Arcanus

Arcanus

Por arcanus, 21 Julio, 2011

Nació en un día cualquiera. En un barrio anónimo de una ciudad ya olvidada.
Las estrellas no presagiaron su llegada, ni los dioses supieron de ella.
Serían tan sólo sus acciones quienes le otorgasen el poder
Serían tan sólo sus actos quienes provocasen su caída.

Nombre del Libro
Arcanus

0 - Prefacio

0 - Prefacio

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
Su llegada hasta este mundo no fue anunciada por las estrellas o los profetas.
Su nacimiento solo fue un suceso más.
Algo irrelevante.
El llanto de un infante en la noche.
Un sonido más dentro de una cacofonía.
Uno que se perdió entre la infinidad de ruidos que recorren cualquier barrio perdido.
Un evento remoto acontecido en una ciudad ya olvidada.

Nunca buscó el poder ni la riqueza.
Nunca ambicionó la adoración ni la sumisión.
No fue rey ni soldado.
No fue filósofo ni político.
No ganó guerras ni conquistó naciones.

La suya solo fue un vida más.
Un breve destello apenas perceptible en la inmensidad del vasto cosmos.
Una ínfima pieza más dentro del gran esquema infinito.
Una mota diminuta, irrelevante e imperfecta.
Una trayectoria vital que le llevó a cometer tantos errores como aciertos.

El saber fue la abstracción a la que más amó.
Quien alimentó una curiosidad sin límites.
Quien siempre guió sus pasos.
Su única fe.
Aquella de la que se alimentó.
A la que adoró con mayor devoción.
El motor de una misión autoimpuesta.
La causa de tanto daño como reparación.

Su única ambición fue la de comprenderlo todo.
Sus acciones le otorgaron un poder que nunca ambicionó.
Sus decisiones le llevaron hasta donde nadie pudo llegar.
Su ambición terminaría siendo la fuente de la que manaron su orgullo y su condena.

I - Prólogo

I - Prólogo

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
Cae la noche sobre Tayshak. Una noche más. Una noche irrepetible como cualquier otra.

El viento recorre sus calles. Resuena y vibra entre las grandes torres. Genera armónicos al entrar en contacto con las plataformas que comunican los diferentes niveles de la ciudad. Pero no viaja solo. En su seno conviven lo normal y lo anómalo. Los conceptos se mezclan y lo absoluto da paso a lo subjetivo. La frontera que separa a las realidades está compuesta por detalles. Por barreras casi siempre imperceptibles. Por incontables eventos que tienen lugar en todos los tiempo y espacios.

Todo comienza con un leve movimiento. Con la colisión de dos conceptos de naturalezas opuestas. Con una ruptura en el tejido invisible que las separa. Con la creación de una imperceptible fisura en lo cotidiano.

Todo tiene su inicio en una tenue alteración de la gran mentira.
Con una suave brisa capaz de hacer temblar el frágil castillo un naipes que es “nuestra verdad”.
Con un cambio en nuestra percepción de esa abstracción a la que denominamos “lo normal”.
Ese endeble constructo sobre el que erigimos nuestra concepción de “lo real”.

II - Familia

II - Familia

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–Esto ha sido un error.

El aroma aséptico que envuelve a la sala la dota de un un cierto aire de irrealidad. Una sensación que se acentúa gracias a la tenue luz blanca que lucha por cubrirlo todo de manera uniforme. Quien diseño la habitación debió pensar que con ello lograría ocultar su propósito. Imbuirla de un ambiente acogedor. De un aura casi onírica. Pero fracasó. Ninguna luz es capaz de disipar el malestar que le genera el mero hecho de estar aquí.

Su problema no está causado por el tenue zumbido de las máquinas que se encuentran tras las paredes. No se encuentra relacionado con los parpadeos generados por el refresco de las pantallas que cubren las paredes. Tampoco con la frialdad que exuda su nula decoración. Ciertamente, nada de esto ayuda, pero ha estado en lugares peores. En tugurios más sórdidos.
El problema se encuentra en la propia naturaleza del lugar. En el propósito de este recinto. En el ambiente malsano que lo impregna todo. Esa pátina invisible que imposibilita que su propósito pueda ser ignorado. La barrera de luz que lo cubre todo dista mucho de ser capaz de ocultar la ominosa presencia de la muerte. El olor a desinfectante solo logra que esta se vuelva aún más presente. Por supuesto, la presencia del cadáver no ayuda. A Lexa nunca le han gustado las salas de autopsias. Mucho menos aquellas que pretenden aparentar ser otra cosa. Por más que haya enviado a más de un invitado hasta lugares como este, siempre ha tratado de mantenerse lejos de ellos.

Pero la sensación de visión de túnel que está experimentando tiene poco que ver con el lugar. La incomodidad que siente es algo que le lleva acompañando desde mucho antes de llegar hasta aquí. Por algo que vienen de más atrás. Que se remonta a los días previos a iniciar esta investigación. Es un estado cuyo origen la elude. Una sensación en la que se encuentra sumida desde hacer meses. Una cuya causa no ha sido capaz de localizar. Y esto la ha estado volviendo loca. Le ha convertido en alguien desesperado por regresar “al terreno”. A la acción. A pelear por los casos más nimios. A enfrentarse con compañeros y superiores. A pensar que el trabajo de campo le ayudaría a deshacerse de ella. Que el agotamiento físico se impondría sobre el mental. Que le permitiría descansar. Y ahora está aquí. Involucrándose en un caso que no le corresponde. Poniendo su carrera en la cuerda floja sin nada que ganar.

Hasta el momento, en este lugar solo ha encontrado un nuevo elemento más a sumar a su larga lista de equivocaciones. Ha llegado hasta otro espacio físico que provoca que su mente quede cubierta por la nube que enturbia sus pensamientos. Hasta algo que ha servido para alimentar esta sensación de inquietud.
Su parte racional continúa activa. Quiere creer que lo que hay ante ella solo un misterio más a resolver. Algo cuyo origen será capaz de desvelar en breve. Pero, al mismo tiempo, algo en su interior le dice que todo va mal. El conflicto interno amenaza con inundarlo todo. No sabe a qué achacar esta sensación. Si debe atribuírsela al cansancio o al instinto. Si debe fiarse de lo que le dice su cuerpo o sobreponerse. El instinto le ha salvado en muchas ocasiones. En un número similar a las que el no ser capaz de comprender la situación en la que se adentraba le ha metido en problemas. El debate interno no es nuevo, pero sí la intensidad que está adquiriendo la batalla. Un contienda que solo sirve para que la sensación de malestar vaya a más.

–Venir ha sido un error –este pensamiento regresa hasta su primer plano de pensamiento. No le ha abandonado desde que decidió involucrarse. En un espasmo involuntario, sus puños se cierran con fuerza y su cuerpo se tensa aún más–. Un error y una estupidez.

Es una italerien. Alguien cuya mera presencia en una comisaría como esta no pasa desapercibida. No tardará en provocar toda clase de rumores. De generar teorías que pueden llegar hasta sus superiores. Debe ser cautelosa con cada paso que dé. Como agente perteneciente a un organismo estatal, su graduación se encuentra muy por encima del de cualquiera de los integrantes de los cuerpos de seguridad de esta ciudad. Gracias a esto, las trabas con las que se ha encontrado hasta el momento han sido mínimas. Le tienen miedo y las preguntas han sido las esperadas. Formalismos y burocracia. Documentación que nadie revisará. Aun así, sabe que no puede excederse. No debe hacerse notar. Nunca ha estado aquí.

Su campo de acción no tiene nada que ver con casos como el que se tratan en esta investigación. El cargo que “El Sistema” dice que ocupa es el de de analista de datos. El de una auditora dedicada al correlar información relacionada con el mundo militar. No hay una manera sencilla de justifica su implicación en esta investigación. No la hay dentro de ninguna de las tareas que lleva a cabo oficialmente en su labor diaria. Tampoco para las labores que realiza bajo el radar. Aquellas que no son bien vistas dentro de una sociedad garantista. Si su vida no era algo ya de por sí complicado, el añadir esta máscara adicional solo sirve para diluir aún más la ya de por sí difusa imagen que tiene de ella misma. Hay momentos en los que le resulta muy complicado reconocerse ante el espejo. Concretar quién es. Identificar a la persona a la que le devuelve la mirada.

No es capaz de concretar hasta qué punto el estado de ánimo que le ha acompañado últimamente puede ser el culpable de estas dudas. No sabe cuál es su origen o qué dispara estos episodios. Cada vez que trata de pensar sobre ello su mente se acerca al colapso. Ha desarrollado métodos para evitar este tipo de reflexiones, pero estas se han venido abajo en cuanto ha entrado en la morgue. Lo que sea que la afecta parece haber terminado de eclosionar. Hasta este momento, la sensación que le acompañaba era algo más sutil. Un murmullo que no lograba sacar de su cabeza pero que tampoco le afectaba en su día a día. Una premonición que parece haberse consolidado con el primer escalofrío que ha recorrido su columna al ver el cadáver ante ella por primera vez.

Continúa con la mirada fija en el un mismo punto mientras la voz de su acompañante apenas le llega como un eco lejano. Como algo procedente de un lugar distinto. Su cabeza hace ya un rato que ha abandonado la habitación. No puede evitar el sentirse atrapada. Prisionera dentro de su propio cuerpo. No es capaz de desviar su mirada del campo de contención que en estos momentos oculta el cuerpo. Hay algo más allá de sus paredes ofuscadas que la llama. Algo que, al mismo tiempo, provoca que una voz en su interior le diga que se aleje de allí. Que hace que se debata entre la necesidad de acercarse aún más y la de huir desesperadamente. Entre el deseo de contemplar el cuerpo una vez más y el de alejarse de él tanto como pueda. Lucha por imponerse sobre lo que sea que le está afectando. Por ser capaz de prestar atención a la información que se le están proporcionando. No tiene tiempo para esto. Debe recuperar el control. Poner fin a estas disquisiciones que no le llevan hasta ningún lado.

Necesita dar un pequeño paso. Añadir una máscara más a todas las que ya acarrea. Llevar a cabo alguna acción que no esté relacionada con esta sensación de inquietud que lucha por dominarla. Que logre alejar a su mente del lugar en el que se encuentra.

–¿Y bien? –estas palabras resuenan en su cabeza, pero duda. No sabe si han llegado a ser pronunciadas–. Por favor, trate de ir al grano –nota cómo estos sonidos son generados a duras penas por sus cuerdas vocales. Casi es consciente de cada paso que ha dado su organismo hasta ser capaz de expulsarlas. De cada elemento que ha participado en ese proceso. De los impedimentos que se han encontrado en el camino.

Lentamente es capaz de recuperar un cierto control sobre sí misma. Siente que regresa hasta este lugar y momento. Que es capaz de escapar de esa persona en quien no logra reconocerse. Se hace fuerte en esa sensación y trata de aferrarse a ella. A esa recuperada seguridad.

–Los indicios apuntan a una muerte no natural –en primera instancia, la voz de la doctora Ryseth continúa sonando como algo lejano. Como un sonido que necesita atravesar múltiples barreras antes de llegar hasta ella. Es un sonido carente de color. Algo tan aséptico y monocorde como la habitación en la que se encuentran ambas. No parece transmitir emoción alguna–. Aunque eso sea algo que, en un primer vistazo, quizás no resulte obvio.

Lexa se concentra en estas palabras mientras mira a los ojos de la doctora. Trata de salir del oscuro lugar hacia el que le ha enviado su mente. De dotar a la frase algún tipo de entonación a partir del lenguaje corporal de su interlocutora. No es hasta ese momento que se da cuenta de algo obvio. Su acompañante también se encuentra afectada por algo que no quiere dejar traslucir. Ante ella tiene un reflejo levemente distorsionado de sí misma. Alguien que también trata de adoptar un tono igualmente formal sin lograrlo. Que se encuentra inmersa en una lucha interna. Un conflicto que, de encontrarse en plenitud de facultades, podría llegar a explotar.

–Por favor, no me haga perder el tiempo con datos triviales –su tono es más árido de lo que pretendía. Esto es algo de lo que no es consciente hasta escuchar su propia voz. Demasiado brusca. Demasiado pronto. Dudar brevemente antes de decidir el tono con el que continuar con su argumento, pero no quiere parecer indecisa. No quiere permitir que su estado sea percibido por nadie. Tampoco quiere realizar una demostración de autoridad. No sabe si más adelante necesitará algo más de la patóloga–. No he venido hasta aquí para que me repita lo que ya sé –fracasa y se lamenta por ello–. Soy perfectamente capaz de leer e interpretar un informe forense –fracasa a la hora de lograr que su frustración no quede reflejada en cada una de sus palabras–. No he tenido problemas para identificar este como una chapuza –a la hora de evitar que la pobre doctora pague por toda la rabia que tiene acumulada–. Será mejor que se esmere más en sus explicaciones –a la hora de presentarse como alguien con quien se puede dialogar–. Espero que sea capaz de explicarme todas las lagunas que tiene lo que ha escrito.

–Discúlpeme –la respuesta de Ryseth es rápida. Gélida. Su voz continúa adoptando el mismo tono algo glacial y aséptico que la anterior. El conflicto interno sigue en su mirada, pero el control que ejerce sobre sus reacciones es mucho mejor que el que ha mostrado ella–. Si no desea que bajemos hasta un plano técnico no puedo darle más información que la que aparece en el informe –a pesar de la pose que la doctora ha adoptado, Lexa sigue siendo capaz de ver más allá de su máscara. Es capaz de detectar “algo más”. Algo que no logra identificar como nerviosismo, enfado o preocupación–. Este es un hecho del que habría sido consciente en el caso de haber escuchado algo de lo que le he dicho hasta el momento –en un giro inesperado, su tono va ganando en volumen y algo que, en primera instancia, Lexa interpreta como confianza–. Una información de la que sería consciente en el improbable caso de habérselo leído con detenimiento.

Con un leve estremecimiento en todo su cuerpo, se hace el silencio. La doctora regresa hasta su pose inicial. La gelidez vuelve a apoderarse de su rostro. Recupera la máscara de aparente calma. Un gesto que culmina con una mirada que proyecta señales contradictorias. Que se debate entre el desafío y la ausencia. A pesar de que su voz no ha temblado a la hora de proferir este desafío, el leve espasmo que ha sacudido su cuerpo mientras lo hacía la delata. Oculta algo.

–Si solo ha venido hasta aquí para poner en entredicho la calidad de mi trabajo, enhorabuena, ya puede dar por concluido su viaje –cuando parecía haber terminado con su soliloquio, la doctora vuelve a la carga. Estas últimas palabras surgen atropelladamente mientras parece contener la respiración–. Espero que haya disfrutado de las vistas –a la par que lanza este nuevo y a todas luces improvisado desafío, se gira dispuesta a abandonar la habitación.

–Supongo que me he ganado esa respuesta –lo inesperado de esta reacción permiten a Lexa recuperar parte de su control. No le cuesta demasiado esfuerzo controlar la frustración anterior y concederle un pequeño respiro a su interlocutora. Casi es un alivio. Continúa teniendo todos sus sentidos plenamente presentes en la habitación, pero ahora se siente realmente “aquí”–. Muy bien, en ese caso, centrémonos en lo que sí que aparece en el informe –logra dotar a su voz y a su lenguaje corporal de una firmeza que casi es capaz de respaldar.

–Me parece correcto –la doctora aún le da la espalda, pero puede ver con claridad cómo su cuerpo se relaja. Tampoco es capaz de evitar que sus pulmones dejen escapar el aire retenido en un suspiro apenas disimulado.

Sus movimientos continúan siendo algo dubitativos mientras se gira nuevamente hacia ella. A pesar de estos indicios, Lexa no es capaz de determinar si estas señales de relajación son debidas al alivio o a la resignación. Es capaz de advertir que está tratando de adoptar una pose menos tensa, pero parece una acción deliberada. Una actuación. Al cruzarse de nuevo sus miradas, tanto lo que ve en sus ojos como su lenguaje corporal continúan despistándole.

En una situación normal, sus suposiciones serían claras. En primera instancia de estas señales leería que, tras su arranque inicial, la doctora habría sido consciente de su error de cálculo. Habría recapacitado acerca de su respuesta anterior. Habría hecho cálculos y estos le habrían llevado a rectificarla. No le conviene un informe negativo por parte de alguien con el rango de Lexa. Armas que Lexa podría utilizar en su contra. Pero hay muchos “habrías”. Demasiados.
Algunos de sus gestos parecen atender a otros criterios. En su mente parece haber preocupaciones cuyo origen nada tienen que ver con esta reunión. No sabe hasta qué punto una amenaza sería efectiva contra alguien en su estado. Tampoco sabe si sería recomendable. Necesita información, no alguien hostil. Decide no tratar de explotar lo que sea que esté ocultando. No al menos en este momento. Planifica y espera un momento adecuado. Esta clase de pensamientos hace que se reconozca a sí misma. Parece estar recuperándose, pero sigue intranquila.

–No hay rastro de… nada –le basta con escucharse para reconocer lo precipitado de su diagnóstico. Su voz sigue afectada. No encuentra en ella firmeza ni autoridad. Nada de todo lo que pretendía transmitir puede adivinarse en esas palabras. Trata de ocultar esta carencia gesticulando. Desviando la atención del desliz que acaba de cometer. Comienza a pasar el contenido del documento que se muestra en la pantalla a gran velocidad. Ni siquiera se molesta en mirar en esa dirección–. No hay heridas o marcas externas. No se han encontrado rastros de infecciones, enfermedades o fallos sistémicos. A pesar de todo esto, afirma que las causas de la muerte no son naturales. Indica que no se corresponden con nada que se haya encontrado en su interior. Comprenderá que…

–Su cuerpo se colapsó –la doctora Ryseth la interrumpe con su voz monocorde. En otra ocasión esto le habría resultado molesto, pero ahora lo recibe como un soplo de aire fresco. Le permite volver a situarse en el aquí y el ahora. La deja continuar mientras finge interés–. Dejó de funcionar porque, simplemente, era incapaz de mantenerse vivo. Lo sé. No tiene sentido –se detiene brevemente mientras su mirada parece perderse en el vacío–. El estado de sus órganos internos no parece indicar la presencia de enfermedades o algún otro daño previo. Lo sé, otro sinsentido. Sí, se han encontrado restos de otros daños. Secuelas de accidentes y enfermedades. Pero nada que se corresponda a problemas recientes. Todas estas afecciones son mucho más viejas. Cicatrices que se corresponden con las que se pueden encontrar en su historial médico –una vez más, la doctora se detiene. La sala se llena de un silencio insoportable roto únicamente por el zumbido eléctrico. Realiza una pausa que a Lexa le resulta eterna. Cuando retoma el discurso su voz y su expresión han cambiado. No ha dejado de mirarla en ningún momento, pero ese cambio le ha pasado desapercibido. Se ve algo más afectada. Más inmersa en lo que sea que consume sus pensamientos–. Las lecturas espectrales tampoco aportan ninguna información. Ya sea en su interior o en la zona en la que se encontró el cuerpo, no se detecta rastro de radiaciones extrañas o conocidas. Nada que pueda resultar letal –su lenguaje corporal no parece coincidir con el tono que está utilizando. Parece asustada, pero no da la sensación de que su miedo esté provocado porque se sienta presionada por Lexa. Su mirada continua ida y su voz parece actuar como un ente autónomo. Los rápidos movimientos de sus pupilas dan a entender que su mente se encuentra en otro lugar–. Se han realizado reconstrucciociones de lo que pudo suceder a partir de los datos de los que disponemos, pero estas no dejan de ser especulativas. He de reconocer que, de no haber sido yo quien realzó la autopsia de este caso, mis conclusiones acerca de la competencia de quien la ha llevado a cabo serían similares a la suyas.

–¿Eso es todo? –más allá de los mensajes contradictorios que está recibiendo, Lexa cada vez ve más claro que no va a sacar nada en claro de aquí, algo que aún no sabe si es bueno o malo–. ¿Cómo es entonces que se ha elaborado una lista de sospechosos?

–No. Por supuesto que no es todo –la doctora parece despertar súbitamente y activa las pantallas que cubren la pared que se encuentra frente a ella–. Que no hayamos podido rastrear la causa o procedencia de su estado es un hecho, pero lo que le enviamos no deja de ser un mero resumen ejecutivo –cientos de documentos de todo tipo comienzan a solaparse apresuradamente en las pantallas–. El caso no está ni mucho menos cerrado. No al menos para mi. Esas no son mis conclusiones ni mi opinión. Lo que ha recibido no deja de ser un informe que daba respuesta a las preguntas formuladas en la solicitud su departamento.

–Me alegra saber que no da el caso por cerrado –miente, pero logra mantener la fachada. Confía en que su voz no transmite el desagrado que le provoca esta noticia. Al tiempo, se da cuenta del error de su última asunción. No es capaz de apreciar el detalle de nada de lo que está apareciendo ante sus ojos pero, aun dentro de ese galimatías, puede apreciar a simple vista que se trata de un trabajo extremadamente concienzudo. Algo a todas luces excesivo. Un despilfarro de recursos para un caso en apariencia tan pequeño. Lo que ve se acerca más a los parámetros de una labor obsesiva que al celo profesional–, aunque me sorprende que se le hayan dedicado tanto esfuerzo y recursos a un crimen a priori tan poco relevante como este.

–Quizás aún no tengamos una explicación para su causa, pero tenemos amplios indicios que nos llevan a pensar que esta no se corresponde a nada conocido. De tratarse de otro individuo, lo de menos habría sido lo desconcertante del caso pero, dado el trabajo del difunto, no podemos descartar ninguna hipótesis.

–¿Dada la naturaleza de su trabajo? –este pensamiento golpea a Lexa con tanta dureza que llega a verbalizarlo. Es un dato sobre el que no se ha informado. Achaca este error a las prisas, pero sabe que esta no ha sido la causa. Su estado le ha hecho volverse descuidada y poco profesional. El no haber investigado la vida laboral de la víctima ha sido un descuido de principiante pero, lo que más le sorprende, es que nada de esto le parece relevante en estos momentos.

–Podemos encontremos ante una nueva enfermedad o ante algo de una naturaleza axiomáticamente anómala –la doctora parece no haber escuchado su pregunta y continúa con su soliloquio–, sin descartar, por supuesto, asuntos más mundanos relacionados con el ámbito del espionaje industrial o internacional –su tono de voz se va haciendo calmado. Se limita a enunciar hipótesis que claramente ha descartado. Un mero formalismo lanzado sin la más mínima convicción–. No se trata de un vagabundo que aparece muerto en un callejón, de un simple operario o de alguien a quien han dado una paliza.

–Doctora –Lexa trata de hacerse con la atención de la forense. Nada de lo que está diciendo le sirve para su investigación. Por otro lado, necesita ser ella quien determine el curso de la conversación, Sentir que tiene algún tipo de control sobre la situación.

–Así que..., aquí estamos –Lexa detecta un nuevo y súbito cambio en el estado de ánimo de la doctora. Un brote de algo que no sabe si es excitación o desesperación en su gesto. Cuando las nuevas pantallas se activan se da cuenta por primera vez de los profundos surcos que recorren las cuencas de sus ojos. Unas marcas que no parecen deberse únicamente a los efectos de la falta de sueño–. No encontramos ante… no lo sé –su gesto vuelve a cambiar. Según continúa con su discurso, Lexa no puede apartar sus ojos de los de la doctora. Hay algo en ellos que no es capaz de distinguir. Que parece cambiar de forma y moverse como si tuviese vida propia. Una figura informe que habita en su interior o que se refleja en sus humores acuosos. Su mirada sigue con detenimiento las pupilas de Ryseth, mientras estas parecen tratar de seguir estas formas con movimientos bruscos y espasmódicos–. Pero la respuesta tiene que estar aquí –comienza a mover sus manos sin señalar hacia ninguna parte en concreto de las pantallas que tiene a su espalda–. Tiene que haber una respuesta –se gira para dirigir su atención a la información que se muestra en ellas–. Todo parece indicar que la causa del fallecimiento se encuentran en su interior, pero no hemos logrado encontrar señales de ninguna enfermedad –la cadencia de sus palabras continúa acelerándose. Su tono se vuelve más agudo y parece alcanzar frecuencias que dañan sus oídos. Armónicos que le impiden pensar con claridad. Parece desquiciada. Desesperada–, una ruta de entrada o salida de un hipotético arma. No hay restos de la presencia de parásito o patógeno alguno –su ritmo se acelera tanto que le cuesta entender lo que dice. Su lenguaje corporal le indica con claridad que que está sufriendo un ataque de pánico. No le cabe duda de que esto no tiene nada que con su error de cálculo previo o a su presencia. Su voz, su cuerpo y su rostro parecen entidades independientes. Organismos que no parecen conscientes de las acciones que está llevando a cabo el otro–. Aun así, algo habitó en su interior durante un periodo de tiempo indeterminado y lo alteró drásticamente. Un arma, objeto u organismo que ya no se encontraba en su cuerpo cuando este fue hallado –su discurso se ha convertido en un bucle del que no parece ser capaz de salir. En la repetición continuada de la misma información utilizando expresiones distintas–, pero que ha logrado que sus órganos internos no se deterioren… –su mirada se mueve febrilmente entre la infinidad de documentos que se muestran ante ella.

–Doctora –trata una vez más de atraer su atención, pero no tiene éxito. La mente de su acompañante no está en la sala sino muy lejos. Se encuentra sumida en algún tipo de pensamiento circular. En un bucle del que no parece ser capaz de salir. Uno que no parece llevarle de regreso hasta la cordura.
No solo no cree poder sacar provecho de esta situación, sino que cada minuto que pasa aquí parece llevarla hasta una situación similar. Busca algún lugar hacia el que enfocar su atención. Necesita alejar sus ojos de los de Ryseth. Encontrar un punto sobre el que poder reconstruirse.

–…porque no respira y su sangre no circula, pero algo impide que su cerebro, su corazón o el resto de su cuerpo sean conscientes de ello. Y su mirada… –finalmente se hace el silencio, pero su cuerpo parece verse sacudido por súbitos espasmos. Su rostro se gira hacia Lexa, pero su mirada no se dirige hacia ella sino. Se enfoca en algún lugar indeterminado de la sala mientras su expresión destila un terror casi contagioso. Sus labios continúan moviéndose como si hablase sola, pero no surge ningún sonido de ellos.

–¡Doctora! –Lexa posa su mano sobre uno de los hombros de la forense en un intento de llamar su atención y sacarla del trance en el que se encuentra, pero ella parece no ser consciente de su presencia. Incluso a través de la ropa puede notar cómo todo su cuerpo se encuentra tensionado. Al entrar en contacto con ella también tiene la sensación de que algo se está moviendo bajo su mano. Algo que se transfiere desde el cuerpo de la doctora y se introduce bajo su piel. Instintivamente, aparta su mano y trata de fijar su mirada sobre ese lugar, pero todo permanece inmóvil. La necesidad de huir se acrecienta y a duras penas es capaz de controlarla. Su nivel de afección parece estar yendo a más. Trata de recordar los protocolos de actuación ante este tipo de situaciones sin éxito. Toda su atención parece estar centrada en una amenaza que no es capaz de percibir. En algo que se encuentra junto a ellas en la sala. Aferra ambos hombros de la doctora con fuerza y trata de encararase con ella–. ¡Escúcheme!.

–Estúpida, estúpida, estúpida –a pesar de estar frente a ella, la voz de la doctora vuelve a sonar nuevamente como algo lejano. La desesperación no ha desaparecido de su tono, pero a esta se ha sumado la ira–. No eres capaz ni de resolver el problema más sencillo.

De manera repentina, Lexa se da cuenta de que la ya no se encuentra junto a ella. Sus brazos se encuentran sujetando el aire. La invade una sensación de vértigo y desorientación mientras se pregunta cuánto tiempo ha estado ensimismada en sus pensamientos. Mientras comienza a dudar si nada de lo que está presenciando es real o si se trata de alguna ensoñación.

–Váyase – Lexa se ve incapaz de reaccionar ante este súbito cambio de la situación–. Tengo mucho que hacer –siente como si contemplase esta escena desde fuera de su cuerpo–. ¿Dónde estas?, ¿dónde estás? –a cada palabra el tono de su voz se va modulando, perdiendo su determinación y recuperándola, mientras observa con ojos y manos la información que se muestra en los paneles de la pared.

Lexa cierra con fuerza sus manos que continuaban suspendidas en el aire. Las cierra con tanta fuerza que la misma tensión se propaga por sus brazos y espalda. Trata de generar en sus puños sendos focos. Dos puntos sobre los que se concentrar y descargar toda su rabia y frustración. Poco a poco va recuperando el control sobre su propio ser. Lo hace mientras contempla cómo la doctora continúa perdiendo el tenue hilo que parecía unirle a la cordura.

–Sé que estás aquí ¿dónde te escondes? –a la par que su voz va volviéndose más dubitativa, su rostro va deformando hasta adoptar un rictus entre el patetismo y la agonía–. Yo… yo… yo… –se derrumba sobre sus rodillas. Toda la tensión de su cuerpo desaparece súbitamente y se desploma incapaz de continuar erguida. Rota como una marioneta a la que le han cortado los hilos. Sus manos no adoptan una posición que le ayude a frenar la caída, sino que se dirigen a ocultar sus rostro tras ellas. Lexa trata de frenar su caída con ambos brazos, y nota cómo empieza a temblar. Ve cómo de las palmas de sus manos comienza a gotear algo húmedo. Algo que, en primera instancia, parecen lágrimas, pero cuya textura y la manera en la que se precipitan hacia el suelo parece desmentir. Más allá de esas lágrimas no escucha ningún sollozo, sino que estas vienen acompañadas de un débil murmullo que apenas es capaz de entender. Susurros que parecen llenos de rabia, dolor y recriminación. No hay llanto acompañando a las surcos creados por sus lágrimas sino un grito contenido. Una letanía casi hipnótica que parece tratar de penetrar en lo más profundo de su ser y arrebatarle nuevamente el control.

–Trate de respirar con calma, está sufriendo un ataque –lucha contra la sensación que le invade recurriendo a lo convencional, a los lugares comunes, a los mecanismos automáticos. Actúa como si no estuviese en el lugar en el que se encuentra–. Será mejor que salgamos de aquí. Creo que un cambio de aires nos vendrá bien a las dos –incluso se permite el lujo de bromear, pero esto no repercute en su estado de ánimo.

Abandonar la sala le ayuda a afianzar su autocontrol. La sensación de angustia queda levemente mitigada, pero no puede dejar de pensar en el estado de la doctora. No es capaz de relajarse. No se encuentra en su terreno y se ha arriesgado mucho a más niveles de los que esperaba. Nota como las miradas del personal del depósito forense se centran en sin tratar de disimularlo. No se le escapan los cuchicheos que tienen lugar a sus espaldas una vez que se ha dejado con ellos a la doctora. Su uniforme es al mismo tiempo una salvaguarda y una diana. Todos los agentes que se cruzan en su camino se apartan de su ruta con una mezla de curiosidad y miedo. Lo primero le resulta indiferente, lo segundo, en otro momento habría llegado a lucir con orgullo. Un elemento que en acostumbra a usar en su favor. Pero ahora nada de esto le resulta relevante.
Puede haber logrado alcanzar un estado que la sitúe por encima del miedo y la incomodidad, pero está muy lejos de tener el control. Estas sensaciones han sido sepultadas por la ira y la decepción consigo misma. Su ánimo dista mucho de ser aceptable. Algo que parecen captar a la perfección quienes la miran al pasar a su lado. Nadie hace o dice nada.
– Que se aparten – piensa para sí misma – Es mejor para ellos.

Mientras se dirige hacia el exterior, no es capaz de evitar que su mente regrese una y otra vez hasta la sala. Trata de adoptar distintos acercamientos para solucionar este problema. Busca algo que le pueda servir de ayuda. Centrar su atención en la misión que le ha traído hasta aquí. En cómo evitar las posibles consecuencias de su “insubordinación”. Lo primero ahora le parece sencillo. No le hace falta gran cosa. De manera indudable, su “misión” se ha convertido en algo más asequible de lo esperado tras lo que acaba de presenciar. Le basta con buscar un enfoque adecuado a cualquiera de las cosas que ha dicho u hecho la doctora. Cualquiera de sus desvaríos. Dimensionarlos de acuerdo a sus intereses. Difamarla y desmontar sus conclusiones sería algo sencillo. Bastaría con mostrar la grabación de lo que acaba de suceder. Lo único que necesita es una coartada. Una excusa para estar en ese lugar. Para haberse inmiscuido en este caso en concreto sin despertar sospechas.

Esto sería algo muy conveniente, pero no le resulta suficiente. De acuerdo a estos parámetros, todo parece transcurrir mejor de lo esperado pero, aun así, no puede alejar su mente de la sala. Puede haber “escapado” de ella, pero parece que no es capaz de huir de lo que ha sucedido allí. Lo que se ha simplificado por un lado se ha complicado por otro. Las incertidumbres lo inundan todo. A pesar de sus deseos y de lo que le dicta su buen juicio, su nivel de implicación ha cambiado sustancialmente. A cada paso que da, la incertidumbre lo inunda todo. Lo que parece sentido muta. Se retuerce. Pero, al mismo tiempo, parece encajar de una manera extraña. De una manera que llenan de bruma su mente. Que le impide ser capaz de concretar, explicar o racionalizar lo que tiene ante ella. Que le hacen dudar acerca de su propia cordura.

No puede olvidar. La preparación psicológica no le ha entrenado para este tipo de tortura. La manera en la que le ha afectado la experiencia. La dificultad que le supone aceptar nada de lo que le ha sucedido como algo real. Necesita respuestas. Comprender a qué se ha visto expuesta. A qué se han visto expuestas ambas. Trata de obviar la información que la daña. De centrarse en los datos que desconocía y que resultan relevantes para su tarea.

El cambio repentino en la iluminación le indica que ha abandonado el edificio. Recuerda que está en casa. En el último lugar del mundo al que habría querido regresar.
El paisaje se va convirtiendo en algo que le resulta familiar. La luz del día le presentó una ciudad distinta a la que recordaba. Trata de hacer memoria, pero no recuerda haber visto nunca el sol mientras vivió en Thayska. Ha necesitado que llegue la noche para que este se convierta en un lugar que es capaz de reconocer. Uno que se contempla a través de la iluminación artificial. Por los proyectores de los edificios. Por las hileras y las bandas de pequeños focos que recorren las calles elevadas. Por los vehículos que la cruzan y sobrevuelan.

El cuartel de las fuerzas de seguridad de la Thaysak se encuentra en el septuagésimo quinto nivel de la ciudad. En un lugar mucho más “elevado” en todos sus aspectos que aquellos que nunca fue capaz de visitar mientras fue una de las habitantes de esta ciudad. De cualquier manera, desde la plataforma exterior su mirada tampoco alcanza a ver lo que se encuentra en la gran distancia. Hay cosas que no cambian entre los niveles bajos y los altos. A pesar del amplio espacio que separa a los grandes bloques, el entramado de pasarelas que une las edificios limita mucho su campo de visión. Tanto las pasarelas como los los campos que las cubren logran crear una tupida red que impide que a mirada la posibilidad de llegar mucho más allá de los que le rodean. Puede estar en uno de los niveles elevados, puede estar en el exterior, pero apenas es capaz de adivinar el cielo nocturno.

Aun así, el haber llegado hasta el exterior del edificio y respirar el aire cargado de la ciudad supone un extraño alivio. Su rostro recibe las corrientes que atraviesan las alturas como algo inesperado y agradable. Como algo que la despierta y aleja de ella el estado en el que se encontraba. El ruido, los olores, la iluminación y la agitación le ayudan a dejar atrás sus disquisiciones. Le ayudan a traer de vuelta su mente hasta el ahora.

No importa cuánto ha tratado de mantenerse alejada de este lugar. No importa cuántas veces se ha dicho que no iba a volver. Siempre termina por volver. Por más veces que se ha comprometido consigo misma a no volver a hacerlo, siempre encuentra una nueva excusa.

–Bienvenida de vuelta –su voz interior suena burlona–. Espero que estés contenta –la mera visión de ciertos patrones en el paisaje le hace sentirse extrañamente en casa–. A ver cómo sales con bien del lio en el que te has metido.

Ha pasado mucho desde que se fue por primera vez. Tanto que los recuerdos que conserva pertenecen a los días en los que habitaba los niveles inferiores. Cada vez que ha regresado, su destino ha sido un nivel más elevado. Se ha encontrado con nuevos detalles. Con nuevos contornos y siluetas en el paisaje. Con una visión un poco más amplia y compleja del lugar que conoció en su juventud. Una perspectiva de la que entonces carecía.
Recuerda cuando los vehículos aéreos eran algo lejano. Algo que solo veía despegar y aterrizar en la distancia. Cuando su destino pertenecía al territorio de las historias y la especulación. Cuando montarse en uno de ellos se le antojaba como un sueño imposible.

–¿Destino? –la agente Vusarch formula la pregunta tímidamente. Hasta este momento Lexa no había sido consciente de su presencia, por lo que tiene la impresión de que ha permanecido silenciosa e inmóvil ante ella hasta que ha encontrado el valor para interpelarla.
–Sector Vanyashi, nivel tres –su respuesta es seca. Una vez más, demasiado árida. Más de lo que pretendía. Apenas cruza su mirada con la de su conductora mientra entre en el vehículo.

Los cuerpos de seguridad de le ciudad le han pues una niñera. Camuflado como un servicio de cortesía hacia alguien de su cargo se encuentra alguien que, a buen seguro, reportará sobre cada uno de sus pasos. Apenas ha compartido tiempo con ella pero ya ha creado un completo perfil mental de esta persona. Deformación profesional. Hasta el momento no lo ha mostrado abiertamente en el escaso contacto que han mantenido, pero parece ser una persona extrovertida. Alguien a la espera de encontrar su oportunidad para iniciar una conversación. El tipo de persona ideal para ganarse la confianza de una desconocida. Para sonsacarle información que no quiere compartir. Pero ha dado con un hueso duro. No tiene intención de darle una oportunidad. La paranoia implícita en su profesión se suma a todas las cosas que no deben ser conocidas sobre esta visita. Quizás podrían ser amigas en otra situación, pero tiene claro que no lo serán a lo largo de este trayecto. En estos momentos, mientras el vehículo se eleva sobre la ciudad sorteando las pasarelas, apenas es capaz de mantener la fachada de profesionalidad que se le supone. Continúa tratando de tranquilizarse. De centrar sus ideas, pero solo consigue generar nuevas preguntas.

Es capaz de percibir cómo Vusarch la mira de reojo. No sabe si se trata de curiosidad o de vigilancia. Si quiere preguntarle cómo hizo para salir de esta ciudad o busca una ocasión para tratar de sacarle información acerca del caso. Si es una persona con ambiciones o alguien con otro tipo de inquietudes. Sea cual sea la razón, en ningún momento da muestras de tener la intención de comenzar una conversación. Chica lista.

A lo largo del camino le da tiempo a calmarse y se permite de nuevo el lujo de pensar en el futuro inmediato. En el interrogatorio que le espera en breve. Trata de adelantarse a la conversación que tiene por delante. De articular nuevas preguntas que desmonten las mentiras, evasivas y respuestas que sabe que va a recibir. De alejar sin éxito a su cabeza de los lugares a los que le quiere llevar.

Al mismo tiempo, prepara las mentiras que deberá dar ella una vez que termine esta misión. En lo que pasará una vez que finalice con este asunto. En que debe preparar el interrogatorio que al que ella será sometida. Trata de adelantarse a las preguntas de sus superiores si llega hasta sus oídos su presencia aquí. Construye mentiras sobre mentiras. Evasivas sobre evasivas. Hace memoria de la información de la que dispone de la gente que se encuentra por encima de ella en la escala de mando.

–Idiota, idiota, idiota –estas reflexiones tendría que haberlas llevado a cabo antes de tomar la decisión de involucrarse. Aún está a tiempo de corregirlas, pero le puede salir muy caro el no haberlo hecho.

Su presencia aquí no es algo que pueda justificar ante ninguno de sus superiores. Tiene tantas máscaras como gente ante la que responder.

–¿Quién ha venido hasta aquí? ¿En quién puedo escudarme ante cada uno de mis responsables?

Su rango le otorga el poder necesario para intervenir en esta investigación, eso es un hecho. No se encuentre en “territorio enemigo”, pero esta no deja de ser una apreciación subjetiva. Algo contextual. Está sola. Llegado el caso, tendrá que justificar ante sus superiores la participación en esta investigación. Tendrá que mentirles. Tiene claro que va a ser muy complicado, pero tampoco será la primera vez que lo haga.

Traza planes y mueve figuras en su tablero de ajedrez mental. Enfrenta a los jefes que no constan en los papeles contra aquellos que sí que están reflejados en ellos. A los juristas contra los mandos militares. A los administrativos contra los políticos. En otra ocasión esto podría haber llegado a resultarle excitante. Se habría regodeado en lo que ya ha conseguido. Casi ha sido demasiado fácil. Debería informar de las lagunas del sistema de las que se ha aprovechado ante los organismos pertinentes. Tapar este tipo de vacíos legales para que no sean explotados por otros. Regresa hasta un territorio familiar. Hasta las dudas que le asaltan cada vez que se aprovecha de estas carencias del sistema mientras se encuentra de misión. Hasta las zonas grises y los subterfugios que le permiten hacer mejor su trabajo. Hasta los territorios de ambigüedad moral en los que se encuentra tan cómoda. En otro momento disfrutaría de la sensación de impunidad y de “engañar al sistema”. En otro momento. Pero no hoy.

Su mente se niega a alejarse de la morgue. Ha visto muchas cosas extrañas a lo largo de su carrera, pero ningún cadáver le ha impactado tanto como el que le han presentado hoy. No es su imagen la que domina sus pensamientos, sino algo más. Una sensación. Algo que no le resulta obvio pero que pugna por hacerse con su atención. Un susurro que, al mismo tiempo preocupante, le aterra y le resulta extrañamente atrayente. Que le desconcierta y le fascina.

Trata de huir de este pensamiento. De refugiarse en lo que sabe que es real. En el mundo que le rodea. Desvía su atención hasta el exterior del vehículo. Hacia Tayshak. Hacia la ciudad que la vio nacer. Contempla su paisaje de luces nocturnas con una mezcla de melancolía y rencor. No parece haber cambiado demasiado desde que la abandonó hace más de tres décadas. La misma suciedad, la misma hipocresía, el mismo clasismo y la misma segregación. Atributos que no son únicamente achacables a este lugar. Que ella misma ayuda a cimentar con su actividad diaria.

Esta reflexión le pilla por sorpresa. Ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez en la que pensó en estos términos. Regresar le está afectando mucho más de lo que esperaba. Su máscara de cinismo se resquebraja. Provoca que que se tambalee ese conjunto de medias verdades y simplificaciones interesadas que ha usado para justificar aquellas acciones de las que no se siente orgullosa. Ese pilar de frágil equilibrio sobre el se sustenta su carrera. Esa parte de sí misma que se dice “racional”. “Realista”. La que acepta la corrupción y la desigualdad como partes intrínsecas del ascensor social. Esa zona estanca sobre la que no deja de repetirse a sí misma que no ha construido su persona.

La chica que abandonó Tayshak se avergonzaría de quien es hoy. Escupiría sobre alguien con su trayectoria. De alguien cuyos principios se han ido moldeando alrededor de sus ambiciones para crecer dentro de las escalas del poder. No es la primera vez que flaquea su fluctuante escala de valores. No es la primera vez que sus justificaciones le suenan falsas incluso a ella. Sabe a ciencia cierta que esto es algo que nunca augura nada bueno. Que siempre le lleva hasta algo que solo sirve para complicarle la vida. No es capaz de determinar hasta qué punto estos pensamientos se deben a su regreso hasta su antiguo hogar, o a lo que acaba de experimentar.

–Esto un error –este pensamiento nunca le abandona–. Idiota. No tendrías que haber venido –lucha por alejar de su mente de este escenario–. No te lo van a agradecer –dirige su mirada de nuevo hacia el exterior del vehículo.

Aún están lejos. Los niveles a los que se dirigen no solo no son perceptibles desde aquí, sino que las rutas de tráfico aéreo los hacen inalcanzables de forma directa. Tienen que tomar un largo desvío antes de poder situarse en una trayectoria a través de la que sean accesibles. Elevarse por encima de las torres de la ciudad. Recorrer una trayecto a lo largo del cual es capaz de apreciar pequeños detalles que se le pasaron por alto durante su llegada. Matices que completan y corrigen el mosaico que conserva de su juventud. A medida que se alejan del centro, el panorama se vuelve más oscuro. Se asemeja más a la imagen que permanece en su mente.

Recuerda mirar los niveles superiores con una mezcla de deseo y temor durante su infancia. La intrincada red de pasarelas que le impedían adivinar lo que podía haber más allá de ellas. Vistos desde arriba, los bloques elevados de la ciudad han perdido su magia. No se asemejan a la imagen que creó su imaginación. A nada de cuanto deseó alcanzar. Achaca esto al cambio en su perspectiva, o a todas las cosas que ha visto más allá de su calles. Ahora puede ver lo que siempre se le escapó. Observa las grandes torres del centro y las naves industriales del cinturón exterior. Los barrios residenciales de la periferia y las zonas rurales que apenas se pueden adivinar en la lejanía. Contempla con ojos acusadores al espaciopuerto cuya construcción se inició en su infancia y aún no se ha finalizado. A la obra que muchos acusan de haber condenado a la ciudad.

Todo parece más viejo, más descuidado. Más… cansado. Esparcidas por todas partes es capaz de ver obras incompletas. Proyectos cuya ambición superó a la capacidad real quienes los impulsaron. Esperanzas rotas tanto de los soñadores como de los especuladores. Incluso las reforma llevadas a cabo sobre los edificios emblemáticos dan la sensación de haber quedado incompletas. Tayshak le parece una ciudad de otro tiempo. El fantasma de una urbe que soñó con ser un referente. La sombra de un proyecto ambicioso que nunca llegó a ser nada. Un lugar insignificante. Pequeño y desfasado.
No ha pasado tanto tiempo, se dice, pero todo aquello significó algo para ella en su vida anterior ha desaparecido. Y, mientras piensa esto, una nueva duda le asalta. No sabe si se alegra de este desapego. Si se ha convertido en alguien tan vacío que ni siquiera es capaz de sentir nostalgia o añoranza. Si ha avanzado o simplemente se ha convertido en una más de la masa apática. En alguien que se ha abandonado a la desidia o la misantropía. En lo que siempre despreció aquella persona que un día abandonó este lugar.

–¿A quién estás juzgando?

Su trayecto les lleva a rodear el perímetro de seguridad el Vajda. A sobrevolar una construcción tan vieja y agotada como las aspiraciones de los habitantes de esta ciudad. Las frecuencias y armónicos que exuda el motor energético de Tayshak lo tiñen todo. Dotan al paisaje de cuanto le rodea de un tono rojizo. De una pátina que, durante la noche, lo convierte en una visión sobrecogedora. Sus reflectores y colectores de radiación son el origen de un complejo tapiz cromático. El corazón de un tupida nube que se propaga más allá de los campos de contención. Una capa de colores indescriptibles que, al cruzarse con los últimos restos de lluvia, carga el ambiente de un aire lóbrego. No es capaz de recordar cuentas historias de terror de su infancia tenían su punto de inicio en este lugar.

Casi puede escuchar cómo gimen las energías contenidas en su interior. Cómo sus muros parecen vibrar y combarse al ser vistos a través de la radiación residual. Cómo la silueta de sus acumuladores queda distorsionada. Cómo se hinchan y se contraen como algo vivo mientras tratan de abastecer a todo el área metropolitana. Casi cree ser capaz de escuchar cómo se lamentan ante el fracaso de su misión.
Lo selectivo de la iluminación le permite constatar que no todos los edificios son iguales. Que no todos tienen acceso a un recurso tan básico como la luz nocturna. Puede apreciar a la perfección los claroscuros que se generan. Cómo, a medida que se aleja del centro, el ambiente se vuelve más lúgubre. La iluminación irregular hace que solo sean visibles partes de la ciudad. Que frente a ella y a su espalda aparezcan y desaparezcan intermitentemente ciertos niveles. El suministro continúa fallando, pero lo hace a una escala mayor de la que nunca imaginó. Puede apreciar cómo la falta de medios hacen del Vajda un recurso insuficiente. De qué manera las segmentación social no se produce únicamente en sentido vertical.

Cuando compara el paisaje con otros que ha visitado no es capaz de apreciar grandes diferencias. Vistos desde las alturas, los callejones que recorrió en su infancia no son más claustrofóbicos que otros que ha conocido posteriormente. Sus habitantes no son peores que los que se ha encontrado en los distintos lugares en los que ha vivido. El rechazo que le provoca todo lo que ve poco tiene que ver con el “dónde”. La escasa benevolencia en el juicio que emite sobre lo que fue su hogar no deja de ser un reflejo de su decepción consigo misma. De no ser capaz de empatizar con la persona que huyó. De todas las aspiraciones incumplidas. De todo aquello en lo que ella no se ha convertido.

–Supongo que, vista a través de este prisma, mi vida aquí tampoco fue tan mala.
–¿Disculpe? –Vusarch la saca de su ensoñación.
–No, nada, supongo que estaba pensando en voz alta.
–Nos acercamos al destino.
–Perfecto, gracias –nota cómo su voz suena más relajada. Al menos la melancolía ha servido para atemperar su estado de ánimo.
–¿Quiere que la recoja aquí mañana?
–Si la necesito ya avisaré a sus superiores.

Mientras desciende el concepto de “mañana” se le hace algo muy lejano. Hasta que tuvo el cuerpo ante ella pensaba que lo que le espera ahora iba a ser la parte más dura de la jornada, pero en estos momentos ya no está tan segura.
Poco después de dejar su transporte Lexa desactiva su localizador y recorre el camino que separa la plataforma de aterrizaje de su destino. Lo hace en la compañía de una extraña sensación. El despertar de un instinto casi olvidada. Sersby está cerca.

A pesar de estar rodeada de gente en todo momento, a pesar del tiempo que ha pasado desde la última vez que se vieron, el vínculo que la une con su mellizo continúa intacto. Aun oculto, su presencia le resulta evidente. No necesita verle. Su cercanía le hace sobresalir por encima de todo el barullo de la calle. La está siguiendo desde el momento de su aterrizaje.

–Al menos no se ha dejado ver. Algo es algo.

Toma varios desvíos buscando lugares menos poblados. Trata de asegurarse de que nadie más le sigue. No hay agentes de uniforme ni de paisano. Tampoco hay demasiadas cámaras por la zona. Todo parece correcto. No es una zona especialmente recomendable, pero tampoco se trata de un suburbio. El pasar desapercibida y la intimidad parecen posibilidades relativamente viables. Lo serían si no llevase el uniforme. Otro error de novata. Tendría que haber pasado por su alojamiento antes de venir. No es conveniente que la vean por aquí. Menos aún junto a un sospechoso.

–¿Quieres dejar ya este juego? –una vez que se ha asegurado de que nadie más le sigue, no está de humor para continuar jugando al ratón y el gato.
–Tú eres la súper espía y a la que le gustan los secretitos –guiada por su voz no tarda en ser capaz de verle. Es bueno. Estaba más cerca de lo que creía.
–¿No podías haber elegido un sitio un poco más agradable para juntarnos? –las viejas costumbres no tardan en regresar. El acto reflejo de tratar de sacar al otro de sus casillas regresa como un resorte automático.
–No te metas con mi barrio –su voz parece distinta a la que recordaba. Hay un leve deje en ella que no es capaz de ubicar, pero el tono sigue siendo perfectamente reconocible.
–Si esto es lo mejor a lo que puede aspirar uno por aquí, me alegro de haberme ido.
–¿A la señora funcionaria no le gusta mezclarse con la chusma? ¿Crees que eres demasiado importante como para mezclarte con nosotros?
–Tiendo a valorar la privacidad y la discreción. Más aún cuando se trata de asuntos delicados.
–Sus secretos están a salvo conmigo, agente. Al contratar mis servicios se garantiza la confidencialidad.
–Déjalo –este juego infantil ya se está alargando demasiado y no va a llevarla hasta ningún lado–. Vamos hasta algún lugar más privado.
–¿Me vas a decir a cuento de qué viene todo este misterio? –hay cosas que no cambian nunca. Sigue siendo tan irritante como siempre– ¿No estoy al día en el pago de mis impuestos?

Sigue siendo un inconsciente. No parece tener la más mínima idea del lío en el que está metido o de lo que puede suponerle a ella. O lo ignora o lo oculta muy bien. Nada nuevo por ese lado. Tendría que haberlo esperado. Siempre sucede lo mismo. Cada vez que su nombre, el de alguno de sus alias o el de cualquier cosa relacionada con él, aparece en el sistema, siempre resulta ser el síntoma inequívoco de que algo va a comenzar a ir muy mal para ella. No importa que elija o no intervenir, siempre le salpica. Está harta de esto.

Le mira y otra de sus máscaras cae. No puede evitar sonreír mientras se pregunta, ¿en qué lío te has metido esta vez, hermanito? ¿En qué lío me vas a meter?
Su sonrisa se apaga cuando se acuerde del difunto. Ahora tiene ante ella a uno de los sospechosos. Debe mantener la compostura. Guardar las distancias. Aún no ha llegado el momento de sacar conclusiones. Debe acallar la sensación de complicidad que la asalta cada vez que están juntos.

–El misterio tendrá que prolongarse un poco más –recupera parte de su entereza y opta por hacerle sufrir un poco. Su relación siempre ha sido complicada y contradictoria–. Pero las preguntas las haré yo y, créeme, no quieres que te las haga en público.
–Como quieras.

Se hace el silencio mientras se miran fijamente. Los viejos juegos regresan. El duelo de miradas a la espera de que uno flaquee.

–¿Cómo puedes ser tan idiota? –masculla para sí misma mientras golpea su hombro. No sabe a ciencia cierta si este apelativo va dirigido a su hermano o a ella misma–. Un matón –su mirada va perdiendo la dureza. Trata de resistirse, pero finalmente cede al impulso y se acerca para abrazarlo–. Entre todas las opciones posibles, mi hermano tenía que terminar por convertirse en un matón.
–Un agente libre –Sersby le corrige hablándole con suavidad al oído mientras sus cuerpos entran en contacto–. Yo también te he echado de menos.

El momento de relajación dura poco. Tan pronto como comienzan a caminar, la sensación de intranquilidad regresa. Le acompaña durante todo el trayecto. Su conversación se ve interrumpida cada vez que decide tomar un desvío. Cuando su ruta cruza delante de una cámara. Cada vez que etiqueta a alguno de los viandantes como sospechoso.
Cuando no está en tensión, el camino se encuentra presidido por el silencio. Por una quietud incómoda que apenas son capaces de romper con sus torpes intentos de conversación trivial. Breves insertos que apenas logran prolongarse durante más un par de frases.

–Vamos a tener que buscarnos unas vidas más interesantes –trata de quitar hierro a la situación. De recuperar la conexión perdida con su hermano. Con alguien a quien apenas conoce. Por otro lado, su propia vida personal es inexistente. Todas sus anécdotas están relacionadas con el trabajo. Con asuntos en los que es imperativa la confidencialidad.
–Oh, mi vida es muy interesante. Seguro que te puedo sorprender con alguna anécdota, pero algo me dice que eso no me resultaría muy conveniente.
–Touché –fuerza la sonrisa, pero hay tristeza en su mirada–. Ojalá me hubiese mantenido alejada de ella –Sersby la mira con una mezcla de extrañeza y comprensión. Parece que ha encontrado un punto en el que ambos están de acuerdo.

Finalmente se detienen. Han dado tantas vueltas que no es capaz de identificar el punto al que han llegado. Ante ellos se encuentra la puerta exterior de uno de los bloques genéricos que dominan el paisaje. Un portal mal iluminado ubicado en un barrio que se esfuerza mucho en proclamar su peligrosidad.

–¿Vives aquí?
–Sí, soy el afortunado arrendatario de uno de los apartamentos que disponen de baño. Seguro que estás orgulloso de mí.
–No me hagas hablar.

Quizás sea un bloque de mala muerte, pero el acceso hasta él está vigilado por cámaras, al igual que el ascensor. Entran por separado y con un tiempo considerable de retardo. Sesby sube por el ascensor mientra que Lexa opta por las escaleras. Lo hacen en silencio deteniéndose con frecuencia. Evita cruzarse con los vecinos y las cámaras interiores.
El ascenso se le hace eterno y, a cada paso que da, su rabia y frustración aumentan. Unas emociones alimentadas por el mismo bucle de pensamientos contradictorios que le han acompañado desde que comenzó esta “misión”.

–Esto es un error. No tendría que haber venido. Deberíamos haber quedado en otro lugar. Idiota, idiota, idiota.

Antes de atravesar la puerta abierta del apartamento de Sersby es capaz de ver la expresión de impaciencia en su rostro.
–Muy buen, hermanita –trata de ocultarlo, pero los nervios le delatan–. ¿Qué amenaza para nuestro modo de vida te trae por aquí?
–Tú, imbécil –espera a que la puerta se cierre tras ella antes de responder. En ese momento su autocontrol se agota. Tenía la vana esperanza de que lograr mantener la calma durante más tiempo. El tono que ha utilizado desde el momento en el que se han juntado la ha transportado hasta cuando ambos tenían diez años–. Tú eres el sospechoso de un crimen. Tú eres quien puede conseguir que mi carrera se vaya a la mierda –aún no ha comenzado la conversación y ya ha conseguido sacarla de sus casillas–. ¿Te vas a tomar esto mínimamente en serio?

–Tendrás que ser un poco más explícita –hay sorpresa y dolor en su voz. Una ofensa parece sincera, pero que está acompañada por algo más. Por algo de lo que no se había dado cuenta hasta este momento. Una afección que no es capaz de determinar. Un pequeño tic nervioso que, haciendo memoria, juraría que ha estado ahí desde el momento en el que se han juntado–. Los matones como yo somos gente muy ocupada. Tú dime fecha y hora y consultaré mi agenda criminal. Si no eres un poco más específica, no voy a ser capaz de saber a cuál te refieres.
–El que tuvo lugar hace apenas cuatro días en el quinto nivel de Tríum –le empuja mientra habla. No hay rabia en esta acción, sino curiosidad. Quiere ser capaz de observar mejor sus reacciones.
–¿Qué? –no sabe a que responde su expresión de sorpresa, pero su tic nervioso se evidencia–. No sé de qué me hablas.
–Claro que lo sabes.
–No. En serio. Hace mucho tiempo que no hago nada ilegal por esa zona.
–Selish Kwan Yannmauth.
–¿Quién? –le queda claro que miente. Ha reconocido el nombre.
–El muerto cuya aparición “denunciaste anónimamente”.
–¿Cómo te...? –en otra situación disfrutaría de su expresión de desconcierto.
–Venga, sabes de qué trabajo. ¿Te crees que no tengo puestas alertas para que me avisan cada vez que la cagas? ¿Creías que esta era una visita social?
–¿Qué pasa con él?
–Dímelo tú –le deja espacio para que recule o termine de ahorcarse.
–Me encontré un muerto y avisé. ¿Qué tiene eso de malo?
–Casualmente pasabas por la zona.
–No he dicho eso, pero no le hice nada.
–¿Te debía algo? ¿Le debías algo a él?
–Que no. No nos conocimos personalmente.
–Sigue intentándolo.
–No. En serio. Solo era un encargo –mala respuesta. Primer error de concordancia.
–¿En qué quedamos? –sabe que nada que la siga le va a gustar. No han empezado y ya tiene clara su culpabilidad. Pero… ¿de qué?
–No lo conocía. Solo me contrataron seguirle.
–¿Para qué? –trata de mostrarse impertérrita. De ceñirse a los procedimientos y no sacar conclusiones apresuradas– ¿Quién te hizo el encargo?
–No lo sé –se detiene durante unos instantes y la mira con una mezcla de sospecha y extrañeza–. Nadie importante.
–¿Quieres dejarte de rodeos? –el muy idiota sigue con su juego. Aún no sabe cuántas cosas está tratando de ocultarle, pero algo no cuadra en su cambio de actitud. Parece tratar de provocarla. Mover ficha a la espera de lo que haga ella. Una jugada que no encaja con el curso de la conversación hasta este momento–. Ese “nadie importante” tendrá un nombre.
–¿A qué estás jugando? –esta pregunta la pilla por sorpresa mientras la expresión de sospecha en el rostro de Sersby se transforma en incredulidad.
–¿Qué clase de respuesta es esa? –esto no parece tener nada que ver con el difunto o con esta conversación–. ¿No te das cuenta del jaleo en el que estás metido?

Sersby se detiene de nuevo y la mira. Sonríe, pero no hay alegría en esa mueca. Lo que detecta en ella es una mezcla entre la expectación, la incredulidad. Entre la tristeza y la resignación. Un cóctel en el que no falta una leve pizca de diversión, pero esta no es la emoción que predomina. En este momento Lexa se da cuenta de que este era el punto al que quería llevarla.

–Entonces no lo sabes –su expresión cambia nuevamente. Se convierte en una amalgama entre la sorpresa y decepción. Emociones que parecen genuinas. Trata de no exteriorizarlo, pero es algo que a Lexa le resulta obvio. Que le hace temer la continuación de esa frase–. El cliente es mamá.
–Perfecto. Simplemente perfecto –se dice que esto era lo último que esperaba pero, al mismo tiempo, se recrimina por no haber sido capaz de verlo venir–. Cuando creía que este asunto no podía ir a peor –más complicaciones. Si su madre anda metida en esto, todo cambia–. ¿Qué ha hecho Inari? –se debate entre la ira y el deseo de que se trate de una broma– ¿Qué habéis hecho? –su mente regresa a la morgue. Todo adquiere una nueva perspectiva. Un abanico de posibilidades inabarcable.
–No he hecho nada –su mellizo no parece darse cuenta de lo que está pasando por su mente–. Ni mamá ni yo hemos tenido nada que ver con lo que le ha sucedido a ese tipo.
–¿A qué está jugando Inari ahora? –el rostro del difunto regresa hasta su primer plano mental. No puede evitar que la expresión que vio en él se imponga sobre cualquier pensamiento racional.
–Lleva años trabajando en la Qwan Shig. Hace ya mucho que no realiza experimentos por libre.
–¿Qué quería del difunto? –se aprovecha de la ira que siente en estos momentos para contener al resto de pensamientos.
–Era uno de sus compañeros del trabajo y comenzó a actuar de forma extraña. Solo me pidió que lo vigilase sin darme mucha más información. Quería saber los lugares que frecuentaba y la gente con la que se juntaba fuera de su lugar de trabajo.
–¿Y qué pasó?
–Le estaba siguiendo cuando comenzó a comportarse de un modo raro. Daba tumbos de un lado a otro hasta que empezó a tener convulsiones. Para cuando llegué hasta donde estaba ya había muerto, así que avisé a las autoridades.
–No te creo.
–¿Qué?
–No creo que fueses a socorrer a ese tipo.
–No he dicho que fuese a socorrerle.
–Entonces, ¿por qué fuiste hasta él? ¿Por qué avisaste a las autoridades?
–Yo…
–¿Qué me estás ocultando? No creo que sean tan torpe como para dejar tu rastro tan claramente en el escenario de una muerte sin obtener algo a cambio. Mucho menos después de no haberte identificado en la llamada.
–Te juro que la cosa fue así…
–¿Qué querías quitarle? ¿Qué quería Inari realmente de él?
–¡Nada!. ¡solo quería que le siguiese!. ¡Me acerqué para saber qué le había pasado!. ¡Había algo raro en lo que había pasado!.
–Pues, verá, señor “agente libre”. Dado su expediente, está usted entre los sospechosos de haber causado su muerte –su lenguaje corporal ha ido cambiando poco a poco antes de este estallido. La sospecha de que continúa ocultándole algo sigue ahí. Algo que no tiene nada que ver con el juego que ha mantenido hasta este momento–. Y, como comprenderá, su explicación deja bastante que desear.

Una vez más se hace el silencio y la tensión entre ambos se incrementa, pero Lexa sabe que esto no durará. Se mueve en un territorio conocido. Sus encuentros acostumbran a tener esta dinámica. Confrontación y juegos de medias verdades. Enfrentamiento, escalada de la tensión y ofensa fingida. Este momento pasará, y entonces no tendrá nada a lo que aferrarse. No quiere que los efectos del estallido de ira se diluyan. Es lo único que le permita contener lo que crece en otras porciones de su mente.

–¡Eso es absurdo!. ¡Es imposible que tengan nada contra mí! –Sersby, inmerso en sus propios pensamientos, no parece darse cuenta de su estado y continúa con su defensa.
–¡Claro, nada más allá de tu ADN por toda la escena! –trata de forzarse a sí misma a no pensar en la sensación que le ha invadido–. ¡Nada salvo una coartada de mierda! –el aquí y el ahora se convierten en algo difuso–. ¡¿De dónde pueden sacar algo contra ti?! –su memoria sensorial se disocia. Se ve arrastrada fuera de esta habitación.
–¡¡¡Joder!!!. ¡¿Me estás diciendo que van a tratar de encasquetarme esa muerte por tratar de ayudarle?!
–¡¿Esperas que alguien se crea que fue una muerte natural?! –el momento que se va dibujando en su mente ya no parece un recuerdo–. ¡¿Que se va a aceptar que alguien como tú se limitaba a pasar por allí?! –permanecer en este lugar le resulta agónico. Formar cada nueva palabra requiere de más fuerza de la que es capaz de recuperar–. ¡No sé lo que hiciste o dejaste de hacer, pero sea lo que sea va a terminar por salir a la luz!.
–¡No van a descubrir nada porque no hay nada que descubrir!.
–Lo que te estoy diciendo… –el recuerdo de la morgue se apodera de su “ahora”. La mirada del difunto se centra en ella aun oculta tras unos párpados cerrados–. Lo que te estoy diciendo… –puede verlos mirándola fijamente a través del campo de contención que la separa del cuerpo–. Lo que te estoy diciendo… –atravesando espacios infinitos repletos de dolor y pesadillas–. Lo que te estoy diciendo… –los siente dentro de su piel. Escudriñando sus pensamientos.
–¡No sé qué cojones le pasó, pero yo no le hice nada!.
–Cállate. Por favor, cállate –trata de controlar su respiración y fracasa. Apenas consigue tomar aire. Algo parece aplasta sus pulmones mientras su pulso no deja de acelerarse–. Solo necesito un segundo –la habitación se solapa con… otro lugar mientras el suelo desaparece. El vértigo invade todos sus sentidos–. Solo… –cierra los párpados mientras se tapa el rostro con ambas manos. Busca la oscuridad. Alejar a su mente de aquello que le muestran sus sentidos. No es capaz de escuchar las palabras de Sersby. Las únicas frecuencias sonoras que logran llegar hasta sus tímpanos parecen atravesar capas y capas de distorsión. Como si ella se encontrase sumergida bajo el agua. Oscilan y reverberan de tal manera que puede verlas en su mente. Se mueven en un contexto casi líquido. Adoptan formas que no es capaz de comprender.

–¿Lexa?

Cuando Sersby finalmente es consciente del estado de su hermana su voz no es capaz de llegar hasta ella.
Tras un momento de duda, sujeta con fuerza sus manos y se las aparta del rostro, pero ella continúa siendo incapaz de verle. Lentamente, aumenta la presión que ejerce sobre ellas. Sus dedos se contraen y superponen unos sobre los otros. El dolor no tarda en llegar. Un dolor que es capaz de traer la consciencia y los sentidos de Lexa hasta la habitación. Que le permite contemplar el rostro de su hermano. Un rostro en cuya expresión se muestra mucho más que la mera preocupación.
Es capaz de ver en él una cercanía y una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Una comprensión y una empatía que no creía posibles. Una apertura y una fragilidad de las que nunca había creído capaces a su hermano.

–¿Cuándo empezó? –el dolor en su mirada le dicho el tiempo de los juegos ha terminado. Ubica en un nuevo contexto todas las evasivas que ha recibido hasta este momento. Dota de veracidad a la rabia que ha mostrado, pero no a su relato– ¿Qué es lo que te pasa?
–Todo ha empezado hoy, pero llevo un tiempo sintiéndome rara. No dejo de tener la sensación de que lleva tiempo gestándose. ¿Qué me dices de ti?
–No lo sé muy bien –Sersby tarda unos segundos en responder. Su ojos se cierran al tiempo que aparta la mirada de ella, pero esto no es suficiente para enmascarar unos síntomas que reconoce como propios–. Tampoco sé si quiero saberlo –suelta sus manos para poder darle la espalda.
–¿Han vuelto los ataques? ¿Se lo has dicho a Inari?
–No y no –continúa evitando su mirada mientras aumenta la distancia–. Esto no tiene nada que ver con las migrañas. Tampoco quiero volver a ser un puto sujeto de pruebas.
–¿Tiene algo que ver con el muerto? –cada vez se va sintiendo más reflejada en su lenguaje corporal. En lo que parece ser una lucha interior que está perdiendo. Solo recibe silencio y una mirada esquiva como respuesta.

Lexa toma asiento tratando de recuperar fuerzas mientra ve cómo su hermano recorre la habitación. Este movimiento no parece destinado a evitarla, sino a tratar de huir de lo que sea que esté sucediendo en su cabeza. Respira de forma pesada y no logra evitar que leves espasmos recorran su cuerpo. Impulsos que son disparados al entrar en contacto con cualquier elemento de la habitación. Su andar es errático y no parece tener un propósito claro. Entra y sale de las habitaciones. Recoge las cosas esparcidas en la mesita y ordena las estanterías. Acciones que parecen destinadas a confirmar que realmente se encuentra en este lugar.

–Vaya par que estamos hechos –no puede evitar que la desgracia compartida mejore su estado de ánimo. Encontrar una cierta ironía en el paralelismo de sus situaciones–. Parece que los dos estamos bien jodidos.

El vagar de Sersby no se ve alterado por sus palabras. Continúa ausente. Temblando. Sus puños y ojos se cierran. Sus dientes se aprietan y su espalda se curva con fuerza cada vez que algún espasmo recorre su cuerpo. Cómo se tensa de la misma manera en la que lo haría de haber recibido un golpe.

–¿Sersby? –no sabe qué hacer o cómo reaccionar. No se ve capaz de hacer nada, y la sensación de impotencia no hace nada por mejorar su propia situación.

Su hermano se apoya contra una de las paredes y comienza a palparse ambos brazos. A apretar con fuerza. Poco después de hacer esto, la sangre comienza a empapar una de las mangas de su camisa.

–solo sentí dolor –su voz tiembla cuando vuelve a hablar, pero se detiene de inmediato.
–¿Cuándo?
–Cuando le vi la cara a aquel desgraciado –hay rabia en sus palabras, pero no sabe contra quién va dirigida–. No sé qué me hizo, pero era como si sus ojos muertos me atravesasen. No era capaz de apartar la mirada de él. Ni siquiera podía pestañear. Pero aquello no era lo peor. Había algo más. Algo peor que el dolor. Un miedo que no sabía de dónde venía –ya no queda ningún rastro del personaje burlón y lleno de confianza con el que se ha juntado hace unas horas–. Aquella sensación de impotencia era lo que llevaba peor. Lo que me dolía más que cualquier otra herida que me hayan hecho nunca –se detiene de nuevo. No parece tener problemas para recordar, sino todo lo contrario. La viveza de estos recuerdos lucha por hacerse con el control–. Y te puedo asegurar que conozco un montón de formas de dolor –un amago de sonrisa se asoma en su rostro, pero no tarda en verse deformado por lo que parece ser un nuevo ataque.
–Déjalo –no sabe hasta qué punto le detiene para alejarle del recuerdo o para calmar la ansiedad que le genera verle así–. Creo que con lo que me has contado ya es más que suficiente.
–Ojalá desconectarme de esta mierda fuese algo tan sencillo. Ni siquiera tengo palabras para describirla… y creo que es lo mejor.
–¿Te había sucedido algo así con antes? –pasan varios segundos de tensa quietud antes de que obtenga una respuesta. Antes de que la mirada de Sersby se asemeje a la persona con la que se ha juntado.
–No. Nada parecido –regresa la expresión burlona, pero ahora la ve como algo forzado–. De todas formas, me parece que no he sido el único con problemas a la hora de sincerarse en esta conversación.
–Mejor dejamos esa parte para otro momento. Creo que tengo tantas ganas de hablar de ello como tú –trata de quitarle importancia, pero incluso el pensar sobre ello le genera ansiedad–. Aun así, creo que mis alucinaciones no son algo tan intenso como las que tienes tú.
–Oh, lo mío son mucho más que una mera alucinación. Te puedo asegurar que mi cuerpo aún tiene secuelas de aquello.
–¿Qué clase de secuelas?
–De las que te dedicas a fardar durante una borrachera. He tenido suerte y los doctores han conseguido arreglarme un poco, pero aún quedan unas cicatrices muy bonitas. Eso y otras heridas que se empeñan en no cerrarse.
–No termino de entenderte –Lexa no quiere forzar a su hermano a seguir por ese camino, pero no puede evitar que se apodere de ella una curiosidad que oscila entre el morbo y el temor; la sensación de que sus experiencias están ligadas de alguna manera–. Creía –deseaba– que esto era algo puramente psicológico.
–Igual lo es. ¿Yo qué sé? –nuevamente se hace el silencio–. ¿Me hice yo esto –descubre uno de sus brazos y este se encuentra cubierto de heridas. No todas ellas parecen viejas y algunas de ellas aún sangran–, o me lo hizo algo que llevaba dentro? La cosa es que, para cuando me encontraron… donde sea que me encontrasen, casi era tan fiambre como el tipo al que había dejado. Había perdido tanta sangre, tenía una colección tan completa de infecciones y… cosas que me dijeron pero no he sido capaz de entender, que nadie se creía que un cuerpo humano fuese capaz de sobrevivir a semejante desastre. Por lo que me han dicho, los doctores flipaban con lo que vieron aquel día. Alguno incluso me ha llamado para hacerme algún análisis fuera del seguimiento rutinario. Me he vuelto alguien de lo más popular.
–¿Qué está pasando en esta ciudad? –en esta ocasión es capaz de ver por encima de la socarronería de su hermano. En el miedo que es capaz de detectar en su mirada encuentra un reflejo del suyo propio. Primero la doctora y ahora Sersby. Ninguno de sus síntomas cuadra con los de los demás o con los que ha leído en la autopsia. Esto está muy lejos de poder considerarse un escenario aceptable.
–Prefiero seguir ignorante. Lo único que sé es que hay veces en las que esto resulta útil –señala las heridas abiertas–, pero tampoco diría que es una solución estupenda. Porque no solo es el dolor, la desorientación o el miedo. Luego empezaron los sueños… lo que espero que sean sueños. Por suerte, cuando me despierto apenas recuerdo qué es lo que ha hecho que me cague vivo mientras dormía. Todo eso, y los ataques que tengo al azar en cualquier momento.
–Con todo lo que me estás contando, ¿cómo puedes saber a ciencia cierta que, en tu estado alterado, no fuiste tú el causante? –esta pregunta debería sobrar, ¿qué podría hacer su hermano que provocase unos síntomas como esos?, pero forma parte del protocolo. Debería ser un mero formalismo… pero con Inari por en medio cabe la posibilidad de cualquier cosa.
–Yo... –Sersby duda, y su duda parece sincera– no lo sé.
–¿Qué quería Inari de ese hombre?
–No lo sé. Nunca se lo pregunté. Ya sabes. No es bueno para el negocio.
–¿Está ahora en Tayshak?
–Ni idea. No he hablado con ella desde entonces. Aparte de eso, tampoco quiero contarle todo lo que me ha pasado. Seguro que me echaba la bronca por dejar que otro matasanos me meta mano.
–Llámala. Tenemos mucho de lo que hablar.

Hablar con su madre es lo último que desea hacer en estos momentos, pero necesita algo a lo que enfrentarse. La rabia le permite tener alejados los pensamientos que luchan por aflorar. Los miedos que el relato de su hermano ha intensificado.
Trata de prepararse mentalmente para otra serie de mentiras, medias verdades e intentonas para desviar el foco de la conversación. Para los intentos de su madre de humillarla y ningunearla. Muy en el fondo, desea creer que ningún miembro de su familia ha tenido nada que ver con el caso, pero está convencida de que ninguno de ellos se lo va a poner fácil.
Desea encontrar una persona diferente al otro lado. “Puede haber cambiado”, se dice a sí misma, pero este no es un pensamiento nuevo. Es un deseo que viene de lejos. Uno que nunca se ha cumplido. Inari lleva siendo ella misma desde hace milenios. Duda que a estas alturas vaya a encontrarse con algo nuevo.

–Espero que tengas una buena raz… –la voz de su madre la saca de sus pensamientos. No sabe cuánto tiempo ha estado perdida en ellos. Ni siquiera se ha dado cuenta de la luz que proyecta la pantalla hasta este momento–. Lexa, qué sorpresa verte.
–Hola, Inari –trata de imprimir un tono frío y profesional a su voz.
–No te esperaba en la ciudad. ¿Estás de vacaciones?
–No. Trabajo –no quiere alargar esto, y sabe que no va a encontrar un momento el que sacar esto de forma delicada–. La muerte de Selish Kwan Yannmauth.
–Una gran pérdida –el rictus de su rostro no cambia.
–¿Quién era? ¿Qué querías de él? ¿Qué lo mató?
–¿Estoy siendo investigada?
–Aún no. No oficialmente.
–En ese caso, me abstendré de responder.
–No esperaba menos de ti.
–Querida, si ya tienes todas las respuestas que estás dispuesta a aceptar, ¿para qué pierdes el tiempo formulando esas preguntas?
–Te doy la oportunidad de que me demuestres que estoy equivocada –su madre no ha perdido en mordacidad–. Eso es algo que siempre has disfrutado.
–En ese caso ven mañana a mi oficina –esto ha ido tan bien como podía esperar–. Sersby conoce el lugar. Os haré un hueco en mi agenda cuando me confirmes la hora.

El rostro de su madre desaparece del monitor haciendo que la luz en la habitación regresa a estado anterior.

–Está visto que la diplomacia no es algo que os enseñen en la academia Italerien –el tono de Sersby trata de ser burlón pero también conciliador–. ¿Quieres que te acompañe mañana, o prefieres no tener testigos de lo que vas a hacer?
–Inari Dwan es un objetivo demasiado peligroso como para que un único agente pueda acabar con ella –se alegra al descubrir que aún es capaz de esbozar una sonrisa sincera de complicidad ante el comentario de su hermano–. Agradeceré cualquier ayuda que me puedas prestar.
–Si no te importa compartir techo con un sospechoso de asesinato, tienes un hueco en el sillón.
–Gracias, pero creo que será mejor que regrese a mis alojamientos –la propuesta es tentadora. La compañía le vendría bien y, por otro lado, en ninguna parte va a encontrar a nadie que le entienda de la misma manera. Nadie que sepa mejor por lo que está pasando. Quedarse aquí podría ser el mejor de los regalos posibles. Pero tiene miedo. Miedo de lo que les pueda suceder a cualquiera de los dos. De la sensación de impotencia que le genera todo esto–. Por otro lado, será mejor que acuda a la cita de mañana con otra pinta –la excusa es parcialmente cierta–. Además, el paseo nocturno me vendrá bien el paseo.

El uniforme le resultaba útil para su visita al cuartel, pero fuera de ese entorno resulta algo demasiado llamativo. Por otro lado, su localizador ya ha permanecido desactivado durante demasiado tiempo sin una razón reportada. Puede que no se encuentre en una misión pero sigue en activo y su derecho a la privacidad solo es algo de lo que puede disfrutar cuando está fuera de servicio. Sus problemas para concentrarse le han jugado una nueva mala pasada. Tendría que haber planificado esto mejor. En cualquier otra ocasión habría tenido coartadas y señuelos para casi cualquier situación probable, pero ha venido hasta aquí sin tomar apenas precauciones.

–No te culpo –Sersby trata de fingir de nuevo un tono de complicidad, pero el momento ya ha pasado–. Seguro que tu posición te permite un amplio abanico de alojamientos en los niveles superiores –no es capaz de ocultar un cierta decepción tono de tristeza en su voz. Necesita tanto como ella la compañía.
–Me estás confundiendo con los tipos de las medallas –Lexa trata de recuperar el momento sin éxito–. Cuando hago bien mi trabajo solo se enteran mis superiores, y quienes nos dedicamos a mirar pantallas y preparar informes no gozamos de grandes privilegios.

Mientras abandona el apartamento su mente continúa dividida. Diluida en un mar de dudas. Entre la mentiras que es su vida oficial y lo que le espera si todo lo que puede salir mal en este caso se alinea. Entre las incertidumbres y los miedos. Su vida ya es demasiado complicada como para agregar nuevos factores. Pero ya es tarde. Ya está dentro de lo que sea que está sucediendo aquí. De un problema cuyo foco parece ligado íntimamente a su familia.

–––––––––––––––––––

–Recluté a Selish poco antes de que terminase en la universidad –sentada detrás del escritorio de su despacho, Inari se muestra extrañamente abierta. Aún no sabe si esto es algo bueno o algo malo. Solo sabe que la inquieta. Trata de localizar el origen de esta inquietud pero no logra dar con ella. Puede venir dada por el exceso de cordialidad que muestra o por lo que se oculta tras su mirada. Esa expresión que siempre parece indicar que tiene la situación bajo control. El primero de estos rasgos es algo que Lexa rara vez le ha visto mostrar cuando se relaciona con ella. El segundo es el rasgo de ella que siempre le ha puesto más de los nervios. A pesar de esto, no le cabe duda de la falta de sinceridad de su madre. Es consciente de que la única información que va a sacar de esta conversación es la que le resulte conveniente a Inari. Quizás logre ponerla en evidencia por algún pequeño detalle, pero duda que esta sea una recompensa que convierta esta visita en algo útil–. Era uno de los menores alumnos de su promoción, y su licenciatura en Ciencia Arcana con especialidad en axiofísica lo convertía en un candidato ideal para el proyecto en el que me encontraba inmersa.
–Por favor, Inari, ahórranos la parte biográfica y, a ser posible, también los detalles técnicos. ¿Por qué pediste a Sersby que le investigase?
–Descubrí accesos anómalos a nuestros bancos de datos, y que se estaban utilizando las infraestructuras de la empresa para realizar simulaciones que no estaban relacionadas con nada de lo que se desarrolla aquí. No fue complicado averiguar las credenciales de quien estaba haciendo aquellos acceso pero, antes de denunciarle, quería asegurarme de que para quién las hacía. Al no saber si se trataba de espionaje industrial o de algún proyecto personal, preferí darle un voto de confianza y asegurarme de sus intenciones antes de actuar.
–Cuánta magnanimidad. Ante un posible caso de espionaje decidiste involucrar en ese asunto a tu hijo. Y tú, pedazo de descerebrado, aceptaste sin saber dónde te metías.
–Esa es una visión tremendamente simplista.
–Mamá –ha conseguido que utilice “esa palabra” para referirse a ella. Se siente decepcionada consigo misma. No ha tardado nada en lograr sacarla de quicio–, tu empresa tiene contratos con el ejército. Si sospechas de una filtración de cualquier tipo lo primero que tendrías que haber hecho es denunciarlo. ¿Es que soy la única persona con dos dedos de frente en esta familia?
–De cualquier manera, una vez muerto es altamente improbable que descubramos cuáles eran sus propósitos.
–Por supuesto, lo importante es eso –acaba de empezar y la conversación ya va cayendo en barrena–. Te vas a quedar sin tu respuesta de mierda. Pobrecita, su curiosidad no va a poder ser saciada. Y, ya de paso, “aquí no ha pasado nada”. No vas a denunciar el posible acceso a datos clasificados. Si no sale a la luz que estaba haciendo algo turbio, tú tampoco te verás afectada como responsable de su contratación.
–Puedes dejar la pose de ofendida cuando quieras. No voy a negar la conveniencia de lo sucedido, pero eso no me convierte en culpable de nada. Desconozco lo que hacía, para qué o para quién lo hacía. Si tanto te interesa este asunto, puedes presentar la denuncia. No tengo nada que ocultar. De cualquier manera, nada de esto implica cualquier tipo de implicación por mi parte en la muerte de Selish. Sersby estaba ahí. Puedes hacerle todas las preguntas que quieras.
–Tu calidad humana me embarga. Se nota que le tenías mucho aprecio.
–Querida, cuando tu edad se cuenta por milenios, que alguien cuya esperanza de vida apenas llega a los doscientos años muera a los treinta apenas supone una diferencia.
–Por suerte cada vez quedan menos como tú –ha tardado más de lo que esperaba, pero ahí está una vez más–. Algún día, fósil anacrónico, de tanto usar ese argumento se te terminará por atragantar.
–Si no tienes ninguna acusación más que proferir, tengo cosas que hacer.
–No, gracias –tal y como esperaba, esto solo ha sido una pérdida de tiempo–, me ha quedado más que claro todo lo que estás dispuesta a aportar en la investigación –quizás algunas cosas sean capaces de cambiar, se repite Lexa una vez más, pero su madre nunca dejará de ser una barrera insondable, impenetrable y monolítica prepotencia.

Tal y como esperaba, al salir del laboratorio Lexa tiene más preguntas que cuando ha entrado. No sabe qué investiga ella ni a qué se dedicaba el difunto. Por otro lado, el nivel de seguridad la Qwan Shig es muy elevado. No puede entrar a hacer preguntas sin una razón oficial. Quizás pueda tratar de sacar algo de información del personal. Por más concienciados que estén con los protocolos de seguridad, la ingeniería social siempre le ha resultado muy útil, pero eso requiere de tiempo. Un elemento del que no sabe si dispone.
Por otro lado, también ha salido del laboratorio con un nuevo dilema. ¿Debe denunciar a su madre?
Recorre los pasillos de salida tratando de recabar algún tipo de información. Tratando de crear perfiles de la gente con la que se va encontrando. Buscando informadores potenciales. Arrepintiéndose de no haber venido con uniforme.

–Igual así le habría hecho sudar un poco –tendría que haber venido con un plan más sólido. Con más información.
–Lexa –la voz de Sersby y su contacto vuelven a traerla de vuelta.
–Tú también podrías haber dicho algo ahí adentro –aparta su brazo de un manotazo y se le queda mirando con expresión de pocos amigos.
Sersby no dice nada y se limita a devolverle la mirada y esperar. A todas luces no ha sido capaz de engañarle ni provocarle con su arranque.
–Menudo apoyo que me he traído –bromea tras unos momentos de silencio.
–¿Para qué iba a decir nada? –le devuelve la sonrisa–. Tú lección de diplomacia me ha dejado sin palabras. Un descerebrado como yo no tenía ninguna posibilidad de aportar nada ante semejante alarde de de elocuencia y saber estar.
–No sé cómo lo consigue –prefiere centrar su atención de nuevo en su madre– pero siempre terminamos igual –nunca se habría imaginado que ella acabaría siendo el menos de sus males.
–¿Y qué hacemos ahora?
–Estoy totalmente a ciegas, y todo me dice que me largue de aquí. ¿Puedes contarme algo más? ¿Algo chungo o turbio que descubrieses acerca de ese tipo? ¿Algo que centre el punto de mira sobre otro?
–¿Qué quieres que te diga? Era un cerebrito sin vida social. Los únicos lugares entre los que se movía eran su trabajo y su apartamento. Durante todo el tiempo que le seguí creo que solo le vi saltarse esa rutina. Un día que había quedado con una tipa, pero no era nadie interesante. Otro cerebrito. Una antigua compañera de clase por lo que pude averiguar.
–No me das gran cosa con la que empezar a trabajar.
–Cada uno juega con lo que tiene.
–Entiendo que no sacaste nada jugoso cuando la investigaste.
–Nada. Ya te digo. Otra científica loca sin vida social. Ahora que lo pienso… puede que tenga menos vida social que el otro incluso ahora que está muerto. Parece una de esas fanáticas de la privacidad. Si logré enterarme de su dirección fue la seguía. No encontré nada sobre ella en el sistema. Me dediqué a esperar a que saliese de su apartamento durante unos cuantos días y no volví a verle el pelo. Supongo que pediría la comida a domicilio, porque tampoco llegué a verla salir para hacer la compra.
–Bueno, eso suena como algo parecido a un comienzo –algo con en lo que centrar su atención–. Puede estar ocultando algo. En fin, es lo único que tenemos. Dime el nombre de la chica. Veré si mis fuentes me pueden decir algo de ella.
–Daina. Daina Sij Ipsilaya.
–No me suena haber leído ese nombre en la documentación del caso. Pásame todo lo que tengas de ella. Más allá de eso, hasta no te avise intenta no hacer ninguna tontería.
–Descuide, agente. Solo soy un honrado ciudadano respetuoso de la ley.

Se produce un breve momento de silencio e incomodidad antes de que los dos acepten que la conversación ha terminado. Una situación empeorada por la indecisión a la hora de decidir qué dirección tomará cada uno. Se separan sin volver la mirada o decir nada más. Sin exteriorizar los temores que comparten. Sin saber muy bien qué hacer a continuación, pero con la necesidad imperiosa de hacer algo. De centrar su mente en algo que las mantenga ocupadas.

De repente, el miedo lo inunda todo. No han entrado en juego nuevos factores. No se ha hecho consciente de nada que no supiese hasta este momento, pero nada de eso importa. Desde el momento en el que se inmiscuyó en este momento ha sabido que cualquier acción que vaya a llevar a cabo tendrá repercusiones. De manera independiente a los métodos que utilice, su investigación dejará un rastro de datos. Generará una serie de herramientas que, más adelante, podrán ser usado en su contra. Siempre lo ha sabido pero, en estos momentos, la inquietud y la necesidad de precaución están siendo sobrescritas. Lentamente, van siendo sustituidas por el pánico. La mente de Lexa queda sumida en un torbellino de ideas y sensaciones. En un lugar que no se ve capaz de controlar.

–Idiota –la letanía que la acompaña desde que ha llegado regresa–. Esto ha sido un error. Solo tienen que sumar dos y dos. En cuanto alguien mire los familiares de “uno de los sospechosos” no tardarán en unir cabos. Saltarán todas las alarmas. Tu carrera se ha ido a paseo.

Cierra los ojos y trata de respirar con calma. Ha creado medidas de contingencia. Tiene respuestas plausibles para las preguntas más probables. Lo único que debe hacer es continuar con el perfil bajo. Ser cuidadosa con las pesquisas que lleva a cabo. No está en ningún caso, así que no puede usar los métodos oficiales. Alguien de su rango no puede auditar la vida de un civil sin que salten varias alertas. Debe mantenerse alejada de los medios oficiales. Para continuar con esta investigación tiene que hacerlo de la forma más anónima que le sea posible.

Por otro lado, cuando más retrasa su decisión, más se acerca su mente hacia el abismo. A otros miedos que van ganando fuerza. Hasta un lugar que poco tiene que ver con repercusiones legales o consecuencias laborales. Hasta unos ojos cerrados que la miran desde el interior de su propia mente. Se encuentra en una calle abarrotada pero eso no le impide sentir una soledad asfixiante. Ya no tiene a su hermano junto a ella y la rabia generada por su madre se va diluyendo. No le quedan anclas a las que aferrarse. Ningún lugar al que encadenar su mente para evitar que regrese a la deriva. El volumen de las voces a su alrededor comienza a distorsionarse. Sus frecuencias se atenúan mientras los rangos que es capaz de percibir se expanden. Incluso las luces que iluminan la eterna noche en la que viven los niveles inferiores parece diferente. Todo se ve difuso y teñido por un tamiz ocre. El mismo aire parece arrastrar una neblina de óxido. Una nube cuyo origen no es capaz de percibir, pero que sabe que se encuentra lejos de la ciudad o del mismo mundo.
Más allá de donde son capaces de alcanzar sus sentidos su intuición le dice que algo le está aguardando. En el umbral que separa las realidades una presencia informe se extiende de tal manera que lo abarca todo. Se puede ver por encima de los edificios y solapándose con ellos. Existe junto a ella y más allá del horizonte. En su interior bajo sus pies. Esta sensación lo ocupa todo. Llena todos los espacios. La ciudad pasa a encontrarse detrás de un velo difuso. De una fina lámina proyectada por su sombra. El horizonte que percibe Lexa se invierte. Con cada movimiento de esta entidad la ciudad se aleja. Con cada uno de ellos, la misma realidad parece retorcerse y quebrarse. Generan perturbaciones allí donde posa sus infinitos ojos. Ondas que, al entrar en contacto con el oxígeno, provocan que la atmósfera parezca gemir de dolor. Hay en este sonido una cualidad física. Una reverberación que no solo llega hasta sus oídos sino que también golpea su pecho y abdomen. Que transforma y consume cada átomo de su interior.

Hay algo terriblemente familiar en la mirada indiferente de esta entidad sin rasgos. Algo que la vincula con los temores encerrados en lo más profundo de su mente. En el corazón de esta mirada sin ojos, en el vacío que Lexa es capaz de percibir, habita algo que ella conoce pero no es capaz de ubicar. Sabe que esa es la presencia que la atormenta en sus pesadillas. Quien trata de arrebatarle el control. Quien expande su mente y sus sentidos para que sean capaces de experimentar nuevas formas de sufrimiento. Ambos se funden. En cada porción de su ser pasa a alojar un vacío insondable. Una vórtice que abarca cuanto su imaginación es capaz de concebir. Que le permite contemplar el final de mundos enteros. De sistemas, soles y galaxias. Una fuerza que le fuerza a devorar cuanto existe. A padecer, comprender y participar de cada agónica muerte que esto genera. Se ha transformado en el final. En la destrucción encarnada. En más de lo que su cuerpo o su mente son capaces de soportar. Su cuerpo se fragmenta a la par que su consciencia se ve diluida dentro de este nuevo ser. Lo físico y lo concreto dejan de tener sentido. Son conceptos ajenos a ella hasta que el roce con sólido le hace regresar parcialmente. En su estado de desorientación, sus movimientos espasmódicos han llevado a sus manos a tropezador con el arma que lleva oculta bajo sus ropas. Algo ajeno a ella. Un foco sobre el que comenzar a reconstruirse.

Un latigazo de dolor recorre todo su cuerpo. Un dolor diferente al que estaba experimentando. Uno más concreto y reconocible. Uno que logra disipar lo etereo. Su mente trata de aferrarse a esta sensación. A través de él es capaz de reconectar con un cuerpo que había olvidado. Con un cuerpo que no es capaz de comprender. Con la fuente de este nuevo dolor que la golpea. Apenas es capaz de reconocer quién es, pero su mente lucha por olvidar las experiencias por las que acaba de pasar. Por alejarse del lugar en el que acaba de habitar.

La oscuridad lo inunda todo. Una oscuridad provocada por su nuevo / viejo cuerpo. Por una parte de su topografía. Por unos párpados que permanecen cerrados. Dos órganos cuyo dolor les otorga nuevas cualidades. La presión a la que han estado sometidos parece haberlos inmovilizado. Se han convertido en sendos bloques solidificados e inamovibles. A su vez, tampoco es capaz de abrir su su mandíbula. Sus dientes parecen soldados. Lo único que es capaz de expresar su rostro es un rictus agónico. Tarda una eternidad en darse cuenta de que continúa conteniendo la respiración. Su cuerpo no recuerda los pasos necesarios para realizar este proceso. No es capaz de obtener una bocanada de aire. Pasa aún más tiempo hasta que es capaz de reconocer su propio peso. Hasta que se familiariza de nuevo con la manera en la gravedad tira de su cuerpo.

Finalmente logra separar sus labios. Abrir la boca para comenzar a respirar de nuevo, pero esta acción llega con un nuevo precio a pagar. Sus pulmones arden con cada bocanada. El oxígeno que comienza a renovarse en su sangre parece ser rechazado. Sus músculos y tendones continúan contraídos. Todo su interior se agita.
Su consciencia se resiste a regresar. Sus sentidos continúan embotados. Su cerebro no es capaz de interpretar las señales que le llegan a través de los oídos, el olfato o el tacto. Nota su peso, pero no el suelo sobre el que se sustenta. No es capaz de comprender su entorno natural. De enfocar o filtrar los impulsos. Se ve invadida por el vértigo mientras los sonidos de su alrededor provocan que su imagen mental de la realidad no deje de girar. No es capaz de ajustarse a su ritmo y nota cómo comienza a caer, pero algo detiene su descenso. Pasan unos momentos adicionales antes de que vuelva a ser plenamente consciente de quién es o dónde se encuentra. Hasta que deja de sentir su pecho aplastado y nota con toda su intensidad el resto de sus heridas.
Pero nada de esto la ayuda. El temor solo va a más. Un temor que le incita a no abrir los ojos por miedo a lo que pueda encontrar ante ellos. Aun así los abre y es recibida por el rostro de un extraño. Por la expresión de sorpresa y preocupación de la persona que ha detenido su caída. Sus labios se mueven, pero no es capaz de escucharle. Continúa desorientada pero, por puro instinto, forcejea para tratar de librarse. La sensación de peligro no la abandona. Aún es incapaz de controlar el instinto primario. Se impone el deseo de huir de ahí. La necesidad de recuperar el control. De alcanzar una seguridad que no sabe si llegará a ser capaz de conocer de nuevo. Ideas que, en estos momentos, su mente no es capaz de concepualizar o concretar. Lo único que puede hacer es alejarse de este lugar. Del foco de su miedo. De un lugar que no es capaz de ubicar.

Cada paso y cada movimiento son una tortura, pero huye durante lo que le parece una eternidad. Busca un lugar en el que ocultarse. Un espacio en el que sus sentidos no la saturen. Donde sentirse segura. Agotada física y mentalmente, pierde el sentido en un callejón oscuro. En una zona poco transitada. Un lugar en el que nadie la molesta. Donde se despierta dolorida horas más tarde.

Lentamente, la consciencia regresa hasta ella. Es capaz de reconocerse. Finalmente recupera el control de sus pensamientos y reacciones. Todo su ser lucha por evitarlo, pero trata de hacer memoria de lo sucedido. Necesita saber dónde está y cómo ha llegado hasta aquí. Por más que se esfuerza, no logra obtener respuestas a ninguna de estas preguntas. Su mente permanece sumida en la confusión. Un estado agravado por el estado de deterioro de su cuerpo.

Los recuerdos llegan como un golpe. Como imágenes mentales que la ciegan. Recuerda la ausencia de un cuerpo. Sentirlo como algo lejano. Como algo ajeno. Recuerda su manos moviéndose de manera autónoma. Tanteando a ciegas bajo sus ropas. Aferrándose con fuerzas a su arma. A lo único que le proporciona algo de seguridad. Recuerda no ser capaz de tomar una decisión. No saber qué pretenden lograr su memoria muscular o su reflejos entrenados. A una porción de su mente tratando de luchar contra ellos. Recuerda el peso de sus dedos. La oposición que le presentaba su propio cuerpo. Su cuerpo… y algo más. Algo que era ella sin serlo. Recuerda su corazón desbocado. Ciertas clases de dolor que reconocía y el puntal al que esto le permitía aferrarse. Los ritmos y patrones de su cuerpo que era capaz de reconocer. El único indicio que le permitía saber que continuaba con vida. Recuerda sus pulmones dejando de moverse. El peso de una fuerza invisible que inmovilizaba su caja torácica. Cómo esta comenzaba a comprimirse. Recuerda a su cuerpo tensarse para recibir el disparo de su propia arma. El impacto. La intensidad del dolor. Regresar hasta una versión mermada de sí misma. La necesidad de huir.

–¿Qué estabas pensando? –no sabe qué pretendía esa parte de su ser que disparó. Si buscaba poner fin al sufrimiento o, de alguna manera, sabía que esta clase de dolor se impondría sobre el otro–. Supongo que esto explica que me duela todo –decide dejar la respuesta a tipo de preguntas para más adelanta–. Dentro de lo malo, supongo que he tenido suerte.

Evalúa la situación y lleva a cabo el control de daños. Su brazo izquierdo parece roto aunque, a pesar del dolor, es capaz de usarlo. Los daños en la cadera, a pesar de las molestias cada vez que camina, parecen haber sido más leves. Retrasa todo lo que puede el volver a hacerse preguntas. El aceptar que esto no ha sido una alucinación ni una pesadilla. El diagnosticar todas las molestias que conviven con las que han sido causadas por la onda de su disparo. Se resiente de heridas más profundas. Daños que se extienden por el interior de su cuerpo.

Continúa sin saber qué dispara estos ataques en ella. Cuál será su progresión. Si, en el próximo, tendrá la misma suerte que en este. Recuerda los brazos de Sersby. Las heridas que nunca se cerraban. Se pregunta cuántas veces se las ha abierto para salir de este estado. Si ha sido esta visión la que ha llevado a su subconsciente a autolesionarse. Durante cuánto tiempo esto le servirá para algo. Cuando más piensa sobre ello menos respuestas obtiene. De alguna manera que no es capaz de concretar, “siente” que esta es la culminación del malestar que le ha acompañado durante las últimas semanas. Que abandonar la ciudad no le pondrá fin. Lo único que sabe es lo que le dicta la experiencia. Cada nuevo episodio es más intenso e impredecible que el anterior. Debería acudir a los servicios sanitarios de la ciudad, pero eso sería una pérdida de tiempo. Si no han podido hacer nada por Sersby duda que puedan hacerlo por ella. No quiere que su nombre aparezca en los registros del sistema más allá de lo estrictamente imprescindible.

Ante ella se presentan dos opciones; el terror y la ira. Dejarse llevar por la desesperación o enfrentarse a un problema para el que no cree tener solución. El debate interno se prolonga más de lo que le habría gustado, pero llega hasta una conclusión. Parece que, poco a poco, su parte racional se va afianzando. Decide no regresar hasta el laboratorio para golpear a su madre hasta que suelte lo que sabe. No le cabe duda de que, de alguna manera, está relacionada con esto pero, por otro lado, también está convencida de que un acercamiento amistoso tampoco llevará a nada bueno. Como mucho se ofrecerá a experimentar con ella. A someterla a otra serie infernal de pruebas como las que padecieron ella y su hermano durante su infancia. Decide centrar su atención en Daina. En un clavo ardiente al que se aferra sin demasiada esperanza.

Tiene que comenzar a moverse cuanto antes. Trata de levantarse y las piernas le fallan. Su sentido del equilibrio aún es precario. Su cadera dañada tampoco ayuda. Salir de la oscuridad del callejón únicamente sirve para constatar que sus sentidos tampoco están completamente operativos. Incluso la luz reflejada la ciega y provoca nauseas. Camina torpemente busca un lugar poco concurrido. Se siente anquilosada. Indefensa. Necesita apoyarse en los edificios para continuar. No logra quitarse de encima la sensación de estar convirtiéndose en el foco de todas las miradas. Comienza a escribir un mensaje a Sersby por su canal privado pero lo borra. No quiere preocuparle, y sabe que tampoco va a poder ayudarla. Se limita a informarle de su localización.

Lentamente va recuperando parte de sus capacidades. Sigue cojeando, pero deja de necesitar apoyarse a cada paso. Es capaz de llegar hasta un lugar con una conexión pública. Necesita un acceso en el que sus consultas se pierdan dentro del ruido. Donde solo sea una voz anónima más dentro del flujo de comunicaciones de la ciudad. Inicia su búsqueda. Sus primeras indagaciones las realiza mediante preguntas genéricas. El perfilado estándar. Conectarse a las bibliotecas. Realizar preguntas de amplio espectro de las que se esperan respuestas acotadas. Rastrea los medios locales. Las fichas de las universidades. Encontrar un punto de partida sobre el que comenzar a construir.

Activa el generador de interferencias y se dirige hacia de nodo de información de la ciudad más cercano. Desde este momento se convierte en un borrón informe para las cámaras, pero debe tener cuidado. El uso de esta tecnología dentro de las ciudades es ilegal. Puede cubrirle de un descuido, pero debe seguir evitando las cámaras igualmente.

No tarda en descubrir que Sersby tenía razón, y esto es una mala noticia. En una búsqueda superficial, el perfil de Daina es el de una persona en apariencia anodina. Alguien reclusivo con una vida “normal”. Esta búsqueda no va a ser sencilla y la sensación de urgencia no deja de crecer. Su expediente universitario no le da nada sólido sobre lo que seguir trabajando. Buenas notas, pero no encuentra un expediente laboral. Raro. Inari dijo que el difunto fue una de los mejores de su promoción, pero ella estaba por encima. Las empresas tendrían que haberse pegado por ella. Algo no encaja, Finalmente una buena noticia. Esto excede con mucho a lo anodino. Su mente se olvida del miedo.

Ningún patrón de comportamiento “normal” genera esta ausencia de información. La ausencia de resultados en su búsqueda no deja de ser en sí misma un indicio. No encuentra nada personal que haya expuesto ella en los niveles más superficiales de búsqueda y, cuando profundiza un poco más, solo ve datos estrictamente profesionales que hace mucho que no se actualizan. No encuentra ningún tipo de interacción social o laboral. O es una paranoica o está tratando de ocultar algo.

Su historia laboral parece cuadrar con sus calificaciones. Un breve paseo por diversas tecnológicas para terminar estableciéndose como una consultora independiente. Una consultora que se ha promocionado muy poco. Una cuyo nombre no aparece en ningún “paper” significativo. Encuentra menciones a ella en investigaciones llevada a cabo por la Qwan Shig, Ánnaxis, Obaru, Tiweg y… Ryshlen. Documentos muy viejos. El más reciente no tiene menos de tres años. Después de esto… nada. No logra dar con ninguna otra actividad laboral. O se ganó muy bien la vida con aquellos encargos, o se ha estado muriendo de hambre desde aquellos días.

–¿Dónde has estado desde entonces? –parece que estaba bastante bien relacionada, pero varios años sin publicar nada es mucho tiempo– ¿Tanto dinero hiciste que no te ha hecho falta trabajar más?

Nada cuadra. El currículo es cuando menos extraño. No parece seguir ninguna patrón. Las primeras empresas parecen indicar que buscaba trabajar en un entorno estable. En uno con fuertes enlaces con el gobierno, pero el caso de Ryshlen rompe por completo con esta dinámica. Se sale del territorio conocido. Es un salto arriesgado. Una empresa pequeña cuya sede madre se encuentra en otro país. Aunque, mirado desde un cierto ángulo, sí que es capaz de ver cómo encaja en el patrón. En su consejo de dirección hay una presencia muy importante de puestos políticos. De consejeros y asesores designados a dedo por el gobierno de Torquall.

–Muy bien –el dato no deja de ser algo arbitrario. No conoce el detalle ni el contexto–. ¿Esto me sirve para algo? –uno del que ni puede extraer ninguna conclusión válida. Pero no tiene nada mejor a lo que aferrarse.

Decide apostarlo todo a esta corazonada. Acceder hasta el sistema cerrado de su departamento. Con esto pone en riesgo su deseo por mantener oculta su implicación en este caso, pero aún le queda algún recurso por explotar. Trata de acceder con varias credenciales que deberían haber sido deshabilitadas. Cuentas de un único uso sin una vinculación directa con ella. Los permisos de acceso que tiene con ellas son muy restringidos, pero suficientes para obtener la información que busca. Logra conectarse con la quinta de ellas. Alguien no ha hecho bien su trabajo, y esto es algo que le viene muy bien en estos momentos. Aun así, sabe que no tiene mucho tiempo. Pronto será deshabilitada y su presencia no pasará desapercibida en las auditorías. Una vez más trata un acercamiento de perfil bajo. Consultas poco específicas. Que quien analice el histórico de uso de ese usuario no pueda sacar conclusiones acerca del propósito real para el que ha sido utilizado.
Busca los expedientes de casos relacionados con los campos de estudio de Daina. Los filtra por aquellos en los que se se ha investigado a gente de esta ciudad. Acota la búsqueda para que solo me muestre los de los últimos tres años. Accede a cada uno de ellos en el orden en el que se los va mostrando el sistema y les dedica una cantidad de tiempo similar a cada uno de ellos.

–Lo sabía –no puede evitar el que asome una breve sonrisa. Finalmente encuentra algo que puede significar algo. Un expediente en el que se menciona a Daina–. Sabía que ocultabas algo –por fin una pequeña victoria–. ¿Qué has estado haciendo, malnacida? ¿Con qué has estado jugando?

La decepción no tarda en llegar. La información que obtiene no es demasiado detallada. Por otro lado, la fecha del expediente tampoco le sirve. Coincide con el tiempo que trabajó para la Rysehlen. Esto podría implicar dinero del extranjero. La participación de peces gordos de Torquall. Pero la investigación es demasiado vieja. Más allá de esto, permanece en el limbo de los casos congelados por las razones habituales. No puede detenerse aquí. Esta es una trama demasiado larga y compleja. Los enlaces se extienden más allá de donde tiene acceso en estos momentos. Es todo demasiado intricado como para poder comprender toda su extensión en el tiempo que se ha autoimpuesto.

Aun así, la posibilidad de profundizar le resulta tentadora. Accediendo a los expedientes clasificados tendría una visión global. La comprensión de los datos sería más sencilla. Podría consultar las conclusiones de los investigadores del caso. Pero no quiere tentar más su suerte. Le queda claro que esto no es lo que está buscando. Lo único que tiene entre manos son indicios de su implicación en un posible caso de espionaje industrial. Una trama con nombres importantes y acusaciones de traición. El caldo de cultivo ideal para un incidente internacional. El caso perfecto para guardar en caso de necesitar generar tensión política.

El procedimiento estándar para este tipo de casos conlleva la monitorización regular de los implicados. Se pregunta qué papel tiene Daina en esta trama. Su su relevancia dentro del organigrama la ha convertido en una persona de interés. Si es consciente de que ha sido investigada. Si llegó a ser interrogada o a declarar. Si su ausencia de la vida social se debe a que se ha convertido en un testigo protegido. Teorías y elucubraciones que no le llevan a nada. Lo único que sabe a ciencia cierta es que su perfil sigue siendo algo tremendamente anómalo. No impoluto, sino prácticamente inexistente. Un perfil fabricado. Se pregunta si la persona a la que ha estado siguiendo su hermano es realmente existe. Su mente continúa sumida en estas disquisiciones mientras prosigue de manera metódica con la apertura del resto de expedientes. Las imágenes y los textos pasan ante sus ojos sin que les haga demasiado caso. Trata de prestar atención pero no encuentra palabras o patrones a los que agarrarse. Su atención se diluye mientras trata de pensar en sus siguientes pasos. Mientras nota cómo se le nubla la mirada. Cómo los sonido de su alrededor comienzan atenuarse. Trata de enfocar la mirada pero no logra que esta le proporcione una imagen nítida. No es capaz de determinar si cuál es la causa de esto. Si su cuerpo está a punto de colapsar como consecuencia de lo deteriorado de su estado o si se trata del inicio de un nuevo ataque. Nota cómo el miedo comienza a apoderarse de ella y actuar de forma instintiva. Sujeta enérgicamente su brazo roto y comienza a retorcerlo. El latigazo de dolor es instantáneo y provoca que el resto de sus preocupaciones pasen a un segundo plano. Su visión no mejora, pero se encuentra en un escenario conocido. Uno en el que es capaz de pensar con claridad.

¿Qué ha logrado hoy? La única victoria del día ha sido pírrica. Una vez más ha burlado al sistema. El pobre diablo a quien le toque investigar la auditoría del tráfico que ha generando se va a aburrir mucho. Los algoritmos no encontrará ningún patrón reconocible. Nada de esto importa. Quizás encuentren algo, pero para entonces es probable que ella ya esté muerta.

–Idiota. Céntrate –trata de alejar estos pensamientos. Necesita darse prisa. Una voz en su cabeza le dice que sigue dando palos de ciego. Que el clavo al que se aferra cada vez está más caliente, pero se niega a soltarlo. Es lo único que tiene.

Comienza a moverse sin saber hacia dónde se dirige o qué hará a continuación. La molestia de su cadera se hace patente y parece acentuarse con cada paso, pero el movimiento y el dolor parecen despertar algo en su interior. La visión va regresando lentamente. La neblina que ha enturbiado sus pensamientos parece disiparse. Trata de hacer un resumen de lo que sabe mientras revisa la información que le ha proporcionado Sersby. Hay ciertos datos que se complementan. Huecos básicos de la información del ministerio que son cubiertos con los que le ha proporcionado su hermano. Algo tan trivial como encontrar una dirección se convierte en una pieza clave a la hora de ayudarla a decidirse. Ahora sabe dónde encontrar a Daina. Su mente comienza a trazar algo que se parece levemente a un plan. El acercamiento metódico ha fracasado a la hora de obtener respuestas. La documentación no le ha proporcionado lo que necesita y se queda sin tiempo. Toca una aproximación personal.

Continúa alejándose del lugar en el que ha pasado casi todo el día. Del lugar y el origen desde los que ha establecido las conexiones con el ministerio. Cambia de nivel y se monta en el primer transporte público que se cruza en su camino. Busca un nuevo acceso público al que conectarse. Aun en su estado de confusión mantiene los mecanismos de salvaguarda. La esperanza de tener una vida si logra salir con bien de esto. Necesita otro medio anónimo a través del que llamar a un vehículo autónomo. No quiere que el origen de las búsquedas que acaba de realizar se pueda relacionar con lo que pretende hacer ahora.

Los minutos de espera se hacen eternos hasta que llega el vehículo, pero le sirven para terminar de recomponerse. Para ser capaz de concretar sus siguientes pasos. Cuando lo ve aparecer no puede evitar una sensación de excitación y temor. Mientras sube cruza los dedos para que su plan sea viable. Se centra en el plano más técnico tratando de alejar cualquier otra preocupación de su mente. Le cuesta alcanzar una posición cómoda en su interior. No parece que los diseñadores pensasen en la ergonomía. No al menos en la logística necesaria para acomodar a alguien que se encuentra en su actual estado. El vehículo es nuevo, pero su habitáculo está muy lejos de ser cómodo. Algunos dirían que se trata de un diseño “clásico”, otros que su estilo es atemporal o elegante, pero la palabra que acude a su mente a la hora de describirlo es arcaico. Incómodo. De cualquier manera, no han sido el esnobismo o la innovación las características que la ha llevado a elegir su transporte. A pesar de todas sus carencias, confía en que disponga de una cualidad de la que otros carecen.

Este modelo de vehículo venía de serie con un error en su diseño. Una vulnerabilidad que puede ser explotada para acceder hasta el sistema de la compañía. Información que no debería ser accesible desde el exterior. Se trata de un error que aún no ha sido hecho público, pero esto no ha impedido a ciertas agencias de inteligencia aprovecharse de él. Agencias como aquella para la que trabaja Lexa. A través de ella ha tenido acceso hasta las claves que le dan acceso para explotar este fallo. Un acceso irrastreable hasta información que puede llegar a granjear mucho dinero. Pero no quiere datos financieros o información personal de los clientes de esta empresa, sino algo mucho más inocuo. Todos los vehículos autónomos tiene acceso en tiempo real hasta el flujo de datos que proviene de las cámaras de las zonas habilitadas para el tráfico. Lo necesitan para ser capaces de crear rutas óptimas. Para evitar accidentes y zonas congestionadas. Datos que son volcados temporalmente hasta la infraestructura de cada fabricante. Información que es procesada y analizada para proporcionar un mejor servicio. Para obtener patrones de uso y ofrecer unas trayectos más fiables que las de la competencia.

Si nadie ha hecho bien su trabajo en los últimos meses, su clave le permite acceder hasta esos datos históricos de forma anónima. Puede ver las imágenes que han estado grabando esas cámaras a lo largo de los últimos días. Puede ver los movimientos que han tenido lugar en la zona en la que vive Daina. Su falta de fe en la competencia de los trabajadores de esta empresa no tarda en verse recompensada. Antes de despegar, y mientras comienzan a ser proyectados estos datos en las diferentes superficies de la cabina, manda un mensaje a Sersby indicándole que se dirija hasta ese punto.

Las imágenes no son demasiado buenas. Las cámaras se centran en el espacio aéreo. En las zonas que pueden ser transitadas por los vehículos. Aun así, puede llegar a reconstruir algo similar al día a día de la entrada principal de ese bloque desde diferentes ángulos. Una zona que parece bastante tranquila. Apenas hay movimiento ahí. Esto es algo bueno. No le costará distinguir los movimientos de su sospechosa.
No ve ningún movimiento de su objetivo durante el último día, así que decide retroceder más. Mientras continúa retrocediendo en las grabaciones su decepción no deja de aumentar. Tiene que retroceder cuatro días hasta ser capaz de detectar cualquier actividad de alguien parecido a la mujer que ha visto en el expediente o a las imágenes que le ha proporcionado Sersby. Hasta el momento en el que ve cómo esa persona abandona el edificio.

–Hace mucho que saliste de casa. ¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado? ¿Tienes otra ruta de entrada… o has muerto? –este último pensamiento hace que se estremezca– ¿Eres otra víctima de todo esto?

Trata de seguir sus pasos a través del sistema de cámaras. De leer su lenguaje corporal. De encontrar algo a lo que aferrarse. Pero fracasa en todas estas misiones. Hace que las imágenes se solapen a su alrededor. Crea diversas líneas de tiempo que son reproducidas sincopadamente. Se superponen y complementan, pero la información que se muestra ante ella continúa siendo insuficiente. Más aún cuando no sabe exactamente qué está buscando. Tanto el campo visual como la calidad de la imagen de la que dispone es demasiado limitado. Pierde a su presa y vuelve a encontrarla varias veces. Contempla cómo se escurre entre callejones a través de los que no es capaz de seguirla. Emerge momentos después por otro extremo, pero los códigos de tiempo no me permiten calcular con exactitud su velocidad. Si se ha retrasado en exceso dentro de alguno de ellos. Si ha dejado o recogido algo en ellos. Apenas iba cargada. No llevaba equipaje ni parecía dispuesta a iniciar ningún viaje largo. Finalmente, la ve entrar en uno de los elevadores. Esta es su última pista. No es capaz de ver en qué nivel salió. Reinicia todas las proyecciones que tiene en curso. Sincronizada la señal de varias fuentes con otros códigos. Revisa una vez más el flujo de datos, pero no logra encontrar nada nuevo.

–¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado?

Estas preguntas no dejan de repetirse en su mente en un bucle infinito. Pero sabe que no va a obtener respuesta en las imágenes que la rodean. Podría retroceder más en las grabaciones. Tratar de averiguar más acerca de su día a día. Saber hasta qué punto este comportamiento es algo aislado. Pero nada de esa importa. No solo se está quedando sin tiempo, si no que también se ha quedado sin su único asidero. Todo su cuerpo se estremece tratando de asimilar esta noticia. Aferra su brazo dolorido temerosa de que esta nueva decepción le provoque un nuevo ataque. Su cuerpo se encoje atenazado por el dolor hasta alcanzar una posición casi fetal. Cierra los ojos y aprieta los dientes con fuerza. Permanece en esta posición durante un tiempo que no es capaz de determinar. No lo abandona hasta que recibe la llamada de Sersby indicándole que ha llegado hasta el punto de encuentro.

Mientras hace descender el vehículo, su mente trabaja a marchas forzadas. Su pensamiento lateral trata inútilmente de lograr sacar algún partido de la información que ha logrado recopilar. Necesita desesperadamente saber cuál será el siguiente paso que debe dar. Debe recuperar la sensación de control. Engañarse. Fingir que tiene un plan al que ceñirse. Romper la quietud.

Mientras la puerta del vehículo se abre las imágenes y el flujo de datos permanecen en el aire. Apenas es capaz de ver a Sersby a través de la nube de información. Lo único que le llega de él es su voz.

–Vaya, veo que has estado ocupada ¿Esto que estás mirando es legal?
–No preguntes estupideces y no te mentiré.
–¿Haces esto por mí? –su tono trata de ser desenfadado, casi burlón, pero fracasa. Su capacidad para ocultar que se encuentra igual de mal que ella ha desaparecido por completo–. No sabía que me apreciases tanto.
–Aparta y déjame salir.
–¿Has averiguado algo nuevo? –hay miedo, inquietud y urgencia en su voz. Emociones que dejan entrever en un segundo plano el agotamiento y la preocupación– ¿Algo que nos pueda servir? –no se encuentra bien, y cada nueva pregunta solo sirve para evidenciar este hecho.
–Sí y no –elimina toda la información almacenada en los dispositivos del vehículo y los transfiere a su terminal antes de salir y enviarlo de vuelta a su empresa–. Esa mujer dista mucho de ser un angelito, pero no sé si es lo que buscamos.
–Menuda súper espía que no es capaz de encontrar a una empollona.
–¿Le hablaste a Inari acerca de ella?
–Sí, claro. Ese era el trabajo.
–¿Te dijo que habían coincidido trabajando en Qwan Shig?
–No. No mencionó nada a ese respecto.
–Por supuesto ¿qué otra cosa puede esperarse de ella? –la respuesta no la sorprende, pero no por ello resulta menos decepcionante–. ¿No dio señales de preocupación cuando se lo comentaste? ¿No te pidió más información sobre ella?
–No.
–¿No te pidió que la siguieses?
–No. Nada de nada. Lo que averigüé sobre ella fue por iniciativa propia.
–¿No te pidió que la matases?
–¡¿Qué?! –su sorpresa parece sincera–. ¡No! –en su rostro puede leer la misma cantidad de indignación como de decepción ante esta pregunta.
–No ha aparecido por su casa desde antes de tu incidente y no logro dar con su paradero en las grabaciones –trata de actuar como si la anterior pregunta hubiese sido un mero trámite–. ¿Sabes dónde ha podido ir?
–No –se produce un momento de silencio mientra Sersby clava su mirada de indignación en ella. Esta permanece durante unos segundos en su rostro antes de disolverse–. La enterré tan bien que no soy capaz de recordar dónde lo hice –muta en una expresión de de burla y desafío. Pretende ser ambigua. Generar duda en ella.
–Ha quedado claro. Eres un tipo duro y peligroso. ¿Puedes añadir algo que nos pueda servir?
–Mientras la investigué no pasaba mucho tiempo fuera de este edificio. Tampoco vi que se reuniese con nadie más que con el difunto. Parecía otra rata de laboratorio. Más aún que el muerto.
–Perfecto. No sabemos dónde está. No tenemos ni idea de cómo buscarla o con quién puede estar. Puede que vuelva o que se haya largado. Échame una mano. Me estoy quedando sin ideas.
–Si me estás preguntando qué haría yo, tal y como yo lo veo la cosa sería sencilla. Patada en la puerta y a ver si ha dejado atrás algo que nos pueda servir.
–Por supuesto, ¿cómo no? –trata de buscar un argumento con el que rebatir la propuesta pero, no solo no da con ninguno, sino que se sorprende al darse cuenta de lo poco que le preocupa–. En fin, dudo que esto vaya a ir a peor –Sersby la mira con sorpresa y preocupación. En otra situación ella se miraría a sí misma de la misma manera–. ¿Qué? Ya te he dicho que estoy sin ideas.
–Te iba a decir que tienes una pinta horrible, pero por dentro debes estar aún peor que por fuera. ¿Te has dado algún golpe en la cabeza?
–Mejor empezamos a movernos y te cuento mis batallitas más tarde –el mero ademán de girarse hace que su cadera le recuerde su estado. La encuentra entumecida tras varias horas en el vehículo y cruza los dedos para que el ejercicio no lo empeore.
–¿Pregunto por la cojera?
–Mejor lo dejamos para otro momento.
–¿Cómo es de grave?
–Por el momento aguanto –no se gira hacia Sersby mientras responde. No quiere que su rostro termine de delatar la mentira que intentan ocultar sus palabras. La cadera se le resiente un poco durante los primeros pasos, pero no tarda en encontrar un ritmo en el que el dolor pasa a ser una molestia soportable.
–¿No será más sensato que te miren eso ahora?
–Lo que me preocupa de verdad es que tú seas el sensato de los dos –trata de sonar sarcástica. De convencerse a ella misma de que esto no es una estupidez. De impedir que la incertidumbre que lucha por dominarla quede exteriorizada. Necesita sonar segura, pero apenas es capaz de lograr que su voz no tiemble.
–De acuerdo. ¿Cuál es el plan? ¿Tienes alguna puerta secreta por la que entrar ahí? ¿Una llave universal? ¿Algo con lo que saltarte los sensores biométricos?
–No –esta respuesta es matizable, pero la costumbre y los protocolos le llevan a mentir por defecto. La mentira repentina hace que su estado de ánimo mejore Que se más entera. Que se reconozca a sí misma–. Veo que sigues viendo demasiada ficción –alguna de las opciones que ha planteado sería viable en el caso de estar oficialmente en un caso, pero ni se da el caso, ni está de humor para iniciar un debate, ni considera que este sea un buen momento para abrirse ante su hermano en lo referente a los detalles concretos de su trabajo–. ¿No eres capaz de hacernos entrar en un edificio como este sin ser invitados? –se guarda esa carta para usarla en el caso de que Sersby no sea tan polivalente como afirma ser. Pensar y planificar utilizando medidas de tiempo superiores a unos minutos logra que su confianza se vea reforzada.
–Me ofende usted, señora.

Por un breve momento se produce un cambio en su estado de ánimo. En la expresión de su hermano emerge una sonrisa que conoce. Le muestra una autosuficiencia que le resulta familiar. Que logra imponerse sobre el dolor. Una mueca burlona y cómplice que le hace sentir en casa. Lexa se ve reflejada en su gemelo. Estar juntos parece mitigar la carga y el miedo de ambos. Se sorprende a sí misma devolviéndole la sonrisa y la complicidad. Al encontrarse mejor. Más animada. Capaz de salir con bien de esto. Sersby puede ser un idiota y un descerebrado. Puede ser un dolor de cabeza constante, pero siempre ha sido capaz de sacarle una sonrisa en el momento más inesperado. Despierta en ella la chispa de algo que creía muerto. De una esperanza que lucha por abrirse camino. Aun así, se niega a dejarse llevar. Necesita mantener la calma. Pensar con frialdad. Para el momento en el que ambos comienzan a andar ese instante de levedad ya se ha desvanecido.

La operativa para acceder hasta el bloque es sencilla, aunque cada segundo de espera se le hace eterno. Una sensación que parece ser compartida por su hermano. Mientras accede a los controles Lexa detecta leves temblores que recorren todo su cuerpo. Espasmos que lucha por controlar. Pequeños combates internos en las que resulta perdedor. Que le obligan a comenzar de nuevo ralentizando toda la actuación.

Al llegar hasta la puerta principal del edificio, esta se abre ante ellos. Los reconoce como inquilinos. Tanto el ascensor como la puerta de la habitación de Daina los reconoce de la misma manera. Una vez que han entrado en la habitación, Lexa se permite un suspiro de alivio.

El apartamento consiste en una única gran habitación. Un recinto que parece más una oficina o un laboratorio que un hogar. Todo el espacio se encuentra supeditado a un único propósito: alojar la maquinaria que invade cada uno de sus rincones. No es capaz de identificar toda la tecnología que encuentra ante ella. No hay cocina. El baño y la cama se encuentran incrustados en paredes móviles. El acceso hacia ellos se encuentra sepultado bajo amasijos de cables y tubería. Inaccesible como consecuencia de los apilamientos de máquinas. Desconoce si todo esto es chatarra o prototipos de algo nunca visto, pero lo único que le queda claro a Lexa es que no se trata del equipamiento que uno deja atrás a la ligera. Si Daina se ha visto obligada a huir, lo ha hecho sin tener tiempo de recoger sus cosas. Tiene la sospecha de que volverá cuando le sea posible para recuperar lo que tiene aquí, pero no tiene tiempo para esperarla. Sea como fuere, cuando casi nada de esto le sirve para gran cosa. Se deja guiar por la memoria muscular y comienza a sacar fotos de todo. Hoy no le sirven para nada, pero quizás en el futuro le sirva para promocionar. También puede ser una buena coartada para justificar su presencia aquí. Pensar en un posible futuro logra hacer que se relaje un poco. Que mire con nuevos ojos la escena. No es el momento para investigar con detenimiento el propósito de estos aparatos. Espera que haya tiempo para hacerlo en otro momento. Su foco es otro. No encuentra ningún soporte físico con el que trabajar. No hay papeles con apuntes o notas. No hay calendarios con citas o agendas con contactos entre sus pertenencias. Se centra en buscar algo a lo que conectar su terminal. Cualquier fuente potencial de información que sea capaz de procesar. Datos que le indiquen los movimientos de Daina o su propósito. Que la puedan ayudar a poner fin a lo que les está sucediendo.

Sonría para sí misma cuando da con el acceso al sistema personal de su presa. Obtener acceso hasta él le resulta ser algo más sencillo que el trabajo que le ha costado encontrarlo. Es un acceso protegido pero, a todas luces, sus conocimientos en el campo de la seguridad son bastante limitados. Por otro lado, le queda claro que no se ha planteado que alguien pueda tratar de realizar un análisis forense de sus datos. No puede evitar una sensación de decepción. Esperaba algo más de resistencia de la persona que ha trabajado tanto la protección de privacidad.
Su calendario está vacío. Los datos han sido borrados intencionalmente. Quiere ocultar algo. Esa es una buena noticia. Por otro lado, ve que esta información solo se guardaba en este sistema. Antes de ser eliminados, tanto estos como el resto de datos fueron copió hasta otro soporte. Los indicios que recibe de Daina parecen contradictorios. Algunos cuadran con la persona precavida que esperaba encontrar, mientras que otros le muestran a alguien descuidado. Su presa ha sido muy torpe.
Armada con esta información se permite alimentar la esperanza. Porque puede haberlos hecho desaparecer la información del sistema, pero no ha hecho lo mismo con los registros que han delatado su existencia. Tiene nombres y rutas. Fechas y tamaños. Número de modificaciones y respaldos mas frecuente de cada documento. Los datos necesarios para determinar qué información resultaba más relevante para el sujeto que está investigando. Que le permiten dictar un orden de prioridad a la hora de determinar sobre cuáles debe centrar su atención. Ya sea por su incompetencia o por lo inesperado de la huida, no le cabe duda de que antes de antes de que finalice la noche podrá disponer de un perfil bastante preciso de sus últimos movimientos. El trabajo será lento y laborioso, pero no complicado.

Los datos van apareciendo lentamente y algunas de sus sospechas se confirman. La interacción humana ha sido reducida a la mínima expresión. La gran mayoría de los apuntes hacen referencia a sus experimentos. Simulaciones cuyo propósito no es capaz de acotar. Fechas de inicio y de final estimadas para cada prueba. Correcciones a partir de los datos obtenidos y nuevas intentonas. Las repeticiones y la nula separación entre ellas le indican que estaba en una búsqueda desesperada.

Más allá de esto, puede ver también que, en los días previos a irse, se había citado con el difunto. El nombre de su anterior cita con un ser humano hace que le hierva la sangre. No le sorprende ver el nombre de su madre ahí, pero esto no logra que el enfado sea menor.

–Por supuesto –solo leer el nombre hace que le hierva la sangre–. Tendría que haber seguido mi primer impulso. Debería haberle sacado la información a base de golpes –toma aire y lucha por recuperar la calma. Pasan unos minutos antes de logre regresar hasta un estado de ánimo que le permita continuar con su recorrido por la agenda de Daina.

Tiene que retroceder varios mucho más antes de encontrar cualquier otro contacto humano. Nombres que, en su gran mayoría, no le dicen nada. Meses antes de retomar el contacto con su difunto compañero de estudios, hay un nombre que aparece mencionado con frecuencia; Arcanus. No es capaz de detectar un patrón en esas citas. No se especifican ni horas ni lugares. Tampoco aparece entre sus contactos. No sabe si se trata de un nombre real o de un seudónimo. Todo resulta demasiado vago como para que pueda tirar de este hilo.

Necesita recuperar más de un año de información antes de dar con un nombre nuevo; Rogani. Esto significa malas noticias. Si se trata de quien cree, los problemas en los que se ha metido son mucho más grandes y complejos de lo que creía. Otro inmortal. En lo más hondo de su ser desea que se trate de otro persona, pero este no es un nombre común. Por otro lado, la ubicación de las citas que tuvieron parece dar al traste con sus esperanzas. No desea cruzar su camino con uno de los personajes más poderosos de la escena política de Torquall. Esto implica cambiar el terreno de juego y llevarlo hasta la escena internacional. Un serio dolor de cabeza para quien termine metiéndose en medio. Por otro lado, confirmaría algunas de las teorías que ha encontrado su investigación previa.

–¿En qué te has metido, Inari? –no le importa la distancia temporal que separa las citas. No importa cuánto tiempo dedique a tratar de tranquilizarse. El nombre de su madre no se le va de la cabeza. No cabe la menor duda de que es culpable de algo–. ¿En qué nos has metido? –no hay tantos inmortales como para achacar esto a la casualidad–. Siempre con la mierda hasta el cuello. Nada nuevo.

Lo opacidad de las ventanas comienza a disminuir mientras las luces del exterior se activan. Estaba tan absorta en sus elucubraciones que ni siquiera se ha dado cuenta de que ya ha llegado la mañana. En breve comenzará la actividad en el bloque. Tienen que salir de aquí cuanto antes. En caso contrario, correrán el riesgo de ser vistos por algún vecino que va a trabajar. Copia toda la información que ha logrado en su terminal y trata de dejarlo todo como estaba. Un ojo experto no tardará demasiado en detectar la presencia de alguien en este lugar, pero no tiene tiempo para más.

–Vámonos.

Nadie responde. ¿Qué ha estado haciendo Sersby mientras ella trataba de recuperar la información? Estaba tan concentrada en el espacio virtual que no ha hecho caso a su hermano.

Pasea su mirada por la habitación hasta que lo encuentra hecho un ovillo contra la pared. No es capaz de verle el rostro oculto entre ambos brazos. Las heridas de sus antebrazos se han abierto y la sangre empapa las mangas de la camisa. Aun así, sus manos continúan apretando con fuerza. Su cuerpo se ve sacudido por espasmos súbitos. Se mece al ritmo de unos síntomas que es capaz de reconocer.
–¡Sersby! –se acerca hasta él como impulsada por un resorte. La adrenalina que genera le permite ignorar el dolor de la cadera ante lo súbito de su movimiento–. ¿Cuánto tiempo llevas así? –trata de levantarlo, pero no hay ninguna respuesta. Se ha convertido en un peso muerto.
Forcejea con él. Intenta romper la presa con la que se aferra a sí mismo. A duras penas logra vencer la resistencia de su cuello y extraer la cabeza de entre sus rodillas. Su mejilla derecha está teñida de rojo mientras la sangre desciende lentamente por ella. Un rio cuyo nacimiento se sitúa en la comisura del ojo. En el interior de una córnea cuyo convertido es una puerta hacia otro lugar. Hacia un amasijo convulso de fuerzas que colisionan y se funden. Un océano carmesí de oleaje embravecido que ha sepultado su pupila e iris. El corazón de un torbellino en constante movimiento que parece luchar abandonar los confines de su cuerpo.
Lexa lucha contra el pánico y le abofetea. Si no reacciona a sus palabras quizás lo haga a un acercamiento más directo. Necesita ver si hay algún tipo de respuesta. Le grita y golpea, pero nada de esto da resultado. Lo único que obtiene es un rostro consumido por la agonía. Sus labios se mueven, pero no son capaces de emitir ningún sonido coherente.

–¡Levanta!. Tenemos que irnos ya –sus intentos no parecen llegar hasta alguien receptivo. La mente de su hermano está muy lejos de esta habitación. El punto de fuga de su mirada se pierde en otro lugar más allá de ella. En un lugar que le llena de horror.

Trata de incorporarle y se sorprende al descubrir lo poco que pesa. Incluso sin ninguna ayuda por su parte, el peso muerto que supone su cuerpo resulta de una ligereza imposible. Una vez que logra cargarlo sobre su hombro este peso parece aumentar, pero la no se trata de una sensación duradera. Se convierte en una carga cuyo peso oscila por momentos. Su temperatura parece descontrolada y es capaz de notar el calor a través de su ropa. El calor y algo más. Sus músculos continúan tensándose y parecen romperse bajo la piel. Sacarlo del apartamento y llegar hasta el elevador le cuesta casi todas las energías de las que dispone. Un esfuerzo que la deja sin aliento. Se apoya contra uno de los laterales y trata de mantenerse erguida a pesar del dolor. Respirar se convierte en una actividad complicada durante todas la bajada. Una situación que no deja de empeorar con cada uno de los movimientos espasmódicos de su carga. Aun así, no se atreve a dejarlo en el suelo mientras dura el trayecto por miedo a no ser capaz de volver a situarlo hasta su hombro.

Para el momento en el que llegan hasta la planta baja su cuerpo ha continuado sufriendo alteraciones. Sus músculos se contraen para, acto seguido perder toda tensión. En algunos momentos solo es consciente de que lleva la carga porque sigue sujetando su brazo para evitar que se caiga.

–Aguanta –su cabeza trabaja a toda velocidad tratando de encontrar una solución–. Te voy a conseguir ayuda –trata de catalogar y barajar las posibilidades que pueden estar en su mano, pero nota cómo su mente comienza a fallar.

La parte final del trayecto la realiza en modo automático de supervivencia. Ya no le preocupan las cámaras o los vecinos. Cualquier elemento que pueda poner en peligro su carrera pasa a transformarse en una ayuda potencial, pero no tiene suerte. Nadie se cruza en su camino antes de llegar hasta la calle. Hasta una calle vacía. Deja el cuerpo de Sersby en el suelo de malas maneras. No se encuentra en condiciones de ser delicada. Cada vez se le hace más complicado el detectar sus signos vitales. Aparecen y desaparecen de manera intermitente. Cuando logra detectarlos, estos son muy débiles y cada vez son más lentos, pero también sufren espasmos de actividad desatada. El tiempo transcurre y nadie aparece. Desesperada, activa la señal de emergencia de su identificador recriminándose por no haberlo hecho antes. Su maldito orgullo puede costarle la vida a Sersby. Es muy improbable que pueda llegar ayuda oficial en menos de media hora.
–¡Vusarch! –conecta su comunicador y trata de abrir un canal con el único contacto que tiene en los cuerpos locales–. ¡Necesito transporte urgente ya!.
No obtiene ninguna respuesta.
–Esto no va a terminas así. Esto no va a terminar así –la sangre continúa brotando del ojo de su hermano y mientras universos parecen colisionan en su interior–. Piensa, piensa.

El rostro de Sersby está desfigurado por una mueca agónica. Por una expresión que, hasta ese momento, solo había visto en las imágenes del difunto que ha dado inicio todo esto o en sus propios delirios. Pero ver ante ella esa expresión lo cambia todo. Convierte lo que vivió en algo de lo que ya no puede escapar. Algo real. Una amenaza que no puede ignorar durante más tiempo. Que repta desde lo más profundo de su ser buscando una salida. Nota cómo impregna cada una de sus nervios y músculos. Como consume sus neuronas. Como viaja a través de su torrente sanguíneo.

Está en todos esos lugares y en ninguno. Todos sus sentidos se ven afectados por una sensación de túnel. Un túnel que se estrecha con ella dentro. Un pasadizo sin comienzo ni final. Infinito y asfixiante. Más allá de sus paredes, las cuencas abisales de una entidad indiferente la contemplan. No es capaz de verlas, pero sabe que están ahí. Lo nota en los espasmos que sufre la misma realidad. Puede escuchar el grito agónico de cuanto existe sumándose al suyo. Vuelve a ser uno con el todo que se desvanece. Vuelve a padecer el final de millones de vidas. Puede sentir cómo el tacto de su propio cuerpo es reemplazado por un dolor desgarrador. Por la descomposición de todo cuanto es mientras deja de existir.

Imponiéndose sobre la agonía y la desesperación logra aferrarse a un pensamiento. Al retazo desdibujado y lejano de un recuerdo sobre el que trata de construir su huida. Aún es capaz de sentir la proximidad de Sersby. Algo real. Algo tangible. Algo que le ancla a un momento en el tiempo que cada vez se hace más cercano. Casi es capaz de verlo más allá del velo que le separa del mundo que conoce. Casi puede tocarlo cuando una figura se antepone en su camino. Solo es una sombra cuya forma no deja de cambiar. Una silueta sin rasgos que parece observarla con curiosidad.
–¿Qué eres? –las palabras arden mientras se forman en su mente aumentando aún más su agonía–. ¿Qué quieres de mí? –arden a lo largo de todo el camino que las separa de sus cuerdas vocales.

No hay respuesta ni muestra de comprensión.

Trata de llegar hasta su arma pero no tiene brazos. No tiene cuerpo. No queda nada que la ancle. Aun así, su desaparición no es completa. Algo en su interior logra rebelarse. Lucha por recuperar el yo. Por recordar quién es. Por encontrar una mente y un cuerpo de los que apenas queda un vago y lejano recuerdo. Trata de hallar un punto de apoyo sobre el que reconstruirse. Los restos que permanecen de cuanto fue se enfrentan a lo que le sucede. Buscan sin éxito algo a lo que aferrase. Perdidos en el olvido recuerdan. Se aferran a los restos vestigiales de una sensación. Al dolor que le ha acompañado durante las últimas horas. Pero ya no está ahí. Ha sido sustituido por la muerte de los mundos. Carece de brazo o cadera. La ausencia es todo cuanto es capaz de experimentar. Una falta total de sensación o emoción que no esté ligada a ese instante final. A ese instante eterno sin comienzo ni final. Una carencia que, al mismo tiempo, anula y satura todos sus sentidos. El tiempo deja de tener sentido y no se ve capaz de recordar ningún otro momento o lugar. Lo único que queda de ella hasta el momento en el que su mente se apaga es dolor.

III - Madre

III - Madre

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–Lamento no poder serle de más ayuda –Inari cierra la conexión. No sabe si ha de preocuparse, o si, por el contrario, debe añadir una nueva muesca a la ya larga lista de problemas causados por Lexa–. Hoy ha sido un día muy largo –es tarde y está cansada. Decide aplazar esa decisión para más adelante.

La agente Vusarch ha sido la tercera persona en informarle acerca de la desaparición de Lexa. También ha sido la única que ha mostrado un mínimo rastro de emoción al hacerlo. De haberla contactado en otro momento podría haber sido más colaborativa, pero todos han elegido un mal día para molestarle con trámites y formalismos. Por desgracia, no puede echarles la culpa de nada. Ella misma se ha fabricado su mala suerte.

–Así es el mundo de la ciencia –trata de dotar a su voz interior de un tono burlón y desenfadado. Incluso su cuerpo acompaña a este pensamiento con gesticulaciones, pero ninguno de los dos es capaz de silenciar el nerviosismo que comienza a poblar su estómago. Lexa siempre ha sido un incordio, pero también alguien perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Sus recursos son numerosos, pero tiende a combinarlos con alarmante frecuencia a su costumbre para meterse donde no debe.

–¿Qué has hecho esta vez? –su limitada experiencia con las fuerzas del orden no le permite sacar una conclusión a ese respecto–. ¿Me va a salpicar?

La separación temporal entre estas llamadas y la visita de Lexa no parece algo casual. Necesita evaluar de nuevo los riesgos. Saber a ciencia cierta si su intervención en este caso ha venido dada por motivos personales o estrictamente laborales. Si se trata de lo segundo, el caso de Selish aún podría perjudicarle.

–Tenías que venir a complicarme la vida –es consciente de lo injusto y gratuito de esta acusación, pero esto no le impide continuar–. No estarás contenta hasta que me hagas pagar por todas esas afrentas imaginarias –esperaba que el breve ataque de rabia resultase liberador, pero solo sirve para aumentar su nerviosismo.

Ha construido una ilusión que comienza a desmoronarse. El asunto no está cerrado. No importan los motivos detrás de la intervención de Lexa. No importa lo injustos que sean los apelativos con los que pueda querer calificarla en estos momentos. Ha hecho mal su trabajo y no sabe hasta qué punto ha quedado expuesta. De ella depende el solucionarlo.

Trata de ponerse en contacto con Sersby. En estos momentos es la fuente de información más cercana de la que dispone. No le importa lo tarde que es. Su presencia en la reunión de hace un par de días fue una sorpresa desagradable. Se lo debe por haberse involucrado. No debería ser complicado sacarle información acerca de su hermana. Para eso y para que clarifique su actuación.
Ahora interpreta aquello como un claro indicio de que continuó con su investigación una vez que le dijo que ya no necesitaba más información. Una señal de que le ha estado ocultando información. Sabe o sospecha algo que no le ha contado. Sersby siempre ha sido brutalmente pragmático. No habría continuado con la vigilancia de no haber creído que iba a sacar algo de ello. Espera sacar algún tipo de beneficio de él y de su exceso curiosidad.

Por otro lado, no es capaz de determinar si su colaboración con Lexa ha sido algo voluntario o forzado. Ninguna de sus múltiples ocupaciones le han convertido en alguien que desee pasar tiempo cerca de las fuerzas del orden, pero el vínculo que existe entre ellos es algo que siempre se le ha escapado.

La desaparición de Lexa no le genera la más mínima inquietud. Quizás no fuese algo esperable, pero tampoco es un escenario que le genere una especial sorpresa. Ni su madurez ni su auto-control parecen haber mejorado con la edad o el entrenamiento que haya podido recibir. Dado su carácter, lo más probable es que haya cometido alguna estupidez y Sersby la estará ocultando. Sabe que le mentirá. Que tratará de protegerla. Pero no le cabe ninguna duda de que conseguirá hacerle entrar en razón. Lo logrará… siempre que responda a sus mensajes.

–¿Dónde te has metido?

Mientras espera va revisando sus notas y formulando nuevas hipótesis. Lentamente el nerviosismo va ganando terreno. Su confianza va siendo puesta a prueba. Cada vez retrocede más y más en la línea temporal. Va exponiendo y juntando piezas que tuvieron lugar hace décadas. Que se remontan hasta el experimento cuyo resultado fue la creación de Lexa y Sersby. El mosaico se agranda a cada instante. Va tomando forma y consistencia. La cortina de humo con la que ha convivido durante las últimas semanas se dispersa con cada segundo que transcurre sin respuesta. Trata de recurrir a la lógica. A lo que sabe que es cierto. No deja de repetirse que la tardanza no indica en sí misma ningún comportamiento anómalo. Que la están evitando mientras tratan de preparar su defensa. Que Sersby puede estar ocupado. Sabe que todas estas son respuestas válidas… pero.

Su mente ya está desbocada y los signos físicos de la tensión no tardan en afianzarse. No es capaz de contener su imaginación. De vincular este retraso a la muerte de Selish. A Daina. A… logra no pensar en su nombre.

Nota cómo su cuello se agarrota y sus músculos se tensan. Cómo los pensamientos que ha estado contenido hasta el momento comienzan a aflorar. Cómo su mente hace encajar piezas que había logrado mantener aisladas. Lucha sin éxito para tratar de recuperar el control. Para evitar que el mosaico se complete.

–¿Qué habéis hecho? –no es capaz de contener la rabia. Un ira inesperada que aún no sabe contra qué o quién dirigir– ¿Qué os han hecho? –su mente da un nuevo salto. Comienza a sacar conclusiones y elaborar nuevos escenarios. A valorar posibilidades omitidas intencionadamente– ¿Qué voy a hacer? –quizás encontraron a Daina. Quizás no solo la encontraron sino que esta les ha encaminado hacia…

Una vez más logra detener este tren de pensamientos antes de finalizarlo. Aún es demasiado pronto para sacar conclusiones. La ausencia de respuesta no significa nada. Es tarde. Si no le devuelve la llamada, lo intentará de nuevo mañana.

Se acuesta pero no es capaz de dormir. Ha despertado dos partes de sí misma que creía haber matado y enterrado hace ya mucho. Es una mujer de ciencia. Debe atenerse a los datos, no a las especulaciones. Es una científica, no puede desarrollar ningún tipo de apego por los especímenes de laboratorio. Sabe que se ambas afirmaciones son falsas. Que hace mucho que Sersby y Lexa dejaron de ser meros sujetos de estudio para ella. Que este hecho invalida la primera afirmación. Sabe que se está mintiendo, pero estas son mentiras a las que se aferra con todas sus fuerzas desde hace años.

La necesidad para saber lo que ha sucedido aumente. Una vez más, se aferra a las mentiras más frecuentes. Se dice que es una tarea tan válida como cualquier otra para mantener ocupada su mente. Que le preocupa cómo puede repercutir lo sucedido en ella. Que no está preocupada por “los sujetos”. Que su inquietud no guarda ningún tipo de relación con la posible implicación de su “padre”. Se levanta y comienza a pasear por la casa a oscuras. Necesita el movimiento para. Mantenerse ocupada. Su mirada recorre la habitación atenta a cualquier alteración. Quiere interpretar cada luz que parpadea en la penumbra como una señal. Como una posible respuesta a su intento de comunicación. Pero no hay suerte.

–¿Por qué no me dijiste que aún estabas siguiendo a Selish? –hay algo que se le escapa. No puede dejar de pensar en la reunión de ayer. Trata de recurrir de nuevo al enfado. Desviar la sensación de culpa–. ¡Déjalo ya! –sabe que no conseguirá nada siguiendo por ese camino–. Muy bien. ¿Qué sabemos?

Nada. No tiene nada. Carece de la más mínima prueba que le indique que algo le ha pasado a Sersby. Nada que vincule su tardanza en responder con la desaparición de Lexa. Nada que indique que le ha pasado algo a cualquiera de los dos. Pierde el tiempo. No va a sacar nada en claro durante esta noche y lo sabe. Pero esto no le importa a su cuerpo. No le sirve para relajarse y volver a la cama.

–¿Qué es lo que te da tanto miedo? –conoce la respuesta, pero esto no le impide continuar eludiéndola durante tanto tiempo como le sea posible–. Este no dejaba de ser un escenario inevitable –trata de etiquetarlo como algo absurdo e irracional. De enfrentarse a él con las mejores armas de las que dispone. De alejarla del terreno de lo personal–. Antes o después iban a morir. La manera en la que lleguen hasta ese punto es irrelevante.

Lexa y Sersby no son como ella. Si una enfermedad o un accidente no termina con ellos, lo hará la edad. Ese es un momento que terminaría por llegar. Un evento más con el que tendría que lidiar a lo largo de su periplo vital. Una consecuencia lógica de su fracaso. Quizás el momento ha llegado antes de lo previsto. Quizás debe limitarse a aceptarlo. Solo son una prueba fallida más.

Este juego tampoco conduce a nada. Quizás de saber con certeza que han muerto pudiese recurrir a la racionalidad. Se dice que incluso podría ser un alivio. Pero no lo sabe. Lo único que sabe es que continúa mintiéndose a sí misma. No lo sabe… y se alegra por ello. Le sirve para alimentar la esperanza. Para enfrentarse a la otra opción que teme.

–Poco tiempo –esto es lo único en lo que puede pensar–. No importa lo que les haya pasado. Tendría que haberles preparado. Tendría que haberles dicho qué son. Tendría que haber sido yo quien se lo diga.

Demasiado pronto. Se sorprende a si misma ante esta reflexión. Ante el hecho de que, incluso en el periodo de vida de alguien a quien denominan “inmortal”, unas décadas continúen resultando significativas. Ante la mella que esto supone para el personaje que ha tratado de crear para sí misma. Su interior en estos momentos está sumido en la contradicción pura. Es un lugar tumultuoso. El corazón de un conflicto del que nunca ha deseado formar parte.

–Pase lo que pase, ¿qué habré perdido yo? –trata de mantener su circunloquio interno en esos términos–. Cinco décadas de estudio. Una cantidad de tiempo despreciable.

Hace todo cuanto está en su mano para enrocarse en esta amalgama de argumentos que no dejan de ser medias verdades embebidas dentro de incongruencias. Pero apenas logra contener la marea de emociones que golpean sus muros. Una muralla construida alrededor de afirmaciones inconsistentes. Cimentada sobre falacias. Una máscara de desafección con la que apenas logra engañarse. Otra táctica fallida para obviar la sensación de vacía que la invade. La preocupación que lucha por apoderarse de ella no se debe únicamente a su fracaso como científica. No es capaz de ignorar que ambos se han convertido en algo mucho más íntimo. No está preparada para aceptar que… el experimento. Que… ellos. Que… las criaturas a las que siempre se ha negado a referirse como “hijos” han llegado a su final. No está preparada para entrar de nuevo en un ciclo que creía haber roto hace ya mucho.

En ocasiones ha deseado creer a quienes se refieren a ella como alguien ajeno. Como alguien situado por encima de las distintas iteraciones de ese concepto difuso y fluido llamado “humanidad”. Como alguien que sentía la necesidad de convivir con ellos sino que se limitaba a estudiarlos.

Ha querido situarse más allá de los defectos y las debilidades que ha achacado a las generaciones que han sucedido a la suya. Los ha mirado con desdén y finjida incomprensión. Los ha despreciado. Se ha permitido el lujo de la indiferencia hasta que la realidad le ha sacado de su error. Hasta que alguna desgracia le ha hecho recordar que sigue siendo humana. Que ha cometido más errores que cualquier ser que recorre las calles de esta ciudad. Que las diferencias que separan a esta humanidad de aquella en la que nació son irrelevantes. Cosméticas. Su evolución nos les ha dotado de ningún defecto que no viniese de sus antecesores. Son un mero reflejo de ella y los suyos. El fruto de la semilla que plantaron ellos. Su obra.
La ilusión no es capaz de soportar el más mínimo escrutinio. Quizás su máscara pueda engañar al resto, pero jamás ha sido capaz de engañarse protegerla de su propia mirada. Sus voces internas nunca le han permitido que el engaño dure demasiado. Nunca han cejado en su debate sin fin. En la lucha entre quien es y quien cree necesitar ser.
Con el paso del tiempo esta práctica que se ha convertido ya en un acto reflejo. En una parte indisoluble de su persona. En un susurro constante que, como hoy, le dice que carece de las herramientas para enfrentarse a esto. Necesita ayuda pero no sabe dónde buscarla.

Hace ya mucho tiempo que dejó de prestar atención a lo que se encuentra fuera de sus áreas de interés. Mucho desde que decidió no adaptarse a los cambios que se producen a su alrededor. Con el acortamiento de la vida humana las culturas se han ido sucediendo una tras otra. Han continuado cambiando. Descubriendo y adoptando como nuevo factores que ella había olvidado. Trivialidades elevadas al estatus de grandes avances. Preguntas relevantes descartadas como algo superfluo. Su memoria se ha convertido en un lugar lleno de información perteneciente a épocas que no sabe si han quedado extintas. Siempre ha sido una herramienta frágil a la hora de enfrentarse con lo “mundano”. Le cuesta recodar o reconocer en qué mundo vive hoy o cuándo es hoy. Cada vez que se hace estas preguntas las respuestas resultan irrelevantes. Quedan desfasadas antes de que logre dar con ellas. Los ciclos en los que se han movido las sociedades en las que ha vivido siempre han sido muy cortos. Sus paradigmas y convenciones expiran antes de que sea capaz de adaptarse a ellos. El mismo concepto de sociedad le resulta algo absurdo. Una abstracción sometida a constantes cambios y revisiones. Una entelequia de la que muchos han tratado de apropiarse. Un sinsentido que no ha dejado de demostrar su inutilidad una y otra vez. Que se ha convertido en la única constante inalterada que perdura.

Su mente trata de encontrar cobijo en estas disquisiciones. Viaja a otros momentos en el tiempo en su intentona por escapar del presente. Pero no encuentra reposo ahí. Lo único que logra es cambiar unos fantasmas por otros. Porque su misantropía no deja de ser una máscara más. No quiere comprender a la gente con la que convive por puro pragmatismo. No quiere establecer vínculos personales. No quiere volver a sufrir. Esta es la razón por la que lo único que encuentra relevante en este mundo es su labor. Solo encontrar la razón por la que la esperanza de vida de la humanidad no deja de disminuir le permitirá revertir esta situación. Esta es la principal pregunta a ser respondida. Solo tras dar con ella podrá soñar con que el dolor pueda ser contenido. Solo esto le permitirá volver a sentirse parte de algo. Solo esto le hará nuevamente humana.

Este es el pensamiento que logra que se levante cada mañana. Lo que le llevó a convertirse en genetista. La misión que ha dado sentido a su vida. Todo lo demás es secundario.

Su voz interior se ha ido volviendo cada vez más cínica para adaptarse al paradigma sobre el que ha cimentando su nueva vida. El personaje sobre el que ha ido construyendo lo que ahora llama vida. El papel que ha interpretado desde que se vio golpeada por su última gran pérdida. Una máscara que ha portado a lo largo de los últimos siglos. Un papel y una máscara en los que no han dejado de surgir grietas. Fisuras ligadas íntimamente al crecimiento Sersby y Lexa. Inconsistencias que siempre se ha negado a aceptar. Contra las que ha luchado con todas sus fuerzas.

Porque no importa cuántas veces le repita esta voz que no existe otro camino para escapar del dolor y la locura. Que es el único motor que le permite continuar. Este mantra cada vez le suena más falso. El cinismo se diluye y es sustituido por un afecto que no desea volver a experimentar. Pero fracasa. Su vida no ha dejado de ser una sucesión de errores y decepciones. Una secuencia ininterrumpida de fracasos en en todos y cada uno de los proyectos que ha acometido. Un ciclo del que está cansada.

Su mente trata de recordar las escenas recientes. Se fuerza por recuperar los detalle de las distintas conexiones. Busca gestos y signos en sus interlocutores. Palabras de las que extraer significados que se le pudieron escapar. Un lenguaje corporal que interpretar. Algo a lo que aferrarse. Pero no tiene éxito. Apenas ha prestado atención a ninguna de ellas.

–Estúpida. Deberías haber sido tú quien les preguntase a ellos –sabe que recurrir al auto desprecio no servirá para nada, pero no es capaz de frenar el acto reflejo–. No. Esto no va a terminar así –deja que la frustración se libere. Abre el camino a lo irracional–. Le he dedicado demasiado tiempo como para permitirlo –la treta funciona. El reducirlo todo a la lógica y los números fríos sin contexto parece impregnarlo todo de una pátina de control–. Como para aceptarlo sin tener pruebas fehacientes –su mascarada sale reforzada por este propósito difuso. Por una nueva verdad en la que no cree.

Sabe que esto no durará. Que este no deja de ser un autoengaño más. Que el resorte automático fallará cuando haya descansado pero, por el momento, le permite no derrumbarse. El reloj comienza su cuenta atrás y debe encontrar algo en lo que centrar sus esfuerzos.

–No hay cuerpos –la respuesta llega sola–. Desaparecidos no significa muertos –pero este pensamiento no sirve para tranquilizarla.

Continúa vagando por la habitación sin ser capaz de tomar una decisión. Es una científica, no una detective. La gente que le ha llamado está mucho mejor preparada que ella para cualquier tipo de investigación a ese respecto. Desea confiar en las autoridades. De poder hacerlo, pronto debería salir de su estado de incertidumbre. En estos momentos todo su saber es inútil.

–¡IDIOTAS! –grita por pura frustración–. ¡¿POR QUÉ NO ME HICISTEIS CASO?! –grita a gente que no está ahí. Tanto a los muertos como a los vivos. Tanto a aquellos cuya implicación conoce como a quienes teme que pueden estar participando en esta pesadilla.

Desea creer… pero duda. Teme que lo sucedido esté relacionado de alguna manera con los estudios de Iorum Arcanus. Con un nombre que finalmente logra superar todas las barreras que ha establecido para llegar hasta su primer plano de pensamiento.
Pero este no es el mayor de los riesgos. Arcanus puede ser arrogante y obstinado, pero no es alguien dado a subterfugios retorcidos. Lo que realmente le aterra es otra cosa. Es la posibilidad de que pueda haber pasado a convertirse en nuevos peones dentro de alguno de los juegos de Rogani.

Finalmente asigna nombre y agendas propias a sus temores. Acepta aquello contra lo que lleva luchando toda la noche. Pocas noticias pueden ser peores que la participación de cualquiera de los “padres”. Una categoría bajo la que también se incluye a sí misma.

El agotamiento la ha derrotado. Ha logrado que las piezas que su mente ha logrado mantener aisladas hasta este momento desborden sus contenedores. El escenario queda diáfano. Todo cuadra. Todo parece tener sentido. El azar o la casualidad no tienen cabida en esta ecuación. Ya no puede continuar negando el tapiz que intuyó tras su entrevista con Daina.

–¿En qué estabas pensando? –su ira comienza a focalizarse–. ¿Se puede saber qué estaba pasando por tu cabeza cuando decidiste meterte en esto? –no importa que no la tenga ante ella. El simple echo de tener un chivo expiatorio hace que su sentimiento de culpa sea menor–. ¿Tienes la más mínima idea de lo que has desencadenado? –no importa que ya conozca la respuesta a una gran parte de las preguntas. No importa que las respuestas le vayan a salpicar a ella– ¿Por qué tuviste que involucrar a Selish?

Detiene este ejercicio fútil, Porque ¿cómo culparla? ¿Cómo culpar a cualquiera de los dos cuando se limitaban a seguir sin saberlo los pasos de su mentora? ¿Cómo culparles si ella también cometió los mismos errores?

Ella les formó. Alimentó su ambición. Les alentó para que tomasen riesgos. Les inculcó que cualquier precio era aceptable en pos del conocimiento. El suyo ha sido un papel central dentro de este drama. Un papel que ha marcado el camino de cada uno de los afectados por él.

–¿Hasta dónde se extienden tus errores esta vez, Inari? –con cada nueva reflexión surgen nuevas preguntas– ¿En qué más te has equivocado? –no es capaz de cerrar los ojos sin que su imaginario se llene de imágenes que no desea ver– ¿Hasta quién les ha llevado Daina? –sin que los escenarios que le son mostrados confirmen sus temores– ¿Arcanus o Rogani?

Los escenarios comienzan a volverse más detallados. Contempla los rostros de ambos deformados por el odio. La miran y sonríen mientras ejecutan su venganza sobre lo que más le importa. Mientras los desmontan elemento a elemento y observan sus reacciones.

–¡Basta! –nada de esto tiene sentido. Las imágenes que se forman en su mente no tienen ningún tipo de base. Esos monstruos no se parecen en nada a las personas con las que trabajó.

No sabe nada. Solo tiene dudas y sospechas vagas. Temores que, en su gran mayoría, pueden ser infundados. Lo único que sabe a ciencia cierta es que la investigación de Selish se habrían iniciado a petición de Daina. Que lo que le pidió está relacionada de alguna manera con las investigaciones de Arcanus. Que la obsesión de Rogani con él continúa viva. Que se sirvió de esta obsesión para dejarse usar como peón en otro de sus juegos.

–Siempre has sido muy lista, pero no tanto como tú te crees. Demasiado soberbia como para reconocer cuándo hay algo que te supera –no sabe si este pensamiento va destinado a Daina o a ella misma–. Siempre me has recordado a… a alguien –sonríe para sí misma ante lo irónico de este pensamiento.

Siempre quiso ver en Daina una versión joven de ella misma. Como alguien a moldear. Una herramienta a través de la que corregir sus propios errores. Como un proyecto personal. Pero el proyecto no funcionó. La abandonó para buscar su propio camino. Una ruta que ha terminado llevándole hasta lugares que Inari ya visitó. Una que le ha llevado a cometer errores similares a los suyos. A terminar juntándose con la gente de la que tanto le costó desligarse.

Hoy su fracaso como tutora resulta doble. Le ha costado mucho más que una mente prometedora. Le ha arrebatado todo lo que le quedaba.

Quizás no sepa lo que ha pasado, pero ninguno de los escenarios que imagina le ofrece esperanzas. Después de hablar con su antigua pupila no le cabe duda de que Arcanus está en algún punto de la ciudad o sus inmediaciones. Duda que haya venido a por lo que es parcialmente suyo. Duda incluso de que sepa cuál es el estado actual del experimento. En su despedida quedó claro que no le interesaba nada de lo que pudiese salir de él. Sus palabras fueron tan secas e inexpresivas como él. Un adiós aséptico y carente de emoción. No dejó que se mostrase en su rostro la decepción o la ira que a buen seguro sentía. La traición que debió suponer que Inari utilizase su ADN sin permiso. Que con con la materia resultante de alterar aquel extracto fecundase uno de sus óvulos.
No se quedó para ver cómo finalizaba el proyecto. No llegó a conocer a Sersby y Lexa. Duda que sea él quien los ha hecho desaparecer. Ha vuelto para estudiar uno de sus malditos eventos anómalos, de eso no le cabe duda. Esto es todo cuanto tiene cabida en su mente obtusa. Nunca le pareció alguien vengativo. Aun así, duda. El tiempo, sin importar la manera en la que afecta a cada individuo, termina cambiándonos a todos.

Rogani, por otro lado…
Es un manipulador amoral. Un ser despreciable. El culpable de todo lo malo que le ha pasado.
Él la llevó a ella hasta Arcanus. Él la ayudó a estabilizar a Lexa y Sersby. El ha sido el desencadenante de esta situación.

–Ojalá fuese tan sencillo –está volviendo a las medias verdades. A minimizar su parte de culpa–. No te obligó a hacer nada.

De la misma manera en la que nunca fue capaz de leer sus intenciones, tampoco ha llegado a saber nunca cuál es su propósito. A su vez, ella siempre fue un libro abierto ante sus ojos. Supo leerla con facilidad. Era consciente de lo que buscaba antes de que sus vidas se cruzasen, y encauzó su camino en esa dirección desde el primer momento.

–Idiota. Te dio justo lo que querías –quizás sea un ser amoral, pero nunca le mintió–. Te proporcionó los medios para hacer lo que nunca habrías sido capaz de hacer tu sola –nunca le prometió nada que luego no cumpliese–. Te dio a Sersby y a Lexa.

Y ahora ya no están. Los ha perdido. Lo ha perdido todo.

–––––––––––––––––––

El inicio del día le permite afrontar su problema con una nueva luz. El sueño no ha sido todo lo reparador que debería, pero ha servido para aligerar su carga y atemperar su mente. Vuelve a ser la persona en quien quiere reconocerse. Alguien con la entereza necesaria para sobreponerse a sus miedos. Una científica capaz de no sacar conclusiones sin haber recopilado antes todos los datos.

Revisa la consola de comunicaciones. No hay ninguna señal de Sersby. Ninguna señal de Lexa. Ninguna señal de las autoridades. Trata de comunicar con Daina pero tampoco tiene éxito en esta labor.

–Siempre fuiste lista ¿por qué te costó tanto hacerme caso? –quiere creer que esta vez ha atendido a sus consejos. Que se ha ido y trata de mantener un perfil bajo–. Ojalá no hubieses sido tan ambiciosa –una vez más vuelve a ver en ella un reflejo de sí misma. Ese brillo que le granjeó su aprecio.

Sentada en su despacho los problemas de diario le resultan irrelevantes. La espera lo inunda todo. Hace la lucha de sus temores para llegar hasta el primer plano de su mente se intensifique. Que afloren nuevas dudas. Nuevos pensamientos de todo tipo que necesita racionalizar, apaciguar o reconducir. Sus esfuerzos se centran en identificar las voces de su discurso interno. En gestionarlas y realizar un silenciado selectivo. En dar prioridad a aquellas que se centran en cuestiones formales.

Porque hay más problemas en su vida. Nimiedades como la posibilidad de haber puesto en peligro su posición en la empresa. En otro momento podría haberle preocupado cuánto ha descubierto Lexa de sus indiscreciones, o a quién se lo ha comunicado. Podría haber llegado a preocuparle cuánto de lo que salga a la luz de las irregularidades de Selish podría afectarle. Asuntos que a día de hoy le resultan del todo irrelevantes.

Se limita a seguir los trámites a través de los canales adecuados. A retomar su investigación y formar a su nueva ayudante tras la pérdida del anterior. A revisar los avances de su antiguo pupilo.

–¿Qué voy a encontrar entre tus notas, Selish? –no hay tristeza en este pensamiento. Tampoco hay sensación de pérdida. Era un joven brillante y a nadie parece haberle afectado su muerte. Este pensamiento le golpea de forma inesperada–. ¿Qué dice del mundo en el que vivo? –esta pregunta genera una nueva grieta en su máscara– ¿Qué dice esto de mí? ¿En qué me he convertido?.

Trata de hacer que la reflexión no pase de ese punto, pero ha perdido por completo el control sobre el flujo de pensamientos. Estos siguen su curso y ella se convierte en su prisionera. En alguien que ni puede hacer nada para impedir que lleguen hasta su conclusión inevitable.

No sabe si Selish tenía familia. No sabe si nadie le echará de menos. Lleva años conviviendo con él a diario y, una vez que ya no está, la persona con quien compartía una gran parte de su tiempo se le descubre como un enigma. Ha pasado de ser un elemento accesorio para sus intereses a convertirse de pronto en… una persona.

–De no ser por cómo ha afectado su pérdida a mis intereses jamás habría sido capaz de llegar hasta algo tan obvio –trata de sentir alguna emoción asociada a este descubrimiento pero, para su horror, lo único que encuentra es un gran vacío. Selish o su destino continúan sin importarle–. ¿Cuándo me he convertido en esto? –quizás tendría que haber hablado con él en lugar de investigarle no se encontraría en esta situación. Quizás tendría que haber tratado mejor a Daina para evitar que se fuese. Quizás debería haber valorado sus logros. Quizás no debería haberla tratado como un mero engranaje más de su maquinaria. Quizás no tendría que haberles ocultado la información a Lexa y Sersby. Quizás todo esto sea culpa suya.

La autoimagen que ha tratado de mantener desde su última gran pérdida salta en pedazos. Se siente decepcionada consigo misma mientras la congoja llega hasta su garganta y ojos. Trata de buscar las respuestas que le han ayudado en otras ocasiones, pero ahora se le hacen vacías. Retórica barata para justificar un egoísmo camuflado. Máscaras bajo las que ha pretendido camuflar la incomprensión y ausencia de empatía.

–Es posible que Sersby y Lexa estén muertos –este pensamiento tantas veces repetido le golpea ahora como nada antes lo ha hecho–. Mis hijos pueden haber muerto.

La historia se repite una vez más. Se repite y ella sigue sin encontrarse preparada para afrontarla. Quizás no haya gestado a Lexa y Sersby en su interior, pero la sensación de pérdida que la invade es igual de poderosa. Sus sentidos comienzan a verse inundados por las imágenes y sonidos del pasado. Rostros desdibujados y voces difusas ligadas a momentos imborrables. Sensaciones que no por remotas le parecen menos reales.
Los recuerdos y el dolor amenazan con consumir toda su personalidad. Con arrastrarla de nuevo hasta lugares de los que creía haber sido capaz de huir para siempre. Necesita algo a lo que aferrarse para evitar la caída. Un segundo de sosiego para comenzar a reconstruirse.

Mira las simulaciones que tiene en curso dentro de sus proyectos, pero ninguna se encuentra cerca de finalizar. Bucea también que los resultados temporales, pero estos tampoco muestran nada especialmente significativo. Dirige su atención hacia sus comunicaciones personales. No hay llamadas desatendidas y tampoco aparece ninguna entre las bloqueadas.

Necesita hacer algo. Centrar su atención en algo tangible. Regresa hasta las simulaciones que introdujo Selish en el sistema. Quizás ni los datos ni los resultados le digan nada, pero puede adoptar un acercamiento diferente. Cambia la visualización de los datos centrándose en los códigos de tiempo. En el momento en el que fue introducido cada uno de los símbolos. En cuánto tiempo dedicó su autor a verificar que había añadido los valor exactos. En asegurarse de que había generado la expresión exacta para responder a las preguntas que estaba formulando.

Dos bloques concretos llaman su atención. El tiempo que les ha dedicado es con mucho superior al de todo lo que les rodea. Quería asegurarse de que cada palabra, cada glifo y cada marca eran correctos antes de continuar. Posiblemente los revisase una y otra vez antes de seguir hacia el siguiente.
Busca esos símbolos en las bases de datos científicas sin éxito. El conjunto como tal no aparece reproducido en ningún otro lado, y los símbolos por separado no parecen tener un significado propio.
Todo esto es una pérdida, a menos que…

–Elesha –abre un canal de comunicación con la sustituta de Selish– por favor, ¿podrías revisar estos datos y acudir a mi despacho después de hacerlo?
–Voy ahora mismo –la joven parece nerviosa, aunque quizás sea excitación–. Perdón, no me había quedado con la última parte –apenas lleva unos días bajo su mando y aún no sabe muy bien qué esperar de ella, pero–. Da igual, voy igualmente y lo miro por el camino –parece que habla más para sí misma que para Inari.

–¿Permiso? –Elesha no tarda en llegar. En su voz casi puede detectar una leve falta de aliento debido a las prisas.
–Por supuesto –su ímpetu le resulta refrescante–. Adelante.
–No sé muy bien que querías que mirase de todo esto –ni siquiera le mira mientras habla, sino que sus ojos se dedican a recorrer la proyección de los datos–. ¿Es de alguno de mis proyectos?. No sabía que hacíamos este tipo de pruebas aquí, aunque...
–Quizás he sido un poco vaga en mi petición, disculpa –le interrumpe para tratar de controlar una verborrea que parece a punto de desbocarse–. Son simulaciones de tu predecesor, pero no soy capaz de ubicarlas en ninguno de sus proyectos. Aunque llevas poco tiempo, esperaba que pudieses ayudarme a centrarlo.
–Yo diría que esto es matemática ixeliana, aunque no soy ninguna experta en el asunto.
–Me temo que sé menos que tú a ese respecto.
–Física de Ixelos. Ecuaciones sobre las macro–estructuras planares y cosas de ese estilo.
–¿Podrías tratar de traducción lo que acabas de decir a un lenguaje que pueda comprender? –trata de calmarse y mantener la compostura. Hablar con un físico siempre le ha resultado algo complicado–. Ninguno de los términos que acabas de utilizar me ayudan a entender de qué me estás hablando.
–Uf. Esto es un poco complicado hasta para un axiofísico. ¿Conoce algo del Paradigma de Nambda?
–Me temo que sigo sin tener la menor idea de lo que me hablas.
–Vaya. Esa era la parte más asequible. Veamos –activa la pantalla de una de las paredes y comienza a dibujar– Supongamos que el universo es una esfera.
–¿En serio? –Inari no puede evitar soltar una carcajada. Algo de lo que ya no creía ser capaz. Ayer le habría enfadada por la falta de contención que demuestra su subalterna, pero ahora agradece esa espontaneidad– ¿Vas a usar el tropo de los animales esféricos?
–Sí, como en el chiste –Elesha le devuelve una sonrisa sincera y chispeante. Una que muestra una cercanía que no se corresponde a la relación que han tenido hasta el momento. Algo que, en otra situación, podría haber interpretado como una falta de respeto, pero que hoy le ofrece un entretenimiento al que aferrarse–. Supongo que sí que hay algo de verdad en lo que dicen de los físicos.
–Disculpa. Continúa.
–Bien. Si nos centramos en modelo teórico clásico, el universo se encuentra formado por la interacción de un gran número de fuerzas –comienza a dibujar varias esferas de distintos tamaños que se solapan entre sí–. Se podría decir que la posición de nuestro universo se hallaría ubicada dentro del área de efecto de estas, en el punto central en el que todas ellas entrarían en contacto. Bueno, en realidad no sería el centro, pero...
–Sí, sí. Conozco ese modelo.
–Esta sería una aproximación básica. Algo que, si bien es un acuerdo de mínimos, sería válido para la práctica totalidad de los distintos campos de estudio relacionados con la física. Si somos capaces de desglosar estas fuerzas primarias, medirlas y averiguar en qué medida nos afecta cada una de ellas, somos capaces de “entender” el universo. De predecir cómo se va a comportar, ya que siempre lo hace de acuerdo a un conjunto de “reglas fijas”. Ahora, supongamos que estas fuerzas no fuesen algo estático. Que, ciñéndonos a este modelo, esas esferas rotasen sobre sí mismas. Eso añadiría un nuevo factor al análisis y comprensión de las reglas que rigen al universo. En realidad varios, porque la velocidad de… giro. En realidad no sería un giro porque no tienen porqué ser esferas, pero ya me entiendes, es por simplificar. La velocidad a la que rota, se mueve o interactúa cada fuerza puede ser diferente. Este vendría a ser, a grandes rasgos, el Paradigma de Nambda.
–¿No forma parte esto del “Corpus Arcano”?
–… sí. Se podría decir que sí. A fin de cuentas casi toda la axiofísica bebe de los teoremas y modelos de Arcanus. Pero su teoría del solapamiento y la fricción es algo más complejo que todo esto.
–Lo siento, no pretendía interrumpirte.
–No te preocupes –mientras trata de recuperar el hilo de su discurso sus ojos se iluminan súbitamente–. Perdone, pero se me acaba de pasar por la cabeza y, si no lo pregunto ahora, va a estar dando vueltas ahí hasta que lo suelte –a pesar del cambio en su manera de referirse a ella a mitad de frase, su expresión no pierde en cercanía, calidez y candidez–. ¿Usted llegó a conocer a Arcanus?

La pregunta no le pilla de improviso. A fin de cuentas, Iorum es el casi el santo patrón de los físicos. El padre de la axiofísica. La razón por la que en algunos círculos académicos este campo de estudio es denominado también como “Ciencia Arcana”. Aun así, saber esto no evita que esta conversación no le resulte siempre una molestia. Sabía que llegaría antes o después, pero le habría gustado que eligiese otro momento.

–No. No llegamos a coincidir nunca –miente como siempre hace, y Elesha no puede ocultar la decepción en su rostro–. Por supuesto, hubo un tiempo en el que era casi imposible que su nombre no surgiese nunca en el mundo académico, pero nunca me interesó su obra. Estábamos demasiado alejados ya fuese en nuestras áreas de interés o en lo geográfico.

–Sin embargo en varias de sus investigaciones se están tratando de aplicar algunos de los teoremas derivados de su trabajo. Vamos… esa es la razón por la que estoy aquí…

–Por supuesto. No pretendo negar su importancia histórica. Quizás sea vieja, pero esto no implica que haya dejado de aprender. En su día no fui capaz de ver el potencial de lo que teorizaba –decide cambiar un poco el relato para zanjas la conversación–. Aun así,tampoco voy a negar que durante aquellos días sí que llegué a sentir curiosidad acerca de algunas de las cosas que se decían de él –añadir un poco de verdad nunca hace daño a la historia–. He de reconocer que, antes de su desaparición, su longevidad resultaba algo altamente anómalo y, por qué no decirlo, interesante –una característica de la que no fue consciente hasta que Rogani se lo hizo saber mucho después de su “desaparición”. Hasta que la utilizó para hacer que sus caminos se cruzasen.

–Perdona. Espero no haber sido muy impertinente. Es que me cuesta hacerme a la idea de que trabajo para alguien que estaba viva hace un milenio.
–Si solo fuese un milenio –sonríe de nuevo e intenta mantener el tono distendido para tranquilizar a su ayudante–. No hace falta que te disculpes. Por favor, continúa.
–Sí, sí. ¿Dónde estábamos? Perdona… Ah, sí, Ixelos. Vale, mmm. Tenemos un montón de elementos externos en movimiento constante. Fuerzas cuyas colisiones e interacciones darían como resultado cosas como la gravedad, el magnetismo, la luz, el tiempo o el flujo de vajda. O igual estos elementos son realmente las fuerzas a las que nos referimos. Hay bastante división a ese respecto. A fin de cuentas no dejan de ser palabras que nos hemos inventado. Meras traslaciones, descripciones, acotaciones e intentos por llevar hasta el lenguaje ciertas abstracciones que nada tienen que ver con él.
–Sí, sí. Te sigo.
–Perdón, esto me suele pasar a menudo. ¿Dónde estaba?. Sí. Ahora, supongamos que, estas fuerzas, no solo no están inmóviles, sino que tampoco son uniformes en toda su… extensión. Mmmm, no, “extensión” no sería la palabra, pero no se me ocurre nada mejor. En fin. ¿Qué pasaría cuando entran en contacto las partes... “anómalas” de sus estructuras?.
–Me cuesta un poco seguirte.
–Lo siento. Todo esto es muy teórico y voy a necesitar ir un poco más allá. Supongamos que, no solo se mueven sobre sus… “propios ejes” sino que, además de todo esto, todas estas fuerzas existen y se mueven dentro de una “macro estructura”. En algo mayor que ellas. No solo eso, supongamos que, dentro de esa macro estructura, existen también otras fuerzas con las que nuestro universo no está, o al menos no está siempre, en contacto. ¿Cómo podríamos llegar a saber de ellas? ¿Cómo podemos llegar a medir el impacto de lo que… “no está ahí”?
–Obviamente, no podríamos.
–Bueno, eso no es totalmente cierto. Porque “no está” ahora pero, hipotéticamente, de ser válido este modelo, en algún momento en el tiempo sí que ha podido coincidir con nosotros. Pues, bien, este es el Paradigma de Ixelos.
–Pero esto no tiene mucho sentido –recuerda haber tenido discusiones similares con Arcanus. Debates en los que terminaba con las ideas aún menos claras que cuando empezaron, pero no puede evitar el buscar un mínimo de racionalidad detrás de estas afirmaciones–, ya no están… No tenemos manera de saber qué partes de nuestro universo vienen de ahí, y cuáles “siempre han estado”.
–Cierto, o quizás nunca lo han estado. Pero centrémonos en aquellas que sí han estrado en contacto con nosotros. De poder encontrar el momento y lugar en el que se ha producido una de estos contactos, una de estas anomalías, un “solapamiento”, de nuevo, hipotéticamente hablando, se podría tratar de “tirar del hilo” de este contacto. A partir de las consecuencias de alguno de estos solapamientos, se podría tratar de reproducir la cadena de eventos y movimientos que han llevado hasta él. De ir recorriendo el camino inverso hasta llegar al origen.
–Entonces… ¿qué pregunta trataban de responder estas ecuaciones? –trata de llevar la conversación hasta lo que la originado– ¿Qué pretendía Selish con ellas?
–No lo sé… –ahora es Inari quien no puede ocultar su decepción–. Eso es lo que me ha parecido. Tampoco estoy muy puesta en las teorías de Ixelos más allá del temario básico de la carrera. Pero sí, algunos de los símbolos cuadran y la estructura de las ecuaciones se da un aire a su pseudocódigo. Lo que no sabía era que existiese un lenguaje de programación para plasmarlas y procesarlas. No creía que se tratarse de un paradigma tan popular como para que alguien haya creado un compilador para cualquier sistema. Mucho menos para uno tan específico como el que tenemos aquí. Aunque, claro, tiene sen…
–Muchas gracias, Elesha –opta por detenerla antes de que vuelva a divagar. Puede que la charla le haya aportado un breve momento de levedad, pero no puede evitar la sensación de que esto ha sido una mera distracción. Que nada de lo que acaba de aprender le va a servir a la hora de dar con el paradero de… los desaparecidos–. Por lo que me comentas, nada parece indicar que esto pueda pertenecer a algún proyecto de la empresa. Quizás se trate de algo personal. Lo que no sé es la razón por la qué puede haber aparecido dentro de los trabajos que tenía bajo mi supervisión.
–No lo sé. Aún me estoy poniendo al día, pero no veo que encaje con nada de lo que he visto hasta este momento.
–Por favor, regresa a tus proyectos –no tiene sentido alargar esto durante más tiempo–. No quiero hacerte perder más tiempo.

De nuevo a solas, casi de manera mecánica, comienza a revisar una vez más los escasos datos de los que dispone.
–¿En qué estabas pensando? –la recriminación no tarda en llegar– ¿Quién te crees que eres? –solo es una mujer de ciencia– ¿Qué esperabas conseguir? –alguien dedicado a búscar genomas y cadenas de ADN, no en personas desaparecidas.

Puede haber superado los tres milenios de vida pero, en lo tocante a este asunto, no deja de ser un cero a la izquierda. Se ha dedicado a especular para no sentirse totalmente impotente, pero no hay nada que soporte sus hipótesis.

–¿Tienen alguna base mis sospechas acerca de Rogani o Arcanus? –no. No tiene nada basando en la evidencia. Ni siquiera sabe si las investigaciones de Selish y Daina están relacionadas con las desaparición que le afligen. La duda se hace cada vez más fuerte. Lo inunda todo, pero se resiste a abandonar –¿Debería informar a las autoridades de mis sospechas? –se da cuenta de lo ridículo de este pensamiento. Quizás tenga razón en sus sospechas, pero proferir ese tipo de acusaciones solo serviría para que la tomasen por loca– Seguro que se apañan perfectamente sin necesidad de que les interrumpa.

El resto de su jornada laboral transcurre en un estado casi onírico. Su cuerpo está en las instalaciones de la empresa pero su mente permanece en otro lugar. Es consciente de las reuniones, de las caras de extrañeza ante su comportamiento y de los datos que le son presentados, pero nada de esto queda grabado en su memoria a largo plazo.

Finalmente llega a casa y realiza las tareas diarias también de forma automática. Ha logrado acallar sus pensamientos intrusivos durante horas, pero sabe que esto no durará. Que no va a ser capaz de mantener ese ruido blanco en su mente durante mucho más tiempo. Necesita algo sobre lo que centrar su atención. Una distracción que espera poder encontrar en la consola de comunicaciones, pero se equivoca. Nadie ha tratado de ponerse en contacto con ella.

Mientras el debate interno comienza a resurgir, decide ser ella quien mueva ficha. En el registro de conexiones permanecen los identificadores de quienes se pusieron en contacto con ella. Las tres llamadas de ayer continúan siendo las primeras que aparecen en el registro. Esta vez sera ella quien se ponga en contacto con las autoridades. No espera obtener una respuesta a sus preguntas pero, como mínimo, confía en que esto le permita alcanzar un estado en el que pueda dormir. La sensación de haber hecho lo que está en su mano.

–Lamento comunicarle que no dispongo de información relevante a cerca de su caso –en las dos primeras conexiones es recibida por una IA automática. Muy probablemente haya sido redirigida al mismo lugar en ambas intentonas. Pero la tercera llamada es distinta. Al otro lado encuentra un interlocutor humano. La respuesta es la misma, pero hay algo en el tinte de voz que le lleva a presionarla.
–Es probable que nuestra apreciación de lo que es relevante difiera –hay algo en la expresión de la agente que le dice que miente. No se trata únicamente de la manera en la que trata de evitar su mirada, sino de algo más. Una sensación a la que se aferra desesperadamente–. Solo quiero saber si se ha producido algún avance. No me importa lo ínfimo que sea. Necesito saber que este no va a ser otro caso no resuelto.
–Cuando dispongamos de información contrastada nos pondremos en contacto con usted –una vez más es capaz de detectarlo. Hay una cierta vacilación en su voz. Una incomodidad que casi parece capaz de recorrer la distancia física que las separa.
–¡¿Me está diciendo que no tienen nada?! –decide probar suerte una vez más y recurre a la ira– ¿Que mi hija puede estar agonizando y nadie va a mover un dedo? –una ira en la que le cuesta poco sumergirse– ¿Que ha desaparecido una agente gubernamental y que no se ha creado un equipo especial para investigar el caso?
–Señora, por favor, cálmese. Estamos...
–¡No me pida que me calme! –finalmente explota dejando salir toda la rabia y el miedo que ha estado conteniendo durante estos dos días–. ¡No se atreva a decirme que están haciendo todo lo que está en su mano! –ya no se trata de una herramienta de presión. Ya no queda espacio en su mente para estrategias–. ¡No me trate como a una estúpida!.
–Aún no sabemos…
–¡No me diga lo que no sabe, dígame lo que sí que han descubierto! –en su mirada hay mucho más que ira. Mucho más que dolor. Más allá de la rabia pura que apenas logra evitar que se escapen las lágrimas también hay una súplica.
–Lo siento mucho, señora, pero no puedo hacer más.

Su interlocutora cierra el canal dejando a Inari temblando. Se encuentra cerca del colapso. El estado emocional que ha permitido que se libere se niega a abandonarla. Permanece ahí, de pie e inmóvil, inhabilitada de tomar cualquier decisión. Su mente no se ve capaz de traer hasta ella otro momento en el que no se haya sentido así. No es capaz de determinar cuánto tiempo ha permanecido en esta situación antes de que el sistema le saque de este trance. Se ha producido una conexión. Un envío desde un origen anónimo. Trata de averiguar la identidad o ubicación de su origen, pero el remitente ha ocultado cualquier indicio que ella sea capaz de rastrear. El canal ya no existe por lo que no puede devolver la llamada. Junto al envío solo hay una nota: “Lo siento. Lo siento enormemente. Por favor, no lo vea ahora. Las imágenes no son agradables, pero creo que necesita saberlo”.

Sabe que es un error, pero esto no le impide proceder. La persona que le ha enviado esto tiene razón, necesita saberlo. Su voz tiembla mientras pide al sistema que reproduzca el envío.

Ante ella se muestra una calle cualquiera. Una escena embebida dentro de un marco. Una de la multitud de señales que tiene a su disposición. Esa misma escena ha sido grabada por cerca de un centenar de cámaras que barren gran parte del espectro electromagnético.

No conoce esta ubicación. Tal y como se le muestra, no sabe si se encuentra en esta ciudad o en cualquier otra. Procediendo desde la esquina inferior izquierda de la proyección aparece una figura. Aún no tiene las dimensiones necesarias como para poder identificarla, pero camina claramente con dificultad. Una extraña imperfección en la imagen va acompañado su trayecto. Hasta que no alcanza una posición cercana al del centro de la proyección no es capaz de ver que carga con algo.

Esta amasijo de formas da la espaldas a la cámara. Antes de llegar a las coordenadas centrales, la figura se detiene y parece dejar caer algo con mucho cuidado. Con una mezcla de urgencia, dolor y ternura.

–Pausa y amplía la zona entre las cuadrículas cuatro y cinco –A esta distancia apenas puede ver ningún detalle de lo que está teniendo lugar–. Cámara tres.

La imagen se centra alrededor de la única persona que parece haber en la calle. Lexa parece agitada. Su rostro expresa diferentes clases de dolor. También es capaz de leer en sus facciones el nerviosismo que ha detectado antes. Una sensación reforzada por su lenguaje corporal. Está asustada e indecisa. Nunca la ha visto en este estado.
Centra su atención en lo que ha dejado. No tiene duda de lo que va a encontrar ahí, pero necesita confirmarlo. Toma el control manual del foco para sortear la silueta de Lexa. Para ver el cuerpo de Sersby tendido en el suelo.

La escena continúa pausada y duda. Sabe que continuar con la reproducción no le hará ningún bien. Que lo único que logrará será más dolor. Pero le puede el deseo de estar equivocada. Hay algo casi irreal en la escena. Verlo a través del proyector lo hace más fácil. Las fluctuaciones en la imagen le dan un aire de ficción. Algo a lo que poder aferrarse si sus temores se ven confirmados. Aun así, la decisión de volver a mirar a las imágenes se le hace muy dura.

Necesita recuperar a su otro yo antes de retomar el visionado. Convertirse en ese personaje que no contempla a dos seres vivos. Convencerse de que ahí no hay nadie que le importe. Que ante ella solo tiene a los sujetos de un experimento.

Busca una manera de modificar la señal que le está siendo mostrada. Las grabaciones que le han proporcionado disponen de una gran cantidad de orígenes distintos. Espectrografías de un gran número de longitudes de onda. De fuentes que pueden ser descompuestas. Puede jugar con los espectros lumínicos para que le oculten lo que no desea ver. No quiere tener ante ella a personas sino masas de color. Datos. No desea contemplar sus rostros.

Juega con los controles hasta que todo se vuelve abstracto. La información que aparece ante Inari no tiene sentido. Los indicadores de la temperatura corporal de Sersby está totalmente disparados. No corresponden a los de una persona muerta o a alguien cuyas funciones vitales se estén apagando… pero tampoco muestran los datos de nadie que pueda estar vivo. No al menos si esa persona es alguien humano. Pero sus hijos no son completamente humanos.

La mezcla del material genérico de una inmortal con el de Arcanus dio como resultado a algo anómalo. A algo que, al igual que sucedía con el ADN de Arcanus, no encajaba con la definición que “humano”. A algo que Inari no se había cruzado a lo largo de su existencia. Lo que le muestra la grabación no se asemeja en nada a lo que conoce. No se parece en nada a las dos criaturas cuyos primeros años de existencia fueron un infierno. A los seres que en primera instancia, fascinaron tanto a Inari como a Rogani. Aquellas para las que diseñaron los cientos de terapias genéticas que fueron necesitando para su supervivencia. Conoce sus patrones energéticos. La manera en la que están trenzadas sus secuencias genéticas. Pasó décadas refactorizándolas. Convirtiéndolas en algo capaz de existir más allá del laboratorio. Realizando constantes pruebas de estrés antes de permitirles salir al mundo.

Conoce sus umbrales de respuesta a miles de frecuencias. La manera en la que sus partículas reflectan o se entrelazan con cientos de longitudes de honda. Pero estos valores no se corresponden a nada que haya visto con anterioridad. Aun así, nada de eso importa.

–Está vivo –esta es la única conclusión que es capaz de sacar de lo que está viendo. Sabe que este pensamiento se debe más al deseo que una afirmación basada en la evidencia–. Parece haber actividad cerebral –de nuevo se encuentra aferrándose a un clavo ardiendo–. Si consigo llegar hasta él podré curarle.

Reanuda la reproducción. Lo hace sabiendo que que ha fracasado en el propósito con el la ha decidido afrontar esta prueba. Su parte analítica está comprometida. Vuelve a ser la madre, no la científica.

La lecturas de los patrones de calor que ve en el cuerpo de Lexa tampoco coinciden con nada que conozca. Su temperatura no deja de crecer haciendo que su silueta destaque por encima de todo lo que la rodea. Quizás no haya alcanzado los niveles de Sersby, pero sí que están muy por encima de los que se corresponden a un cuerpo sano.
Su distribución no es uniforme y el foco de este calor se encuentra situado en la mitad superior de su cráneo. Se pregunta si la desorientación y el miedo que veía antes en su rostro se debe a esto. Formula teorías que no puede validar. Si los valores que puede ver son correctos, tendría que estar inconsciente. La fiebre ni siquiera le permitiría estar erguida y tendría que estar sudando ostensiblemente. Hay algo más. Algo que se le escapa.

–¡Vusarch! –la voz de su hija le devuelve hasta la realidad de la escena– ¡necesito transporte urgente ya! –la temperatura de su cuerpo no deja de crecer con cada palabra que pronuncia–. Esto no va a terminar así, esto no va a terminar así. Piensa, piensa.

Continúa habiendo algo en la escena que no termina de encajar. Una pieza que provoca que se active un resorte de su visión. Un defecto en la imagen que no parece afectar a una única cámara que ha grabado la escena. Se lo ha parecido ver en plano general, pero entonces ha achacado este falló a su estado de tensión. No se trata de algo que afecte a la escena en su conjunto sino que está centrado en la figura de sus hijos. Una imperfección que también se encuentra presente en la capa térmica. No es capaz de detectar nada anómalo a simple vista pero, en ciertos momentos, el refresco de cada nuevo fotograma no parece uniforme.

Detiene de nuevo la reproducción y la hace avanzar paso a paso. Este efecto no se aprecia en cada uno de ellos, sino que surge de una manera en apariencia aleatoria.
Durante lo que le parecen horas hace que la grabación avance ajustándose a sus segmentos de tiempo más precisos. Lo hace hasta que, finalmente, cree haber dado con lo que buscaba. Hasta que la extrañeza en su visión queda localizada y corregida. Hasta una fracción de segundo en la que la silueta de sus hijos que le muestra la proyección aparece levemente distorsionada.
No es capaz de discernir si falta o sobra algo en la imagen. Tras eliminar el filtro térmico de la proyección la discrepancia continúa. No es hasta que decide realizar un rastreo por las distintas capaz que componen la imagen que detecta el error. En una de ellas sus hijos no aparecen. No sabe a qué parte del espectro lumínico, qué armónico o qué frecuencia de onda atiende esta capa, solo sabe que sus hijos han sido eliminados de ella.

–¿Qué me estáis ocultando? –su primera reacción es la de la sospecha– ¿Por qué borrarlos únicamente de un fotograma aleatorio. ¿Por qué no de todas las capas? ¿Por qué hacerlo en esos momentos precisos?

Centra su mirada en esa señal en concreto y hace retroceder la grabación. Dos microsegundos antes la información correspondiente a la silueta completa de sus hijos se le muestra. Veinte después vuelve a desaparecer ciertos segmentos. Setenta más adelante desaparecen por completo.

Tras llevar a todas las cámaras hasta esos segmento de tiempo y hace un rastreo por todas las frecuencias de onda que contienen. El flujo de información de las diferentes señales no es coherente. No sabe cuál es el propósito o tecnología utilizado en cada una de ellas, por lo que puede haber una razón simple detrás de estas discrepancias. Por otro lado, tampoco es capaz de interpretar todas señales que tiene a su disposición. De cualquier manera, hay un hecho inequívoco: en algunas de ellas, y en ciertos fotogramas, no se puede ver a sus hijos total o parcialmente.

Por otro lado, cuando llega ese momento, nada cambia a su alrededor. Su presencia se ve alterada o parpadea en estos canales, pero la ciudad permanece.

Su mente vuelve a funcionar a un ritmo acelerado, pero ninguna de las nuevas teorías que formula tiene sentido. No hay patrón, no hay nada que pueda resultar significativo. Nada puede ser tan concreto y específico como para actuar únicamente a un lapso de tiempo tan breve y una espectrométra tan acotada. Todo parece demasiado arbitrario como para formar parte de cualquier tipo de planificación.

Comienza a tener migrañas y sus ojos están irritados y exhaustos. El esfuerzo al que los está sometiendo es casi enfermizo. No sabe durante cuánto tiempo ha estado analizando el mismo segundo desde lo que parecen infinitos ángulos.

–¿Qué estás haciendo? –le basta con cerrar los ojos durante un momento para verse obligada a pensar acerca del propósitos real detrás de este impulso obsesivo–. Centrarte en los detalles no va hacer que el resultado final cambie –solo está tratando de retrasar lo inevitable.

Todo su cuerpo está agotado por la tensión de la espera. Nota sus manos, hombros y espalda agarrotadas por la posición que ha mantenido durante tanto rato. Mira el reloj y comprueba que han pasado más de diez horas desde que empezó. No tiene sentido retrasar esto durante más tiempo. Retrasando lo inevitable no cambiará nada. Lo que tiene ante ella no deja de ser el pasado.

Restaura los controles a sus valores originales y continúa sus labios se abren para dar la orden. Su estómago se encoje y las palabras no salen. Duda una vez más. Sigue buscando algo a lo que aferrarse, pero no encuentra nada.

–Continuar reproducción.

Contempla cómo la sensación de inquietud y urgencia desaparece del rostro de Lexa. Cómo adopta un rictus agónico similar al de su hermano. Cómo sus dientes parecen mellarse por la presión que ejercen unos sobre los otros. Cómo lucha. Cómo no parece rendirse ante lo que le está pasando.

Partes de su cuerpo comienzanan a verse borrosas. Parece como si algún tipo gas o radiación estuviese interfiriendo la cámara allí donde está ella.
Instantes después, partes de la ropa que cubre su hombro izquierdo se desintegra. Los restos que caen hasta el suelo provocan que este se disuelva. Aquellos que caen sobre el cuerpo de Sersby hacen que este también comience a descomponerse.
En las porciones de su cuerpo que han quedado descubiertas no se puede ver su piel. Lo único que es capaz de ver es una forma de onda fluctuante. Algo que no debería ser perceptible a simple vista. Que parece extenderse por su cuerpo. Que, durante un breve momento, hace que se expongan al aire sus músculos, nervios y huesos antes de consumirlos.

Lexa continúa viva, continúa consciente, continúa erguida, continúa luchando, pero no puede evitar que un grito agónico salga de su interior. Un grito cuya frecuencia se ve afectada cuando lo que se propaga por su ser alcanza a uno de sus pulmones. Un sonido que perfora los oídos de Inari.

De forma súbita, toda la estructura de sus hijos se ve comprometida. Se han vuelto molecularmente inestable. Una imagen que no le es nueva. Que aún le persigue en sus pesadillas de los tiempos en los que se vio forzada a someterles a dolorosas terapias genéticas.
Acto seguido, una nueva firma energética se solapa sobre sus cuerpos y estos se colapsan. Desaparecen como si nunca hubiesen estado ahí. El único recuerdo que queda de ellos son los restos y marcas de su descomposición.

Inari no es capaz de apartar la mirada en ningún momento. Se encuentra congelada buscando una manera de racionalizar lo que tiene ante ella, pero fracasa. Su mente no es capaz de formar ningún pensamiento coherente. Su cuerpo no puede llevar a cabo otra acción que no sea emitir un gemido agónico de negación y locura. Las lágrimas arden en sus pupilas. El grito de dolor no es capaz de abandonar garganta.

IV - Peón

IV - Peón

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
Busca desesperadamente a su alrededor algo a lo que aferrarse pero fracasa. Ya no quedan más espacios a los que intentar huir. En los que tratar de no-estar. No es capaz de ubicarse en la habitación y apenas es consciente del lugar en el que se encuentra, pero no no parece entrar en conflicto con su estado de hiperconsciencia.

Sus sentidos son bombardeados por infinidad de estímulos. Es consciente de todo sin necesidad de moverse. Si necesidad de prestar atención a sus sentidos conoce la posición de cada molécula de su cuerpo así como la naturaleza y composición de cada uno de los partículas que la atraviesan o rebotan contra él. Puede trazar la ruta que siguen los impulsos que provocan cada espasmo ventricular y auricular. La distancia que recorre cada contracción y expansión de su diafragma. Las reacciones químicas que tienen lugar a lo largo de todo su cuerpo. La información que viaja a través de su sistema nervioso. La carga eléctrica de cada una de sus sinapsis.

Es consciente de todo esto al mismo tiempo que percibe la manera en la que las constelaciones interactúan y su posición dentro de las esferas que componen la realidad. Mientras arde junto a cada sol que nace en el otro extremo del universo y mueren junto aquellos que se consumen y se transforman en agujeros negros. No importa que su mirada permanezca fija en un mismo lugar. No puede evitar verlo todo. Sentir cómo encaja cada una de esas piezas que conforman la maquinaria cósmica. Percibir cómo él la mira desde cada uno de los rincones de la existencia.

No puede dejar de analizar lo que le sucede pero, al mismo tiempo, una parte de su ser le dice que todo esto es irrelevante. Que no hay nada que analizar. No debería ser capaz de ver lo que está viendo. No debería tener la capacidad de sentir lo que está sintiendo. Estas experiencias son antagónicas para todo lo que siempre ha creído saber. No tienen cabida dentro de un escenario “real”. Pero nada de esto importa, porque los impulsos que llegan hasta su mente le dicen que está ahí. Se muere y esto es algo independiente de cualquier conclusión que pueda llegar a obtener. Se muere y esta es una verdad que se encuentra por encima de cualquier lección que pudiese llegar a aprender de esta experiencia. Se muere, y eso está bien. Lo sabe sin ningún género de dudas. En el fondo desea que llegue el momento. El instante en el que logre escapar del dolor. En el que alcance finalmente la paz. Se encuentra atrapada en una contradicción. En una batalla entre los restos vestigiales de su racionalidad, la desesperación y la culpa. Todas luchan por hacerse con el control. Ninguna está dispuesta a abandonarla. Se niegan a poner fin a su castigo. Porque no se muere sino que algo la está matando. Algo que ella ha ayudado a traer hasta este mundo.

Ni su cuerpo ni su mente son capaces de soportar este castigo durante más tiempo, pero esto no le impide sobrevivir. Está agotada. Física y psicológicamente exhausta. En un estado de tensión que no debería ser capaz de mantener. Cada partícula de su ser es sometida a fuerzas que tiran en direcciones opuestas. El mismo concepto del tiempo comienza a carecer de sentido. Por más que ese “algo” en su interior le dice que debe seguir, que no debe rendirse, el resto de su ser no es capaz de responder a este impulso. No deja de preguntarse ¿para qué? ¿Cuántas veces lo has intentado ya? ¿Cuántos maneras diferentes de afrontar este problema has tratado de adoptar? ¿Cuántas veces ha fracasado?

–No puedes luchar –no sabe si es ella quien ha puesto estas palabras en su mente–. No puedes escapar.

El ciclo comienza una vez más. Lo que sigue no son palabras sino impulsos puros. Sensaciones que no es capaz de controlar. Emociones cuya traducción es muy simple. Le dicen que ya nada importa. Que el resultado es inevitable. Que tratar de acometer un nuevo análisis solo servirá para que el dolor sea mayor. Que no le llevarán hasta una conclusión diferente a la de todos los anteriores.

Si embargo, lo intenta. Más allá de la agonía puede atisbar leves destellos de algo fascinante. Sabe que una vez establecido el contacto no puede apartar la mirada. Que solo le traerá nuevas preguntas sin respuesta. Más frustración y dolor. Sabe que todo esto no deja de ser una mentira de la mente. Una proyección. Una aproximación. Una invención fruto de sus delirios. Pero quiere volver a verlo. A sentirlo. A presenciar algo único. Su interior continúa con su búsqueda incansable de algo que pueda procesar. Algo que pasar racionalizar. Algo que pueda controlar.

Porque no solo está “aquí”, sino que también está en muchos otros lugares. O quizás los otros lugares están en ella. No es capaz de formular pensamientos coherentes. Lo sabe pero se niega a aceptarlo. La lógica y la irracionalidad han cambiado sus papeles. No es capaz de alcanzar una conclusión que tenga el más mínimo sentido. Ni siquiera es capaz de procesar, y mucho menos comprender, todo lo que siente o lo que sabe. Lo que teme o desea.
La saturación de estímulos a los que se ven sometidos sus sentidos es abrumadora. Cada uno de ellos afecta a una parte diferente de su ser. Provoca una ruptura en la transmisión sináptica o un impulso eléctrico. Genera el deseo irrefrenable por hacer algo que es incapaz de llevar a cabo. Perpetúa bucles que se retroalimentan. Una miríada de nuevas experiencias que su cuerpo, sus sentidos y su mente son incapaces de procesar. Durante los escasos momentos de claridad, se dice que su mente es perfectamente consciente de lo que le está sucediendo. Pero la racionalidad no tarda en desvanecerse de nuevo, y estos pensamientos no llegan hasta ningún lugar.

Mientras todo esto sucede, también es consciente de que sus procesos mentales no son los únicos componentes de su ser que están siendo sometidos a esta prueba extrema. Nota cómo las radiaciones exóticas queman su piel y órganos. Cómo las imposibles frecuencias lumínicas que ahora es capaz de percibir parecen ser algo semisólido que golpea sus ojos. Cómo las ondas sónicas sin un origen perceptible perforan y sesgan sus canales auditivos a lo largo de todo el recorrido que hacen hasta el cerebro.
No quedan lugares indemnes en su mente o en su cuerpo. Cada partícula, cada átomo y cada unión nerviosa se encuentra afectada. Todas ellas han sido sepultadas bajo la avalancha de estímulos pero, a pesar de esto, cada parte afectada continúa activa. Agonizan por la saturación, pero esto no les impide ser portadores de nuevas formas de sufrimiento. Sin embargo continúa tratando de resistir. De buscar una salida. De enfocar su mermada capacidad de concentración sobre algo que sabe que existía antes de este ataque. Desea creer que, centrándose en algo “real”, en algo tangible, su mente será capaz de rechazar todo lo demás. Que logrará que desaparezca todo cuanto no puede estar ahí. Que su cuerpo se convertirá en algo impermeable a toda influencia externa.

Que “él” no aparecerá ahí.

Pero fracasa. Su mirada continúa atravesándola desde cualquier punto hacia el que dirija su mirada. Continúa reptando en su pasado. Hiriéndola. Alimentándose de sus esperanzas. No importa que haya muerto. No importa que haya llorado su pérdida. No importa que haya revisado una y mil veces los informes. No importa que sepa a ciencia cierta que la información que está procesando su mente sea imposible. No importa que sepa todo eso, porque este conocimiento no le sirve para nada a la hora de enfrentarse a lo que está experimentando. Porque su capacidad de raciocinio termina en ese punto indeterminado entre la lucha y el abandono. Por más que su parte cabal le grite que esto es imposible, sus ojos también se encuentran en ese lugar. En ese ubicación que no forma parte de la habitación, del universo que conoce, o de sus recuerdos.
Se encuentra en esa cacofonía de formas que arañan sus pupilas. En el amasijo de colores que la ciegan. Donde le aguardan los ojos de todos aquellos a quienes ha fallado. La mirada acusadora de todos cuantos perderán la vida por su culpa. En la agonía y la desesperación que desprende cada uno de ellos. En el dolor y la decepción que le muestran. En cada una de las emociones que sintieron. En todo el sufrimiento que comparte con ellos. El que padecieron sus cuerpos durante sus últimos momentos.

Le aterra mirar pero no puede evitarlo. Porque él está ahí. Lo están todos. Forman parte de esa luz que hiere sus córneas. De las formas de onda que perforan sus tímpanos, De las radiaciones que queman sus órganos. Ahí se encuentra su ira. Su retribución. La venganza que sabe que merece. Una rabia propia y ajena que avanza de manera inexorable. Que consume sus esperanzas lentamente.

En ese momento su mente se llena de ruido. De una anárquica secuencia de armónicos cuya cadencia no deja de cambiar. De frecuencias que se distorsionan y revuelven. Que resuenan y reverberan en su interior.
Desea descender hasta la locura, pero algo la retiene. Un leve hilo que la ata. Que le le impide desprenderse de la cordura. Siempre es consciente del dolor. De cómo su carne se desgarra. De la manera en la que los espasmos distorsionan y retuercen su cuerpo. De su incapacidad para lograr lo que más desea. Huir, gritar... morir.

Su mente se llena de voces distorsionadas. De gemidos y gritos que no sabe si son suyos. De espasmos y estertores. De sonidos que despiertan una sinestesia que nunca ha tenido.
Escucha palabras que la cortan. Ruidos que la golpean. Susurros que que la empujan. Se ve golpeada por frecuencias que noexisten. Por longitudes de onda que no pueden ser percibidos por ninguno de sus sentidos. Y, sin embargo, están ahí. Llegan hasta hasta ella con total claridad.

Pero, más allá de esto, en el centro de este huracán, diluido en el abrumador maremagnum que lo arrastra todo, puede sentir con la misma claridad sus ojos. No es capaz de verlos, pero eso no importa. Sabe que están ahí. Es capaz de identificar su llegada. De sentirle escudriñando todos los rincones de su ser. Juzgándola y declarándola culpable. Están frente a ella y rodeándola. En su interior y en la lejanía. Sabe que es su mirada, aunque la dulzura que conoció ha desaparecido. Solo quedan el dolor y la reprobación. Una agonía insondable que sirve como alimento para su sentimiento de culpa y desprecio.

Él no está ahí, pero su presencia la impregna todo. La acompañan allí a donde va. Allí donde mira. Allí donde trata de huir. Allí donde alguna vez se sintió segura. Todo su universo se encuentra condensado en esa sensación. En un recuerdo que nunca ha formado parte de su memoria. En una presencia constante que le devuelve la mirada sin importar dónde esté. Sin importar que sus ojos estén abiertos o cerrados.

Sus sentidos ya no son capaces de ubicarla en el mundo que conoce. No sabe dónde se encuentra. Desconoce si está viva o muerta. Su mente ya no está capacitada para llevar a cabo ningún tipo de pensamiento.
No lo sabe, y eso no es algo malo. No tiene preguntas ni respuestas. Ignora el significado de la curiosidad el deseo. De la duda o emoción. Finalmente ha alcanzado la paz, pero incluso este conocimiento le es negado.

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No recuerda haber cerrado los ojos. Tampoco es consciente de haberlos abierto. No recuerda ni es consciente de nada. Sin embargo, ve.
Aun así, sus sentidos son algo que ni entiende ni controla. La información que llega a través de ellos hasta su mente no encuentra a “alguien”. No alcanzan a ningún intelecto racional.

Sus receptores sinápticos son asaltados por un cúmulo informe de imágenes borrosas y sonidos. De impulsos que que no es capaz de interpretar. Las sensaciones físicas tardan un poco más en regresar. Nuevos impulsos que llegan hasta su cerebro desde receptores que no sabe que posee. Siente un frío que paraliza sus músculos y ralentiza el flujo de información. Una gelidez que traspasa el traje que la envuelve. A pesar de esto, instintivamente trata de moverse. De liberarse. Necesita expresar de alguna manera todo lo que bulle en su interior. La única reacción con la que es capaz de responder ante este escenario es el pánico. Un terror que tampoco es capaz de comprender. Un cúmulo de impulsos que viene acompañados y alimentados por la claustrofobia.

Se encuentra inmersa en un recinto cerrado y estrecho. En un contenedor inundado. Flotando en posición horizontal. Enjaulada como un animal. En un lugar del que necesita huir. Estas son sus sensaciones ante las que trata de reaccionar sin éxito su cuerpo. Porque no tiene nada más con lo que trabajar. Su mente ha perdido la capacidad de analizarlas o de actuar de una manera que no sea mediante los instintos más primarios.

El líquido en el que flota no llega a entrar en contacto con ninguna parte de su cuerpo y la sensación de frío es una a la que no tarda en acostumbrarse. No es hasta ese momento que sus músculos y terminaciones nerviosas son capaces de transmitir nueva información sensorial. Que es dolorosamente consciente de las sondas. De las agujas clavadas por todo su cuerpo. De la maraña de filamentos que la unen a las paredes de su prisión. No es hasta ese momento que nota los tubos introducidos por su boca y nariz. Que sus ojos perciben las máquinas que le impiden cerrarlos.
Pero, al llegar hasta su destino, esta información no puede ser procesada por una mente consciente. Ni entiende nada de esto, ni es capaz de asociarlo con el dolor que padece.

No hay conclusión posible ante su estado. No hay aprendizaje que pueda extraer de la información que le transmiten sus sentidos o de las reacciones de su cuerpo. No hay escapatoria. Las luces que parpadean a su alrededor le permiten ver la telaraña de cables y los límites de esto que ahora es su mundo. La inmovilidad solo consigue que el pánico sea aún mayor. Hioperventila pero no es capaz de controlar su respiración. Su mente primaria envía órdenes a pulmones y corazón para que se muevan más deprisa sin comprender que esto no va a servirle para nada.
No puede moverse, no puede gritar, no puede pedir auxilio, no puede luchar.
Este es su universo. Esto es todo lo que queda de alguien a quien ya no es capaz de identificar.

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Abre los ojos y estos son capaces de procesar con dificultad las imágenes que se encuentran frente a ellos. La primera sensación que le invade es la de desorientada. No sabe quién es, no sabe qué es, no sabe dónde se encuentra. El instinto puro ha dado paso a algo más. Algo diferente que aún no ha terminado de conformarse. Su mente está desubicada y en estado de alerta. Le dice que está en peligro, que debe protegerse. Esperaba una oleada de dolor pero esto no es lo que encuentra. Aun así, no es capaz de ajustarse a este nuevo escenario. Quizás ya no haya dolor, pero sus secuelas no han desaparecido. El temor a volver a padecerlo continúa ahí. Sigue habiendo desconcierto, inseguridad y miedo.
No hay dolor pero… ¿durante cuánto tiempo será capaz de permanecer en este estado?

–Tranquila –un sonido llega hasta ella procedente del exterior de su ser. Una frecuencia que su mente aún no es capaz de identificar o interpretar como una voz humana. Una secuencia de fonemas que no es capaz de convertir en una palabra–. La desorientación es normal. Ha estado usted en un estado crítico durante mucho tiempo.

La capacidad para interpretar esas ondas acústicas tarda en llegar. Lentamente, esos procesos mentales las transforman en conceptos. En ideas que debe ser generadas y traducidas. Pero el formar pensamientos coherentes resulta ser una tarea tremendamente compleja. Dolorosa. Lo que ha llegado hasta sus oídos era una voz. Eran palabras. Palabras que deben procesadas y transformadas en pensamientos. Pensamientos que deben ser convertidos en nuevas palabras. Estímulos ante los que ha de responder. Ante los que debe tomar una decisión y actuar en consecuencia. Debe buscar su propia voz y sus propias palabras. Sigue queriendo huir pero… ¿de dónde? ¿de qué?... ¿por qué?
¿Qué le dicen? ¿Qué trata de transmitirle esa voz? ¿Qué mensaje le transmite la forma que la ha generado con su gesto?
No encuentra palabras para describir nada de esto. ¿Lejana, quizás? ¿Humana?, ¿Preocupada?, ¿Amistosa?… ¿Viva?

Los conceptos que acompañan a estas palabras comienzan a tomar forma en su mente. Logran despertar algo que había quedado atrofiado. A alguien que fue. Un cuerpo. Un amasijo de órganos y fluidos. De nervios y músculos. De huesos y neuronas. De vivencias.

Cuerpo. Recuerdos. Memoria. Persona. Humano. Identidad. Yo.
Dudas y preguntas que no es capaz de convertir en ideas.
Sensaciones que deberían ser palabras. Que alguien que fue hace eones habría interpretado como… ¿Qué soy? ¿Qué significa “ser”?

–¿Daina? –de nuevo el sonido logra atravesar las infinitas capas de pánico que dominan su mente– ¿Puede oírme?

Nuevos impulsos acústicos llegan hasta ella. Nuevas palabras que danzan en sincronía con las imágenes que la rodean. Estímulos que una parte hasta ahora dormida de su ser lucha por identificar. Que provocan que esa entidad que un día fue trate de imponerse sobre la indefensión y el pánico.
Pero fracasa.

–––––––––––––––––––

–Los doctores dicen que la recuperación va bien –la voz de Beset se le sigue haciendo extraña–. Si no sufres nuevas recaídas, todo parece indicar que saldrás pronto de aquí.

Se conocen. Eso es lo que le señalan todos los indicios. Que es su amiga. Que es la persona a la que acudió cuando trataba de huir de sus errores. Su único contacto con la humanidad más allá de los doctores. El rostro que ve casi a diario. Una presencia que ha logrado despertar algún similar a recuerdos de quien fue. Pero nada de esto importa. Aún hay algo en ella que le continúa inquietando.

–Salir –el mero hecho de plantearse abandonar hospital la aterra. Le dicen que se está recuperando, pero no cuál ha sido su enfermedad. Por otro lado, esto es normal. El mismo concepto de “salud” aún le resulta algo difícil de asimilar–. ¿Y a dónde podría ir? –formular esta pregunta sin gritar o entrar en pánico le cuesta casi toda su capacidad de concentración. Se ha habituado a la gente con la que trata en este lugar. La habitación es el único espacio que reconoce. “Hogar” o “normal” no serían las palabras que utilizaría para describirlo, sino que la que mejor se ajusta sería “Todo”. Cada nueva persona que aparece en si vida es un nuevo reto. Cada nuevo lugar que le es mostrado el foco de una pesadilla

–¿No has hecho planes? –los restos de la sinestesia que aún perduran convierten la preocupación en su tono de voz en una agresión. Una ataque agravado por la manera en la que desvía la mirada–. Pensaba que estarías deseándolo.
–Aún me cuesta… –se detiene durante segundos que se le hacen eternos– ...me cuesta pensar en… tiempo. Me cuesta formar… pensar… en mí misma... una única entidad coherente… persona durante más de… tiempo. Los… san… médicos son es… no… bien… pensar –le cuesta respirar y su sistema nervioso está totalmente sobrepasado. Pensar y respirar al mismo tiempo resulta una tarea titánica. Tratar de acompañar esto con un lenguaje corporal o unas expresiones faciales reconocibles es algo que ni siquiera pasa por su cabeza.

Lentamente, a la mezcla de sonidos que llegan hasta sus oídos se añaden un conjunto de frecuencias adicionales nuevas. Un haz coherente de armónicos que parece zigzaguear por la habitación. Que parpadea con cada movimiento. Que dota a la escena de un tono tenebroso.
Fijando su mirada en el rostro de Beset su tensión disminuye por breves momentos. Se da cuenta de que esta nueva presencia en la habitación no es algo que solo detecte ella, pero ese lapso de calma es muy breve. La expresión de preocupación en el rostro de su acompañante no tarda en intensificarse. Desea hacer algo para rebajar esta inquietud, pero su mente ha perdido la capacidad de formar palabras o preguntas coherentes. No es capaz de mantener unidas las ideas. Sus pensamientos se diluyen. Su ser se desvanece poco a poco.
Esta cacofonía se funde con los gritos y las expresión de urgencia de quienes le rodean pero, para ese momento, ya queda muy poco de Daina. Mientras la puerta se abre dejando entrar a una enfermera en su mente no tienen cabida la duda, la certeza o el discernimiento. No es capaz de identificar en su rostro o en sus gestos la preocupación o la urgencia que los guía. Solo tienen cabida el frío y la soledad. Solo hay espacio para el silencio y la oscuridad. Pero ese no es el final, solo un nuevo comienzo. El camino hacia la claustrofobia. Ya nada la une al exterior. Está atrapada. Aislada dentro de la prisión en la que que se ha convertido su propia mente.

–––––––––––––––––––

–¿Cuánto crees que duraré esta vez? –se siente con fuerzas. Casi exultante. Con la suficiente confianza como para permitirse bromear con su situación.
–Si quieres podemos apostar, pero no sería justo –la expresión de Beset parece denotar una mezcla de preocupación y expectación–. Si vuelves a hundirte no podrías pagar o recordar si ganaste.
–¿Hemos tenido… –realiza una pausa dramática. Se siente ella misma. Alguien con un nivel de control sobre sus propias acciones que le habilita para fingir inseguridad y desamparo. No le importa la respuesta. Solo quiere experimentar. Reafirma ante ella misma que ha vuelto. Lo que haya pasado queda en el ayer– … hemos tenido ya esta conversación antes?
–Yo… –el experimento no transcurre como esperaba. La expresión de Beset cambia y algo parece romperse en su interior. Hay dolor en su mirada. Recriminación. Su puños se cierran con fuerza y sus párpados descienden durante un momento. Su expresión cambia de nuevo. Sus rasgos se endurecen y cuando abre de nuevo los ojos el dolor ha sido sustituido por rabia y determinación. Por una fiereza que apenas es capaz de las lágrimas que tratan de asomar– ...no importa. Da igual cuántas veces hayamos tenido esta conversación. Si te hundes volveré a sacarte hasta la superficie –en su mirada hay una promesa.
–No te preocupes –su error de cálculo se le revela ahora como algo evidente. Sumida como estaba en su estado de euforia, en su mente no había espacio nada nada más. Solo pensaba en sí misma. Cualquier cosa externa era irrelevante–. No será necesario –trata de dotar a su voz de una fortaleza que comienza a desvanecerse. Necesita que de sus palabras se infieran más cosas de las que se cree capaz de transmitir. Que no haya espacio en ellas para la duda. La necesidad de corregir su error se hace imperiosa, pero en su mente está dividida. En su interior también comienza a tener lugar otra conversación. Una en la que no deja de repetirse una palabra; idiota, idiota, idiota. Una en la que se pregunta por el número de ocasiones en las que la ha hecho pasar por esto.
–No me cabe duda –a pesar de la convicción que trata de transmitir en su voz, no puede evitar que este se note quebrada. Beset miente claramente. Sus puños continúan apretados y sus ojos siguen inundados. Solo su férreo gesto impide que se desborden.
–¿Y cuál es tu plan para cuando no tengas que hacer de niñera? –trata de encauzar la conversación hacia temas más livianos. De darle tiempo a Beset para recuperar la compostura. Pero mientras lo hace se pregunta por cuál de las dos está haciendo esto.
–Yo… no creo que cambie gran cosa –su gesto se relaja levemente–. Supongo que regresaré a la granja igual que todos los días… y cruzaré los dedos por no volver a visitar este sitio. ¿Qué planes tienes tú? –al terminar la frase no puede evitar un pequeño espasmo. Como si se acabase de dar cuenta de que ha cometido un error.
–No lo sé. Aún tengo muchas cosas por terminar de aterrizar. Necesito tiempo para pensar… y un lugar tranquilo donde hacerlo.
–Si quieres puedes acompañarme hasta que hayan terminado de aterrizar esas cosas. Ya conoces el lugar y se me da bien hacer puzzles. Te puedo ayudar a juntar todas esas piezas.
–Gracias –quiere añadir algo más, pero no sabe muy bien cómo continuar. Aún le cuesta ordenar sus pensamientos. Quiere hablar pero la duda en su interior no deja de acrecentarse–. Yo… gracias.

–––––––––––––––––––

–Idiota –sola en la habitación tampoco le resulta más fácil pensar–. Idiota, idiota, idiota. ¿Tanto te costaba ser un poco más...?
Silencio.
–Un poco más ¿qué? ¿Qué quieres hacer?

¿Qué relación le une con Beset? Acudió a ella como una medida desesperada. Porque era alguien con quien nadie la podía vincular. Porque la suya había sido una relación totalmente accidental y fortuita. Porque ni siquiera ella misma era capaz de entender cómo es que aún se mantiene. Porque… por más que no quiera reconocerlo, la consideraba segura y prescindible. No sabía lo que iba a encontrar allí. No sabía todo el daño que le iba a causar.
¿Va a volver a hacer lo mismo?

–¿Cómo has podido llegar hasta esta situación? –cuando ha terminado de formular la pregunta se da cuenta de que algo más va mal. Sabe, recuerda, hacia dónde suele conducir. Que la respuesta tiende a ser poco fiable. Que no le va a ayudar–. Idiota –no puede evitar reír de pura desesperación. Con esto queda demostrado que vuelve a ser ella. Parece que el egoísmo, la hipocresía y la terquedad han sido algunos de los primeros rasgos de su yo antiguo en regresar. Todo lo que le condujo hasta esta situación.
–Todo iba tan bien –el autoengaño es la segunda señal de alerta. La ruta más cómoda a la hora de evadir responsabilidades. La respuesta automática a una pregunta retórica. Otro de los indicios que denotan que está cerca de volver a ser quien fue–. Estaba tan cerca.

“Es usted una persona en la que confío plenamente”.

Su mente vieja en el tiempo. Regresa hasta el momento en el que Rogani la contrataba. Hasta un suceso que ahora contempla con otros ojos. En su recuerdo las palabras tenían otro cariz, pero ahora no terminan de cuadrar con la expresión de su interlocutor.
No recuerda que en su rostro se mostrase tan abiertamente esa expresión burlona. No recuerda ese aire de superioridad, el gesto condescendiente que la acompaña, o su sensación de inferioridad. Ninguno de los detalles que ahora tiñen a esta memoria pertenece a al recuerdo original.
Sin embargo están ahí. Se le muestran tan claramente que se enfada por no haberlos visto en su momento. Se dice que entonces no lo sabía, pero es mentira. La recompensa era lo único que importaba. Ahora todo le resulta obvio. Solo era uno más de sus peones. Una pieza prescindible con ínfulas. Una que se creía imprescindible.

“No me cabe la más mínima duda acerca de su capacidad”.

Se burlaba de ella. Solo era un elemento más dentro de un entramado cuya escala ni siquiera era capaz de intuir. La enviaba a una misión para la que no estaba preparada. Pero no toda la culpa fue de su Rogani. Ambos eran plenamente consciente de su exceso de ambición y de sus carencias.

“No quiero un aprendiz ni un ayudante”

Por su lado, Arcanus siempre fue directo y claro.

“Quiero un colega. Alguien que complemente mis investigaciones y avance a mi ritmo. Nuestra asociación terminará en el momento en el que sienta que me estás retrasando”.

Gélido, irritante, obtuso y en ocasiones irreflexivo, pero casi siempre brillante.

–¿Cómo has podido llegar hasta esta situación? –trata de enfrentarse a la justificación y la mentira cómoda. A ese impulso que busca trasladar la culpa y el foco de su ira lejos de ella–. Siendo arrogante y estúpida.

Quiere creer que ha aprendido de esto. Necesita desesperadamente aferrarse a esta creencia. A la posibilidad de que todo esto puede ser canalizado hacia algo constructivo. Pero tiene miedo de que esta respuesta en el vacío no deje de ser otra deflección más. Otra máscara a añadir a su ya de por sí variado repertorio.

Lo único que tiene son dudas y está muy cansada. Se pregunta si ha aprendido algo de todo esto. Durante cuánto tiempo va a ser capaz de mantener este nuevo papel. Cuándo tardará en regresar su antiguo yo. El mero hecho de pensar continua resultándole agotador, y tratar de impedir que el resto de dudas e inseguridades salgan a la luz tampoco resulta una tarea sencilla. Le cuesta separar las distintas imágenes que tiene de sí misma. Saber cuáles son reales y cuáles fruto de sus necesidades o temores. Mantener a ralla las consecuencias de todo cuanto ha experimentado últimamente. No es capaz de determinar a quién pertenecen todas las emociones y recuerdos que permanecen en su mente. Su autoimagen fluctúa. Salta en el tiempo como un recuerdo difuso. El tiempo arrastra los sedimentos de quien fue dejando al descubierto a una desconocida. El tiempo terminará por definir su nuevo papel. Mostrará si se limita a huir de sus errores y ocultar sus consecuencias o estos regresarán. Si se hundirá por su peso. Si será capaz de salir a flote. El tiempo es la clave. La gran incógnita. El misterio a resolver.

–Recuerda –comienza a acelerase y esto nunca es una buena señal–. Pequeños pasos.

Debe empezar por saber en qué fecha vive. No sabe durante cuánto tiempo ha permanecido hospitalizada. Cuánto le ha costado comenzar a recuperar el control sobre su vida. Todo lo que conserva son imágenes difusas que no es capaz de ubicar en el tiempo. Leves recuerdos acerca quién fue antes de su caída.

No es capaz de ver ningún reloj o calendario en la habitación. Existe en un ambiente de penumbra y quietud. El silencio es total. Absoluto. Irreal. Hasta que no ha sido consciente de esto no ha pensado en ello. No hay ruido eléctrico y la maquinaria de la habitación tampoco emite ningún tipo de sonido. Trata de forzar sus sentidos sin éxito. Su campo de visión ha sido limitado de manera artificial. Su oído no es capaz de escuchan nada procedente del exterior. El tacto de las sábanas no parece… no encuentra las palabras para describirlo. Su mismo cuerpo le resulta algo extraño. Trata de hacer memoria, y solo entonces se da cuenta de que, en las conversaciones recientes que recuerda, no ha sido consciente en ningún momento de la presencia de su cuerpo y siente un extraño vértigo. La respuesta a estos misterios no tarda en hacerse obvia. Lo que percibe no es la habitación, sino un habitáculo virtual. Lo que ve y siente no es realmente su cuerpo. Lo que toca es una simulación. Un artefacto diseñado para engañar a su mente. Para liberarla del trauma de la verdad. Esto no ha terminado. Le ocultan su estado real. La sensación de claustrofobia crece. Necesita desesperadamente salir de donde sea que se encuentre. Apenas es capaz de mantener el control.

Sus pulmones falsos toman aire mientras trata de formular un plan. No puede arriesgarse a destruir esta farsa. Si la han colocado en esta situación será por una buena razón. Si mañana conserva este recuerdo tratará de obtener la información de los doctores. Por el momento buscará respuesta a la pregunta que ha originado esta pequeña crisis. Desde aquí debe tener acceso hasta alguna consola del sistema del hospital. No necesita una conexión completa para obtener la respuesta a esta pregunta. Solo necesita saber cuándo es “hoy”. Una misión que debería ser sencilla. Inocua. El origen de un nuevo e inesperado golpe.
Lo que para su yo consciente apenas ha sido un momento realmente se ha prolongado durante casi tres años. El vértigo y la nausea que le provoca esta información se propaga como algo físico este cuerpo ilusorio.

Surgen nuevas preguntas. Incógnitas que rompen el limitado universo en el que ha estado habitando. Que traen hasta su mente los días de intriga y ambición. Lo que “tendría que haber sido y ya no será”. Se pregunta qué ha sido de Arcanus. Si logró tener éxito.

–Tendría que haber estado ahí. Tendría que habérselo contado todo. Tendría que haber formado parte del que podría haber sido el mayor descubrimiento de la axiofísica moderna –se enfurece sin medida o razón contra el mismo universo–. Tres años. Mierda –necesita saber. Necesita más información.

El cambio en su estado anímico logra vencer a los bloqueos mentales que la atenazaban. Los temores remiten. La curiosidad vence al miedo. Se conecta al sistema. Tiene claro que no encontrará nada relacionado con las investigaciones de Arcanus, pero un evento como el que esperaba tiene que haber dejado algún tipo de rastro. Si el solapamiento que predijo llegó a tener lugar, sus repercusiones han tenido que resultar obvias para quien sepa mirar. Reduce su horquilla de búsqueda centrándola en las fechas sobre las que trabajaba. Una vez ahí, tratará de ampliar el círculo en el tiempo y el espacio.
La búsqueda hace que sienta viva de nuevo. Excitada y temerosa al mismo tiempo. Su mente formula teorías e hipótesis de manera compulsiva. Sabe que la mayoría de ellas son descabelladas. Que, con la nula información de la que dispone, es muy complicado que dé en la diana. Pero no importa. Se dice que no importa lo que vaya a descubrir. Lo importante es que vuelve a tener el deseo de saber. Incluso se atreve a reír y disfrutar del momento internamente. Una alegría y un disfrute que llegan a su fin de forma abrupta.

Thaysak ya no existe como una ciudad. La información que encuentra publicada recientemente no deja de ser pura especulación sin base alguna. Sensacionalismo. Una manera de no dejar morir “la noticia”. Pero, según va retrocediendo en el tiempo, cada noticia que lee la golpea con mayor dureza. Hace ya más de un año que su ubicación fuese etiquetada como zona catastrófica. Tras un largo periodo en aislamiento, tanto ella como las poblaciones de los alrededores fueron desalojadas. La suya ha sido una muerte lenta. Un proceso agónico para sus habitantes. Una situación de crisis y desgaste tanto para el gobierno local como para el de la nación que no dejó a nadie contento.

A pesar del tiempo que ha transcurrido desde aquellos hechos, aún no se ha descubierto ningún indicio acerca de la causa de las muertes o desapariciones de parte de su población. Unos números que, dependiendo de la información, oscilan entre un veinte y un sesenta por ciento de sus habitantes.

Daina comienza a escuchar un sonido lejano. Casi como en un segundo plano de su mente. Las alertas de las máquinas a las que está conectada no le indican nada que ella no sepa. Cuanto más lee más se aceleran sus constantes vitales.

–¿Arcanus sabía que esto sucedería? ¿Era lo que estaba esperando? ¿Estaba relacionado de alguna manera con sus investigaciones, o… –desea que su tren de pensamiento se detenga en este punto, pero no es capaz de lograrlo– o es algo que desencadenamos Selish y yo?

Demasiadas preguntas. Demasiadas incógnitas. Demasiados sentimientos encontrados. No logra dar con nada que le sirva para confirmar o desmentir sus temores. Poco a poco va ralentizando la velocidad de su viaje en el tiempo. De los meses pasa a las semanas. A las noticias científicas se les suman las de sociedad y política. Cuanto más retrocede y profundiza, más se ve inmersa en un infinito océano de teorías conspiratorias. De especulaciones sin base e informaciones claramente sesgadas o erróneas. Sinsentidos que van desde escapes de radiación del Vagda hasta la explosión del reactor del espaciopuerto. Desde hipotéticos ataques terroristas internos hasta declaraciones de guerra encubiertas procedentes del exterior. Cientos de artículos en los que no se es capaz de adivinar la presencia de Arcanus o…
En esta ocasión sí que es capaz de detener sus elucubraciones, pero este es un triunfo breve y amargo. Sabe que no va a lograr protegerse de la culpa durante mucho más tiempo.

El encontrar la noticia de su ingreso en el hospital sirve como catalizador para que todo lo que ha estado reprimiendo explota. Su nombre comienza a aparecer mencionado cada vez con mayor frecuencia. Se ha convertido en una persona de interés. En alguien que, durante mucho tiempo, se ha etiquetado como “paciente cero”. Como el punto de impacto inicial a partir del que se propagó el evento al resto de la población.
Durante aquellos días, tanto la evolución de su estado de salud, como su historia personal y profesional fueron seguidos y analizados al detalle. Su vida y obra han sido inspeccionadas de manera inmisericorde. Han salido a la luz partes de su pasado de los que ni siquiera ella era consciente. Cualquier viaje, cualquier paseo, cualquier transacción, cualquier conversación casual de la que haya el más mínimo registro. Su privacidad murió retroactivamente en el mismo momento en el que comenzó su proceso degenerativo. No importa que los sucesos, personas o investigaciones sean anteriores. No importa que estuviesen o no relacionados con el caso. No importa lo absurdo de las teorías que se comenzaron a elaborarse. Ninguna de ellas se descartó sin desmenuzar alguna parte de su periplo vital. Sus vivencias han sido usados para tratar de establecer relaciones causales donde solo las había casuales. Se la ha acusado de terrorismo y de espionaje. De ser víctima y verdugo. Más tarde se descubrió que también se habían producido con anterioridad muertes cuya sintomatología era similar a la suya. Casos cuya resolución aún estaba pendiente. Expedientes como el de Selish.

Saber que fue él quien le arrebató la etiqueta de “paciente cero” termina de liberar todo lo que ha logrado contener hasta este momento. Trata de buscar nuevos datos que desmientan esta afirmación, pero lo único que encuentra son nuevos indicios que la confirman. Aun así… este continúa siendo un misterio sin resolver. El origen de cientos de teorías conspiratorias que les afectan a ambos. Lo único que sabe a ciencia cierta es que no hay respuestas.

Tres años. El dinero que se ha invertido en la investigación de su tratamiento ha sido incalculable e inútil. No se ha sacado nada en claro. No se sabe si sigue viva por algún capricho genético, por algo ambiental, o por los tratamientos que se le han aplicado. Daina Sij Ipsilaya se ha convertido en un misterio que nadie parece ser capaz de desentrañar. El enigma del siglo. Una incógnita incluso para ella misma.

La Daina segura de sí misma hasta rozar al soberbia ha desaparecido. La mujer confiada y fuerte que no temía a nada o a nadie es un mar de dudas. La que creyó ser capaz de superar en astucia, recursos e inteligencia a tres inmortales se ha dado cuenta de lo absurdo de aquellas ínfulas.

–Estaba tan cerca –quiere reír y llorar. Burlarse de su propia estupidez. Llorar por…–. ¡Estúpida!¡Tan cerca… ¿de qué?! –logra que se imponga la rabia. Mantenerse activa. Evitar precipitarse de nuevo en las simas de la desesperación, pero esta llega con tal intensidad que su acometida la desestabiliza por completo. Su fuerza es tan arrolladora que no solo logra imponerse con facilidad sobre el resto de emociones, sino que también amenaza con sepultar a su racionalidad–. ¡Nunca tuviste el control! ¡Es culpa tuya! ¡Todo es culpa tuya! ¡Tú mataste a Selish! ¡Tú desataste lo que arrasó Tayshak!

Las alertas de las máquinas a las que está conectada suben su intensidad. Las contramedidas químicas no son capaces de sedarla y los automatismos de su mente tampoco logran encauzar su tren de pensamiento. Nada parece ser capaz de detenerlo antes de que este le lleve hasta un punto sin retorno.

La mirada vuelve a encontrarla. Vuelve a juzgarla y sentenciarla. Pero ahora sabe que ha sido un juicio justo. Se merece todo el dolor y el miedo. Todo lo malo que le ha pasado es insuficiente para pagar por sus actos. Se encuentra de nuevo atrapada en el silencio y la oscuridad, pero ahora no hay claustrofobia. No hay lucha, solo aceptación.

–––––––––––––––––––

–¿Cómo lo llevas?

Daina aún se encuentra desorientada. El transcurrir del tiempo desde su despertar ha sido algo difuso. Es consciente de haber generado sonidos, pero no de si estos eran en respuesta a algún tipo de estímulo o gritos al vacío. Su visión en estos momentos comienza a aclararse y, con ella, también su consciencia de “ser”. Sabe quién es, sabe en qué lugar se encuentra, pero no sabe cuándo es “ahora”. Tampoco sabe la razón por la que este dato le resulta relevante.

Se da cuenta de que algo más ha cambiado. Ya no se encuentra en la habitación virtual. Está inmovilizada y es capaz de ver y sentir todas las sondas que se encuentran conectadas a su cuerpo. A pesar de estar sedada, es capaz de notar el dolor y la incomodidad que generan los fluidos que le están siendo inyectados.
También se da cuenta de algo más. A través de la mampara que la separa del resto de personas que se encuentran en la habitación, está viendo a Beset con sus propios ojos. Ser consciente de este hecho provoca que aparte la mirada de su rostro. Ha envejecido siglos desde la última vez que la vio. Las arrugas en su rostro parecen cinceladas en roca. Algo tan solemne y abrumador.
Instintivamente, su mirada se dirige hasta los monitores. De manera repentina el “ahora” se ha convertido en algo prioritario. No han pasado más de tres días desde el último colapso que recuerda.

–Tenemos que dejar de vernos así –la culpa que siente al saberse la causante de tanto dolor la golpea con dureza, pero trata de mitigar esta carga con humor–. A este paso voy a tener que ser yo quien te visite a ti.
–Primero tendrás que ser capaz de levantarte y salir de esta habitación. Ya nos preocuparemos del resto cuando llegue el momento.

“El resto”. Estas dos palabras abarcan ahora un número infinito de dudas en la mente de Daina. El recuerdo de las causas que han provocado su recaída son claras, pero la intensidad de las emociones es menor. Aun así, el temor y la culpa no han desaparecido por completo.

–Está respondiendo a la terapia regenerativa mucho mejor que en anteriores ocasiones –el comentario de la doctora le saca por un momento de su ensimismamiento–. Hemos logrado que el ritmo de recuperación sea mayor que el de degradación celular –a pesar de saber que sus problemas no eran algo meramente neurológico, el comentario le resulta inesperado–. Es posible que en otros cuatro días, si se mantiene este ritmo, se estabilice y ya no necesite de la terapia –se pregunta qué partes de su organismo se han visto afectadas. Cuánto queda de su cuerpo original, y cuánto ha tenido que ser regenerado–. En ese momento podremos comenzar a aplicarle la estimulación muscular. Hasta entonces no podrá dar inicio el proceso de rehabilitación –como en una especie de acto reflejo de rebeldía ante esta última mención, Daina trata de levantar uno de sus brazos sin éxito. Ni siquiera es capaz de sentir que continúan formando parte de su cuerpo.

Los mecanismos necesarios para llevar a cabo esta acción se le hacen increíblemente complejos. Durante tres años ha vivido casi en exclusiva dentro de su mente. Su cuerpo solo era una mera antena. Una unidad emisora y receptora de estímulos sensoriales y nerviosos. El portador de una serie de señales que su mente era incapaz de procesar. Le cuesta aceptar que no ha hecho uso de ninguna parte de su anatomía que no se encuentre ubicada en su cabeza.
Puede girar su cuello, puede orientar sus ojos, puede mover sus labios, pero ahí termina su capacidad de relacionarse con el entorno. Percibe el mundo a través de la realidad aumentada del sistema hospitalario. Hasta donde ella sabe, esto también podría ser una farsa. Nada de lo que está viendo o escuchando podría ser real. El vértigo da paso a la nausea, y la nausea abre camino a la claustrofobia.
Ahora que sabe que no es capaz de conectar con su cuerpo, algo tan simple se convierte en una necesidad. Algo imperativo. Un impulso que no puede ser satisfecho. Que lleva a su mente de nuevo hasta un estado cercano al pánico. Hasta una sensación contra la que ahora se ve capaz de luchar. Está viva. Ella es afortunada, no como el millón de muertos en Tayshak. No como Selish.

Las preguntas vuelven a inundar sus pensamientos. Ninguna de las historias que leyó antes de colapsar tiene sentido en su totalidad. Las líneas de tiempo no cuadran. Las consecuencias no encajan con ninguna causa posible que pueda ser capaz de imaginar. Es muy posible que jamás llegue a descubrir cuál fue el origen de aquello. Una parte de ella no desea saberlo.

¿Fueron ellos los causantes?
Si todo comenzó con Selish… con ellos, su culpabilidad en lo sucedido en Tayshak quedaría claramente demostrada. Ella fue quien le pidió ayuda. Ella le dio las herramientas. Ella fue quien se aprovechó de su acceso al macrosistema de la Qwan Shig.
Se dice que Selish era un adulto. Que sabía en qué se estaba involucrando. Pero esta no deja de ser una verdad a medias. Porque no le proporcionó todos los datos de los que disponía. Le ocultó información de forma deliberada. El hecho de que ella no le dijese todo lo que sabía no fue algo accidental o un descuido. No le hizo conocedor de las dudas que albergaba por pura arrogancia.

Aun así, “esa parte” de ella continúa tratando de exculparse. Lo puede llamar instinto de preservación o egoísmo, pero las palabras no importan. Independientemente de cómo decida llamarla, se niega a aceptar la rendición. No logra silenciar su voz, y sus palabras son atractivas. Se dice que necesita más datos antes de descartarlas. Datos objetivos. Información que no haya sido corrompidos por sus necesidades.

Por otro lado, no sabe si es esa misma voz la que se pregunta si lo sucedido en su hogar puede estar relacionado con lo que buscaba Arcanus o con los tejemanejes de Rogani. Si su papel fue meramente el de un títere manejado por las manos y las mentes de dos inmortales. Si hay alguna manera en la que pueda escapar de las consecuencias más directas de la culpa. No sabe si lo que se opone a este pensamiento es el sentimiento de culpa o su ego.

De cualquier manera, la resolución de estas dudas no le traerá la paz. Aunque llegue a descubrir que lo ocurrido en su hogar no fue culpa suya, eso no corregirá su error con Selish.
–Tendría que haber escuchado a Inari hace años. Tendría… –no importa. No puede cambiarlo. Tiene que seguir hacia adelante–. ¿Qué puedo hacer? –la “ausencia” de su cuerpo ya ha dejado de ser un problema.

El espacio en el que existe se ha convertido en algo irreal. Los impulsos transmitidos por sus sentidos llegan como señales mitigadas. Vuelve a escuchar la señal de alerta de las máquinas de soporte vital como algo lejano. Algo ubicado en otro nivel de existencia. Algo que…

–Beset –si mirada está clavada en ella llena de preocupación. Su lenguaje corporal trata de ser calmado, pero no puede ocultar el pánico que transmiten sus ojos. Puede ver cómo mueve los labios, pero el sonido no parece haber llegado hasta sus oídos. Estúpida, estúpida, estúpida. Con su regreso al ensimismamiento ha vuelto a olvidar que no está sola–. Perdona.
–¿Por qué? –es capaz de escuchar estas palabras y toda la tensión que proyectan sus cuerdas vocales– No entiendo… –su voz a punto de romperse pasa a convierse en algo que sepulta el resto de sonidos de la sala.
–Estaba tan perdida en mis pensamientos que no he escuchado nada de lo que estabas diciendo.
–No importa –miente. Lo puede ver con claridad en su rostro–. No era nada importante.
–¿Puedo ser una egoísta de mierda una vez más? –este arranque de honestidad parece sorprender tanto a su interlocutora como a ella misma. Beset sonríe, pero no puede esconder la inquietud que le generan estas palabras–. ¿Puedo pedirte que te vayas? –eso ha sido muy torpe. Trata de corregir su error antes de que se consolide, pero no encuentra palabras con la suficiente rapidez–. Yo… aún no sé… nada –la expresión de Beset cambia de nuevo. Trata de ocultarlo, pero este momento de incertidumbre por su parte parece despertar un recuerdo doloroso en su interior. Nota cómo su mandíbula se cierra con fuerza y sus rasgos se endurecen. Cómo un espasmo involuntario recorre su columna y finaliza en sus puños cuando se cierran con fuerza. Cómo su cuerpo se prepara para recibir un golpe–. No te preocupes –estúpida, estúpida. ¿Cómo vas a arreglar esto?– Estoy bien. Solo un poco aturdida –Beset sigue sin relajarse. Quizás la mejor opción sea continuar con lo inesperado. Con la sinceridad–. Estoy tratando de poner en orden demasiadas cosas. Tengo que pensar mucho. Tengo que pensar en todas las cosas que debo contarte. En todo lo que mereces saber. En cómo pedirte perdón en condiciones. En qué hacer cuando decidas dejar de hablarme.
–Nos hemos levantado dramáticas esta mañana –su cuerpo se relaja y hay un cierto tono de alivio en su voz, pero también decepción–. No te preocupes. Me voy. Nos vemos mañana –no se merece lo que le va a hacer, la situación en la que la va a poner, pero tampoco merecía todo lo que ya le ha hecho.

Sus miradas mantienen el contacto durante un tiempo que se le hace eterno. Durante los segundos que le lleva a Beset darse la vuelta para abandonar la habitación. A lo largo de un instante eterno en el que Daina tiene tiempo de arrepentirse de sus palabras y reafirmarse en ellas. De cambiar de opinión cientos de veces.

Una vez que se ha ido, lo único que queda en su mente son las dudas y el desprecio que siente por ella misma. No sabe si en la inesperada e irreflexiva visita que hizo a su amiga llevó algún regalo adicional. No sabe a qué elementos ha podido verse expuesta durante el tiempo que pasó con ella. No sabe si la ha podido situar en el foco de alguna intriga con su falta de cabeza. No sabe si la ha colocado en el punto de mira de Rogani. No sabe si está siendo investigada por las fuerzas del orden por culpa de su asociación con ella. Lo único que sabe a ciencia cierta es que merece saber la verdad. Que merece tener la posibilidad de volcar todo el odio y la rabia que esto pueda desencadenar.

Trata de contener las preguntas y el miedo. De acotarlas a su contexto más inmediato. Trata de evitar que su imaginación vuele libre, pero sus barreras no tardan en verse desbordadas. Piensa en la posibilidad de que su desidia o un error de cálculo por su parte puedan haber sido los causantes de tanto daño. En que su ambición pueda haber sido el ignitor del desastre. En cuántas personas que le importan ha podido perder Beset durante todo lo que ha sucedido en Tayshak. En cuántas ha podido perder ella. Piensa en Arcanus e Inari.

Una parte de ella trata de levantar barreras mentales ante este flujo de pensamientos. Le dice que solo son especulaciones. Qué ni desea ni necesita obtener los datos necesarios para solucionar este misterio. Que ese es el trabajo de las autoridades. Que, mientras ellas no unan los puntos, ella estará a salvo. Si nadie establece un vínculo entre sus acciones y lo sucedido, esto significa que no es culpable de nada. Esa es la parte que centró sus esfuerzos en tratar de evitar cualquier tipo de repercusión legal sobre sus acciones. La que trató de borrar sus pasos en falso. La que se dedicó a eliminar cualquier indicio de su colaboración con Selish. La que no le contó la verdad a Beset. Se siente cómoda con esta parte. Se siente en un territorio conocido. En casa.

Pero hay otra voz en su interior. Una más joven y nueva. Una que trata de imponerse. Una en la que no se reconoce, pero que le ha acompañado desde que ha recuperado la consciente. A esa voz no es el temor de ser descubierta y juzgada lo que le preocupa. No es la posibilidad de terminar en prisión. Todo eso no dejan de ser minucias. Detalles que le resultan del todo irrelevantes. Un resultado que casi agradecería, porque le librarían de ser ella quien haga el recorrido. Quien desgrane la secuencia de eventos. Quien contemple toda la desolación que teme haber creado.

Su mente vuelve a trabajar a marchas forzadas tratando de determinar quién quiere ser. Qué personaje adoptará una vez que salga de esta habitación. En qué está dispuesta a convertirse. Si se va a quedar con las excusas y medias verdades. Si ha de negar por completo cualquier vinculación de lo sucedido de manera independiente a lo que puedan llegar a indicar las pruebas. Si se va a quedar con esa parte le dice que no tiene miedo. Con la que sabe que le está mintiendo. Es el miedo el que guía sus pasos, de la misma manera en la que la culpa da fuerzas a su antagonista.

Desea huir de la culpa y la responsabilidad, pero el miedo no es suficiente para alejarla de ellas. Todo cuando nunca ha sido se alía contra quien fue. No es capaz de comprenderse a sí misma, y carece de los datos necesarios para hacerlo. No tiene certezas solo dudas que no dejan de crecer. Rasgos de personalidad, preocupaciones e inquietudes en las que no se reconoce. Que, para su sorpresa, le hacen darse cuenta de que no busca exculpación ni el perdón.

Su mente se hunde más y más por momentos en… .No es capaz de calificar su estado. Lo único que sabe es que está a salvo. Ahí no es capaz de sentir la mirada acusadora. Ella es su propia prisión. Ella es su torturadora. Quizás siempre lo ha sido. Esta es una verdad que no cree que cambie cuando recupere el uso de su cuerpo. Algo con lo que va a tener que convivir aunque se llegue a determinar su inocencia o culpabilidad. La incertidumbre y la duda son ahora es el centro de su universo. Esa es la mirada que le juzga. La que le dice que ella fue la causante de la muerte de Selish. La que le dice que nunca va a volver a ser capaz de cerrar los ojos de nuevo sin odiarse. La que le obligará a abrirlos de nuevo y seguir viviendo.

–¡Maldita sea!, ¡soy una científica! –trata de convencerse con palabras, pero el eco que resuena en el vacío que la rodea hace que suenen huecas.

Sabe que lo que siente no deja de ser la suma de las reacciones químicas de su cuerpo y su cerebro, pero este conocimiento no le sirve de ayuda. Lo sabe, pero nada de eso importa. No tiene el control. Nunca lo ha tenido. Ella no eligió verse expuesta a las radiaciones que mataron a Selish. Ella no ha elegido seguir viviendo. Sin embargo, está aquí. Lo está porque las decisiones que tomó, pero no por elección. Solo es una pieza ínfima del gran esquema. De este universo que hoy le resulta hostil.
Trata de aferrarse a quien fue. A quien recuerda haber sido. A la remota posibilidad de que quizás mañana todo cambie. A volver a ser “ella”. A que podrá volver a recuperar la falsa sensación de control que un día creyó tener. A que se convertirá en… ¿qué? ¿en quién?

Intente lo que intente, sabe que ya no puede escapar de la culpa. De esa sensación con la que ha lidiado en tan pocas ocasiones. De esa parte de ella misma que ya le ha declarado culpable. Ha dejado libre a una parte de sí misma de la que no sabe si podrá llegar a liberarse.

V - Tahúr

V - Tahúr

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
El indicador llama inmediatamente su atención. Solo es una débil luz en la periferia de su campo de visión, pero es suficiente para sacar su atención del maremagnum de datos que le rodea. Lo que llama su atención poco tiene que ver con su intensidad, sino con su ubicación. Se trata de algo relacionado con Arcanus. A buen seguro otro indicio falso que no le llevará a ninguna parte pero, sea lo que sea, como mínimo le servirá para dedicar su atención a algo que le interesa.

–Muy bien. ¿Qué tenemos aquí?

Trata de hacer memoria. Repasa mentalmente los últimos movimientos de las piezas. La situación en la que dejó el tablero. Han pasado más de ocho años desde la última información veraz sobre él o sus propósitos inmediatos. Más de tres desde su último movimiento registrado. Uno desde que pudo dedicarle su atención en condiciones. La partida lleva ya mucho tiempo en punto muerto.
Para alguien con Rogani el transcurrir de un año, una década o un siglo carece de significado. No es suficiente como para hacer mella en su memoria. Menos aún en aquellos escasos asuntos que son capaces de despertar su interés sincero. En esas raras ocasiones su mente es capaz de mostrarle toda la información de manera diáfana. La posición de cada pieza y las posibles jugadas posteriores. La previsión de sus movimientos.
Sonríe para sí ante lo absurdo e infantil de esta situación. Ante lo irracional de la ilusión que le despierta esta noticia. Ante lo relativo de su percepción del paso del tiempo. Ante la manera en la que esto le humanizaría ante los ojos de otros. Desea alargar este momento tanto como esté en su mano. Retrasar la más que probable decepción tanto como sea capaz soportar. Pero sabe que ese periodo de tiempo será breve. Hay asuntos por los que puede pasar milenios sin preocuparse pero, en casos como el de Arcanus, cualquiera mínima espera le resulta eterna.

–Enhorabuena, señorita Ipsilaya –la noticia no atañe directamente a Arcanus, pero sí a la última persona que sabe a ciencia cierta que tuvo contacto directo con él. Se encuentra sinceramente sorprendido, y esto no es algo frecuente. Este era un caso cerrado. Un activo con el que ya no contaba. Un perfil que mueve a la sección de “disponibles”–, espero que su despertar haya sido placentero –siente renacer el hormigueo en su estómago. Una sensación que echaba de menos–. Veamos qué me puede contar.

El hormigueo se mitiga mientras los datos comienzan a pasar por sus ojos. El informe es escueto. Poco más que una nota magnificada. Insuficiente como para que pueda albergar esperanzas. Sin embargo…

La relación establecida por Daina con Arcanus nunca llegó a consolidarse. Reuniones en lugares discretos aunque semipúblicos. Ningún intercambio de información relevante. Encargos carentes de contexto. La posibilidad de dar con el paradero de su contrincante a través de ella es ciertamente remota pero, de nuevo, resta importancia a este hecho. Las probabilidades pueden ser muy bajas, pero son superiores a las que tenía hace unos instantes. Es capaz de nota el pinchazo del autoengaño. Desea ceder a él. Dejarse llevar por sus deseos. No hay nada asociado a esta noticia a lo que aferrarse, pero las promesas vacías también resultan tentadoras.

Los indicios son demasiado escasos. Lo sabe. Su voz racional suena más convincente que el resto. Aun así, Iorum siempre ha sido muy bueno a la hora de camuflar sus movimientos. La lucha interna no parece tener un claro ganador. Se pregunta si puede permitirse esta distracción en el momento actual. Una pregunta obviamente retórica. Es perfectamente consciente de cuál es la respuesta. Se trata de un “no” rotundo. Una lástima. Siguiendo con su mejor tradición, la responsabilidad y los compromisos resultan ser un incordio
–Admítelo –no tiene nada que le permita prolongar la ilusión.

El debate interno ha sido divertido, pero debe ponerle fin. Nuevos indicadores se iluminan en su panel de control. Debe regresar hasta las tareas que sabe que le aguardan. Hasta actividades mucho más aburridas. Tiene llamadas que atender y órdenes que dar. Ha de centrar su atención en formularios, reuniones y cháchara mortecina. Para su desgracia, a día de hoy no es dueño de su tiempo. Las prioridades que mandan no son las suyas. Su vida se ha convertido en algo predecible y aburrido. En una prisión autoimpuesta.

Trata de llevar al día el resto de sus cometidos pero no es capaz de tener éxito en esta misión. El hormigueo no cesa. En cuanto se descuida, sus ojos y sus manos se mueven como si tuviesen vida propia. Cuando su parte consciente vuelve a estar plenamente activa, se encuentra ahondando en la noticia. Procrastinando y alejándose de las tareas y compromisos que tiene planificados para hoy. Liberándose del tedio que le provocan los planes de largo recorrido. Buscando de manera desesperada recompensas inmediatas. Algún pequeño placer a corto plazo.

Apenas le ha conocido, pero echa de menos a Arcanus. No puede evitar el sonreír para sí mismo cada vez que piensa en él. Él, Rogani, el “gran manipulador” debería estar furioso consigo mismo. Enreabietado por sus constantes fracasos con este sujeto. Pero no puede. No logra apartar esa expresión de felicidad casi beatífica de su rostro. En ocasiones cree él es un candidato mejor para el título de “Gran Maquinador”. Otros han podido llegar a engañarle. Le han traicionado o han tratado de usurpar su posición. Pero nadie le ha sorprendido de la misma manera. Nadie le ha ignorado con mayor eficacia. Nadie le ha enfurecido con mayor indiferencia. Nadie le ha asombrado como ese…

–¿Señor? Ya han llegado los invitados –la voz de su asistente suena a través del comunicador trayéndole de vuelta hasta el momento presente.
–Salgo en un momento –sus ensoñaciones y elucubraciones tendrán que esperar.

Toma aire e impide que su entorno de trabajo se vea sometido a nuevas interrupciones. Tiene asuntos más inmediatos en los que sumergirse. Gente a la que presionar. Información que sonsacar. Rivales a los que amedrentar. Proyectos que alimentar. Quizás hasta logre disfrutar de alguna de estas actividades. Confía en que alguna de estas actividades logre aliviar de alguna manera el mortal aburrimiento que siente que le acompaña desde… su mente le dice que desde siempre. Se lo dice mientras el hormigueo continúa haciendo vibrar todo su ser. Mientras abandona su oficina para reunirse con los recién llegados.

–Caballeros –adopta su pose de jugador y nota como la expresión de sus interlocutores cambia–. Espero que lo que me traen merezca mi tiempo –estas palabras sirven para terminar de establecer el terreno de juego. Domina la sala y el resto está a la expectativa. Sonríe y logra que el ambiente se tense aún más. Quizás la mañana no sea un desperdicio total.

–––––––––––––––––––

Llega a casa con un regusto amargo. Ha sido un día atípico.
Está agotado pero aún quedan muchas cosas por hacer. Tiene que matar el hormigueo. Ha de poner fin al engaño.

Recupera toda la información que ha ido recopilando y postergando. Tanto la que ha ido apartando a lo largo del día como la que han ido acumulando sus IAs y automatismos desde el último contacto. Cada mención, nota a pie de página, análisis, rumor y leyenda urbana remotamente relacionada con Arcanus, Tayshak, Daina, Inari, Lexa y Sersby. Tras pensarlo durante un momento decide extender la búsqueda. Cruza estos datos con los movimientos que ha detectado de Huatûr o Horst. Con cualquier cosa relacionada con el Kilgar Doreth o los Mayane Undalath. Las relaciones son tenues. Puramente circunstanciales en gran medida. Nunca ha sido capaz de concretarlas pero eso no importa. Sabe que están ahí.

No tarda en verse rodeado por millones de datos. Por agrupaciones arbitrarias y contrastadas que comienzan a ordenarse a su alrededor. Su mente se particiona y comienza a establecer de nuevo los vínculos. A unir los puntos obvios y los difusos. A establecer causas y consecuencias. Alfas y omegas. A cuestionar las decisiones de sus IAs y reanalizarlas personalmente.

–No –la voz en su interior suena apática–. No, no, no y… no. Nada. Enohorabuena.

No hay decepción o sorpresa. Lo que se muestra ante sus sentidos es el resultado que esperaba encontrar. A pesar de disponer de nuevos datos, nada ha cambiado en los últimos años. El esquema global continúa inalterado. Salvo por pequeños imprevistos y correcciones, sus movimientos van desarrollándose de acuerdo a lo previsto. En los datos que ha acumulado hoy solo encuentra frases inconexas. Banalidades e ideas recocinadas que no son capaces de cumplir las expectaciones que su estómago había querido poner en ellas.

–Admítelo. No tienes nada. La situación no ha cambiado en los últimos tres años –no por ser algo esperado la constatación de la realidad resulta ser algo menos amargo–. Sin embargo… –aun así, se resiste a aceptar esta derrota– Sin embargo la señorita Ipsilaya ha despertado –la decepción se fusiona con una repentina sensación de calma–. Algo ha cambiado.

Ha despertado. Esto no es un rumor, sino un hecho. Todas las fuentes que se han hecho eco de la noticia coinciden. No se trata de un asunto que se haya convertido en material sensacionalista. Tanto Tayshak como Daina dejaron de ser noticia hace mucho. Las ondas generadas por aquel evento ya se encuentran en calma. En términos informativos, esa historia hace ya no son algo relevante. Las muertes y desapariciones ya se han desvanecido de la memoria a corto plazo del mundo.

–¿Qué es peor, la falta de memoria, la estupidez o la ceguera de las nuevas generaciones? –el súbito arranque de indignación le pilla desprevenido–. Mírate, hablando solo y fingiendo que te importa. Actuando sin público –esta reflexión no es digna de él. Quizás esa es la razón por la que le resulta tan divertida–. Rogani, necesitas relacionarte con más gente. A este paso vas a acabar muy mal. Aunque quizás este consejo llega un poco tarde.

Decide cambiar el curso de sus pensamientos. La indignación impostada es para otros momentos. Una herramienta de trabajo. La pérdida de vidas no le importa. No puede permitir que le importe. A lo largo de su vida ha visto mucha muerte. Más de la que han contemplado los ojos cualquier otro humano de cuantos permanecen en este mundo. Esto no le afecta. Es una de las cualidades que le han permitido llegar hasta donde se encuentra hoy. Lo que hace de él un gran jugador. Alguien peligroso para sus rivales.

No, ciertamente la tragedia nunca le ha interesado. Lo que le interesa de Tayshak es otra cosa. Una presencia y una desaparición en concreto. La respuesta a cualquiera del millar de preguntas que aún le quedan por resolver. La búsqueda de cualquier pista que le pueda llevar hasta la resolución de ese gran enigma que siempre ha sido Iorum Arcanus.

–¿Qué buscabas allí? –adora el misterio–. ¿Sabías lo que iba a pasar? –el reto que supone desentrañarlo–. ¿Ha terminado ya todo?

No le cabe duda de que, de alguna manera, la presencia de Iorum en la ciudad estaba relacionada con la llegada de aquel suceso. Su presencia allí solo sirve para que el respeto que siempre le ha inspirado adquiera tintes de admiración. Ante los ojos de Rogani, la posibilidad de que perdiese la vida allí es lo que convierte a aquel evento en una tragedia.

–¿Qué fue de ti? –esa es la gran pregunta que le ha acompañado desde entonces– ¿Qué sabías? –una duda que acostumbra a ser el inicio de otra serie de cuestiones menores– ¿Fracasaste o tuviste éxito? ¿Has obtenido finalmente la respuesta para la gran pregunta? –una serie de preguntas a las que ahora se le añade una más– ¿Has regresado para salvar a esa pobre desgraciada?

Los datos que ha logrado recopilar no sirven para responder a estas preguntas. Nada de cuanto ha podido descubrir es capaz de confirmar o refutar sus teorías. Lo único que tiene son dudas. Mera especulación. Carece de información. La partida permanece suspendida. No hay ganador ni perdedor. No hay tablas. Quizás nunca hubo una partida real pero, sin embargo… se niega a dar el juego por finalizado.

–––––––––––––––––––

Los indicios son concluyentes. No importa cuánto busque, no es capaz de encontrar otra interpretación plausible de los datos que tiene ante él. Lo único que no es capaz de saber es cuándo comenzó el cambio,su causa y cuánto tardará en consolidarse.

Han pasado tres meses desde que se produjo la pérdida de contacto con Combria. Desde entonces se ha ido perdiendo paulatinamente las comunicaciones con otros quince planetas. Pero esto no marca el inicio. Antes de ese momento él ya había sido capaz de identificar otros indicios claramente significativos. Los fallos aleatorios en los sistemas tendrían que haber sido un aviso. Algo a tener en cuenta. Pero prefirió ignorarlos. Huía y lo sabe. Aún continúa haciéndolo. A pesar de los cambios que ha ido detectando. A pesar de las alteraciones que ha sufrido. A pesar del dolor. A pesar de su aparente estoicismo. A pesar de todo esto, se niega a aceptar la conclusión más obvia. Busca algo con lo que mantener alejado al temor. Huye como lleva haciendo desde hace tanto, pero no sabe durante cuánto tiempo continuará siendo capaz de hacerlo. Sus ojos y su mente vagan entre los datos sin encontrar nada a lo que aferrarse. Lo hacen sumidos en los paradigmas cambiantes. Evitando aquella información que confirmaría sus temores. Recorren infinidad de sistemas hasta que, una vez más, estos colapsan de nuevo. Hasta que los datos que le devuelven una vez que se han recuperado dejan de tener sentido.

Han pasado más de tres millones de años desde la primera y última vez que experimentó algo similar, pero el recuerdo permanece igual de fresco. Los síntomas son claros. El único interrogante que le queda por despejar resulta trivial. Una incógnita cuya resolución no podría ser más simple. Pero prefiere mantenerse en la ignorancia. Saber el alcance de estos cambios no supondrá ninguna diferencia. Nada de lo que pueda hacer importa. El conocimiento no hará su situación más sencilla. En estos momentos su máscara de indiferencia es todo cuanto queda del ser que expone ante los demás. No hay lógica en sus actos. No hay racionalidad y lo sabe. Puede mantener su pose estoica, pero la calma no deja de ser una capa más del personaje que ha ido construyendo. No hay aceptación en su actitud, solo una negación diluida. Sigue buscando una ruta de escape. Una manera en la que demostrar que está equivocado. Pero sabe que el tiempo se le acaba. El miedo no tardará en apoderarse de él.

–¿Dónde estás ahora, Iorum?

La pregunta es repentina. No sabe muy bien de dónde ha surgido, pero la agradece. Le permite desviar sus pensamientos hasta otro lugar. Obtener un inesperado respiro. Algo a lo que aferrarse antes de que sus temores se consoliden.

Ha pasado mucho tiempo desde que su nombre ocupó un lugar prioritario dentro del primer nivel de sus procesos mentales. Probablemente más de un milenio. Aun así, su imagen ha ido resurgiendo esporádicamente en en su segundo plano de pensamientos y planificaciones. Tras cada suceso relacionado con el campo de la axiofísica no ha podido evitar preguntarse acerca de su posible participación. Si ha sido causa o consecuencia de alguno de sus estudios. Si estaba “ahí” para observarlos.

–Tendrías que haber estado aquí. Tendrías que… Esto es absurdo –decide mantener la máscara un poco más–. Mírate, viejo fósil –no va a ganar nada dejándose llevar por la irracionalidad–. Mírate hablando solo. ¿Tan bajo has caído?

Arcanus no podría haber hecho nada para cambiar esto. Nadie puede hace nada para evitar lo que está sucediendo. Eso es algo que también sabe. Quizás Iorum pudiese haberle hecho un recorrido guiado a través de los movimientos que han desencadenado la situación actual, pero eso no cambiaría nada. No necesita que otros vengan a decirle que tanto Daegon como el universo en el que existen no dejan de ser casualidades cósmicas. Que el mismo concepto de “vida” que albergan es algo cambiante. La consecuencia de eventos fortuitos que tuvieron lugar hace miles de millones de años más allá de sus fronteras. Que las explicaciones que se han encontrado a su funcionamiento son tan válidas como la capacidad de observar de los estudiosos, pero que estos mecanismos se encuentra mucho más allá de entendimiento y, mucho más lejos aún de su control.

Él estaba ahí cuando Ailán, Ilioshka o Nítselen hipotetizaron por primera vez acerca de los conceptos subyacentes. Él convivió con Neyesha, Mayina o Nimur cuando estas trataron de concretar estas ideas difusas. Él estaba ahí. Los vio desaparecer junto al noventa por ciento de esa abstracción a la que un día llamó “humanidad”. Los vio desaparecer junto al concepto de vida que había conocido hasta aquel día. Desaparecieron dejando huérfanas a sus semillas. A los conceptos de los cuales habían sido germen. La realidad demostró a quienes, como él, se decían “inmortales”, la ilusorio de tal afirmación.

–“Inmortales” –la misma palabra suena vacía en su pensamiento–. “Dadores de nombres”. “Progenitores de la humanidad” –no puede evitar ruborizarse al recordar aquellas expresiones pomposas y altisonantes que tantas veces surgieron de sus labios–. Valientes y arrogantes imbéciles –al recordar las bravatas, la inocencia y la sensación de impunidad que les otorgaba la juventud eterna.

Pero nada de esto importa ya. No importa cuánto los eche de menos. Cuánto añore relacionarse con seres capaces de contemplar el universo con sus mismos ojos. No importa cuánto desee olvidarles. Incontables milenios no han sido suficientes para que lo logre. Para que la lección de humildad que recibieron sea menos dolorosa. Para que haya desaparecido de su mente una realidad que ya no existe ante sus sentidos. Lo que fue y no volverá a ser permanecerá por siempre fresco en su memoria.

–“Inmortales” –se pregunta si sobrevivirá de nuevo. Cómo impactará todo esto a los proyectos que tiene en curso. De qué manera afectará a su papel.

Se pregunta si sobrevivirán Huatûr o Shn’Grayal. Si lo harán Ulmar o Gahur. Si lo harán Avsala o Horst. Si lo harán Yeshnela o Midonu. Si los aliados se convertirán en rivales. Si los adversarios se transformarán en cómplices.

Porque no solo el universo cambia. Porque no solo la metafísica y la materia son regidas por sus propios influjos, ritmos y mecanismos. Porque los engranajes que accionan y definen la mente humana nunca han dejado de ser grandes incógnitas.

Pero sus preguntas no terminan ahí. La otra gran incógnita es si la humanidad sobrevivirá. En qué se transformará de lograrlo. Si triunfará donde no fue capaz de hacerlo la de antaño ni ha podido la actual. Si, en esta ocasión, los movimientos arbitrarios del cosmos tendrán piedad de quienes existen en su interior. Si alguna parte del conocimiento obtenido a lo largo de eones continuará siendo válido. Si las condiciones sobre las que se sustenta el saber no se encontrarán entre los axiomas que muten. Si, en esta ocasión, no tendrán que volver a empezar desde cero.

Una parte de su interior lucha por mantener alejadas estas preguntas. Lucha por mantener su mente ocupada. Por no llenar los huecos. Por no completar el dibujo completo. Incluso en momentos como este trata de mantener su máscara de indiferencia. La soberbia de antaño aún perdura. Quizás no olvide la lección, pero nunca ha querido aprenderla. Se niega a aceptar su irrelevancia. Él es Rogani. Uno de los seres vivos más antiguos de este mundo. Un superviviente.

Esta breve explosión de orgullo se solapa con el regreso de las sensaciones contra la que ha estado luchando. Con la propagación de estos cambios globales hasta contextos en los que habitan ciertos aspectos de su ser. Sus sentidos no saben a qué atenerse mientras su mente lentamente va perdiendo la batalla. La máscara amenaza con desprenderse arrastrada por las olas del pánico. Sabe que no podrá mantener el engaño durante mucho tiempo. Se ve incapaz de escapar de la aceptación y el terror. Sus sentidos activos apenas son capaces de comprender lo que le rodea mientras se ven saturados por nuevos impulsos. Las voces de sorpresa, alarma, pánico y dolor que suenan en la lejanía llegan hasta él deformadas. Deja caer su cuerpo contra el respaldo de la silla y cierra los ojos. Incluso la gravedad parece haber cambiado. Activa y expande el resto de sus sentidos para permitir finalmente que lo obvio tome forma en su totalidad ante ellos. La tonalidad de la luz ha cambiado. Las frecuencias subarmónicas han sido alteradas. Su modulación ha sido sutilmente reajustada. Algunas han desaparecido por completo sin dejar rastro alguno de su existencia. Ni siquiera un hueco. Ahora es capaz de percibir otras nuevas. No sustituyen ni complementan a las que ya no están. Tampoco se solapan con las longitudes de las desaparecidas. El cambio parece mínimo. Mucho menor que antaño. Pero esto no garantiza nada. Acepta lo que ya sabía. Las máquinas no volverán a funcionar. Pero eso no importa. En su gran mayoría, el conocimiento que almacenaban ya no será válido. A buen seguro, tampoco servirá el que se encuentra plasmado en soportes más resistentes al cambio. La humanidad que sobreviva lo hará desde la casilla de salida.

Tanto su mente como su cuerpo son dolorosamente conscientes de estas verdades. Ninguno de los aspectos que componen su ser ha terminado de adaptarse a los cambios que tuvieron lugar durante la primera debacle. Continúa recordando las sensaciones. La fragilidad, la pérdida y la impotencia. La constatación de su total irrelevancia dentro del gran esquema de las cosas. Sigue sin saber la razón por la que él y unos pocos más sobrevivieron a aquello. Una vez más se pregunta si quiere repetir todo aquello. Si quiere encontrarse entre los supervivientes. Una duda que en estos momentos se ve reforzada.

Casi desea que todo esto termine de una vez. Que llegue su final. No verse forzado de nuevo a convertirse en un espectador de primera fila de… cualquier cosa que venga a continuación. Presenciar el final de la primera humanidad resultó ser algo más de lo que deseaba ser capaz de soportar. Una experiencia que no desea repetir. Pero cualquiera de estas decisiones escapan a su control. No tiene capacidad de acción o reacción sobre ninguna de ellas.

Porque nada de esto importa.
Lo que él desee no tendrá ningún efecto sobre lo que está sucediendo. Si su mente fragmentada logra recomponerse, agradecerá la ignorancia que le acompañe.

–Supongo que ya está –se sorprende al ser capaz de mantener la calma–. Muy bien –la máscara prevalece–. ¿Y ahora, qué? –la curiosidad despierta una vez más.

–––––––––––––––––––

Repasa mentalmente los distintos tableros de juego y ve que todo sigue igual. Hace siglos que no tiene noticias de algunos de los jugadores y esto le hace preguntase cuántos seguirán aún con vida. Por otro lado, en su gran mayoría, las personas que elige como rivales tienden a ser ajenos de su participación en “el juego”. Esa es una de las características principales del reto. Parte de lo que lo hace interesante y divertido. No importa su esperanza de vida, lo que importa es que sean capaces de sacarle del tedio. De la sensación de hartazgo y aburrimiento.

–¿Es que nadie va a hacer nada interesante? –no. Quizás la palabra que busca no es “interesante”. El mundo está lleno de cosas interesantes. De elementos que ni conocieron ni concibieron las humanidades previas. Ese no es el problema. Lo es el darse cuenta de que echa de menos las reuniones y la frustración de su anterior vida. Tratar con incompetentes. Las responsabilidades que abandonó cuatro milenios atrás junto a la segunda humanidad. La interacción directa con otros–. Vamos, ha pasado mucho tiempo. Alguno de vosotros debe haber movido ficha –todo era mucho más divertido y emocionante mientras iba descubriendo esta nueva realidad. Mientras se adaptaba a ella. Mientras los grandes misterios permanecían inescrutables. Ahora lo único que puede hacer es esperar. Tener paciencia y confiar en que los descubrimientos que ha llevado a cabo durante estos milenios puedan ser explotados. Encontrar individuos excepcionales. Mentes capaces de aceptar las semillas de ese conocimiento. Intelectos preparados para hacer algo con él.

Desde el colapso de la segunda humanidad ha tenido pocas oportunidades de encontrar individuos que le resulten interesantes. Los viejos conocidos que sobrevivieron se han ido transformando en seres cada vez más esquivos. Seguir con “el juego” se ha convirtiendo en algo que le consume demasiado tiempo para lo que le aporta.

–Vamos, Iorum, sé que sigues por ahí –el nombre resurge una vez más sin previo aviso. Su mente ha ido mucho más atrás de lo previsto en su lista de asuntos pendientes. Hasta alguien de quien lleva más de cinco milenios que sin tener noticias. Pero eso resulta irrelevante–. ¿En qué andas metido? –no importa que puedan haber nacido y muerto naciones desde que supo de él por última vez. No importa que haya conocido culturas que ya han sido olvidados desde entonces. No importa que haya aprendido dialectos que ya nadie recuerda– ¿No me estarás evitando? –está convencido de que su ausencia es algo temporal. Sabe que antes o después volverá al tablero de juego– Mírame hablando solo como un lunático. Siempre has tenido efecto en mí, Iorum.

Ríe para sí mismo tras este pequeño soliloquio. Recordar a Arcanus suele causar ese efecto en él. Seguir sus pasos siempre le ha llevado hasta alguna sorpresa. Hasta algún descubrimiento. Eso es lo que le ha convertido en alguien tan especial. Quizás no sea la mente más brillante de cuantas ha conocido, pero sin duda se trata de una de las más audaces. Una de las más inconformistas. Alguien que nunca ha tenido problemas a la hora de cuestionar los dogmas y axiomas. Que no deja de preguntarse por la razón detrás de lo que los demás dan por sentado. Una fuente constante de preguntas incómodas y movimientos inesperados. Movimientos que acostumbran a llevar hasta conceptos y lugares sobre los que pocos se han atrevido a pensar.

–¿Qué respuesta es la que llevas tanto tiempo buscando? ¿Qué es lo que te está manteniendo alejado del mundo terrenal?

Cinco milenios no es demasiado tiempo para alguien como Rogani, pero sabe que para Arcanus es una eternidad. Más del tiempo que llevaba sobre sobre mundo cuando supo de él. También sabe que aquellos que no han nacido inmortales tiene problemas adaptarse a esta condición. Se pregunta si el tiempo habrá servido para atemperar su carácter. Para convertirle en alguien más reflexivo. Si le habrá servido para interiorizar la máscara con la que siempre se ha presentado ante los demás. Si habrá abandonado esa pose de soberbia impostada con la que nunca ha logrado engañarle.
Espera que no. Eso le convertiría en alguien más aburrido, y la gente aburrida es lo que más detesta en este mundo.

–Espero que cuando regreses al tablero no me decepciones –quedan aún demasiados temas pendientes entre ellos–. Porque esto no puede quedar así –demasiadas preguntas sin respuesta–. ¿Dónde estás?

VI - (In)Humano

VI - (In)Humano

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–He de reconocer que no lo entiendo –puede creer que escucha la voz de Huatûr, pero sabe que esto no deja de ser una ilusión. Un acto reflejo. Quizás haya logrado ampliar los sentidos con los que nació, pero aún no ha sido capaz de desligarse por completo de ellos. Es su mente quien proyecta su forma y todo cuanto acostumbra a la rodearla. Quien proyecta la imagen mental que conserva de ambos. Pero ninguno de los dos tiene un cuerpo en este entorno. Porque aquí no hay palabras o movimientos. No hay sonido o imagen. En este no-lugar tales fenómenos carecen de sentido. La reunión a la que ha convocado a su interlocutor no tiene lugar entre dos entidades físicas. Por otro lado, de manera independiente al contexto en el que se encuentre, tratar de leer la intención detrás la información transmitida por Huatûr siempre ha resultado ser una tarea compleja–. No sé si alegrarme o preocuparme aún más –no es capaz de determinar si hay burla o sorpresa en el flujo de datos. Tratar de adivinarlo en su nivel de existencia nativo sería algo casi imposible. En unas coordenadas contextuales y axiomáticas como las actuales no tiene sentido intentarlo.

–Lo sé. No es sencillo. Yo tampoco termino de entenderlo –permite que la duda y la incertidumbre sean perceptibles en su respuesta–. Desearía que lo fuese –es consciente de que su interlocutor es capaz de ver la actividad eléctrica y las reacciones bioquímicas que están teniendo lugar en su cortex cerebral. Que las diferentes capas que conforman su masa conceptual están mandando información que no es capaz de retener. Aun así, trata de ser dueño de los datos que exuda todo su ser. Necesita creer y sentir que es capaz de mantener el control de la situación–. Desearía entenderlo. Créeme. Pero decir lo contrario sería mentira.

Necesita sincerarse ante Huatûr. Expresar sus dudas y temores abiertamente. Pero, una vez más, el personaje se impone sobre todo lo demás. Los viejos hábitos son difíciles de romper. Sabe que las evasivas son innecesarias. Que, a buen seguro, la suya resultará ser una actitud contraproducente para la consecución de su objetivo. Pero no es capaz de evitar que el resorte surja de forma automática. Por un lado, no es capaz de gestionar correctamente el temor y la inseguridad que le genera la situación. Por otro, no quiere mostrase como alguien débil o falible. No ante Huatûr.

En este espacio axiomático es capaz de percibir a su interlocutor como nunca antes lo había hecho. Dispone de un prisma único a través del que observarlo y analizarlo. De una oportunidad que duda que se vuelva a repetir. Puede contemplar cómo las raíces y ramificaciones de su masa conceptual se expanden a lo largo de contextos hasta las que nunca ha tenido acceso. Cómo se entrelazan con aspectos de la macroestructura ubicados más allá de lo tangible. Por primera vez tiene la posibilidad de constatar cuántas de las teorías y elucubraciones que ha ido formulando acerca de este ser son correctas. Tiene toda esta información a su alcance pero, en estos momentos, pocas cosas podrían importarle menos. Duda como nunca antes lo ha hecho. No se termina de reconocer a sí mismo. Desconoce cuándo de esto se debe a su prolongada estancia en este no-lugar, y cuánto a los sucesos recientes.

A su vez, tratar de centrar y acotar sus sentidos es algo complejo. El flujo de información sensorial que recibe no deja de verse perturbado por todo tipo de interferencias. Los impulsos llegan entrecortados. Lo hacen a través de señales tan difusas que le cuesta reconocer a Huatûr en la entidad que tiene frente a él. Los datos que obtiene de este ser no coincide con los que acostumbra a proyectar. No es capaz de detectar el hieratismo o la gelidez que siempre le han rodeado. Su perenne máscara de indiferencia parece no haberle acompañado hasta aquí. Lo que cree percibir en él es sorpresa. Una reacción que jamás habría esperado detectar con tanta claridad en él. Una que parece diáfana. Genuina. En otra ocasión, bajo cualquier otra circunstancia, no dudaría, sino que la muestra de sorpresa le habría llenado de orgullo. Este descubrimiento habría disparado su curiosidad. Habría paladeado cada segundo durante los que se hubiesen prolongado. La sensación de gozo y satisfacción le habría resultado embriagadora. Pocos son capaces de lograr tal hazaña frente “El Contemplador”. Frente a “Aquella ante cuya mirada nada escapa”. Frente a quien, probablemente, sea el ser vivo más antiguo de esta realidad. Pero, para su propia sorpresa, no se ve capaz de disfrutar de este momento.

Trata de realizar una lectura más exhaustiva de la información que transmite Huatûr, pero sus sentidos se ven saturados. Leer e interpretar todo lo que es, y tiene la capacidad de transmitir un ser como él nunca resulta una tarea sencilla. Ni su intelecto ni sus recursos técnicos han demostrado estar siempre preparados para apreciar todos los matices que expone una entidad que posee en un mismo momento y lugar todas las formas posibles. La prueba de fuego definitiva para su inventiva y capacidad de adaptación dentro de un nivel de existencia al que está habituado. Pero aquí, en este contexto, la información aumenta exponencialmente. La tarea pasa de ser inabarcable a simplemente absurda.

A pesar de esto, Iorum es capaz de detectar y discriminar algo de lo que no había sido consciente en ninguna de sus anteriores reuniones. Una sensación que se proyecta y propaga por los diferentes niveles en los que existe. Que se funde con algo aún más profundo y abrumador que la inmensidad de su ser. Un flujo de información extraña que impregna cada uno de lo estratos que es capaz de percibir. Se trata de una preocupación casi infecciosa. De algo más profundo y poderoso que la mera presencia de lo inesperado.

Puede ver en su interior un dolor tan viejo como el tiempo. Más desgarrador que nada que haya conocido. Se encuentra contenido en el segundo plano de su núcleo esencial, pero ahora es capaz de percibirlo por encima de todo lo demás. Se impone sobre la extrañeza que deja entrever. Por encima de la incredulidad que se muestran los rostros con los que se ha presentado ante él. Se plasma con claridad en cada frecuencia y armónico. En la fluctuación de las partes que componen su anatomía. En cada elemento a través del que existe en este y otros lugares. Sus olas se propagan hasta convertirse en una tempestad que lo anega todo.

En otra ocasión, bajo cualquier otra circunstancia, trataría de adivinar qué es lo que oculta. Dejaría volar su imaginación en busca de un vector de aproximación con el que saciar su curiosidad. Aprovecharía la ocasión que esto le brinda buscar respuesta a todas aquellas preguntas que le han intrigado durante tanto tiempo. Pero no es “otra ocasión”. Si hay algo de lo que no dispone en estos momentos es de tiempo.

El momento se acerca. Debería estar exultante. Debería estar ansioso. Hoy no se ve capaz de sentir nada que no sea inquietud. Una sensación de pérdida de control que lo consume todo. Su mente se encuentra demasiado ocupada como para que en ella quede un resquicio para quien siempre ha deseado ser. No hay espacio para el orgullo o la curiosidad. A lo largo de los últimos días su vida se ha complicado más allá de cualquiera de sus estimaciones más pesimistas. Su ya de por sí atípica existencia se ha vuelto aún más extraña. Su frágil ilusión de control se ha desvanecido. “El plan” se ha visto comprometido. El objetivo para el que lleva trabajando desde hace milenios se encuentra al alcance de su mano e inaccesible al mismo tiempo. Se ha visto comprometido por culpa de sus propias decisiones e inacción. Por un riesgo que tendría que haber eliminado hace tiempo. Por una carga que nunca estimó que fuese a lastrarle como lo hace en estos momentos.

Frente a ellos, aunque a miles de realidades de distancia, pueden ver los cuerpos de Lexa y Sersby. Permanecen inertes allí donde los ha dejado. Confinados en cámaras de aislamiento que impiden que cualquier, partícula, forma de onda o radiación conocida entre en contacto con ellos. Sometidos a pruebas constantes que solo sirven para confirmar que su deterioro puede haberse ralentizado, pero no se ha detenido.

Trata de retener una parte de los pensamiento que pugnan por su atención. Lucha por impedir que escalen hasta el primer plano de sus procesos. No desea que Huatûr perciba esta lucha interna, pero sabe que está fracasando. Quizás no lo haya explicitado, pero todo su ser transmite un mensaje inequívoco. Sabe que existe un vínculo que ellos. Uno que nunca ha querido aceptar. Finalmente Inari lo ha logrado. Se ha visto forzado a intervenir. A formar parte del transcurso de sus vidas. A preguntarse por los lazos que los unen. A concretar las preguntas que ha estado evitando durante tanto tiempo. Desde el momento en el que estas criaturas fueron creadas. Todo en su interlocutor demuestra que ya ha emitido un veredicto. Contempla a esas criaturas como una extensión del propio Arcanus. Son su responsabilidad. No ha necesitado palabras para dejar clara su posición. La información ha sido transmitida y está convencido de que no lo ha hecho a la ligera. Claramente está buscando una respuesta emocional. Una que, a buen seguro, ha encontrado.

Durante mucho tiempo ha luchado contra ello, pero le importan. Este es un hecho del que no cabe duda alguna. Seguir sus pasos los ha convertido en una parte de su vida que no es capaz de ubicar. Porque el foco de u interés ha ido cambiando de manera paulatina. Se ha ido alejando de la precaución y temor iniciales. La molestia ha mutado hasta convertirse en fascinación. El experimento que le hizo romper sus lazos con Rogani e Inari ha terminado por afectarle de otra manera. A lo largo de sus vidas han podido ser muchas cosas, pero nunca algo irrelevante.

Y ahora sus esencias se disgregan. Su final está cerca. Lo sabe de la misma manera en la que supo de su existencia en el momento en el que fueron expuestos a esta realidad. Lo sabe porque en su interior albergan una parte de su propio núcleo esencial. De aquello que se hizo a sí mismo y le hace ser quien es. Existe entre ellos un canal de comunicación que nunca ha sido capaz de descifrar. Un vínculo cuyo estudio siempre ha postergado. Y quizás ya sea tarde parea hacerlo. Quizás sea tarde para demasiadas cosas. No sabe en qué medida le puede afectar su disolución. Qué tipo de implicaciones podría llegar a tener sobre él. Quizás averigüe esto mucho antes de lo deseado.

Estos pensamientos circulan a tal velocidad por su mente que no es capaz de controlarlos. No le cabe duda de que Huatûr estará tomando buena nota de todo lo que está transmitiendo sin pretenderlo. El error ha sido cometido y ya es irreparable. Ha intervenido. Se ha involucrado.

–Nunca antes te había visto así, amigo mío –la intervención de Huatûr le devuelven hasta el ahora. Desea leer en este mensaje mucho más de lo que realmente encuentra. No quiere compasión ni piedad. No de “aquella ante cuya mirada nada escapa”. Pero lo único que es capaz de detectar es la constatación de lo obvio. Está preocupado, y su reacción le ha dado razones más que suficientes para estarlo. Ciertamente, no recuerda haberse sentido nunca de esta manera, y esto solo representa una ínfima parte del problema de fondo.

–Disculpa –tiene que comenzar de nuevo. Necesita reformular su estrategia para que contemple los cambios en su estado de ánimo. No tiene la más mínima idea de lo que puede estar viendo Huatûr. Hasta qué niveles son capaces de llegar sus sentidos. Si es es capaz de percibir los distintos niveles de incertidumbre en los que se encuentra sumido–. Supongo que el espectáculo no está siendo agradable –pretende introducir en su comentario un sutil toque de levedad, pero sabe que no ha sido capaz de evitar el deje de amargura que amenaza con consumirle.

Lo único que recibe como respuesta es estática. Silencio a todos los niveles que es capaz de percibir. Una máscara estoica e inescrutable que se expande allí hasta donde alcanzan sus sentidos. No necesita esperar para saber que no va a recibir nada. Para saber que ha fracasado en su intento por cambiar de tema.

–De acuerdo, hablemos –el transcurrir del tiempo dentro de esta ubicación axiomática lo complica todo. La presencia de otra entidad lo hace todo aún más confuso. No importa cuánto permanezca aquí, aún no se ha acostumbrado a su manera de fluir cuando se encuentra en soledad–. Suelta tu sermón, pero sabes que eso no cambiará nada –no sabe cuánto tiempo transcurre entre una unidad de información y la siguiente. No sabe si “cuánto tiempo” es una expresión que tenga sentido aquí. Tampoco sabe si pensar en conceptos como “aquí” tiene sentido. Desearía ser capaz de controlar el canal y el sentido de la información. Ser capaz de imprimir a su mensaje la misma indiferencia que muestra su interlocutor. Pero lo único que tiene son dudas

–Me preocupas, Iorum –toda su masa conceptual muta. Ya no se encuentra ante un ser indiferente o un padre enfadado, sino frente a una presencia protectora. Su mera presencia le alumbra como una luz cuya verdad le ciega–. No te reconozco –le mira con tal dureza y ternura que hace que todo su cuerpo se estremezca de rabia y deseos de complacerle. El eco de sus propios pensamientos que arrastra este mensaje solo sirve para que estos se intensifiquen–. Siempre has sido temerario, pero nunca un inconsciente

–Por supuesto –su mente reacciona con un acto reflejo. Trata de lograr que su cuerpo tome aire antes de contestar. Un impulso ante el que no hay reacción posible–. ¿Cómo no? –necesita construir sobre la rabia lo que no es capaz de hallar desde su parte racional– Solo soy otro ser inferior. Alguien incapaz de comprender los riesgos a los que se expone ante los ojos del gran Huatûr –lo pueril de su respuesta le resulta ofensivo incluso a él.

–Lo único que demuestra tu reacción es que estoy en lo cierto, Iorum. Lo sabes. Debes re-evaluar tus prioridades.

–Mis prioridades son claras. Lo han estado desde antes de conocerte. Estos seres nunca han formado parte de mis proyectos. No voy a permitir que interfieran.

–Estos seres ahora dependen de ti. Han sido tus acciones las que han impedido que mueran. Son tus máquinas las que los mantienen con vida. ¿Por qué lo has hecho si ahora pretendes abandonarles a su suerte?

–No tengo tiempo para ellos –no quería que la conversación llegase tan pronto hasta este punto. Sabe que no va a ser capaz de encontrar argumentos racionales para defender sus acciones. Lo único que tiene son reacciones viscerales que tiran en direcciones opuestas–. De acuerdo a las proyecciones más optimistas, la siguiente ventana de oportunidad no se presentará hasta dentro de ciento cincuenta millones de años. No estoy dispuesto a esperar tanto.

–Eso no responde a mi pregunta.

–La respuesta es pobre, lo sé. También sabía que no te iba a gustar. Yo tampoco estoy muy orgulloso de ella, pero es la única que tengo.

–Solo es tiempo –parece arrepentirse en el mismo momento en el que deja fluir la información. No hay ningún atisbo de sarcasmo en la transmisión… pero sí de algo más. De una emoción que no es capaz de identificar con claridad. Que desborda el espectro de todo lo que conoce. Un momento de duda. Una tristeza infinita que no se desvanece cuando el resto de la información desaparece del canal–. Tendrás otra oportunidad –tras este breve impás, el flujo vuelve a verse teñido de esa misma sensación. No es melancolía, no es lamento, pero sí un dolor que parece volver más pesado el contexto en el que se transmite. Percibe con claridad el color y la modulación que acompañan a los datos. La vasta amplitud que abarcan estas señales. Cómo la fuerza gravitatoria las trata de manera diferente al resto. Cómo son generadas longitudes de onda y armónicos que le resultan desconocidos. Cómo, por primera vez desde que se conocen, Huatûr, parece perder el control.

–El tiempo lo es todo –una vez más, duda antes de continuar pero, esta vez, el foco de su incertidumbre cambia. Aflora su curiosidad. Un rasgo en el que sí que se reconoce. Que refuerza la imagen que tiene de sí mismo. Se ve tentado a ser él quien haga las preguntas. A despejar las incógnitas que genera todo aquello acerca de lo que su interlocutor no quiere hablar–. Si eso es todo lo que vas a aportar a la conversación, supongo que no tenemos más que hablar –pero se refrena. Trata de utilizar este momento de debilidad contra él. Lo apuesta todo a una carta–. Quizás para alguien nacido hace eones ciento cincuenta millones de años transcurran en un instante, pero yo no nací así. Para mí el tiempo no deja de ser una cuenta atrás hacia la incertidumbre

–¿Y realmente crees que esto te permitirá poner fin a la incertidumbre?
–Lo dudo. Una vez que encuentre la respuesta a esta pregunta centraré mi atención en otra. Quizás en ellos. La vida no deja de ser eso. Una sucesión infinita de preguntas. Solo la muerte pone fin a la incertidumbre.
–En ese caso, ¿qué determina la prioridad de cada pregunta? ¿Cuál es el criterio que utilizas a la hora de situar unas respuestas por encima de las otras?
–Sabes que esta elección no me resulta sencilla. Sé que eres capaz de percibir todas las contradicciones con las que tengo que lidiar. Por favor, no hagas esto más complicada de lo que ya lo está siendo. Te he llamado porque necesito tu ayuda, no tus sermones.
–Estoy tratando de ayudarte. Quizás esta no sea la ayuda que deseabas, pero es la única que soy capaz de ofrecerte.
–Muy bonito –la respuesta le pilla por sorpresa y, una vez más, le hace dudar. No se había preparado para tener que lidiar con la misma respuesta que le acaba de dar hace un momento–. He de reconocer que no esperaba de ti un comportamiento tan… humano.
–Parece que que ninguno de los dos estaba preparado para esta conversación.
–Y, sin embargo, aquí estamos. Ambos debemos tomar decisiones que no deseamos tomar. Sabes lo que voy a hacer y las implicaciones que tiene. Sabes los riesgos que voy a correr. Sabes lo que les…
–Sé muchas cosas, y creo que te equivocas.
–Es posible. No sería la primera vez. Pero tampoco sería la primera vez en la que te demuestro que no siempre tienes razón.

Una vez más se el canal y el contexto se ven invadidos por la estática. Por todo lo que no son ellos y su interacción. Este vacío que dejan es llenado por una quietud que se extiende más allá del espectro audible o el visible. Una ausencia que es capaz de saturar y anular el resto de sus sentidos mientras Huatûr le contempla como solo ella puede. Lo sabe. Analiza la situación y sus reacciones. Nunca ha sido alguien dado a malgastar el flujo de información cuando sabe que no va a conseguir nada con ellas.

–¿Y, bien? –el escrutinio se le hace eterno– ¿Cuál será tu papel esta vez? –falla en su propósito de aguardar el veredicto en silencio.
–No trataré de impedir que cometas una estupidez.
–No es la razón para la que te he llamado.
–Lo sé.
–En ese caso, ¿cuidarás de ellos?
–Regreses o no, durante tu ausencia trataré de buscar información acerca de lo que les afecta. Evitaré en la medida que me sea posible que se vean expuestos a otros elementos anómalos. No puedo ofrecer otra cosa.
–No te pido más.

–––––––––––––––––––

Se encuentra tan cerca que le cuesta aceptarlo. Este es el momento para el que se ha estado preparando desde que es capaz de formular pensamientos racionales. Desde antes de abandonar sus vínculos con la humanidad. La obsesión que le ha acompañado a lo largo de su extensa vida. Pronto desentrañar los misterios del mismo tiempo. Llegará hasta el núcleo de la que ha sido la fuerza motriz de su existencia. Sin embargo, su mente está dividida. Su atención está correctamente enfocada. En estos instantes, tan cerca del final, algo así no deberían tener cabida. Hay en juego mucho más que el mero saber.

Está atrapado. La comunicación entre este espacio axiomático que habita y Daegon no volverá a ser posible hasta dentro de tres mil quinientos doce días. Cuando llegue ese momento, el punto de acceso se habrá movido. Ya no se encontrará situado en las cercanías de Tayshak, sino que será necesario viajar hasta las inmediaciones del sol de la galaxia de Polythea para poder acceder hasta él. Huatûr tiene las coordenadas y los datos temporales. Para él habrán transcurrido poco más de quince días, para Lexa y Serby apenas habrán sido unos segundos. Para Iorum todo será distinto. Él tiene que quedarse aquí. Este es el único lugar desde el que podrá acceder hasta el punto en el que se darán las condiciones que permitirán que se inicie su viaje. Hasta una ventana de oportunidad que sabe que no volverá a repetirse. Los ejes de intersección de su observatorio con todo lo que le rodea han sido diseñador con ese único fin. Para ese momento y lugar. Debería estar exultante. Radiante. Emocionado como nunca lo ha estado en su vida. Pero sus pensamientos se han trasladado hasta otro lugar. Cada vez que su mente no está centrada en el proyecto, la contradicción y la duda lo invaden todo. La emoción desborda el reducto en el que se encuentra contenida. La pulsión visceral contra la que lleva milenios combatiendo logra imponerse sobre la lógica. Sobre el plan.

La confluencia de factores que le permitirá alcanzar su destino está demasiado cerca como para desviarse. Tiene que estar aquí cuando la gravedad, el espectro visible, lo táctil y el tiempo sean descompuestos en sus elementos básicos. Cuando se vuelvan fluidos. Tiene que llegar hasta donde sus cualidades metafísicas muten para transformase en axiomas con los que pueda interactuar de forma física. Tiene que estar cuando y donde pueda interactuar con ellos a través de su propia masa axiomática. A través de la entidad en la que se ha ido transformando.

Comprueba los datos una vez más para constatar lo que ya sabe. Nada ha cambiado, con todo lo bueno y malo que esto implica. No hay tiempo. No lo hay para reflexionar. No lo hay para dedicar su atención a otros asuntos. No lo hay para analizar la sensación de decepción que lo inunda todo. Trata de ajustar los impulsos eléctricos de su mente. De controlar su masa axiomática disgregada a lo largo de cientos de realidades. De ignorar las respuestas reflejas de los miembros fantasma de un cuerpo físico que carece de sentido aquí. De corregir todo aquello que considera una distracción. Todo lo que pueda suponer una desviación no prevista en el curso de acción establecido. Pero su mente se encuentra dividida.

Piensa en su pasado. En Rogani e Inari. En todas las implicaciones de cada uno de los errores de cálculo y juicio en los que incurrió mientras duró su relación con ellos. Pero, sobre todo, piensa en sus creaciones. En Lexa y Sercby. En la repulsa y fascinación que siempre ha sentido por ellos. En las preguntas que siempre han despertado en él. En todas las incógnitas que quedan por resolver. En la multitud de variables por desvelar. En la necesidad por saber más acerca de ellos. Más acerca de sí mismo y aquello en lo que se ha convertido. En todos esos misterios con las que podría haber llegado a disfrutar en otro momento. En todos los riesgos innecesarios que ha asumido a lo largo de su vida. En cómo la suma de todos estos factores ha terminado desencadenando esta situación.

Porque ahora es ya demasiado tarde. No tiene tiempo. El momento para encontrar la respuesta a todas estas preguntas ha quedado atrás, y esto le destroza por dentro. La soberbia continúa uniéndole a una humanidad de la que siempre ha tratado de alejarse. Los errores del pasado han vuelto para poner en peligro todo por lo que ha trabajado durante milenios.

Modifica la química corporal de las partes de su masa que permanecen en un contexto físico. Necesita mitigar en lo posible todos los impulsos ajenos a sus procesos mentales. Puede permitirse el lujo de ralentizar ciertas funciones de su cuerpo lejano. Aún queda mucho hasta que vuelva a necesitarlas. Las partículas que flotan a su alrededor no son capaces de entrar en contacto con nada tan complejo. Los elementos que dan coherencia y cohesión al contexto a través del que viaja su observatorio nada tienen que ver con lo tangible o lo concreto. Camina a través de una sustancia que tira de él en distintas direcciones al mismo tiempo. Por elementos que ni siquiera son capaces de interactuar con su química cerebral o sus impulsos neuronales. Nada humano puede existir en este ambiente y, sin embargo, él está “aquí”. La materia axiomática de cualquier otro se desintegraría en cuestión minutos, pero ha logrado moldear la suya de manera que logre imponerse sobre estas adversidades. El simple hecho de recordar este dato provoca que su estado de ánimo mejore, pero sabe que no ha de confiarse. Sigue siendo un ente extraño dentro de este lugar. Un agente desestabilizador. Las partes de su ser que habitan dentro de estas coordenadas metafísicas son al mismo tiempo más densas y más livianas. Lo conceptual adquiere peso y consistencia. No puede fiarse de sus sentidos, ya que estos únicamente le permiten percibir longitudes de onda imposibles que se mueven y fusionan. Haces de partículas que mutan y distorsionan todo aquello con lo que entran en contacto. Cargas de estática que crean pequeñas grietas. No se encuentra en un mundo de tres dimensiones, sino en uno en el que, hasta el momento, ha sido capaz de identificar cuatrocientas veintiuna diferentes. Un número ínfimo dentro de la infinita variedad que se encuentra a su disposición. Capas de conceptos que se solapan y funden con aquellos pertenecientes a la realidad en la que nació. Que los modifican, repelen hacen confluir en nuevos axiomas. Que logran crear nexos y nodos en los que el tiempo deja de ser una línea continua. Que lo pliegan hasta que este se quiebra y se desborda. Que evitan que fluya en un único sentido. Se encuentra rodeado por abstracciones a las que la humanidad aún no ha sido capaz de dar nombre. Desde aquí tiene al alcance de la mano los elementos que otorgan coherencia al “todo”. Desde la seguridad del observatorio es capaz de contemplar los movimientos de la mecánica cósmica. El fluir de los conceptos que conforman billones de realidades. La forma más pura del sentido de la maravilla.

Pero nada de esto le importa o emociona desde hace ya mucho tiempo. Sus sentidos están enfocados en una única dirección. En la trayectoria que siguen los estratos metafísicos que se deslizan alrededor de su punto de referencia. No ha de moverse del constructo estático en el que se encuentra. Únicamente ha de esperar. Permanecer aquí hasta las trayectorias que han anticipado sus cálculos confluyan. Ha de confiar en que los patrones que lleva siglos contemplando no se ven alterados por nuevas fuerzas. En que las corrientes sobre las que se mueve el universo lleven hasta estas coordenadas y este instante al lugar que le dará las respuestas que tanto ansía.

En este lugar que no “es” los momentos se congelan y expanden. Lo que ha sido está por llegar, lo que sucederá es historia. El “aquí” y el “ahora”, el tiempo y el espacio, lo tangible y lo etereo son conceptos fluidos. Mutables. No puede fiarse únicamente de sus sentidos. No importa cuánto los evolucione o modifique. Ni ellos ni su mente son capaces de procesar correctamente todo lo que tienen ante ellos. Necesita comprobar y contrastar datos constantemente. No importa que todas las simulaciones que ha llevado a cabo a lo largo de los siglos hayan dado resultados similares. Todo cambia en este contexto. Todo con una única excepción a la que se aferran todas sus teorías. Existe un parámetro que las mareas del azar no han afectado desde que comenzó a contemplarlo. Un parámetro que únicamente permanece inalterado cuando se analiza desde estas coordenadas. La comunicación entre este gettâ y la confluencia será viable en ocho días relativos. Una cantidad de tiempo que muta con cada uno de sus gestos. Con el fluir de los impulsos eléctricos que recorren su sistema nervioso. El momento existe o existirá, pero puede dejarle atrás. El tiempo no se agota porque no existe, pero necesita construirlo. No hay alternativa posible. No existe otra opción. No hay marcha atrás. No hay espacio para la duda, pero esta no le abandona en ningún momento.

Piensa en el consejo de Huatûr y trata de hacer memoria de todos los errores que ha cometido hasta el momento. Se pregunta si será lo suficientemente afortunado como para cometer alguno más una vez que este viaje llegue a su final. No sabe cuántos errores pueden perturbar el sueño de “Aquella ante cuya mirada nada escapa”, pero es dolorosamente consciente de los suyos. Demasiados. Una larga lista que nunca deja de crecer. De cualquier manera, salir o no con vida de su experimento es algo que le resulta algo del todo irrelevante. Las respuestas que pueda obtener de él son más importantes para él que cualquier cosa que le pueda suceder. El fracaso siempre ha sido una posibilidad que entraba en sus planes. Un riesgo aceptado.

Huatûr le ha dicho que nunca le había visto así, y esto es cierto. Nunca ha sido así. Su cuerpo y su mente le están traicionando. Debe ser capaz de localizar y extirpar el origen de la duda. Matar a aquello que ha despertado y fomentado la inseguridad. Volver a ser él mismo.

Sin importar cuánto tiempo haya pasado aquí, no termina de adaptarse a este lugar. A la manera en la que le comunica con quien fue, es y será. A los ajustes que se ha visto obligado a realizar sobre su propio ser para poder existir dentro de este contexto. A los enlaces que ha establecido con los axiomas que le rodean. A su cercanía con el núcleo de todo. A las alteraciones que ha llevado a cabo sobre las conexiones que componen su organismo. Sobre su misma estructura subatómica. Sobre ese cúmulo de impulsos que estimulan sus centros nerviosos. Sobre la arquitectura de su propia mente. Sobre los tiempos de reacción de sus neurotransmisores.
A todos los efectos, ya no es el mismo ser que ha habitado en Daegon. Cada contexto tiene sus propias reglas, lo sabe, y se ha confiado. Ha subestimado la manera en la que le ha cambiado este lugar. Ha centrado tanto su atención en lo que le rodea que se ha olvidado de lo más básico. Un error de cálculo que no se volverá a repetir. Uno que se dispone a corregir. El problema está en sí mismo. En su interior. En la compleja secuencia de reacciones que genera la totalidad de su ser. Esa es la fuente de su conflicto. Algo sobre lo que puede trabajar.

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Todo transcurre de acuerdo a lo esperado. El final de la espera se acerca. El vector de aproximación del observatorio es el correcto. La rotación cronal de su plataforma se mueve en sincronía con la de su destino. Las masas axiomáticas continúan dentro de los parámetros vaticinados por las simulaciones. Sus trayectorias se ubican dentro de los márgenes previstos.
Aun así, todo esto convive con un cierto “ruido”. Con cúmulos metafísicos que generan interferencias que son capaces de perturbar el resultado de los análisis previos. Pequeñas anomalías que van a entorpecer su acceso. Pero nada de esto parece suponer un impedimento. La cadena de eventos se está desarrollando dentro un rango aceptable.

A pesar de todas las alteraciones que ha llevado a cabo sobre su estructura, se reconoce nervioso. Quizás en su mente ya no haya duda, pero la anticipación por parte de los estractos de su ser que van a verse sometidos a altas tensiones se deja sentir con claridad. El eco sintomático de lo que que han padecido durante las pruebas previas. No ha podido detectar, probar o eliminar todos los posibles efectos secundarios a largo plazo, pero estos han variado en cada simulación. Pero no queda tiempo para más pruebas. Tendrá que confiar en las hipótesis. Sabe que ha hecho bien su trabajo, lo sabe. Ha hecho todo cuanto está en su mano, pero aún es pronto para felicitarse. Trata de contener la euforia, pero no puede evitar una cierta excitación y condescendencia consigo mismo. Toma nota. Corregirá esto más adelante.

Todo su ser continúa disgregado a lo largo de todos los contextos sobre los que se solapa. Sus partes orgánicas y concretas se encuentran monitorizadas en una cámara de contención similar a las de Lexa y Serby, aunque en un nivel de realidad diferente. Allí donde puedan convivir y mantener su comunicación con los distintos reinos axiomáticos por los que se va a mover. Las copias de su ser previas a este momento también han sido repartidas y almacenadas en lugares seguros. Repasa mentalmente todos estos detalles mientras el punto que tanto lleva esperando alcanza al observatorio. Su destino ha llega hasta él. Ha llegado hasta la última posición en la que su existencia es viable. Se deja arrastrar por este punto el horizonte de sucesos para establecer contacto con la ventana de oportunidad. Comienza a moverse en sincronía con ellos. La distancia que le separa del objetivo no puede ser medida en base a conceptos como el espacio o el tiempo. Solo tiene que dar un paso metafórico. Exponerse a fuerzas que supondrán su desaparición como ser complejo. Destruir este contenedor para ser reconstruido bajo una nueva forma. Confiar en que su autoimagen es lo suficientemente sólida y fluida como para superar la experiencia.

Avanza y se sumerge en el sustrato primordial de cada concepto, ser o elemento. Es capaz de contemplar e interactuar con los paradigmas que definen lo tangible y lo abstracto. Con el más ínfimo y el más elevado de los componentes de la realidad. Se sitúa en un nivel más bajo que la más ínfima de las partículas conocidas. A una escala mayor que cualquier universo conocido o concebido por la humanidad. A través de una serie de conceptos que, hasta este no-momento, únicamente había experimentado de manera teórica.

Se mueve en todas direcciones al mismo tiempo. Cada una de las partes de su masa conceptual se desplaza. Se relacionan, expanden y contraen de forma síncrona dentro del contexto que las reciben. En las cuatrocientas veintiuna dimensiones que es capaz de percibir, y más allá de ellas.
El movimiento no es sencillo. Lo que experimenta es algo nuevo tanto para sus sentidos nativos como para los adquiridos. Una gran parte de la información que recibe no puede ser procesada. Nada aquí se rige por las mismas leyes de su hogar, o por las que imperan dentro de cualquier otros de los territorios axiomáticos que ha visitado con anterioridad. El no-lugar en el que se encuentra no existe para ser contemplado o experimentado. En él no hay luz u oscuridad. No hay sonido o silencio. No hay consecuencia sino causa. Todo aquello que da sentido a esos conceptos. Los colores que ve no están ahí, las partículas que cree percibir no lo son. Todo cuanto percibe y experimenta son meras aproximaciones. Invenciones que realiza su cerebro a la hora de interpretar y tratar de atribuir algún tipo de sentido a los impulsos sensoriales que recibe. Su viaje tiene lugar entre instantes. Allí donde nace y se desborda el tiempo. Se adentra en un universo más denso, más compacto, pero su camino le lleva a recorrer los nexos y uniones que mantienen el “todo” como algo coherente. Una coherencia de la que ha escapado.

Nuevamente titubea, pero esto nada tiene que ver con lo que deja atrás. Duda como consecuencia de la abrumadora cantidad de información que está recibiendo. Sabe que nada de esto es cierto. Que lo que ve no está ahí, pero su mente no puede evitar crear falsas equivalencias. Sensaciones ficticias. Tiene la impresión de ser minúsculo. De poder recorrer un quark como si se tratase de una sistema planetario. De poder contener galaxias entre sus manos.

Una vez dentro no es capaz de identificar su destino. Lo único que sabe que es real es el peligro. El miedo que lucha por paralizarle. Fuerza a la imagen mental de su cuerpo a dar un nuevo paso metafórico. Uno que le hace avanzar y retroceder. Que le eleva y le hace descender. Que provoca que se aleje y acerque de sí mismo.

–Sabías que esto no iba a ser sencillo –trata de hablar para sí mismo. De recordarse quién es. Cuál es su propósito, pero sus pensamientos suenan lejanos. Casi extraños. Son pronunciados en lenguas que no era consciente de poder hablar. Por alguien ajeno a quien es “ahora”. Alguien a quien apenas reconoce o recuerda.

Trata de imponerse sobre el entorno. De recomponerse. De no dejarse llevar. Lucha por no olvidar quién es o su misión. Dedica todas su concentración a mantenerse como un ser complejo. A oponerse a las fuerzas que tiran de él en direcciones opuestas. A prevalecer sobre aquello que le rodea. A obviar el dolor.

Logra dar un tercer paso. Su masa conceptual continúa cambiando. Adaptándose a los impulsos que recibe. Desgarrándose con cada fracaso. Dejándose llevar por aquellas corrientes contra las que sabe que no puede luchar. Su ser se fragmenta aún más. Se diluye. Los preceptos que le definen dejan de ser válidos. Aquí no puede ser él / ella. Humano o inhumano. Biológico o inorgánico. Esos conceptos carecen de sentido. Son demasiado complejos. Consecuencias de la fusión de la infinidad de contextos entre los que se mueve.
Lo que queda de él continúa avanzando y fragmentándose. Escudando a los componentes críticos. La meta está cerca. Ese fenómeno que lleva siglos observando se encuentra a su alcance. Eso es lo único que importa. La obsesión, la soberbia y la rabia se impone sobre el dolor y la duda. Su consciencia solo es un tenue hilo, pero esto no hace que su trayectoria se vea alterada.

Triunfa. Logra finalizar la primera etapa de su viaje. Alcanza la fisura que recorre tanto lo concreto como lo abstracto. La frontera dentro de la cual puede mantener su integridad. Su disgregación se detiene, pero la victoria conlleva un precio muy elevado.
Quien llega hasta ese lugar no es él, solo un leve resto de lo que fue al iniciar este viaje. Un recuerdo. Un instinto primario programado para alcanzar una meta. Un ser incapaz de continuar el viaje. Necesita recomponerse una vez más. Recuperar los fragmentos de su ser que le han abandonado durante el camino. Nada fuera de lo previsto. El resultado de esta travesía era predecible. Por otro lado, el esfuerzo y los recursos necesarios para paliar sus efectos, no. Se ve obligado a perder un tiempo del que no dispone.

Lentamente, los distintos componentes de su parte no abstracta se reorganizan. Esta es la parte más dolorosa, pero también la más sencilla. El cuerpo que ha diseñado ha sido algo simple, funcional y eficiente. Las terminaciones nerviosas son algo superfluo en este nivel de existencia, solo necesita algo sujeto a las fuerzas gravitatorias del lugar. La procedencia de cada uno de sus componentes fue localizado hace tiempo. Ha revisado, etiquetado y enlazado cada uno de ellos a aspectos concretos de su núcleo conceptual. A la entidad que considera su ser. La que ha permanecido inalterada durante más tiempo. El armazón conceptual que resulte de todo esto será algo temporal, pero tiene que asegurar su compatibilidad con quien es, al tiempo que no debe impedir que vuelva a serlo. Esta primera fase es un proceso automático. No necesita de ningún tipo de esfuerzo consciente. El problema llega tras la finalización de este paso inicial. Cuando llega el momento en el que comienza a formase la consciencia de este nuevo ser. El instante en el que se establecen las pautas mentales que le definirán. La carcasa ya está lista, todas las conexiones establecidas. El dolor ya no es un ruido sordo procedente de un cuerpo no presente. Deja de ser un eco desdibujado del pasado sino algo que es capaz de reconocer y padecer conscientemente. Que se almacena y se recuerda. Un requerimiento si quiere ser capaz de elegir. De volver a construir una personalidad y un bagaje concretos. Unos recuerdos y un propósito. Para ello es necesario un orden específico. Una secuencia no arbitraria de eventos. Una labor en la que no puede delegar a ninguna entidad externa a él mismo. El número de condicionadas enorme y la apuesta demasiado elevada.
Cada porción infinitesimal de su ser se ha de ser sometida a un escrutinio especialmente detallado. Ni las rutas que han seguido ni el desgaste que ha podido sufrir durante el tránsito podían ser calculadas. Los caminos de regreso hasta su ser son infinitos. No tienen nada que ver con el que siguieron para abandonarle, esa era una vía de un único sentido. Han viajado a la deriva buscando las sendas que les supusiesen un menor esfuerzo. Trayectorias que, en ocasiones, les pueden haber llevado hasta fuerzas antagónicas para ellas.
Cada espera, cada ruta alternativa y cada reintento ha supuesto permanecer en un estado de semiconsciencia. Congelado sin saber a ciencia cierta cuándo terminaría el proceso. Agonizando en una situación de indefensión de la que no sabía si sería capaz de salir.

Cada parte de su cuerpo funciona y envejece a una velocidad diferente mientras se realizan los ajustes. La fluctuación en el transcurrir relativo del tiempo no es una constante. No es algo que haya podido simular de forma exhaustiva. Esta fuerza no afecta de la misma manera a cada reino axiomático o a cada uno de sus segmentos. Por añadidura, la tensión a la que se ve sometido su armazón excede enormemente cualquier escala prevista. Las conexiones nerviosas podían ser cortadas y reemplazadas. Eran componentes irrelevantes y fácilmente reemplazables, pero no se atreve a seguir esta misma estrategia en el terreno de los mental. Un fallo ahí puede resultar fatídico. Cada elemento fuera de secuencia debe ser validado, corregido y alineado. Debe esperar al que le precede en el orden temporal y jerárquico.

El esfuerzo resulta extenuante. La prueba y el error generan una infinidad de mutilaciones microscópicas. Dentro del estado de crisálida en el que permanece muere y resucita millones de veces. Se transforma en una miríada de individuos que nunca fue. En seres que escapan a toda descripción. Trata de percibir y comprender lo que le rodea desde lugares en los que ninguna de estas dos cosas es posible. Adopta formas y estados en los que la mente es un concepto desconocido. Pierde la cordura de todas las maneras posibles. De formas en las que no se puede recuperar por completo. Recibe heridas cuyas marcas y secuelas permanecerán indelebles en su interior. Cicatrices cuyos vestigios jamás podrán ser extirpados de su ser. Nuevos recuerdos que le acompañarán para siempre. Un “para siempre” que puede ser tremendamente breve si comete cualquier error.

Sus sentidos y consciencia se van reparando, ajustando y consolidando mientras las últimas piezas completan el puzle. A pesar de la agonía que le generan todas estas experiencias, nada de esto se encuentra en el primer plano de su mente. Los primeros impulsos en despertar son los de la impaciencia y la frustración, pero tampoco deja que estos le dominen. No tiene tiempo para recriminaciones. Ya analizará sus errores si logra sobrevivir.

Finalmente la reconstrucción llega hasta su conclusión y es capaz de percibir lo que se encuentra a su alrededor. A pesar de que no se parece a nada que haya contemplado con anterioridad, todo le resulta vagamente familiar. Sus nuevos sentidos parecen ser capaces de apreciar, comprender y reconocer el lugar en el que se encuentra. Aun así, sabe que debe ser precavido. El entrenamiento al que ha sido sometida su mente puede haber dado sus frutos, pero lo que creen percibir sus órganos sensores no deja de ser otra ilusión. “Real” no es una palabra que tenga sentido aquí. Nada de lo que se encentra ante él es es más o menos fiable que cualquier otra cosa que se haya encontrado hasta el momento. A todos los efectos, no es más “válido” que las simulaciones con las que ha calibrado sus receptores. Solo está “ahí” porque él es capaz de contemplarlo. Aun así, puede ser su creador, pero no su amo.

A través de las fisuras que surcan la grieta no está contemplando otros lugares o momentos. Su mente rellena los huecos. Sus sesgos cognitivos dan forma a lo que desea ver. Su posición no se encuentra ubicada de acuerdo a criterios físicos, sino que está aquí porque este es el lugar hasta el que esperaba llegar. Solo existe porque así lo han determinado sus análisis. Esta es una realidad parcialmente fluida. Permeable. Susceptible. En apariencia es maleable, se adapta a sus su impulsos, pero esto no deja de ser otra mentira más. Debe ser capaz de ver más allá de sus deseo. De no dejarse llevar. De no perderse en quimeras. No hay grietas o fisuras surcando las paredes de esta trinchera infinita. Nada que comunique con otros niveles de realidad. Ese no es el camino que debe recorrer.

Pone a prueba su nuevo cuerpo, el armazón que contiene su mente y alimenta sus sentidos. Este responde torpemente, pero no se trata de un problema “orgánico”. Le cuesta pensar en términos que no sean físicos. Moverse no implica caminar. El dar un paso conlleva la existencia de unas piernas. Requeriría de una superficie de algún tipo sobre lo que apoyar sus pies. De direcciones situadas en un espacio tridimensional a través de las que avanzar. Conceptos que no aplican dentro de este espacio axiomático. Avanzar en este contexto no implica movimiento, sino ser capaz de comprender su entorno. Alterar su posición de forma controlada dejándose llevar por el oleaje entrópico. Es su contexto el que cambia. Se precipita mientras él se mantiene estático. Gira y se transforma. Sus paredes se vuelven cristales fractales. Superficies irregulares que no solo reflejan lo que está frente a ellas. Es capaz de contemplar infinitas posibilidades. Su interior se ve expuesto. Lo que desea y lo que necesita. Lo que quiere y lo que teme. No puede huir de los seres en quienes no desea convertirse. Lo tiene frente a él. Los tiene a todos ellos.

Una sensación que solo puede asociar con el vértigo le invade mientras su entorno se vuelve más irregular y su velocidad de caída aumenta. Dirige sus sentidos y su voluntad en todas direcciones tratando de evitar su reflejo, pero no es capaz de escapar. Ya no se encuentra en un túnel abierto, no hay “arriba” o “abajo” hacia los que dirigir su mirada. No es capaz de percibir el final de este lugar. Percibe imágenes caleidoscópicas allá donde mira. Versiones distorsionadas de lo que conoce. Formas sin forma. Espacios abiertos sin límite. Indicios que parecen señalarle que este no es su lugar. Que está roto. Que no debería estar aquí. Que sus ambiciones son irrelevantes en el gran esquema. Los reflejos le señalan todo esto… y algo de lo que no había sido consciente hasta este momento.

–Eres un idiota, Iorum –la radiación que afecta a Lexa y Sersby no es nueva sino que la ha estado analizando durante milenios sin haber sido capaz de profundizar lo más mínimo en su comprensión. Era una simple curiosidad. Casi un juego. La conoce como una abstracción. Como una forma de onda teórica. Es la misma esencia que compone la realidad en la que se encuentra su observatorio. La conoce perfectamente pero, hasta este momento, nunca creía haberla visto afectando a un organismo vivo. Nunca se había dado cuenta de cómo le ha estado afectando a él. Cómo ha ido afectando y mutando los centros del miedo de su cerebro–. Un idiota incapaz de ver lo que tiene delante –cómo ha alterado los umbrales de dolor de su cuerpo. Cómo le ha hecho volverse descuidado–. Idiota, idiota, idiota –sus barreras no eran tan eficientes como creía. Estaban preparadas para lo que había sido capaz de medir y acotar. Limitadas por lo que sabía y las conclusiones erróneas sacadas a partir de este supuesto conocimiento–. Idiota, idiota, idiota –pero ahora es capaz de ver que su frecuencia y composición no son estables. No al menos en cada uno de sus componentes. Genera pulsos irregulares que mutan. Que han generado armónicos capaces de ignorar sus medidas de contención. Que, hipotéticamente, se han podido filtrar hasta su hogar a través del punto de acceso que han estado utilizando Huatûr y él. Este tipo de accesos pueden haber sido meras casualidades cósmicas, pero este hecho no las convierte en algo menos peligroso. Al igual que lo es la propia humanidad, su existencia es un accidente de la naturaleza. Por más que ambos sean conceptos cuya existencia es limitada, eso no los convierte en aliados.

Nuevas incógnitas inundan su mente. Preguntas que distraen su atención. Que le llevan de vuelta hasta el punto de partida. Es capaz de ver la manera en la que estos pensamientos alteran la arquitectura que ha diseñado para su nueva mente. Cómo mutan su química corporal a millones de realidades de distancia. Cómo alteran su composición básica. Cómo salen a la luz elementos que no es consciente de haber puesto ahí. Se ha visto expuesto a esta radiación pero no es capaz de determinar su alcance. No solo su cuerpo, sino que todo el proyecto se ha visto comprometido por este hecho. Trata de hacer memoria pero no se ve capaz de acotar en qué momento comenzó a desviarse de la planificación original. La duda y el temor se intensifican. Se convierten en patrones que es capaz de percibir en sus reflejos. En cuerpos extraños que invaden este nuevo cuerpo. En invasores que se propagan por todo su ser infectándolo. Sus temores mutan y se hacen más fuertes. Provocan cortes en sus enlaces sinápticos. Florecen y germinan desde el mismo núcleo de su cerebro. Quizás siempre han estado ahí.

–No –quizás algunos de estos indicios tengan sentido. Quizás las piezas individuales encaje, pero hay algo que no funciona. Está sacando conclusiones apresuradas sin tener toda la información. Está dudando de lo que antes jamás le ha resultado confuso. Este no es él. Una vez más, no se reconoce a sí mismo. Una sensación que no le resulta desconocida pero que, en los últimos días, cada vez se ha vuelto más frecuente. Si algo le han enseñado sus años de investigación en soledad, es a conocer sus propios patrones de comportamiento. A ser capaz de adelantarse a los sucesos que le afectan a ese nivel. No solo su mente no nació en este cuerpo, sino que ya ha sido alterada en otras ocasiones. Se ha visto forzado a evolucionarla con anterioridad. A modificarla para evitar la demencia. A convertirla en un órgano capaz de albergar el saber, los procesos y los recuerdos de un inmortal.

Tiene claro que estos pensamientos no son suyos. Que no es capaz de reconocerlos. No puede rastrearlos hasta su origen. No es capaz de identificar su causa o el momento en el que comenzó a perderse a sí mismo. Esto complejiza el proceso de corrección. Requiere de un punto de apoyo. De un inicio seguro a partir del que volver a erigirse, pero no es capaz de encontrar lo que necesita para comenzar con una nueva reconstrucción.

La sensación de no tener el control dispara la urgencia. La necesidad de actuar sin tener claras cuáles pueden ser sus consecuencias. Comienza a extirpar de su ser esos patrones ajenos. Busca un acercamiento quirúrgico. Analizar antes de extraer. Comprender hasta dónde llegan sus ramificaciones. Una prospección dolorosa que solo sirve para generar nuevas sacudidas. Espasmos que se ven amplificados con cada nuevo descubrimiento. Sus raíces son son mucho más profundas de lo que esperaba o creía. Se comunican entre ellas a lo largo de todo su cuerpo y más allá de este. Trata de cortar estos vínculos, pero de sus restos surgen nuevas ramificaciones. Nuevos filamentos cuya formación le permiten contemplar cuál es su origen. Que se unen a lo abstracto. Que tiran de él tratando de crear fisuras en su armazón. Quiebran su cuerpo mientras tratan de integrase de nuevo en la entidad informe de la que han surgido. En lo que hasta ahora había identificado como una nube de datos más. El modelo matemático del que emanan y al que luchan por regresar. Pero hay algo más en su interior. Algo que parece moverse. Que se convulsiona con cada espasmo que da su cuerpo. Que emite pulsos de luz que permiten adivinar una forma. Una entidad que solo es capaz de intuir. Una sombra traslucida que parece dirigir su mirada hacia él. Algo que se extiende mucho más allá de lo que es capaz de alcanzar cualquiera de sus sentidos. De lo que es capaz de imaginar.

–No –deja libre a la furia mientras persiste en su negativa de aceptar lo que le sucede. Recurre a su soberbia. A su rabia. No va a sucumbir ante el pánico. No se va a dejar arrastrar por lo irracional.

Lo que le rodea no está vivo, lo sabe. No son entes conscientes. La fuente de su sufrimiento carece de deseos. No es su enemiga. No está siendo víctima de un ataque. Su cuerpo sufre por culpa de su propia estupidez. Por un error de cálculo. Porque no está preparado para este contexto. Porque la realidad es infinitamente compleja e inmisericorde. Porque él solo es una mota despreciable dentro del gran esquema de las cosas. Se repite todo esto que siempre ha tenido claro. Lo convierte en un mantra con el que trata de sepultar al miedo y la duda. En un base sobre la que construir su camino hacia la recuperación. Si no hace nada al respecto su final es inevitable. Ha de ser drástico. Es imperativo que se crea capaz de recuperar el control. La urgencia requiere de medidas desesperadas. Aferra a los cuerpos extraños y comienza a tirar de ellos. Trata de arrancarlos sin importar las partes de su ser que se desprendan en el proceso. Sin pensar en cómo todo esto va a comprometer su arquitectura axiomática. Lo hace mientras se impulsa en sentido opuesto al giro y la caída de este contexto.
Deja que la locura se apodere de él. Que los mecanismos automáticos hagan lo que puedan. Las coordenadas están fijadas El punto de salida queda consolidado como parte de este nuevo ser. De esta entidad que ya no forma parte del lugar en el que se encuentra. Que es arrastrada hasta donde será recibido por nuevas incógnitas a resolver. En cada tirón pierda parte de su masa conceptual. Fragmentos de su ser que no pueden ser reemplazados. Sufre heridas profundas que se propagan a lo largo de todas las realidades en las que existe su cuerpo. Lesiones de las que no sabe si será capaz de recuperarse. Pone final a esta parte del viaje mientras sus sentidos se apagan. Mientras se sumerge en una paz y una oscuridad de las que no sabe si querrá o será capaz de regresar.

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Su mente recupera la consciencia en la oscuridad. Desconoce dónde o cuándo está. Su capacidad para transformas los impulsos en imágenes aún no se encuentra operativo. El dolor continúa ahí. Un zumbido sordo que lo inunda todo. Los receptores ya se han habituado a él, pero eso no convierte su presencia en algo agradable.
Cree escuchar ruido de pasos, pero eso no tiene sentido. En ninguno de los lugares a los que esperaba llegar es viable el sonido. Poco a poco sus sentidos comienzan a ser funcionales. Un nuevo ser comienza despertar y consolidarse. Uno que no tarda en asemejarse a un recuerdo y evoluciona en otra cosa. En alguien capaz de relacionarse con su entorno.

La oscuridad deja paso a las formas. Se desplaza por un contexto difuso. A lo largo de algo que su mente interpreta como caminar sobre una superficie reflectante y parcialmente traslúcida. Una plataforma que no es capaz de ubicar. Atraviesa un espacio sustentado por fuerzas opuestas y complementarias. Por una entelequia iluminada por fuentes de luz cuyos orígenes no es capaz de determinar. Por unas partículas que permiten a sus sentidos contemplar su reflejo. Que le brindan la posibilidad de apreciar lo deteriorado de su estado a todos los niveles. Que le hacen ser consciente de que no está solo.

Dirige su atención hacia donde esta es requerida. Cambia su foco de atención del inexistente suelo para fijarlo en algo que solo puede calificar como “el centro”. Lo dirige hacia el lugar en el que puede contemplar a una figura de reminiscencias femeninas. Un ser cuya silueta está envuelta en un manto de estrellas, constelaciones y galaxias que se funden con el infinito. A pesar de que ella parece ser el origen de la luz, su rostro permanece en penumbra. En una oscuridad que ni siquiera el brillo de millones de soles es capaz de atravesar.

Nada de lo que contempla tiene sentido. No lo tiene hasta que su “yo presente” regresa hasta el primer plano. Hasta que su memoria le hace consciente de un pequeño detalle. Ha llegado a su destino. Se acerca a los límites del tiempo. Hasta el punto del que todo movimiento parte. El lugar en el que toda acción concluye.

Su mente aún en construcción recurre a los sentidos de un yo casi olvidado. A un niño obsesionado con el mito de La Tejedora. La encarnación del tiempo, el destino tal y como se le presentaba en los cuentos. El ser al que siempre imaginó con esta forma. Los deseos de aquel niño hoy se ha visto recompensado.

Continúa avanzando por el espejo infinito y los detalles se van haciendo más claros mientras lo que presencia se vuelve más difuso. Se da cuenta de que es el eco de sus propios pasos lo que escuchaba. Un eco que desaparece al no tener cabida en el contexto al que se dirige. Estas imágenes y sonidos van pasando a un segundo plano según su mente se va terminando de formar. El niño deja paso al adolescente. El adolescente al inmortal. Sobre la figura mítica se solapan sus diferentes aspectos. Las concepciones que ha ido teniendo de vida y muerte. De creación y destrucción. De comienzo y final. De un ciclo eterno que tiene su origen y conclusión en una misma partícula.

Mientras camina su ser se va consolidando. La visión se alinea con las percepciones de quien comenzó esta travesía. Los recuerdos de lo sucedido hasta este momento regresan. Es consciente de su entorno. De la patrones de contracción y expansión que afectan a la figura frente a él. No camina, sino que se ve mecido por las mareas de los abstracto. Una vez más carece de control. Sin importar cuál sea su posición o dirección, se dirige irremisiblemente hacia la figura pulsante. Hacia el corazón de la realidad. Hacia el punto focal del que surgen los inabarcables mecanismos del gran engranaje cósmico. La pieza sobre la que se construyen y sustentan, de donde parte y donde confluyen todas las realidades que es capaz de concebir la mente humana.

Frente a él y a sus lados, sobre su cabeza y bajo sus pies, su devenir es acompañado por los ecos de otros caminantes. Por las señales sensoriales que, momentos atrás, había confundido con su reflejo. Por las consecuencias de cada decisión que pudo y aún puede tomar. Por todos los seres que ha sido y pudo ser. Por todo lo que es y en lo que pudo convertirse. Por todo lo que será.
Su camino se refleja en el vagar acompasado de estos seres que se mueven al unísono. Que recorren las superficie y el interior de una infinidad de esferas que se solapan parcial o totalmente. Domos cuya suma forma nuevas esferas. Un prisma infinito que converge en un mismo punto.

El caminar de todas estas entidades le imita. Avanzan a lo largo de las bóvedas. Recorriendo sus superficies interiores y exteriores. Descendiendo y ascendiendo por ellos. Trazando parábolas y líneas rectas. Siguiendo rutas cuya trayectoria no podría ser trazada en una realidad pentadimensional. Creando imágenes espejadas los unos de los otros. Desapareciendo entre momentos y pulsaciones. Atravesando toda su volumetría. Encauzan sus pasos hasta el lugar en el se encontrarán con él. Todos con un mismo destino. Todos con una única obsesión. Observa cómo algunos de ellos se desvanecen. Cómo la información que su mente interpreta como réplicas de sí mismo se colapsan o se disgregan. Cómo sus recuerdos y esperanzas son destruidas. Cómo sus existencias llegan hasta su final sin conocer la respuesta a la pregunta que les ha llevado hasta allí. Pero eso no le detiene. No detiene a ninguno de ellos.

Siente dolor, pero ya no queda espacio para el miedo en su interior. Le invade un agotamiento más allá de todo lo imaginable. Pero su paso se mantiene firme. Trata de despejar su visión. De reajustar su mente. De ignorar a sus acompañantes. De olvidar sus modelos teóricos. De alejar su percepción de aquellos conceptos acerca de los que tanto ha reflexionado. Continúa avanzando hasta que alcanza lo que considera el final de esta segunda fase de su trayecto. Hasta la figura. Hasta aquella cuyo rostro no puede ser contemplado. Llega hasta ella y duda. El niño que aún habita en él quiere mirar su rostro. Desafiar al destino. Derrotar a lo que pueda mostrarle su semblante. Pero ni siquiera esta duda es capaz de aminorar su paso. No desea alimentar al niño. Esa figura no deja de ser una mentira más de su mente. Un espejismo. Una acto reflejo e ilusorio. Se enfrentará a la respuesta sin recurrir a los mitos, los lugares comunes o las respuestas que han dado sus predecesores. Ha venido hasta aquí buscando comprensión. Verdad. Nunca ha necesitado la ilusión.

Deja atrás a la figura y no puede evitar pensar que esta se gira para contemplarle a él. Está cerca. Es capaz de sentirlo. Las convenciones se deshacen. El consenso se diluye. Las especulaciones se desvanecen. Se encuentra en el límite. En el punto de confluencia de todas las esferas. El el final de todo. Finalmente está solo ante la respuesta. Lo único que debe hacer para obtenerla, para que su vida tenga sentido, es alzar la mirada. Pero una fuerza externa, lo que se encuentra frente a él, convierte a este simple gesto en una nueva agonía. La gravedad se niega a permitir que su misión finalice. Cientos de sus acompañantes son barridos de la existencia mientras lo intentan. Dejan en su camino un halo, un rastro etéreo que pasa a formar parte de Arcanus mientras toda su materia conceptual se convulsiona. Mientras los espasmos de dolor sacuden cada micra, partícula y dimensión de las que consta su armazón. Mientras vierte en esta confrontación todo lo que es.

Finalmente triunfa. Logra imponerse sobre la gravedad que aprisionaba su mirada. Sobre las fuerzas que han tratado de doblegarle. Finalmente se encuentra frente a frente ante lo que existe más allá del tiempo. Ante lo les que aguarda a todas las realidades una vez que se colapsen.

–Enhorabuena, Iorum –trata de eliminar la amargura de su voz, pero esta lo impregna todo–. Tenías razón.

Nada. Vacío. Ausencia. No hay silencio ni oscuridad. No hay entropía ni estatismo. Las palabras no son capaces de describir lo que no existe. Los sentidos no pueden percibir la no-existencia. Su mente ni siquiera es capaz de encontrar aproximaciones. Los filósofos y los poetas siempre han estado equivocados. Ni el tiempo ni la vida son cíclicos. No hubo una realidad previa a la que conocen. No habrá una que le suceda cuando esta llegue a su final. Son un accidente. Una casualidad cósmica. Apenas una mota dentro de una inmensidad de…

No tiene palabras ni pensamientos. Se desvanecen al tratar de enfrentarse a lo que tienen frente a sí y les rodea. Ya nada tiene sentido y está muy cansado. La ausencia no le reclama, pero todo su ser desea unirse a la gran nada. Fragmento a fragmento, sinapsis a sinapsis, dato a dato, la persona que fue Iorum Arcanus se desvanece. Sus recuerdos se van haciendo cada vez más difusos. Su personalidad es desmantelada. Toda certidumbre y todo saber se desvanecen capa a capa. Su capacidad de raciocinio y comprensión le abandonan. El saber que ha acumulado a lo largo de los siglos ya no está ahí. Todo sobre lo que ha construido el personaje en el que siempre ha buscado convertirse se desdibuja. Todas las barreras de contención que ha creado a lo largo de los milenios son derribadas. El control se le muestra como una quimera dejando libres todas aquellas facetas de su ser contra las que siempre ha luchado. La emoción. El miedo. La desesperación. El fatalismo. La rabia. Eso es todo cuanto permanece durante los últimos instantes. Todo cuanto queda para enfrentarse a lo que le sucede. Solo queda el instinto. La parte que es capaz de actuar sin valorar todas las posibles consecuencias. La que lanza sondas al vacío en busca de algún vestigio de quien fue. Satélites que recorren el espacio y el tiempo en busca de algo a lo que aferrarse. Una acción desesperada que logra dar con un recurso donde su parte consciente jamás se lo habría permitido. El contacto tiene lugar de manera inesperada. Le reúne con la parte de su ser que le fue arrebatada. Con aquella que fue utilizada como semilla para crear nuevas formas de vida. Con la que permanece en el interior de Lexa y Sersby en estado latente. Puede haber mutado. Puede haber evolucionado sin contacto con su origen. Pero sigue ahí.

La crudeza y violencia de este contacto se convierte en el catalizador necesario para que los maltrechos protocolos de recuperación que alberga su macroestructura se inicien de nuevo. Estos automatismos tratan de sustituir las partes que ya han sido asimiladas por el olvido. Los reemplazan con nuevos elementos. Con nuevas incógnitas que despejar. Nuevas preguntas que responder. La curiosidad se dispara dando paso a un mecanismo similar al de la consciencia. Recuerda quién es. El propósito de este viaje regresa hasta el primer plano de sus recién recuperados procesos mentales. Tras lo que siente como eones, vuelve a “ser”. A “estar” en este no-lugar. A conocer las razones que le han traído hasta aquí. Las preguntas que aspiraba a responder. Su consciencia trata de crear un aliado o un antagonista. Un ancla que se interponga entre él y la no-existencia. Un obstáculo concreto que superar. “Algo”. Necesita alcanzar un estado de paz. Estar a solas y habituarse de nuevo a una acción antaño tan natural como la generación de pensamientos coherentes. Alejar de estos procesos cualquier injerencia externa. Encontrar algún tipo de cobijo en ellos. La frustración regresa y se funde con el deseo de abandonar la lucha. Trata de emitir un grito de rabia. Un desafío ante un rival que no existe. Abrir una brecha en esta realidad que le aprisiona y asfixia. Trata de llevar a cabo todo cuanto pasa por los restos que quedan de su mente, pero fracasa una y otra vez. En su estado actual ni siquiera es capaz de conceptualizarlo con claridad ninguno de estos pensamientos o acciones. En los últimos estertores de su desesperación, se aferra a lo poco que conserva. A lo poco que queda de él. A lo que tanto ha luchado por mantener alejado. A esa tabla de salvación que ha encontrado en la distancia. A la inseguridad que las criaturas surgidas de su masa conceptual le han generado desde el momento de su alumbramiento. A la constante sensación de duda e indecisión que siempre ha rodeado a todo lo relacionado con ellos. Es ahí donde finalmente encuentra su único asidero. En la ironía que le golpea como algo sólido. Que inunda cada uno de sus receptores. Y, sin proponérselo… ríe. Llora. Grita. Todo aquello que siempre ha tratado de controlar y evitar queda finalmente libre.

La conexión con el abismo parece debilitarse. Su mente recupera una pequeña parte de la actividad y capacidad que conoce. Es capaz de construir algo contra lo que enfrentarse. Un rival que se muestra ante sus sentidos y procesos mentales. Inicialmente no es capaz de reconocerle, pero la claridad no tarda en llegar. Ante él se encuentra la criatura más abyecta de la existencia. Jamás ha existido otro concepto al que haya despreciado con mayor intensidad. Nunca ha tenido un enemigo más enconado. Su sombra le cubre en esta realidad sin luz. En este momento ajeno al tiempo. En esta ubicación carente de coordenadas. No necesita crear nada. Su mayor antagonista siempre ha sido él mismo. No recuerda haberse movido. No es consciente de haber regresado hasta su cuerpo original, pero todas las señales le indican que ya no se encuentra en los límites del tiempo. Que ha sido arrastrado hasta otro lugar. Hasta un contexto en el que se encuentra aún más perdido e indefenso. No ha logrado imponerse sobre la ausencia. No fue su voluntad la que rompió la conexión. Su salvación vino como consecuencia de la intervención de una fuerza externa. De quien siempre ha guiado sus pasos. Se encuentra prisionero. Es un mero experimento fallido. Se ha convertido en una marioneta. Un pelele manejado por fuerzas que ni siquiera puede percibir. Por patrones que jamás será capaz de de comprender. Siempre lo ha sido. Toda su existencia ha sido una mentira. Todo su saber se ha construido sobre falacias. Sobre impulsos que no nacían en él. Sobre acciones que no eran dirigidas por sus inquietudes. Siempre ha sido un juguete del destino. Un entretenimiento efímero. Uno que está llegando a su fin.

Su reflejo le observa con la misma máscara de indiferencia que él acostumbra a utilizar. Ante su escrutinio, solo es un sujeto más. Algo a estudiar. Una forma de vida carente de cualquier capacidad de decisión. Su ausencia de expresión es una que ha ensayado millones de veces pero que, en esta ocasión, no se le muestra como una pose. En su mirada no encuentra el aire de superioridad que siempre adopta. Carece de la expresión de saberlo y estar por encima de todo. En este ser, en lo ausente de su presencia, hay algo más. No es una copia. No es un reflejo distorsionado. No es un personaje impostado. No le juzga. Una criatura humillada e indefensa como él no es merecedora de tales preocupaciones. Se encuentra arrodillado ante un ser de pura lógica. Ante un concepto carente de emoción. Ante la condensación de cuanto siempre ha deseado ser. El máximo exponente de un ideal que quiere creer deformado. La expresión definitiva de una parte de sí mismo que en estos momentos le aterra.

No le hace falta entrar en contacto con él para inmovilizarle, sino que basta la gelidez de su presencia para helar cada átomo de su ser. Es un monstruo que posee todo aquello que se encuentra dentro de su radio de atención. Se limita a esta erguido frente a él. A diseccionarle con la mirada. Se trata de una entidad que impregna cada uno de sus pensamientos y funciones vitales. Que se extiende mucho más allá de lo que es capaz de concebir. Que detiene y cristaliza cada fluido de cuantos contiene su cuerpo. Nota como la humedad condensada en su interior busca orificios por los que ser expulsada. Cómo perfora sus órganos. Cómo rasga sus músculos. Cómo agrieta sus huesos. Cómo sus pulmones se comprimen y no vuelven a expandirse. Cómo las lágrimas perforan sus córneas. Cómo el vaho se congela antes de poder ser expelido.

No habla o se mueve, pero su cuerpo le obedece. Se yergue y flota sobre un espacio iluminado por mil soles. Sobre constelaciones vivas. Sobre gigantes gaseosos que consumen galaxias. Sobre un universo vivo y consciente de su propia existencia. Lo que tiene ante sí solo un ínfimo fragmento de algo mucho más grande. De un concepto que ahora cree ser capaz de intuir. Está en todas partes. Es infinitamente más grande que el universo que ahora habita. Carece de ojos, pero su mirada lo abarca todo. Le contempla desde cada estrella. Desde cada agujero negro. Desde cada grieta que recorre este espacio axiomático.

Sus miembros se extienden y quiebran. Las formas cristalizadas que han construido sus fluidos se ven expuestas a esta realidad. No flotan libremente sino que son analizadas y descartadas. Descompuestas en su mínima expresión mientras aún forman parte de él. Mientras su reflejo continúa escrutándole con su rostro impasible. Nota las manos, los hilos y el bisturí del titiritero invisible. Nota cómo cortan cada una de sus uniones sin impedir que continúe padeciendo el dolor de ninguna de ellas. Nota cómo se mueve entre los fragmentos de lo que fue. Cómo tensa los hilos que controlan sus acciones. Cómo sus brazos se torsionan en ángulos imposibles. Cómo la carne, los músculos y huesos se agrietan aún más. Cómo tanto su cuerpo como su mente son alterados de maneras impensables.

Sus recursos son nulos. El terror y la frustración, el descubrimiento y la aceptación de la gran mentira que siempre ha sido su vida le han arrebatado la capacidad de formular preguntas. Le han privado incluso del acto reflejo de resistirse. Se ha erigido una barrera muy clara entre lo que es y aquello que siempre ha aspirado a ser. Una que impide a los mecanismos de su cuerpo metafísico pueda continuar con su reparación. Que le deja inerte. En un estado de total indefensión. En un bucle infinito de recriminaciones. Encerrado en su propio ser. En un receptáculo claustrofóbico y asfixiante que no deja de menguar.

El arquitecto de su desgracia ni siquiera se digna a regodearse en ella. Ha perdido por completo su interés. Lentamente, la atención de su dueño se diluye. El torturador ya no encuentra gozo alguno en su sufrimiento. Se ha aburrido y pronto buscará otra marioneta. El velo que cubría sus ojos finalmente cae. Ahora es capaz de contemplar el rostro de su titiritero. Su expresión de desdén y hastío le agrede y le daña. Le hiere como nada ha logrado hacerlo con anterioridad. Comienza a recuperar lo que le pertenece. A extraer de su mente cada conclusión errónea que ha ido insertando en ella a lo largo de los siglos. A rebuscar en su interior algún vestigio que merezca ser recuperado. A evidenciar ante su mirada impotente la gran mentira que siempre ha sido Iorum Arcanus. A alimentar la otras sensaciones igualmente dañinas. La rabia y el desprecio que siente por sí mismo. La frustración y la ira ante su falta de discernimiento. Todo esto y algo más. El odio hacia el causante de estas sensaciones. Un odio mayor al que ha podido sentir jamás. Una emoción que sepulta a las demás. Que logra despertar una parte de él que creía haber perdido.

De la misma manera en la que le sucedió antes de llegar, su mente y cuerpo le traicionan. Se encuentran sometidos al temor. A las reacciones que este genera en su componentes esenciales.
Las uniones neuronales se ralentizan y retuercen. Sus receptores son asaltados por otra mentira. Por una disonancia, una ilusión y unas falsas aproximaciones a las que ya había sido expuesto con anterioridad. Le muestran una vez más los enlaces metafísicos que vinculan a este ser con las abstracciones que existen entre los momentos. A una onda sónica pulsante que hace temblar la estructura de la realidad. Que causa la inestabilidad entre los vínculos que mantienen unido su ser. Vibraciones a un nivel subaxiomático. Sacudidas que resuenan en frecuencias para las que ni su armazón ni ninguna otro constructo, ya sea o no orgánico, está preparado.

No todos sus sentidos son capaces de percibir a esta entidad. Se mueve entre respiraciones, entre parpadeos, entre uniones sinápticas. Su yo racional lo percibe como una masa informe. Como una neblina que embota sus sentidos y realza sus centros de miedo y dolor. Como una sustancia que rodea y atraviesa su ser. Que descompone sus elementos. No se acerca o aleja. No le ataca o hiere. Simplemente, es. No le está matando. Simplemente, se muere.

Cuando su capacidad de raciocinio es desconectada, este concepto es reconstruido por sus temores más primarios. Es transformado en una presencia que provoca oscilaciones y disrupción entre las nubes metafísicas. En una idea que repele toda concreción. Toda forma compleja. Algo que no puede existir y que, sin embargo, se acerca. Algo que logra hacerle dudar de todo aquello que sabe a ciencia cierta. Es una sensación que le ha seguido y le busca. Que le inmoviliza al mismo tiempo que le impele a huir. No tiene relación alguna con lo que había venido a buscar. No es el olvido lo que le retiene en estos momentos sino una abstracción diferente. Una que no está en el exterior. Que no le ha abandonado en ningún momento. Que le arrastra en su camino de reunión con la materia conceptual de la que partió. Que se ha hecho fuerte en su debilidad.

Todo el control del que siempre se ha vanagloriado ha desaparecido. Apenas ha logrado recuperar una tenue consciencia de quién y cuanto fue. Las acciones y reacciones que lleva a cabo no son dictadas por su mente. Su parte racional aún no es capaz de imponerse sobre el acto reflejo. Sobre el instinto despertado por las reacciones a las que se ve sometida su estructura. Durante los breves lapsos de tiempo en los que logra recuperar la cordura, es perfectamente consciente de que nada con esas características tiene cabida en ningún contexto axiomático. Que la fuerza que causa este efecto no tiene forma ni voluntad. Que no tiene instinto ni propósito. Que se encuentra expuesto ante la misma radiación con la que ha convivido durante tanto tiempo.
Pero no importa cuánto se esfuerce en evitarlo. Impera lo primario. Lo irracional. Su mente no está lo suficientemente recuperada como para ser capaz de sepultar al sesgo. El miedo y el dolor no tardan en volver a inundarlo todo. No solo su sentido del yo se descompone, sino que también lo hace todo lo que lo daba cobijo y mantenía unido. Comienza a perder cohesión de la misma manera en la que lo hicieron los fragmentos creados a partir de su materia.

Sus mecanismos de reconstrucción apenas son capaces de proporcionarle microsegundos de cordura. Un tiempo que, incluso con sus capacidades tan mermadas, le granjea una cierta capacidad de raciocinio. Apenas un parpadeo que le permite ser capaz de comprender lo desesperado de su situación. Lo imperativo de trazar un nuevo curso de acción. De esbozar un plan precario. No tiene manera de sobrevivir a esta exposición durante un periodo muy prolongado. Debe ser él quien escoja el terreno en el que se desarrollarán las últimas fases de este conflicto. Alcanzar un estado que le permita utilizar la deriva emocional a su favor.

Aun sumido dentro del fragor primario, logra alcanzar particionar una porción de su masa neuronal. Lo que queda de su consciencia es capaz de abandonar el espacio que habita en estos momentos. Se desplaza desde su mente para refugiarse en el núcleo reconstructor. Abandona esta lucha para recuperar una sensación de control que sabe ilusoria. Prologar esta situación carece de sentido. Es inútil. Esta lucha, este cuerpo, este ser, están perdidos.

Permite que la rabia devore al miedo mientras su parte racional trabaja en un segundo plano. Logra que su imaginación se desboque y divida. La alimenta. Le permite creer que todo lo que se ha dicho de él es cierto. Que es uno de los pilares sobre los que se sustentan el conocimiento y el avance de la humanidad. Que en su mano se encuentra el alcanzar tanto como se proponga. Se permite olvidar que el mismo concepto de la vida es un absurdo. Un cúmulo de aproximaciones simplistas. Que su historia o la de su mundo no son otra cosa que una mota dentro del infinito desierto que es el gran esquema. Que el mismo concepto del porvenir es limitado. Decide ignorar que la eternidad es un concepto humano. Que, al igual que cualquiera del resto de constructos alumbrados por los suyos, no son sino meros accidentes fortuitos para la realidad. Que son elementos finitos. Ideas que comenzaron a morir en el mismo momento de su nacimiento. Se miente formulando un plan, una intención y un propósito para lo que le está sucediendo. Fortalece sus sesgos. Atribuye una serie de patrones conscientes a la entropía. Una voluntad y motivos equiparables a los de una mente humana. Construye una forma detrás de la forma. Una personalidad arquetípica. Una idea a la que puede enfrentarse. Un objetivo contra el que su yo irracional pueda enfocar su ira. Necesita cada ínfima fracción de tiempo que pueda obtener. Un estado de ánimo que le permita abandonar la inacción. La rabia no le resulta de gran ayuda a la hora de obtener este respiro, pero le puede otorgar algo que el miedo o la culpa no son capaces de proporcionarle.

Los restos de su parte racional comienza a fragmentar a la entidad en la que se ha convertido durante los breves instantes en los que son funcionales. Tratan de aislar las partes que aún parecen estar libres de la infección que le ha acompañado a lo largo de todo este viaje. De crear barreras en un intento desesperado por evitar que la causa de este daño se propague más allá de donde ha arraigado. De trazar una ruta de escape que les lleve fuera del envoltorio conceptual que las contiene.
Comienza a dar forma al que será su nuevo receptáculo, pero su mente apenas es capaz de imaginar nada más complejo que un punto. Una partícula minúscula que logra expandir hasta transformarla en una esfera. Una estructura simple que ha de confiar en que será capaz de existir dentro de este contexto. De albergar cuanto queda sano de él. De llevarle de regreso hasta el observatorio.

La esfera muta y se afila. Apunta hacia las coordenadas que contienen los restos sanos de Iorum y se proyecta contra ellas. Con precisión quirúrgica perfora su masa conceptual solapándose, protegiendo, absorbiendo y transportando en su interior la esencia de cuanto ha sido. Mientras el proyectil que le ha atravesado se aleja de quien fue, los últimos vestigios de sus sentidos son capaces de contemplar lo que deja atrás. Siente cómo su antiguo yo se apagan. Cómo se sumerge en la oscuridad y el silencio. No es capaz de evitar el padecimiento de lo ya no forma parte de él. Experimenta un nuevo aspecto del final durante los últimos instantes de ese constructo. La pérdida de algo más que el mero resultado de un experimento. No es capaz de cuantificar o calcular lo que ha perdido. Los fragmentos de su ser que no sabe si en algún momento será capaz de recuperar. Lo único que conoce este nuevo ser mientras se reconstruye es la oscuridad. La ausencia. La deriva. Navega sin conocer el punto de partida o su destino. Necesita de unos sentidos externos. Saber en qué espacio axiomático se encuentra. A qué se está viendo expuesto. Averiguar cómo podrá llegar hasta un lugar seguro.

Su mente renacida apenas ha conocido nada que no sea incertidumbre y el dolor. Se encuentra desorientada mientras trata de adaptarse a aquello en lo que se ha convertido. Aislada de todo contexto conocido. Su consciencia trata desesperadamente de contrastar los datos que va recibiendo. Lentamente, su “yo” se estabiliza y comienza a reformularse. El pánico va dejando paso al paulatino regreso de recuerdos más lejanos. A objetivos más concretos y cercanos. A la comprensión.

Las consecuencias de su maniobra se convierten en un eco lejano. La tensión y la agonía se mitigan. Cree alcanzar un estado que le resulta familiar. Una sensación similar a la del control. Estabilidad. Una serie de apreciaciones que pronto se le muestra como algo falso. No tarda en darse cuenta del fracaso. Un rápido análisis de la información le hace ser consciente de que lo único que ha ganado es un poco de tiempo. No ha sido capaz de desligarse por completo la infección. La ruptura no ha sido total. El vínculo es demasiado fuerte. Se ha convertido en una parte integral de su ser. Su patrón de propagación se ha detenido, pero trata de adaptarse a este nuevo ser. No avanza, pero sigue ahí. El pánico permanece. Nunca ha llegado a abandonarle. Su pugna por hacerse con el control no cesa, pero esta nueva forma resulta ser más resistente a sus efectos. Necesita salir de aquí, sea donde sea “aquí”, y sabe de lo escaso de sus posibilidades.

Trata de establecer un canal de comunicación con el observatorio sin éxito. Carece de un punto de referencia. No se encuentra en la ubicación a la que llegó. No sabe si alguna vez ha llegado a estar en el lugar que tanto ha luchado por alcanzar. Si ha sido arrastrado fuera de esas coordenadas, o si existía algún error en sus cálculos. Nada parece encontrarse en su lugar. Debe comenzar desde cero. No ha de sacar conclusiones ni trazar rutas antes de tener información fiable.

Lanza señales en el vacío. Nuevas sondas que se proyectan en todas direcciones. Mensajeros cuyas noticias espera con ansiedad mientras recupera otras partes de su ser. Mientras vuelve a ser la consciente de las magnitudes del tiempo. Mientras lucha por contener la propagación de la infección por su nuevo ser.

Los primeros datos llegan tras lo que le resulta una eternidad. Le proporcionan una sensación de espacialidad. Una dirección hacia el que dirigirse y comenzar a ganar inercia mientras analiza el resto. Coordenadas axiomáticas hacia las que fluctuar a lo largo de todo el espectro. Su forma se ve comprometida con cada nuevo contexto que atraviesa. Se descompone y reordena con cada nueva capa de la realidad que atraviesa. Pero logra prevalecer. Ha vivido y padecido ya demasiado. Ya no tiene nada que perder, o eso es lo que se dice a sí mismo. En cada nuevo estadio su mente cambia. Se contradice. Da por supuesto que nada más se interpondrá en su camino. Asume que no logrará llegar hasta su destino.

–De acuerdo –su voz interior regresa. Un concepto que le resulta extraño y familiar al mismo tiempo –. ¿Cuál es la apuesta aquí?

Trata de llevar a cabo un control de daños más allá del contexto en el que habita en este momento. Las preguntas regresan hasta su mente como un torrente imparable. Cuestiones para las que no tiene respuesta. Necesita saber si esto que le afecta se ha expandido hasta el plano físico. Si su parte orgánica también se encuentra afectada. Cuál es el alcance de lo que acarrea. Problemas para los que debe estar preparado.

Comienza a elucubrar. A diseñar y planificar las barreras de contención que tendrá que establecer en el observatorio una vez que llegue hasta él. A esbozar las baterías de pruebas a las que se tendrá que someter. Pero pronto sus pensamientos se vuelven más oscuros. Se pregunta si será capaz de sobrevivir. Si alguno de los aspectos que le conforman sería capaz de sobreponerse en ausencia del resto. Se pregunta si su desaparición será total o si quedarán restos esparcidos por los diferentes niveles de realidad que habita. Qué sucederá si solo queda de él la parte orgánica que siempre ha rechazado. Durante todo el trayecto no le abandona una constante sensación de peligro e incertidumbre. Una incomodidad que nada tiene que ver con el dolor. Que no está condicionada por su fracaso. El regreso está siendo demasiado sencillo y no está solo en su trayecto. No puede percibirlo con claridad, pero sabe que está “ahí”. Nota cómo su rival continúa tratando de tirar de sus hilos.

–¿Cuántos de estos pensamientos son tuyos, Iorum? –ni siquiera en su mente está solo. También aquí es capaz de detectar la presencia.

Mientras las preguntas, el temor y la incertidumbre no dejan de crecer, se detesta y se admira. Desea morir y está dispuesto a hacer cualquier cosa por sobrevivir. Todo lo que no sea el dolor se convierte en un eco lejano. Algo que jamás ha experimentado. Al tiempo que sus recién recuperados sentidos tratan de adaptarse a lo que les rodea, su materia conceptual comienza a filtrarse por las fisuras que recorren lo que ha sido su contenedor. Todo su ser crece y se expande. Se rasga. Sus emociones y criterios no dejan de variar. Se pregunta cuánto de esto se debe a su estado, y cuánto a los espacios axiomáticos que está atravesando. Duda. Valora la posibilidad de dejarse llevar. De alegrarse por la llegada del final o luchar contra él. Se debate entre ponerle fin el dolor o alimentarlo. Nada de cuanto posee le ayuda a responder a todas las preguntas y temores que le asaltan. Nota como su entorno comienza a disgregarse. El desgaste provocado por todas las fuerzas a las que se ha visto expuesto han causado que su forma actual esté llegando a su final. Sus sentidos se activan. Las capas de información y abstracción que se solapan se transforman en algo comprensible. Las barreras de su cuerpo / transporte se vuelven traslúcidas. Nota cómo la fricción con lo tangible provoca que su armazón se ralentice. Regresan hasta su mente conceptos como la luz o el espacio. La velocidad o el sonido. Lo concreto. Es capaz de ver el final del camino. Una forma en la distancia que le resulta familiar. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Tan pronto como ha sido consciente del movimiento, este se detiene en varios de sus vectores. Deja de avanzar en un espacio axiomático para vibrar de manera descontrolada. A saltar entre varios. Ha llegado hasta las proximidades del observatorio, pero no ha regresado hasta el punto de partida. Su destino se ha movido. Se sorprende al no sentir dolor cuando “el exterior”, “lo real” entra en contacto con él. Vaga a la deriva por un contexto desconocido. Por uno que parece ser menos agresivo que aquel que abandonó no sabe ya hace cuánto. Aquí, lo concreto no es destruido. Es capaz de sentir lo lo que le rodea casi como un fluido que le empapa. Una sustancia a través de la que puede moverse. Que atenúa su sufrimiento y parece contener el avance de la infección. Desearía quedarse aquí eternamente. Nadando en este océano de silencio y quietud. Alejándose de los problemas. Pero la paz dura poco. El dolor se impone una vez más sobre todo lo demás. Quizás el exterior ya no suponga una amenaza, pero esta sigue formando parte de él. La huida no ha llegado a su final.

Mira sin ojos solo para percibir cómo se aleja de la plataforma. Sabe que no podrá regresar hasta ella si permite que este vagar se prolongue durante mucho tiempo. Torpemente, trata de centrar la atención de sus recién formulados sentidos. Recuerda que lo que percibe no dejan de ser meras aproximaciones de esta mente en formación. Que dentro de este contexto no existe un homólogo a la luz o el sonido. Desde aquí no tiene acceso a sus ojos o sistema auditivos. Su cuerpo real está aislado de este contexto. No tiene nada que traduzca y transmita linealmente impulsos sensoriales orgánicos hasta su cerebro. Hasta los centros identificadores del núcleo llega simultáneamente la información correspondiente a un espacio negativo. A la silueta de un observatorio que realmente no está ahí. La sombra en este espacio proyectada por ese y otros conceptos que no pertenecen a este lugar. Una información que no es estática. Que oscila de acuerdo a los vectores de solapamiento en los que inciden en este nivel de realidad.

Aún está desorientado. Desconoce la fiabilidad de estos sentidos. No sabe moverse en este contexto. No sabe qué leyes físicas y metafísicas imperan en este lugar. Pero, nuevamente, no tiene tiempo para adaptarse. Nota cómo la radiación se habitúa a esta porción de la realidad. Cómo se estabiliza y trata de superar las medidas de contención que ha levantado contra ella. Espoleado por la desesperación, regresa hasta él la parte audaz. La que es capaz de improvisar. De actuar sin tener toda la información. Realiza cálculos y suposiciones a partir de los datos que recibe. Extrapola las leyes físicas del lugar a partir de la velocidad y el ángulo de giro a la que se mueven los restos que se han desprendido de su armazón. Detecta la causa de sus parpadeos. La manera en la que sus fluctuaciones les hacen entrar y salir de este espacio axiomático. La frecuencia y distancia metafísica que recorren con cada uno de sus saltos.

Su mente y sentidos continúan llevando a cabo nuevas aproximaciones a lo que le sucede. Formulan un nuevo plan construido sobre hipótesis sin falsar. Hace que el núcleo se acerque hasta los restos de su cuerpo en descomposición durante una de sus fluctuaciones. Establece contacto con él durante el tiempo suficiente como para ser arrastrado en su nuevo salto. Su consciencia se fragmenta. Es transportada en un mismo instante hasta quince ubicaciones diferentes. Contextos en los que imperan otras leyes. En los sus sentidos mutan. En los que desaparecen o son sustituidos por otros con los que está más familiarizado. En los que cree ser capaz de sentir con mayor intensidad la presencia de su perseguidor. Los cambios son muy rápidos. Demasiado como para que pueda adaptarse a ellos con facilidad. Como para que pueda identificar con certeza qué existe en cada uno. Sus sentidos le indican que en dos de estos contextos su plataforma se encuentra accesible. Información escasa, pero suficiente como para que decida cuál será su siguiente paso.

Calcula el ritmo de los saltos. La trayectoria y el ángulo de giro que necesitará. La rotación y compensación requeridas para separarse de los restos de su armazón. El momento y contexto precisos en los que tiene que dar el salto. Genera una onda de repulsión y se impulsa. Sacrifica este contenedor para que le proyecte hacia el punto desde el que partía hace mil vidas. Una vez más lo apuesta todo contra lo improbable y triunfa.

Confía en que los sensores de la plataforma serán capaces de reconocer su firma energética y acierta. El núcleo es capturado y transferido hasta su sistema de cuarentena. Analizado y bombardeado por una batería de pruebas que constatan lo que ya sabía. La infección continúa con su avance. No solo se expande por su núcleo sino también ha llegado hasta sus partes orgánicas. Tanto eje cronal como el espacial de la plataforma han variado. Se encuentra a tres milenios en del momento de partida. En el futuro lejano y desconocido del Daegon que abandonó. A millones de abstracciones y cientos de dimensiones de donde debería. No todos los sistemas funcionan dentro de este contexto, y el acceso hasta sus recursos más preciados no está disponible. La bitácora del observatorio le indica que su desajuste tuvo lugar poco después de su partida. Tampoco puede confiar en que Huatûr haya venido, o sea capaz de hacerlo en algún momento. Está solo.

El ritmo de propagación de la infección se ha ralentizado, pero no así la agonía que le causa. Continúa buscando maneras de adaptarse a su nuevo entorno. Creciendo junto a las partes que recrea de su antiguo ser. Tensionando y poniendo a prueba la resistencia de cada recoveco de su masa conceptual. Creando rutas a través de su toda su macro estructura. Incluso la imagen mental que posee de su cuerpo se ve afectada por estos espasmos. Puede haber sido capaz de silenciar parcialmente los efectos de su presencia, pero sabe que se encuentra a un paso de sucumbir de nuevo ante la desesperación. Mientras su única compañía es el el flujo de datos del observatorio, el tiempo sigue jugando en su contra. Corre el riesgo de que mute de maneras que aún no es capaz de prever. Que se propague también por su actual hábitat y corrompa lo que siempre ha valorado más. Su temor más profundo siempre ha sido el olvido. Perder el conocimiento del que ha hecho acopio a lo largo de los milenios.

No está dispuesto a permitir que la obra de su vida se vea comprometida. Este miedo se impone sobre todos los demás. No está dispuesto a hacerlo aunque esto le cueste todo cuanto es. Refuerza los protocolos de seguridad y ordena que su núcleo esencial sea transferido hasta una realidad estanca. Hasta un lugar seguro en el que llevar a cabo las pruebas. La fase inicial de transferencia se lleva a cabo casi de forma plácida. Este es un viaje que ya ha realizado en otras ocasiones. Un camino que conoce. Se aleja del silencio y la quietud de la zona de aislamiento para comenzar a sentir el ruido eléctrico. Se adentra en el flujo de datos para establecer contacto con los receptores de su nuevo soporte vital. Es en ese momento cuando, una vez más, pierde el control.

Incluso a través de los sentido mitigados la sedación, el flujo de información es capaz de saturar sus receptores. Sus umbrales de dolor quedan abrumados y los componentes orgánicos comienzan a disgregarse una vez más. La brutalidad y rapidez de la experiencia le hace perder el pulso sobre la operación. El dolor regresa, pero lo experimenta de una manera que en nada se parece a las que ha conocido con anterioridad. Los sistemas automáticos cortan en contacto antes de que el experimento llegue a su fin. Segmenta el núcleo y devuelve las partes “sanas” hasta el centro de control. Todo contacto con esa realidad es anulado.
Aun con la conexión rota es capaz de percibir la degradación y colapso de aquel lugar como un eco. Como algo casi propio. Como una onda que se propaga por donde no debería ser capaz de hacerlo. La radiación busca maneras en las que regresar hasta su fuente. Se replica de manera ordenada generando nodos que tratan de restablecer la comunicación con aquellos que han sido cercenados. Trata de recuperar su conexión con todo lo que ha conocido. Seudópodos que son lanzados hacia distintos niveles. Que buscan un entorno propicio en el que continuar propagándose. Algunos de los restos vestigiales que se propagan más allá de su cuerpo en disgregación parecen buscarle, pero no son capaces de dar con él. Por una vez, el azar parece haberse convertido en su aliado. La zona de cuarentena está diseñada de tal manera que bloquea esos canales específicos que va usando. Los vectores de la plataforma ya no son propicios para que recupere el contacto con su fuente. Pero, ante la futilidad de tales intentos, su antagonista toma otras rutas. Es capaz de detectar las sondas que analizan esta realidad teóricamente estanca. De fundirse con las señales que captan y, a través de ellas, encontrar un nuevo canal viable por el que propagarse. No importa que las sondas se desconecten, su expansión continúa. Cada fragmento de información que ha obtenido acerca de este concepto se ve consumido por él. La única opción que le queda es la de purgar todos los datos del sistema. Cerrar ojos y oídos. Confiar en que, una vez que se haya consumido el flujo que lo sustenta, se desvanecerá. Pero sabe que esto no es cierto. Que lo que le afecta no deja de ser una consecuencia. Los ecos de este concepto que aún resuenen en su núcleo mientras luchan por conectar con lo que han dejado atrás. Una porción infinitesimal de la fuerza con la que se ha encontrado. De esa entidad que sabe que permanece “ahí fuera” buscándole. La que ocupa todo el espectro perceptible de sus sentidos. La que se le muestra cada vez que trata de huir del miedo.

Sabe que cualquier victoria que crea alcanzar no dejará de ser algo ilusorio. Una mentira en las que podrá refugiarse durante breves periodos de tiempo. La huida ha llegado a su fin. Puede haber regresado hasta el punto de partida, pero aquí no encontrará la salvación. Ha de poner fin al autoengaño. Su verdugo se acerca. Es capaz de sentir cómo repta a través del eco que les une. Casi parece algo vivo. Algo inteligente. Mientras sucede todo esto, una voz en su interior no deja de cuestionarle. Le pregunta una y otra vez por el sentido de continuar con esto. Le recuerda que apenas queda nada en él de la persona que comenzó este viaje. Que, con cada amputación a la que se ha visto sometido, ha muerto una parte de la entidad que un día fue. Esta es una voz que reverbera en cada fragmento de su ser. Que tensiona, quiebra y mutila cada partícula de cuantas le componen a todos los niveles. Que se mezcla con las alertas del observatorio llevando a los restos de su mente hasta un estado cercano al colapso. Hasta un estadio más elemental que el primario.

–¿Quién eres? –la voz continúa con su tarea de manera inmisericorde– ¿Qué eres? –le hace preguntas para las que no tiene respuesta– ¿Qué da razón a tu existencia? –logra despertar algo en su interior que ha permanecido aletargado– ¿Por qué no te rindes? –algo que nunca le ha abandonado– ¿Cuál es tu razón para seguir?

Esa voz que le ha acompañado en cada momento de este viaje es la suya. Finalmente es capaz de reconocerla y aceptarla. De comprender su propósito. De encontrar una base sobre la que reconstruirse. Le recuerda que no importa quién sea en estos momentos. Que su existencia no ha sido otra cosa que una sucesión de cambios que, en su gran mayoría, se han iniciado más allá de su control. De cambios a los que ha sido capaz de adaptarse gracias a su intelecto. Esa voz le recuerda una verdad que ha permanecido inmutable entre todos estas evoluciones. Que hay dos factores monolíticos que han logrado sobrevivir a todo proceso degenerativo al que se ha visto expuesto con anterioridad. Dos rasgos que se mantienen del personaje que recuerda. Necesita respuestas. Esa y no otra ha sido la razón de su existencia desde que tiene recuerdos. Necesita comprenderlo todo. Esta ha sido desde siempre la verdad inmutable que le ha definido. El hecho que ha logrado imponerse sobre todo lo demás. La herramienta que, finalmente, le permite mitigar los efectos del dolor y el miedo. Que logra que sus sentidos vuelvan a proporcionarle una información que su mente sea capaz de procesar. Que, por primera vez desde el momento hasta el que llegan sus recuerdos, sea capaz de contemplar a su atormentador desde una perspectiva que no se encuentre distorsionada por la agonía. Que pueda verlo como lo que realmente es. Como un armónico que resuena en frecuencias abstractas. Que se adapta y reajusta constantemente. Un concepto preciso y metódico. Hermoso e implacable. Fascinante y terrible. Antagónico para ese concepto llamado vida en cualquiera de sus formas. Letal para ella de la misma manera en la que lo es la mayor parte de cuanto existe.

Las respuestas van llegando lentamente. Le permiten concretar su situación. Comprender lo desesperado de la misma. Porque la mera posesión de este conocimiento no convierte a su antagonista en una amenaza menos peligrosa. No cambia lo que está en juego ni convierte la apuesta que debe hacer en algo banal. Lo único que hace es proporcionarle nuevas herramientas. Con cada uno de los movimientos es capaz de analizar a su rival. De centrarse en aquello que puede y debe controlar. Cada nuevo dato le permite imponerse sobre el miedo y el dolor. Reforzar los centros sensoriales afectados por esta entidad. Minimizar los sesgos. Una vez que han caído todos los velos que nublaban su capacidad de raciocinio, es capaz de conocer finamente a qué se enfrenta. De comprender sus patrones de propagación. De ver la manera en la que alcanza el estado de simbiosis y degradación con todo aquello que resulta ser susceptible a su toque. Ser consciente de aquellos elementos que parecen ser ajenos a su contacto.

A partir de estos datos es capaz de elaborar nuevas teorías. Mientras el ente continúa con su camino antes imparable, puede teorizar métodos con los que tratar de impedir que esos patrones de expansión sigan su curso. Puede llevar a cabo estimaciones acerca de los elementos y la cantidad de energía necesaria para ralentizar su avance. Ganar un tiempo vital para ser capaz de ajustar sus cálculos iniciales. Permitirse el lujo de creer que tiene una posibilidad.
Con cada fracción de tiempo que dedica a este análisis, logra que lo imposible se convierta en complejo. Lo complejo en razonable. Lo razonable en trivial. Su enemigo no es tal. Solo es una partícula perdida. Un elemento fortuito. Un accidente cósmico como tantos otros. De forma metódica va cortando todas las rutas que puede tomar para alimentarse. Bloquea los accesos hasta su origen. Cambia la frecuencia y posición del observatorio y la suya misma. Evita que su existencia sea detectada por su perseguidor y la entidad que lo ha originado. Aísla en su interior los restos que quedan de este concepto, mientras permite que los restos ligados a esa escisión vayan extinguiendo poco a poco. No es ajeno al dolor mientras todo esto sucede. Mientras su rival consume aquellas porciones de su ser con las que permanecen en contacto. No es ajeno al sufrimiento, pero lo utiliza para reforzar su determinación. Para salir triunfante.

–¿Y, ahora, qué? –la voz crítica regresa. La sensación de éxtasis dura poco– ¿Qué has conseguido más allá de ganar un poco de tiempo?

Lo único que ha logrado ha sido sobrevivir a su propia estupidez, pero nada ha cambiado realmente. Esto no ha terminado. Quizás el extracto biopsiado se ha consumido, pero el resto de la infección continúa en su interior. Ha logrado contenerla pero, ahora que conoce su naturaleza y comportamiento, sabe también que jamás podrá librarse de ella.
Se encuentra navegando entre las mareas del tiempo y la incertidumbre. Lejos de cualquier ayuda. Lejos de su cuerpo.

–Enhorabuena, Iorum. Ahí tienes tus respuestas. Ahí tienes esos datos que solo te han servido para llevarte hasta nuevas preguntas. ¿Qué vas a hacer ahora con ellos?

VII - Epílogo

VII - Epílogo

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–Supongo que ha llegado el momento –el pensamiento surge de sus procesos mentales casi como algo sólido y no tarda en desintegrarse ante sus sentidos–. Aquí poco más podemos hacer.

Se siente extraño. Calmado. Sereno. En paz ante lo que le que sabe que le depara el futuro. Intrigado mientras contempla en la lejanía lo único que le recuerda a su hogar de cuanto tiene a su alcance. A esas criaturas surgidas de su ADN. A esa mutación de los extractos que le fueron biopsiados que ahora percibe como seres vivos e independientes. Reconfortado al verlos finalmente como entidades cuya mera existencia no resulta una amenaza potencial para su existencia. Al descubrir que el tiempo que ha dedicado a investigarlos les ha convertido en algo que le importa. En lo único que queda de algo y alguien que ya no es.

Las lecturas y el resultado de las simulaciones resultan concluyentes. Tras la batería de pruebas el diagnóstico final es inequívoco. Dentro del contexto en el que se encuentra ya no dispone de medios para llevar a cabo nuevos avances. Como ya sabía antes de comenzar, no es capaz de lograr ningún cambio en en su propia situación. Por otro lado, mientras que el estado de Lexa da muestras de una clara mejoría, el de Sersby continúa siendo crítico. No importan los elementos comunes de sus genes y axiomática, ninguno de los tres se ha visto afectado de la misma manera por la fuerza a la que se han visto expuestos. A su vez, el mismo tratamiento ha generado una respuesta diferente en cada uno de los tres sujetos expuestos.

Quizás en esta realidad tratar de medir el transcurrir del tiempo sea algo absurdo, pero sí que es consciente de los miles de pruebas que ha llevado a cabo desde que comenzó con esta nueva línea de investigación. El esfuerzo que ha dedicado a la única tarea que servido para mantener ocupada su mente. Los datos a ese respecto son precisos. Metódicos. Detallados. Pero nada de esto importa. En ocasiones le continúa asaltando la duda. Le resulta difícil aceptar la existencia de algo como lo que ha experimentado. Se pregunta cuánto de lo que su parte racional se resiste a plantearse puede haber sido tal y como lo recuerda. Cuánto de lo que se niega valorar han sido realmente meros constructos y aproximaciones generadas por su imaginación y sus miedos. Cuántos de sus conclusiones son fruto del conocimiento y cuántas pueden haber estado condicionadas por sus sesgos.

“Real”. Incluso el mismo concepto le resulta ahora falso y vacío. No deja de repetirse que los datos no mienten, pero también ha visto como la misma información se corrompía al entrar en contacto con ese concepto. Cada vez que regresa la duda el ciclo se prolonga durante más tiempo, y ese es un riesgo que no se podrá permitir fuera de aquí. Una vez que se haya ido, continuar con la disgresión no solo carecerá de sentido, sino que pondrá en peligro todo lo que es.

Ha de partir. Lo sabe. Lo necesita. Ha de optar por alguna de las opciones aunque sepa que ninguna de ellas es óptima. Aunque sea consciente de que no puede hacerse ilusiones. Por más que los contenedores que nutren y protegen a Lexa y Sersby puedan mantenerles durante muchos tiempo, el estado en el que se encuentran está muy lejos de poder considerase como “vida”. No importa que, dependiendo del marco referencial desde el que se les observe, puedan sobrevivir ahí durante miles o millones de años. No importa que, mientras permanezca aquí, su estado no se deteriore a la misma velocidad que lo hará cuando se exponga a otras realidades. Sabe que a él no le queda tanto tiempo.

Lo único que puede hacer es esperar en este espacio axiomático en la que el tiempo no es secuencial. Esperar a que este contexto en la que se encuentra coincida en su vagar por los océanos de lo primario con otros territorios conceptuales. Esperar a que la unión de estas realidades desencadene un nuevo punto de acceso que le proporcionará un camino de regreso hasta su nivel de existencia nativo. Lo único que puede hacer es esperar y tratar de controlar el vagar del observatorio a través de sustrato que cimenta el todo.

De acuerdo a estos cálculos, cuando este evento tenga lugar, le llevará hasta un punto ubicado a varios miles de millones de años luz de su mundo natal, pero esto no le preocupa. Conoce caminos que le permitirán recorrer ese espacio de manera no lineal. Por otro lado, en el momento de esta confluencia, su eje cronal le llevará de regreso hasta un momento de ese universo en el que habrán transcurrido más de cuatro milenios desde el momento en el que lo abandonó, y esto sí que le supone un problema. Quizás esta cifra resulte irrelevante a la hora de compararla con la edad de esa realidad, pero resulta lo suficientemente significativa como para privarle de casi todo lo que ha conocido. Lejos de herramientas y aliados. De cualquier tipo de certidumbre. Definitivamente, las expectativas de éxito son escasas, pero sabe que cualquier otra llegará demasiado tarde.

–Inmortal –sonríe mentalmente al contemplar el concepto que toma forma ante varios de sus sentidos. No hay pesar o cinismo en este gesto, sino aceptación. No es un signo de fatalismo. No es una señal de rendición– La mente más brillante de su generación –lo único que contempla es la constatación de una verdad a la que siempre ha tratado de engañar o esquivar. El punto final a una inocencia y una soberbia a las que no echará de menos.

Centra su atención en el cuerpo que le aguarda. En ese frágil constructo que le ha servido de habitáculo y sustento desde el día de su nacimiento. Conoce cada partícula subatómica de ese envoltorio. Cada unión axiomática. Cada vínculo y enlace con el resto de su ser. Lo ha reformulado y reconstruido infinidad de veces. Ha experimentado tantas formas, géneros y realidades físicas como ha conocido. Ha expandido y afinado cada uno de sus componentes de acuerdo a sus necesidades. Ha conservado y desechado tantos atributos y cualidades como ha considerado pertinente. Podría rehacerlo desde cero sin necesidad de tener acceso al original. Sabe dónde hallar cada uno de los elementos que lo compone. Pero nada de eso serviría para solucionar su problema. A pesar de las realidades que los separan es capaz de percibir y sentir lo precario del estado de sus componentes orgánicos. No ha dejado de sentirlo en ningún momento de este viaje. Ha sido consciente de la manera en la que cada una de sus decisiones lo han deteriorado. De cómo sus acciones lo drenaban en cada una de sus etapas. Es consciente de lo que sucederá una vez que la distancia y el aislamiento dejen de protegerle. Sabe que nunca podrá escapar al dolor. Que cada día se convertirá en una lucha contra la disgregación de todo su ser. Que no se podrá permitir un momento de duda o vacilación. Que, en el mismo instante en el que su entereza falle, dejará de existir. Siente una tristeza infinita mientras lo observa ahora y contempla el resultado de su estupidez y su prepotencia. Al ser consciente de todo lo que ha perdido. Lo que ya no volverá a ser.

Hasta su mente consciente regresan también otras preguntas del pasado. Aquellas en las que se planteaba la posibilidad de reconstruir el resto de los elementos esenciales que lo componen. La reconstrucción de su núcleo a partir de la información previa de la que dispone. La posibilidad de borrar parcialmente sus errores. Un ejercicio teórico con el que siempre ha jugueteado. Uno que siempre le ha resultado muy atractivo.

La posibilidad está ahí. Una solución hipotética. Volver a ser quien fue antes de iniciar este viaje. Antes de localizar el espacio axiomático que habita en estos momentos. Pero ¿Por qué limitarse a eso? ¿Por qué no retroceder aún más?

Resulta tentador, pero no está dispuesto a pagar el precio. A la pérdida de conocimiento acumulado que eso supondría. A la parte que llega asociada a la experiencia. Por otro lado, sabe que con esto únicamente lograría retrasar la llegada hasta este mismo punto. Conoce perfectamente al yo que comenzó este viaje. Conoce su obstinación y la sensación de urgencia que siempre le ha dominado en su búsqueda del saber y la comprensión. No importa las pruebas que le proporcionase a ese individuo. No importaría lo fehaciente de los datos. No importarían las advertencias. Sin duda volvería a recorrer el camino que le ha llevado hasta esta situación. Lo sabe porque, aun sumido en la agonía, aun habiéndolo experimentado, esa parte continúa en su interior. Continúa elucubrando y trazando nuevos cursos de acción. Continúa analizando los datos buscando rutas alternativas. Continúa luchando por hacerse con el control. Se pregunta si en los sujetos que ha estado investigando se encuentra la solución a su problema. Si únicamente necesitaría recuperar lo que un día fue suyo. En ocasiones su voz resulta atronadora. Entra en conflicto con el ser que regresó del viaje. Con la voz que le dice que no puede permitirse el lujo de volver a ser esa persona y con otra más. Con la que le dice que no quiere volver a serlo.