enemigos del hombre parecen haber partido. Los ailanu tienen el tiempo que les ha faltado durante los últimos milenios para comenzar a planificar su siguiente paso.

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