–Esto ha sido un error.
El aroma aséptico que envuelve a la sala la dota de un un cierto aire de irrealidad. Una sensación que se acentúa gracias a la tenue luz blanca que lucha por cubrirlo todo de manera uniforme. Quien diseño la habitación debió pensar que con ello lograría ocultar su propósito. Imbuirla de un ambiente acogedor. De un aura casi onírica. Pero fracasó. Ninguna luz es capaz de disipar el malestar que le genera el mero hecho de estar aquí.
Su problema no está causado por el tenue zumbido de las máquinas que se encuentran tras las paredes. No se encuentra relacionado con los parpadeos generados por el refresco de las pantallas que cubren las paredes. Tampoco con la frialdad que exuda su nula decoración. Ciertamente, nada de esto ayuda, pero ha estado en lugares peores. En tugurios más sórdidos.
El problema se encuentra en la propia naturaleza del lugar. En el propósito de este recinto. En el ambiente malsano que lo impregna todo. Esa pátina invisible que imposibilita que su propósito pueda ser ignorado. La barrera de luz que lo cubre todo dista mucho de ser capaz de ocultar la ominosa presencia de la muerte. El olor a desinfectante solo logra que esta se vuelva aún más presente. Por supuesto, la presencia del cadáver no ayuda. A Lexa nunca le han gustado las salas de autopsias. Mucho menos aquellas que pretenden aparentar ser otra cosa. Por más que haya enviado a más de un invitado hasta lugares como este, siempre ha tratado de mantenerse lejos de ellos.
Pero la sensación de visión de túnel que está experimentando tiene poco que ver con el lugar. La incomodidad que siente es algo que le lleva acompañando desde mucho antes de llegar hasta aquí. Por algo que vienen de más atrás. Que se remonta a los días previos a iniciar esta investigación. Es un estado cuyo origen la elude. Una sensación en la que se encuentra sumida desde hacer meses. Una cuya causa no ha sido capaz de localizar. Y esto la ha estado volviendo loca. Le ha convertido en alguien desesperado por regresar “al terreno”. A la acción. A pelear por los casos más nimios. A enfrentarse con compañeros y superiores. A pensar que el trabajo de campo le ayudaría a deshacerse de ella. Que el agotamiento físico se impondría sobre el mental. Que le permitiría descansar. Y ahora está aquí. Involucrándose en un caso que no le corresponde. Poniendo su carrera en la cuerda floja sin nada que ganar.
Hasta el momento, en este lugar solo ha encontrado un nuevo elemento más a sumar a su larga lista de equivocaciones. Ha llegado hasta otro espacio físico que provoca que su mente quede cubierta por la nube que enturbia sus pensamientos. Hasta algo que ha servido para alimentar esta sensación de inquietud.
Su parte racional continúa activa. Quiere creer que lo que hay ante ella solo un misterio más a resolver. Algo cuyo origen será capaz de desvelar en breve. Pero, al mismo tiempo, algo en su interior le dice que todo va mal. El conflicto interno amenaza con inundarlo todo. No sabe a qué achacar esta sensación. Si debe atribuírsela al cansancio o al instinto. Si debe fiarse de lo que le dice su cuerpo o sobreponerse. El instinto le ha salvado en muchas ocasiones. En un número similar a las que el no ser capaz de comprender la situación en la que se adentraba le ha metido en problemas. El debate interno no es nuevo, pero sí la intensidad que está adquiriendo la batalla. Un contienda que solo sirve para que la sensación de malestar vaya a más.
–Venir ha sido un error –este pensamiento regresa hasta su primer plano de pensamiento. No le ha abandonado desde que decidió involucrarse. En un espasmo involuntario, sus puños se cierran con fuerza y su cuerpo se tensa aún más–. Un error y una estupidez.
Es una italerien. Alguien cuya mera presencia en una comisaría como esta no pasa desapercibida. No tardará en provocar toda clase de rumores. De generar teorías que pueden llegar hasta sus superiores. Debe ser cautelosa con cada paso que dé. Como agente perteneciente a un organismo estatal, su graduación se encuentra muy por encima del de cualquiera de los integrantes de los cuerpos de seguridad de esta ciudad. Gracias a esto, las trabas con las que se ha encontrado hasta el momento han sido mínimas. Le tienen miedo y las preguntas han sido las esperadas. Formalismos y burocracia. Documentación que nadie revisará. Aun así, sabe que no puede excederse. No debe hacerse notar. Nunca ha estado aquí.
Su campo de acción no tiene nada que ver con casos como el que se tratan en esta investigación. El cargo que “El Sistema” dice que ocupa es el de de analista de datos. El de una auditora dedicada al correlar información relacionada con el mundo militar. No hay una manera sencilla de justifica su implicación en esta investigación. No la hay dentro de ninguna de las tareas que lleva a cabo oficialmente en su labor diaria. Tampoco para las labores que realiza bajo el radar. Aquellas que no son bien vistas dentro de una sociedad garantista. Si su vida no era algo ya de por sí complicado, el añadir esta máscara adicional solo sirve para diluir aún más la ya de por sí difusa imagen que tiene de ella misma. Hay momentos en los que le resulta muy complicado reconocerse ante el espejo. Concretar quién es. Identificar a la persona a la que le devuelve la mirada.
No es capaz de concretar hasta qué punto el estado de ánimo que le ha acompañado últimamente puede ser el culpable de estas dudas. No sabe cuál es su origen o qué dispara estos episodios. Cada vez que trata de pensar sobre ello su mente se acerca al colapso. Ha desarrollado métodos para evitar este tipo de reflexiones, pero estas se han venido abajo en cuanto ha entrado en la morgue. Lo que sea que la afecta parece haber terminado de eclosionar. Hasta este momento, la sensación que le acompañaba era algo más sutil. Un murmullo que no lograba sacar de su cabeza pero que tampoco le afectaba en su día a día. Una premonición que parece haberse consolidado con el primer escalofrío que ha recorrido su columna al ver el cadáver ante ella por primera vez.
Continúa con la mirada fija en el un mismo punto mientras la voz de su acompañante apenas le llega como un eco lejano. Como algo procedente de un lugar distinto. Su cabeza hace ya un rato que ha abandonado la habitación. No puede evitar el sentirse atrapada. Prisionera dentro de su propio cuerpo. No es capaz de desviar su mirada del campo de contención que en estos momentos oculta el cuerpo. Hay algo más allá de sus paredes ofuscadas que la llama. Algo que, al mismo tiempo, provoca que una voz en su interior le diga que se aleje de allí. Que hace que se debata entre la necesidad de acercarse aún más y la de huir desesperadamente. Entre el deseo de contemplar el cuerpo una vez más y el de alejarse de él tanto como pueda. Lucha por imponerse sobre lo que sea que le está afectando. Por ser capaz de prestar atención a la información que se le están proporcionando. No tiene tiempo para esto. Debe recuperar el control. Poner fin a estas disquisiciones que no le llevan hasta ningún lado.
Necesita dar un pequeño paso. Añadir una máscara más a todas las que ya acarrea. Llevar a cabo alguna acción que no esté relacionada con esta sensación de inquietud que lucha por dominarla. Que logre alejar a su mente del lugar en el que se encuentra.
–¿Y bien? –estas palabras resuenan en su cabeza, pero duda. No sabe si han llegado a ser pronunciadas–. Por favor, trate de ir al grano –nota cómo estos sonidos son generados a duras penas por sus cuerdas vocales. Casi es consciente de cada paso que ha dado su organismo hasta ser capaz de expulsarlas. De cada elemento que ha participado en ese proceso. De los impedimentos que se han encontrado en el camino.
Lentamente es capaz de recuperar un cierto control sobre sí misma. Siente que regresa hasta este lugar y momento. Que es capaz de escapar de esa persona en quien no logra reconocerse. Se hace fuerte en esa sensación y trata de aferrarse a ella. A esa recuperada seguridad.
–Los indicios apuntan a una muerte no natural –en primera instancia, la voz de la doctora Ryseth continúa sonando como algo lejano. Como un sonido que necesita atravesar múltiples barreras antes de llegar hasta ella. Es un sonido carente de color. Algo tan aséptico y monocorde como la habitación en la que se encuentran ambas. No parece transmitir emoción alguna–. Aunque eso sea algo que, en un primer vistazo, quizás no resulte obvio.
Lexa se concentra en estas palabras mientras mira a los ojos de la doctora. Trata de salir del oscuro lugar hacia el que le ha enviado su mente. De dotar a la frase algún tipo de entonación a partir del lenguaje corporal de su interlocutora. No es hasta ese momento que se da cuenta de algo obvio. Su acompañante también se encuentra afectada por algo que no quiere dejar traslucir. Ante ella tiene un reflejo levemente distorsionado de sí misma. Alguien que también trata de adoptar un tono igualmente formal sin lograrlo. Que se encuentra inmersa en una lucha interna. Un conflicto que, de encontrarse en plenitud de facultades, podría llegar a explotar.
–Por favor, no me haga perder el tiempo con datos triviales –su tono es más árido de lo que pretendía. Esto es algo de lo que no es consciente hasta escuchar su propia voz. Demasiado brusca. Demasiado pronto. Dudar brevemente antes de decidir el tono con el que continuar con su argumento, pero no quiere parecer indecisa. No quiere permitir que su estado sea percibido por nadie. Tampoco quiere realizar una demostración de autoridad. No sabe si más adelante necesitará algo más de la patóloga–. No he venido hasta aquí para que me repita lo que ya sé –fracasa y se lamenta por ello–. Soy perfectamente capaz de leer e interpretar un informe forense –fracasa a la hora de lograr que su frustración no quede reflejada en cada una de sus palabras–. No he tenido problemas para identificar este como una chapuza –a la hora de evitar que la pobre doctora pague por toda la rabia que tiene acumulada–. Será mejor que se esmere más en sus explicaciones –a la hora de presentarse como alguien con quien se puede dialogar–. Espero que sea capaz de explicarme todas las lagunas que tiene lo que ha escrito.
–Discúlpeme –la respuesta de Ryseth es rápida. Gélida. Su voz continúa adoptando el mismo tono algo glacial y aséptico que la anterior. El conflicto interno sigue en su mirada, pero el control que ejerce sobre sus reacciones es mucho mejor que el que ha mostrado ella–. Si no desea que bajemos hasta un plano técnico no puedo darle más información que la que aparece en el informe –a pesar de la pose que la doctora ha adoptado, Lexa sigue siendo capaz de ver más allá de su máscara. Es capaz de detectar “algo más”. Algo que no logra identificar como nerviosismo, enfado o preocupación–. Este es un hecho del que habría sido consciente en el caso de haber escuchado algo de lo que le he dicho hasta el momento –en un giro inesperado, su tono va ganando en volumen y algo que, en primera instancia, Lexa interpreta como confianza–. Una información de la que sería consciente en el improbable caso de habérselo leído con detenimiento.
Con un leve estremecimiento en todo su cuerpo, se hace el silencio. La doctora regresa hasta su pose inicial. La gelidez vuelve a apoderarse de su rostro. Recupera la máscara de aparente calma. Un gesto que culmina con una mirada que proyecta señales contradictorias. Que se debate entre el desafío y la ausencia. A pesar de que su voz no ha temblado a la hora de proferir este desafío, el leve espasmo que ha sacudido su cuerpo mientras lo hacía la delata. Oculta algo.
–Si solo ha venido hasta aquí para poner en entredicho la calidad de mi trabajo, enhorabuena, ya puede dar por concluido su viaje –cuando parecía haber terminado con su soliloquio, la doctora vuelve a la carga. Estas últimas palabras surgen atropelladamente mientras parece contener la respiración–. Espero que haya disfrutado de las vistas –a la par que lanza este nuevo y a todas luces improvisado desafío, se gira dispuesta a abandonar la habitación.
–Supongo que me he ganado esa respuesta –lo inesperado de esta reacción permiten a Lexa recuperar parte de su control. No le cuesta demasiado esfuerzo controlar la frustración anterior y concederle un pequeño respiro a su interlocutora. Casi es un alivio. Continúa teniendo todos sus sentidos plenamente presentes en la habitación, pero ahora se siente realmente “aquí”–. Muy bien, en ese caso, centrémonos en lo que sí que aparece en el informe –logra dotar a su voz y a su lenguaje corporal de una firmeza que casi es capaz de respaldar.
–Me parece correcto –la doctora aún le da la espalda, pero puede ver con claridad cómo su cuerpo se relaja. Tampoco es capaz de evitar que sus pulmones dejen escapar el aire retenido en un suspiro apenas disimulado.
Sus movimientos continúan siendo algo dubitativos mientras se gira nuevamente hacia ella. A pesar de estos indicios, Lexa no es capaz de determinar si estas señales de relajación son debidas al alivio o a la resignación. Es capaz de advertir que está tratando de adoptar una pose menos tensa, pero parece una acción deliberada. Una actuación. Al cruzarse de nuevo sus miradas, tanto lo que ve en sus ojos como su lenguaje corporal continúan despistándole.
En una situación normal, sus suposiciones serían claras. En primera instancia de estas señales leería que, tras su arranque inicial, la doctora habría sido consciente de su error de cálculo. Habría recapacitado acerca de su respuesta anterior. Habría hecho cálculos y estos le habrían llevado a rectificarla. No le conviene un informe negativo por parte de alguien con el rango de Lexa. Armas que Lexa podría utilizar en su contra. Pero hay muchos “habrías”. Demasiados.
Algunos de sus gestos parecen atender a otros criterios. En su mente parece haber preocupaciones cuyo origen nada tienen que ver con esta reunión. No sabe hasta qué punto una amenaza sería efectiva contra alguien en su estado. Tampoco sabe si sería recomendable. Necesita información, no alguien hostil. Decide no tratar de explotar lo que sea que esté ocultando. No al menos en este momento. Planifica y espera un momento adecuado. Esta clase de pensamientos hace que se reconozca a sí misma. Parece estar recuperándose, pero sigue intranquila.
–No hay rastro de… nada –le basta con escucharse para reconocer lo precipitado de su diagnóstico. Su voz sigue afectada. No encuentra en ella firmeza ni autoridad. Nada de todo lo que pretendía transmitir puede adivinarse en esas palabras. Trata de ocultar esta carencia gesticulando. Desviando la atención del desliz que acaba de cometer. Comienza a pasar el contenido del documento que se muestra en la pantalla a gran velocidad. Ni siquiera se molesta en mirar en esa dirección–. No hay heridas o marcas externas. No se han encontrado rastros de infecciones, enfermedades o fallos sistémicos. A pesar de todo esto, afirma que las causas de la muerte no son naturales. Indica que no se corresponden con nada que se haya encontrado en su interior. Comprenderá que…
–Su cuerpo se colapsó –la doctora Ryseth la interrumpe con su voz monocorde. En otra ocasión esto le habría resultado molesto, pero ahora lo recibe como un soplo de aire fresco. Le permite volver a situarse en el aquí y el ahora. La deja continuar mientras finge interés–. Dejó de funcionar porque, simplemente, era incapaz de mantenerse vivo. Lo sé. No tiene sentido –se detiene brevemente mientras su mirada parece perderse en el vacío–. El estado de sus órganos internos no parece indicar la presencia de enfermedades o algún otro daño previo. Lo sé, otro sinsentido. Sí, se han encontrado restos de otros daños. Secuelas de accidentes y enfermedades. Pero nada que se corresponda a problemas recientes. Todas estas afecciones son mucho más viejas. Cicatrices que se corresponden con las que se pueden encontrar en su historial médico –una vez más, la doctora se detiene. La sala se llena de un silencio insoportable roto únicamente por el zumbido eléctrico. Realiza una pausa que a Lexa le resulta eterna. Cuando retoma el discurso su voz y su expresión han cambiado. No ha dejado de mirarla en ningún momento, pero ese cambio le ha pasado desapercibido. Se ve algo más afectada. Más inmersa en lo que sea que consume sus pensamientos–. Las lecturas espectrales tampoco aportan ninguna información. Ya sea en su interior o en la zona en la que se encontró el cuerpo, no se detecta rastro de radiaciones extrañas o conocidas. Nada que pueda resultar letal –su lenguaje corporal no parece coincidir con el tono que está utilizando. Parece asustada, pero no da la sensación de que su miedo esté provocado porque se sienta presionada por Lexa. Su mirada continua ida y su voz parece actuar como un ente autónomo. Los rápidos movimientos de sus pupilas dan a entender que su mente se encuentra en otro lugar–. Se han realizado reconstrucciociones de lo que pudo suceder a partir de los datos de los que disponemos, pero estas no dejan de ser especulativas. He de reconocer que, de no haber sido yo quien realzó la autopsia de este caso, mis conclusiones acerca de la competencia de quien la ha llevado a cabo serían similares a la suyas.
–¿Eso es todo? –más allá de los mensajes contradictorios que está recibiendo, Lexa cada vez ve más claro que no va a sacar nada en claro de aquí, algo que aún no sabe si es bueno o malo–. ¿Cómo es entonces que se ha elaborado una lista de sospechosos?
–No. Por supuesto que no es todo –la doctora parece despertar súbitamente y activa las pantallas que cubren la pared que se encuentra frente a ella–. Que no hayamos podido rastrear la causa o procedencia de su estado es un hecho, pero lo que le enviamos no deja de ser un mero resumen ejecutivo –cientos de documentos de todo tipo comienzan a solaparse apresuradamente en las pantallas–. El caso no está ni mucho menos cerrado. No al menos para mi. Esas no son mis conclusiones ni mi opinión. Lo que ha recibido no deja de ser un informe que daba respuesta a las preguntas formuladas en la solicitud su departamento.
–Me alegra saber que no da el caso por cerrado –miente, pero logra mantener la fachada. Confía en que su voz no transmite el desagrado que le provoca esta noticia. Al tiempo, se da cuenta del error de su última asunción. No es capaz de apreciar el detalle de nada de lo que está apareciendo ante sus ojos pero, aun dentro de ese galimatías, puede apreciar a simple vista que se trata de un trabajo extremadamente concienzudo. Algo a todas luces excesivo. Un despilfarro de recursos para un caso en apariencia tan pequeño. Lo que ve se acerca más a los parámetros de una labor obsesiva que al celo profesional–, aunque me sorprende que se le hayan dedicado tanto esfuerzo y recursos a un crimen a priori tan poco relevante como este.
–Quizás aún no tengamos una explicación para su causa, pero tenemos amplios indicios que nos llevan a pensar que esta no se corresponde a nada conocido. De tratarse de otro individuo, lo de menos habría sido lo desconcertante del caso pero, dado el trabajo del difunto, no podemos descartar ninguna hipótesis.
–¿Dada la naturaleza de su trabajo? –este pensamiento golpea a Lexa con tanta dureza que llega a verbalizarlo. Es un dato sobre el que no se ha informado. Achaca este error a las prisas, pero sabe que esta no ha sido la causa. Su estado le ha hecho volverse descuidada y poco profesional. El no haber investigado la vida laboral de la víctima ha sido un descuido de principiante pero, lo que más le sorprende, es que nada de esto le parece relevante en estos momentos.
–Podemos encontremos ante una nueva enfermedad o ante algo de una naturaleza axiomáticamente anómala –la doctora parece no haber escuchado su pregunta y continúa con su soliloquio–, sin descartar, por supuesto, asuntos más mundanos relacionados con el ámbito del espionaje industrial o internacional –su tono de voz se va haciendo calmado. Se limita a enunciar hipótesis que claramente ha descartado. Un mero formalismo lanzado sin la más mínima convicción–. No se trata de un vagabundo que aparece muerto en un callejón, de un simple operario o de alguien a quien han dado una paliza.
–Doctora –Lexa trata de hacerse con la atención de la forense. Nada de lo que está diciendo le sirve para su investigación. Por otro lado, necesita ser ella quien determine el curso de la conversación, Sentir que tiene algún tipo de control sobre la situación.
–Así que..., aquí estamos –Lexa detecta un nuevo y súbito cambio en el estado de ánimo de la doctora. Un brote de algo que no sabe si es excitación o desesperación en su gesto. Cuando las nuevas pantallas se activan se da cuenta por primera vez de los profundos surcos que recorren las cuencas de sus ojos. Unas marcas que no parecen deberse únicamente a los efectos de la falta de sueño–. No encontramos ante… no lo sé –su gesto vuelve a cambiar. Según continúa con su discurso, Lexa no puede apartar sus ojos de los de la doctora. Hay algo en ellos que no es capaz de distinguir. Que parece cambiar de forma y moverse como si tuviese vida propia. Una figura informe que habita en su interior o que se refleja en sus humores acuosos. Su mirada sigue con detenimiento las pupilas de Ryseth, mientras estas parecen tratar de seguir estas formas con movimientos bruscos y espasmódicos–. Pero la respuesta tiene que estar aquí –comienza a mover sus manos sin señalar hacia ninguna parte en concreto de las pantallas que tiene a su espalda–. Tiene que haber una respuesta –se gira para dirigir su atención a la información que se muestra en ellas–. Todo parece indicar que la causa del fallecimiento se encuentran en su interior, pero no hemos logrado encontrar señales de ninguna enfermedad –la cadencia de sus palabras continúa acelerándose. Su tono se vuelve más agudo y parece alcanzar frecuencias que dañan sus oídos. Armónicos que le impiden pensar con claridad. Parece desquiciada. Desesperada–, una ruta de entrada o salida de un hipotético arma. No hay restos de la presencia de parásito o patógeno alguno –su ritmo se acelera tanto que le cuesta entender lo que dice. Su lenguaje corporal le indica con claridad que que está sufriendo un ataque de pánico. No le cabe duda de que esto no tiene nada que con su error de cálculo previo o a su presencia. Su voz, su cuerpo y su rostro parecen entidades independientes. Organismos que no parecen conscientes de las acciones que está llevando a cabo el otro–. Aun así, algo habitó en su interior durante un periodo de tiempo indeterminado y lo alteró drásticamente. Un arma, objeto u organismo que ya no se encontraba en su cuerpo cuando este fue hallado –su discurso se ha convertido en un bucle del que no parece ser capaz de salir. En la repetición continuada de la misma información utilizando expresiones distintas–, pero que ha logrado que sus órganos internos no se deterioren… –su mirada se mueve febrilmente entre la infinidad de documentos que se muestran ante ella.
–Doctora –trata una vez más de atraer su atención, pero no tiene éxito. La mente de su acompañante no está en la sala sino muy lejos. Se encuentra sumida en algún tipo de pensamiento circular. En un bucle del que no parece ser capaz de salir. Uno que no parece llevarle de regreso hasta la cordura.
No solo no cree poder sacar provecho de esta situación, sino que cada minuto que pasa aquí parece llevarla hasta una situación similar. Busca algún lugar hacia el que enfocar su atención. Necesita alejar sus ojos de los de Ryseth. Encontrar un punto sobre el que poder reconstruirse.
–…porque no respira y su sangre no circula, pero algo impide que su cerebro, su corazón o el resto de su cuerpo sean conscientes de ello. Y su mirada… –finalmente se hace el silencio, pero su cuerpo parece verse sacudido por súbitos espasmos. Su rostro se gira hacia Lexa, pero su mirada no se dirige hacia ella sino. Se enfoca en algún lugar indeterminado de la sala mientras su expresión destila un terror casi contagioso. Sus labios continúan moviéndose como si hablase sola, pero no surge ningún sonido de ellos.
–¡Doctora! –Lexa posa su mano sobre uno de los hombros de la forense en un intento de llamar su atención y sacarla del trance en el que se encuentra, pero ella parece no ser consciente de su presencia. Incluso a través de la ropa puede notar cómo todo su cuerpo se encuentra tensionado. Al entrar en contacto con ella también tiene la sensación de que algo se está moviendo bajo su mano. Algo que se transfiere desde el cuerpo de la doctora y se introduce bajo su piel. Instintivamente, aparta su mano y trata de fijar su mirada sobre ese lugar, pero todo permanece inmóvil. La necesidad de huir se acrecienta y a duras penas es capaz de controlarla. Su nivel de afección parece estar yendo a más. Trata de recordar los protocolos de actuación ante este tipo de situaciones sin éxito. Toda su atención parece estar centrada en una amenaza que no es capaz de percibir. En algo que se encuentra junto a ellas en la sala. Aferra ambos hombros de la doctora con fuerza y trata de encararase con ella–. ¡Escúcheme!.
–Estúpida, estúpida, estúpida –a pesar de estar frente a ella, la voz de la doctora vuelve a sonar nuevamente como algo lejano. La desesperación no ha desaparecido de su tono, pero a esta se ha sumado la ira–. No eres capaz ni de resolver el problema más sencillo.
De manera repentina, Lexa se da cuenta de que la ya no se encuentra junto a ella. Sus brazos se encuentran sujetando el aire. La invade una sensación de vértigo y desorientación mientras se pregunta cuánto tiempo ha estado ensimismada en sus pensamientos. Mientras comienza a dudar si nada de lo que está presenciando es real o si se trata de alguna ensoñación.
–Váyase – Lexa se ve incapaz de reaccionar ante este súbito cambio de la situación–. Tengo mucho que hacer –siente como si contemplase esta escena desde fuera de su cuerpo–. ¿Dónde estas?, ¿dónde estás? –a cada palabra el tono de su voz se va modulando, perdiendo su determinación y recuperándola, mientras observa con ojos y manos la información que se muestra en los paneles de la pared.
Lexa cierra con fuerza sus manos que continuaban suspendidas en el aire. Las cierra con tanta fuerza que la misma tensión se propaga por sus brazos y espalda. Trata de generar en sus puños sendos focos. Dos puntos sobre los que se concentrar y descargar toda su rabia y frustración. Poco a poco va recuperando el control sobre su propio ser. Lo hace mientras contempla cómo la doctora continúa perdiendo el tenue hilo que parecía unirle a la cordura.
–Sé que estás aquí ¿dónde te escondes? –a la par que su voz va volviéndose más dubitativa, su rostro va deformando hasta adoptar un rictus entre el patetismo y la agonía–. Yo… yo… yo… –se derrumba sobre sus rodillas. Toda la tensión de su cuerpo desaparece súbitamente y se desploma incapaz de continuar erguida. Rota como una marioneta a la que le han cortado los hilos. Sus manos no adoptan una posición que le ayude a frenar la caída, sino que se dirigen a ocultar sus rostro tras ellas. Lexa trata de frenar su caída con ambos brazos, y nota cómo empieza a temblar. Ve cómo de las palmas de sus manos comienza a gotear algo húmedo. Algo que, en primera instancia, parecen lágrimas, pero cuya textura y la manera en la que se precipitan hacia el suelo parece desmentir. Más allá de esas lágrimas no escucha ningún sollozo, sino que estas vienen acompañadas de un débil murmullo que apenas es capaz de entender. Susurros que parecen llenos de rabia, dolor y recriminación. No hay llanto acompañando a las surcos creados por sus lágrimas sino un grito contenido. Una letanía casi hipnótica que parece tratar de penetrar en lo más profundo de su ser y arrebatarle nuevamente el control.
–Trate de respirar con calma, está sufriendo un ataque –lucha contra la sensación que le invade recurriendo a lo convencional, a los lugares comunes, a los mecanismos automáticos. Actúa como si no estuviese en el lugar en el que se encuentra–. Será mejor que salgamos de aquí. Creo que un cambio de aires nos vendrá bien a las dos –incluso se permite el lujo de bromear, pero esto no repercute en su estado de ánimo.
Abandonar la sala le ayuda a afianzar su autocontrol. La sensación de angustia queda levemente mitigada, pero no puede dejar de pensar en el estado de la doctora. No es capaz de relajarse. No se encuentra en su terreno y se ha arriesgado mucho a más niveles de los que esperaba. Nota como las miradas del personal del depósito forense se centran en sin tratar de disimularlo. No se le escapan los cuchicheos que tienen lugar a sus espaldas una vez que se ha dejado con ellos a la doctora. Su uniforme es al mismo tiempo una salvaguarda y una diana. Todos los agentes que se cruzan en su camino se apartan de su ruta con una mezla de curiosidad y miedo. Lo primero le resulta indiferente, lo segundo, en otro momento habría llegado a lucir con orgullo. Un elemento que en acostumbra a usar en su favor. Pero ahora nada de esto le resulta relevante.
Puede haber logrado alcanzar un estado que la sitúe por encima del miedo y la incomodidad, pero está muy lejos de tener el control. Estas sensaciones han sido sepultadas por la ira y la decepción consigo misma. Su ánimo dista mucho de ser aceptable. Algo que parecen captar a la perfección quienes la miran al pasar a su lado. Nadie hace o dice nada.
– Que se aparten – piensa para sí misma – Es mejor para ellos.
Mientras se dirige hacia el exterior, no es capaz de evitar que su mente regrese una y otra vez hasta la sala. Trata de adoptar distintos acercamientos para solucionar este problema. Busca algo que le pueda servir de ayuda. Centrar su atención en la misión que le ha traído hasta aquí. En cómo evitar las posibles consecuencias de su “insubordinación”. Lo primero ahora le parece sencillo. No le hace falta gran cosa. De manera indudable, su “misión” se ha convertido en algo más asequible de lo esperado tras lo que acaba de presenciar. Le basta con buscar un enfoque adecuado a cualquiera de las cosas que ha dicho u hecho la doctora. Cualquiera de sus desvaríos. Dimensionarlos de acuerdo a sus intereses. Difamarla y desmontar sus conclusiones sería algo sencillo. Bastaría con mostrar la grabación de lo que acaba de suceder. Lo único que necesita es una coartada. Una excusa para estar en ese lugar. Para haberse inmiscuido en este caso en concreto sin despertar sospechas.
Esto sería algo muy conveniente, pero no le resulta suficiente. De acuerdo a estos parámetros, todo parece transcurrir mejor de lo esperado pero, aun así, no puede alejar su mente de la sala. Puede haber “escapado” de ella, pero parece que no es capaz de huir de lo que ha sucedido allí. Lo que se ha simplificado por un lado se ha complicado por otro. Las incertidumbres lo inundan todo. A pesar de sus deseos y de lo que le dicta su buen juicio, su nivel de implicación ha cambiado sustancialmente. A cada paso que da, la incertidumbre lo inunda todo. Lo que parece sentido muta. Se retuerce. Pero, al mismo tiempo, parece encajar de una manera extraña. De una manera que llenan de bruma su mente. Que le impide ser capaz de concretar, explicar o racionalizar lo que tiene ante ella. Que le hacen dudar acerca de su propia cordura.
No puede olvidar. La preparación psicológica no le ha entrenado para este tipo de tortura. La manera en la que le ha afectado la experiencia. La dificultad que le supone aceptar nada de lo que le ha sucedido como algo real. Necesita respuestas. Comprender a qué se ha visto expuesta. A qué se han visto expuestas ambas. Trata de obviar la información que la daña. De centrarse en los datos que desconocía y que resultan relevantes para su tarea.
El cambio repentino en la iluminación le indica que ha abandonado el edificio. Recuerda que está en casa. En el último lugar del mundo al que habría querido regresar.
El paisaje se va convirtiendo en algo que le resulta familiar. La luz del día le presentó una ciudad distinta a la que recordaba. Trata de hacer memoria, pero no recuerda haber visto nunca el sol mientras vivió en Thayska. Ha necesitado que llegue la noche para que este se convierta en un lugar que es capaz de reconocer. Uno que se contempla a través de la iluminación artificial. Por los proyectores de los edificios. Por las hileras y las bandas de pequeños focos que recorren las calles elevadas. Por los vehículos que la cruzan y sobrevuelan.
El cuartel de las fuerzas de seguridad de la Thaysak se encuentra en el septuagésimo quinto nivel de la ciudad. En un lugar mucho más “elevado” en todos sus aspectos que aquellos que nunca fue capaz de visitar mientras fue una de las habitantes de esta ciudad. De cualquier manera, desde la plataforma exterior su mirada tampoco alcanza a ver lo que se encuentra en la gran distancia. Hay cosas que no cambian entre los niveles bajos y los altos. A pesar del amplio espacio que separa a los grandes bloques, el entramado de pasarelas que une las edificios limita mucho su campo de visión. Tanto las pasarelas como los los campos que las cubren logran crear una tupida red que impide que a mirada la posibilidad de llegar mucho más allá de los que le rodean. Puede estar en uno de los niveles elevados, puede estar en el exterior, pero apenas es capaz de adivinar el cielo nocturno.
Aun así, el haber llegado hasta el exterior del edificio y respirar el aire cargado de la ciudad supone un extraño alivio. Su rostro recibe las corrientes que atraviesan las alturas como algo inesperado y agradable. Como algo que la despierta y aleja de ella el estado en el que se encontraba. El ruido, los olores, la iluminación y la agitación le ayudan a dejar atrás sus disquisiciones. Le ayudan a traer de vuelta su mente hasta el ahora.
No importa cuánto ha tratado de mantenerse alejada de este lugar. No importa cuántas veces se ha dicho que no iba a volver. Siempre termina por volver. Por más veces que se ha comprometido consigo misma a no volver a hacerlo, siempre encuentra una nueva excusa.
–Bienvenida de vuelta –su voz interior suena burlona–. Espero que estés contenta –la mera visión de ciertos patrones en el paisaje le hace sentirse extrañamente en casa–. A ver cómo sales con bien del lio en el que te has metido.
Ha pasado mucho desde que se fue por primera vez. Tanto que los recuerdos que conserva pertenecen a los días en los que habitaba los niveles inferiores. Cada vez que ha regresado, su destino ha sido un nivel más elevado. Se ha encontrado con nuevos detalles. Con nuevos contornos y siluetas en el paisaje. Con una visión un poco más amplia y compleja del lugar que conoció en su juventud. Una perspectiva de la que entonces carecía.
Recuerda cuando los vehículos aéreos eran algo lejano. Algo que solo veía despegar y aterrizar en la distancia. Cuando su destino pertenecía al territorio de las historias y la especulación. Cuando montarse en uno de ellos se le antojaba como un sueño imposible.
–¿Destino? –la agente Vusarch formula la pregunta tímidamente. Hasta este momento Lexa no había sido consciente de su presencia, por lo que tiene la impresión de que ha permanecido silenciosa e inmóvil ante ella hasta que ha encontrado el valor para interpelarla.
–Sector Vanyashi, nivel tres –su respuesta es seca. Una vez más, demasiado árida. Más de lo que pretendía. Apenas cruza su mirada con la de su conductora mientra entre en el vehículo.
Los cuerpos de seguridad de le ciudad le han pues una niñera. Camuflado como un servicio de cortesía hacia alguien de su cargo se encuentra alguien que, a buen seguro, reportará sobre cada uno de sus pasos. Apenas ha compartido tiempo con ella pero ya ha creado un completo perfil mental de esta persona. Deformación profesional. Hasta el momento no lo ha mostrado abiertamente en el escaso contacto que han mantenido, pero parece ser una persona extrovertida. Alguien a la espera de encontrar su oportunidad para iniciar una conversación. El tipo de persona ideal para ganarse la confianza de una desconocida. Para sonsacarle información que no quiere compartir. Pero ha dado con un hueso duro. No tiene intención de darle una oportunidad. La paranoia implícita en su profesión se suma a todas las cosas que no deben ser conocidas sobre esta visita. Quizás podrían ser amigas en otra situación, pero tiene claro que no lo serán a lo largo de este trayecto. En estos momentos, mientras el vehículo se eleva sobre la ciudad sorteando las pasarelas, apenas es capaz de mantener la fachada de profesionalidad que se le supone. Continúa tratando de tranquilizarse. De centrar sus ideas, pero solo consigue generar nuevas preguntas.
Es capaz de percibir cómo Vusarch la mira de reojo. No sabe si se trata de curiosidad o de vigilancia. Si quiere preguntarle cómo hizo para salir de esta ciudad o busca una ocasión para tratar de sacarle información acerca del caso. Si es una persona con ambiciones o alguien con otro tipo de inquietudes. Sea cual sea la razón, en ningún momento da muestras de tener la intención de comenzar una conversación. Chica lista.
A lo largo del camino le da tiempo a calmarse y se permite de nuevo el lujo de pensar en el futuro inmediato. En el interrogatorio que le espera en breve. Trata de adelantarse a la conversación que tiene por delante. De articular nuevas preguntas que desmonten las mentiras, evasivas y respuestas que sabe que va a recibir. De alejar sin éxito a su cabeza de los lugares a los que le quiere llevar.
Al mismo tiempo, prepara las mentiras que deberá dar ella una vez que termine esta misión. En lo que pasará una vez que finalice con este asunto. En que debe preparar el interrogatorio que al que ella será sometida. Trata de adelantarse a las preguntas de sus superiores si llega hasta sus oídos su presencia aquí. Construye mentiras sobre mentiras. Evasivas sobre evasivas. Hace memoria de la información de la que dispone de la gente que se encuentra por encima de ella en la escala de mando.
–Idiota, idiota, idiota –estas reflexiones tendría que haberlas llevado a cabo antes de tomar la decisión de involucrarse. Aún está a tiempo de corregirlas, pero le puede salir muy caro el no haberlo hecho.
Su presencia aquí no es algo que pueda justificar ante ninguno de sus superiores. Tiene tantas máscaras como gente ante la que responder.
–¿Quién ha venido hasta aquí? ¿En quién puedo escudarme ante cada uno de mis responsables?
Su rango le otorga el poder necesario para intervenir en esta investigación, eso es un hecho. No se encuentre en “territorio enemigo”, pero esta no deja de ser una apreciación subjetiva. Algo contextual. Está sola. Llegado el caso, tendrá que justificar ante sus superiores la participación en esta investigación. Tendrá que mentirles. Tiene claro que va a ser muy complicado, pero tampoco será la primera vez que lo haga.
Traza planes y mueve figuras en su tablero de ajedrez mental. Enfrenta a los jefes que no constan en los papeles contra aquellos que sí que están reflejados en ellos. A los juristas contra los mandos militares. A los administrativos contra los políticos. En otra ocasión esto podría haber llegado a resultarle excitante. Se habría regodeado en lo que ya ha conseguido. Casi ha sido demasiado fácil. Debería informar de las lagunas del sistema de las que se ha aprovechado ante los organismos pertinentes. Tapar este tipo de vacíos legales para que no sean explotados por otros. Regresa hasta un territorio familiar. Hasta las dudas que le asaltan cada vez que se aprovecha de estas carencias del sistema mientras se encuentra de misión. Hasta las zonas grises y los subterfugios que le permiten hacer mejor su trabajo. Hasta los territorios de ambigüedad moral en los que se encuentra tan cómoda. En otro momento disfrutaría de la sensación de impunidad y de “engañar al sistema”. En otro momento. Pero no hoy.
Su mente se niega a alejarse de la morgue. Ha visto muchas cosas extrañas a lo largo de su carrera, pero ningún cadáver le ha impactado tanto como el que le han presentado hoy. No es su imagen la que domina sus pensamientos, sino algo más. Una sensación. Algo que no le resulta obvio pero que pugna por hacerse con su atención. Un susurro que, al mismo tiempo preocupante, le aterra y le resulta extrañamente atrayente. Que le desconcierta y le fascina.
Trata de huir de este pensamiento. De refugiarse en lo que sabe que es real. En el mundo que le rodea. Desvía su atención hasta el exterior del vehículo. Hacia Tayshak. Hacia la ciudad que la vio nacer. Contempla su paisaje de luces nocturnas con una mezcla de melancolía y rencor. No parece haber cambiado demasiado desde que la abandonó hace más de tres décadas. La misma suciedad, la misma hipocresía, el mismo clasismo y la misma segregación. Atributos que no son únicamente achacables a este lugar. Que ella misma ayuda a cimentar con su actividad diaria.
Esta reflexión le pilla por sorpresa. Ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez en la que pensó en estos términos. Regresar le está afectando mucho más de lo que esperaba. Su máscara de cinismo se resquebraja. Provoca que que se tambalee ese conjunto de medias verdades y simplificaciones interesadas que ha usado para justificar aquellas acciones de las que no se siente orgullosa. Ese pilar de frágil equilibrio sobre el se sustenta su carrera. Esa parte de sí misma que se dice “racional”. “Realista”. La que acepta la corrupción y la desigualdad como partes intrínsecas del ascensor social. Esa zona estanca sobre la que no deja de repetirse a sí misma que no ha construido su persona.
La chica que abandonó Tayshak se avergonzaría de quien es hoy. Escupiría sobre alguien con su trayectoria. De alguien cuyos principios se han ido moldeando alrededor de sus ambiciones para crecer dentro de las escalas del poder. No es la primera vez que flaquea su fluctuante escala de valores. No es la primera vez que sus justificaciones le suenan falsas incluso a ella. Sabe a ciencia cierta que esto es algo que nunca augura nada bueno. Que siempre le lleva hasta algo que solo sirve para complicarle la vida. No es capaz de determinar hasta qué punto estos pensamientos se deben a su regreso hasta su antiguo hogar, o a lo que acaba de experimentar.
–Esto un error –este pensamiento nunca le abandona–. Idiota. No tendrías que haber venido –lucha por alejar de su mente de este escenario–. No te lo van a agradecer –dirige su mirada de nuevo hacia el exterior del vehículo.
Aún están lejos. Los niveles a los que se dirigen no solo no son perceptibles desde aquí, sino que las rutas de tráfico aéreo los hacen inalcanzables de forma directa. Tienen que tomar un largo desvío antes de poder situarse en una trayectoria a través de la que sean accesibles. Elevarse por encima de las torres de la ciudad. Recorrer una trayecto a lo largo del cual es capaz de apreciar pequeños detalles que se le pasaron por alto durante su llegada. Matices que completan y corrigen el mosaico que conserva de su juventud. A medida que se alejan del centro, el panorama se vuelve más oscuro. Se asemeja más a la imagen que permanece en su mente.
Recuerda mirar los niveles superiores con una mezcla de deseo y temor durante su infancia. La intrincada red de pasarelas que le impedían adivinar lo que podía haber más allá de ellas. Vistos desde arriba, los bloques elevados de la ciudad han perdido su magia. No se asemejan a la imagen que creó su imaginación. A nada de cuanto deseó alcanzar. Achaca esto al cambio en su perspectiva, o a todas las cosas que ha visto más allá de su calles. Ahora puede ver lo que siempre se le escapó. Observa las grandes torres del centro y las naves industriales del cinturón exterior. Los barrios residenciales de la periferia y las zonas rurales que apenas se pueden adivinar en la lejanía. Contempla con ojos acusadores al espaciopuerto cuya construcción se inició en su infancia y aún no se ha finalizado. A la obra que muchos acusan de haber condenado a la ciudad.
Todo parece más viejo, más descuidado. Más… cansado. Esparcidas por todas partes es capaz de ver obras incompletas. Proyectos cuya ambición superó a la capacidad real quienes los impulsaron. Esperanzas rotas tanto de los soñadores como de los especuladores. Incluso las reforma llevadas a cabo sobre los edificios emblemáticos dan la sensación de haber quedado incompletas. Tayshak le parece una ciudad de otro tiempo. El fantasma de una urbe que soñó con ser un referente. La sombra de un proyecto ambicioso que nunca llegó a ser nada. Un lugar insignificante. Pequeño y desfasado.
No ha pasado tanto tiempo, se dice, pero todo aquello significó algo para ella en su vida anterior ha desaparecido. Y, mientras piensa esto, una nueva duda le asalta. No sabe si se alegra de este desapego. Si se ha convertido en alguien tan vacío que ni siquiera es capaz de sentir nostalgia o añoranza. Si ha avanzado o simplemente se ha convertido en una más de la masa apática. En alguien que se ha abandonado a la desidia o la misantropía. En lo que siempre despreció aquella persona que un día abandonó este lugar.
–¿A quién estás juzgando?
Su trayecto les lleva a rodear el perímetro de seguridad el Vajda. A sobrevolar una construcción tan vieja y agotada como las aspiraciones de los habitantes de esta ciudad. Las frecuencias y armónicos que exuda el motor energético de Tayshak lo tiñen todo. Dotan al paisaje de cuanto le rodea de un tono rojizo. De una pátina que, durante la noche, lo convierte en una visión sobrecogedora. Sus reflectores y colectores de radiación son el origen de un complejo tapiz cromático. El corazón de un tupida nube que se propaga más allá de los campos de contención. Una capa de colores indescriptibles que, al cruzarse con los últimos restos de lluvia, carga el ambiente de un aire lóbrego. No es capaz de recordar cuentas historias de terror de su infancia tenían su punto de inicio en este lugar.
Casi puede escuchar cómo gimen las energías contenidas en su interior. Cómo sus muros parecen vibrar y combarse al ser vistos a través de la radiación residual. Cómo la silueta de sus acumuladores queda distorsionada. Cómo se hinchan y se contraen como algo vivo mientras tratan de abastecer a todo el área metropolitana. Casi cree ser capaz de escuchar cómo se lamentan ante el fracaso de su misión.
Lo selectivo de la iluminación le permite constatar que no todos los edificios son iguales. Que no todos tienen acceso a un recurso tan básico como la luz nocturna. Puede apreciar a la perfección los claroscuros que se generan. Cómo, a medida que se aleja del centro, el ambiente se vuelve más lúgubre. La iluminación irregular hace que solo sean visibles partes de la ciudad. Que frente a ella y a su espalda aparezcan y desaparezcan intermitentemente ciertos niveles. El suministro continúa fallando, pero lo hace a una escala mayor de la que nunca imaginó. Puede apreciar cómo la falta de medios hacen del Vajda un recurso insuficiente. De qué manera las segmentación social no se produce únicamente en sentido vertical.
Cuando compara el paisaje con otros que ha visitado no es capaz de apreciar grandes diferencias. Vistos desde las alturas, los callejones que recorrió en su infancia no son más claustrofóbicos que otros que ha conocido posteriormente. Sus habitantes no son peores que los que se ha encontrado en los distintos lugares en los que ha vivido. El rechazo que le provoca todo lo que ve poco tiene que ver con el “dónde”. La escasa benevolencia en el juicio que emite sobre lo que fue su hogar no deja de ser un reflejo de su decepción consigo misma. De no ser capaz de empatizar con la persona que huyó. De todas las aspiraciones incumplidas. De todo aquello en lo que ella no se ha convertido.
–Supongo que, vista a través de este prisma, mi vida aquí tampoco fue tan mala.
–¿Disculpe? –Vusarch la saca de su ensoñación.
–No, nada, supongo que estaba pensando en voz alta.
–Nos acercamos al destino.
–Perfecto, gracias –nota cómo su voz suena más relajada. Al menos la melancolía ha servido para atemperar su estado de ánimo.
–¿Quiere que la recoja aquí mañana?
–Si la necesito ya avisaré a sus superiores.
Mientras desciende el concepto de “mañana” se le hace algo muy lejano. Hasta que tuvo el cuerpo ante ella pensaba que lo que le espera ahora iba a ser la parte más dura de la jornada, pero en estos momentos ya no está tan segura.
Poco después de dejar su transporte Lexa desactiva su localizador y recorre el camino que separa la plataforma de aterrizaje de su destino. Lo hace en la compañía de una extraña sensación. El despertar de un instinto casi olvidada. Sersby está cerca.
A pesar de estar rodeada de gente en todo momento, a pesar del tiempo que ha pasado desde la última vez que se vieron, el vínculo que la une con su mellizo continúa intacto. Aun oculto, su presencia le resulta evidente. No necesita verle. Su cercanía le hace sobresalir por encima de todo el barullo de la calle. La está siguiendo desde el momento de su aterrizaje.
–Al menos no se ha dejado ver. Algo es algo.
Toma varios desvíos buscando lugares menos poblados. Trata de asegurarse de que nadie más le sigue. No hay agentes de uniforme ni de paisano. Tampoco hay demasiadas cámaras por la zona. Todo parece correcto. No es una zona especialmente recomendable, pero tampoco se trata de un suburbio. El pasar desapercibida y la intimidad parecen posibilidades relativamente viables. Lo serían si no llevase el uniforme. Otro error de novata. Tendría que haber pasado por su alojamiento antes de venir. No es conveniente que la vean por aquí. Menos aún junto a un sospechoso.
–¿Quieres dejar ya este juego? –una vez que se ha asegurado de que nadie más le sigue, no está de humor para continuar jugando al ratón y el gato.
–Tú eres la súper espía y a la que le gustan los secretitos –guiada por su voz no tarda en ser capaz de verle. Es bueno. Estaba más cerca de lo que creía.
–¿No podías haber elegido un sitio un poco más agradable para juntarnos? –las viejas costumbres no tardan en regresar. El acto reflejo de tratar de sacar al otro de sus casillas regresa como un resorte automático.
–No te metas con mi barrio –su voz parece distinta a la que recordaba. Hay un leve deje en ella que no es capaz de ubicar, pero el tono sigue siendo perfectamente reconocible.
–Si esto es lo mejor a lo que puede aspirar uno por aquí, me alegro de haberme ido.
–¿A la señora funcionaria no le gusta mezclarse con la chusma? ¿Crees que eres demasiado importante como para mezclarte con nosotros?
–Tiendo a valorar la privacidad y la discreción. Más aún cuando se trata de asuntos delicados.
–Sus secretos están a salvo conmigo, agente. Al contratar mis servicios se garantiza la confidencialidad.
–Déjalo –este juego infantil ya se está alargando demasiado y no va a llevarla hasta ningún lado–. Vamos hasta algún lugar más privado.
–¿Me vas a decir a cuento de qué viene todo este misterio? –hay cosas que no cambian nunca. Sigue siendo tan irritante como siempre– ¿No estoy al día en el pago de mis impuestos?
Sigue siendo un inconsciente. No parece tener la más mínima idea del lío en el que está metido o de lo que puede suponerle a ella. O lo ignora o lo oculta muy bien. Nada nuevo por ese lado. Tendría que haberlo esperado. Siempre sucede lo mismo. Cada vez que su nombre, el de alguno de sus alias o el de cualquier cosa relacionada con él, aparece en el sistema, siempre resulta ser el síntoma inequívoco de que algo va a comenzar a ir muy mal para ella. No importa que elija o no intervenir, siempre le salpica. Está harta de esto.
Le mira y otra de sus máscaras cae. No puede evitar sonreír mientras se pregunta, ¿en qué lío te has metido esta vez, hermanito? ¿En qué lío me vas a meter?
Su sonrisa se apaga cuando se acuerde del difunto. Ahora tiene ante ella a uno de los sospechosos. Debe mantener la compostura. Guardar las distancias. Aún no ha llegado el momento de sacar conclusiones. Debe acallar la sensación de complicidad que la asalta cada vez que están juntos.
–El misterio tendrá que prolongarse un poco más –recupera parte de su entereza y opta por hacerle sufrir un poco. Su relación siempre ha sido complicada y contradictoria–. Pero las preguntas las haré yo y, créeme, no quieres que te las haga en público.
–Como quieras.
Se hace el silencio mientras se miran fijamente. Los viejos juegos regresan. El duelo de miradas a la espera de que uno flaquee.
–¿Cómo puedes ser tan idiota? –masculla para sí misma mientras golpea su hombro. No sabe a ciencia cierta si este apelativo va dirigido a su hermano o a ella misma–. Un matón –su mirada va perdiendo la dureza. Trata de resistirse, pero finalmente cede al impulso y se acerca para abrazarlo–. Entre todas las opciones posibles, mi hermano tenía que terminar por convertirse en un matón.
–Un agente libre –Sersby le corrige hablándole con suavidad al oído mientras sus cuerpos entran en contacto–. Yo también te he echado de menos.
El momento de relajación dura poco. Tan pronto como comienzan a caminar, la sensación de intranquilidad regresa. Le acompaña durante todo el trayecto. Su conversación se ve interrumpida cada vez que decide tomar un desvío. Cuando su ruta cruza delante de una cámara. Cada vez que etiqueta a alguno de los viandantes como sospechoso.
Cuando no está en tensión, el camino se encuentra presidido por el silencio. Por una quietud incómoda que apenas son capaces de romper con sus torpes intentos de conversación trivial. Breves insertos que apenas logran prolongarse durante más un par de frases.
–Vamos a tener que buscarnos unas vidas más interesantes –trata de quitar hierro a la situación. De recuperar la conexión perdida con su hermano. Con alguien a quien apenas conoce. Por otro lado, su propia vida personal es inexistente. Todas sus anécdotas están relacionadas con el trabajo. Con asuntos en los que es imperativa la confidencialidad.
–Oh, mi vida es muy interesante. Seguro que te puedo sorprender con alguna anécdota, pero algo me dice que eso no me resultaría muy conveniente.
–Touché –fuerza la sonrisa, pero hay tristeza en su mirada–. Ojalá me hubiese mantenido alejada de ella –Sersby la mira con una mezcla de extrañeza y comprensión. Parece que ha encontrado un punto en el que ambos están de acuerdo.
Finalmente se detienen. Han dado tantas vueltas que no es capaz de identificar el punto al que han llegado. Ante ellos se encuentra la puerta exterior de uno de los bloques genéricos que dominan el paisaje. Un portal mal iluminado ubicado en un barrio que se esfuerza mucho en proclamar su peligrosidad.
–¿Vives aquí?
–Sí, soy el afortunado arrendatario de uno de los apartamentos que disponen de baño. Seguro que estás orgulloso de mí.
–No me hagas hablar.
Quizás sea un bloque de mala muerte, pero el acceso hasta él está vigilado por cámaras, al igual que el ascensor. Entran por separado y con un tiempo considerable de retardo. Sesby sube por el ascensor mientra que Lexa opta por las escaleras. Lo hacen en silencio deteniéndose con frecuencia. Evita cruzarse con los vecinos y las cámaras interiores.
El ascenso se le hace eterno y, a cada paso que da, su rabia y frustración aumentan. Unas emociones alimentadas por el mismo bucle de pensamientos contradictorios que le han acompañado desde que comenzó esta “misión”.
–Esto es un error. No tendría que haber venido. Deberíamos haber quedado en otro lugar. Idiota, idiota, idiota.
Antes de atravesar la puerta abierta del apartamento de Sersby es capaz de ver la expresión de impaciencia en su rostro.
–Muy buen, hermanita –trata de ocultarlo, pero los nervios le delatan–. ¿Qué amenaza para nuestro modo de vida te trae por aquí?
–Tú, imbécil –espera a que la puerta se cierre tras ella antes de responder. En ese momento su autocontrol se agota. Tenía la vana esperanza de que lograr mantener la calma durante más tiempo. El tono que ha utilizado desde el momento en el que se han juntado la ha transportado hasta cuando ambos tenían diez años–. Tú eres el sospechoso de un crimen. Tú eres quien puede conseguir que mi carrera se vaya a la mierda –aún no ha comenzado la conversación y ya ha conseguido sacarla de sus casillas–. ¿Te vas a tomar esto mínimamente en serio?
–Tendrás que ser un poco más explícita –hay sorpresa y dolor en su voz. Una ofensa parece sincera, pero que está acompañada por algo más. Por algo de lo que no se había dado cuenta hasta este momento. Una afección que no es capaz de determinar. Un pequeño tic nervioso que, haciendo memoria, juraría que ha estado ahí desde el momento en el que se han juntado–. Los matones como yo somos gente muy ocupada. Tú dime fecha y hora y consultaré mi agenda criminal. Si no eres un poco más específica, no voy a ser capaz de saber a cuál te refieres.
–El que tuvo lugar hace apenas cuatro días en el quinto nivel de Tríum –le empuja mientra habla. No hay rabia en esta acción, sino curiosidad. Quiere ser capaz de observar mejor sus reacciones.
–¿Qué? –no sabe a que responde su expresión de sorpresa, pero su tic nervioso se evidencia–. No sé de qué me hablas.
–Claro que lo sabes.
–No. En serio. Hace mucho tiempo que no hago nada ilegal por esa zona.
–Selish Kwan Yannmauth.
–¿Quién? –le queda claro que miente. Ha reconocido el nombre.
–El muerto cuya aparición “denunciaste anónimamente”.
–¿Cómo te...? –en otra situación disfrutaría de su expresión de desconcierto.
–Venga, sabes de qué trabajo. ¿Te crees que no tengo puestas alertas para que me avisan cada vez que la cagas? ¿Creías que esta era una visita social?
–¿Qué pasa con él?
–Dímelo tú –le deja espacio para que recule o termine de ahorcarse.
–Me encontré un muerto y avisé. ¿Qué tiene eso de malo?
–Casualmente pasabas por la zona.
–No he dicho eso, pero no le hice nada.
–¿Te debía algo? ¿Le debías algo a él?
–Que no. No nos conocimos personalmente.
–Sigue intentándolo.
–No. En serio. Solo era un encargo –mala respuesta. Primer error de concordancia.
–¿En qué quedamos? –sabe que nada que la siga le va a gustar. No han empezado y ya tiene clara su culpabilidad. Pero… ¿de qué?
–No lo conocía. Solo me contrataron seguirle.
–¿Para qué? –trata de mostrarse impertérrita. De ceñirse a los procedimientos y no sacar conclusiones apresuradas– ¿Quién te hizo el encargo?
–No lo sé –se detiene durante unos instantes y la mira con una mezcla de sospecha y extrañeza–. Nadie importante.
–¿Quieres dejarte de rodeos? –el muy idiota sigue con su juego. Aún no sabe cuántas cosas está tratando de ocultarle, pero algo no cuadra en su cambio de actitud. Parece tratar de provocarla. Mover ficha a la espera de lo que haga ella. Una jugada que no encaja con el curso de la conversación hasta este momento–. Ese “nadie importante” tendrá un nombre.
–¿A qué estás jugando? –esta pregunta la pilla por sorpresa mientras la expresión de sospecha en el rostro de Sersby se transforma en incredulidad.
–¿Qué clase de respuesta es esa? –esto no parece tener nada que ver con el difunto o con esta conversación–. ¿No te das cuenta del jaleo en el que estás metido?
Sersby se detiene de nuevo y la mira. Sonríe, pero no hay alegría en esa mueca. Lo que detecta en ella es una mezcla entre la expectación, la incredulidad. Entre la tristeza y la resignación. Un cóctel en el que no falta una leve pizca de diversión, pero esta no es la emoción que predomina. En este momento Lexa se da cuenta de que este era el punto al que quería llevarla.
–Entonces no lo sabes –su expresión cambia nuevamente. Se convierte en una amalgama entre la sorpresa y decepción. Emociones que parecen genuinas. Trata de no exteriorizarlo, pero es algo que a Lexa le resulta obvio. Que le hace temer la continuación de esa frase–. El cliente es mamá.
–Perfecto. Simplemente perfecto –se dice que esto era lo último que esperaba pero, al mismo tiempo, se recrimina por no haber sido capaz de verlo venir–. Cuando creía que este asunto no podía ir a peor –más complicaciones. Si su madre anda metida en esto, todo cambia–. ¿Qué ha hecho Inari? –se debate entre la ira y el deseo de que se trate de una broma– ¿Qué habéis hecho? –su mente regresa a la morgue. Todo adquiere una nueva perspectiva. Un abanico de posibilidades inabarcable.
–No he hecho nada –su mellizo no parece darse cuenta de lo que está pasando por su mente–. Ni mamá ni yo hemos tenido nada que ver con lo que le ha sucedido a ese tipo.
–¿A qué está jugando Inari ahora? –el rostro del difunto regresa hasta su primer plano mental. No puede evitar que la expresión que vio en él se imponga sobre cualquier pensamiento racional.
–Lleva años trabajando en la Qwan Shig. Hace ya mucho que no realiza experimentos por libre.
–¿Qué quería del difunto? –se aprovecha de la ira que siente en estos momentos para contener al resto de pensamientos.
–Era uno de sus compañeros del trabajo y comenzó a actuar de forma extraña. Solo me pidió que lo vigilase sin darme mucha más información. Quería saber los lugares que frecuentaba y la gente con la que se juntaba fuera de su lugar de trabajo.
–¿Y qué pasó?
–Le estaba siguiendo cuando comenzó a comportarse de un modo raro. Daba tumbos de un lado a otro hasta que empezó a tener convulsiones. Para cuando llegué hasta donde estaba ya había muerto, así que avisé a las autoridades.
–No te creo.
–¿Qué?
–No creo que fueses a socorrer a ese tipo.
–No he dicho que fuese a socorrerle.
–Entonces, ¿por qué fuiste hasta él? ¿Por qué avisaste a las autoridades?
–Yo…
–¿Qué me estás ocultando? No creo que sean tan torpe como para dejar tu rastro tan claramente en el escenario de una muerte sin obtener algo a cambio. Mucho menos después de no haberte identificado en la llamada.
–Te juro que la cosa fue así…
–¿Qué querías quitarle? ¿Qué quería Inari realmente de él?
–¡Nada!. ¡solo quería que le siguiese!. ¡Me acerqué para saber qué le había pasado!. ¡Había algo raro en lo que había pasado!.
–Pues, verá, señor “agente libre”. Dado su expediente, está usted entre los sospechosos de haber causado su muerte –su lenguaje corporal ha ido cambiando poco a poco antes de este estallido. La sospecha de que continúa ocultándole algo sigue ahí. Algo que no tiene nada que ver con el juego que ha mantenido hasta este momento–. Y, como comprenderá, su explicación deja bastante que desear.
Una vez más se hace el silencio y la tensión entre ambos se incrementa, pero Lexa sabe que esto no durará. Se mueve en un territorio conocido. Sus encuentros acostumbran a tener esta dinámica. Confrontación y juegos de medias verdades. Enfrentamiento, escalada de la tensión y ofensa fingida. Este momento pasará, y entonces no tendrá nada a lo que aferrarse. No quiere que los efectos del estallido de ira se diluyan. Es lo único que le permita contener lo que crece en otras porciones de su mente.
–¡Eso es absurdo!. ¡Es imposible que tengan nada contra mí! –Sersby, inmerso en sus propios pensamientos, no parece darse cuenta de su estado y continúa con su defensa.
–¡Claro, nada más allá de tu ADN por toda la escena! –trata de forzarse a sí misma a no pensar en la sensación que le ha invadido–. ¡Nada salvo una coartada de mierda! –el aquí y el ahora se convierten en algo difuso–. ¡¿De dónde pueden sacar algo contra ti?! –su memoria sensorial se disocia. Se ve arrastrada fuera de esta habitación.
–¡¡¡Joder!!!. ¡¿Me estás diciendo que van a tratar de encasquetarme esa muerte por tratar de ayudarle?!
–¡¿Esperas que alguien se crea que fue una muerte natural?! –el momento que se va dibujando en su mente ya no parece un recuerdo–. ¡¿Que se va a aceptar que alguien como tú se limitaba a pasar por allí?! –permanecer en este lugar le resulta agónico. Formar cada nueva palabra requiere de más fuerza de la que es capaz de recuperar–. ¡No sé lo que hiciste o dejaste de hacer, pero sea lo que sea va a terminar por salir a la luz!.
–¡No van a descubrir nada porque no hay nada que descubrir!.
–Lo que te estoy diciendo… –el recuerdo de la morgue se apodera de su “ahora”. La mirada del difunto se centra en ella aun oculta tras unos párpados cerrados–. Lo que te estoy diciendo… –puede verlos mirándola fijamente a través del campo de contención que la separa del cuerpo–. Lo que te estoy diciendo… –atravesando espacios infinitos repletos de dolor y pesadillas–. Lo que te estoy diciendo… –los siente dentro de su piel. Escudriñando sus pensamientos.
–¡No sé qué cojones le pasó, pero yo no le hice nada!.
–Cállate. Por favor, cállate –trata de controlar su respiración y fracasa. Apenas consigue tomar aire. Algo parece aplasta sus pulmones mientras su pulso no deja de acelerarse–. Solo necesito un segundo –la habitación se solapa con… otro lugar mientras el suelo desaparece. El vértigo invade todos sus sentidos–. Solo… –cierra los párpados mientras se tapa el rostro con ambas manos. Busca la oscuridad. Alejar a su mente de aquello que le muestran sus sentidos. No es capaz de escuchar las palabras de Sersby. Las únicas frecuencias sonoras que logran llegar hasta sus tímpanos parecen atravesar capas y capas de distorsión. Como si ella se encontrase sumergida bajo el agua. Oscilan y reverberan de tal manera que puede verlas en su mente. Se mueven en un contexto casi líquido. Adoptan formas que no es capaz de comprender.
–¿Lexa?
Cuando Sersby finalmente es consciente del estado de su hermana su voz no es capaz de llegar hasta ella.
Tras un momento de duda, sujeta con fuerza sus manos y se las aparta del rostro, pero ella continúa siendo incapaz de verle. Lentamente, aumenta la presión que ejerce sobre ellas. Sus dedos se contraen y superponen unos sobre los otros. El dolor no tarda en llegar. Un dolor que es capaz de traer la consciencia y los sentidos de Lexa hasta la habitación. Que le permite contemplar el rostro de su hermano. Un rostro en cuya expresión se muestra mucho más que la mera preocupación.
Es capaz de ver en él una cercanía y una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Una comprensión y una empatía que no creía posibles. Una apertura y una fragilidad de las que nunca había creído capaces a su hermano.
–¿Cuándo empezó? –el dolor en su mirada le dicho el tiempo de los juegos ha terminado. Ubica en un nuevo contexto todas las evasivas que ha recibido hasta este momento. Dota de veracidad a la rabia que ha mostrado, pero no a su relato– ¿Qué es lo que te pasa?
–Todo ha empezado hoy, pero llevo un tiempo sintiéndome rara. No dejo de tener la sensación de que lleva tiempo gestándose. ¿Qué me dices de ti?
–No lo sé muy bien –Sersby tarda unos segundos en responder. Su ojos se cierran al tiempo que aparta la mirada de ella, pero esto no es suficiente para enmascarar unos síntomas que reconoce como propios–. Tampoco sé si quiero saberlo –suelta sus manos para poder darle la espalda.
–¿Han vuelto los ataques? ¿Se lo has dicho a Inari?
–No y no –continúa evitando su mirada mientras aumenta la distancia–. Esto no tiene nada que ver con las migrañas. Tampoco quiero volver a ser un puto sujeto de pruebas.
–¿Tiene algo que ver con el muerto? –cada vez se va sintiendo más reflejada en su lenguaje corporal. En lo que parece ser una lucha interior que está perdiendo. Solo recibe silencio y una mirada esquiva como respuesta.
Lexa toma asiento tratando de recuperar fuerzas mientra ve cómo su hermano recorre la habitación. Este movimiento no parece destinado a evitarla, sino a tratar de huir de lo que sea que esté sucediendo en su cabeza. Respira de forma pesada y no logra evitar que leves espasmos recorran su cuerpo. Impulsos que son disparados al entrar en contacto con cualquier elemento de la habitación. Su andar es errático y no parece tener un propósito claro. Entra y sale de las habitaciones. Recoge las cosas esparcidas en la mesita y ordena las estanterías. Acciones que parecen destinadas a confirmar que realmente se encuentra en este lugar.
–Vaya par que estamos hechos –no puede evitar que la desgracia compartida mejore su estado de ánimo. Encontrar una cierta ironía en el paralelismo de sus situaciones–. Parece que los dos estamos bien jodidos.
El vagar de Sersby no se ve alterado por sus palabras. Continúa ausente. Temblando. Sus puños y ojos se cierran. Sus dientes se aprietan y su espalda se curva con fuerza cada vez que algún espasmo recorre su cuerpo. Cómo se tensa de la misma manera en la que lo haría de haber recibido un golpe.
–¿Sersby? –no sabe qué hacer o cómo reaccionar. No se ve capaz de hacer nada, y la sensación de impotencia no hace nada por mejorar su propia situación.
Su hermano se apoya contra una de las paredes y comienza a palparse ambos brazos. A apretar con fuerza. Poco después de hacer esto, la sangre comienza a empapar una de las mangas de su camisa.
–solo sentí dolor –su voz tiembla cuando vuelve a hablar, pero se detiene de inmediato.
–¿Cuándo?
–Cuando le vi la cara a aquel desgraciado –hay rabia en sus palabras, pero no sabe contra quién va dirigida–. No sé qué me hizo, pero era como si sus ojos muertos me atravesasen. No era capaz de apartar la mirada de él. Ni siquiera podía pestañear. Pero aquello no era lo peor. Había algo más. Algo peor que el dolor. Un miedo que no sabía de dónde venía –ya no queda ningún rastro del personaje burlón y lleno de confianza con el que se ha juntado hace unas horas–. Aquella sensación de impotencia era lo que llevaba peor. Lo que me dolía más que cualquier otra herida que me hayan hecho nunca –se detiene de nuevo. No parece tener problemas para recordar, sino todo lo contrario. La viveza de estos recuerdos lucha por hacerse con el control–. Y te puedo asegurar que conozco un montón de formas de dolor –un amago de sonrisa se asoma en su rostro, pero no tarda en verse deformado por lo que parece ser un nuevo ataque.
–Déjalo –no sabe hasta qué punto le detiene para alejarle del recuerdo o para calmar la ansiedad que le genera verle así–. Creo que con lo que me has contado ya es más que suficiente.
–Ojalá desconectarme de esta mierda fuese algo tan sencillo. Ni siquiera tengo palabras para describirla… y creo que es lo mejor.
–¿Te había sucedido algo así con antes? –pasan varios segundos de tensa quietud antes de que obtenga una respuesta. Antes de que la mirada de Sersby se asemeje a la persona con la que se ha juntado.
–No. Nada parecido –regresa la expresión burlona, pero ahora la ve como algo forzado–. De todas formas, me parece que no he sido el único con problemas a la hora de sincerarse en esta conversación.
–Mejor dejamos esa parte para otro momento. Creo que tengo tantas ganas de hablar de ello como tú –trata de quitarle importancia, pero incluso el pensar sobre ello le genera ansiedad–. Aun así, creo que mis alucinaciones no son algo tan intenso como las que tienes tú.
–Oh, lo mío son mucho más que una mera alucinación. Te puedo asegurar que mi cuerpo aún tiene secuelas de aquello.
–¿Qué clase de secuelas?
–De las que te dedicas a fardar durante una borrachera. He tenido suerte y los doctores han conseguido arreglarme un poco, pero aún quedan unas cicatrices muy bonitas. Eso y otras heridas que se empeñan en no cerrarse.
–No termino de entenderte –Lexa no quiere forzar a su hermano a seguir por ese camino, pero no puede evitar que se apodere de ella una curiosidad que oscila entre el morbo y el temor; la sensación de que sus experiencias están ligadas de alguna manera–. Creía –deseaba– que esto era algo puramente psicológico.
–Igual lo es. ¿Yo qué sé? –nuevamente se hace el silencio–. ¿Me hice yo esto –descubre uno de sus brazos y este se encuentra cubierto de heridas. No todas ellas parecen viejas y algunas de ellas aún sangran–, o me lo hizo algo que llevaba dentro? La cosa es que, para cuando me encontraron… donde sea que me encontrasen, casi era tan fiambre como el tipo al que había dejado. Había perdido tanta sangre, tenía una colección tan completa de infecciones y… cosas que me dijeron pero no he sido capaz de entender, que nadie se creía que un cuerpo humano fuese capaz de sobrevivir a semejante desastre. Por lo que me han dicho, los doctores flipaban con lo que vieron aquel día. Alguno incluso me ha llamado para hacerme algún análisis fuera del seguimiento rutinario. Me he vuelto alguien de lo más popular.
–¿Qué está pasando en esta ciudad? –en esta ocasión es capaz de ver por encima de la socarronería de su hermano. En el miedo que es capaz de detectar en su mirada encuentra un reflejo del suyo propio. Primero la doctora y ahora Sersby. Ninguno de sus síntomas cuadra con los de los demás o con los que ha leído en la autopsia. Esto está muy lejos de poder considerarse un escenario aceptable.
–Prefiero seguir ignorante. Lo único que sé es que hay veces en las que esto resulta útil –señala las heridas abiertas–, pero tampoco diría que es una solución estupenda. Porque no solo es el dolor, la desorientación o el miedo. Luego empezaron los sueños… lo que espero que sean sueños. Por suerte, cuando me despierto apenas recuerdo qué es lo que ha hecho que me cague vivo mientras dormía. Todo eso, y los ataques que tengo al azar en cualquier momento.
–Con todo lo que me estás contando, ¿cómo puedes saber a ciencia cierta que, en tu estado alterado, no fuiste tú el causante? –esta pregunta debería sobrar, ¿qué podría hacer su hermano que provocase unos síntomas como esos?, pero forma parte del protocolo. Debería ser un mero formalismo… pero con Inari por en medio cabe la posibilidad de cualquier cosa.
–Yo... –Sersby duda, y su duda parece sincera– no lo sé.
–¿Qué quería Inari de ese hombre?
–No lo sé. Nunca se lo pregunté. Ya sabes. No es bueno para el negocio.
–¿Está ahora en Tayshak?
–Ni idea. No he hablado con ella desde entonces. Aparte de eso, tampoco quiero contarle todo lo que me ha pasado. Seguro que me echaba la bronca por dejar que otro matasanos me meta mano.
–Llámala. Tenemos mucho de lo que hablar.
Hablar con su madre es lo último que desea hacer en estos momentos, pero necesita algo a lo que enfrentarse. La rabia le permite tener alejados los pensamientos que luchan por aflorar. Los miedos que el relato de su hermano ha intensificado.
Trata de prepararse mentalmente para otra serie de mentiras, medias verdades e intentonas para desviar el foco de la conversación. Para los intentos de su madre de humillarla y ningunearla. Muy en el fondo, desea creer que ningún miembro de su familia ha tenido nada que ver con el caso, pero está convencida de que ninguno de ellos se lo va a poner fácil.
Desea encontrar una persona diferente al otro lado. “Puede haber cambiado”, se dice a sí misma, pero este no es un pensamiento nuevo. Es un deseo que viene de lejos. Uno que nunca se ha cumplido. Inari lleva siendo ella misma desde hace milenios. Duda que a estas alturas vaya a encontrarse con algo nuevo.
–Espero que tengas una buena raz… –la voz de su madre la saca de sus pensamientos. No sabe cuánto tiempo ha estado perdida en ellos. Ni siquiera se ha dado cuenta de la luz que proyecta la pantalla hasta este momento–. Lexa, qué sorpresa verte.
–Hola, Inari –trata de imprimir un tono frío y profesional a su voz.
–No te esperaba en la ciudad. ¿Estás de vacaciones?
–No. Trabajo –no quiere alargar esto, y sabe que no va a encontrar un momento el que sacar esto de forma delicada–. La muerte de Selish Kwan Yannmauth.
–Una gran pérdida –el rictus de su rostro no cambia.
–¿Quién era? ¿Qué querías de él? ¿Qué lo mató?
–¿Estoy siendo investigada?
–Aún no. No oficialmente.
–En ese caso, me abstendré de responder.
–No esperaba menos de ti.
–Querida, si ya tienes todas las respuestas que estás dispuesta a aceptar, ¿para qué pierdes el tiempo formulando esas preguntas?
–Te doy la oportunidad de que me demuestres que estoy equivocada –su madre no ha perdido en mordacidad–. Eso es algo que siempre has disfrutado.
–En ese caso ven mañana a mi oficina –esto ha ido tan bien como podía esperar–. Sersby conoce el lugar. Os haré un hueco en mi agenda cuando me confirmes la hora.
El rostro de su madre desaparece del monitor haciendo que la luz en la habitación regresa a estado anterior.
–Está visto que la diplomacia no es algo que os enseñen en la academia Italerien –el tono de Sersby trata de ser burlón pero también conciliador–. ¿Quieres que te acompañe mañana, o prefieres no tener testigos de lo que vas a hacer?
–Inari Dwan es un objetivo demasiado peligroso como para que un único agente pueda acabar con ella –se alegra al descubrir que aún es capaz de esbozar una sonrisa sincera de complicidad ante el comentario de su hermano–. Agradeceré cualquier ayuda que me puedas prestar.
–Si no te importa compartir techo con un sospechoso de asesinato, tienes un hueco en el sillón.
–Gracias, pero creo que será mejor que regrese a mis alojamientos –la propuesta es tentadora. La compañía le vendría bien y, por otro lado, en ninguna parte va a encontrar a nadie que le entienda de la misma manera. Nadie que sepa mejor por lo que está pasando. Quedarse aquí podría ser el mejor de los regalos posibles. Pero tiene miedo. Miedo de lo que les pueda suceder a cualquiera de los dos. De la sensación de impotencia que le genera todo esto–. Por otro lado, será mejor que acuda a la cita de mañana con otra pinta –la excusa es parcialmente cierta–. Además, el paseo nocturno me vendrá bien el paseo.
El uniforme le resultaba útil para su visita al cuartel, pero fuera de ese entorno resulta algo demasiado llamativo. Por otro lado, su localizador ya ha permanecido desactivado durante demasiado tiempo sin una razón reportada. Puede que no se encuentre en una misión pero sigue en activo y su derecho a la privacidad solo es algo de lo que puede disfrutar cuando está fuera de servicio. Sus problemas para concentrarse le han jugado una nueva mala pasada. Tendría que haber planificado esto mejor. En cualquier otra ocasión habría tenido coartadas y señuelos para casi cualquier situación probable, pero ha venido hasta aquí sin tomar apenas precauciones.
–No te culpo –Sersby trata de fingir de nuevo un tono de complicidad, pero el momento ya ha pasado–. Seguro que tu posición te permite un amplio abanico de alojamientos en los niveles superiores –no es capaz de ocultar un cierta decepción tono de tristeza en su voz. Necesita tanto como ella la compañía.
–Me estás confundiendo con los tipos de las medallas –Lexa trata de recuperar el momento sin éxito–. Cuando hago bien mi trabajo solo se enteran mis superiores, y quienes nos dedicamos a mirar pantallas y preparar informes no gozamos de grandes privilegios.
Mientras abandona el apartamento su mente continúa dividida. Diluida en un mar de dudas. Entre la mentiras que es su vida oficial y lo que le espera si todo lo que puede salir mal en este caso se alinea. Entre las incertidumbres y los miedos. Su vida ya es demasiado complicada como para agregar nuevos factores. Pero ya es tarde. Ya está dentro de lo que sea que está sucediendo aquí. De un problema cuyo foco parece ligado íntimamente a su familia.
–––––––––––––––––––
–Recluté a Selish poco antes de que terminase en la universidad –sentada detrás del escritorio de su despacho, Inari se muestra extrañamente abierta. Aún no sabe si esto es algo bueno o algo malo. Solo sabe que la inquieta. Trata de localizar el origen de esta inquietud pero no logra dar con ella. Puede venir dada por el exceso de cordialidad que muestra o por lo que se oculta tras su mirada. Esa expresión que siempre parece indicar que tiene la situación bajo control. El primero de estos rasgos es algo que Lexa rara vez le ha visto mostrar cuando se relaciona con ella. El segundo es el rasgo de ella que siempre le ha puesto más de los nervios. A pesar de esto, no le cabe duda de la falta de sinceridad de su madre. Es consciente de que la única información que va a sacar de esta conversación es la que le resulte conveniente a Inari. Quizás logre ponerla en evidencia por algún pequeño detalle, pero duda que esta sea una recompensa que convierta esta visita en algo útil–. Era uno de los menores alumnos de su promoción, y su licenciatura en Ciencia Arcana con especialidad en axiofísica lo convertía en un candidato ideal para el proyecto en el que me encontraba inmersa.
–Por favor, Inari, ahórranos la parte biográfica y, a ser posible, también los detalles técnicos. ¿Por qué pediste a Sersby que le investigase?
–Descubrí accesos anómalos a nuestros bancos de datos, y que se estaban utilizando las infraestructuras de la empresa para realizar simulaciones que no estaban relacionadas con nada de lo que se desarrolla aquí. No fue complicado averiguar las credenciales de quien estaba haciendo aquellos acceso pero, antes de denunciarle, quería asegurarme de que para quién las hacía. Al no saber si se trataba de espionaje industrial o de algún proyecto personal, preferí darle un voto de confianza y asegurarme de sus intenciones antes de actuar.
–Cuánta magnanimidad. Ante un posible caso de espionaje decidiste involucrar en ese asunto a tu hijo. Y tú, pedazo de descerebrado, aceptaste sin saber dónde te metías.
–Esa es una visión tremendamente simplista.
–Mamá –ha conseguido que utilice “esa palabra” para referirse a ella. Se siente decepcionada consigo misma. No ha tardado nada en lograr sacarla de quicio–, tu empresa tiene contratos con el ejército. Si sospechas de una filtración de cualquier tipo lo primero que tendrías que haber hecho es denunciarlo. ¿Es que soy la única persona con dos dedos de frente en esta familia?
–De cualquier manera, una vez muerto es altamente improbable que descubramos cuáles eran sus propósitos.
–Por supuesto, lo importante es eso –acaba de empezar y la conversación ya va cayendo en barrena–. Te vas a quedar sin tu respuesta de mierda. Pobrecita, su curiosidad no va a poder ser saciada. Y, ya de paso, “aquí no ha pasado nada”. No vas a denunciar el posible acceso a datos clasificados. Si no sale a la luz que estaba haciendo algo turbio, tú tampoco te verás afectada como responsable de su contratación.
–Puedes dejar la pose de ofendida cuando quieras. No voy a negar la conveniencia de lo sucedido, pero eso no me convierte en culpable de nada. Desconozco lo que hacía, para qué o para quién lo hacía. Si tanto te interesa este asunto, puedes presentar la denuncia. No tengo nada que ocultar. De cualquier manera, nada de esto implica cualquier tipo de implicación por mi parte en la muerte de Selish. Sersby estaba ahí. Puedes hacerle todas las preguntas que quieras.
–Tu calidad humana me embarga. Se nota que le tenías mucho aprecio.
–Querida, cuando tu edad se cuenta por milenios, que alguien cuya esperanza de vida apenas llega a los doscientos años muera a los treinta apenas supone una diferencia.
–Por suerte cada vez quedan menos como tú –ha tardado más de lo que esperaba, pero ahí está una vez más–. Algún día, fósil anacrónico, de tanto usar ese argumento se te terminará por atragantar.
–Si no tienes ninguna acusación más que proferir, tengo cosas que hacer.
–No, gracias –tal y como esperaba, esto solo ha sido una pérdida de tiempo–, me ha quedado más que claro todo lo que estás dispuesta a aportar en la investigación –quizás algunas cosas sean capaces de cambiar, se repite Lexa una vez más, pero su madre nunca dejará de ser una barrera insondable, impenetrable y monolítica prepotencia.
Tal y como esperaba, al salir del laboratorio Lexa tiene más preguntas que cuando ha entrado. No sabe qué investiga ella ni a qué se dedicaba el difunto. Por otro lado, el nivel de seguridad la Qwan Shig es muy elevado. No puede entrar a hacer preguntas sin una razón oficial. Quizás pueda tratar de sacar algo de información del personal. Por más concienciados que estén con los protocolos de seguridad, la ingeniería social siempre le ha resultado muy útil, pero eso requiere de tiempo. Un elemento del que no sabe si dispone.
Por otro lado, también ha salido del laboratorio con un nuevo dilema. ¿Debe denunciar a su madre?
Recorre los pasillos de salida tratando de recabar algún tipo de información. Tratando de crear perfiles de la gente con la que se va encontrando. Buscando informadores potenciales. Arrepintiéndose de no haber venido con uniforme.
–Igual así le habría hecho sudar un poco –tendría que haber venido con un plan más sólido. Con más información.
–Lexa –la voz de Sersby y su contacto vuelven a traerla de vuelta.
–Tú también podrías haber dicho algo ahí adentro –aparta su brazo de un manotazo y se le queda mirando con expresión de pocos amigos.
Sersby no dice nada y se limita a devolverle la mirada y esperar. A todas luces no ha sido capaz de engañarle ni provocarle con su arranque.
–Menudo apoyo que me he traído –bromea tras unos momentos de silencio.
–¿Para qué iba a decir nada? –le devuelve la sonrisa–. Tú lección de diplomacia me ha dejado sin palabras. Un descerebrado como yo no tenía ninguna posibilidad de aportar nada ante semejante alarde de de elocuencia y saber estar.
–No sé cómo lo consigue –prefiere centrar su atención de nuevo en su madre– pero siempre terminamos igual –nunca se habría imaginado que ella acabaría siendo el menos de sus males.
–¿Y qué hacemos ahora?
–Estoy totalmente a ciegas, y todo me dice que me largue de aquí. ¿Puedes contarme algo más? ¿Algo chungo o turbio que descubrieses acerca de ese tipo? ¿Algo que centre el punto de mira sobre otro?
–¿Qué quieres que te diga? Era un cerebrito sin vida social. Los únicos lugares entre los que se movía eran su trabajo y su apartamento. Durante todo el tiempo que le seguí creo que solo le vi saltarse esa rutina. Un día que había quedado con una tipa, pero no era nadie interesante. Otro cerebrito. Una antigua compañera de clase por lo que pude averiguar.
–No me das gran cosa con la que empezar a trabajar.
–Cada uno juega con lo que tiene.
–Entiendo que no sacaste nada jugoso cuando la investigaste.
–Nada. Ya te digo. Otra científica loca sin vida social. Ahora que lo pienso… puede que tenga menos vida social que el otro incluso ahora que está muerto. Parece una de esas fanáticas de la privacidad. Si logré enterarme de su dirección fue la seguía. No encontré nada sobre ella en el sistema. Me dediqué a esperar a que saliese de su apartamento durante unos cuantos días y no volví a verle el pelo. Supongo que pediría la comida a domicilio, porque tampoco llegué a verla salir para hacer la compra.
–Bueno, eso suena como algo parecido a un comienzo –algo con en lo que centrar su atención–. Puede estar ocultando algo. En fin, es lo único que tenemos. Dime el nombre de la chica. Veré si mis fuentes me pueden decir algo de ella.
–Daina. Daina Sij Ipsilaya.
–No me suena haber leído ese nombre en la documentación del caso. Pásame todo lo que tengas de ella. Más allá de eso, hasta no te avise intenta no hacer ninguna tontería.
–Descuide, agente. Solo soy un honrado ciudadano respetuoso de la ley.
Se produce un breve momento de silencio e incomodidad antes de que los dos acepten que la conversación ha terminado. Una situación empeorada por la indecisión a la hora de decidir qué dirección tomará cada uno. Se separan sin volver la mirada o decir nada más. Sin exteriorizar los temores que comparten. Sin saber muy bien qué hacer a continuación, pero con la necesidad imperiosa de hacer algo. De centrar su mente en algo que las mantenga ocupadas.
De repente, el miedo lo inunda todo. No han entrado en juego nuevos factores. No se ha hecho consciente de nada que no supiese hasta este momento, pero nada de eso importa. Desde el momento en el que se inmiscuyó en este momento ha sabido que cualquier acción que vaya a llevar a cabo tendrá repercusiones. De manera independiente a los métodos que utilice, su investigación dejará un rastro de datos. Generará una serie de herramientas que, más adelante, podrán ser usado en su contra. Siempre lo ha sabido pero, en estos momentos, la inquietud y la necesidad de precaución están siendo sobrescritas. Lentamente, van siendo sustituidas por el pánico. La mente de Lexa queda sumida en un torbellino de ideas y sensaciones. En un lugar que no se ve capaz de controlar.
–Idiota –la letanía que la acompaña desde que ha llegado regresa–. Esto ha sido un error. Solo tienen que sumar dos y dos. En cuanto alguien mire los familiares de “uno de los sospechosos” no tardarán en unir cabos. Saltarán todas las alarmas. Tu carrera se ha ido a paseo.
Cierra los ojos y trata de respirar con calma. Ha creado medidas de contingencia. Tiene respuestas plausibles para las preguntas más probables. Lo único que debe hacer es continuar con el perfil bajo. Ser cuidadosa con las pesquisas que lleva a cabo. No está en ningún caso, así que no puede usar los métodos oficiales. Alguien de su rango no puede auditar la vida de un civil sin que salten varias alertas. Debe mantenerse alejada de los medios oficiales. Para continuar con esta investigación tiene que hacerlo de la forma más anónima que le sea posible.
Por otro lado, cuando más retrasa su decisión, más se acerca su mente hacia el abismo. A otros miedos que van ganando fuerza. Hasta un lugar que poco tiene que ver con repercusiones legales o consecuencias laborales. Hasta unos ojos cerrados que la miran desde el interior de su propia mente. Se encuentra en una calle abarrotada pero eso no le impide sentir una soledad asfixiante. Ya no tiene a su hermano junto a ella y la rabia generada por su madre se va diluyendo. No le quedan anclas a las que aferrarse. Ningún lugar al que encadenar su mente para evitar que regrese a la deriva. El volumen de las voces a su alrededor comienza a distorsionarse. Sus frecuencias se atenúan mientras los rangos que es capaz de percibir se expanden. Incluso las luces que iluminan la eterna noche en la que viven los niveles inferiores parece diferente. Todo se ve difuso y teñido por un tamiz ocre. El mismo aire parece arrastrar una neblina de óxido. Una nube cuyo origen no es capaz de percibir, pero que sabe que se encuentra lejos de la ciudad o del mismo mundo.
Más allá de donde son capaces de alcanzar sus sentidos su intuición le dice que algo le está aguardando. En el umbral que separa las realidades una presencia informe se extiende de tal manera que lo abarca todo. Se puede ver por encima de los edificios y solapándose con ellos. Existe junto a ella y más allá del horizonte. En su interior bajo sus pies. Esta sensación lo ocupa todo. Llena todos los espacios. La ciudad pasa a encontrarse detrás de un velo difuso. De una fina lámina proyectada por su sombra. El horizonte que percibe Lexa se invierte. Con cada movimiento de esta entidad la ciudad se aleja. Con cada uno de ellos, la misma realidad parece retorcerse y quebrarse. Generan perturbaciones allí donde posa sus infinitos ojos. Ondas que, al entrar en contacto con el oxígeno, provocan que la atmósfera parezca gemir de dolor. Hay en este sonido una cualidad física. Una reverberación que no solo llega hasta sus oídos sino que también golpea su pecho y abdomen. Que transforma y consume cada átomo de su interior.
Hay algo terriblemente familiar en la mirada indiferente de esta entidad sin rasgos. Algo que la vincula con los temores encerrados en lo más profundo de su mente. En el corazón de esta mirada sin ojos, en el vacío que Lexa es capaz de percibir, habita algo que ella conoce pero no es capaz de ubicar. Sabe que esa es la presencia que la atormenta en sus pesadillas. Quien trata de arrebatarle el control. Quien expande su mente y sus sentidos para que sean capaces de experimentar nuevas formas de sufrimiento. Ambos se funden. En cada porción de su ser pasa a alojar un vacío insondable. Una vórtice que abarca cuanto su imaginación es capaz de concebir. Que le permite contemplar el final de mundos enteros. De sistemas, soles y galaxias. Una fuerza que le fuerza a devorar cuanto existe. A padecer, comprender y participar de cada agónica muerte que esto genera. Se ha transformado en el final. En la destrucción encarnada. En más de lo que su cuerpo o su mente son capaces de soportar. Su cuerpo se fragmenta a la par que su consciencia se ve diluida dentro de este nuevo ser. Lo físico y lo concreto dejan de tener sentido. Son conceptos ajenos a ella hasta que el roce con sólido le hace regresar parcialmente. En su estado de desorientación, sus movimientos espasmódicos han llevado a sus manos a tropezador con el arma que lleva oculta bajo sus ropas. Algo ajeno a ella. Un foco sobre el que comenzar a reconstruirse.
Un latigazo de dolor recorre todo su cuerpo. Un dolor diferente al que estaba experimentando. Uno más concreto y reconocible. Uno que logra disipar lo etereo. Su mente trata de aferrarse a esta sensación. A través de él es capaz de reconectar con un cuerpo que había olvidado. Con un cuerpo que no es capaz de comprender. Con la fuente de este nuevo dolor que la golpea. Apenas es capaz de reconocer quién es, pero su mente lucha por olvidar las experiencias por las que acaba de pasar. Por alejarse del lugar en el que acaba de habitar.
La oscuridad lo inunda todo. Una oscuridad provocada por su nuevo / viejo cuerpo. Por una parte de su topografía. Por unos párpados que permanecen cerrados. Dos órganos cuyo dolor les otorga nuevas cualidades. La presión a la que han estado sometidos parece haberlos inmovilizado. Se han convertido en sendos bloques solidificados e inamovibles. A su vez, tampoco es capaz de abrir su su mandíbula. Sus dientes parecen soldados. Lo único que es capaz de expresar su rostro es un rictus agónico. Tarda una eternidad en darse cuenta de que continúa conteniendo la respiración. Su cuerpo no recuerda los pasos necesarios para realizar este proceso. No es capaz de obtener una bocanada de aire. Pasa aún más tiempo hasta que es capaz de reconocer su propio peso. Hasta que se familiariza de nuevo con la manera en la gravedad tira de su cuerpo.
Finalmente logra separar sus labios. Abrir la boca para comenzar a respirar de nuevo, pero esta acción llega con un nuevo precio a pagar. Sus pulmones arden con cada bocanada. El oxígeno que comienza a renovarse en su sangre parece ser rechazado. Sus músculos y tendones continúan contraídos. Todo su interior se agita.
Su consciencia se resiste a regresar. Sus sentidos continúan embotados. Su cerebro no es capaz de interpretar las señales que le llegan a través de los oídos, el olfato o el tacto. Nota su peso, pero no el suelo sobre el que se sustenta. No es capaz de comprender su entorno natural. De enfocar o filtrar los impulsos. Se ve invadida por el vértigo mientras los sonidos de su alrededor provocan que su imagen mental de la realidad no deje de girar. No es capaz de ajustarse a su ritmo y nota cómo comienza a caer, pero algo detiene su descenso. Pasan unos momentos adicionales antes de que vuelva a ser plenamente consciente de quién es o dónde se encuentra. Hasta que deja de sentir su pecho aplastado y nota con toda su intensidad el resto de sus heridas.
Pero nada de esto la ayuda. El temor solo va a más. Un temor que le incita a no abrir los ojos por miedo a lo que pueda encontrar ante ellos. Aun así los abre y es recibida por el rostro de un extraño. Por la expresión de sorpresa y preocupación de la persona que ha detenido su caída. Sus labios se mueven, pero no es capaz de escucharle. Continúa desorientada pero, por puro instinto, forcejea para tratar de librarse. La sensación de peligro no la abandona. Aún es incapaz de controlar el instinto primario. Se impone el deseo de huir de ahí. La necesidad de recuperar el control. De alcanzar una seguridad que no sabe si llegará a ser capaz de conocer de nuevo. Ideas que, en estos momentos, su mente no es capaz de concepualizar o concretar. Lo único que puede hacer es alejarse de este lugar. Del foco de su miedo. De un lugar que no es capaz de ubicar.
Cada paso y cada movimiento son una tortura, pero huye durante lo que le parece una eternidad. Busca un lugar en el que ocultarse. Un espacio en el que sus sentidos no la saturen. Donde sentirse segura. Agotada física y mentalmente, pierde el sentido en un callejón oscuro. En una zona poco transitada. Un lugar en el que nadie la molesta. Donde se despierta dolorida horas más tarde.
Lentamente, la consciencia regresa hasta ella. Es capaz de reconocerse. Finalmente recupera el control de sus pensamientos y reacciones. Todo su ser lucha por evitarlo, pero trata de hacer memoria de lo sucedido. Necesita saber dónde está y cómo ha llegado hasta aquí. Por más que se esfuerza, no logra obtener respuestas a ninguna de estas preguntas. Su mente permanece sumida en la confusión. Un estado agravado por el estado de deterioro de su cuerpo.
Los recuerdos llegan como un golpe. Como imágenes mentales que la ciegan. Recuerda la ausencia de un cuerpo. Sentirlo como algo lejano. Como algo ajeno. Recuerda su manos moviéndose de manera autónoma. Tanteando a ciegas bajo sus ropas. Aferrándose con fuerzas a su arma. A lo único que le proporciona algo de seguridad. Recuerda no ser capaz de tomar una decisión. No saber qué pretenden lograr su memoria muscular o su reflejos entrenados. A una porción de su mente tratando de luchar contra ellos. Recuerda el peso de sus dedos. La oposición que le presentaba su propio cuerpo. Su cuerpo… y algo más. Algo que era ella sin serlo. Recuerda su corazón desbocado. Ciertas clases de dolor que reconocía y el puntal al que esto le permitía aferrarse. Los ritmos y patrones de su cuerpo que era capaz de reconocer. El único indicio que le permitía saber que continuaba con vida. Recuerda sus pulmones dejando de moverse. El peso de una fuerza invisible que inmovilizaba su caja torácica. Cómo esta comenzaba a comprimirse. Recuerda a su cuerpo tensarse para recibir el disparo de su propia arma. El impacto. La intensidad del dolor. Regresar hasta una versión mermada de sí misma. La necesidad de huir.
–¿Qué estabas pensando? –no sabe qué pretendía esa parte de su ser que disparó. Si buscaba poner fin al sufrimiento o, de alguna manera, sabía que esta clase de dolor se impondría sobre el otro–. Supongo que esto explica que me duela todo –decide dejar la respuesta a tipo de preguntas para más adelanta–. Dentro de lo malo, supongo que he tenido suerte.
Evalúa la situación y lleva a cabo el control de daños. Su brazo izquierdo parece roto aunque, a pesar del dolor, es capaz de usarlo. Los daños en la cadera, a pesar de las molestias cada vez que camina, parecen haber sido más leves. Retrasa todo lo que puede el volver a hacerse preguntas. El aceptar que esto no ha sido una alucinación ni una pesadilla. El diagnosticar todas las molestias que conviven con las que han sido causadas por la onda de su disparo. Se resiente de heridas más profundas. Daños que se extienden por el interior de su cuerpo.
Continúa sin saber qué dispara estos ataques en ella. Cuál será su progresión. Si, en el próximo, tendrá la misma suerte que en este. Recuerda los brazos de Sersby. Las heridas que nunca se cerraban. Se pregunta cuántas veces se las ha abierto para salir de este estado. Si ha sido esta visión la que ha llevado a su subconsciente a autolesionarse. Durante cuánto tiempo esto le servirá para algo. Cuando más piensa sobre ello menos respuestas obtiene. De alguna manera que no es capaz de concretar, “siente” que esta es la culminación del malestar que le ha acompañado durante las últimas semanas. Que abandonar la ciudad no le pondrá fin. Lo único que sabe es lo que le dicta la experiencia. Cada nuevo episodio es más intenso e impredecible que el anterior. Debería acudir a los servicios sanitarios de la ciudad, pero eso sería una pérdida de tiempo. Si no han podido hacer nada por Sersby duda que puedan hacerlo por ella. No quiere que su nombre aparezca en los registros del sistema más allá de lo estrictamente imprescindible.
Ante ella se presentan dos opciones; el terror y la ira. Dejarse llevar por la desesperación o enfrentarse a un problema para el que no cree tener solución. El debate interno se prolonga más de lo que le habría gustado, pero llega hasta una conclusión. Parece que, poco a poco, su parte racional se va afianzando. Decide no regresar hasta el laboratorio para golpear a su madre hasta que suelte lo que sabe. No le cabe duda de que, de alguna manera, está relacionada con esto pero, por otro lado, también está convencida de que un acercamiento amistoso tampoco llevará a nada bueno. Como mucho se ofrecerá a experimentar con ella. A someterla a otra serie infernal de pruebas como las que padecieron ella y su hermano durante su infancia. Decide centrar su atención en Daina. En un clavo ardiente al que se aferra sin demasiada esperanza.
Tiene que comenzar a moverse cuanto antes. Trata de levantarse y las piernas le fallan. Su sentido del equilibrio aún es precario. Su cadera dañada tampoco ayuda. Salir de la oscuridad del callejón únicamente sirve para constatar que sus sentidos tampoco están completamente operativos. Incluso la luz reflejada la ciega y provoca nauseas. Camina torpemente busca un lugar poco concurrido. Se siente anquilosada. Indefensa. Necesita apoyarse en los edificios para continuar. No logra quitarse de encima la sensación de estar convirtiéndose en el foco de todas las miradas. Comienza a escribir un mensaje a Sersby por su canal privado pero lo borra. No quiere preocuparle, y sabe que tampoco va a poder ayudarla. Se limita a informarle de su localización.
Lentamente va recuperando parte de sus capacidades. Sigue cojeando, pero deja de necesitar apoyarse a cada paso. Es capaz de llegar hasta un lugar con una conexión pública. Necesita un acceso en el que sus consultas se pierdan dentro del ruido. Donde solo sea una voz anónima más dentro del flujo de comunicaciones de la ciudad. Inicia su búsqueda. Sus primeras indagaciones las realiza mediante preguntas genéricas. El perfilado estándar. Conectarse a las bibliotecas. Realizar preguntas de amplio espectro de las que se esperan respuestas acotadas. Rastrea los medios locales. Las fichas de las universidades. Encontrar un punto de partida sobre el que comenzar a construir.
Activa el generador de interferencias y se dirige hacia de nodo de información de la ciudad más cercano. Desde este momento se convierte en un borrón informe para las cámaras, pero debe tener cuidado. El uso de esta tecnología dentro de las ciudades es ilegal. Puede cubrirle de un descuido, pero debe seguir evitando las cámaras igualmente.
No tarda en descubrir que Sersby tenía razón, y esto es una mala noticia. En una búsqueda superficial, el perfil de Daina es el de una persona en apariencia anodina. Alguien reclusivo con una vida “normal”. Esta búsqueda no va a ser sencilla y la sensación de urgencia no deja de crecer. Su expediente universitario no le da nada sólido sobre lo que seguir trabajando. Buenas notas, pero no encuentra un expediente laboral. Raro. Inari dijo que el difunto fue una de los mejores de su promoción, pero ella estaba por encima. Las empresas tendrían que haberse pegado por ella. Algo no encaja, Finalmente una buena noticia. Esto excede con mucho a lo anodino. Su mente se olvida del miedo.
Ningún patrón de comportamiento “normal” genera esta ausencia de información. La ausencia de resultados en su búsqueda no deja de ser en sí misma un indicio. No encuentra nada personal que haya expuesto ella en los niveles más superficiales de búsqueda y, cuando profundiza un poco más, solo ve datos estrictamente profesionales que hace mucho que no se actualizan. No encuentra ningún tipo de interacción social o laboral. O es una paranoica o está tratando de ocultar algo.
Su historia laboral parece cuadrar con sus calificaciones. Un breve paseo por diversas tecnológicas para terminar estableciéndose como una consultora independiente. Una consultora que se ha promocionado muy poco. Una cuyo nombre no aparece en ningún “paper” significativo. Encuentra menciones a ella en investigaciones llevada a cabo por la Qwan Shig, Ánnaxis, Obaru, Tiweg y… Ryshlen. Documentos muy viejos. El más reciente no tiene menos de tres años. Después de esto… nada. No logra dar con ninguna otra actividad laboral. O se ganó muy bien la vida con aquellos encargos, o se ha estado muriendo de hambre desde aquellos días.
–¿Dónde has estado desde entonces? –parece que estaba bastante bien relacionada, pero varios años sin publicar nada es mucho tiempo– ¿Tanto dinero hiciste que no te ha hecho falta trabajar más?
Nada cuadra. El currículo es cuando menos extraño. No parece seguir ninguna patrón. Las primeras empresas parecen indicar que buscaba trabajar en un entorno estable. En uno con fuertes enlaces con el gobierno, pero el caso de Ryshlen rompe por completo con esta dinámica. Se sale del territorio conocido. Es un salto arriesgado. Una empresa pequeña cuya sede madre se encuentra en otro país. Aunque, mirado desde un cierto ángulo, sí que es capaz de ver cómo encaja en el patrón. En su consejo de dirección hay una presencia muy importante de puestos políticos. De consejeros y asesores designados a dedo por el gobierno de Torquall.
–Muy bien –el dato no deja de ser algo arbitrario. No conoce el detalle ni el contexto–. ¿Esto me sirve para algo? –uno del que ni puede extraer ninguna conclusión válida. Pero no tiene nada mejor a lo que aferrarse.
Decide apostarlo todo a esta corazonada. Acceder hasta el sistema cerrado de su departamento. Con esto pone en riesgo su deseo por mantener oculta su implicación en este caso, pero aún le queda algún recurso por explotar. Trata de acceder con varias credenciales que deberían haber sido deshabilitadas. Cuentas de un único uso sin una vinculación directa con ella. Los permisos de acceso que tiene con ellas son muy restringidos, pero suficientes para obtener la información que busca. Logra conectarse con la quinta de ellas. Alguien no ha hecho bien su trabajo, y esto es algo que le viene muy bien en estos momentos. Aun así, sabe que no tiene mucho tiempo. Pronto será deshabilitada y su presencia no pasará desapercibida en las auditorías. Una vez más trata un acercamiento de perfil bajo. Consultas poco específicas. Que quien analice el histórico de uso de ese usuario no pueda sacar conclusiones acerca del propósito real para el que ha sido utilizado.
Busca los expedientes de casos relacionados con los campos de estudio de Daina. Los filtra por aquellos en los que se se ha investigado a gente de esta ciudad. Acota la búsqueda para que solo me muestre los de los últimos tres años. Accede a cada uno de ellos en el orden en el que se los va mostrando el sistema y les dedica una cantidad de tiempo similar a cada uno de ellos.
–Lo sabía –no puede evitar el que asome una breve sonrisa. Finalmente encuentra algo que puede significar algo. Un expediente en el que se menciona a Daina–. Sabía que ocultabas algo –por fin una pequeña victoria–. ¿Qué has estado haciendo, malnacida? ¿Con qué has estado jugando?
La decepción no tarda en llegar. La información que obtiene no es demasiado detallada. Por otro lado, la fecha del expediente tampoco le sirve. Coincide con el tiempo que trabajó para la Rysehlen. Esto podría implicar dinero del extranjero. La participación de peces gordos de Torquall. Pero la investigación es demasiado vieja. Más allá de esto, permanece en el limbo de los casos congelados por las razones habituales. No puede detenerse aquí. Esta es una trama demasiado larga y compleja. Los enlaces se extienden más allá de donde tiene acceso en estos momentos. Es todo demasiado intricado como para poder comprender toda su extensión en el tiempo que se ha autoimpuesto.
Aun así, la posibilidad de profundizar le resulta tentadora. Accediendo a los expedientes clasificados tendría una visión global. La comprensión de los datos sería más sencilla. Podría consultar las conclusiones de los investigadores del caso. Pero no quiere tentar más su suerte. Le queda claro que esto no es lo que está buscando. Lo único que tiene entre manos son indicios de su implicación en un posible caso de espionaje industrial. Una trama con nombres importantes y acusaciones de traición. El caldo de cultivo ideal para un incidente internacional. El caso perfecto para guardar en caso de necesitar generar tensión política.
El procedimiento estándar para este tipo de casos conlleva la monitorización regular de los implicados. Se pregunta qué papel tiene Daina en esta trama. Su su relevancia dentro del organigrama la ha convertido en una persona de interés. Si es consciente de que ha sido investigada. Si llegó a ser interrogada o a declarar. Si su ausencia de la vida social se debe a que se ha convertido en un testigo protegido. Teorías y elucubraciones que no le llevan a nada. Lo único que sabe a ciencia cierta es que su perfil sigue siendo algo tremendamente anómalo. No impoluto, sino prácticamente inexistente. Un perfil fabricado. Se pregunta si la persona a la que ha estado siguiendo su hermano es realmente existe. Su mente continúa sumida en estas disquisiciones mientras prosigue de manera metódica con la apertura del resto de expedientes. Las imágenes y los textos pasan ante sus ojos sin que les haga demasiado caso. Trata de prestar atención pero no encuentra palabras o patrones a los que agarrarse. Su atención se diluye mientras trata de pensar en sus siguientes pasos. Mientras nota cómo se le nubla la mirada. Cómo los sonido de su alrededor comienzan atenuarse. Trata de enfocar la mirada pero no logra que esta le proporcione una imagen nítida. No es capaz de determinar si cuál es la causa de esto. Si su cuerpo está a punto de colapsar como consecuencia de lo deteriorado de su estado o si se trata del inicio de un nuevo ataque. Nota cómo el miedo comienza a apoderarse de ella y actuar de forma instintiva. Sujeta enérgicamente su brazo roto y comienza a retorcerlo. El latigazo de dolor es instantáneo y provoca que el resto de sus preocupaciones pasen a un segundo plano. Su visión no mejora, pero se encuentra en un escenario conocido. Uno en el que es capaz de pensar con claridad.
¿Qué ha logrado hoy? La única victoria del día ha sido pírrica. Una vez más ha burlado al sistema. El pobre diablo a quien le toque investigar la auditoría del tráfico que ha generando se va a aburrir mucho. Los algoritmos no encontrará ningún patrón reconocible. Nada de esto importa. Quizás encuentren algo, pero para entonces es probable que ella ya esté muerta.
–Idiota. Céntrate –trata de alejar estos pensamientos. Necesita darse prisa. Una voz en su cabeza le dice que sigue dando palos de ciego. Que el clavo al que se aferra cada vez está más caliente, pero se niega a soltarlo. Es lo único que tiene.
Comienza a moverse sin saber hacia dónde se dirige o qué hará a continuación. La molestia de su cadera se hace patente y parece acentuarse con cada paso, pero el movimiento y el dolor parecen despertar algo en su interior. La visión va regresando lentamente. La neblina que ha enturbiado sus pensamientos parece disiparse. Trata de hacer un resumen de lo que sabe mientras revisa la información que le ha proporcionado Sersby. Hay ciertos datos que se complementan. Huecos básicos de la información del ministerio que son cubiertos con los que le ha proporcionado su hermano. Algo tan trivial como encontrar una dirección se convierte en una pieza clave a la hora de ayudarla a decidirse. Ahora sabe dónde encontrar a Daina. Su mente comienza a trazar algo que se parece levemente a un plan. El acercamiento metódico ha fracasado a la hora de obtener respuestas. La documentación no le ha proporcionado lo que necesita y se queda sin tiempo. Toca una aproximación personal.
Continúa alejándose del lugar en el que ha pasado casi todo el día. Del lugar y el origen desde los que ha establecido las conexiones con el ministerio. Cambia de nivel y se monta en el primer transporte público que se cruza en su camino. Busca un nuevo acceso público al que conectarse. Aun en su estado de confusión mantiene los mecanismos de salvaguarda. La esperanza de tener una vida si logra salir con bien de esto. Necesita otro medio anónimo a través del que llamar a un vehículo autónomo. No quiere que el origen de las búsquedas que acaba de realizar se pueda relacionar con lo que pretende hacer ahora.
Los minutos de espera se hacen eternos hasta que llega el vehículo, pero le sirven para terminar de recomponerse. Para ser capaz de concretar sus siguientes pasos. Cuando lo ve aparecer no puede evitar una sensación de excitación y temor. Mientras sube cruza los dedos para que su plan sea viable. Se centra en el plano más técnico tratando de alejar cualquier otra preocupación de su mente. Le cuesta alcanzar una posición cómoda en su interior. No parece que los diseñadores pensasen en la ergonomía. No al menos en la logística necesaria para acomodar a alguien que se encuentra en su actual estado. El vehículo es nuevo, pero su habitáculo está muy lejos de ser cómodo. Algunos dirían que se trata de un diseño “clásico”, otros que su estilo es atemporal o elegante, pero la palabra que acude a su mente a la hora de describirlo es arcaico. Incómodo. De cualquier manera, no han sido el esnobismo o la innovación las características que la ha llevado a elegir su transporte. A pesar de todas sus carencias, confía en que disponga de una cualidad de la que otros carecen.
Este modelo de vehículo venía de serie con un error en su diseño. Una vulnerabilidad que puede ser explotada para acceder hasta el sistema de la compañía. Información que no debería ser accesible desde el exterior. Se trata de un error que aún no ha sido hecho público, pero esto no ha impedido a ciertas agencias de inteligencia aprovecharse de él. Agencias como aquella para la que trabaja Lexa. A través de ella ha tenido acceso hasta las claves que le dan acceso para explotar este fallo. Un acceso irrastreable hasta información que puede llegar a granjear mucho dinero. Pero no quiere datos financieros o información personal de los clientes de esta empresa, sino algo mucho más inocuo. Todos los vehículos autónomos tiene acceso en tiempo real hasta el flujo de datos que proviene de las cámaras de las zonas habilitadas para el tráfico. Lo necesitan para ser capaces de crear rutas óptimas. Para evitar accidentes y zonas congestionadas. Datos que son volcados temporalmente hasta la infraestructura de cada fabricante. Información que es procesada y analizada para proporcionar un mejor servicio. Para obtener patrones de uso y ofrecer unas trayectos más fiables que las de la competencia.
Si nadie ha hecho bien su trabajo en los últimos meses, su clave le permite acceder hasta esos datos históricos de forma anónima. Puede ver las imágenes que han estado grabando esas cámaras a lo largo de los últimos días. Puede ver los movimientos que han tenido lugar en la zona en la que vive Daina. Su falta de fe en la competencia de los trabajadores de esta empresa no tarda en verse recompensada. Antes de despegar, y mientras comienzan a ser proyectados estos datos en las diferentes superficies de la cabina, manda un mensaje a Sersby indicándole que se dirija hasta ese punto.
Las imágenes no son demasiado buenas. Las cámaras se centran en el espacio aéreo. En las zonas que pueden ser transitadas por los vehículos. Aun así, puede llegar a reconstruir algo similar al día a día de la entrada principal de ese bloque desde diferentes ángulos. Una zona que parece bastante tranquila. Apenas hay movimiento ahí. Esto es algo bueno. No le costará distinguir los movimientos de su sospechosa.
No ve ningún movimiento de su objetivo durante el último día, así que decide retroceder más. Mientras continúa retrocediendo en las grabaciones su decepción no deja de aumentar. Tiene que retroceder cuatro días hasta ser capaz de detectar cualquier actividad de alguien parecido a la mujer que ha visto en el expediente o a las imágenes que le ha proporcionado Sersby. Hasta el momento en el que ve cómo esa persona abandona el edificio.
–Hace mucho que saliste de casa. ¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado? ¿Tienes otra ruta de entrada… o has muerto? –este último pensamiento hace que se estremezca– ¿Eres otra víctima de todo esto?
Trata de seguir sus pasos a través del sistema de cámaras. De leer su lenguaje corporal. De encontrar algo a lo que aferrarse. Pero fracasa en todas estas misiones. Hace que las imágenes se solapen a su alrededor. Crea diversas líneas de tiempo que son reproducidas sincopadamente. Se superponen y complementan, pero la información que se muestra ante ella continúa siendo insuficiente. Más aún cuando no sabe exactamente qué está buscando. Tanto el campo visual como la calidad de la imagen de la que dispone es demasiado limitado. Pierde a su presa y vuelve a encontrarla varias veces. Contempla cómo se escurre entre callejones a través de los que no es capaz de seguirla. Emerge momentos después por otro extremo, pero los códigos de tiempo no me permiten calcular con exactitud su velocidad. Si se ha retrasado en exceso dentro de alguno de ellos. Si ha dejado o recogido algo en ellos. Apenas iba cargada. No llevaba equipaje ni parecía dispuesta a iniciar ningún viaje largo. Finalmente, la ve entrar en uno de los elevadores. Esta es su última pista. No es capaz de ver en qué nivel salió. Reinicia todas las proyecciones que tiene en curso. Sincronizada la señal de varias fuentes con otros códigos. Revisa una vez más el flujo de datos, pero no logra encontrar nada nuevo.
–¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado?
Estas preguntas no dejan de repetirse en su mente en un bucle infinito. Pero sabe que no va a obtener respuesta en las imágenes que la rodean. Podría retroceder más en las grabaciones. Tratar de averiguar más acerca de su día a día. Saber hasta qué punto este comportamiento es algo aislado. Pero nada de esa importa. No solo se está quedando sin tiempo, si no que también se ha quedado sin su único asidero. Todo su cuerpo se estremece tratando de asimilar esta noticia. Aferra su brazo dolorido temerosa de que esta nueva decepción le provoque un nuevo ataque. Su cuerpo se encoje atenazado por el dolor hasta alcanzar una posición casi fetal. Cierra los ojos y aprieta los dientes con fuerza. Permanece en esta posición durante un tiempo que no es capaz de determinar. No lo abandona hasta que recibe la llamada de Sersby indicándole que ha llegado hasta el punto de encuentro.
Mientras hace descender el vehículo, su mente trabaja a marchas forzadas. Su pensamiento lateral trata inútilmente de lograr sacar algún partido de la información que ha logrado recopilar. Necesita desesperadamente saber cuál será el siguiente paso que debe dar. Debe recuperar la sensación de control. Engañarse. Fingir que tiene un plan al que ceñirse. Romper la quietud.
Mientras la puerta del vehículo se abre las imágenes y el flujo de datos permanecen en el aire. Apenas es capaz de ver a Sersby a través de la nube de información. Lo único que le llega de él es su voz.
–Vaya, veo que has estado ocupada ¿Esto que estás mirando es legal?
–No preguntes estupideces y no te mentiré.
–¿Haces esto por mí? –su tono trata de ser desenfadado, casi burlón, pero fracasa. Su capacidad para ocultar que se encuentra igual de mal que ella ha desaparecido por completo–. No sabía que me apreciases tanto.
–Aparta y déjame salir.
–¿Has averiguado algo nuevo? –hay miedo, inquietud y urgencia en su voz. Emociones que dejan entrever en un segundo plano el agotamiento y la preocupación– ¿Algo que nos pueda servir? –no se encuentra bien, y cada nueva pregunta solo sirve para evidenciar este hecho.
–Sí y no –elimina toda la información almacenada en los dispositivos del vehículo y los transfiere a su terminal antes de salir y enviarlo de vuelta a su empresa–. Esa mujer dista mucho de ser un angelito, pero no sé si es lo que buscamos.
–Menuda súper espía que no es capaz de encontrar a una empollona.
–¿Le hablaste a Inari acerca de ella?
–Sí, claro. Ese era el trabajo.
–¿Te dijo que habían coincidido trabajando en Qwan Shig?
–No. No mencionó nada a ese respecto.
–Por supuesto ¿qué otra cosa puede esperarse de ella? –la respuesta no la sorprende, pero no por ello resulta menos decepcionante–. ¿No dio señales de preocupación cuando se lo comentaste? ¿No te pidió más información sobre ella?
–No.
–¿No te pidió que la siguieses?
–No. Nada de nada. Lo que averigüé sobre ella fue por iniciativa propia.
–¿No te pidió que la matases?
–¡¿Qué?! –su sorpresa parece sincera–. ¡No! –en su rostro puede leer la misma cantidad de indignación como de decepción ante esta pregunta.
–No ha aparecido por su casa desde antes de tu incidente y no logro dar con su paradero en las grabaciones –trata de actuar como si la anterior pregunta hubiese sido un mero trámite–. ¿Sabes dónde ha podido ir?
–No –se produce un momento de silencio mientra Sersby clava su mirada de indignación en ella. Esta permanece durante unos segundos en su rostro antes de disolverse–. La enterré tan bien que no soy capaz de recordar dónde lo hice –muta en una expresión de de burla y desafío. Pretende ser ambigua. Generar duda en ella.
–Ha quedado claro. Eres un tipo duro y peligroso. ¿Puedes añadir algo que nos pueda servir?
–Mientras la investigué no pasaba mucho tiempo fuera de este edificio. Tampoco vi que se reuniese con nadie más que con el difunto. Parecía otra rata de laboratorio. Más aún que el muerto.
–Perfecto. No sabemos dónde está. No tenemos ni idea de cómo buscarla o con quién puede estar. Puede que vuelva o que se haya largado. Échame una mano. Me estoy quedando sin ideas.
–Si me estás preguntando qué haría yo, tal y como yo lo veo la cosa sería sencilla. Patada en la puerta y a ver si ha dejado atrás algo que nos pueda servir.
–Por supuesto, ¿cómo no? –trata de buscar un argumento con el que rebatir la propuesta pero, no solo no da con ninguno, sino que se sorprende al darse cuenta de lo poco que le preocupa–. En fin, dudo que esto vaya a ir a peor –Sersby la mira con sorpresa y preocupación. En otra situación ella se miraría a sí misma de la misma manera–. ¿Qué? Ya te he dicho que estoy sin ideas.
–Te iba a decir que tienes una pinta horrible, pero por dentro debes estar aún peor que por fuera. ¿Te has dado algún golpe en la cabeza?
–Mejor empezamos a movernos y te cuento mis batallitas más tarde –el mero ademán de girarse hace que su cadera le recuerde su estado. La encuentra entumecida tras varias horas en el vehículo y cruza los dedos para que el ejercicio no lo empeore.
–¿Pregunto por la cojera?
–Mejor lo dejamos para otro momento.
–¿Cómo es de grave?
–Por el momento aguanto –no se gira hacia Sersby mientras responde. No quiere que su rostro termine de delatar la mentira que intentan ocultar sus palabras. La cadera se le resiente un poco durante los primeros pasos, pero no tarda en encontrar un ritmo en el que el dolor pasa a ser una molestia soportable.
–¿No será más sensato que te miren eso ahora?
–Lo que me preocupa de verdad es que tú seas el sensato de los dos –trata de sonar sarcástica. De convencerse a ella misma de que esto no es una estupidez. De impedir que la incertidumbre que lucha por dominarla quede exteriorizada. Necesita sonar segura, pero apenas es capaz de lograr que su voz no tiemble.
–De acuerdo. ¿Cuál es el plan? ¿Tienes alguna puerta secreta por la que entrar ahí? ¿Una llave universal? ¿Algo con lo que saltarte los sensores biométricos?
–No –esta respuesta es matizable, pero la costumbre y los protocolos le llevan a mentir por defecto. La mentira repentina hace que su estado de ánimo mejore Que se más entera. Que se reconozca a sí misma–. Veo que sigues viendo demasiada ficción –alguna de las opciones que ha planteado sería viable en el caso de estar oficialmente en un caso, pero ni se da el caso, ni está de humor para iniciar un debate, ni considera que este sea un buen momento para abrirse ante su hermano en lo referente a los detalles concretos de su trabajo–. ¿No eres capaz de hacernos entrar en un edificio como este sin ser invitados? –se guarda esa carta para usarla en el caso de que Sersby no sea tan polivalente como afirma ser. Pensar y planificar utilizando medidas de tiempo superiores a unos minutos logra que su confianza se vea reforzada.
–Me ofende usted, señora.
Por un breve momento se produce un cambio en su estado de ánimo. En la expresión de su hermano emerge una sonrisa que conoce. Le muestra una autosuficiencia que le resulta familiar. Que logra imponerse sobre el dolor. Una mueca burlona y cómplice que le hace sentir en casa. Lexa se ve reflejada en su gemelo. Estar juntos parece mitigar la carga y el miedo de ambos. Se sorprende a sí misma devolviéndole la sonrisa y la complicidad. Al encontrarse mejor. Más animada. Capaz de salir con bien de esto. Sersby puede ser un idiota y un descerebrado. Puede ser un dolor de cabeza constante, pero siempre ha sido capaz de sacarle una sonrisa en el momento más inesperado. Despierta en ella la chispa de algo que creía muerto. De una esperanza que lucha por abrirse camino. Aun así, se niega a dejarse llevar. Necesita mantener la calma. Pensar con frialdad. Para el momento en el que ambos comienzan a andar ese instante de levedad ya se ha desvanecido.
La operativa para acceder hasta el bloque es sencilla, aunque cada segundo de espera se le hace eterno. Una sensación que parece ser compartida por su hermano. Mientras accede a los controles Lexa detecta leves temblores que recorren todo su cuerpo. Espasmos que lucha por controlar. Pequeños combates internos en las que resulta perdedor. Que le obligan a comenzar de nuevo ralentizando toda la actuación.
Al llegar hasta la puerta principal del edificio, esta se abre ante ellos. Los reconoce como inquilinos. Tanto el ascensor como la puerta de la habitación de Daina los reconoce de la misma manera. Una vez que han entrado en la habitación, Lexa se permite un suspiro de alivio.
El apartamento consiste en una única gran habitación. Un recinto que parece más una oficina o un laboratorio que un hogar. Todo el espacio se encuentra supeditado a un único propósito: alojar la maquinaria que invade cada uno de sus rincones. No es capaz de identificar toda la tecnología que encuentra ante ella. No hay cocina. El baño y la cama se encuentran incrustados en paredes móviles. El acceso hacia ellos se encuentra sepultado bajo amasijos de cables y tubería. Inaccesible como consecuencia de los apilamientos de máquinas. Desconoce si todo esto es chatarra o prototipos de algo nunca visto, pero lo único que le queda claro a Lexa es que no se trata del equipamiento que uno deja atrás a la ligera. Si Daina se ha visto obligada a huir, lo ha hecho sin tener tiempo de recoger sus cosas. Tiene la sospecha de que volverá cuando le sea posible para recuperar lo que tiene aquí, pero no tiene tiempo para esperarla. Sea como fuere, cuando casi nada de esto le sirve para gran cosa. Se deja guiar por la memoria muscular y comienza a sacar fotos de todo. Hoy no le sirven para nada, pero quizás en el futuro le sirva para promocionar. También puede ser una buena coartada para justificar su presencia aquí. Pensar en un posible futuro logra hacer que se relaje un poco. Que mire con nuevos ojos la escena. No es el momento para investigar con detenimiento el propósito de estos aparatos. Espera que haya tiempo para hacerlo en otro momento. Su foco es otro. No encuentra ningún soporte físico con el que trabajar. No hay papeles con apuntes o notas. No hay calendarios con citas o agendas con contactos entre sus pertenencias. Se centra en buscar algo a lo que conectar su terminal. Cualquier fuente potencial de información que sea capaz de procesar. Datos que le indiquen los movimientos de Daina o su propósito. Que la puedan ayudar a poner fin a lo que les está sucediendo.
Sonría para sí misma cuando da con el acceso al sistema personal de su presa. Obtener acceso hasta él le resulta ser algo más sencillo que el trabajo que le ha costado encontrarlo. Es un acceso protegido pero, a todas luces, sus conocimientos en el campo de la seguridad son bastante limitados. Por otro lado, le queda claro que no se ha planteado que alguien pueda tratar de realizar un análisis forense de sus datos. No puede evitar una sensación de decepción. Esperaba algo más de resistencia de la persona que ha trabajado tanto la protección de privacidad.
Su calendario está vacío. Los datos han sido borrados intencionalmente. Quiere ocultar algo. Esa es una buena noticia. Por otro lado, ve que esta información solo se guardaba en este sistema. Antes de ser eliminados, tanto estos como el resto de datos fueron copió hasta otro soporte. Los indicios que recibe de Daina parecen contradictorios. Algunos cuadran con la persona precavida que esperaba encontrar, mientras que otros le muestran a alguien descuidado. Su presa ha sido muy torpe.
Armada con esta información se permite alimentar la esperanza. Porque puede haberlos hecho desaparecer la información del sistema, pero no ha hecho lo mismo con los registros que han delatado su existencia. Tiene nombres y rutas. Fechas y tamaños. Número de modificaciones y respaldos mas frecuente de cada documento. Los datos necesarios para determinar qué información resultaba más relevante para el sujeto que está investigando. Que le permiten dictar un orden de prioridad a la hora de determinar sobre cuáles debe centrar su atención. Ya sea por su incompetencia o por lo inesperado de la huida, no le cabe duda de que antes de antes de que finalice la noche podrá disponer de un perfil bastante preciso de sus últimos movimientos. El trabajo será lento y laborioso, pero no complicado.
Los datos van apareciendo lentamente y algunas de sus sospechas se confirman. La interacción humana ha sido reducida a la mínima expresión. La gran mayoría de los apuntes hacen referencia a sus experimentos. Simulaciones cuyo propósito no es capaz de acotar. Fechas de inicio y de final estimadas para cada prueba. Correcciones a partir de los datos obtenidos y nuevas intentonas. Las repeticiones y la nula separación entre ellas le indican que estaba en una búsqueda desesperada.
Más allá de esto, puede ver también que, en los días previos a irse, se había citado con el difunto. El nombre de su anterior cita con un ser humano hace que le hierva la sangre. No le sorprende ver el nombre de su madre ahí, pero esto no logra que el enfado sea menor.
–Por supuesto –solo leer el nombre hace que le hierva la sangre–. Tendría que haber seguido mi primer impulso. Debería haberle sacado la información a base de golpes –toma aire y lucha por recuperar la calma. Pasan unos minutos antes de logre regresar hasta un estado de ánimo que le permita continuar con su recorrido por la agenda de Daina.
Tiene que retroceder varios mucho más antes de encontrar cualquier otro contacto humano. Nombres que, en su gran mayoría, no le dicen nada. Meses antes de retomar el contacto con su difunto compañero de estudios, hay un nombre que aparece mencionado con frecuencia; Arcanus. No es capaz de detectar un patrón en esas citas. No se especifican ni horas ni lugares. Tampoco aparece entre sus contactos. No sabe si se trata de un nombre real o de un seudónimo. Todo resulta demasiado vago como para que pueda tirar de este hilo.
Necesita recuperar más de un año de información antes de dar con un nombre nuevo; Rogani. Esto significa malas noticias. Si se trata de quien cree, los problemas en los que se ha metido son mucho más grandes y complejos de lo que creía. Otro inmortal. En lo más hondo de su ser desea que se trate de otro persona, pero este no es un nombre común. Por otro lado, la ubicación de las citas que tuvieron parece dar al traste con sus esperanzas. No desea cruzar su camino con uno de los personajes más poderosos de la escena política de Torquall. Esto implica cambiar el terreno de juego y llevarlo hasta la escena internacional. Un serio dolor de cabeza para quien termine metiéndose en medio. Por otro lado, confirmaría algunas de las teorías que ha encontrado su investigación previa.
–¿En qué te has metido, Inari? –no le importa la distancia temporal que separa las citas. No importa cuánto tiempo dedique a tratar de tranquilizarse. El nombre de su madre no se le va de la cabeza. No cabe la menor duda de que es culpable de algo–. ¿En qué nos has metido? –no hay tantos inmortales como para achacar esto a la casualidad–. Siempre con la mierda hasta el cuello. Nada nuevo.
Lo opacidad de las ventanas comienza a disminuir mientras las luces del exterior se activan. Estaba tan absorta en sus elucubraciones que ni siquiera se ha dado cuenta de que ya ha llegado la mañana. En breve comenzará la actividad en el bloque. Tienen que salir de aquí cuanto antes. En caso contrario, correrán el riesgo de ser vistos por algún vecino que va a trabajar. Copia toda la información que ha logrado en su terminal y trata de dejarlo todo como estaba. Un ojo experto no tardará demasiado en detectar la presencia de alguien en este lugar, pero no tiene tiempo para más.
–Vámonos.
Nadie responde. ¿Qué ha estado haciendo Sersby mientras ella trataba de recuperar la información? Estaba tan concentrada en el espacio virtual que no ha hecho caso a su hermano.
Pasea su mirada por la habitación hasta que lo encuentra hecho un ovillo contra la pared. No es capaz de verle el rostro oculto entre ambos brazos. Las heridas de sus antebrazos se han abierto y la sangre empapa las mangas de la camisa. Aun así, sus manos continúan apretando con fuerza. Su cuerpo se ve sacudido por espasmos súbitos. Se mece al ritmo de unos síntomas que es capaz de reconocer.
–¡Sersby! –se acerca hasta él como impulsada por un resorte. La adrenalina que genera le permite ignorar el dolor de la cadera ante lo súbito de su movimiento–. ¿Cuánto tiempo llevas así? –trata de levantarlo, pero no hay ninguna respuesta. Se ha convertido en un peso muerto.
Forcejea con él. Intenta romper la presa con la que se aferra a sí mismo. A duras penas logra vencer la resistencia de su cuello y extraer la cabeza de entre sus rodillas. Su mejilla derecha está teñida de rojo mientras la sangre desciende lentamente por ella. Un rio cuyo nacimiento se sitúa en la comisura del ojo. En el interior de una córnea cuyo convertido es una puerta hacia otro lugar. Hacia un amasijo convulso de fuerzas que colisionan y se funden. Un océano carmesí de oleaje embravecido que ha sepultado su pupila e iris. El corazón de un torbellino en constante movimiento que parece luchar abandonar los confines de su cuerpo.
Lexa lucha contra el pánico y le abofetea. Si no reacciona a sus palabras quizás lo haga a un acercamiento más directo. Necesita ver si hay algún tipo de respuesta. Le grita y golpea, pero nada de esto da resultado. Lo único que obtiene es un rostro consumido por la agonía. Sus labios se mueven, pero no son capaces de emitir ningún sonido coherente.
–¡Levanta!. Tenemos que irnos ya –sus intentos no parecen llegar hasta alguien receptivo. La mente de su hermano está muy lejos de esta habitación. El punto de fuga de su mirada se pierde en otro lugar más allá de ella. En un lugar que le llena de horror.
Trata de incorporarle y se sorprende al descubrir lo poco que pesa. Incluso sin ninguna ayuda por su parte, el peso muerto que supone su cuerpo resulta de una ligereza imposible. Una vez que logra cargarlo sobre su hombro este peso parece aumentar, pero la no se trata de una sensación duradera. Se convierte en una carga cuyo peso oscila por momentos. Su temperatura parece descontrolada y es capaz de notar el calor a través de su ropa. El calor y algo más. Sus músculos continúan tensándose y parecen romperse bajo la piel. Sacarlo del apartamento y llegar hasta el elevador le cuesta casi todas las energías de las que dispone. Un esfuerzo que la deja sin aliento. Se apoya contra uno de los laterales y trata de mantenerse erguida a pesar del dolor. Respirar se convierte en una actividad complicada durante todas la bajada. Una situación que no deja de empeorar con cada uno de los movimientos espasmódicos de su carga. Aun así, no se atreve a dejarlo en el suelo mientras dura el trayecto por miedo a no ser capaz de volver a situarlo hasta su hombro.
Para el momento en el que llegan hasta la planta baja su cuerpo ha continuado sufriendo alteraciones. Sus músculos se contraen para, acto seguido perder toda tensión. En algunos momentos solo es consciente de que lleva la carga porque sigue sujetando su brazo para evitar que se caiga.
–Aguanta –su cabeza trabaja a toda velocidad tratando de encontrar una solución–. Te voy a conseguir ayuda –trata de catalogar y barajar las posibilidades que pueden estar en su mano, pero nota cómo su mente comienza a fallar.
La parte final del trayecto la realiza en modo automático de supervivencia. Ya no le preocupan las cámaras o los vecinos. Cualquier elemento que pueda poner en peligro su carrera pasa a transformarse en una ayuda potencial, pero no tiene suerte. Nadie se cruza en su camino antes de llegar hasta la calle. Hasta una calle vacía. Deja el cuerpo de Sersby en el suelo de malas maneras. No se encuentra en condiciones de ser delicada. Cada vez se le hace más complicado el detectar sus signos vitales. Aparecen y desaparecen de manera intermitente. Cuando logra detectarlos, estos son muy débiles y cada vez son más lentos, pero también sufren espasmos de actividad desatada. El tiempo transcurre y nadie aparece. Desesperada, activa la señal de emergencia de su identificador recriminándose por no haberlo hecho antes. Su maldito orgullo puede costarle la vida a Sersby. Es muy improbable que pueda llegar ayuda oficial en menos de media hora.
–¡Vusarch! –conecta su comunicador y trata de abrir un canal con el único contacto que tiene en los cuerpos locales–. ¡Necesito transporte urgente ya!.
No obtiene ninguna respuesta.
–Esto no va a terminas así. Esto no va a terminar así –la sangre continúa brotando del ojo de su hermano y mientras universos parecen colisionan en su interior–. Piensa, piensa.
El rostro de Sersby está desfigurado por una mueca agónica. Por una expresión que, hasta ese momento, solo había visto en las imágenes del difunto que ha dado inicio todo esto o en sus propios delirios. Pero ver ante ella esa expresión lo cambia todo. Convierte lo que vivió en algo de lo que ya no puede escapar. Algo real. Una amenaza que no puede ignorar durante más tiempo. Que repta desde lo más profundo de su ser buscando una salida. Nota cómo impregna cada una de sus nervios y músculos. Como consume sus neuronas. Como viaja a través de su torrente sanguíneo.
Está en todos esos lugares y en ninguno. Todos sus sentidos se ven afectados por una sensación de túnel. Un túnel que se estrecha con ella dentro. Un pasadizo sin comienzo ni final. Infinito y asfixiante. Más allá de sus paredes, las cuencas abisales de una entidad indiferente la contemplan. No es capaz de verlas, pero sabe que están ahí. Lo nota en los espasmos que sufre la misma realidad. Puede escuchar el grito agónico de cuanto existe sumándose al suyo. Vuelve a ser uno con el todo que se desvanece. Vuelve a padecer el final de millones de vidas. Puede sentir cómo el tacto de su propio cuerpo es reemplazado por un dolor desgarrador. Por la descomposición de todo cuanto es mientras deja de existir.
Imponiéndose sobre la agonía y la desesperación logra aferrarse a un pensamiento. Al retazo desdibujado y lejano de un recuerdo sobre el que trata de construir su huida. Aún es capaz de sentir la proximidad de Sersby. Algo real. Algo tangible. Algo que le ancla a un momento en el tiempo que cada vez se hace más cercano. Casi es capaz de verlo más allá del velo que le separa del mundo que conoce. Casi puede tocarlo cuando una figura se antepone en su camino. Solo es una sombra cuya forma no deja de cambiar. Una silueta sin rasgos que parece observarla con curiosidad.
–¿Qué eres? –las palabras arden mientras se forman en su mente aumentando aún más su agonía–. ¿Qué quieres de mí? –arden a lo largo de todo el camino que las separa de sus cuerdas vocales.
No hay respuesta ni muestra de comprensión.
Trata de llegar hasta su arma pero no tiene brazos. No tiene cuerpo. No queda nada que la ancle. Aun así, su desaparición no es completa. Algo en su interior logra rebelarse. Lucha por recuperar el yo. Por recordar quién es. Por encontrar una mente y un cuerpo de los que apenas queda un vago y lejano recuerdo. Trata de hallar un punto de apoyo sobre el que reconstruirse. Los restos que permanecen de cuanto fue se enfrentan a lo que le sucede. Buscan sin éxito algo a lo que aferrase. Perdidos en el olvido recuerdan. Se aferran a los restos vestigiales de una sensación. Al dolor que le ha acompañado durante las últimas horas. Pero ya no está ahí. Ha sido sustituido por la muerte de los mundos. Carece de brazo o cadera. La ausencia es todo cuanto es capaz de experimentar. Una falta total de sensación o emoción que no esté ligada a ese instante final. A ese instante eterno sin comienzo ni final. Una carencia que, al mismo tiempo, anula y satura todos sus sentidos. El tiempo deja de tener sentido y no se ve capaz de recordar ningún otro momento o lugar. Lo único que queda de ella hasta el momento en el que su mente se apaga es dolor.