Relatos

Relatos

Por arcanus, 10 Junio, 2011

02.5 - Consecuencias II

02.5 - Consecuencias II

Por arcanus, 1 Diciembre, 2024
Huatûr ha seguido con interés el viaje de Mugebe y los suyos desde antes de que llegasen hasta el Cúmulo. Lo ha hecho acompañándolos desde la distancia. Observando con atención y tratando de comprender y adivinar cada una de las decisiones que han tomado a lo largo de estos dos últimos siglos. Acrecentando la fascinación que le despierta este concepto desde que sus sentidos se cruzaron con ellos por primera vez.

Cuando este finalmente reanudan su camino tras esa pausa cuya razón de ser que no ha sido capaz de comprender, una nueva duda queda grabada en su mente. A pesar de haber presenciado de principio a fin todo lo sucedido, el significado de lo que ha presenciado continua eludiéndole. Como ya resulta habitual, lo que se ha mostrado ante los sentidos de El Contemplador” han sido nuevas muestras de lo alejadas que está la humanidad y los suyos en sus respectivas maneras de relacionarse con la realidad. Una serie de novedades que solo sirven para confirmar la tónica habitual. Pero, en esta ocasión, la extrañeza de lo sucedido ha superado los umbrales de “lo normal”. La comitiva parte, pero lo hace con un miembro adicional. Uno de cuya presencia ninguno de sus integrantes parece ser consciente. Su atención no deja de saltar entre los diferentes componentes que dan forma a la nueva Mugebe pero, por más que la analiza, no es capaz de identificar qué es lo que permanece de la persona que inició el viaje, y cuánto de ella se corresponde a la entidad en cuyo camino se ha cruzado accidentalmente.

Todo ha sido rápido e inesperado que no ha podido analizarlo debidamente. Tanto que ni siquiera ha sido capaz de identificar la naturaleza todos los elementos que han participado en este suceso. Han sido demasiadas cosas teniendo lugar en un mismo instante a demasiados niveles. La complejidad y riqueza de los datos que ha recibido ha sido abrumadora. Tanto que no sabe cuánto tiempo le costará terminar de procesar todo lo que ha presenciado.

Nunca antes ha visto a la humanidad relacionarse de esta manera con ningún otro concepto. Nunca los había percibido como entes permeables o susceptibles a la influencia de un agente externo. Ellos han sido siempre generadores de alteración. Un agente disruptor allí a donde iban. Una fuerza moldeadora. Contemplarlos desde esta perspectiva le resulta algo totalmente inesperado. Durante el transcurso de lo acontecido en ningún momento, ni siquiera cuando la situación parece haberse estabilizado, han dado muestras de ser conscientes de lo que pasaba o poder hacerse con el control. En todo momento han sido sujetos pasivos. Se han limitado a reaccionar ante un estímulo desconocido, y no han sido los únicos.

Su mente se llena de preguntas que no dejan de crecer y propagarse a cada instante. Se agolpan impidiendo que tenga tiempo para reflexionar sobre ellas, o para valorar su impacto. Solo en este instante se da cuenta de un gran número de errores de cálculo que ha cometido a lo largo de su existencia. De su soberbia y su estrechez de miras. De la manera en la que estas carencias le han llevado hasta conclusiones que caen por su propio peso. Hasta rutas lógicas que únicamente existían en su imaginario.

Nada de esto debería resultarle nuevo en sí mismo, pero en estos momentos la incertidumbre se ha convertido en el núcleo de su existencia. La mera posibilidad de haberse equivocado en alguna ocasión le resulta abrumadora. Los errores han dejado de ser compañeros de viaje inevitables en el camino hacia la comprensión, sino adversarios imbatibles. Sabe que estas sensaciones carecen de todo sentido, pero este conocimiento no le sirve para atenuar o poner en contexto lo que siente.

Pero no es la duda la sensación que le atenaza, sino que se trata de algo mucho más profundo. Algo incognoscible incluso para él. Un tipo de pulsión de la que nunca antes ha tenido constancia en él o entre los suyos. No es capaz de encontrar sentido, explicación u origen para ella pero es capaz de intuir que, detrás de la ausencia de información, hay algo mucho más de cuanto es capaz de percibir. Cientos de posibilidades que, no solo sabe que ignora, sino que también desconoce si está preparado para explorar o comprender. Estas preguntas despiertan en su interior impulsos que no se ve capaz de controlar. Incertidumbres que le golpean como si se tratase de una fuerza capaz de poner en duda la misma concepción que tiene de sí mismo. Algo dentro de él se ha visto alterado. Ha cambiado de maneras que no es capaz de concretar o cuantificar. Sus capacidades se encuentran tan mermadas que ni siquiera es capaz de asociar lo que le sucede con lo que acaba de presenciar. La única conclusión a la que es capaz de llegar le indica que lo que ha cambiado ha sido la misma naturaleza la realidad y que ya no tiene cabida en ella.

Esta posibilidad se apodera de su mente. Ataca con dureza cada certidumbre que posee, cada interpretación que ha convertido en axioma y a todo lo que siempre ha tomado por absoluto. Generando inquietud a tantos niveles que no es capaz de concretarlas. Le hace dudar acerca de cuanto creía saber de sí mismo y de todo lo que ha contemplando desde su nacimiento. Pero no se trata solo de eso. Hay algo más allá de la duda. Algo que le hace sentirse insignificante de maneras que nunca antes ha experimentado. Más irrelevante aún que la criatura recién nacida que se asomó por primera vez al exterior hace millones de años. Pero lo que no logra entender es la razón por la que se debate entre la curiosidad y algo que no es capaz de identificar. Indefenso ante algo que va más allá de la inquietud o la desazón. Más allá de cualquier concepto al que se haya visto expuesto con anterioridad.

“Amenaza” y “peligro” son ideas con las que creía estar familiarizado. Conceptos que siempre ha percibido como algo ajeno. Como algo que únicamente afectaba a entidades más simples. Ha presenciado la manera en la que estas abstracciones actuaban sobre criaturas que consideraba por debajo de él y los suyos. Por debajo incluso de la humanidad. Las ha visto actuar y creía haberlos comprendido, pero no ha sido hasta este instante que es consciente de lo errado de todos sus juicios previos. Nunca antes se había visto en presencia de nada que fuese capaz de hacerle cuestionar su propia naturaleza o su misma existencia de esta manera.

Todo cuanto creía saber se desmorona ahora que ha dejado de ser un observador externo. Ahora que esta abstracción ha pasado integrarse de manera íntima con su persona. Ahora que siente cómo su mera presencia amenaza con exceder con mucho todo cuanto es capaz de sentir y concebir. Ahora que realmente es capaz de comprende que nada ni nadie está libre de su toque. No lo está la humanidad. No lo están el y los suyos. No lo está ninguno de los conceptos que ha conocido. Es mucho más que el mero presagio de la desaparición de conceptos menores. Es causa y consecuencia.

Esta realización lleva hasta el primer plano de su consciencia ideas que comienzan a surgir de manera desordenada. Recuerdos carentes de cualquier tipo de orden se agolpan y solapan en su memoria sin que él pueda hacer nada por evitarlo. Vivencias que sabe que no son suyas. Sucesos cuyo transcurrir contempló y creyó comprender ahora le son presentados desde nuevos ángulos. Le agreden sacando a la luz la soberbia que siempre ha permeado cada uno de sus juicios pasados. Evidenciando lo poco que realmente ha llegado a discernir a lo largo de su existencia. Sus errores de antaño se le muestran con doloroso detalle. Provocan que experimente por primera vez lo que es el dolor. Lo que es la desesperación. Lo que es la pérdida. Que lo padezca sin disponer de herramientas que le permitan enfrentarse a lo que le sucede. Comienza a relacionarse como nunca antes había hecho con todos aquellos cuyo padecimiento y desaparición ha contemplado desde su atalaya de suficiencia. Se le muestra la primera ocasión en la que fue consciente de la existencia de estos conceptos. Del dolor y el padecimiento. Del peligro y la amenaza. De nuevas formas, perspectivas y aspectos del sufrimiento propio y ajeno. El tiempo y su transcurrir se ven transformados en en algo confuso. Algo no lineal. Su memoria salta entre momentos, lugares y realidades de manera aleatoria. No hay un antes y un después. No hay un dónde. Todo está detenido y se desarrolla al mismo tiempo en todas partes. Se mezcla dando forma a nuevas experiencias que no desea. A nuevos impulsos que despiertan en su interior necesidades que se ve incapaz de reconocer o satisfacer.

Aquellas partes que aún no han sido infectadas tratan de aislarse del resto en un intento desesperado por frenar el ritmo de propagación de la amenaza. Se esfuerzan en un fútil intento por disolver cualquier conexión existente con todo lo que se ha visto expuesto a ella. Las partes que aún permanecen bajo su control bucean entre los recuerdos siguiendo rutas nunca antes exploradas. Tratan de averiguar cómo se han enfrentado a este concepto aquellas entidades que se han visto afectadas por él con anterioridad. Cómo han logrado sobrevivir a su contacto. Pero lo único que encuentra son fracasos. Derrotas ahí donde posa su atención. Un presagio de lo que le espera a menos que...

De manera totalmente inesperada, se hace el silencio. Una ruptura casi total en su acceso al flujo de información. Los cambios fortuitos que han tenido lugar en su interior le proporcionan tiempo para pensar. Una ventana de oportunidad que le permite recuperar el control momentáneamente. En ese instante es capaz de reconocer una parte de cuanto no funciona. Percibe con claridad la corrupción de una gran parte de esos recuerdos y lo aberrante de sus conclusiones. Junto con estas reflexiones salen a la luz otras verdades menos halagüeñas. Se vuelve consciente de la cantidad errores que ha cometido, no ya a la hora de analizar lo que ha sucedido, sino a lo largo de su existencia. Su persecución del conocimiento nacía de premisas equivocadas. Sus cimientos se construyeron bajo la premisa de que se encontraba por encima de aquello que estudiaba.

Este momento de paz sirve para hacerle consciente de que ha de cambiar esto. Antes de plantearse cualquier curso de acción, necesita reformularse a sí mismo no ya pasa salir de esta fase, sino para impedir que nada similar vuelva a sucederle.

Con este fin, se aísla de toda señal y todo estímulo. De cualquier acción o reflexión que no esté destinada a este propósito. Pero todas sus intentonas se ven frenadas por el mismo muro. Aun en la quietud, no puede abstraerse de la presencia de esta fuerza. No es capaz de evitar que cada recuerdo, que cada partícula de información que atesora, se vea teñido por su contacto. No puede confinarlo en un espacio estanco de su ser para analizarlo con frialdad. La única alternativa viable que se le presenta supone permitir que esta entidad pase a formar parte de su realidad. Aceptar su existencia como algo inevitable e inherente a todo cuando existe. Como algo en cuyo camino volverá a cruzarse de manera ineludible. Un pensamiento que llena su mente de...

Reflejos y cambios

Reflejos y cambios

Por arcanus, 10 Junio, 2011

Ella no era nada. Aquella criatura tenía tanto valor para él como un guijarro, una gota de agua o la hoja de un árbol. Sólo era algo vivo, un instante efímero que desaparecería tras su paso, al igual que todo aquello que le rodeaba.
Destruir no era su elección. Carecía por completo de ambiciones, deseos u objetivos. No odiaba la vida que quitaba, no obtenía ningún placer al hacerlo, no se cuestionaba la moralidad de sus actos.
El era Shaedon, el primer nacido de entre los vástagos de Baal.
El era Shaedon, un medio para El fin.
El era Shaedon; El era la destrucción.
A su alrededor, los hombres morían azuzados por sus más profundos miedos. Para unos era una plaga de insectos que les devoraba desde el interior, para otros un avatar de sus dioses que les arrancaría el alma para transportarla hasta las más profundas simas de los pozos de los pecadores. Unos lo percibían y sentían como un viento que deshacía sus cuerpos en ceniza y los arrastraba junto al polvo y la arena, otros como una tormenta cuyas gotas perforaban sus cuerpos. Todos lo veían de una manera distinta, todos sentían su autentica esencia. El era aquello y mucho más. El y sus hermanos eran el fin de la existencia. Los asesinos de la esperanza. Los kurbun.

Pero ella se alzaba ante él impasible. No había orgullo en su mirada, no había ostentación en su pose, no había odio en su alma. Ella se alzaba ante él sin que el miedo o la ira que sentía guiaran sus actos. Ella lucharía por proteger aquellos a los que amaba. No era su deseo acabar con sus enemigos, aunque si aquel era el único camino, ella lo tomaría.
Ante ella Shaedon se aparecía como un enemigo formidable, pero humano. Sólo aquellos que luchaban por preservar la vida podían albergar esperanzas de derrotar a los kurbun.
Pero el universo no es justo. No existe ley alguna que garantice la victoria a aquellos que más tienen que perder. A aquellos dignos de ella. Ningún poder otorga la posibilidad de una contienda en igualdad, una minúscula esperanza de victoria, a aquellos capaces de arriesgarlo todo por los demás sin esperar nada a cambio. Lo único que tienen asegurado aquellos que portan la valentía como única arma es la posibilidad de perder su propia vida. El valor y la determinación no son fuerza o capacidad suficientes para combatir a los kurbun.
Y en aquel lugar murió Niam, esposa de Kenrath. Murió ante la mirada impotente de su hija Ashali, quien no tardaría en seguir su camino. Murió al igual que aquellos que la rodeaban. Todos salvo uno.
Tras acabar con ellos los kurbun partieron hacia nuevos lugares en los que esparcir su legado, pero Shaedon no se fue. Se elevó hacia los cielos y allí permaneció imperturbable ante las huellas imborrables de su paso, y esperó. Su obra en aquel lugar sólo acababa de comenzar, pronto llegaría aquel que la continuaría.

**************************************************************

Kenrath azuzó a su caballo con violencia.
Más deprisa, más deprisa. Las piedras del camino se iban quedando atrás a gran velocidad y la pobre bestia agonizaba exhausta tratando de complacer a su amo, pero aquella era una tarea imposible. Su familia había muerto, se negaba a aceptarlo, pero lo sabía. Por muy rápido que fuese la bestia, por mucho que no quisiese asumirlo, ya habían muerto. El no había estado ahí para protegerlos.
¿Cuanto tiempo llevaba luchando? ¿Cuanta destrucción habían provocado sus manos? ¿Cuantos valles habían sido regados por la sangre y la vida de los suyos? Los últimos siglos de su existencia habían sido un combate continuo. Llevaba tanto tiempo sin conocer la paz. Tanto tiempo contemplando la muerte de hermanos, hijos y nietos que, en multitud de ocasiones, se preguntaba si quedaba algo por lo que continuar luchando.
Había contemplado tanta muerte, tanta destrucción, tanta desolación, que su alma había tenido que endurecerse tanto que había llegado a dudar de su propia humanidad.
Pero ella siempre había estado ahí para recordarle lo afortunado que era. Para recogerle en sus momentos de duda. El simple recuerdo de su sonrisa siempre le había dado fuerzas para continuar.
Sus ojos.
Aquellos ojos en los que se había visto reflejado tantas veces, jamás volverían a mirarle. Jamás volverían a mostrarle toda la alegría, todo el amor que había visto en ellos. Jamás volverían a llenarle de vida.
¿Donde encontraría apoyo y consuelo a partir de aquel momento?
¿Que razones le quedaban para luchar, para vivir?

Llegó a la ciudad. Una ciudad distinta a la que recordaba. Una ciudad gris y muerta.
Buscó alguno de los rostros familiares que antes habían llenado sus calles pero solo encontró destrucción, silencio y avenidas desiertas. Las fuentes se habían secado, los troncos muertos de los árboles se habían retorcido como tratando de huir de la tierra en la que estaban anclados, los edificios habían perdido su color. Pero incluso viendo aquella escena, tan similar a otras tantas que había contemplado con anterioridad, se negaba a aceptar la verdad.
- ¡Quien anda ahí! – La voz de Irdant lo sacó de su trance. No sabía cuanto tiempo había permanecido allí inmóvil.
No había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo había visto, pero parecía mucho más viejo que entonces. Más viejo, más cansado y más pequeño. Caminaba apoyado en un bastón, y su andar era errático.
Kenrath descabalgó y camino hacia su amigo. De repente se sentía cansado. Su armadura le pesaba como no lo había hecho nunca. El peso de la aceptación le asaltó como un enemigo al acecho. Comenzó a mover los labios pero se arrepintió y no dijo nada. Aún se negaba a hacer la pregunta cuya respuesta sabía que terminaría de destrozarle.
Con paso cauteloso se acercó a su amigo y, sólo cuando estuvo junto a él, fue capaz de ver la gravedad de su estado.
- ¿Qué te ha sucedido? – se sintió estúpido haciendo aquella pregunta. ¿Cuántas veces había visto a otros en aquel mismo estado?
- ¡Kenrath! ¿Eres tú? Lo… lo vi todo – Irdant tartamudeaba, el dolor y la desesperación asomaban tanto en su voz como en sus gestos – Traté de cerrar los ojos, pero no pude. Traté de luchar, pero mi cuerpo no me obedecía. Traté de huir, pero mis piernas se negaron a moverse. Sólo pude esperar a que la muerte llegase a mí pero, para mi eterno tormento, esta nunca llegó. Lo… lo vi todo y esa visión me perseguía en todo momento. Así que me arranqué los ojos pero las imágenes aun me atormentan.
¿Por qué no me mataron?
Kenrath no respondió. ¿Cómo decirle que, de alguna manera, sabían que él causaría más daño en aquel estado que muerto? Que, si él no lo mataba, sería el causante de más destrucción.
- ¿Dónde están? – Logró decir finalmente Kenrath pese a conocer ya la respuesta.
- En las tierras mortuorias – un escalofrío recorrió la espalda de Irdant – Junto a todos los demás – El cuerpo del ahora anciano se estremeció mientras su voz terminaba de quebrarse. Se habría echado a llorar, caso de que en las cuencas vacías de sus ojos hubiesen quedado lágrimas que verter. Comenzó a tambalearse y sus piernas terminaron por fallarle.
Kenrath se apresuro a recogerlo. Mientras utilizaba su hombro como apoyo, una de sus manos extrajo la daga de su funda.
- Adiós – dijo mientras le quitaba la vida de la manera más rápida y piadosa de la que fue capaz – Que allí a donde vayas encuentres la paz que se te ha negado en este mundo.
Estaba agotado. Demasiado cansado como para buscar o pensar en otra manera de luchar contra los designios de los kurbun. Demasiado cansado como para mirar el rostro de su amigo una ultima vez antes de acabar con su vida. Demasiado cansado para soportar la verdad. Demasiado cansado para pensar en lo que se había convertido su vida.
Sin mirar el cuerpo que se sustentaba contra él, lo tomó en brazos y retomó su camino. Su consciencia se había refugiado en lo más profundo de su ser y su cuerpo se movía impulsado únicamente por la inercia. Caminó durante horas atravesando las ruinas de lo que llamase su hogar, ajeno a todo lo que le rodeaba. Su mirada ida no se desvió en ningún momento del trayecto.
Las columnas de humo comenzaron a hacerse visibles mucho antes de llegar a las tierras mortuorias. Una hilera continua de hombres totalmente cubiertos de negro envolvían en mantas y transportaban los cuerpos esparcidos por el suelo hasta el lugar que sería su último reposo. Algunos de ellos trataron de hablarle pero él continuó con su camino ignorándolos.
A cada paso que daba su cuerpo se iba cubriendo por el hollín que lo envolvía todo. Respirar en aquel lugar era una tarea difícil, pero Kenrath parecía ajeno también a aquello. Nada parecía ser capaz de afectarle o alterar su trayecto.
Finalmente atravesó los arcos que formaban los brazos de los monumentos erigidos a sus hermanos caídos. Bajo aquellas figuras se movían los hombres embozados cuyos caminos se dividían hacia los distintos fuegos. Junto cada una de las hogueras se encontraban apilados los cuerpos cubiertos de los difuntos, esperando a que un hombre santo les diese el último adiós antes de ser arrojados a las llamas.
Uno de los hombres embozados se interpuso en el camino errático de Kenrath tratando de librarle del peso de su amigo, pero él se negó a entregárselo o a frenar su paso, ignorando a aquel hombre continuó caminando. Parecía no ser consciente de su existencia al igual que parecía no serlo de nada de lo que le rodeaba. Su destino estaba ya cerca, pese a su estado de trance sentía aquella llamada a un nivel que ni podía ni pretendía comprender.
Una vez en el lugar, depositó el cuerpo de Irdant en el suelo con delicadeza y comenzó a apartar con violencia los cuerpos sin vida que se encontraban apilados frente a él. Escarbó en aquel montículo de carne ignorando las palabras y deshaciéndose de los brazos de los hombres que trababan de detenerle, hasta que finalmente halló el motivo de su búsqueda.
Estaban cubiertos por completo, al igual que todos los que les rodeaban. Las sabanas, blancas en su origen, se encontraban teñidas por el barro, el hollín y la sangre. Era imposible diferenciar unos de los otros, pero él lo sabía. Aquellos eran los cuerpos de su familia. Sólo una vez que los extrajo de los restos que los aprisionaban y los liberó de los harapos que cubrían sus cuerpos pareció tranquilizarse. Los abrazó contra su pecho y permaneció allí inmóvil sin decir o hacer nada más que acunarlos y emitir un leve sollozo.

**************************************************************

- Kenrath – Úngor apoyó la mano sobre su hombro y dio un leve apretón – No debes hundirte.

Aquel hombre roto no se parecía en nada a quien había combatido junto a él en tantas batallas. Al hombre que le había enseñado todo lo que sabía, que le había tratado como un padre, un hermano y un amigo. Al hombre que desde un principio le dijese que no podían salvar a todo el mundo.
Sus hombres y él habían abandonado sus quehaceres cuando llegó hasta ellos la fatídica noticia. No había muerto una mujer cualquiera. Aquel día todos habían perdido algo más que una amiga, habían perdido a una madre.
- Kenrath – Úngor trató de llegar hasta él una vez más – Ahora te necesitamos más que nunca.
- Me necesitáis
El cuerpo de Kenrath se vio sacudido por un pequeño temblor. En aquel momento algo se rompió en su interior y el dolor dio paso a una rabia como jamás había conocido ninguno de aquellos hombres.
- ¿Me necesitáis? – Gritó – ¿Y dónde estabais cuando mi familia os necesitaba? – Soltó los cuerpos que sujetaba y se alzó – ¿Dónde estabais mientras morían? – La cordura había desaparecido de su mirada. En aquel momento su rostro desencajado era una máscara capaz sólo de mostrar dolor, ira y locura – ¿DÓNDE? – Gritó de nuevo, mientras alzaba a Úngor sujetándolo del cuello con una mano - ¡¡¡¿DÓNDE?!!! – Volvió a gritar mientras se giraba hacia los demás hombres soltando el cuerpo, ya sin vida, de su amigo.

El silencio y la tensión se apoderaron del lugar. Lo único que se podía escuchar era el crepitar de las llamas. Nadie se movía ni decía nada. El los cielos, más allá del humo y las cenizas de las hogueras, se materializó la silueta de Shaedon.

Los hombres de Úngor echaron las manos a sus armas mientras la mirada de Kenrath les escrutaba a todos emitiendo un único veredicto: Culpables. Todos eran culpables. Todos debían ser castigados por su fracaso. Por permitir la muerte de su familia.
El pueblo al que llamase suyo, a quienes había entregado su vida, le había fallado. Todas aquellas vidas que había salvado con anterioridad se habían mostrado indignas de los sacrificios que había llevado a cabo por ellos. Debían pagar.
En su interior, una voz trataba de hacerse escuchar, una voz que le decía “Tú también eres culpable. Tú tampoco estuviste aquí. Tú estabas con ellos. Tú también debes pagar” Pero la rabia hundió aquella voz hasta donde no pudiese ser escuchada. Estaba cansado de ser fuerte, cansado de luchar, cansado de hacer siempre lo que los demás esperaban de él.
Dairghul, su fiel lanza, se materializó junto a la mano de Kenrath mientras el cuerpo de Úngor terminaba de desplomarse. Tras cerrar su puño alrededor de ella, comenzó a avanzar.
El cielo se tiñó de un negro absoluto mientras los hermanos de Shaedon acudían a la llamada de la destrucción que se avecinaba. Con el primer golpe de Kenrath los kurbun descendieron sobre todo aquello que tuviese vida.

Ante los ojos de Kenrath ya no había hombres, sólo había cuerpos que caían atravesados por su lanza. Ya no había necesidad de razonar. No había necesidad de buscar excusas. Abandonó las tierras mortuorias y se dirigió hacia la ciudad acabando con la vida de todo el que se cruzaba en su camino.
A su alrededor los kurbun celebraban un festín, pero aquello ya no le importaba. Fue entonces cuando lo vio. Suspendido en el cielo, entre las alas que cubrían el manto de estrellas contempló la figura de Shaedon y lo supo. Los restos de Niam y Ashali regresaron a su ojo interno. Ya no recordaba haber desenterrado los cuerpos, no recordaba haber abandonado las tierras mortuorias, no recordaba haber asesinado a sus amigos. En el cielo estaba el causante de su dolor.

- ¡SHAEDON! – Gritó.
- ¡SHAEDON!

Su mano se cerró alrededor de Dairghul como nunca antes lo habían hecho, mientras sus músculos se tensaban más allá de lo posible. Concentrando todo su odio arrojó la lanza contra su enemigo. Veloz, la poderosa Dairghul surcó el negro firmamento hasta impactar en su objetivo. Tal era el impulso que le había sido otorgado que, una vez incrustada, arrastró a Shaedon mas allá del las nubes grises y rojas. Más allá de Daegon. Hasta que ambos fueron a estrellarse en la blanca faz de Sutela.
En aquel momento, desafiando y venciendo a todo lo que es posible, sus piernas se tensaron y saltó. Veloz como momentos antes había sido su arma, atravesó las filas de los kurbun. En aquel momento ya no era un hombre, ya no era Kenrath. Se había convertido en aquello contra lo que siempre había combatido. En lo que le había arrebatado a su familia. En una fuerza imparable de destrucción.
Dairghul regresó a el mientras continuaba su ascensión y juntos finalizaron su trayecto. Sobre la superficie de Sutela se encontraba su rival esperándole inmóvil e impávido.
Aquel era un combate que no podía ganar, pero se lanzó a él sin vacilar. Sus acciones estaban guiadas por la rabia y el dolor. Por el ansia de venganza y la locura. Por aquello que fortalecía a su rival.
Antaño habría tenido alguna posibilidad. Antaño, cuando la protección y seguridad de los suyos eran su motor. Pero Niam y Ashali habían muerto. Ya no le quedaba nada que proteger. Nada por lo que luchar. Nada por lo que vivir.
La búsqueda de la muerte había pasado a ser la razón de su existencia. La destrucción de aquellos que le recordaban lo que había perdido, la aniquilación de aquel que se lo había quitado todo. Había tomado un camino que ya no se veía capaz de abandonar.
A cada golpe que asestaba a su rival, este se hacía más fuerte. A cada segundo que pasaba su desesperación era mayor.
La voz de su interior le decía que ya jamás podría dejar de matar. Que el dolor y los remordimientos jamás le abandonarían. Que jamás sería capaz de vivir con lo que acababa de hacer. Su vida sería una continua huida de la cordura.

Shaedon contemplaba a su nuevo hijo, a su nuevo hermano, a su igual. Su papel en aquel lugar ya había terminado, ya nada le quedaba por hacer en aquel lugar.
Pero algo le retenía aún ahí. Algo que jamás le había sucedido con anterioridad. Aquel hombre había despertado algo en su interior. El dolor que exudaba aquel hombre era distinto a todos los que había causado antes. Sólo en aquel momento fue capaz de percibir que era lo que le atenazaba; la súplica silenciosa que Kenrath le hacía tras cada uno de sus golpes.
- Mátame – le decía sin palabras – Acaba con mi sufrimiento, pon fin a mi dolor. Mátame antes de que sesgue otra vida más, mátame antes de que haga que otro hombre se sienta como yo.
Aquello le sacudió como no lo había hecho arma alguna. El sufrimiento de sus victimas siempre había sido su sustento. Carecía de sentidos que le permitiesen diferenciar unos de otros, pero aquel se le mostraba distinto. Su dolor era tan abrasador que había logrado penetrar en Shaedon, haciendo nacer en él algo de lo que siempre había carecido.
El dolor trajo consigo la consciencia del mismo y esta consciencia le otorgó lo que nunca había poseído: la duda.
¿Qué es el dolor?
La duda a su vez le otorgó otra nueva maldición, la de la elección.
¿Qué hacer ante el dolor?
Finalmente el puzzle que era su nuevo estado se completó con la última de sus maldiciones, la de la comprensión.
¿Por qué?
Ante Shaedon se encontraba una criatura que, como él, sufría. En sus manos estaba la posibilidad de librar a aquel ser del dolor, algo que iba en contra de todo lo que los kurbun representaban. Pero había algo más. Aquella elección que debía tomar exigía una motivación. Las preguntas que surgían en su recién nacida mente se le hacían abrumadoras.
¿Dejaría vivir a Kenrath con su dolor como le pedía todo su ser, o acabaría con él?
¿Qué hacer?
¿Por qué hacerlo?
Todo aquello le superaba. No estaba preparado para luchar aquella batalla. No contra las emociones. No contra la elección. Tan sólo quería que aquello acabase.
La percepción del transcurrir del tiempo le golpeó en aquel momento.
¿Cuánto?
¿Cuánto tiempo más sería capaz de soportar aquello?
¿Qué hacer?
¿Por qué hacerlo?
Poco a poco las emociones de Kenrath se iban apoderando de él. Al dolor le siguió el odio, al odio la rabia, a la rabia la ira.
¿Qué hacer?
¿Por qué hacerlo?
Miró a Kenrath. Miro a aquel hombre destrozado y, contemplándolo, una nueva emoción nació en su interior. No era algo heredado de su victima, no se trataba de algo proveniente del exterior. Aquella era la primera emoción que era sólo suya. La compasión.
¿Qué hacer?
¿Por qué hacerlo?
Shaedon tomó su elección y acabó con la vida de Kenrath.
No fue con la intención de librarse de su propio dolor, no fue para su beneficio. Le dio a Kenrath lo que éste le estaba pidiendo. Lo que necesitaba. El descanso.
Su dolor no desapareció y, según se iban desarrollando sus emociones la comprensión y aceptación se hicieron sencillas.
¿Qué hacer?
¿Por qué hacerlo?
¿Pondría fin a su existencia para acabar con el dolor?
¿Qué hacer?
No.
¿Por qué hacerlo?
El nuevo Shaedon contempló por primera vez el universo que le rodeaba. Le quedaba mucho por hacer, mucho por comprender, mucho por experimentar.

Luara

Luara

Por arcanus, 10 Junio, 2011

- No te vayas todavía - dijo Laconish, mientras contemplaba como su esposa se vestía. Nunca se cansaba de mirarla.

La luz de las antorchas del exterior, apenas lograba ser contenida por las contra ventanas. Esto, junto a los cientos de pequeños haces que se filtraba por las múltiples grietas que recorrían las paredes, iluminaba fragmentos de la esbelta figura de Luara, mientras esta dejaba caer el tabardo sobre su cuerpo, ocultando bajo él las cicatrices que recorrían su espalda.

- Debo partir ya - le respondió Luara - Apenas queda tiempo para que comience mi turno en las murallas.
- La ciudad no caerá porque te retrases - se burló Laconish.
- Bastante me hacían la vida imposible antes de la matanza, por el simple hecho de ser mujer, como para darles razones adicionales - se defendió Luara - Además ... Sabes que tampoco podría descansar.
- Lo se, lo se - se disculpó Laconish, mientras se acercaba a su esposa - Pero no puedo evitar pensar lo peor.
- ¿Han vuelto los sueños? - preguntó Luara sin poder evitar que la preocupación asomara a su rostro.
- Nunca me abandonan - le respondió Laconish mientras la abrazaba y besaba con delicadeza su frente - Pero ve, yo también tengo mucho que hacer. Quizás esta noche descubra algo en los libros.

Luara terminó de apretar las ultimas correas de su armadura, y se dirigió hacia su puesto de guardia. La temperatura en la calle era gélida y, pese a la gruesa capa y el acolchado bajo su armadura, el frío lograba colarse hasta sus mismos huesos.
Las calles por las que pasaba se encontraban desiertas de gente y abarrotadas por la suciedad y el hedor que de esta se desprendía. Del interior de las casas no surgían luz o sonido alguno. La proximidad de la batalla parecía haber acabado con la vida en la ciudad antes siquiera de que hubiese comenzado la lucha. El miedo y el cansancio eran patentes en los demacrados rostros de sus compañeros.
En el firmamento, las estrellas se apagaban una detrás de otra, dando alas con ello a los agoreros que predicaban sobre el vinculo que unía estas a la vida humana, aquellos que afirmaban que cada vez que una estrella moría, a esta le seguía el hombre o mujer al que estaba ligado. Incluso los había que afirmaban haber llegado a contemplar a la misma tejedora, cortando los finos hilos que unían a ambos.
Pero Luara no oteaba las alturas para ver como las estrellas desaparecían, sino buscando al enemigo. Escudriñaba los cielos con inquietud a la espera del ataque.
Dos días atrás, una de aquellas criaturas había descendido del firmamento segando con su sola presencia la vida de aquellos que la acompañaban. Solo ella había quedado con vida, y eso la había marcado antes sus compañeros como alguien maldito.
No sabía porque solo ella había quedado viva, pero aquella escena se repetía todas las noches en sus sueños, despertándola al contemplar de nuevo los ojos inhumanos de aquel ser informe.

Al igual que a lo largo de las ultimas noches, Luara estaba sola en su puesto. Los milicianos que habían asignado para suplir a los compañeros que había perdido, se encontraban en el extremo opuesto al suyo, pero la distancia que los separaba, no era suficiente como para evitar que los cuchicheos llegasen hasta sus oídos sin dificultad.

Pero aquello no le importaba, ya que, llegado el momento, sabía que tampoco podría contar con ellos. Al menos de aquella manera sabía a que atenerse, sabía que no podía confiar en ninguno de ellos.

- Tienen miedo - dijo una voz desconocida.
- Tampoco les culpo - respondió Luara, mientras se volvía hacia el recién llegado.
- ¿Os molestaría si me siento junto a vos? - preguntó el extraño.
- La compañía será bienvenida - respondió.

El extraño se sentó sobre su capa, y apoyó su espada contra la muralla con gesto de cansancio. A pesar de que parecía alguien curtido, no portaba armadura alguna, o símbolos que lo pudiesen identificar como soldado, o miembro de algún otro gremio militar. Su expresión era gentil a la vez que triste, y su compañía hizo que Luara se sintiera extrañamente mas tranquila.

- No sois de la ciudad - dijo Luara mientras escudriñaba a aquel hombre buscando algún indicio de su procedencia.
- Así es - respondió el extraño - Podría decir que no pertenezco a ningún lugar en concreto.
- ¿Os habéis unido a la milicia?
- No.
- Entonces a que habéis venido. Este no es un buen momento ni lugar para estar ahora mismo.
- Estoy aquí y ahora, porque son el lugar y el momento en los que debo estar.
- ¿Si os pregunto vuestro nombre, seréis tan esquivo?.
- No pretendía ser descortés - se disculpó el extraño - Mi nombre es Dayon.
- Curioso nombre - dijo Luara - No me extraña que os cueste decirlo ¿No habéis pensado en cambiarlo?.
- Veo que sois una persona con conocimientos de historia antigua. Y vos debéis ser Luara “la maldita”.
- Vaya - se sorprendió Luara - Al parecer mi reputación me precede. Si estáis aquí sabiendo quien soy, asumiré que no sois un hombre supersticioso.
- Se podría decir que siento una cierta afinidad por los llamados “malditos”.
- ¿Acaso lo estáis vos?. - preguntó Luara con una sonrisa socarrona en sus labios.
- También sois una mujer directa - le respondió Dayon - Ciertamente sois una persona atípica.
- No me habéis respondido - le inquirió de nuevo Luara.
- Lo sé - respondió Dayon, mirándola fijamente a los ojos - Soy tan consciente de ello, como de que ya conocéis cual es la respuesta.

Los ojos de aquel hombre dejaban traslucir lo que sus palabras solo sugerían. Había en ellos algo intemporal, muestras de los lugares en los que había estado, así como del inmenso poder oculto y encerrado en su interior.
Por unos segundos, Luara se sintió flotando en los abismos insondables de dimensiones lejanas. En su mente se arremolinaron los extraños paisajes que habían contemplado los ojos de Dayon a lo largo de su vagar durante incontables siglos.

- ¿Que haces aquí? - preguntó Luara aún aturdida por la experiencia, mientras echaba mano al pomo de su espada - ¿Porque has venido?, portador de catástrofes.
- ¿Porque haces preguntas cuyas respuestas ya conoces?.
- ¿Que te ha hecho esta ciudad?, ¿que te hemos hecho nosotros, para que hayas traído la destrucción hasta aquí?.
- Al parecer tus conocimientos no son tan completos como creía.
- Explícate.
- Yo no acarreo desgracias - comenzó a decir Dayon, mientras su expresión se hacía mas triste y sombría - sino que estoy allí donde estas se producen para tratar de evitarlas. Mi maldición es el conocimiento y la imposibilidad de cambiar nada.
- ¿Quiere eso decir que estamos condenados? - preguntó Luara invadida por la indignación - ¿que no importa que presentemos o no batalla?. Me niego a creer tal cosa.
- No me pidas que te hable de tu futuro - le advirtió Dayon - Pues ese es el mas terrible de los conocimientos. Aquel que conoce lo que acaecerá, esta ligado por ello. Obligado a tratar de evitarlo, y en su intento, condenado a ser el causante.
- ¿Pretendes decirme que antes de actuar, sabes que fracasaras?
- Así es.
- Entonces, ¿porque intervienes?.
- Porque tengo grandes errores que expiar. Porque la alternativa es aún peor. Porque veo a cientos, a miles morir ante mis ojos y se que soy el causante de tanto dolor, pero también se que, de no estar ahí, muchos mas perecerían.

La expresión en el rostro de Dayon le decía a Luara que aquellas palabras eran ciertas. Aquel ser había vivido y padecido sufrimientos mas allá de lo que ella fuera capaz de imaginar. La desconfianza dio paso a la compasión, y el miedo a una extraña admiración. No se sentía capaz de odiar a alguien que había vivido tantas penurias, cualesquiera que fuesen los crímenes que hubiese cometido en el pasado.
El hombre sentado delante de ella, en nada se parecía a la criatura que mentaban los textos que le había narrado Laconish. Ante ella solo había un hombre con una pesada carga sobre sus hombros. Un hombre agotado por una lucha de la cual sabía que jamas saldría victorioso.

Los minutos transcurrían con una lentitud agobiante, mientras el silencio inundaba aquel lugar. Incluso los cuchicheos de los demás guardias parecían haber cesado.
La tristeza de Dayon parecía impregnar también a Luara. Apenas acababa de conocer a aquel hombre, pero sentía un extraño vinculo hacia él. Como si algo en su interior le dijera que ya se conocían, por mas que su mente le confirmara que tal cosa no era cierta.

- Yo digo que tu destino cambiará hoy - sentenció Luara - No esta en mi animo el morir en la batalla que llegará.
- Dices bien - le replicó Dayon - Y actúas como debe ser. Mas en multitud de ocasiones he escuchado esas mismas palabras, y otras tantas veces han sido las ultimas pronunciadas por esas personas.
- ¿A que has venido? - le preguntó Luara, buscando una reacción - ¿A ver como morimos, o a luchar a nuestro lado?.
- No han sido mis pasos los que me han encaminado hasta aquí, pese a que ese ha sido mi deseo a lo largo de gran parte de mi existencia - le respondió Dayon, sin apartar su mirada fija del suelo - El destino me ha traído aquí, tras una larga búsqueda. Me ha traído hasta vosotros, cuando ya no me queda esperanza. Me ha traído aquí para que, de nuevo, me reuniese con aquellos a los que arrastre en mi caída, y que condenaron sus almas por mí. Me ha traído para veros morir una vez mas.
- Si no te quedase esperanza - le replicó furiosa Luara - No habrías venido. Si no te quedase esperanza, habrías dejado de luchar, dejado de intentar cambiar tu sino. No te conozco, Dayon “Asesino de hermanos”, pero tus ojos me han dicho que tus palabras mienten.

Por alguna misteriosa razón, sentía la necesidad de consolarle, de protegerle como si de un hijo se tratase. Sabía que aquel ser, pese a su apariencia, ni siquiera era humano. Las historias lo describían como diezmador de ejércitos y azote de todo lo vivo pero, a pesar de ello no podía evitar la necesidad de hacer que aquel ser recuperase el espíritu que había atisbado en su mirada.

- Veo que cien vidas no te han cambiado - dijo Dayon - Siempre Luara la animosa, Luara la indómita.
- Vuelves a hablar con enigmas - dijo Luara - Dices que nos conocemos, pero tal cosa no es cierta.
- Si que te conozco, y para mi desgracia, he contemplado tu muerte mas de una vez.
- Por momentos pareces un hombre cuerdo, solo para, al instante siguiente pasar a decir sin sentidos.
- Pese a tu reticencia a creer en mis palabras - dijo Dayon - En tu interior sabes que estas son ciertas. Pero igual que esperaba tu incredulidad, estoy convencido de que Laconish se mostrará mas receptivo. Él siempre ha sido mas proclive a aceptar mis palabras, mientras que tu tiendes a dudar de ellas. Pero esto ha sido algo ya marcado desde vuestras primeras encarnaciones.
- ¿Como sabes de Laconish? - reaccionó Luara, entre asustada y furiosa - No lo involucres en esto. El no es un soldado, si hay una batalla y algo me pasara, él me prometió que huiría de la ciudad.
- ¿Acaso lo harías tu? - preguntó Dayon, con una mueca sarcástica.

- El así lo prometió, y así ha de cumplirlo - dijo Luara, mas para si misma que para su interlocutor.
- Sabes que él no huirá.
- De tus labios solo surgen acertijos y amenazas veladas. ¿Que te he hecho para que me tortures de esta manera?, ¿Que mal te hice en otra vida?.
- No deseo tu dolor. No os deseo mal alguno - en aquel momento, Dayon esquivó la mirada de Luara, dando con esto motivos para que sospechase que trataba de ocultarle algo. Algo que sentía que debía saber a toda costa.
- Me dices que no pregunte por mi destino, pero me amenazas con la posibilidad de perder lo que mas quiero. ¿Como quieres que no reaccione?
- No os amenazo. Ni a ti, ni a tu marido. Me limito a decir algo que tú bien sabes.
- Aunque no quiera, le obligaran a huir. Ese es el modo de actuación para con los funcionarios de la corte. Si la ciudad cae, ellos son quienes deben mantener viva su historia.
- El no huirá. No sabiendo de tu estado.
- ¿Y que estado es ese?
- Así que no te lo ha dicho.
- Por todos los dioses - estalló furiosa Luara - Habla de una vez, o vete ya de aquí. ¿Que es eso que tiene que decirme? ¿Que es eso que tratas tan desesperadamente de ocultarme?.

Dayon pareció dudar por unos momentos. Su mirada continuaba evitando los ojos de Luara que permanecían clavados en su rostro girado. Tras unos tensos segundos de silencio, giró nuevamente su rostro, para encontrar nuevamente los ojos de Luara, y habló:

- No te ha dicho que, en sus sueños, ve como mueres sin llegar a dar a luz al hijo que albergas en tu interior.

El silencio dominó nuevamente el lugar. Un repentino soplo de viento desplazó los cabellos de Luara, haciendo que estos cubriesen parcialmente su rostro, mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo.
Al igual que con todo aquello que le había dicho hasta aquel momento, algo hacía que Luara supiese que las palabras de Dayon eran ciertas. Esta ultima revelación, no era algo que le llegase por sorpresa, aquello era algo que había comenzado a plantearse a lo largo de las ultimas semanas: la posibilidad de encontrarse embarazada. Pero no había hablado de aquellas sospechas con nadie, ni siquiera con Laconish, ya que ni siquiera ella tenía la certeza de que aquellos miedos pudiesen tener fundamento.
Pero aquella confirmación lo cambiaba todo. Los temores que había estado tratando de ignora, ahora se le venían encima. Como si el peso del mundo entero fuese depositado sobre sus hombros, todo su ser trataba de venirse abajo. Pero no iba a dejar que la angustia la dominase. Tenía mucho por lo que luchar, ahora mucho mas que nunca, y no iba a dejar le arrebatasen aquello que tanto le había costado conseguir.
No podía evitar el mirar a aquel hombre que se encontraba ante ella, y hacerse preguntas. Preguntas para las que no sabía si pedir una respuesta.
Sensaciones contradictorias sacudían a Luara. El miedo de que aquello que le había sido dicho fuese cierto, el odio irracional hacia aquel hombre que representaba el fin de todo lo que conocía y amaba, y la extraña afinidad que sentía hacia él, no hacían sino sumirla en un doloroso estado de angustia e incertidumbre.

Ninguno de los dos volvió a hablar, o a cruzar sus miradas durante varias horas. Finalmente, se acercaba el cambio de guardia, y entonces fue Luara quien habló de nuevo.

- ¿Tienes algún lugar en el que descansar hoy? - preguntó, poniendo fin al largo silencio - Aunque supongo, que ya sabrías que esa iba a ser mi pregunta - continuó mostrando una sonrisa forzada, que trataba de ocultar su preocupación - Creo que aún quedan cosas que deberías contarnos.
- Así es - respondió Dayon mientras se levantaba - Tengo mucho de lo que hablar con vosotros. Algo que he retrasado ya durante demasiado tiempo.

Los soldados que llegaron a reemplazar a la guardia de la muralla, miraron con miedo a Luara, y trataron de evitar el mas mínimo contacto con ella. Por el contrario, saludaron a Dayon como a uno mas de ellos, pese a que este no hizo ademán de saludarles, ni les devolvería el gesto mientras se iba. En otra ocasión, Luara los habría fulminado con la mirada a aquellos soldados, pidiéndoles una explicación, que ya conocía a aquellos hombre. Pero su mente estaba perdida en asuntos mas importantes que una falta de cortesía, y continuó descendiendo las escaleras de piedra que daban al patio. Tras el cambio de guardia en la muralla, ambos dos se dirigieron hacia la casa de Luara. Caminaban en silencio, inmersos en sus respectivas preocupaciones aunque, ella miraba furtivamente a Dayon, queriendo, y temiendo que desapareciese.

Finalmente llegaron. La escasa luz que lograba filtrarse desde el interior de la casa, indicaba a Luara que su marido se encontraba en el interior. Tras abrir la puerta, miró hacia su derecha, y allí vio a Laconish, sentado en el taburete, enfrascado en la lectura de aquellos tomos que siempre le acompañaban.
Retirando su mirada de las paginas que le tenían absorto, Laconish miro a su mujer, y en su cansado rostro asomó una sonrisa. Pero al cruzar Dayon el umbral de la puerta, se levantó, y el rostro afable se tornó severo.

- Así que finalmente has venido - afirmó Laconish con voz firme - ¿Será este el día en el que conozca tu nombre?.
- Dayon es mi nombre - sentenció este.
- Entonces, la espera ha terminado - dijo Laconish apesadumbrado - La ciudad caerá, y nosotros pereceremos con ella. Pensé... deseé que quedase mas tiempo. Quedan tantas cosas por hacer.
- Ya es tarde - dijo Dayon, dirigiendo su mirada hacia el suelo - He tardado demasiado en encontraros - parecía un reproche hacia si mismo - El enemigo se encuentra ya a las puertas, no podréis huir.
- Es eso todo lo que tenías que decirnos - intervino Luara furiosa - para...
- Sentaos - ordenó Dayon con voz autoritaria en un repentino arranque de furia, y un oscuro aura de poder pareció surgir de él.
- Esta es nuestra casa, y tu no eres quien para darnos ordenes - le replicó Luara. El miedo la atenazaba ante aquella demostración de poder, pero no iba a permitir que aquel ser los amenazase.
- Lo lamento - se disculpó Dayon - Hay tanto que decir, y queda tan poco tiempo.
- Si conversamos sera como iguales - intervino Laconish, mientras se acercaba a su esposa, y la abrazaba con gesto protector. Sabía que en una confrontación ella se defendería mejor que él, pero no podía evitar el impulso de interponerse entre Luara y el peligro.
- ¿Que es lo que sabéis de vuestros nombres? - preguntó entonces Dayon, mirándolos a ambos.
- Son... nombres - respondió confusa Luara.
- Los nombre son algo mas que eso - comenzó a narrar Dayon - Un nombre es algo mas que una palabra, es lo que nos define sin limitarnos, aquello por lo que seremos recordados, algo que inspirara a los demás, provocará indiferencia o rechazo cuando sea mencionado. Pero no es el nombre el que define a la persona, sino esta la que da sentido al nombre.
Antes de que os fueran otorgados vuestros nombres, otros mucho fueron portadores de esos mismos apelativos, algunos de ellos aún son recordados y, otros muchos se han perdido en el olvido. Los nombres, pese a que no definan a la persona, si que representan la herencia de todos aquellos que con anterioridad fueron llamados igual que uno. Al igual que para todas las cosas, siempre hubo y habrá un primero, y los nombres no son la excepción.

Una vez dicho esto, os diré que yo conocí a aquellos que serían los primeros en portar los nombres de Luara y Laconish. De esta misma manera, os diré que yo los llamé amigos.

Pero así como sus nombres aún continúan siendo utilizados, la historia de aquellos que por primera vez fuesen llamados con tan nobles apelativos, fue olvidada por los libros o los hombres. Marginados de la historia por cometer el crimen de sentir piedad por mí.

Yo soy Dayon, hijo de Dae´on, de la estirpe de Ytahc, y de Vandara, de los primeros nacidos entre los humanos. Mi historia se remonta muy atrás en el tiempo. Tan atrás, que los dioses aún eran conceptos abstractos desconocidos por nosotros, y aquellos que vivimos para poder recordarla, no sabemos ubicarla con exactitud. Tan antigua que precede a lo que los pueblos que habita hoy el mundo denominan como el comienzo de todo.

Los días eran diferentes, el mundo era mas joven, recién nacido, pese a lo cual, ya entonces se cernía sobre él la lejana presencia del enemigo. Pues desde su mismo nacimiento, el pueblo de mi padre había sido concebido para combatirlo. Pero al contrario que ellos, que habían sido creados con un propósito, a vuestro pueblo no le fue dada forma o propósito alguno por ningún poder. Vuestro pueblo apareció, por fruto del puro y simple azar, siendo de esta manera libres de la influencia de un “padre” que diese sentido a vuestra existencia, libres para elegir vuestro propio camino y lugar en el esquema de las cosas.
Cada uno distinto de los demás, no solo en apariencia, sino en esencia. Cuanto os envidiaba mi padre, cuanto os amaba. Pues mientras que su vida estaba encaminada a la lucha contra el enemigo que llegaría, la vuestra estaba encaminada a ser la semilla que se esparciría por el mundo. A vosotros os había sido otorgado el don de crear vida, algo que les había sido negado u obviado a ellos.

Vuestro numero, al contrario que del de los Grudarek, o Dragún Adai (hijos de Adai) como llamaban los hombres al pueblo de mi padre, era escaso, pero crecía día a día. Las alas de los Dargún Adai cubrían los cielos, y las pies de los hombres comenzaban a recorrer la tierra.
Pero vosotros, los padres, los primeros nacidos entre los hombres, no erais como los que ahora pueblan las calles de esta ciudad. Vosotros erais eternos, sois los que disteis origen a las palabras, aquellos de los que reciben su nombre los distintos pueblos que en la actualidad existen.
Vuestro pueblo se hacen llamar los maleri, y para ellos esta es solo una palabra, un sonido carente de significado real. Pero yo conocí a Maleri “el de el porte altivo”, y su compañera Alashi “la del rostro severo”, y veo una pequeña parte de suya en aquellos que, sin saberlo, se proclaman sus descendientes. Aquellos que pueblan las tierras al norte del Malnus, se hacen llamar los shizune, ignorantes del legado que representa ese nombre, o de la mujer que le daría sentido ostentándolo por primera vez. En la lejana Harst, vive un pequeño clan que se hacen llamar los nur, y se que entre ellos pervive el espíritu de su madre, la primera que llevase ese nombre.

Me contaba mi padre que, desde el mismo momento de vuestra aparición, erais una unidad, un solo alma con dos cuerpos.
Mientras los demás buscaban sus iguales entre los primeros nacidos, vosotros conoceríais la plenitud desde el mismo momento de vuestro alumbramiento. El era quietud y reflexión, ella fuego y pasión. Erais tal como sois.

En cierta manera, yo también fui el primero de los mios, el primero de los Yr´draag, pues mi padre sería a su vez el primero de los Dragún Adai en unirse a una humana. De aquella unión, asimismo nacería mi hermana Daegon. Aquella que llegaría a ser mi esposa.

Pese al amor que nos profesaban nuestros padres, Dae´on era el líder de su pueblo, y debía guiarlo en la construcción de las defensas para cuando el enemigo llegase hasta Adai, nuestro hogar. Vandara por su lado, también había contemplado el rostro de la destrucción, y preparaba a los suyos para la confrontación. Ambos estaban con nosotros tanto como podían, pero quienes realmente nos educaría, seríais vosotros.

Daegon tendía a pasar mas tiempo con Laconish, y escuchaba con atención una y otra vez las historias que este gustaba de narrar, historias que surgían de su imaginario, pues la vida tan solo había comenzado, y no habían sucedido aún grandes acontecimientos. Mientras tanto, yo prefería esta con Luara, aprendiendo a combatir, viviendo intensamente cada día hasta acabar exhaustos. Laconish trataría de enseñarme paciencia y relajación, primero con la palabra, y después con la acción.
Mientras Luara me enseñaba la lucha con la espada, o sin armas, Laconish me mostraría la paz del arquero, a contemplar las situaciones en su conjunto, y reflexionar antes de actuar, a dominar mis instintos.

Pero no todo era preparación para el combate, no todo era estudio, también habría momentos de reunión, momentos de simple felicidad. Cada vez que nuestros padres regresaba a la fortaleza de Imshul había una gran celebración, y los rostros de todos vosotros se iluminaban con la música, el baile y la bebida. Pero una vez finalizada la fiesta, tan solo quedabais vosotros, nuestros cuatro padres, sentados alrededor de la mesa dejando que esta vez, fuese el fuego el que iluminase vuestros rostros. Conversando sobre cualquier cosa, desde los temas mas trascendentales, a los mas banales. Hablando y riendo hasta que nos sorprendía la llegada del nuevo amanecer. Aquellos fueron grandes años, momentos que me han acompañado a lo largo de los milenios, haciendo menos pesados los momentos de soledad.

Cuando alcanzamos nuestro primer siglo; la mayoría de edad, llegó el momento de elegir la que sería nuestra forma para el resto de nuestra existencia. Yo elegí esta que tenéis ante vosotros. Elegí ser un hombre, un humano. Alguien fuerte que pudiese proteger a los que amaba de cualquier peligro o daño. Daegon escogió la forma de una mujer, alguien capaz de engendrar vida, alguien que inspirase paz. No volverá a pisar este mundo una criatura como ella, amada por todos, tan llena de vida. En un mundo en el que la palabra amor había sido descubierta, y mantenía todo su significado, ella era la personificación de palabra y concepto.
Que hermosa era. Como, con solo mirarla, hacía que me sintiese afortunado por vivir, por poder compartir mi existencia con ella. Cuanto la echo de menos.

La narración de Dayon, se interrumpió, su voz se había vuelto temblorosa y el apretó los dientes, mientras cerraba con fuerza sus ojos tratando de contener las emociones que pugnaban por salir. Pero aquella era una batalla que jamas había logrado ganar, y se llevó ambas manos al rostro, para que nadie pudiese ver sus lágrimas.
Tras unos momentos de silencio, Dayon descubrió su rostro, y con los ojos aún húmedos, continuó con su historia.

- Pero llegó el día, en el que el enemigo encontró los accesos a nuestro mundo. El día en el que el destructor llegó a Adai.
Estábamos preparados, o eso creíamos.
Kafarnaul había forjado las siete espadas.
Siete llaves para cerrar el camino del destructor.
Armas portadas por siete reyes inmortales.
Los siete reyes dragón.

Las alas de cubrieron el cielo, cambiando el azul y blanco, por negro y verde. Sobre los hombres llovía la sangre de vuestros aliados, mientras combatíais sobre el suelo. La tierra se volvía estéril y se abría cuando caía uno los kurbun, y el mar hervía con su contacto. El equilibrio se había roto, conoceríamos en aquellos días tormentas como jamas había sufrido, y tifones que arrasarían todo a su paso, y el mal pugnaría por dominar en el corazón de todas las criaturas.

Luchamos sin descanso durante un tiempo inmemorial, el cielo cubierto de combatientes, no dejaba pasar la luz del sol. El enemigo tenía todo lo que necesitaba, ya que su sustento eran la muerte y dolor, así no necesitaba mas. Combatimos sin dormir o comer, sin llorar a los caídos, o curar nuestras heridas.
Bajo el mar Matnatur, defendida por Shat´red y su estirpe, permanecía inmaculada, y jamas lograría ser conquistada. En los cielos, los ejércitos dirigidos por Dae´on y Narg´eon contenían con dificultad a sus atacantes. Mas allá de este, en la blanca superficie de Lutnatar los hermanos de Sem´bar y Yur´kahn caían defendiendo su hogar. En el ardiente Sholoj, sus hijos, comandados por Mash´Kar y Noroth´grael defendían de manera encarnizada el brillante astro.
Con el tiempo la lucha se concentraría sobre la superficie de Adai, y allí se unirían las siete huestes en el ultimo combate. Allí caerían los siete reyes, allí caería Dae´on, mi padre, combatiendo contra Shaedon y, de su mano muerta, yo tomaría su espada Sachiel, la que sería conocida como “asesina de hermanos”, para dirigir a los nuestros. Vandara caería poco después, combatiendo al asesino de su esposo.

Todo parecía perdido cuando finalmente llegó hasta nosotros Baal, el destructor. Incluso sus hijos morían ante su mera presencia. Los cielos fueron barridos de toda vida con su sola aparición. Pero el pueblo de mi padre había sido creado para combatirlo, y cumpliendo con esa obligación, se lanzaron en masa contra él, solo aquellos demasiado heridos como para combatir sobrevivirían a aquel día.
Fue en aquel momento, cuando apareció Daegon. Había en ella un brillo como no se había contemplado antes. Como un opuesto al destructor, su presencia aliviaba el dolor, y traía reposo al alma.
Caminando con calma sobre el aire, se acercó hasta la inmensa figura del destructor, haciendo que este se fijase en ella. En su rostro no había reflejado miedo o ira, sino firmeza y determinación en sus dulces facciones.
Aquella criatura no había conocido nada semejante. En los planos que había arrasado, siempre había sido recibido con aquello que esparcía. Las emociones siempre habían sido algo ajeno a él, pues actuaba de aquella manera, pues aquel era su lugar en el esquema de todas las cosas. Quizás fue eso lo que despertó una curiosidad que hasta entonces no había sentido, quizás viese en los ojos de Daegon algo que le faltaba para convertirse en un ser completo, quizás jamas hubiese contemplado une belleza similar. Sea como fuere, el destructor abandonó por un momento su labor, y simplemente contempló a alguien puro, alguien que no le temía ni le odiaba.

Yo lo contemplaba todo desde el suelo sin comprender lo que sucedía. Estaba agotado por años de incesante combate (eso es lo que me digo siempre - pensó Dayon para si mismo), cuando escuché una voz en mi cabeza.

- Mírala - me decía aquella voz - ¿No es hermosa?

Yo no respondí.

- Míralo - continuó la voz - ¿No es él mas poderoso que tú?.
Observa como lo mira. Sabe que él la protegerá mejor que tú.
Observa como la contempla. ¿Como no va a enamorarse de ella?.
¿Vas a dejar que te abandone por los que han asesinado a tu padre?
¿Permitirás que te traicione de esta manera?

Mi cabeza estaba confusa, durante años no había tenido un momento de reposo, un momento para pensar, para estar con ella (trato de excusarme, siempre es así, pero no deja de ser eso, una excusa). En aquel momento, aquello que me decía tenía sentido. No sabía que estaba siendo manipulado por una diosa (eso tampoco me sirve de excusa).
La ira estalló en mi. Asiendo con fuerza la espada de mi padre, surqué los cielos, y con ella atravesé la espalda de Daegon, hiriendo a su vez a su “amante”.
Solo en aquel momento fui consciente de lo que había hecho. Al instante extraje la hoja manchada de sangre, y la arrojé lejos. La sangre no dejaba de manar de su cuerpo, salpicándome. Mi manos - y en aquel momento, Dayon miro sus manos con horror - mis manos estaban cubiertas por su sangre.
La bestia estaba aturdida, no por la herida que le había infligido, sino por ser capaz de sentirla. Otros habían logrado alcanzarla, pero hasta aquel momento, no había sido consciente del dolor, consciente por primera vez de su misma existencia.
Daegon se volvió hacia mi. Su rostro (que hermosa era), no estaba teñido por el dolor o el odio. En él solo había serenidad y paz. Ella sabía lo que yo había hecho, pero con un ultimo beso, me perdonó (algo que yo jamas lograré). Con su ultimo aliento, el aura que la rodeaba se intensificó, hasta cegarnos a todos.
Cuando la visión regresó a nuestros ojos, el cielo volvía a ser azul y blanco. Daegon había expulsado al enemigo, y cerrado las puertas que le daban acceso a nosotros. Pero se había ido, en mis brazos yo sujetaba un cuerpo inerte. Su luz se había apagado (culpable, culpable. Yo soy el causante del dolor del mundo, yo la maté).

- No - dijo Dayon, mientras su rostro se convulsionaba con dolor y furia. Miraba sus manos, con lágrimas contenidas en los ojos, como si entre sus brazos aún sujetase el cuerpo de su esposa.
- No - gritó esta vez, cayendo de rodillas al suelo, mientras abrazaba con fuerza un cuerpo que no estaba ahí. Poco después, su cuerpo se hizo un ovillo, al darse cuenta de que ella ya no estaba.

Luara y Laconish se levantaron de sus asientos de manera simultanea, aquello que les había narrado Dayon no solo lo sabían cierto, sino que había despertado algo dento de ellos. En aquel momento recordaban haber vivido todo aquello. Recordaron el horror de la batalla, el desasosiego de ver morir a Dae´on y Vandara, el dolor al ver morir a Daegon, a la que querían como a una hija. Ahora reconocían a Dayon, su “hijo”.

- ¿Porque continuas atormentándote? - le dijo Laconish, mientras ambos lo abrazaban.
- Sssssh - trató Luara de silenciar el llanto de Dayon - Cálmate mi niño, ya ha acabado todo.
- No ha terminado nada - les respondió furioso consigo mismo Dayon - Mis crímenes no acaban ahí.

Tras el entierro de Daegon, yo fui juzgado. Mi deseo de vivir después de lo que había hecho desapareció por completo, y me negué a defenderme, pero otros hablarían por mi. Vosotros defendisteis mi causa, pidiendo una clemencia que yo no merecía. Otros, como Ulmar uno de cuyos hijos había caído presa del enemigo, uniéndose a sus filas, también habló en mi favor. Mas mi crimen era demasiado grave como para caer en el olvido, y muchos mas hablarían en mi contra. Gente que al igual que yo amaba a Daegon, y que jamas podría perdonármelo.
Pero no solo había asesinado a mi esposa. Al detener aquello que se iniciaba en el interior de Baal, lo había corrompido, dejándolo incompleto. Él había sido una fuerza pura de la destrucción, sin emociones, sin un deseo u objetivo. Pero Daegon había despertado en el las emociones. Algo que, de haberse completado, habría podido poner fin al conflicto. Pero el proceso había sido interrumpido. Baal ahora sentía, pero no era capaz de comprender completamente sus emociones. Estas eran las que le dominaban. La existencia, hasta entonces algo ajeno a él, le había sido dada a conocer. Pero él era la destrucción, y aquel concepto le causaba dolor. A partir de aquel momento, tenía un objetivo: Terminar con el dolor, algo que no desaparecería mientras la mas insignificante mota de polvo hubiera sido extinguida.
La primera emoción verdadera que había conocido y comprendido había sido el dolor, un dolor que yo le causara. Un dolor que le acompañará hasta el final de todas las cosas, hasta que alcance su objetivo.

Fui exiliado a Ilwarath: la tierra de los muertos. Allí, los inagorn, los matadores de dioses, torturarían mi carne, pues mi alma ya estaba destruida, hasta el fin de los tiempos.

No se durante cuanto tiempo permanecí en aquel lugar, pero allí tuve alivio, pues en algunas ocasiones, el dolor físico lograba eclipsar aquel que me destrozaba en el interior.
Pero vosotros no os olvidasteis de mi, osados como no lo ha sido nadie, desafiasteis a los mas altos poderes, viajando hasta mi prisión. Allí os enfrentasteis a aquello que incluso los dioses temen, conscientes del precio que tendríais que pagar por vuestras acciones.
Con tu espada - dijo mirando a Luara - rompiste las ligaduras que me aprisionaban, mientras él asaeteaba a las criaturas que trataban de impedírtelo. Pero no podíais acabar con ellos, nadie, mortal o inmortal, salvo el mismo destructor podía destruirlos. Pero no desfallecisteis.
Una vez me hubisteis liberado, tras besar mi frente, me arrojaste hacia la abertura que habías creado para llegar hasta aquel lugar. En tus ojos vi que sabías que aquella sería la ultima vez que me verías. Mientras volaba sin control hacia mi salvación, pude ver como aquellas criaturas destrozaban vuestros cuerpos, pero vuestras almas, mas brillantes y poderosas que el mismo sol, continuaron luchando hasta que atravesé el umbral que separaba los dos mundos.
Pero con vuestro rescate, tan solo habíais logrado acrecentar mi carga. Pues vuestra muerte también pesaría sobre mi conciencia, y el mundo al que me habíais devuelto no era el mismo en el que un día habitase.

El mundo había cambiado tanto que me era completamente extraño, la muerte de Daegon le había privado de su inocencia, convirtiéndolo en un lugar mas oscuro, mas cruel, indigno del sacrificio que había supuesto su salvación. Los hombres ya no lo llamaban Adai, pues decían que el espíritu que habitaba en el no era merecedor de su devoción, ya que nada había hecho por ellos durante el conflicto. En su lugar, pasaron a llamarlo Daegon, en un cruel ironía del destino. Ya que, pese a ser ella quien diese su vida por todos ellos, jamas deseó adoración, ni un mundo como aquel en el que se había convertido. Pero con el tiempo aquel apelativo también perdería su sentido, para pasar a ser una palabra mas. Por otro lado, mi nombre se había convertido en sinónimo de maldad y traición, siendo el peor apelativo que se le pudiese dar a una persona.
Del pueblo de mi padre apenas supe nada. Casi todos ellos había vuelto al seno de Ytahc (como llamaban ellos a Adai), y los pocos que permanecía despiertos habían partido mas allá de los cielos, buscando un lugar que pudiesen llamar hogar, ya que ellos también se habían sentido traicionados por la tierra que les diese vida. Allí solo quedarían los herederos del legado de los siete reyes dragón. Asereth y Belrotah, Maed Lloar y Kafarnaûl, Huatûr e Yrmus Kril y el ultimo de los hermanos de Dae´on: Shaún´car. Ellos custodiaban las pruertas que cerrase Daegon, a la espera del regreso del enemigo, ellos portaban las siete llaves. Pero su espera era solitaria, pues los hombres ya no recordaban la guerra, ni a aquellos que luchasen a su lado.
Casi todos los primeros nacidos entre los hombres habían muerto, o habían perdido sus ansias de luchar. Muchas de las parejas que se forjaran en los primeros tiempo, se desharían. Sin los padres para guiarlos, sus hijos se disputaban la propiedad de la tierra que pisaban, reclamando derechos que no les pertenecían. Pero estas nuevas generaciones también eran distintas a aquellas que les habían precedido. Cada nueva generación era menos longeva, mas obsesionada con la inmediatez de las cosas, con objetivos a corto plazo.
Las ansias de saber, de conocer, de viajar eran insaciables, y pronto el mundo que les dio vida se les quedaría pequeño, y partirían en busca de nuevos retos, nuevos horizontes, nuevas conquistas. Las tradiciones cambiaban y desaparecían, se creaban y destruían en un parpadeo. Aquel era un mundo demasiado veloz para los inmortales.

Durante mucho tiempo vague sin rumbo. En mi camino conocí a toda clase de personas. Algunos me recordaban lo que antaño fuese la raza humana, y otros me obligaban a ver en lo que se había convertido. Muy pocos quedaban vivos de aquellos que me conocían, pero no deseaba ver a aquellos que me defendiesen en mi hora mas triste, no deseaba recordar. Por otro lado, temía encontrarme con aquellos en los que aún latía un intenso odio hacia mi. Temía desear la muerte a sus manos, convirtiendo de esta manera vuestro sacrificio en algo vano.

No fue hasta que te encontré de nuevo, Luara, que se abriría ante mi lo que sería el objetivo de mi existencia. Pues pese a haber destruido vuestros cuerpos, los Inagorn no habían sido capaces de acabar con vuestras almas. Ya no te llamabas Luara, sino Saba, y nada sabías de mi o tu anterior vida. Te conocí de nuevo en una guerra. Una guerra estúpida, una guerra banal, una guerra de hombres. Tu, como siempre, luchabas por aquello en lo que creías, por aquellos a los que amabas, pero a tu lado no estaba Laconish.
Una vez mas te vi morir, sin ser capaz de evitarlo. Una vez mas mi alma lloró. Tras dejar el lugar en el que te había encontrado, partí en busca de Laconish. Si tú habías regresado, así lo tenía que haber hecho él. El tiempo, hasta aquel entonces algo irrelevante, se me descubrió entonces como algo vital. Mi búsqueda se alargo durante durante años eternos, pero finalmente te encontré. Te hacías llamar Nekeny, tu pasión seguía en el estudio, pero esta vez eran las estrellas las que te llamaban. Vivías solo, pues nadie había ocupado tu corazón como lo hiciese Luara. Te acompañe hasta el día en el que tu cuerpo mortal te falló. Algo había muerto en ti el día en el que pereció Saba, pese a que en aquella vida no llegasteis a conoceros.

En aquel momento comencé una búsqueda febril. Si habíais regresado una vez, estaba convencido de que lo haríais de nuevo. Pero podíais aparecer en cualquier lugar. El hombre había conquistado las estrellas, y solo el azar me permitió encontraros una vez. Así que no tuve mas remedio que pedir ayuda a aquel cuyo odio hacia mi era mas amargo: Huatûr “El contemplador”. Aquel que quizás amase a Daegon mas que yo, pues renunció a ella de buen grado, al saber que era conmigo, su amigo, con quien ella deseaba compartir sus días. Sacrificó su felicidad para que ella obtuviese lo que deseaba.

- Cuida de ella - me dijo con una sonrisa cargada de tristeza en su rostro - Hazla feliz.

El siempre había sido un gran observador, alguien invadido por la curiosidad, el ansia de saber el porque de las cosas. Si existía alguien capaz de decirme donde, o la razón de vuestras apariciones, aquel era Huatûr.
Lo encontraría en Olen´Dogar, el quinto pico, el lugar de cuya blanca piedra surgiese en un lejano día. Desde allí, desde la pálida Lutnatar, contemplaba en soledad la figura de Ytahc, a la que los hombres llamaban Daegon, recortada en la negrura del espacio.
Mi llegada no le sorprendió, ya que pocas eran las cosas que escapaban a su visión.

- ¿A que has venido? - me preguntó con frialdad y odio contenido.
- He venido pues necesito de ti - le respondí - Necesito de tu conocimiento.
- Mi conocimiento es mi bien mas preciado, ¿que te hace creer que te lo entregaría?. Ya en una ocasión te confié algo irreemplazable para mi, y lo destruiste. No cometeré ese error de nuevo.
- Jamas podré compensar la perdida que cause, así como jamas podre perdonármelo. De tener otra opción, te habría evitado el dolor de mi visión, mas lo que me trae hasta aquí, es algo que que...
- No oses siquiera pronunciar su nombre - me interrumpió iracundo, mirándome por primera vez - No la uses como excusa.
- Necesito saber del destino de las almas de Luara y Laconish - le urgí - Ella misma te lo pediría de...
- ¿De continuar viva?, ¿de no haber sido asesinada por ti?, ¿no te has parado a preguntar por el paradero de su alma?, ¿sobre la posibilidad de su vuelta?, ¿o sobre las almas de Dae´on y Vandara?. Por supuesto que no, te arrastras en tu propia auto compasión, dejas que la culpa te domine, recreándote en tu bajeza.
- ¿Han vuelto también ellos? - pregunté maldiciéndome a mi mismo por no haberme hecho aquella pregunta.
- No.
- ¿Tanto me odias?, ¿porque me haces albergas esperanzas, solo para arrebatármelas al instante siguiente?.
- Desearía odiarte, desearía creer que aquello que hiciste fue por voluntad propia. Mas se que no fue así. Tu crimen es la debilidad, y el mio el no haber querido verlo en su momento. Verte me recuerda mi fallo y mi pérdida, verte me causa dolor y cólera. No te odio, Dayon hijo de Dae´on, te desprecio y me das lastima. Desearía no sentir compasión por aquel a quien llamé amigo.
- Entonces, ¿me ayudaras?
- Te ayudaré, pero por aquello que compartimos te doy esta advertencia. El conocimiento que ansías tan solo te acarreará mas dolor. Debes saber que lo que hagas con ese conocimiento también sera responsabilidad mía. Si haces un uso inadecuado de él, no cejaré hasta destruirte.

En aquel momento asentí, ignorante de lo ciertas que serían sus palabras. De esta manera me guió a través de las entrañas de Lutnatar, hasta su mismo corazón, Kay Tíndawe, las estancias de los espejos. En aquel lugar, suspendidas de la nada nos rodeaban ventanas hacia otros mundos. Allí contemplé de nuevo el rostro del enemigo, presencié como los hombres alcanzaban estrellas lejanas, como el señor de los muertos contemplaba desde su yelmo vacío las hileras de almas, como criaturas etéreas surcaban los abismos elementales. En aquel lugar comprendí la pasión que embriagaba a Huatûr, su ansia de conocimiento. A través de uno de aquella de aquellos espejos, contemplaría por primera vez a Sakuradai, la tejedora.

- Ella tiene las respuestas que buscas - me dijo Huatûr - Si tal es tu deseo, te enviaré a Kayûr Imael.

De nuevo, mi respuesta fue afirmativa. Nos despedimos sin intercambiar palabras, o siquiera mirarnos a la cara. Me entristecía irme de aquel lugar sin haber sido capaz de congraciarme con él, pero comprendía que ciertas cosas jamas podrían ser olvidadas.

Atravesando el espejo, llegaría hasta el hogar de Sakuradai, Kayûr Imael, el hogar de la tejedora. Entonces yo nada sabía de ella o de su función. Mi objetivo era una respuesta, aunque temía que esta fuese negativa tras el dolor que me vaticinase Huatûr. Pocos han visitado aquel lugar a lo largo de la historia, pues aquel que contempla el rostro de su señora, contempla el momento de su muerte.
Pero yo ignoraba tales cosas, y aquella ignorancia me hacía atrevido. Me aventuré sin dudarlo, convencido de que ya nada podía causarme mas dolor del que padecía. Lo mas temible que podría decirme aquella mujer, era que jamas volvería a veros, o eso era lo que yo creía.

El lugar parecía desierto. Los ecos de mis pasos resonaban de una manera extraña, como si el sonido no se propagase por toda la estancia, sino que se quedase anclado en el lugar en el que había sido producido. Las estrellas que pendían en aquella oscuridad perpetua, también se mostraban extrañas, pues en nada se parecían a aquellas que aparecían sobre los cielos de Daegon. Trate de buscar alguna forma o dibujo conocido en aquel firmamento, solo para descubrir que había sido enviado a un lugar ajeno a los que había conocido con anterioridad.
Sin previo aviso, ante mi apareció una figura femenina. Su cuerpo, así como su rostro estaban cubiertos por un largo manto negro que parecía fundirse con el firmamento. Su rostro oculto parecía mirar hacia el suelo, como fuese presa de la timidez o la vergüenza. Tras unos momentos de espera, no hizo ademán de moverse, por lo que fui yo quien se acercó hacia ella.

- ¿Quien eres? - pregunté. No hubo respuesta, pero tampoco sentía que aquella delicada figura desease causarme daño alguno, por lo que continué avanzando.
- ¿Eres tú quien posee las respuestas? - pregunte de nuevo, una vez frente a ella - ¿Eres tú la tejedora?

Lentamente su cabeza se alzó, para que pudiera ver lo que había mas allá de la oscuridad que proyectaba la capucha. Pero ahí donde esperaba contemplar un rostro, mis ojos se vieron asaltados por un aluvión de imágenes. Imágenes de mi futuro, imágenes de mis encuentros y desencuentros, de mis errores y flaquezas, hasta el momento de mi muerte.
Abrumado por lo que había contemplado, caí de rodillas al suelo, negándome a creer lo que había visto, pero sabiendo que todo era cierto.
Las manos de la tejedora retiraron la capucha que cubría su rostro, dejando al descubierto la expresión de eterna tristeza que inundaban las hermosas facciones que había sustituido a la oscuridad oculta bajo la capucha. Durante un momento dirigió su melancólica mirada hacia mi, antes de dejarme de nuevo en la soledad de mi dolor. La locura quiso apoderarse de mi, pero me negué a rendirme. Aquello que había visto jamas sucedería, no lo permitiría, no fallaría de nuevo, como lo había hecho hasta entonces.

Durante milenios vagaría por el mundo. Contemplaría como los hombres destruían casi todo lo que habían construido, y su nuevo comienzo. Estaría presente con la llegada de los jóvenes dioses a los que adorarían, los tayshari, y participaría en la absurda guerra de mis hermanos contra ellos, y como esta cambiaría la faz del mundo. Presenciaría la creación de sus nuevos hijos, y como estos se esparcirían por el mundo. Me maravillaría con el resurgimiento de los hombres y las nuevas razas, y como regresarían a las estrellas, y contemplaría de nuevo su caída por el orgullo y la arrogancia de unos pocos.
Aquellas imágenes jamas me abandonarían , y tal como predirían, fracasaría una y otra vez en mis intentos. Fracasaría en tratar de evitar el regreso de Baal, fracasaría tratando de detener a Shaedon antes de que, al igual que hiciese con mi padre, acabase con la vida de Shaún´car. No sería capaz de retomar de su mano muerta a Sachiel, pues el recuerdo de lo que había causado con ella me paralizó, granjeandome esta vez si, el odio de Huatûr. Tendría que ser uno de los jovenes tayshari; Tarakus, quien librase aquella batalla por mi. Las siete llaves se perderían, y tendría que ser nuevamente una mujer, una tayshari; Korian, quien se sacrificase para detener al destructor.
Una y otra vez me reuniría con vuestras encarnaciones, y jamas lograría haceros recordar. No lograría reuniros de nuevo, y os vería morir un millar de veces.

Hasta aquí me ha traido mi vagar, nuevamente hasta vosotros. Pues mi sino es veros morir sin ser capaz de evitarlo. Aunque esta vez sera mas duro, pues esta vez estais juntos. Esta vez habéis recordado. Esta vez podríais haber sido felices, de no tener relación conmigo. Pues ellos no hubieran venido hasta aquí, de no saber que yo os buscaría.
Las cicatrices de tu espalda, Luara, son los vestigios de tus vidas pasadas. De los combates que has librado a lo largo de todas tus existencias, de las batallas en las que has salido victoriosa. Tus visiones, Laconish, son el legado de todo lo que has vivido, y el adelanto de lo te queda por vivir en esta, y que viviras en las siguientes. Estos son los designios que ha seguido el enemigo para dar con vosotros, para dar conmigo.

- Prometedme que no combatireis, que trataréis de huir de la ciudad - les suplicó Dayon - Permitid que el circulo se cierre, que no tenga que verme obligado a contemplar de nuevo vuestras muertes.
- ¿Y que sería de ti? - preguntó Luara - ¿Que sería de la ciudad?
- La ciudad caerá de todas formas - le respondió Dayon, mirandola con frialdad - Mi momento aún no ha llegado. Vuestra presencia aquí no cambiará nada. No participeis en una lucha perdida de antemano.
- ¿No es eso lo que has estado haciendo tú durante tanto tiempo? - le replicó Laconish - Las batallas no se ganan o pierden antes de comenzar. Si realmente creyeses tal cosa, no habrías venido hasta aquí.
- ¡¿Vais a arriesgar vuestras vidas y la de vuestro hijo bajo esa suposición?! - les gritó Dayon desesperado y enojado - ¡¿O hareis lo que esté en vuestra mano para verlo nacer?!.

Todos guardaron silencio. Dayon se sentia avergonzado por haber tenido que utilizar aquello, por haberlo sacado a colación. Por su parte, la imagen de la muerte de Luara, que tantas veces se había repetido en la mente de Laconish, era algo que este no podía apartar de sus pensamientos después de aquel comentario.
Luara no sabía que decir. Por una parte se sentía colérica por por las palabras que había formulado Dayon, pero no podía obviarlas. En su mente se formaban los rostros de todos aquellos a los que conocía en la ciudad, de aquellos por los que sentía aprecio. No deseaba dejarlos, sentía como si los abandonase a su suerte. Pero no podía evitar pensar que Dayon tenía razón, ella solo era una mujer. Conservaba los recuerdos borrosos de otras vidas, emociones confusas de momentos de gloria y dolor vividos en tiempo inmemoriales, pero su presencia en el campo de batalla no cambiaría nada. Su familia; los suyos, debían ser su prioridad.

- De acuerdo - dijo Luara rompiendo el silencio - Trataremos abandonar la ciudad - la vergüenza y el dolor que sentía por tomar aquella decisión se veían claramente reflejadas en su rostro cabizbajo. Algo en su interior pugnaba con fuerza por cambiar lo que acababa de decir, y se sentía egoísta por anteponer su familia a su pueblo, a la par que se sentía egoísta por querer anteponer su pueblo y su orgullo antes que su familia.
- La decisión esta tomada - dijo Laconish, mientras agarraba con fuerza las manos de Luara a su espalda, tratando de confortar y dar fuerzas a su esposa.
- El grueso de sus fuerzas atacará por el este - comenzó a decir Dayon - La ruta de huida mas probable es seguir la corriente del río, y tratar de ocultarse bajo sus aguas cuando pase junto a los campamentos situados a las orillas. Si os apresuráis quizás podáis estar cerca de la muralla antes de que comience el ataque.

*********************************

El viento soplaba con fuerza agitando violentamente las banderolas que ondeaban en las murallas. En uno de los puestos de guardia, faltaba una persona, pero sus compañeros estaban demasiado atareados como para preguntarse por aquella ausencia. La voz de alarma había sido dada, y todo aquel capaz de alzar un arma se encontraba entre las almenas.
Al otro lado, una enorme masa de hombrea avanzaba como si de las imparables olas del mar se tratase. El entrechocar de sus armas y armaduras hacía temblar la tierra, y sus arengas y gritos de batalla minaban la moral de los defensores de la ciudad.
Las flechas volaban en ambas direcciones, provocando bajas entre los dos ejércitos. Las máquinas de asedio, como colosos de madera metal y piel, se acercaban lenta aunque inexorablemente, dando tiempo a que los hombres apostados en la muralla pudiesen rezar sus plegarias antes de encaminarse al combate cuerpo a cuerpo.

En la lejanía, flotando sobre aquella escena, Dayon contemplaba con desasosiego la inminente batalla. Pronto le llegaría el momento de actuar, pronto atacarían los kurbun.
No sentía ningún vinculo especial por los hombres que se encontraban bajo él, pero no podía evitar el sentir tristeza por el desperdicio de vidas que se estaba llevando a cabo. Pese a sentirse mas afín a los defensores de la ciudad, no intervendría en su favor, pues consideraba injusta su participación en una refriega humana. Pero pronto se vería involucrado. En aquel lugar se habían desatado fuerzas que nunca deberían haber sido convocadas a aquel conflicto. Fuerzas que habían aparecido bajo el reclamo de su presencia.

- Esta vez será distinto - se repetía.

Había dejado a Luara y Laconish a salvo. Le habían dicho que huirían. Los había abandonado al llegar junto a la muralla. Ya habían pasado varias horas. En aquel momento deberían esta lejos de aquel lugar.
Pero no podía evitar el recuedo de la mirada de Luara antes de la despedida. El ruego mudo que le pedía al mismo tiempo que les acompañase, y que defendiese la ciudad. La mirada de alguien que sufría por la decisión que se había visto obligada a tomar. Una mirada que había sido causada por él.
Tomó aire, y trato de calmarse, de centrar sus pensamientos. Le esperaba una batalla dura. Si realmente había logrado alterar el devenir de los hechos, ya nada de lo que había contemplado en el rostro de Sakuradai poseía validez. A partir de aquel momento era libre de las ataduras del destino, pero aquella libertad podía implicar una muerte prematura.
Entonces los vio. Habían estado allí todo aquel tiempo. Cuatro figuras negras que cubrían las estrellas y provocaban el estremecimiento en aquellos que las contemplaban. Al comenzar su vuelo, una densa niebla se formó hasta donde alcanzaba la vista, tal como ya viese Dayon incontables de milenios atrás.
Tal como debía hacer, se interpuso en el camino de las figuras. Para los ojos de Dayon, aquellos seres carecían de rasgos. No les habló, pues nada de lo que les dijese evitaría que realizasen su labor. Ellos tampoco emitieron sonido alguno, pues el habla no era una de sus capacidades. Ellos eran miedo y destrucción, muerte y dolor. Eran ajenos a toda emoción.
Con lentitud y parsimonia, como siguiendo un ritual, las cuatro figuras rodearon a Dayon. Cuando hubieron completado su oscuro movimiento, atacaron como uno solo.
Dayon logró acertar a uno de ellos, antes de detener los ataques de los otros tres, y este cayó derribado hasta golpear contra el suelo. Aquellos sobre los que aterrizó, se volvieron polvo antes siquiera de entrar en contacto con la criatura, y varios centenares mas murieron solo con su cercanía. Allí donde había aterrizado, se creó un vacío en las tropas atacantes. Aquellos que quedaban en pie no contemplaban una criatura asexuada, sino que ante sus aterrorizados ojos aquel ser cobraba poder, tornándose una bestia mas alta que las murallas armada con dos espadas, una llameante, y otra de negro filo que desprendía fragmentos de oscuridad cuando era blandida. Sus ojos eran simas sin fondo en las que se precipitaban las almas de aquellos que osaban mirarlos, y de su espalda surgían dos alas membranosas cuyos aleteos derribaban las gigantescas máquinas de asedio como si estuviesen hechas de papel. Su larga cabellera negra alcanzaba hasta el suelo, y aquellos tocados por ella eran descuartizados como si les golpease un centenar de espadas de imposible filo.
La batalla se detuvo, mientras aquella criatura alzaba el vuelo de nuevo, ignorando tanto a los hombres que ya habían abandonado sus armas, y huían aterrorizados, como a aquellos que no lograban hacer que sus cuerpos les obedeciesen.
Aquellos tan valientes, o estúpidos como para seguir con la vista a la criatura que se alejaba, lograron contemplar a otras tres figuras similares, combatiendo contra la minúscula forma de un hombre.
Dayon, para quien el miedo por aquellas criaturas ya había perdido su significado, continuaba luchando contra los hermanos del caído. Contra él solo les quedaba el poder físico crudo, ya que adoptaban la forma de la criatura a la que mas temiese su víctima. De cualquier modo, su poder era grande, y el hijo de Dae´on se veía en dificultades para contener a los tres enemigos contra los que luchaba en aquel momento.
Viendo el regreso de aquel al que había derribado, ignoró a sus atacantes, y decidió rematar a aquel al que ya había herido. Pese a su velocidad, uno de sus rivales logró alcanzarle en la espalda. Herido continuó su carga descendente, y con su espada por delante, la empaló en el pecho de su rival, cayendo en picado esta vez los dos. Uno de los brazos/espada del kurbun logró desgarrarle el vientre mientras caían, antes de morir.
El resto de sus rivales, que el seguían de cerca, arremetieron contra él, permitiéndole el tiempo justo para extraer su espada del cadáver del caído, antes de arrojándolo a varios metros de distancia con sus golpes.
Sin dejarle tiempo a recuperarse, cargaron nuevamente a una velocidad cegadora. Durante varios minutos, lo único que pudo hacer Dayon fue defenderse, incapaz de situarse en una posición desde la que poder lanzar un ataque, pero aún así, no pudo evitar todos los ataque, y decenas de cortes recorrían su cuerpo.
Repentinamente, uno de sus adversarios se apartó de la refriega al ser impactado por un golpe.

- No - gritó Dayon mientras, ignorando cualquier acción defensiva, se lanzaba a atacar como un poseso.

Luara estaba allí, como Dayon sabía que sucedería, pese a desear con toda su alma que no fuese cierto. Su rostro se veía sereno, a pesar de que el fuego de la ira relucía tras sus ojos. Aquella no era la mirada de la mujer que Dayon había dejado junto a la muralla, aquella era una mirada que no había contemplado en milenios, la de Luara, de los primeros nacidos entre los hombres. El viento se agitaba a su alrededor, como si fuese una proyección de su espíritu, despejando la niebla que cubría aquel lugar, y agitando con violencia sus ropas y su larga melena.
Sus otros dos atacantes se volvieron hacía la nueva combatiente, conocedores de que con la muerte de ella, lograrían causarle mas dolor a Dayon que con cualquier herida que le causasen a él.
Una flecha impactó en el rostro de uno de los kurbun. A escasos metros de allí se encontraba Laconish, colocando una nueva flecha en su arco. No había prisa ni precipitación en su mirada, serena como solo podía serlo la suya. Con precisión apuntó, y otro proyectil partió hacia su objetivo. Aquel pedazo de madera, ajeno al vendaval desatado sobre el lugar del combate, impactó en el hombro de su objetivo, hundiéndose en él hasta desaparecer por completo. Pese a que las armas mortales no eran capaces de herir a los kurbun, aquellas vulgares flechas lograban dañarlos, ya que eran impulsadas por la fuerza de incontables brazos, por un alma forjada a lo largo de un millar de vidas. Laconish era en aquel momento un hombre completo. Recordaba quien era, había sido, y sería, y aquello hacía de él la suma de todos ellos.

Dayon ya había presenciado aquella escena, y sabía como finalizaría. Ignorando el dolor trató de interponerse entre Luara y sus oponentes, pero fue frenado por uno de ellos. En su semblante sin rostro le pareció contemplar un gesto de burla del destino, una cruel mueca que le recordaba lo que nuevamente perdería en aquel día. Mientras se enzarzaba en combate con él, no podía evitar rememorar el combate que estaba teniendo lugar a su alrededor.
Veía como Laconish abandonaba su arco, cuando su adversario llegaba hasta él, y como desenfundando su daga larga, esquivaba sus ataques. Sus pies parecían no pisar el suelo, y sus movimientos parecían una danza alrededor de su rival, girando constantemente para situarse a su espalda y asestarle pequeños cortes que apenas lo ralentizaban.
Luara combatía fieramente, intercambiando estocadas con su enemigo. Con cada golpe detenido, su espada se mellaba y agrietaba. Ella era consciente de ello, y trataba de evitarlos, pero la velocidad de su contrincante le obligaba a interponer su arma como defensa. En dos ocasiones logró acertar sendos golpes que alejaron a la criatura, pero pronto se quedaría sin arma e indefensa.
En un intento desesperado, se abalanzó contra él, evitando sus ataques, hundiendo la hoja de su espada hasta la empuñadura. La criatura, pese a encontrarse mortalmente herida, se giró haciendo que la hoja se partiese, dejando a Luara tan solo con la empuñadura.

- Huye - gritó Dayon desesperado.

Pero no quedaba tiempo, ambos estaban demasiado cerca como para que Luara pudiese evitar los últimos ataques del kurbun. Mirando a su rostro vacío, arrojó la empuñadura que sujetaba y se dispuso a continuar aquella lucha ya perdida.
Laconish, trató de evadirse de su adversario, pero este aún era lo suficientemente rápido como para interponerse en su camino. Dayon, al que sus heridas lo hacían tambalearse, nada podía hacer. Lo único que les quedaba era contemplar como ella moría combatiendo.

En aquel momento, una luz surgió del vientre de Luara. Un aura que se extendió por todo su cuerpo hasta cubrirla por completo. Con las manos desnudas, agarró los brazos de su atacante, y lo obligó a arrodillarse.
Aquel aura luminosa parecía dañar al kurbun, que se veía indefenso ante Luara. Poco a poco, la luz fue extendiéndose a lo largo de todo el cuerpo de la criatura, hasta que no quedó nada de ella.
Los dos kurbun restantes, al ver aquello, se alejaron del combate. Continuar luchando era ya algo futil. Eran inmortales, con el tiempo llegaría el momento de finalizar lo que habían comenzado aquel día.

Dayon cayó de rodillas, apoyándose sobre su espada mientras tosía sangre. Sus heridas eran mortales.
Sus “padres” lo recostaron en el suelo con preocupación y dolor en sus rostros. Sabían que solo le quedaban minutos de vida. Sus lágrimas mojaban el rostro de Dayon, que los contemplaba en silencio, buscando palabras que pudiesen reconfortarlos. Moría, pero lo hacía feliz al contemplar el resurgir de aquellos a los que creía condenados para siempre.

Una nueva figura se materializó a través de la niebla. Los tres lo conocían, era Huatûr, “el contemplador”.

- Finalmente lo has logrado - dijo, con fingida frialdad, tratando de ocultar el dolor que le causaba ver a su antiguo amigo tendido en su ultimo lecho.
- Si - respondió Dayon.
- Nunca te desee mal alguno, Dayon, hijo de Dae´on. Nunca desee tu muerte.
- Mírala - dijo Dayon con una sonrisa iluminando su rostro - A venido a llevarme con ella. ¿No es hermosa?.
Ante sus moribundos ojos se había aparecido la figura de Daegon. En su rostro no había odio o rencor, sino perdón y serenidad.
- ¿Como no verla? - mintió con voz temblorosa, mientras las lágrimas comenzaba a brotar lentamente Huatûr, aquel ante cuya mirada nada podía ocultarse - Siempre fue hermosa la mas hermosa de todas.

Kuunsej

Kuunsej

Por arcanus, 10 Junio, 2011

La noche era cerrada sobre Nimaes. Las calles de la aldea estaban desiertas y las únicas luces que alumbraban la ocuridad eran las de la luna oculta tras oscuras nubes y la de las estrellas que la acompañaban.
Reyda esperaba acechando en un callejón, sin perder de vista el gran árbol situado en el centro de la plaza. Llevaba un grueso abrigo de piel de oso para protegerse del frío de la noche, y su larga cabellera negra estaba recogida en una trenza, para que no le impidiera ver en todo momento el árbol, así como el camino que llegaba hasta él desde el sur.

- Tiene que venir - se repetía mentalmente a si misma - siempre viene en esta noche.

A pesar del abrigo, el viento golpeaba en su rostro, y tan solo esto era lo que la mantenía despierta. La excitación de los días anteriores había hecho que durmiera muy poco, y ello le estaba pasando factura en esta noche, precisamente la noche en la que quería permanecer despierta. Hoy se lo preguntaría.

Pero la noche transcurría y no escuchaba los pasos del desconocido. Los segundos parecían horas y sus párpados cada vez se le hacían mas pesados. Cogió el pellejo con agua que colgaba de su cintura y tomo un breve trago, esto la despertó levemente, pero hizo poco por animarla, esta noche se le hacia eterna y él no llegaba, tantos años esperando y cuando finalmente se había decidido el extraño no aparecía. Mil preguntas se arremolinaban en su cabeza.
¿Se habría equivocado de noche?, estaba segura de que no era así, quinto día del segundo lukata de Grimlain, llevaba demasiado tiempo viéndole para equivocarse en algo tan estúpido, pero a pesar de la certeza, la duda seguía ahí.
¿Le habría pasado algo?, podría ser, al fin y al cabo no sabia nada de aquel hombre, podría ser cualquier cosa. Quizás era un mercenario y había caído herido o muerto en alguna batalla. Tal vez había sido atacado en algún camino, o era un espía o un asesino y había sido hecho prisionero. Incluso podría haber muerto de viejo, nunca le había visto el rostro, quizás era un anciano y le había llegado su hora.

Recordaba como si fuera ayer la primera vez que le vio, tan solo tenia siete años, pero aquella noche de hace doce años nunca seria capaz de olvidarla, la noche en la que murieron sus padres.

Llegaron con la niebla y la noche. Las figuras se movían con suavidad, como si sus piernas se deslizaran sobre el suelo sin siquiera tocarlo. Sus siluetas se iban haciendo mas nítidas según se adentraban en la aldea, grabando sus aterradoras formas en las retinas de aquellos que les contemplaban.
Reyda los había seguido desde el bosque. Aterrada, pero a la vez extrañamente atraída por aquellas presencias. Contempló horrorizada como, uno a uno, caían ante aquellas criaturas los cuerpos sin vida de aquellos a los que conocía. Quería gritar, decirles que huyeran, pero tan solo podía mirar paralizada. Las lagrimas brotaban de sus ojos, recorriendo su rostro con lentitud, hasta llegar a la comisura de sus labios, incapaces de proferir sonido alguno.

Fue entonces cuando apareció él. La niebla parecía arremolinarse y apartarse de su camino, como si se tratara de algo vivo. Su sola presencia hizo que un estremecimiento recorriera todo el cuerpo de Reyda, como advirtiéndole de que no mirase, pues lo que sucedió acto seguido fue la lucha mas extraña que presenciaría jamás.
Las criaturas abandonaron todo aquello que estaban haciendo, agrupándose para recibir al recién llegado. En aquel momento parecían extrañamente humanos, como si la sensación de temor que le había paralizado hasta aquel momento, hubiera sido desterrada por una aun mayor procedente del extraño.
Las figuras parecían fusionarse con su rival con cada golpe, como si sus armas fueran extensiones inmateriales de sus propios cuerpos. El extraño esquivaba sus golpes con aparente facilidad, apartándose tan solo lo necesario para evitar los golpes, mientras su brazo deslizaba la espada que portaba de una manera feista, pero increíblemente efectiva. No se parecía en nada a las luchas escenificadas por los artistas ambulantes que había visto Reyda en la aldea. No habían alardes ni pasión en aquel hombre, tan solo fría eficacia.
Cuando el extraño hubo acabado con las criaturas, continuó su caminó hasta llegar al gran árbol que gobernaba la plaza central de la aldea y, una vez allí, se arrodillo ante él. Así permaneció, inmóvil, durante lo que a Reyda se le hicieron eternos momentos hasta que, tras alzarse, abandonó la aldea igual que había llegado hasta ella, perdiéndose en la lejanía.
A lo largo de los últimos doce años, aquel hombre había repetido aquel ritual y, en todas aquellas ocasiones, Reyda había sido testigo de ello, incapaz de acercarse a él.

El sonido de unos pasos devolvió a Reyda al momento en el que se encontraba, sacándola de los dolorosos recuerdos.

- No puede ser el extraño - se dijo - El nunca mete ruido.

Se asomó con cautela por las esquina, invadida por la curiosidad. Una figura familiar, portando una lámpara de aceite, que se balanceaba ante su rostro, lograba adivinarse en la oscuridad; era su tío Onsul.
Reyda volvió a retroceder tras la pared en la que estaba oculta. Desde que vivía con él y con su tía, rara vez le había visto salir tan adentrada la noche. ¿Se habrían dado cuenta de que no estaba durmiendo en su habitación?. Aunque, también era cierto que ella no acostumbraba a estar levantada tan tarde.
Onsul se alejó con paso calmado de la puerta de la casa adentrándose en los campos que rodeaban a la aldea. En un principio Reyda no fue capaz de adivinar la dirección que había tomado, pero enseguida situó el final de aquella caminata; las tierras mortuorias.
Según se alejaba, su figura corpulenta se iba convirtiendo tan solo en una sombra recortada contra la luna, hasta que, finalmente, se detuvo para arrodillarse ante el lugar en el que descansaban los restos de su hijo.
En todo el tiempo que había vivido con ellos, nunca hablaban de él, así como tampoco había tenido una conversación sobre su padre con él. Lo cierto era que hablaba muy poco con sus tíos. Eran buena gente, y los quería mucho, pero desde aquel fatídico día, toda la gente del pueblo había cambiado. Como si algo en el interior de cada uno de ellos hubiera muerto. Aquellas criaturas no había acabado tan solo la gente, sino también con el futuro de la aldea, pues Reyda era la única persona joven que sobrevivió.
Hasta aquel momento, Reyda no se había apercibido del dolor que acarreaban sus tíos, teniendo que criar a una niña que no era suya, sin tener siquiera tiempo para llorar lo que habían perdido.
Viendo a su tío arrodillado ante aquella tierra yerma, Reyda se sintió mal. Quizás si ella no hubiera estado en el bosque aquella noche, las criaturas se la habrían tomado en lugar de su primo, quizás el dolor de aquel hombre que la había criado fuera menor.
Apoyada contra la pared de madera tras la que se encontraba oculta, Reyda no se vio con fuerzas de mirar nuevamente, hasta que el sonido de las pisadas volvió a sonar, primero acercándose desde las tierras mortuorias, para volver a alejarse hasta perderse en dirección a su casa.
No supo cuanto tiempo había transcurrido desde aquel momento pero, entonces, se vio invadida por una sensación ya conocida. Era él. Ya había llegado.
Reyda trató de reunir fuerzas para incorporarse, pero sus piernas le fallaban. La melancolía y la tristeza habían sido sustituidas por el terror. El nudo que la atenazaba el estomago desapareció, ascendiendo hasta su garganta. Realizando un esfuerzo sobrehumano, logró asomarse a la esquina para contemplar su figura.
Se encontraba cubierto por la sombra del gran árbol, como si formara parte de ella. Vestía un abrigo largo y ligero de color negro, que era mecido por el viento, junto a las alas de su sombrero.

- Acércate, si ese es tu deseo - dijo con una voz glacial. No miraba en su dirección, pero Reyda supo que era a ella a quien se dirigía - Nada debes temer de mi.

El viento se tornó aun mas gélido mientras las palabras eran pronunciadas. Reyda continuaba inmóvil, tratando de reunir las fuerzas necesarias para moverse, unas fuerzas que le habían fallado hasta aquel día.

- Levántate - se dijo furiosa consigo misma - Se volverá a ir, y no habrás podido hablar con él.

Lentamente, comenzó a moverse. Sus articulaciones estaban adormecidas por el frío, el miedo y la inmovilidad, respondiendo con torpeza a las ordenes que les daba, miles de diminutas criaturas parecían tratar de pugnar por salir de su estomago, pero esta vez no les dejaría ganar.
Tímidamente surgió del callejón, acercándose con cautela hasta el extraño. El viento parecía haber cesado, a pesar de que el frío continuaba incrustad en sus huesos. Lo único que era capaz de escuchar era el acelerado sonido de los latidos de su corazón, así como su agitada respiración.
El extraño ni tan siquiera se giró. Continuaba inmóvil, encarado hacia el árbol, como quien realiza una acto religioso. Ni siquiera su largo abrigo parecía moverse. Todo el parecía una inerte estatua de oscuridad, que destacaba en la noche como un faro.

Reyda continuó caminando hasta situarse a la derecha del extraño, una vez allí, se detuvo y, reuniendo las fuerzas que le quedaban se giró para contemplar su rostro. Una cortina de negrura proyectada por su sombrero ocultaba sus ojos. Sus facciones frías y alargadas componían un mascara inexpresiva, aunque a través de ella se lograba adivinar un gran dolor.

- ¿Quien sois? - preguntó finalmente Reyda.
- Nadie cuyo nombre merezca ser conocido - respondió el extraño.
- ¿Por qué… - comenzó a preguntar Reyda.
- Se lo que buscas - la interrumpió el extraño - Buscas respuestas, una razón para los sucesos que acontecieron aquí, hace ya tanto tiempo. Buscas que te diga que la muerte de tus seres queridos, que todo el dolor que has sufrido, tiene un significado, un fin último. Buscas que te mienta.

La voz del extraño carecía de emoción alguna, pero Reyda supo que sus palabras eran ciertas. Lentamente, cerro los ojos, y apartó la mirada del rostro cubierto de sombras de aquel hombre.

- ¿Por qué vienes aquí cada año? - dijo mirando al suelo, tras unos instantes de tenso silencio.
- Vengo a visitar el lugar de reposo de dos viejos amigos - respondió el extraño.
- ¿Hay gente enterrada bajo este árbol? - preguntó incrédula Reyda.
- ¿Acaso no conoces la historia de este árbol? - preguntó el extraño.
- Siempre ha estado aquí - respondió Reyda - Ya estaba aquí antes de que la aldea fuera construida.
- Ya estaba aquí antes de que los ancestros de tus padres nacieran - dijo el extraño.
- ¿Qué tiene de especial este árbol? - preguntó Reyda.
- Su historia se remonta a los tiempos antiguos - comenzó a decir el extraño - Los tiempos en los que otros moraban estas tierras, y los dioses estaban olvidados. Cuando los hombres trabajaban la tierra, y los ailanu gobernaban desde los cielos.

- ¿Cuál es su historia? - preguntó finalmente Reyda - ¿Qué te ata a él?
- Se llamaba Senkaú - comenzó narrar el extraño - Todo comenzó con él.

Nació y se crió en una pequeña aldea, como podría ser esta misma. A pesar de el tiempo que separa su historia de esta tuya, las cosas no eran muy distintas. Los jóvenes deseaban abandonar el campo, escuchando la llamada de la ciudad. Cambiar el adobe por el cristal, la piedra y el metal.
Senkaú era demasiado joven todavía para escuchar la llamada de la ciudad. El disfrutaba jugando con su perro, así como con aquellos demasiado jóvenes para estar trabajando en los campos.
Pasaba hambre, pues la tierra no era generosa pero, a pesar de ello, creció sano y fuerte, allí donde sus amigos enfermaban él parecía inmune a todo mal. Se decía que estaba protegido por alguna fuerza superior y, en cierto modo, así era.
Solo contaba con cinco años cuando lo vio por primera vez. A los ojos del joven Senkaú, aquel hombre se asemejaba a uno de aquellos dioses cuya existencia era negada por los ailanu. Su figura se le hacia irreal, así como el paisaje que le rodeaba.
En aquel lugar, las plantas poseían colores vivos, como si alguien las hubiera extraído de un cuadro, para plantarlas posteriormente en aquel lugar. Su belleza era casi etérea, como los recuerdos lejanos de aquello que soñaste y luchas por mantener en tu memoria.
A pesar de que no soplaba viento alguno en aquel lugar, todo parecía mecerse como si una suave brisa las acariciase.
Al contemplar a Senkaú, el hombre pareció agradablemente sorprendido, y al surgir una sonrisa de su rostro, el paisaje se ilumino aun mas.

- Buenas noches - dijo, a pesar de que el sol brillaba con fuerza en el cielo - Eres la primera visita que recibo desde que habito en este lugar - continuó mientras se alzaba, y comenzaba a caminar con serenidad hacia él - ¿Cuál es tu nombre?.
- Senkaú - respondió tímidamente el joven - ¿Dónde me encuentro?.
- Te encuentras en mi hogar - respondió el extraño - Permíteme que me presente; Mi nombre es Athlán.

Sin ser consciente aún, Senkaú se encontraba en Tagerboh, la tierra de los sueños. Pocos eran los que son conscientes de su existencia allí, pocos son los capaces de prolongar su estancia allí por un tiempo indefinido.
Senkaú permaneció en el hogar de su nuevo amigo durante un año, y durante aquel tiempo no sintió nostalgia de su hogar o sus padres, pues de alguna manera sabía que ellos tampoco lo extrañarían. En cierta manera, estaba viviendo un sueño, siendo solo consciente de ello en una pequeña parte. Su persona allí evolucionó de modo proporcional, pero aquello tan solo había el sueño de una única noche y, a pesar de que al despertar las experiencias vividas allí se le hacían muy reales, no representaron para el diferencia alguna con cualquier otro sueño.

Con el paso del tiempo, Senkaú volvió mas veces en sus sueños a aquel lugar y, cada noche, su estancia allí era mas duradera. Cada vez que volvía, conservaba mas conocimientos de los aprendidos allí, y aunque tan solo tenía ocho años, en sus sueños era ya un hombre de mas de treinta.

En aquel maravilloso lugar, Athlán le instruía en los misterios del misticismo. Le enseñaba a ver las cosas en su autentica forma, y como todas ellas estaban enlazadas a lugares lejanos, lugares a los que no se podía llegar por mucho que caminaras.
Le enseñó los idiomas que hablaban el fuego y la piedra, el aire y la oscuridad, así como a viajar con su mente hasta el lugar del que procedían. Le mostró el alma de todas las criaturas vivas y como comunicarse con ellas.
Senkaú siempre fue un alumno atento y dispuesto. Era consciente de que Athlán no le enseñaba todo lo que realmente sabía, pero el jamás pidió saber mas de lo que su maestro estaba dispuesto a enseñarle, pues aquello implicaría ir a lugares tenebrosos que el hombre no debería visitar. Lugares en los que Athlán había estado, y que le habían dejado marcas imborrables, y recuerdos dolorosos imposibles de mantener encerrados.

Así, el joven Senkaú maduró a una velocidad muy superior a de los demás jóvenes de la aldea, y mientras que los niños le ignoraban, algunos adultos le pedían consejo y ayuda, pues se había mostrado capaz de aliviar el dolor de aquellos que sufrían, y de sanar a aquellos afligidos por males menores.

Pero todo cambió cuando su madre enfermó de gravedad, pues al mirar el mal que la afectaba, Senkaú contempló algo que jamás debería ver un niño, pues sobre ella se cernía lo que a sus ojos parecía la muerte.

Aquella noche, Senkaú busco el consejo de su maestro, pero cuando el sueño le alcanzó, tan solo halló pesadillas en su búsqueda. Las pesadillas de su madre, pues tal era el dolor de esta, que aquellos mas cercanos a ella fueron participes de él.
Pero aquello era distinto para Senkaú, pues al contrario que para los demás, él era consciente de lo que sucedía, así como lo era la criatura que afligía a su madre.
Aquel ser no era la muerta, sino alguien que se alimentaba del dolor y el miedo, un kurbun. A los ojos de Senkaú se apareció como un gran lobo negro de afilados colmillos, y mirada fiera en sus ojos, rojos como la sangre, pues aquello era lo mas temible que podía concebir su joven mente.
A su alrededor no había nada. Ningún objeto con el que tratar de defenderse, ningún lugar en el que buscar cobijo.
La criatura se acercó a él con paso pausado, pues sabía que Senkaú era incapaz de moverse, y tras situar sus fauces junto a su cara, las abrió de par en par profiriendo un sonido que habría hecho encogerse de terror al mas curtido de los soldados, un sonido proveniente de las mas profundas simas de Namak.

Senkaú despertó temblando. Todo su cuerpo estaba helado. Su mirada estaba vidriosa y su boca estaba completamente abierta, a pesar de que su garganta era incapaz de proferir sonido alguno. Durante minutos estuvo inmóvil, tratando de gritar, tratando de desahogarse, hasta que finalmente, cerro sus ojos, y de estos comenzaron a brotar lagrimas de ira y dolor, a las que acompañó un tenue quejido.

No fue capaz de ir a ver a su madre en dos días, así como tampoco fue capaz de conciliar el sueño en ese tiempo.
Finalmente, cuando reunió fuerzas para hacerlo, miró mas allá de las apariencias, y nuevamente vio a la criatura, contemplando las heridas invisibles que sus fauces le causaban al alma de su postrada madre.
Aquello era mas de lo que su débil y cansada mente podía soportar, y nuevamente huyó. Corrió hasta que sus fuerzas no dieron mas de sí y cayó desfallecido en los bosques que rodeaban la aldea.

Allí durmió por primera vez en días, y aquel sueño le llevó de nuevo con Athlán.

- Ayúdame - le urgió desesperado el hombre que era en aquel lugar - ayúdame, por favor.
- Nada puedo hacer por ti - le respondió Athlán - No me pidas que regrese a ese mundo.
- ¿Porque? - preguntó, y en aquel momento, su forma volvió a ser la verdadera, la de un niño asustado - Tu podrías acabar con él. Lo se.
- El riesgo es demasiado alto - le respondió Athlán, mientras le abrazaba, y acercaba la cabeza del joven a su pecho - Ya perdí una vez todo lo que poseía en aquel lugar. No me pidas que renuncie a lo poco que tengo en este - había tristeza y gran dolor en su voz.
- Nunca te he pedido nada - dijo Senkaú, mientras miraba con sus ojos inundados por las lagrimas a Athlán - Y nunca te volveré a pedir nada. Pero por favor, salva a mi madre.
- De acuerdo - dijo Athlán, tras un largo silencio - Iré.

Athlán apareció en el bosque, y contempló el cuerpo del dormido Senkaú. Le recordaba tanto al hijo que perdiera hacía ya tanto tiempo que no pudo evitar acariciar su cabello, y darle un beso de despedida en la frente, antes de partir hacia la aldea. Había tenido mucho tiempo para estudiar y recapacitar sobre el pasado.

- Esta vez será distinto - se dijo para si mismo y, con paso seguro comenzó su camino.

Al llegar a la aldea, su presencia despertó el recelo, pues no era normal ver extraños de paso por aquellas tierras. Pero ignorando a los campesinos, se dirigió hacia la casa de Senkaú.
La cortina que cubría el umbral de la puerta, hizo un suave sonido al ser descorrida, dejando a la vista de Athlán la vieja cama sobre la que estaba acostada una mujer cuya edad apenas rebasaba los veinte años, y a un hombre poco mayor que ella velando por el cuerpo de esta.
El hombre, al ver al extraño, hizo ademán de levantarse con expresión cansada y furiosa. Pero con un gesto de su mano, y un leve susurro, Athlán lo hizo dormir. No podía permitirse distracciones en la labor que se disponía a realizar.

- Hazte ver - dijo en una lengua que no debía ser escuchada por oídos humanos.
- Aquí estoy, oh Arcunsal - le respondió una voz inhumana.
- Así que eres tú - dijo Athlán - El destino me da la oportunidad de enmendar viejos errores.
- Nada tiene que ver la tejedora con esto - le replicó la criatura - Yo he sido quien ha tejido este tapiz.
- Hoy se acabara todo - sentenció Athlán - Ya sea con mi muerte, o la tuya.
- No es tu muerte lo que busco - replicó nuevamente la criatura - Sino tu vida.

Senkaú despertó en el bosque. Pero el sueño no había desvanecido el cansancio o el terror, sino que había añadido a estos una sensación de intranquilidad y urgencia.
Algo terrible había sucedido. Lo sabía.
Aún exhausto, corrió hacia la aldea. Su mente se veía asaltada por visiones de muerte y dolor. El único sonido que escuchaba eran sus pisadas y el latir acelerado de su corazón. El bosque parecía haber desaparecido, pasando a ser en un lugar sombrío. Tras cada árbol, imaginaba una sombra acechante, de ojos lobunos y fauces sedientas, a la espera de saltar sobre él. El cielo se torno rojizo, haciendo que su vista no fuera capaz de divisar colores que no fueran el negro o el carmesí.
El pánico trataba de apoderarse de él, pero continuó corriendo, aun temiendo que lo que encontraría en su destino seria mas terrible que lo que pudiera sucederle en aquel lugar. Corrió desesperado, solo para que hallar confirmados aquellos temores al llegar a la aldea.

Sentado sobre la pila de cadáveres había una persona. A pesar de que su aspecto era distinto al que había conocido hasta aquel entonces, reconoció en aquella persona a Athlán. Pero no era solo su aspecto lo que se había alterado, sino que también había algo en su mirada y su obscena sonrisa que le dijo que el cambio iba mas allá.
A sus pies se encontraban los cuerpos sin vida de lo que había sido hasta aquel momento su mundo. Restos destrozados de todo lo que conocía.
Sus rostros desencajados mostraban el dolor sufrido, y sus cuerpos habían sido forzados a adquirir poses antinaturales antes de que la vida los abandonara, pero ni siquiera la muerte parecía haber otorgado descanso a sus almas torturadas.
Deseó gritar, pero apenas quedaba aliento en su pecho. Deseó llorar, pero sus ojos ya no eran capaces de verter mas lagrimas. Deseó culpar a alguien, pero sabia que él había sido el causante de todo.

Senkaú por momentos ansiaba que el odio se apoderase de su cuerpo, correr hacia él y causarle el mismo dolor que estaba sufriendo, tan solo para, a continuación, sentir una imperiosa necesidad de huir. Pero su mente continuaba dominada por el terror, y su cuerpo se negaba a moverse.
Los ojos de Athlán le tenían apresado, y no podía apartar su mirada de ellos. Sabía que el sería el siguiente, y que cuando se cansara de alimentarse de su angustia, comenzaría el dolor físico. Sabía que viviría hasta que su cuerpo, su mente y su alma hubieran experimentado todas las clases de sufrimiento concebibles por la inhumana mente de aquel ser.
Incluso el mismo tiempo parecía haberse detenido. Hasta que, repentinamente, los ojos de Athlán cambiaron, volviendo a ser los que Senkaú recordaba, y la sonrisa de su rostro se tornó en agitación, dolor y angustia.

- Lo siento - dijo, mientras una lagrima resbalaba por su mejilla.

Con un gesto, Athlán convocó un portal, y se introdujo en él, dejando a Senkaú solo.
Sus sentidos parecieron adormilarse, mientras trataba de aceptar lo que había pasado. Pero el dolor y la culpa eran demasiado poderosos, y en el fondo de su ser se negaba a hacerlo. Solo le quedó el consuelo de gritar. Gritar para aliviar el dolor, gritar sin saber el porque, pues su mente destrozada se había cerrado a la razón.

Los días pasaron, pero Senkaú no se movió de aquel lugar. Su vida o su muerte carecían ya de sentido para él, al igual que todo lo que le rodeaba. La luz del sol daba paso a la oscuridad y el frío de la noche, pero nada parecía capaz de afectarle. Nada, hasta que una sombra distinta cubrió su figura.
Les llamaban Bakuren, destructores de almas. Sus vidas habían sido destruidas por los kurbun, o aquellos que los adoran, y su misión era la de perseguir y acabar con la existencia de los hijos de Baal. Su numero era escaso, y eran temidos, pues su presencia indicaba que una amenaza se cernía sobre aquel lugar.
El nombre al que respondía aquel hombre era el de Daival. Con sus enguantadas manos apoyadas sobre la parte delantera de la silla de montar, su rostro adusto contemplaba la pila de cuerpos sin mostrar sorpresa o compasión, pues muchas eran las escenas similares a aquella, que había visto desde que tomara aquel camino.
Vestía una pesada armadura que había visto tantas batallas como el, cubierta con una larga capa negra, cuya capucha se encontraba bajada. En su cintura, portaba dos dagas largas, sujeta a la silla de montar, una enorme ballesta y, recorriendo el lomo de su montura, se encontraba una gran espada.

- ¿Deseas venganza?, ¿retribución? - dijo, sin siquiera girar su rostro para mirar a Senkaú.

En aquel momento, algo despertó en la mente del joven. El dolor no había desaparecido, pero aquellas palabras hicieron surgir de nuevo deseos en él.

- Si - respondió - Venganza.

Durante quince años viajaron juntos, y jamás preguntó Daival el nombre al joven. Durante aquellos años se limito a llamarle “tú” o “muchacho”. Pero aquello no le importaba a Senkaú, pues su nombre había muerto junto con su pasado. El pasado, al igual que los recuerdos, le causaba dolor y, para acabar con aquel dolor sabia lo que tenía que hacer. Todas las noches, cada vez que cerraba los ojos, se le aparecía el rostro de Athlán. El ultimo vestigio de su pasado, el causante de su dolor, aquel que caería por su mano.

Jamás encontraría Senkaú dos hombres mas distintos, aunque en el fondo iguales, que aquellos que fueran sus maestros. Allí donde Athlán fue atento y permisivo, Daival era rudo y estricto.
La felicidad era algo ajeno a aquel hombre. El odio y la venganza era lo que le hacía levantar cada mañana, lo que impulsaba su camino. Un odio camuflado como dedicación, y unas ansias de venganza justificadas como un derecho divino. Jamás lo vería sonreír, o disfrutar de la compañía de otro que no fuera Senkaú, jamás le vería como a un ser humano, sino como a un instrumento de muerte.
La gente los rehuía cuando llegaban a las aldeas, y la milicia los vigilaba de cerca en las grandes ciudades, pero todo aquello parecía no afectar a Daival.
De él, Senkaú aprendió a matar. Matar a aquello que no puede morir, matar sin remordimientos. Aprendió de las jerarquías de Namak, de las debilidades, el poder y las necesidades de su enemigo.
Daival era un hombre amargado, y tan solo la dedicación a en su cometido parecía darle un sentido a su vida. Había tratado de borrar el pasado de su vida, aunque hubo momentos en los que Senkaú vio en sus ojos la misma mirada que percibiera por momentos en compañía de Athlán, una expresión que también vería en su mismo reflejo mas de una vez, la del dolor que provoca la pérdida. Tanto Athlán como Daival habían elegido huir del dolor, uno refugiándose en la falsa felicidad de un sueño, y el otro alejando de si cualquier emoción, diferenciándose cada día menos de aquello contra lo que luchaba.

De la misma manera que apareció, un día Daival se fue. No hubo despedida ni deseos de un futuro prospero.

- Adiós

Fue todo cuanto dijo, a lo que Senkaú respondió con un leve gesto de su cabeza, antes de que cada uno de ellos tomara caminos distintos. Sabía que muy probablemente no se volverían a ver, y aquel pensamiento tampoco le apenaba. Su maestro le había enseñado bien.

- Athlan - dijo para si en voz baja, mientras veía alejarse a Daival.

Ya era un Bakuren. Se engañaba a si mismo diciéndose que las emociones eran algo que había dejado atrás, que estaba por encima del miedo, que ya nada podía hacerle aquel a quien buscaba pero, para ser alguien por encima de las emociones, sus motivaciones no podían ser mas contradictorias, ya era el odio el que guiaba sus pasos.

Su búsqueda se prolongó a lo largo de tres años, pero no desesperó, pues había aprendido a no tener prisa. Durante aquel tiempo recorrió gran parte del mundo en pos de su perseguido, contemplando la estela de desolación que este había dejado a su paso. Lugares como el que fuera su hogar, cuerpos inertes de niños como lo fuera él, o adultos como aquellos en los que se podría haber convertido.
A todos ellos los miraba con la misma falsa frialdad, pero en todos ellos veía reflejado su rostro. La ira trataba de aflorar, pero era capaz de canalizarla en su camino, en lugar de dejar que esta le dominase.

Finalmente llegó el momento del enfrentamiento, y este fue largo y disputado. Con el tiempo, Senkaú había ido alcanzando el poder que poseyera en el mundo de los sueños, pese a que desde la ultima vez que estuviera allí con Athlán, no hubiera vuelto a soñar. Pero ni siquiera aquello junto a su condición como uno de los Bakuren, parecía darle muchas posibilidades ante alguien de la talla de Athlán.

Los ojos de Athlán eran tal como los recordaba de su ultimo encuentro y, al igual que en aquella ocasión, trataron de buscar en la mente de Senkaú aquello que él mas temía, pero en esta ocasión su búsqueda fue en vano, Senkaú ya nada temía. Aquel momento era el objetivo para el cual se había preparado, la culminación de su vida. Su existencia carecía de sentido mas allá de aquel combate. Su derrota habría sido un alivio, pues pondría fin al sufrimiento que había sido su vida, y con la victoria liberaría al mundo de aquella criatura que él había traído, esperando con ello apaciguar su conciencia.

No hubo palabras entre ambos, ni preámbulos antes de la batalla. Cualquier relación pasada que hubieran tenido había sido olvidada por ambas partes. Senkaú contemplaba a su antiguo maestro y amigo, de la misma manera que había examinado a aquellos que habían caído antes por su mano.
Ya no era un primerizo, y sus manos se habían manchado de sangre tantas veces que no era capaz de recordarlas todas. Acabar con las vidas de otros se había convertido ya en una rutina. Con el paso de los años se había convertido en un maestro tanto de la espada, como de las artes místicas. Pero aquella ocasión era especial.
Las emociones pugnaban por salir. La ira y el odio trataban de tomas el control de sus acciones, pero sabía que permitir tal cosa sería un error fatal.
Athlán le sometía a una serie sistemática de ataques sin apenas dejarle pensar, pero Senkaú no se limitaba a defenderse, sino que devolvía las agresiones con la misma fiereza que su rival. El asalto tenia lugar en todos los ámbitos imaginables, mientras la velocidad y dureza de estos iba en aumento con cada nueva intentona.

Un aura de poder rodeaba ambas figuras inmóviles, mientras sus rostros reflejaban la intensidad del enfrentamiento. En sus ojos se podían contemplar sus cuerpos astrales, adoptando constantemente formas increíbles, mientras combatían en mil y una dimensiones reales e imaginarias.
En aquellos lugares ya no eran ellos mismos, sino criaturas colosales de tiempos remotos, cuyos golpes devastaban lo que les rodeaba. Sus armas eran soles y estrellas que se arrojaban el uno al otro como si se tratara de guijarros.
Cuando aquellos parajes quedaban ya devastados por el conflicto, asumieron la forma de bestias míticas, y el combate se volvió físico. Athlán tomó la apariencia de Fagarum, el gran lobo que devoró la luna en las leyendas de los Saultán, mientras que Senkaú se transformaba en Mayalkur, el hombre-monstruo alado de los mitos Quendou.
Así combatieron por eran, colmillos contra garras, desgarrando sus formas incorpóreas, hasta que nada quedó de ellas.

La consciencia regresó a los ojos de los combatientes, dando comienzo entonces el duelo de arcanos. Ambos estaban exhaustos, pero ninguno deseaba dar descanso al otro.
La noche sobrevino antinaturalmente sobre aquel lugar, cuando los adversarios comenzaron a ordenar a los elementos. Una repentina tormenta arreció sobre ellos, mientras ambos trataban de dominar la furia del viento y el agua a su favor.
Los rayos eran dirigidos contra ambos, pero se veían detenidos por sus auras antes de que pudieran impactar sobre ellos. Al mismo tiempo, pequeñas grietas aparecían alrededor de ambos, abiertas entre los mundos por uno, y cerradas por otro, tratando de dejar paso a la llegada del fuego desde un lugar en el que es algo vivo.
Sus manos realizaban gestos precisos, mientras poderosas y antiguas palabras eran pronunciadas por sus gargantas.
Finalmente, Athlán invocó la fuerza de Namak, la misma esencia de la destrucción, reuniendo en un último y devastador ataque los vestigios finales de su poder, obligando con ello a Senkaú a reunir los fragmentos restantes de sus energías para evitar caer fulminado ante aquel ataque.

Sus auras menguaron hasta ser imperceptibles, habían agotado todos lo medios a su disposición para acabar el uno con el otro, dejando a su alrededor una devastación de la que aquel lugar jamás se repondría.
Agotado, al borde del desfallecimiento, Senkaú desenvainó su espada, y lanzando un grito nacido de lo mas profundo de su ser, se lanzo hacia Athlán. Ya nada quedaba del hombre, pues en aquel momento la ira era lo que guiaba su cuerpo.
Repentinamente, la expresión de Athlán cambió, siendo sustituida su frialdad por la agitación de una temible lucha interna.
Senkaú incrusto su espada en el pecho de su rival sin que este opusiera resistencia alguna.
No hubieron palabras ni gritos de dolor. Athlán se limito a sonreír. Sonreír como aquel que encuentra el descanso que creyó imposible tras una vida de torturas, una sonrisa que no asomaría al rostro de Senkaú, pues solo en aquel momento comprendió la situación de su maestro en su totalidad.
Athlán debía morir por su mano, pues de hacerlo por algún otro medio, su cuerpo habría muerto, dejando de nuevo libre a la criatura que le había poseído. Libre para destruir a otros como Athlán.
Senkaú era un Bakuren, un destructor de almas. Aquel que perecía por su mano, no solo perdía su vida, sino que también le era negada una vida mas allá de esta.
Athlán había esperado, reuniendo fuerzas para tomar brevemente el control de su cuerpo en aquel momento, el momento en el que su alma seria destruida junto a la de su odiado captor.
Con su ultima mirada, Athlán, aquel a quien Senkaú conociera en el mundo de los sueños, le entregó no solo su vida, sino también su memoria, así como el agradecimiento por haber sido él quien finalizara con su tormento.

- Se acabo - se dijo Senkaú - por fin todo ha terminado.

Durante toda su vida adulta había perseguido un único objetivo. Pero el haberlo logrado dejó un gran vació en su interior. Nunca se había planteado un mañana mas allá de aquel día. Se había convertido en un ser solitario y huraño, lleno de resentimiento, a quien le desagradaba la compañía de la gente.

Durante meses vagó perdido, aturdido aun por su nueva situación. El odio había desaparecido, aunque el dolor, a pesar de haber sido atenuado, permanecía en su interior. Poco a poco su mente se fue acostumbrando a su nueva vida. La búsqueda había cesado, y no deseaba continuar con su labor como Bakuren.

Pero había costumbres difíciles de perder, y continuó vagando, pues no se sentía cómodo permaneciendo mas de unos pocos días en el mismo lugar. Escudriñaba bajo la apariencia de la gente, buscando secretos oscuros y mentiras veladas. Ya no confiaba en la gente, y esta le temía y evitaba pues, a pesar de no desearlo, continuaba siendo uno de los destructores de almas.

De esta manera, su vagar le llevó hasta la pequeña ciudad de Safal. Sus habitantes la llamaban así, ciudad, pero el resto del mundo decía que era un pueblo con ínfulas de grandeza. A pesar de no se encontrarse cerca de ninguna ruta comercial transitada, no era extraño que llegaran visitantes, pues se decía que quien descansaba en su posada de mas renombre, Tágalum, al abandonarla había sido liberado de casi cualquiera de sus dolencias.
A raíz de aquello, la aldea había ido creciendo, y el negocio mas floreciente era el de las posadas de hospedaje para aquellos que esperaban plaza en el Tágalum.

Senkaú llegó hasta aquel lugar por mera casualidad. Su desconfianza le había mantenido alejado de falsos paraísos como aquel pues, muchos eran los lugares que se decía que poseían capacidades purificadoras, y muchos los que habían sido los engañados por tales cuentos.
Llegó hasta allí bien entrada la noche. Las luces de la ciudad apenas iluminaban la amplia calle central, dejando amplias zonas sumidas en la penumbra. Las calles, casi desiertas a aquellas horas, estaban pobladas tan solo por las patrullas de la milicia, así como por algún que otro pobre hombre que se había arruinado buscando la prometida curación de aquel lugar.
De las sombras de una callejuela, surgió una figura femenina. Paseaba vestida con unas ropas ligeras, que se movían, al igual que su largo cabello negro, por los vientos nocturnos. Caminaba con tranquilidad, como si el frío no la afectara. Al pasar junto a Senkaú, giró su cabeza hacia él, y una sonrisa serena iluminó su pálido rostro a modo de saludo. No se detuvo ni aminoro su paso, sino que continuó caminando hasta desaparecer de nuevo en las sombras de otro callejón.
Apenas llego a ver su rostro unos segundos, pero este permaneció en su mente durante todo el día siguiente, aquello era algo completamente nuevo para él. Algo había despertado en su interior, algo que jamás había sentido.
Aquella noche salió a pasear y, se notó ansioso, nervioso ante la posibilidad de que aquella mujer volviera a cruzarse en su camino. Se decía a si mismo, y era cierto, que el cobijo de la noche era de su agrado, que el sueño hacia ya mucho tiempo que no le proporcionaba descanso. Pero aquella noche no paseaba para evitar el sueño, aquella noche, por primera vez en mucho tiempo, había un deseo en él, un deseo distinto a la venganza.
La noche era fría, al igual que la anterior. El viento golpeaba el curtido rostro de Senkaú, pero él parecía ajeno a todo aquello distinto de su nueva misión.

- ¿Por qué hago esto? - se preguntó - Ni se quien es esa mujer.

Su mente elucubraba las mas disparatadas teorías. ¿Estaría bajo el influjo de algún hechizo?¿que diferenciaba a aquella mujer de las cualquier otra que hubiera visto con antelación?. Durante su preparación junto a Daival, este le había hablado de las Karesh, una de las castas de los kurbun, capaces con su sola presencia de dominar a cualquier criatura, ¿Sería una de ellas?.
Agitó su cabeza para deshacerse de aquellos pensamientos y continuó caminando. Nuevamente los hábitos adquiridos trataban de dominar sus acciones, pero solo pensar en el rostro de aquella mujer hacía que los pensamientos se le aclarasen. Nada malo podía surgir de un ser capaz de sonreír de aquella manera.

- Veo que os gusta caminar en la noche - le dijo una voz femenina, sacándolo de sus elucubraciones.

Senkaú alzó el rostro, para contemplar la visión que había estado esperando ver durante todo el día. Ella estaba allí, delante de él, sonriéndole como solo los dioses deberían ser capaces de hacer.

- Nos cruzamos ayer cerca de aquí - su voz sonaba como la obra maestra de un artesano siendo tocada por un virtuoso.

- Así es, lo recuerdo - fue toco cuanto fue capaz de articular Senkaú.

- No sois de por aquí, ¿verdad? - preguntó ella.

- No - respondió un dubitativo Senkaú.

- Pues si mañana continuáis en la ciudad, quizás no veamos - finalizó ella y, sin dejar de sonreír, continuó su camino.

Durante las siguientes noches, se repitieron los encuentros fingidamente fortuitos por ambas partes, alargándose con cada nueva reunión las conversaciones. Así, escasas noches después de su primer encuentro, Senkaú supo finalmente que su interlocutora no era otra que la Dama Talashi, la propietaria del Tágalum.
Al día siguiente visitó por primera vez aquel lugar. El salón principal poseía grandes ventanales acristalados con vidrieras de variados y vivos colores. Cada una de estas cristaleras contaba una historia. Aquellas que iluminaban la barra, narraba gestas heroicas en las que se podían ver a guerreros míticos combatiendo contra criaturas venidas de simas insondables, mientras que las situadas en los reservados mostraban retratos de rostros y figuras hermosas rodeadas por bajorrelieves de joyas imposibles formadas a partir de la unión de flores y piedras preciosas.
La luz teñida de color procedente de los ventanales, iluminaba la gran alfombra situada en el centro de la sala, y era absorbida por la piedra del suelo en las zonas en las que no estaba cubiertas. Toda la sala era una enorme mosaico fabricado en un mineral de color negro con vetas carmesí, tanto el suelo, como las paredes interiores del edificio, recubiertas en gran medida por hermosos tapices, y la base de la barra, coronada esta por una robusta encimera de mármol negro.
En el fondo, a la derecha de la barra, se encontraba una amplia escalera que subía hacia las habitaciones. Todo su recorrido central estaba vestido por una hermosa alfombra, que se descendía hasta unirse a aquella que presidía la sala.
En el interior, personas de todos los estratos sociales compartían mesa o bebida, mientras conversaban animadamente sobre los asuntos mas dispares.
Senkaú jamás había estado en un lugar como aquel, tan repleto de lujo y, por un momento dudó antes de entrar, pues se sentía fuera de lugar ante tanta belleza. Le desagradaba la sensación de verse rodeado por tanta gente, su único deseo era estar con la mujer que con su sola presencia eclipsaba cualquiera de las maravillas de las que estaba rodeada.
Talashi descendía por las escaleras cuando lo vio. Su vestimenta nada tenía que ver aquellas que la arropaban cuando se había encontrado con Senkaú, pues en aquel lugar vestía ropas ostentosas de recargado diseño, y colores que parecían fundirse con el mosaico del suelo y paredes, mientras que su rostro se veía oculto bajo un intrincado dibujo de hipnóticas líneas que acentuaban la deliciosa simetría de su rostro.
Su caminar sobrio y acompasado, se hizo mas rápido, aunque sin perder un ápice de su elegancia cuando sus miradas se cruzaron, mientras emergía en sus rostro aquella sonrisa que Senkaú conocía tan bien.

- ¿Que es lo que os trae hasta esta humilde casa? - preguntó tras llega hasta él.
- He oído que no puedes abandonar esta ciudad sin haber visitado este establecimiento - respondió él.
- ¿Acaso partís? - preguntó de nuevo, mientras la sonrisa se desvanecía de su rostro.
- Partiré en breve - respondió él - No hay mucho trabajo aquí para alguien como yo.
- Podéis trabajar aquí - dijo ella - Creo que podría convencer al propietario.
- Mucho me temo que el trato con la gente no se encuentra entre mis capacidades - respondió él.
- Podéis ocuparos de las monturas - dijo ella, con una suplica en su mirada y una sonrisa forzada en su rostro - Es muy probable que tengan una conversación mas interesante que la de sus dueños.
- ¿Me habríais ofrecido este trabajo, si no os hubiera dicho mis intenciones? - preguntó Senkaú.
- Sabéis que no - respondió ella secamente.
- En ese caso - continuó Senkaú - No me queda mas remedio que aceptar vuestra oferta.

El trabajo era duro, pero no le desagradaba, ya que desde que abandonara el camino de las armas, se había visto obligado a ganarse la vida en labores mucho mas desagradables que aquella.
Algunos días, la dama Talashi le acompañaba mientras comía en los establos y, al anochecer, cuanto todo el mundo se había acostado, salían a pasear por la ciudad los dos solos. Caminaban durante horas sin otra ocupación que no fuera el conversar, y Senkaú jamás conocería mayor felicidad que aquella.
Ambos guardaban secretos, y eran conscientes de ellos, recuerdos de sus pasados que no les habían marcado, que no deseaban rememorar El pasado se hacía muy lejano, así como el dolor.
Los días transcurrían placidamente, y aquella amistad se fue tornando en lo que ambos deseaban. Las noches en vela ya no eran una carga para Senkaú, pues las llenaba contemplando el rostro de Talashi tendida a su lado, y el amanecer siempre llegaba hasta su habitación antes de que el sol se alzara, cuando sus miradas se cruzaban al abrir ella sus ojos.

- Desearía que esto durase eternamente - dijo Senkaú una noche.
- Si ese es tu deseo - le respondió ella - yo puedo concedértelo.

Una sonrisa asomó en el rostro de Senkaú, mientras su cabeza descendía para besar a Talashi. Ella poso su mano suavemente sobre su pecho mientras respondía a su afecto. Estaba fría, como siempre, al igual que sus labios, pero en aquella ocasión había algo extraño en su tacto, pues era un frío que parecía congelarle el alma. Un violento espasmo sacudió su cuerpo mientras todo su ser era recorrido por un dolor tan agudo que le hizo perder la consciencia.

Senkaú recobró el conocimiento sintiéndose extraño. A pesar de encontrarse desnudo no sentía frío, como tampoco sentía el roce de las sabanas sobre su piel. Miró a su alrededor, no había luz a su alrededor, y las contraventanas estaban cerradas, pero, a pesar de ello, podía percibir todos los detalles de lo que le rodeaba. La habitación era la misma en la que se había desvanecido, pero había algo distinto, no estaba ella.
Saltó de la cama, sin sentir el tacto del suelo en sus pies, asimismo, se sentía mas ligero, casi como si flotara. A su alrededor, escuchaba voces provenientes de las esquinas sombrías, voces de lugares en los que no había nadie.
La ira le invadió, impidiéndole pensar con claridad. Había vuelto a suceder, había confiado en alguien, y de nuevo le habían traicionado.
Como poseído, rebuscó entre sus cosas hasta encontrar el atillo en el que había envuelto su espada hacía ya tanto tiempo y, con ella en la mano, salio a la calle.
Ella estaba allí, paseando nerviosamente en el lugar en el que se conocieron. Su rostro mostraba dudas y preocupación, pero aquello no le importaba a Senkaú, tenía que pagar por su traición.
Talashi lo vio acercarse, y comenzó a hablarle, pero la ira nublaba los sentidos de Senkaú, y nada de lo que hubiera podido decir habría detenido su mano. Sin vacilación en su rostro o en su mano, hundió su espada en el pecho de Talashi.

- Solo quise compartir la eternidad contigo - fueron sus ultimas palabras entrecortadas, mientras las lagrimas resbalaban por su rostro.

La cordura regresó a Senkaú en aquel momento, a tiempo para escuchar las palabras de su amada, y saber que estas eran sinceras.
Extrajo la espada de su vaina sin vida, mientras trataba inútilmente de cerrar la herida. El era un Bakuren, aquel que moría por su mano jamás podría volver. Con aquel acto se había negado a si mismo la posibilidad de que sus almas pudieran volver a unirse en otra vida o en el mas allá.
Senkaú permaneció allí, abrazado a su cuerpo inerte durante horas hasta que llegaron las primeras luces del amanecer y, con ellas, un nuevo dolor.
Talashi era una Yunraêh, un humano tocado por los jonudi, los señores de la oscuridad. Le había sido robada una parte de su alma, concediéndole la inmortalidad, pero asimismo la necesidad de llenar aquel hueco con las almas de otros seres vivos. Pero ella había elegido no quitar vidas, sino convertir aquella maldición en un don, pues se alimentaba de las partes heridas de las almas de otros, trayéndoles con ello alivio.
Ella había compartido con Senkaú aquel don, pero compartiendo también con ello su maldición, pues cualquier luz les provocaba dolor.
Podrían haber vivido juntos durante toda la eternidad. Senkaú tendría toda la eternidad para lamentar aquel crimen que había cometido.
La idea de una vida sin ella era mas de lo que podía soportar su mente, por lo que se quedo allí, inmóvil, esperando que la luz del sol en todo su fulgor acabara con su existencia. Pero la luz tan solo le trajo mas dolor y no el descanso que ansiaba.
Como uno de los Bakuren, había servido y abandonado a Yago, y los dioses no olvidan a aquellos que los ofenden, por ello aquel hombre maldito quedo condenado a no encontrar el descanso en la muerte.

- Talashi murió en este mismo lugar, el lugar en el que la conociera Senkaú, el lugar en el que mucho tiempo después crecería este árbol - finalizó el extraño.

- ¿Y que fue de ti?, Senkaú - pregunto Reyda
- Senkaú murió junto a Talashi - respondió el extraño - Mi nombre es Kuunsej, mi nombre es dolor, pues ese es mi camino y mi legado. Mis víctimas me llaman verdugo, y sus familias, asesino. Morir es mi deseo, y vivir mi condena.

Sueños

Sueños

Por arcanus, 10 Junio, 2011

- Ha muerto - dijo el doctor.

En la habitación reinaba el silencio. Los dos hombres situados junto a la cama miraban el rostro de la difunta con una mezcla de tristeza y descanso.

- ¿Ha sufrido? - preguntó Udul.
- No - respondió el doctor - Murió mientras dormía.
- Quizás ahora se reúna con mi padre - dijo Udul, mientras acariciaba con suavidad el rostro de su madre - Desde su muerte, no volvió a ser la misma.
- Vuestro padre fue un gran hombre - dijo el doctor - Además de un gran estadista y soldado.
- Lo se - dijo Udul, volviéndose hacia el doctor, su rostro demacrado, mostraba las escasas horas de sueño en los últimos días - Su sombra sigue siendo muy alargada, aun en estos días y, muchos me siguen considerando indigno de su legado. Incluso yo dudo en llegar algún día a ser digno de él.
- No os juzguéis tan duramente - trató de consolarle el doctor - Mañana, tras haber descansado, veréis las cosas con otra luz.
- Mi madre fue el mas importante de mis apoyos durante mi mandato - dijo Udul - Era a ella a quien quería el pueblo.

***************************************************************

Nació en una familia humilde. Granjeros de manos áridas como la tierra que labraban. Su vida era el trabajo diario, pero tampoco se quejaban, ya que no conocían nada mas.
La llamaron Alura “hija del campo”, pues su piel era del color de la tierra les proporcionaba sus alimentos, y sus cabellos rubios como el trigo que crecía de ella.
Su infancia fue feliz, pues vivió en un hogar en el que fue querida y, en el que nada le faltó. El señor de aquellas tierras era un hombre duro, pero justo, no pidiendo nunca en exceso, y protegiendo siempre a sus siervos de cualquier peligro externo.
Jamás conocería Alura la tristeza ni el hambre, el odio o la codicia, pues sus padres eran gente honrada y trabajadora, y le enseñaron a apreciar las cosas que realmente importaban en la vida.

En este ambiente creció Alura y, aquello era todo cuanto quería, pues fue allí, en aquella misma aldea, donde conocería a aquel que llegaría a ser su esposo, Tennasul.
Ambos eran jóvenes cuando se conocieron, y jóvenes eran cuando se enamoraron, pues el amor les llegó sin aviso alguno, y ellos lo aceptaron gustosos.

Durante largos años trabajaron juntos la tierra que les daba alimentos, tanto a ellos, como al hijo que concibieron. Jamás tuvieron queja alguna, pues con la llegada de aquel fruto de su afecto, su dicha era ya completa.

Pero aquel día, algo raro le aconteció a Alura. Mientras caminaba hacia su casa, tras haber finalizado sus labores en el campo, un repentino dolor la asaltó y, una vez que este desapareciera, se sintió extraña. Así, una vez llegó hasta su hogar, se sentó a esperar a su marido, para compartir con aquel las sensaciones que habían despertado en ella.
No se demoró en llegar a casa el buen Tennasul, para encontrar a su esposa sentada frente a la mesa, con su rostro afligido por la preocupación.

- ¿Que es lo que te sucede? - preguntó Tennasul.

Alura alzó la vista hacia su esposo, con la esperanza de que, al contemplar el rostro de aquel a quien mas amaba, mitigara su dolor y sus dudas. Sus rostro, curtido por el sol, era aquel que recordaba, pero había en el algo distinto.

- No eres el, ¿no es así? - dijo Alura.
- No - respondió Tennasul, con el dolor y tristeza reflejados en su rostro.

Habiendo dicho esto, su figura comenzó a desdibujarse ante los ojos de Alura, sin que esta fuera capaz de hacer nada. Por alguna extraña razón, sabía que aquel no era su esposo pero, en su interior, algo moría mientras aquel hombre con quien tanto había compartido se desvanecía.
Incapaz de reaccionar, continuó sentada, poseída aun por aquella intranquilidad, pues sabía que aquel ser a quien había dado a luz, tampoco era su hijo.
Sentada espero, mientras la vela que iluminaba la habitación se consumía lentamente, hasta que supo que su hijo ya no vendría. En aquel momento, las lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y el llanto trató de aliviar su dolor.

La vela finalmente se consumió completamente y, fue entonces cuando alguien golpeó la puerta suavemente.
Alura, tras secar las lagrimas que humedecían su rostro, se levantó y, con paso calmado se dirigió hacia la puerta.

- ¿Quién es? - preguntó.
- Un amigo - respondió una voz masculina al otro lado.

Alura tomó el cerrojo de la puerta, dispuesta a abrirla, pero ante su asombro, tanto la puerta, como su casa, desaparecieron, dejándola flotando en una vasta extensión de espacio blanco y, frente a ella, se encontraba un hombre. Su aspecto no era especialmente llamativo es mas, su rostro se le hacia de lo mas anodino, como el de cualquier persona con la que se podría haber cruzado en un camino, y a la que no habría prestado la menor atención para, poco después, olvidarse de ella. Vestía ropajes de caminante, aunque no parecían gastadas ni sucias.

- ¿Quién eres? - preguntó Alura - ¿Dónde me encuentro?-
- Yo soy Kozûl - respondió el extraño - Y os encontráis en mis dominios, en Dayashu, El jardín eterno. La tierra de los sueños.
- No lo entiendo - dijo Alura - No recuerdo haberme dormido - su mente entonces se vio asaltada por una avalancha de recuerdos. Recuerdos de otra vida, recuerdos de su autentica vida. Bajó la mirada para verse a si misma, y sus manos se le hicieron extrañas. Con ellas palpó su rostro e igualmente lo encontró extraño, pues no encontró arrugas en el.
- Esta no soy yo - dijo - Este no es mi cuerpo.
- Esta es la que hubierais deseado ser - respondió Kozûl a la pregunta no formulada.
- Al despertar ¿recordaré algo de esto? - preguntó Alura.
- No despertareis - le respondió Kozûl, tras un breve silencio.
- ¿Como es posible tal cosa? - preguntó nuevamente Alura - Debo volver con los míos, debo regresar con mi hijo.
- No podéis regresar - dijo Kozûl - pues no estáis viva.
- Si he muerto - dijo Alura, sabiendo que lo que aquel hombre le decía era cierto, al tiempo que se sorprendía a si misma con la facilidad con la que había asumido aquella situación - ¿Por qué estoy aquí?.
- El final os alcanzó mientras dormías - le respondió Kozûl - En aquel momento vuestra alma ya se encontraba en mis dominios y, es por ello, que aquí permanece, pues en este lugar soy todopoderoso, a este lugar, ni siquiera la muerte puede llegar si no es con mi permiso.
- En ese caso - dijo nuevamente Alura - ¿Estoy condenada a permanecer aquí durante toda la eternidad?.
- Esto no es una condena - le respondió Kozûl - El vuestro es un sueño hermoso, uno de aquellos que hacen que este lugar tenga sentido. Tenéis la oportunidad de hacer que sea imperecedero, la posibilidad de continuar con el, creando el mundo en el que os hubiera gustado vivir.
- ¿Se encuentra en tu reino mi esposo? - preguntó Alura.
- No - respondió Kozûl - Vuestro esposo murió en la batalla. Su alma viajó hasta Ilwarath, la tierra de los muertos, donde tomo un nuevo cuerpo, así como una nueva vida.
- Si permanezco aquí, ¿volvería a verle? - preguntó Alura.
- No - respondió nuevamente Kozûl.
- Entonces no deseo permanecer en este lugar - dijo Alura.
- Si elegís morir, para luego renacer - dijo Kozûl - pueden transcurrir largas vidas antes de que os vierais de nuevo, podría llegar a ser que alguna de vuestras almas fuera destruida antes de que eso llegara a suceder. Por el contrario, si permaneces aquí, crearíais un mundo en el que ser feliz, un mundo donde jamás conoceríais el dolor.
- Pero ese mundo sería una mentira - dijo Alura - Prefiero la posibilidad de un centenar de infelicidades reales, a la certeza de una felicidad falsa.
- Si tal es vuestro deseo, señora mía, podéis partir de inmediato - dijo Kozûl - Pero vuestro sueño permanecerá aquí, esperándoos. Pues algo tan bello no debería desaparecer jamás.

Nada

Nada

Por arcanus, 10 Junio, 2011

He visto el fin de todas las cosas.
La muerte de el ultimo ser vivo. La desaparición del destructor.
He visto que había más allá de ese momento.
Y he visto la nada.
Pero ¿Cómo se puede contemplar la no existencia?
La han descrito como la total oscuridad, o como una blancura de brillo cegador.
Pero todos se equivocan, pues la nada carece de color, carece de cualquier característica que pueda ser definida.
La nada no es silencio, no es sonido.
Su contacto no es gélido, no es abrasador. Es una aterradora falta de sensaciones.
¿Cómo se puede temer lo que no existe?
Mi mente trató de imponerse, de luchar contra la no consciencia. Pero no había nada contra lo que luchar. Traté de apartar la vista, pero la nada me rodeaba.
¿Cómo puede ser infinito algo que no existe?

Finalmente, regresé a mi yo.
La visión de mi habitación se me hacía abrumadora.
El silencio que me rodeaba era atronador.
El roce de mis ropas doloroso.
La comprensión y aceptación de mi existencia, algo extraño.

Por un tiempo, fingí no haber experimentado la nada.
Pero no tardó en llegar el anhelo.
La nada se había introducido en mí, y crecía lentamente.
¿Cómo se puede anhelar lo que no se ha tenido?
¿Cómo puede crecer lo que carece de forma, lo que no ocupa espacio?

No sentía nada extraño, pero sabía que habitaba en mi interior.
El terror se apoderó de mí. Pero no tenía a quien acudir. A quien pedir ayuda.
Es por eso que comencé a escribir estas palabras. Un último legado, una advertencia.
Mis momentos estaban contados.
Mientras escribo esto, me pregunto.
¿Tendrá consecuencias mi desaparición? ¿Mi paso a la no existencia?.
¿Desaparecería solo mi persona, o conmigo se iría todo vestigio de mi paso por este mundo?
¿Sería recordado tras mi marcha, o las vivencias compartidas desaparecerían de las mentes de aquellos a los que conocí?
¿Permanecerán estos textos, o me acompañaran en mi transformación?

El conocimiento no tardó en llegar, y con el la aceptación.
No era la nada la que me llamaba. Era yo quien regresaba a su regazo.
Con la comprensión, finalizaron las dudas.
Desaparecieron el temor y las sensaciones.
Desapareció el deseo.
Solo quedo…

Nada

Arcanus

Arcanus

Por arcanus, 21 Julio, 2011

Nació en un día cualquiera. En un barrio anónimo de una ciudad ya olvidada.
Las estrellas no presagiaron su llegada, ni los dioses supieron de ella.
Serían tan sólo sus acciones quienes le otorgasen el poder
Serían tan sólo sus actos quienes provocasen su caída.

Nombre del Libro
Arcanus

0 - Prefacio

0 - Prefacio

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
Su llegada hasta este mundo no fue anunciada por las estrellas o los profetas.
Su nacimiento solo fue un suceso más.
Algo irrelevante.
El llanto de un infante en la noche.
Un sonido más dentro de una cacofonía.
Uno que se perdió entre la infinidad de ruidos que recorren cualquier barrio perdido.
Un evento remoto acontecido en una ciudad ya olvidada.

Nunca buscó el poder ni la riqueza.
Nunca ambicionó la adoración ni la sumisión.
No fue rey ni soldado.
No fue filósofo ni político.
No ganó guerras ni conquistó naciones.

La suya solo fue un vida más.
Un breve destello apenas perceptible en la inmensidad del vasto cosmos.
Una ínfima pieza más dentro del gran esquema infinito.
Una mota diminuta, irrelevante e imperfecta.
Una trayectoria vital que le llevó a cometer tantos errores como aciertos.

El saber fue la abstracción a la que más amó.
Quien alimentó una curiosidad sin límites.
Quien siempre guió sus pasos.
Su única fe.
Aquella de la que se alimentó.
A la que adoró con mayor devoción.
El motor de una misión autoimpuesta.
La causa de tanto daño como reparación.

Su única ambición fue la de comprenderlo todo.
Sus acciones le otorgaron un poder que nunca ambicionó.
Sus decisiones le llevaron hasta donde nadie pudo llegar.
Su ambición terminaría siendo la fuente de la que manaron su orgullo y su condena.

I - Prólogo

I - Prólogo

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
Cae la noche sobre Tayshak. Una noche más. Una noche irrepetible como cualquier otra.

El viento recorre sus calles. Resuena y vibra entre las grandes torres. Genera armónicos al entrar en contacto con las plataformas que comunican los diferentes niveles de la ciudad. Pero no viaja solo. En su seno conviven lo normal y lo anómalo. Los conceptos se mezclan y lo absoluto da paso a lo subjetivo. La frontera que separa a las realidades está compuesta por detalles. Por barreras casi siempre imperceptibles. Por incontables eventos que tienen lugar en todos los tiempo y espacios.

Todo comienza con un leve movimiento. Con la colisión de dos conceptos de naturalezas opuestas. Con una ruptura en el tejido invisible que las separa. Con la creación de una imperceptible fisura en lo cotidiano.

Todo tiene su inicio en una tenue alteración de la gran mentira.
Con una suave brisa capaz de hacer temblar el frágil castillo un naipes que es “nuestra verdad”.
Con un cambio en nuestra percepción de esa abstracción a la que denominamos “lo normal”.
Ese endeble constructo sobre el que erigimos nuestra concepción de “lo real”.

II - Familia

II - Familia

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–Esto ha sido un error.

El aroma aséptico que envuelve a la sala la dota de un un cierto aire de irrealidad. Una sensación que se acentúa gracias a la tenue luz blanca que lucha por cubrirlo todo de manera uniforme. Quien diseño la habitación debió pensar que con ello lograría ocultar su propósito. Imbuirla de un ambiente acogedor. De un aura casi onírica. Pero fracasó. Ninguna luz es capaz de disipar el malestar que le genera el mero hecho de estar aquí.

Su problema no está causado por el tenue zumbido de las máquinas que se encuentran tras las paredes. No se encuentra relacionado con los parpadeos generados por el refresco de las pantallas que cubren las paredes. Tampoco con la frialdad que exuda su nula decoración. Ciertamente, nada de esto ayuda, pero ha estado en lugares peores. En tugurios más sórdidos.
El problema se encuentra en la propia naturaleza del lugar. En el propósito de este recinto. En el ambiente malsano que lo impregna todo. Esa pátina invisible que imposibilita que su propósito pueda ser ignorado. La barrera de luz que lo cubre todo dista mucho de ser capaz de ocultar la ominosa presencia de la muerte. El olor a desinfectante solo logra que esta se vuelva aún más presente. Por supuesto, la presencia del cadáver no ayuda. A Lexa nunca le han gustado las salas de autopsias. Mucho menos aquellas que pretenden aparentar ser otra cosa. Por más que haya enviado a más de un invitado hasta lugares como este, siempre ha tratado de mantenerse lejos de ellos.

Pero la sensación de visión de túnel que está experimentando tiene poco que ver con el lugar. La incomodidad que siente es algo que le lleva acompañando desde mucho antes de llegar hasta aquí. Por algo que vienen de más atrás. Que se remonta a los días previos a iniciar esta investigación. Es un estado cuyo origen la elude. Una sensación en la que se encuentra sumida desde hacer meses. Una cuya causa no ha sido capaz de localizar. Y esto la ha estado volviendo loca. Le ha convertido en alguien desesperado por regresar “al terreno”. A la acción. A pelear por los casos más nimios. A enfrentarse con compañeros y superiores. A pensar que el trabajo de campo le ayudaría a deshacerse de ella. Que el agotamiento físico se impondría sobre el mental. Que le permitiría descansar. Y ahora está aquí. Involucrándose en un caso que no le corresponde. Poniendo su carrera en la cuerda floja sin nada que ganar.

Hasta el momento, en este lugar solo ha encontrado un nuevo elemento más a sumar a su larga lista de equivocaciones. Ha llegado hasta otro espacio físico que provoca que su mente quede cubierta por la nube que enturbia sus pensamientos. Hasta algo que ha servido para alimentar esta sensación de inquietud.
Su parte racional continúa activa. Quiere creer que lo que hay ante ella solo un misterio más a resolver. Algo cuyo origen será capaz de desvelar en breve. Pero, al mismo tiempo, algo en su interior le dice que todo va mal. El conflicto interno amenaza con inundarlo todo. No sabe a qué achacar esta sensación. Si debe atribuírsela al cansancio o al instinto. Si debe fiarse de lo que le dice su cuerpo o sobreponerse. El instinto le ha salvado en muchas ocasiones. En un número similar a las que el no ser capaz de comprender la situación en la que se adentraba le ha metido en problemas. El debate interno no es nuevo, pero sí la intensidad que está adquiriendo la batalla. Un contienda que solo sirve para que la sensación de malestar vaya a más.

–Venir ha sido un error –este pensamiento regresa hasta su primer plano de pensamiento. No le ha abandonado desde que decidió involucrarse. En un espasmo involuntario, sus puños se cierran con fuerza y su cuerpo se tensa aún más–. Un error y una estupidez.

Es una italerien. Alguien cuya mera presencia en una comisaría como esta no pasa desapercibida. No tardará en provocar toda clase de rumores. De generar teorías que pueden llegar hasta sus superiores. Debe ser cautelosa con cada paso que dé. Como agente perteneciente a un organismo estatal, su graduación se encuentra muy por encima del de cualquiera de los integrantes de los cuerpos de seguridad de esta ciudad. Gracias a esto, las trabas con las que se ha encontrado hasta el momento han sido mínimas. Le tienen miedo y las preguntas han sido las esperadas. Formalismos y burocracia. Documentación que nadie revisará. Aun así, sabe que no puede excederse. No debe hacerse notar. Nunca ha estado aquí.

Su campo de acción no tiene nada que ver con casos como el que se tratan en esta investigación. El cargo que “El Sistema” dice que ocupa es el de de analista de datos. El de una auditora dedicada al correlar información relacionada con el mundo militar. No hay una manera sencilla de justifica su implicación en esta investigación. No la hay dentro de ninguna de las tareas que lleva a cabo oficialmente en su labor diaria. Tampoco para las labores que realiza bajo el radar. Aquellas que no son bien vistas dentro de una sociedad garantista. Si su vida no era algo ya de por sí complicado, el añadir esta máscara adicional solo sirve para diluir aún más la ya de por sí difusa imagen que tiene de ella misma. Hay momentos en los que le resulta muy complicado reconocerse ante el espejo. Concretar quién es. Identificar a la persona a la que le devuelve la mirada.

No es capaz de concretar hasta qué punto el estado de ánimo que le ha acompañado últimamente puede ser el culpable de estas dudas. No sabe cuál es su origen o qué dispara estos episodios. Cada vez que trata de pensar sobre ello su mente se acerca al colapso. Ha desarrollado métodos para evitar este tipo de reflexiones, pero estas se han venido abajo en cuanto ha entrado en la morgue. Lo que sea que la afecta parece haber terminado de eclosionar. Hasta este momento, la sensación que le acompañaba era algo más sutil. Un murmullo que no lograba sacar de su cabeza pero que tampoco le afectaba en su día a día. Una premonición que parece haberse consolidado con el primer escalofrío que ha recorrido su columna al ver el cadáver ante ella por primera vez.

Continúa con la mirada fija en el un mismo punto mientras la voz de su acompañante apenas le llega como un eco lejano. Como algo procedente de un lugar distinto. Su cabeza hace ya un rato que ha abandonado la habitación. No puede evitar el sentirse atrapada. Prisionera dentro de su propio cuerpo. No es capaz de desviar su mirada del campo de contención que en estos momentos oculta el cuerpo. Hay algo más allá de sus paredes ofuscadas que la llama. Algo que, al mismo tiempo, provoca que una voz en su interior le diga que se aleje de allí. Que hace que se debata entre la necesidad de acercarse aún más y la de huir desesperadamente. Entre el deseo de contemplar el cuerpo una vez más y el de alejarse de él tanto como pueda. Lucha por imponerse sobre lo que sea que le está afectando. Por ser capaz de prestar atención a la información que se le están proporcionando. No tiene tiempo para esto. Debe recuperar el control. Poner fin a estas disquisiciones que no le llevan hasta ningún lado.

Necesita dar un pequeño paso. Añadir una máscara más a todas las que ya acarrea. Llevar a cabo alguna acción que no esté relacionada con esta sensación de inquietud que lucha por dominarla. Que logre alejar a su mente del lugar en el que se encuentra.

–¿Y bien? –estas palabras resuenan en su cabeza, pero duda. No sabe si han llegado a ser pronunciadas–. Por favor, trate de ir al grano –nota cómo estos sonidos son generados a duras penas por sus cuerdas vocales. Casi es consciente de cada paso que ha dado su organismo hasta ser capaz de expulsarlas. De cada elemento que ha participado en ese proceso. De los impedimentos que se han encontrado en el camino.

Lentamente es capaz de recuperar un cierto control sobre sí misma. Siente que regresa hasta este lugar y momento. Que es capaz de escapar de esa persona en quien no logra reconocerse. Se hace fuerte en esa sensación y trata de aferrarse a ella. A esa recuperada seguridad.

–Los indicios apuntan a una muerte no natural –en primera instancia, la voz de la doctora Ryseth continúa sonando como algo lejano. Como un sonido que necesita atravesar múltiples barreras antes de llegar hasta ella. Es un sonido carente de color. Algo tan aséptico y monocorde como la habitación en la que se encuentran ambas. No parece transmitir emoción alguna–. Aunque eso sea algo que, en un primer vistazo, quizás no resulte obvio.

Lexa se concentra en estas palabras mientras mira a los ojos de la doctora. Trata de salir del oscuro lugar hacia el que le ha enviado su mente. De dotar a la frase algún tipo de entonación a partir del lenguaje corporal de su interlocutora. No es hasta ese momento que se da cuenta de algo obvio. Su acompañante también se encuentra afectada por algo que no quiere dejar traslucir. Ante ella tiene un reflejo levemente distorsionado de sí misma. Alguien que también trata de adoptar un tono igualmente formal sin lograrlo. Que se encuentra inmersa en una lucha interna. Un conflicto que, de encontrarse en plenitud de facultades, podría llegar a explotar.

–Por favor, no me haga perder el tiempo con datos triviales –su tono es más árido de lo que pretendía. Esto es algo de lo que no es consciente hasta escuchar su propia voz. Demasiado brusca. Demasiado pronto. Dudar brevemente antes de decidir el tono con el que continuar con su argumento, pero no quiere parecer indecisa. No quiere permitir que su estado sea percibido por nadie. Tampoco quiere realizar una demostración de autoridad. No sabe si más adelante necesitará algo más de la patóloga–. No he venido hasta aquí para que me repita lo que ya sé –fracasa y se lamenta por ello–. Soy perfectamente capaz de leer e interpretar un informe forense –fracasa a la hora de lograr que su frustración no quede reflejada en cada una de sus palabras–. No he tenido problemas para identificar este como una chapuza –a la hora de evitar que la pobre doctora pague por toda la rabia que tiene acumulada–. Será mejor que se esmere más en sus explicaciones –a la hora de presentarse como alguien con quien se puede dialogar–. Espero que sea capaz de explicarme todas las lagunas que tiene lo que ha escrito.

–Discúlpeme –la respuesta de Ryseth es rápida. Gélida. Su voz continúa adoptando el mismo tono algo glacial y aséptico que la anterior. El conflicto interno sigue en su mirada, pero el control que ejerce sobre sus reacciones es mucho mejor que el que ha mostrado ella–. Si no desea que bajemos hasta un plano técnico no puedo darle más información que la que aparece en el informe –a pesar de la pose que la doctora ha adoptado, Lexa sigue siendo capaz de ver más allá de su máscara. Es capaz de detectar “algo más”. Algo que no logra identificar como nerviosismo, enfado o preocupación–. Este es un hecho del que habría sido consciente en el caso de haber escuchado algo de lo que le he dicho hasta el momento –en un giro inesperado, su tono va ganando en volumen y algo que, en primera instancia, Lexa interpreta como confianza–. Una información de la que sería consciente en el improbable caso de habérselo leído con detenimiento.

Con un leve estremecimiento en todo su cuerpo, se hace el silencio. La doctora regresa hasta su pose inicial. La gelidez vuelve a apoderarse de su rostro. Recupera la máscara de aparente calma. Un gesto que culmina con una mirada que proyecta señales contradictorias. Que se debate entre el desafío y la ausencia. A pesar de que su voz no ha temblado a la hora de proferir este desafío, el leve espasmo que ha sacudido su cuerpo mientras lo hacía la delata. Oculta algo.

–Si solo ha venido hasta aquí para poner en entredicho la calidad de mi trabajo, enhorabuena, ya puede dar por concluido su viaje –cuando parecía haber terminado con su soliloquio, la doctora vuelve a la carga. Estas últimas palabras surgen atropelladamente mientras parece contener la respiración–. Espero que haya disfrutado de las vistas –a la par que lanza este nuevo y a todas luces improvisado desafío, se gira dispuesta a abandonar la habitación.

–Supongo que me he ganado esa respuesta –lo inesperado de esta reacción permiten a Lexa recuperar parte de su control. No le cuesta demasiado esfuerzo controlar la frustración anterior y concederle un pequeño respiro a su interlocutora. Casi es un alivio. Continúa teniendo todos sus sentidos plenamente presentes en la habitación, pero ahora se siente realmente “aquí”–. Muy bien, en ese caso, centrémonos en lo que sí que aparece en el informe –logra dotar a su voz y a su lenguaje corporal de una firmeza que casi es capaz de respaldar.

–Me parece correcto –la doctora aún le da la espalda, pero puede ver con claridad cómo su cuerpo se relaja. Tampoco es capaz de evitar que sus pulmones dejen escapar el aire retenido en un suspiro apenas disimulado.

Sus movimientos continúan siendo algo dubitativos mientras se gira nuevamente hacia ella. A pesar de estos indicios, Lexa no es capaz de determinar si estas señales de relajación son debidas al alivio o a la resignación. Es capaz de advertir que está tratando de adoptar una pose menos tensa, pero parece una acción deliberada. Una actuación. Al cruzarse de nuevo sus miradas, tanto lo que ve en sus ojos como su lenguaje corporal continúan despistándole.

En una situación normal, sus suposiciones serían claras. En primera instancia de estas señales leería que, tras su arranque inicial, la doctora habría sido consciente de su error de cálculo. Habría recapacitado acerca de su respuesta anterior. Habría hecho cálculos y estos le habrían llevado a rectificarla. No le conviene un informe negativo por parte de alguien con el rango de Lexa. Armas que Lexa podría utilizar en su contra. Pero hay muchos “habrías”. Demasiados.
Algunos de sus gestos parecen atender a otros criterios. En su mente parece haber preocupaciones cuyo origen nada tienen que ver con esta reunión. No sabe hasta qué punto una amenaza sería efectiva contra alguien en su estado. Tampoco sabe si sería recomendable. Necesita información, no alguien hostil. Decide no tratar de explotar lo que sea que esté ocultando. No al menos en este momento. Planifica y espera un momento adecuado. Esta clase de pensamientos hace que se reconozca a sí misma. Parece estar recuperándose, pero sigue intranquila.

–No hay rastro de… nada –le basta con escucharse para reconocer lo precipitado de su diagnóstico. Su voz sigue afectada. No encuentra en ella firmeza ni autoridad. Nada de todo lo que pretendía transmitir puede adivinarse en esas palabras. Trata de ocultar esta carencia gesticulando. Desviando la atención del desliz que acaba de cometer. Comienza a pasar el contenido del documento que se muestra en la pantalla a gran velocidad. Ni siquiera se molesta en mirar en esa dirección–. No hay heridas o marcas externas. No se han encontrado rastros de infecciones, enfermedades o fallos sistémicos. A pesar de todo esto, afirma que las causas de la muerte no son naturales. Indica que no se corresponden con nada que se haya encontrado en su interior. Comprenderá que…

–Su cuerpo se colapsó –la doctora Ryseth la interrumpe con su voz monocorde. En otra ocasión esto le habría resultado molesto, pero ahora lo recibe como un soplo de aire fresco. Le permite volver a situarse en el aquí y el ahora. La deja continuar mientras finge interés–. Dejó de funcionar porque, simplemente, era incapaz de mantenerse vivo. Lo sé. No tiene sentido –se detiene brevemente mientras su mirada parece perderse en el vacío–. El estado de sus órganos internos no parece indicar la presencia de enfermedades o algún otro daño previo. Lo sé, otro sinsentido. Sí, se han encontrado restos de otros daños. Secuelas de accidentes y enfermedades. Pero nada que se corresponda a problemas recientes. Todas estas afecciones son mucho más viejas. Cicatrices que se corresponden con las que se pueden encontrar en su historial médico –una vez más, la doctora se detiene. La sala se llena de un silencio insoportable roto únicamente por el zumbido eléctrico. Realiza una pausa que a Lexa le resulta eterna. Cuando retoma el discurso su voz y su expresión han cambiado. No ha dejado de mirarla en ningún momento, pero ese cambio le ha pasado desapercibido. Se ve algo más afectada. Más inmersa en lo que sea que consume sus pensamientos–. Las lecturas espectrales tampoco aportan ninguna información. Ya sea en su interior o en la zona en la que se encontró el cuerpo, no se detecta rastro de radiaciones extrañas o conocidas. Nada que pueda resultar letal –su lenguaje corporal no parece coincidir con el tono que está utilizando. Parece asustada, pero no da la sensación de que su miedo esté provocado porque se sienta presionada por Lexa. Su mirada continua ida y su voz parece actuar como un ente autónomo. Los rápidos movimientos de sus pupilas dan a entender que su mente se encuentra en otro lugar–. Se han realizado reconstrucciociones de lo que pudo suceder a partir de los datos de los que disponemos, pero estas no dejan de ser especulativas. He de reconocer que, de no haber sido yo quien realzó la autopsia de este caso, mis conclusiones acerca de la competencia de quien la ha llevado a cabo serían similares a la suyas.

–¿Eso es todo? –más allá de los mensajes contradictorios que está recibiendo, Lexa cada vez ve más claro que no va a sacar nada en claro de aquí, algo que aún no sabe si es bueno o malo–. ¿Cómo es entonces que se ha elaborado una lista de sospechosos?

–No. Por supuesto que no es todo –la doctora parece despertar súbitamente y activa las pantallas que cubren la pared que se encuentra frente a ella–. Que no hayamos podido rastrear la causa o procedencia de su estado es un hecho, pero lo que le enviamos no deja de ser un mero resumen ejecutivo –cientos de documentos de todo tipo comienzan a solaparse apresuradamente en las pantallas–. El caso no está ni mucho menos cerrado. No al menos para mi. Esas no son mis conclusiones ni mi opinión. Lo que ha recibido no deja de ser un informe que daba respuesta a las preguntas formuladas en la solicitud su departamento.

–Me alegra saber que no da el caso por cerrado –miente, pero logra mantener la fachada. Confía en que su voz no transmite el desagrado que le provoca esta noticia. Al tiempo, se da cuenta del error de su última asunción. No es capaz de apreciar el detalle de nada de lo que está apareciendo ante sus ojos pero, aun dentro de ese galimatías, puede apreciar a simple vista que se trata de un trabajo extremadamente concienzudo. Algo a todas luces excesivo. Un despilfarro de recursos para un caso en apariencia tan pequeño. Lo que ve se acerca más a los parámetros de una labor obsesiva que al celo profesional–, aunque me sorprende que se le hayan dedicado tanto esfuerzo y recursos a un crimen a priori tan poco relevante como este.

–Quizás aún no tengamos una explicación para su causa, pero tenemos amplios indicios que nos llevan a pensar que esta no se corresponde a nada conocido. De tratarse de otro individuo, lo de menos habría sido lo desconcertante del caso pero, dado el trabajo del difunto, no podemos descartar ninguna hipótesis.

–¿Dada la naturaleza de su trabajo? –este pensamiento golpea a Lexa con tanta dureza que llega a verbalizarlo. Es un dato sobre el que no se ha informado. Achaca este error a las prisas, pero sabe que esta no ha sido la causa. Su estado le ha hecho volverse descuidada y poco profesional. El no haber investigado la vida laboral de la víctima ha sido un descuido de principiante pero, lo que más le sorprende, es que nada de esto le parece relevante en estos momentos.

–Podemos encontremos ante una nueva enfermedad o ante algo de una naturaleza axiomáticamente anómala –la doctora parece no haber escuchado su pregunta y continúa con su soliloquio–, sin descartar, por supuesto, asuntos más mundanos relacionados con el ámbito del espionaje industrial o internacional –su tono de voz se va haciendo calmado. Se limita a enunciar hipótesis que claramente ha descartado. Un mero formalismo lanzado sin la más mínima convicción–. No se trata de un vagabundo que aparece muerto en un callejón, de un simple operario o de alguien a quien han dado una paliza.

–Doctora –Lexa trata de hacerse con la atención de la forense. Nada de lo que está diciendo le sirve para su investigación. Por otro lado, necesita ser ella quien determine el curso de la conversación, Sentir que tiene algún tipo de control sobre la situación.

–Así que..., aquí estamos –Lexa detecta un nuevo y súbito cambio en el estado de ánimo de la doctora. Un brote de algo que no sabe si es excitación o desesperación en su gesto. Cuando las nuevas pantallas se activan se da cuenta por primera vez de los profundos surcos que recorren las cuencas de sus ojos. Unas marcas que no parecen deberse únicamente a los efectos de la falta de sueño–. No encontramos ante… no lo sé –su gesto vuelve a cambiar. Según continúa con su discurso, Lexa no puede apartar sus ojos de los de la doctora. Hay algo en ellos que no es capaz de distinguir. Que parece cambiar de forma y moverse como si tuviese vida propia. Una figura informe que habita en su interior o que se refleja en sus humores acuosos. Su mirada sigue con detenimiento las pupilas de Ryseth, mientras estas parecen tratar de seguir estas formas con movimientos bruscos y espasmódicos–. Pero la respuesta tiene que estar aquí –comienza a mover sus manos sin señalar hacia ninguna parte en concreto de las pantallas que tiene a su espalda–. Tiene que haber una respuesta –se gira para dirigir su atención a la información que se muestra en ellas–. Todo parece indicar que la causa del fallecimiento se encuentran en su interior, pero no hemos logrado encontrar señales de ninguna enfermedad –la cadencia de sus palabras continúa acelerándose. Su tono se vuelve más agudo y parece alcanzar frecuencias que dañan sus oídos. Armónicos que le impiden pensar con claridad. Parece desquiciada. Desesperada–, una ruta de entrada o salida de un hipotético arma. No hay restos de la presencia de parásito o patógeno alguno –su ritmo se acelera tanto que le cuesta entender lo que dice. Su lenguaje corporal le indica con claridad que que está sufriendo un ataque de pánico. No le cabe duda de que esto no tiene nada que con su error de cálculo previo o a su presencia. Su voz, su cuerpo y su rostro parecen entidades independientes. Organismos que no parecen conscientes de las acciones que está llevando a cabo el otro–. Aun así, algo habitó en su interior durante un periodo de tiempo indeterminado y lo alteró drásticamente. Un arma, objeto u organismo que ya no se encontraba en su cuerpo cuando este fue hallado –su discurso se ha convertido en un bucle del que no parece ser capaz de salir. En la repetición continuada de la misma información utilizando expresiones distintas–, pero que ha logrado que sus órganos internos no se deterioren… –su mirada se mueve febrilmente entre la infinidad de documentos que se muestran ante ella.

–Doctora –trata una vez más de atraer su atención, pero no tiene éxito. La mente de su acompañante no está en la sala sino muy lejos. Se encuentra sumida en algún tipo de pensamiento circular. En un bucle del que no parece ser capaz de salir. Uno que no parece llevarle de regreso hasta la cordura.
No solo no cree poder sacar provecho de esta situación, sino que cada minuto que pasa aquí parece llevarla hasta una situación similar. Busca algún lugar hacia el que enfocar su atención. Necesita alejar sus ojos de los de Ryseth. Encontrar un punto sobre el que poder reconstruirse.

–…porque no respira y su sangre no circula, pero algo impide que su cerebro, su corazón o el resto de su cuerpo sean conscientes de ello. Y su mirada… –finalmente se hace el silencio, pero su cuerpo parece verse sacudido por súbitos espasmos. Su rostro se gira hacia Lexa, pero su mirada no se dirige hacia ella sino. Se enfoca en algún lugar indeterminado de la sala mientras su expresión destila un terror casi contagioso. Sus labios continúan moviéndose como si hablase sola, pero no surge ningún sonido de ellos.

–¡Doctora! –Lexa posa su mano sobre uno de los hombros de la forense en un intento de llamar su atención y sacarla del trance en el que se encuentra, pero ella parece no ser consciente de su presencia. Incluso a través de la ropa puede notar cómo todo su cuerpo se encuentra tensionado. Al entrar en contacto con ella también tiene la sensación de que algo se está moviendo bajo su mano. Algo que se transfiere desde el cuerpo de la doctora y se introduce bajo su piel. Instintivamente, aparta su mano y trata de fijar su mirada sobre ese lugar, pero todo permanece inmóvil. La necesidad de huir se acrecienta y a duras penas es capaz de controlarla. Su nivel de afección parece estar yendo a más. Trata de recordar los protocolos de actuación ante este tipo de situaciones sin éxito. Toda su atención parece estar centrada en una amenaza que no es capaz de percibir. En algo que se encuentra junto a ellas en la sala. Aferra ambos hombros de la doctora con fuerza y trata de encararase con ella–. ¡Escúcheme!.

–Estúpida, estúpida, estúpida –a pesar de estar frente a ella, la voz de la doctora vuelve a sonar nuevamente como algo lejano. La desesperación no ha desaparecido de su tono, pero a esta se ha sumado la ira–. No eres capaz ni de resolver el problema más sencillo.

De manera repentina, Lexa se da cuenta de que la ya no se encuentra junto a ella. Sus brazos se encuentran sujetando el aire. La invade una sensación de vértigo y desorientación mientras se pregunta cuánto tiempo ha estado ensimismada en sus pensamientos. Mientras comienza a dudar si nada de lo que está presenciando es real o si se trata de alguna ensoñación.

–Váyase – Lexa se ve incapaz de reaccionar ante este súbito cambio de la situación–. Tengo mucho que hacer –siente como si contemplase esta escena desde fuera de su cuerpo–. ¿Dónde estas?, ¿dónde estás? –a cada palabra el tono de su voz se va modulando, perdiendo su determinación y recuperándola, mientras observa con ojos y manos la información que se muestra en los paneles de la pared.

Lexa cierra con fuerza sus manos que continuaban suspendidas en el aire. Las cierra con tanta fuerza que la misma tensión se propaga por sus brazos y espalda. Trata de generar en sus puños sendos focos. Dos puntos sobre los que se concentrar y descargar toda su rabia y frustración. Poco a poco va recuperando el control sobre su propio ser. Lo hace mientras contempla cómo la doctora continúa perdiendo el tenue hilo que parecía unirle a la cordura.

–Sé que estás aquí ¿dónde te escondes? –a la par que su voz va volviéndose más dubitativa, su rostro va deformando hasta adoptar un rictus entre el patetismo y la agonía–. Yo… yo… yo… –se derrumba sobre sus rodillas. Toda la tensión de su cuerpo desaparece súbitamente y se desploma incapaz de continuar erguida. Rota como una marioneta a la que le han cortado los hilos. Sus manos no adoptan una posición que le ayude a frenar la caída, sino que se dirigen a ocultar sus rostro tras ellas. Lexa trata de frenar su caída con ambos brazos, y nota cómo empieza a temblar. Ve cómo de las palmas de sus manos comienza a gotear algo húmedo. Algo que, en primera instancia, parecen lágrimas, pero cuya textura y la manera en la que se precipitan hacia el suelo parece desmentir. Más allá de esas lágrimas no escucha ningún sollozo, sino que estas vienen acompañadas de un débil murmullo que apenas es capaz de entender. Susurros que parecen llenos de rabia, dolor y recriminación. No hay llanto acompañando a las surcos creados por sus lágrimas sino un grito contenido. Una letanía casi hipnótica que parece tratar de penetrar en lo más profundo de su ser y arrebatarle nuevamente el control.

–Trate de respirar con calma, está sufriendo un ataque –lucha contra la sensación que le invade recurriendo a lo convencional, a los lugares comunes, a los mecanismos automáticos. Actúa como si no estuviese en el lugar en el que se encuentra–. Será mejor que salgamos de aquí. Creo que un cambio de aires nos vendrá bien a las dos –incluso se permite el lujo de bromear, pero esto no repercute en su estado de ánimo.

Abandonar la sala le ayuda a afianzar su autocontrol. La sensación de angustia queda levemente mitigada, pero no puede dejar de pensar en el estado de la doctora. No es capaz de relajarse. No se encuentra en su terreno y se ha arriesgado mucho a más niveles de los que esperaba. Nota como las miradas del personal del depósito forense se centran en sin tratar de disimularlo. No se le escapan los cuchicheos que tienen lugar a sus espaldas una vez que se ha dejado con ellos a la doctora. Su uniforme es al mismo tiempo una salvaguarda y una diana. Todos los agentes que se cruzan en su camino se apartan de su ruta con una mezla de curiosidad y miedo. Lo primero le resulta indiferente, lo segundo, en otro momento habría llegado a lucir con orgullo. Un elemento que en acostumbra a usar en su favor. Pero ahora nada de esto le resulta relevante.
Puede haber logrado alcanzar un estado que la sitúe por encima del miedo y la incomodidad, pero está muy lejos de tener el control. Estas sensaciones han sido sepultadas por la ira y la decepción consigo misma. Su ánimo dista mucho de ser aceptable. Algo que parecen captar a la perfección quienes la miran al pasar a su lado. Nadie hace o dice nada.
– Que se aparten – piensa para sí misma – Es mejor para ellos.

Mientras se dirige hacia el exterior, no es capaz de evitar que su mente regrese una y otra vez hasta la sala. Trata de adoptar distintos acercamientos para solucionar este problema. Busca algo que le pueda servir de ayuda. Centrar su atención en la misión que le ha traído hasta aquí. En cómo evitar las posibles consecuencias de su “insubordinación”. Lo primero ahora le parece sencillo. No le hace falta gran cosa. De manera indudable, su “misión” se ha convertido en algo más asequible de lo esperado tras lo que acaba de presenciar. Le basta con buscar un enfoque adecuado a cualquiera de las cosas que ha dicho u hecho la doctora. Cualquiera de sus desvaríos. Dimensionarlos de acuerdo a sus intereses. Difamarla y desmontar sus conclusiones sería algo sencillo. Bastaría con mostrar la grabación de lo que acaba de suceder. Lo único que necesita es una coartada. Una excusa para estar en ese lugar. Para haberse inmiscuido en este caso en concreto sin despertar sospechas.

Esto sería algo muy conveniente, pero no le resulta suficiente. De acuerdo a estos parámetros, todo parece transcurrir mejor de lo esperado pero, aun así, no puede alejar su mente de la sala. Puede haber “escapado” de ella, pero parece que no es capaz de huir de lo que ha sucedido allí. Lo que se ha simplificado por un lado se ha complicado por otro. Las incertidumbres lo inundan todo. A pesar de sus deseos y de lo que le dicta su buen juicio, su nivel de implicación ha cambiado sustancialmente. A cada paso que da, la incertidumbre lo inunda todo. Lo que parece sentido muta. Se retuerce. Pero, al mismo tiempo, parece encajar de una manera extraña. De una manera que llenan de bruma su mente. Que le impide ser capaz de concretar, explicar o racionalizar lo que tiene ante ella. Que le hacen dudar acerca de su propia cordura.

No puede olvidar. La preparación psicológica no le ha entrenado para este tipo de tortura. La manera en la que le ha afectado la experiencia. La dificultad que le supone aceptar nada de lo que le ha sucedido como algo real. Necesita respuestas. Comprender a qué se ha visto expuesta. A qué se han visto expuestas ambas. Trata de obviar la información que la daña. De centrarse en los datos que desconocía y que resultan relevantes para su tarea.

El cambio repentino en la iluminación le indica que ha abandonado el edificio. Recuerda que está en casa. En el último lugar del mundo al que habría querido regresar.
El paisaje se va convirtiendo en algo que le resulta familiar. La luz del día le presentó una ciudad distinta a la que recordaba. Trata de hacer memoria, pero no recuerda haber visto nunca el sol mientras vivió en Thayska. Ha necesitado que llegue la noche para que este se convierta en un lugar que es capaz de reconocer. Uno que se contempla a través de la iluminación artificial. Por los proyectores de los edificios. Por las hileras y las bandas de pequeños focos que recorren las calles elevadas. Por los vehículos que la cruzan y sobrevuelan.

El cuartel de las fuerzas de seguridad de la Thaysak se encuentra en el septuagésimo quinto nivel de la ciudad. En un lugar mucho más “elevado” en todos sus aspectos que aquellos que nunca fue capaz de visitar mientras fue una de las habitantes de esta ciudad. De cualquier manera, desde la plataforma exterior su mirada tampoco alcanza a ver lo que se encuentra en la gran distancia. Hay cosas que no cambian entre los niveles bajos y los altos. A pesar del amplio espacio que separa a los grandes bloques, el entramado de pasarelas que une las edificios limita mucho su campo de visión. Tanto las pasarelas como los los campos que las cubren logran crear una tupida red que impide que a mirada la posibilidad de llegar mucho más allá de los que le rodean. Puede estar en uno de los niveles elevados, puede estar en el exterior, pero apenas es capaz de adivinar el cielo nocturno.

Aun así, el haber llegado hasta el exterior del edificio y respirar el aire cargado de la ciudad supone un extraño alivio. Su rostro recibe las corrientes que atraviesan las alturas como algo inesperado y agradable. Como algo que la despierta y aleja de ella el estado en el que se encontraba. El ruido, los olores, la iluminación y la agitación le ayudan a dejar atrás sus disquisiciones. Le ayudan a traer de vuelta su mente hasta el ahora.

No importa cuánto ha tratado de mantenerse alejada de este lugar. No importa cuántas veces se ha dicho que no iba a volver. Siempre termina por volver. Por más veces que se ha comprometido consigo misma a no volver a hacerlo, siempre encuentra una nueva excusa.

–Bienvenida de vuelta –su voz interior suena burlona–. Espero que estés contenta –la mera visión de ciertos patrones en el paisaje le hace sentirse extrañamente en casa–. A ver cómo sales con bien del lio en el que te has metido.

Ha pasado mucho desde que se fue por primera vez. Tanto que los recuerdos que conserva pertenecen a los días en los que habitaba los niveles inferiores. Cada vez que ha regresado, su destino ha sido un nivel más elevado. Se ha encontrado con nuevos detalles. Con nuevos contornos y siluetas en el paisaje. Con una visión un poco más amplia y compleja del lugar que conoció en su juventud. Una perspectiva de la que entonces carecía.
Recuerda cuando los vehículos aéreos eran algo lejano. Algo que solo veía despegar y aterrizar en la distancia. Cuando su destino pertenecía al territorio de las historias y la especulación. Cuando montarse en uno de ellos se le antojaba como un sueño imposible.

–¿Destino? –la agente Vusarch formula la pregunta tímidamente. Hasta este momento Lexa no había sido consciente de su presencia, por lo que tiene la impresión de que ha permanecido silenciosa e inmóvil ante ella hasta que ha encontrado el valor para interpelarla.
–Sector Vanyashi, nivel tres –su respuesta es seca. Una vez más, demasiado árida. Más de lo que pretendía. Apenas cruza su mirada con la de su conductora mientra entre en el vehículo.

Los cuerpos de seguridad de le ciudad le han pues una niñera. Camuflado como un servicio de cortesía hacia alguien de su cargo se encuentra alguien que, a buen seguro, reportará sobre cada uno de sus pasos. Apenas ha compartido tiempo con ella pero ya ha creado un completo perfil mental de esta persona. Deformación profesional. Hasta el momento no lo ha mostrado abiertamente en el escaso contacto que han mantenido, pero parece ser una persona extrovertida. Alguien a la espera de encontrar su oportunidad para iniciar una conversación. El tipo de persona ideal para ganarse la confianza de una desconocida. Para sonsacarle información que no quiere compartir. Pero ha dado con un hueso duro. No tiene intención de darle una oportunidad. La paranoia implícita en su profesión se suma a todas las cosas que no deben ser conocidas sobre esta visita. Quizás podrían ser amigas en otra situación, pero tiene claro que no lo serán a lo largo de este trayecto. En estos momentos, mientras el vehículo se eleva sobre la ciudad sorteando las pasarelas, apenas es capaz de mantener la fachada de profesionalidad que se le supone. Continúa tratando de tranquilizarse. De centrar sus ideas, pero solo consigue generar nuevas preguntas.

Es capaz de percibir cómo Vusarch la mira de reojo. No sabe si se trata de curiosidad o de vigilancia. Si quiere preguntarle cómo hizo para salir de esta ciudad o busca una ocasión para tratar de sacarle información acerca del caso. Si es una persona con ambiciones o alguien con otro tipo de inquietudes. Sea cual sea la razón, en ningún momento da muestras de tener la intención de comenzar una conversación. Chica lista.

A lo largo del camino le da tiempo a calmarse y se permite de nuevo el lujo de pensar en el futuro inmediato. En el interrogatorio que le espera en breve. Trata de adelantarse a la conversación que tiene por delante. De articular nuevas preguntas que desmonten las mentiras, evasivas y respuestas que sabe que va a recibir. De alejar sin éxito a su cabeza de los lugares a los que le quiere llevar.

Al mismo tiempo, prepara las mentiras que deberá dar ella una vez que termine esta misión. En lo que pasará una vez que finalice con este asunto. En que debe preparar el interrogatorio que al que ella será sometida. Trata de adelantarse a las preguntas de sus superiores si llega hasta sus oídos su presencia aquí. Construye mentiras sobre mentiras. Evasivas sobre evasivas. Hace memoria de la información de la que dispone de la gente que se encuentra por encima de ella en la escala de mando.

–Idiota, idiota, idiota –estas reflexiones tendría que haberlas llevado a cabo antes de tomar la decisión de involucrarse. Aún está a tiempo de corregirlas, pero le puede salir muy caro el no haberlo hecho.

Su presencia aquí no es algo que pueda justificar ante ninguno de sus superiores. Tiene tantas máscaras como gente ante la que responder.

–¿Quién ha venido hasta aquí? ¿En quién puedo escudarme ante cada uno de mis responsables?

Su rango le otorga el poder necesario para intervenir en esta investigación, eso es un hecho. No se encuentre en “territorio enemigo”, pero esta no deja de ser una apreciación subjetiva. Algo contextual. Está sola. Llegado el caso, tendrá que justificar ante sus superiores la participación en esta investigación. Tendrá que mentirles. Tiene claro que va a ser muy complicado, pero tampoco será la primera vez que lo haga.

Traza planes y mueve figuras en su tablero de ajedrez mental. Enfrenta a los jefes que no constan en los papeles contra aquellos que sí que están reflejados en ellos. A los juristas contra los mandos militares. A los administrativos contra los políticos. En otra ocasión esto podría haber llegado a resultarle excitante. Se habría regodeado en lo que ya ha conseguido. Casi ha sido demasiado fácil. Debería informar de las lagunas del sistema de las que se ha aprovechado ante los organismos pertinentes. Tapar este tipo de vacíos legales para que no sean explotados por otros. Regresa hasta un territorio familiar. Hasta las dudas que le asaltan cada vez que se aprovecha de estas carencias del sistema mientras se encuentra de misión. Hasta las zonas grises y los subterfugios que le permiten hacer mejor su trabajo. Hasta los territorios de ambigüedad moral en los que se encuentra tan cómoda. En otro momento disfrutaría de la sensación de impunidad y de “engañar al sistema”. En otro momento. Pero no hoy.

Su mente se niega a alejarse de la morgue. Ha visto muchas cosas extrañas a lo largo de su carrera, pero ningún cadáver le ha impactado tanto como el que le han presentado hoy. No es su imagen la que domina sus pensamientos, sino algo más. Una sensación. Algo que no le resulta obvio pero que pugna por hacerse con su atención. Un susurro que, al mismo tiempo preocupante, le aterra y le resulta extrañamente atrayente. Que le desconcierta y le fascina.

Trata de huir de este pensamiento. De refugiarse en lo que sabe que es real. En el mundo que le rodea. Desvía su atención hasta el exterior del vehículo. Hacia Tayshak. Hacia la ciudad que la vio nacer. Contempla su paisaje de luces nocturnas con una mezcla de melancolía y rencor. No parece haber cambiado demasiado desde que la abandonó hace más de tres décadas. La misma suciedad, la misma hipocresía, el mismo clasismo y la misma segregación. Atributos que no son únicamente achacables a este lugar. Que ella misma ayuda a cimentar con su actividad diaria.

Esta reflexión le pilla por sorpresa. Ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez en la que pensó en estos términos. Regresar le está afectando mucho más de lo que esperaba. Su máscara de cinismo se resquebraja. Provoca que que se tambalee ese conjunto de medias verdades y simplificaciones interesadas que ha usado para justificar aquellas acciones de las que no se siente orgullosa. Ese pilar de frágil equilibrio sobre el se sustenta su carrera. Esa parte de sí misma que se dice “racional”. “Realista”. La que acepta la corrupción y la desigualdad como partes intrínsecas del ascensor social. Esa zona estanca sobre la que no deja de repetirse a sí misma que no ha construido su persona.

La chica que abandonó Tayshak se avergonzaría de quien es hoy. Escupiría sobre alguien con su trayectoria. De alguien cuyos principios se han ido moldeando alrededor de sus ambiciones para crecer dentro de las escalas del poder. No es la primera vez que flaquea su fluctuante escala de valores. No es la primera vez que sus justificaciones le suenan falsas incluso a ella. Sabe a ciencia cierta que esto es algo que nunca augura nada bueno. Que siempre le lleva hasta algo que solo sirve para complicarle la vida. No es capaz de determinar hasta qué punto estos pensamientos se deben a su regreso hasta su antiguo hogar, o a lo que acaba de experimentar.

–Esto un error –este pensamiento nunca le abandona–. Idiota. No tendrías que haber venido –lucha por alejar de su mente de este escenario–. No te lo van a agradecer –dirige su mirada de nuevo hacia el exterior del vehículo.

Aún están lejos. Los niveles a los que se dirigen no solo no son perceptibles desde aquí, sino que las rutas de tráfico aéreo los hacen inalcanzables de forma directa. Tienen que tomar un largo desvío antes de poder situarse en una trayectoria a través de la que sean accesibles. Elevarse por encima de las torres de la ciudad. Recorrer una trayecto a lo largo del cual es capaz de apreciar pequeños detalles que se le pasaron por alto durante su llegada. Matices que completan y corrigen el mosaico que conserva de su juventud. A medida que se alejan del centro, el panorama se vuelve más oscuro. Se asemeja más a la imagen que permanece en su mente.

Recuerda mirar los niveles superiores con una mezcla de deseo y temor durante su infancia. La intrincada red de pasarelas que le impedían adivinar lo que podía haber más allá de ellas. Vistos desde arriba, los bloques elevados de la ciudad han perdido su magia. No se asemejan a la imagen que creó su imaginación. A nada de cuanto deseó alcanzar. Achaca esto al cambio en su perspectiva, o a todas las cosas que ha visto más allá de su calles. Ahora puede ver lo que siempre se le escapó. Observa las grandes torres del centro y las naves industriales del cinturón exterior. Los barrios residenciales de la periferia y las zonas rurales que apenas se pueden adivinar en la lejanía. Contempla con ojos acusadores al espaciopuerto cuya construcción se inició en su infancia y aún no se ha finalizado. A la obra que muchos acusan de haber condenado a la ciudad.

Todo parece más viejo, más descuidado. Más… cansado. Esparcidas por todas partes es capaz de ver obras incompletas. Proyectos cuya ambición superó a la capacidad real quienes los impulsaron. Esperanzas rotas tanto de los soñadores como de los especuladores. Incluso las reforma llevadas a cabo sobre los edificios emblemáticos dan la sensación de haber quedado incompletas. Tayshak le parece una ciudad de otro tiempo. El fantasma de una urbe que soñó con ser un referente. La sombra de un proyecto ambicioso que nunca llegó a ser nada. Un lugar insignificante. Pequeño y desfasado.
No ha pasado tanto tiempo, se dice, pero todo aquello significó algo para ella en su vida anterior ha desaparecido. Y, mientras piensa esto, una nueva duda le asalta. No sabe si se alegra de este desapego. Si se ha convertido en alguien tan vacío que ni siquiera es capaz de sentir nostalgia o añoranza. Si ha avanzado o simplemente se ha convertido en una más de la masa apática. En alguien que se ha abandonado a la desidia o la misantropía. En lo que siempre despreció aquella persona que un día abandonó este lugar.

–¿A quién estás juzgando?

Su trayecto les lleva a rodear el perímetro de seguridad el Vajda. A sobrevolar una construcción tan vieja y agotada como las aspiraciones de los habitantes de esta ciudad. Las frecuencias y armónicos que exuda el motor energético de Tayshak lo tiñen todo. Dotan al paisaje de cuanto le rodea de un tono rojizo. De una pátina que, durante la noche, lo convierte en una visión sobrecogedora. Sus reflectores y colectores de radiación son el origen de un complejo tapiz cromático. El corazón de un tupida nube que se propaga más allá de los campos de contención. Una capa de colores indescriptibles que, al cruzarse con los últimos restos de lluvia, carga el ambiente de un aire lóbrego. No es capaz de recordar cuentas historias de terror de su infancia tenían su punto de inicio en este lugar.

Casi puede escuchar cómo gimen las energías contenidas en su interior. Cómo sus muros parecen vibrar y combarse al ser vistos a través de la radiación residual. Cómo la silueta de sus acumuladores queda distorsionada. Cómo se hinchan y se contraen como algo vivo mientras tratan de abastecer a todo el área metropolitana. Casi cree ser capaz de escuchar cómo se lamentan ante el fracaso de su misión.
Lo selectivo de la iluminación le permite constatar que no todos los edificios son iguales. Que no todos tienen acceso a un recurso tan básico como la luz nocturna. Puede apreciar a la perfección los claroscuros que se generan. Cómo, a medida que se aleja del centro, el ambiente se vuelve más lúgubre. La iluminación irregular hace que solo sean visibles partes de la ciudad. Que frente a ella y a su espalda aparezcan y desaparezcan intermitentemente ciertos niveles. El suministro continúa fallando, pero lo hace a una escala mayor de la que nunca imaginó. Puede apreciar cómo la falta de medios hacen del Vajda un recurso insuficiente. De qué manera las segmentación social no se produce únicamente en sentido vertical.

Cuando compara el paisaje con otros que ha visitado no es capaz de apreciar grandes diferencias. Vistos desde las alturas, los callejones que recorrió en su infancia no son más claustrofóbicos que otros que ha conocido posteriormente. Sus habitantes no son peores que los que se ha encontrado en los distintos lugares en los que ha vivido. El rechazo que le provoca todo lo que ve poco tiene que ver con el “dónde”. La escasa benevolencia en el juicio que emite sobre lo que fue su hogar no deja de ser un reflejo de su decepción consigo misma. De no ser capaz de empatizar con la persona que huyó. De todas las aspiraciones incumplidas. De todo aquello en lo que ella no se ha convertido.

–Supongo que, vista a través de este prisma, mi vida aquí tampoco fue tan mala.
–¿Disculpe? –Vusarch la saca de su ensoñación.
–No, nada, supongo que estaba pensando en voz alta.
–Nos acercamos al destino.
–Perfecto, gracias –nota cómo su voz suena más relajada. Al menos la melancolía ha servido para atemperar su estado de ánimo.
–¿Quiere que la recoja aquí mañana?
–Si la necesito ya avisaré a sus superiores.

Mientras desciende el concepto de “mañana” se le hace algo muy lejano. Hasta que tuvo el cuerpo ante ella pensaba que lo que le espera ahora iba a ser la parte más dura de la jornada, pero en estos momentos ya no está tan segura.
Poco después de dejar su transporte Lexa desactiva su localizador y recorre el camino que separa la plataforma de aterrizaje de su destino. Lo hace en la compañía de una extraña sensación. El despertar de un instinto casi olvidada. Sersby está cerca.

A pesar de estar rodeada de gente en todo momento, a pesar del tiempo que ha pasado desde la última vez que se vieron, el vínculo que la une con su mellizo continúa intacto. Aun oculto, su presencia le resulta evidente. No necesita verle. Su cercanía le hace sobresalir por encima de todo el barullo de la calle. La está siguiendo desde el momento de su aterrizaje.

–Al menos no se ha dejado ver. Algo es algo.

Toma varios desvíos buscando lugares menos poblados. Trata de asegurarse de que nadie más le sigue. No hay agentes de uniforme ni de paisano. Tampoco hay demasiadas cámaras por la zona. Todo parece correcto. No es una zona especialmente recomendable, pero tampoco se trata de un suburbio. El pasar desapercibida y la intimidad parecen posibilidades relativamente viables. Lo serían si no llevase el uniforme. Otro error de novata. Tendría que haber pasado por su alojamiento antes de venir. No es conveniente que la vean por aquí. Menos aún junto a un sospechoso.

–¿Quieres dejar ya este juego? –una vez que se ha asegurado de que nadie más le sigue, no está de humor para continuar jugando al ratón y el gato.
–Tú eres la súper espía y a la que le gustan los secretitos –guiada por su voz no tarda en ser capaz de verle. Es bueno. Estaba más cerca de lo que creía.
–¿No podías haber elegido un sitio un poco más agradable para juntarnos? –las viejas costumbres no tardan en regresar. El acto reflejo de tratar de sacar al otro de sus casillas regresa como un resorte automático.
–No te metas con mi barrio –su voz parece distinta a la que recordaba. Hay un leve deje en ella que no es capaz de ubicar, pero el tono sigue siendo perfectamente reconocible.
–Si esto es lo mejor a lo que puede aspirar uno por aquí, me alegro de haberme ido.
–¿A la señora funcionaria no le gusta mezclarse con la chusma? ¿Crees que eres demasiado importante como para mezclarte con nosotros?
–Tiendo a valorar la privacidad y la discreción. Más aún cuando se trata de asuntos delicados.
–Sus secretos están a salvo conmigo, agente. Al contratar mis servicios se garantiza la confidencialidad.
–Déjalo –este juego infantil ya se está alargando demasiado y no va a llevarla hasta ningún lado–. Vamos hasta algún lugar más privado.
–¿Me vas a decir a cuento de qué viene todo este misterio? –hay cosas que no cambian nunca. Sigue siendo tan irritante como siempre– ¿No estoy al día en el pago de mis impuestos?

Sigue siendo un inconsciente. No parece tener la más mínima idea del lío en el que está metido o de lo que puede suponerle a ella. O lo ignora o lo oculta muy bien. Nada nuevo por ese lado. Tendría que haberlo esperado. Siempre sucede lo mismo. Cada vez que su nombre, el de alguno de sus alias o el de cualquier cosa relacionada con él, aparece en el sistema, siempre resulta ser el síntoma inequívoco de que algo va a comenzar a ir muy mal para ella. No importa que elija o no intervenir, siempre le salpica. Está harta de esto.

Le mira y otra de sus máscaras cae. No puede evitar sonreír mientras se pregunta, ¿en qué lío te has metido esta vez, hermanito? ¿En qué lío me vas a meter?
Su sonrisa se apaga cuando se acuerde del difunto. Ahora tiene ante ella a uno de los sospechosos. Debe mantener la compostura. Guardar las distancias. Aún no ha llegado el momento de sacar conclusiones. Debe acallar la sensación de complicidad que la asalta cada vez que están juntos.

–El misterio tendrá que prolongarse un poco más –recupera parte de su entereza y opta por hacerle sufrir un poco. Su relación siempre ha sido complicada y contradictoria–. Pero las preguntas las haré yo y, créeme, no quieres que te las haga en público.
–Como quieras.

Se hace el silencio mientras se miran fijamente. Los viejos juegos regresan. El duelo de miradas a la espera de que uno flaquee.

–¿Cómo puedes ser tan idiota? –masculla para sí misma mientras golpea su hombro. No sabe a ciencia cierta si este apelativo va dirigido a su hermano o a ella misma–. Un matón –su mirada va perdiendo la dureza. Trata de resistirse, pero finalmente cede al impulso y se acerca para abrazarlo–. Entre todas las opciones posibles, mi hermano tenía que terminar por convertirse en un matón.
–Un agente libre –Sersby le corrige hablándole con suavidad al oído mientras sus cuerpos entran en contacto–. Yo también te he echado de menos.

El momento de relajación dura poco. Tan pronto como comienzan a caminar, la sensación de intranquilidad regresa. Le acompaña durante todo el trayecto. Su conversación se ve interrumpida cada vez que decide tomar un desvío. Cuando su ruta cruza delante de una cámara. Cada vez que etiqueta a alguno de los viandantes como sospechoso.
Cuando no está en tensión, el camino se encuentra presidido por el silencio. Por una quietud incómoda que apenas son capaces de romper con sus torpes intentos de conversación trivial. Breves insertos que apenas logran prolongarse durante más un par de frases.

–Vamos a tener que buscarnos unas vidas más interesantes –trata de quitar hierro a la situación. De recuperar la conexión perdida con su hermano. Con alguien a quien apenas conoce. Por otro lado, su propia vida personal es inexistente. Todas sus anécdotas están relacionadas con el trabajo. Con asuntos en los que es imperativa la confidencialidad.
–Oh, mi vida es muy interesante. Seguro que te puedo sorprender con alguna anécdota, pero algo me dice que eso no me resultaría muy conveniente.
–Touché –fuerza la sonrisa, pero hay tristeza en su mirada–. Ojalá me hubiese mantenido alejada de ella –Sersby la mira con una mezcla de extrañeza y comprensión. Parece que ha encontrado un punto en el que ambos están de acuerdo.

Finalmente se detienen. Han dado tantas vueltas que no es capaz de identificar el punto al que han llegado. Ante ellos se encuentra la puerta exterior de uno de los bloques genéricos que dominan el paisaje. Un portal mal iluminado ubicado en un barrio que se esfuerza mucho en proclamar su peligrosidad.

–¿Vives aquí?
–Sí, soy el afortunado arrendatario de uno de los apartamentos que disponen de baño. Seguro que estás orgulloso de mí.
–No me hagas hablar.

Quizás sea un bloque de mala muerte, pero el acceso hasta él está vigilado por cámaras, al igual que el ascensor. Entran por separado y con un tiempo considerable de retardo. Sesby sube por el ascensor mientra que Lexa opta por las escaleras. Lo hacen en silencio deteniéndose con frecuencia. Evita cruzarse con los vecinos y las cámaras interiores.
El ascenso se le hace eterno y, a cada paso que da, su rabia y frustración aumentan. Unas emociones alimentadas por el mismo bucle de pensamientos contradictorios que le han acompañado desde que comenzó esta “misión”.

–Esto es un error. No tendría que haber venido. Deberíamos haber quedado en otro lugar. Idiota, idiota, idiota.

Antes de atravesar la puerta abierta del apartamento de Sersby es capaz de ver la expresión de impaciencia en su rostro.
–Muy buen, hermanita –trata de ocultarlo, pero los nervios le delatan–. ¿Qué amenaza para nuestro modo de vida te trae por aquí?
–Tú, imbécil –espera a que la puerta se cierre tras ella antes de responder. En ese momento su autocontrol se agota. Tenía la vana esperanza de que lograr mantener la calma durante más tiempo. El tono que ha utilizado desde el momento en el que se han juntado la ha transportado hasta cuando ambos tenían diez años–. Tú eres el sospechoso de un crimen. Tú eres quien puede conseguir que mi carrera se vaya a la mierda –aún no ha comenzado la conversación y ya ha conseguido sacarla de sus casillas–. ¿Te vas a tomar esto mínimamente en serio?

–Tendrás que ser un poco más explícita –hay sorpresa y dolor en su voz. Una ofensa parece sincera, pero que está acompañada por algo más. Por algo de lo que no se había dado cuenta hasta este momento. Una afección que no es capaz de determinar. Un pequeño tic nervioso que, haciendo memoria, juraría que ha estado ahí desde el momento en el que se han juntado–. Los matones como yo somos gente muy ocupada. Tú dime fecha y hora y consultaré mi agenda criminal. Si no eres un poco más específica, no voy a ser capaz de saber a cuál te refieres.
–El que tuvo lugar hace apenas cuatro días en el quinto nivel de Tríum –le empuja mientra habla. No hay rabia en esta acción, sino curiosidad. Quiere ser capaz de observar mejor sus reacciones.
–¿Qué? –no sabe a que responde su expresión de sorpresa, pero su tic nervioso se evidencia–. No sé de qué me hablas.
–Claro que lo sabes.
–No. En serio. Hace mucho tiempo que no hago nada ilegal por esa zona.
–Selish Kwan Yannmauth.
–¿Quién? –le queda claro que miente. Ha reconocido el nombre.
–El muerto cuya aparición “denunciaste anónimamente”.
–¿Cómo te...? –en otra situación disfrutaría de su expresión de desconcierto.
–Venga, sabes de qué trabajo. ¿Te crees que no tengo puestas alertas para que me avisan cada vez que la cagas? ¿Creías que esta era una visita social?
–¿Qué pasa con él?
–Dímelo tú –le deja espacio para que recule o termine de ahorcarse.
–Me encontré un muerto y avisé. ¿Qué tiene eso de malo?
–Casualmente pasabas por la zona.
–No he dicho eso, pero no le hice nada.
–¿Te debía algo? ¿Le debías algo a él?
–Que no. No nos conocimos personalmente.
–Sigue intentándolo.
–No. En serio. Solo era un encargo –mala respuesta. Primer error de concordancia.
–¿En qué quedamos? –sabe que nada que la siga le va a gustar. No han empezado y ya tiene clara su culpabilidad. Pero… ¿de qué?
–No lo conocía. Solo me contrataron seguirle.
–¿Para qué? –trata de mostrarse impertérrita. De ceñirse a los procedimientos y no sacar conclusiones apresuradas– ¿Quién te hizo el encargo?
–No lo sé –se detiene durante unos instantes y la mira con una mezcla de sospecha y extrañeza–. Nadie importante.
–¿Quieres dejarte de rodeos? –el muy idiota sigue con su juego. Aún no sabe cuántas cosas está tratando de ocultarle, pero algo no cuadra en su cambio de actitud. Parece tratar de provocarla. Mover ficha a la espera de lo que haga ella. Una jugada que no encaja con el curso de la conversación hasta este momento–. Ese “nadie importante” tendrá un nombre.
–¿A qué estás jugando? –esta pregunta la pilla por sorpresa mientras la expresión de sospecha en el rostro de Sersby se transforma en incredulidad.
–¿Qué clase de respuesta es esa? –esto no parece tener nada que ver con el difunto o con esta conversación–. ¿No te das cuenta del jaleo en el que estás metido?

Sersby se detiene de nuevo y la mira. Sonríe, pero no hay alegría en esa mueca. Lo que detecta en ella es una mezcla entre la expectación, la incredulidad. Entre la tristeza y la resignación. Un cóctel en el que no falta una leve pizca de diversión, pero esta no es la emoción que predomina. En este momento Lexa se da cuenta de que este era el punto al que quería llevarla.

–Entonces no lo sabes –su expresión cambia nuevamente. Se convierte en una amalgama entre la sorpresa y decepción. Emociones que parecen genuinas. Trata de no exteriorizarlo, pero es algo que a Lexa le resulta obvio. Que le hace temer la continuación de esa frase–. El cliente es mamá.
–Perfecto. Simplemente perfecto –se dice que esto era lo último que esperaba pero, al mismo tiempo, se recrimina por no haber sido capaz de verlo venir–. Cuando creía que este asunto no podía ir a peor –más complicaciones. Si su madre anda metida en esto, todo cambia–. ¿Qué ha hecho Inari? –se debate entre la ira y el deseo de que se trate de una broma– ¿Qué habéis hecho? –su mente regresa a la morgue. Todo adquiere una nueva perspectiva. Un abanico de posibilidades inabarcable.
–No he hecho nada –su mellizo no parece darse cuenta de lo que está pasando por su mente–. Ni mamá ni yo hemos tenido nada que ver con lo que le ha sucedido a ese tipo.
–¿A qué está jugando Inari ahora? –el rostro del difunto regresa hasta su primer plano mental. No puede evitar que la expresión que vio en él se imponga sobre cualquier pensamiento racional.
–Lleva años trabajando en la Qwan Shig. Hace ya mucho que no realiza experimentos por libre.
–¿Qué quería del difunto? –se aprovecha de la ira que siente en estos momentos para contener al resto de pensamientos.
–Era uno de sus compañeros del trabajo y comenzó a actuar de forma extraña. Solo me pidió que lo vigilase sin darme mucha más información. Quería saber los lugares que frecuentaba y la gente con la que se juntaba fuera de su lugar de trabajo.
–¿Y qué pasó?
–Le estaba siguiendo cuando comenzó a comportarse de un modo raro. Daba tumbos de un lado a otro hasta que empezó a tener convulsiones. Para cuando llegué hasta donde estaba ya había muerto, así que avisé a las autoridades.
–No te creo.
–¿Qué?
–No creo que fueses a socorrer a ese tipo.
–No he dicho que fuese a socorrerle.
–Entonces, ¿por qué fuiste hasta él? ¿Por qué avisaste a las autoridades?
–Yo…
–¿Qué me estás ocultando? No creo que sean tan torpe como para dejar tu rastro tan claramente en el escenario de una muerte sin obtener algo a cambio. Mucho menos después de no haberte identificado en la llamada.
–Te juro que la cosa fue así…
–¿Qué querías quitarle? ¿Qué quería Inari realmente de él?
–¡Nada!. ¡solo quería que le siguiese!. ¡Me acerqué para saber qué le había pasado!. ¡Había algo raro en lo que había pasado!.
–Pues, verá, señor “agente libre”. Dado su expediente, está usted entre los sospechosos de haber causado su muerte –su lenguaje corporal ha ido cambiando poco a poco antes de este estallido. La sospecha de que continúa ocultándole algo sigue ahí. Algo que no tiene nada que ver con el juego que ha mantenido hasta este momento–. Y, como comprenderá, su explicación deja bastante que desear.

Una vez más se hace el silencio y la tensión entre ambos se incrementa, pero Lexa sabe que esto no durará. Se mueve en un territorio conocido. Sus encuentros acostumbran a tener esta dinámica. Confrontación y juegos de medias verdades. Enfrentamiento, escalada de la tensión y ofensa fingida. Este momento pasará, y entonces no tendrá nada a lo que aferrarse. No quiere que los efectos del estallido de ira se diluyan. Es lo único que le permita contener lo que crece en otras porciones de su mente.

–¡Eso es absurdo!. ¡Es imposible que tengan nada contra mí! –Sersby, inmerso en sus propios pensamientos, no parece darse cuenta de su estado y continúa con su defensa.
–¡Claro, nada más allá de tu ADN por toda la escena! –trata de forzarse a sí misma a no pensar en la sensación que le ha invadido–. ¡Nada salvo una coartada de mierda! –el aquí y el ahora se convierten en algo difuso–. ¡¿De dónde pueden sacar algo contra ti?! –su memoria sensorial se disocia. Se ve arrastrada fuera de esta habitación.
–¡¡¡Joder!!!. ¡¿Me estás diciendo que van a tratar de encasquetarme esa muerte por tratar de ayudarle?!
–¡¿Esperas que alguien se crea que fue una muerte natural?! –el momento que se va dibujando en su mente ya no parece un recuerdo–. ¡¿Que se va a aceptar que alguien como tú se limitaba a pasar por allí?! –permanecer en este lugar le resulta agónico. Formar cada nueva palabra requiere de más fuerza de la que es capaz de recuperar–. ¡No sé lo que hiciste o dejaste de hacer, pero sea lo que sea va a terminar por salir a la luz!.
–¡No van a descubrir nada porque no hay nada que descubrir!.
–Lo que te estoy diciendo… –el recuerdo de la morgue se apodera de su “ahora”. La mirada del difunto se centra en ella aun oculta tras unos párpados cerrados–. Lo que te estoy diciendo… –puede verlos mirándola fijamente a través del campo de contención que la separa del cuerpo–. Lo que te estoy diciendo… –atravesando espacios infinitos repletos de dolor y pesadillas–. Lo que te estoy diciendo… –los siente dentro de su piel. Escudriñando sus pensamientos.
–¡No sé qué cojones le pasó, pero yo no le hice nada!.
–Cállate. Por favor, cállate –trata de controlar su respiración y fracasa. Apenas consigue tomar aire. Algo parece aplasta sus pulmones mientras su pulso no deja de acelerarse–. Solo necesito un segundo –la habitación se solapa con… otro lugar mientras el suelo desaparece. El vértigo invade todos sus sentidos–. Solo… –cierra los párpados mientras se tapa el rostro con ambas manos. Busca la oscuridad. Alejar a su mente de aquello que le muestran sus sentidos. No es capaz de escuchar las palabras de Sersby. Las únicas frecuencias sonoras que logran llegar hasta sus tímpanos parecen atravesar capas y capas de distorsión. Como si ella se encontrase sumergida bajo el agua. Oscilan y reverberan de tal manera que puede verlas en su mente. Se mueven en un contexto casi líquido. Adoptan formas que no es capaz de comprender.

–¿Lexa?

Cuando Sersby finalmente es consciente del estado de su hermana su voz no es capaz de llegar hasta ella.
Tras un momento de duda, sujeta con fuerza sus manos y se las aparta del rostro, pero ella continúa siendo incapaz de verle. Lentamente, aumenta la presión que ejerce sobre ellas. Sus dedos se contraen y superponen unos sobre los otros. El dolor no tarda en llegar. Un dolor que es capaz de traer la consciencia y los sentidos de Lexa hasta la habitación. Que le permite contemplar el rostro de su hermano. Un rostro en cuya expresión se muestra mucho más que la mera preocupación.
Es capaz de ver en él una cercanía y una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Una comprensión y una empatía que no creía posibles. Una apertura y una fragilidad de las que nunca había creído capaces a su hermano.

–¿Cuándo empezó? –el dolor en su mirada le dicho el tiempo de los juegos ha terminado. Ubica en un nuevo contexto todas las evasivas que ha recibido hasta este momento. Dota de veracidad a la rabia que ha mostrado, pero no a su relato– ¿Qué es lo que te pasa?
–Todo ha empezado hoy, pero llevo un tiempo sintiéndome rara. No dejo de tener la sensación de que lleva tiempo gestándose. ¿Qué me dices de ti?
–No lo sé muy bien –Sersby tarda unos segundos en responder. Su ojos se cierran al tiempo que aparta la mirada de ella, pero esto no es suficiente para enmascarar unos síntomas que reconoce como propios–. Tampoco sé si quiero saberlo –suelta sus manos para poder darle la espalda.
–¿Han vuelto los ataques? ¿Se lo has dicho a Inari?
–No y no –continúa evitando su mirada mientras aumenta la distancia–. Esto no tiene nada que ver con las migrañas. Tampoco quiero volver a ser un puto sujeto de pruebas.
–¿Tiene algo que ver con el muerto? –cada vez se va sintiendo más reflejada en su lenguaje corporal. En lo que parece ser una lucha interior que está perdiendo. Solo recibe silencio y una mirada esquiva como respuesta.

Lexa toma asiento tratando de recuperar fuerzas mientra ve cómo su hermano recorre la habitación. Este movimiento no parece destinado a evitarla, sino a tratar de huir de lo que sea que esté sucediendo en su cabeza. Respira de forma pesada y no logra evitar que leves espasmos recorran su cuerpo. Impulsos que son disparados al entrar en contacto con cualquier elemento de la habitación. Su andar es errático y no parece tener un propósito claro. Entra y sale de las habitaciones. Recoge las cosas esparcidas en la mesita y ordena las estanterías. Acciones que parecen destinadas a confirmar que realmente se encuentra en este lugar.

–Vaya par que estamos hechos –no puede evitar que la desgracia compartida mejore su estado de ánimo. Encontrar una cierta ironía en el paralelismo de sus situaciones–. Parece que los dos estamos bien jodidos.

El vagar de Sersby no se ve alterado por sus palabras. Continúa ausente. Temblando. Sus puños y ojos se cierran. Sus dientes se aprietan y su espalda se curva con fuerza cada vez que algún espasmo recorre su cuerpo. Cómo se tensa de la misma manera en la que lo haría de haber recibido un golpe.

–¿Sersby? –no sabe qué hacer o cómo reaccionar. No se ve capaz de hacer nada, y la sensación de impotencia no hace nada por mejorar su propia situación.

Su hermano se apoya contra una de las paredes y comienza a palparse ambos brazos. A apretar con fuerza. Poco después de hacer esto, la sangre comienza a empapar una de las mangas de su camisa.

–solo sentí dolor –su voz tiembla cuando vuelve a hablar, pero se detiene de inmediato.
–¿Cuándo?
–Cuando le vi la cara a aquel desgraciado –hay rabia en sus palabras, pero no sabe contra quién va dirigida–. No sé qué me hizo, pero era como si sus ojos muertos me atravesasen. No era capaz de apartar la mirada de él. Ni siquiera podía pestañear. Pero aquello no era lo peor. Había algo más. Algo peor que el dolor. Un miedo que no sabía de dónde venía –ya no queda ningún rastro del personaje burlón y lleno de confianza con el que se ha juntado hace unas horas–. Aquella sensación de impotencia era lo que llevaba peor. Lo que me dolía más que cualquier otra herida que me hayan hecho nunca –se detiene de nuevo. No parece tener problemas para recordar, sino todo lo contrario. La viveza de estos recuerdos lucha por hacerse con el control–. Y te puedo asegurar que conozco un montón de formas de dolor –un amago de sonrisa se asoma en su rostro, pero no tarda en verse deformado por lo que parece ser un nuevo ataque.
–Déjalo –no sabe hasta qué punto le detiene para alejarle del recuerdo o para calmar la ansiedad que le genera verle así–. Creo que con lo que me has contado ya es más que suficiente.
–Ojalá desconectarme de esta mierda fuese algo tan sencillo. Ni siquiera tengo palabras para describirla… y creo que es lo mejor.
–¿Te había sucedido algo así con antes? –pasan varios segundos de tensa quietud antes de que obtenga una respuesta. Antes de que la mirada de Sersby se asemeje a la persona con la que se ha juntado.
–No. Nada parecido –regresa la expresión burlona, pero ahora la ve como algo forzado–. De todas formas, me parece que no he sido el único con problemas a la hora de sincerarse en esta conversación.
–Mejor dejamos esa parte para otro momento. Creo que tengo tantas ganas de hablar de ello como tú –trata de quitarle importancia, pero incluso el pensar sobre ello le genera ansiedad–. Aun así, creo que mis alucinaciones no son algo tan intenso como las que tienes tú.
–Oh, lo mío son mucho más que una mera alucinación. Te puedo asegurar que mi cuerpo aún tiene secuelas de aquello.
–¿Qué clase de secuelas?
–De las que te dedicas a fardar durante una borrachera. He tenido suerte y los doctores han conseguido arreglarme un poco, pero aún quedan unas cicatrices muy bonitas. Eso y otras heridas que se empeñan en no cerrarse.
–No termino de entenderte –Lexa no quiere forzar a su hermano a seguir por ese camino, pero no puede evitar que se apodere de ella una curiosidad que oscila entre el morbo y el temor; la sensación de que sus experiencias están ligadas de alguna manera–. Creía –deseaba– que esto era algo puramente psicológico.
–Igual lo es. ¿Yo qué sé? –nuevamente se hace el silencio–. ¿Me hice yo esto –descubre uno de sus brazos y este se encuentra cubierto de heridas. No todas ellas parecen viejas y algunas de ellas aún sangran–, o me lo hizo algo que llevaba dentro? La cosa es que, para cuando me encontraron… donde sea que me encontrasen, casi era tan fiambre como el tipo al que había dejado. Había perdido tanta sangre, tenía una colección tan completa de infecciones y… cosas que me dijeron pero no he sido capaz de entender, que nadie se creía que un cuerpo humano fuese capaz de sobrevivir a semejante desastre. Por lo que me han dicho, los doctores flipaban con lo que vieron aquel día. Alguno incluso me ha llamado para hacerme algún análisis fuera del seguimiento rutinario. Me he vuelto alguien de lo más popular.
–¿Qué está pasando en esta ciudad? –en esta ocasión es capaz de ver por encima de la socarronería de su hermano. En el miedo que es capaz de detectar en su mirada encuentra un reflejo del suyo propio. Primero la doctora y ahora Sersby. Ninguno de sus síntomas cuadra con los de los demás o con los que ha leído en la autopsia. Esto está muy lejos de poder considerarse un escenario aceptable.
–Prefiero seguir ignorante. Lo único que sé es que hay veces en las que esto resulta útil –señala las heridas abiertas–, pero tampoco diría que es una solución estupenda. Porque no solo es el dolor, la desorientación o el miedo. Luego empezaron los sueños… lo que espero que sean sueños. Por suerte, cuando me despierto apenas recuerdo qué es lo que ha hecho que me cague vivo mientras dormía. Todo eso, y los ataques que tengo al azar en cualquier momento.
–Con todo lo que me estás contando, ¿cómo puedes saber a ciencia cierta que, en tu estado alterado, no fuiste tú el causante? –esta pregunta debería sobrar, ¿qué podría hacer su hermano que provocase unos síntomas como esos?, pero forma parte del protocolo. Debería ser un mero formalismo… pero con Inari por en medio cabe la posibilidad de cualquier cosa.
–Yo... –Sersby duda, y su duda parece sincera– no lo sé.
–¿Qué quería Inari de ese hombre?
–No lo sé. Nunca se lo pregunté. Ya sabes. No es bueno para el negocio.
–¿Está ahora en Tayshak?
–Ni idea. No he hablado con ella desde entonces. Aparte de eso, tampoco quiero contarle todo lo que me ha pasado. Seguro que me echaba la bronca por dejar que otro matasanos me meta mano.
–Llámala. Tenemos mucho de lo que hablar.

Hablar con su madre es lo último que desea hacer en estos momentos, pero necesita algo a lo que enfrentarse. La rabia le permite tener alejados los pensamientos que luchan por aflorar. Los miedos que el relato de su hermano ha intensificado.
Trata de prepararse mentalmente para otra serie de mentiras, medias verdades e intentonas para desviar el foco de la conversación. Para los intentos de su madre de humillarla y ningunearla. Muy en el fondo, desea creer que ningún miembro de su familia ha tenido nada que ver con el caso, pero está convencida de que ninguno de ellos se lo va a poner fácil.
Desea encontrar una persona diferente al otro lado. “Puede haber cambiado”, se dice a sí misma, pero este no es un pensamiento nuevo. Es un deseo que viene de lejos. Uno que nunca se ha cumplido. Inari lleva siendo ella misma desde hace milenios. Duda que a estas alturas vaya a encontrarse con algo nuevo.

–Espero que tengas una buena raz… –la voz de su madre la saca de sus pensamientos. No sabe cuánto tiempo ha estado perdida en ellos. Ni siquiera se ha dado cuenta de la luz que proyecta la pantalla hasta este momento–. Lexa, qué sorpresa verte.
–Hola, Inari –trata de imprimir un tono frío y profesional a su voz.
–No te esperaba en la ciudad. ¿Estás de vacaciones?
–No. Trabajo –no quiere alargar esto, y sabe que no va a encontrar un momento el que sacar esto de forma delicada–. La muerte de Selish Kwan Yannmauth.
–Una gran pérdida –el rictus de su rostro no cambia.
–¿Quién era? ¿Qué querías de él? ¿Qué lo mató?
–¿Estoy siendo investigada?
–Aún no. No oficialmente.
–En ese caso, me abstendré de responder.
–No esperaba menos de ti.
–Querida, si ya tienes todas las respuestas que estás dispuesta a aceptar, ¿para qué pierdes el tiempo formulando esas preguntas?
–Te doy la oportunidad de que me demuestres que estoy equivocada –su madre no ha perdido en mordacidad–. Eso es algo que siempre has disfrutado.
–En ese caso ven mañana a mi oficina –esto ha ido tan bien como podía esperar–. Sersby conoce el lugar. Os haré un hueco en mi agenda cuando me confirmes la hora.

El rostro de su madre desaparece del monitor haciendo que la luz en la habitación regresa a estado anterior.

–Está visto que la diplomacia no es algo que os enseñen en la academia Italerien –el tono de Sersby trata de ser burlón pero también conciliador–. ¿Quieres que te acompañe mañana, o prefieres no tener testigos de lo que vas a hacer?
–Inari Dwan es un objetivo demasiado peligroso como para que un único agente pueda acabar con ella –se alegra al descubrir que aún es capaz de esbozar una sonrisa sincera de complicidad ante el comentario de su hermano–. Agradeceré cualquier ayuda que me puedas prestar.
–Si no te importa compartir techo con un sospechoso de asesinato, tienes un hueco en el sillón.
–Gracias, pero creo que será mejor que regrese a mis alojamientos –la propuesta es tentadora. La compañía le vendría bien y, por otro lado, en ninguna parte va a encontrar a nadie que le entienda de la misma manera. Nadie que sepa mejor por lo que está pasando. Quedarse aquí podría ser el mejor de los regalos posibles. Pero tiene miedo. Miedo de lo que les pueda suceder a cualquiera de los dos. De la sensación de impotencia que le genera todo esto–. Por otro lado, será mejor que acuda a la cita de mañana con otra pinta –la excusa es parcialmente cierta–. Además, el paseo nocturno me vendrá bien el paseo.

El uniforme le resultaba útil para su visita al cuartel, pero fuera de ese entorno resulta algo demasiado llamativo. Por otro lado, su localizador ya ha permanecido desactivado durante demasiado tiempo sin una razón reportada. Puede que no se encuentre en una misión pero sigue en activo y su derecho a la privacidad solo es algo de lo que puede disfrutar cuando está fuera de servicio. Sus problemas para concentrarse le han jugado una nueva mala pasada. Tendría que haber planificado esto mejor. En cualquier otra ocasión habría tenido coartadas y señuelos para casi cualquier situación probable, pero ha venido hasta aquí sin tomar apenas precauciones.

–No te culpo –Sersby trata de fingir de nuevo un tono de complicidad, pero el momento ya ha pasado–. Seguro que tu posición te permite un amplio abanico de alojamientos en los niveles superiores –no es capaz de ocultar un cierta decepción tono de tristeza en su voz. Necesita tanto como ella la compañía.
–Me estás confundiendo con los tipos de las medallas –Lexa trata de recuperar el momento sin éxito–. Cuando hago bien mi trabajo solo se enteran mis superiores, y quienes nos dedicamos a mirar pantallas y preparar informes no gozamos de grandes privilegios.

Mientras abandona el apartamento su mente continúa dividida. Diluida en un mar de dudas. Entre la mentiras que es su vida oficial y lo que le espera si todo lo que puede salir mal en este caso se alinea. Entre las incertidumbres y los miedos. Su vida ya es demasiado complicada como para agregar nuevos factores. Pero ya es tarde. Ya está dentro de lo que sea que está sucediendo aquí. De un problema cuyo foco parece ligado íntimamente a su familia.

–––––––––––––––––––

–Recluté a Selish poco antes de que terminase en la universidad –sentada detrás del escritorio de su despacho, Inari se muestra extrañamente abierta. Aún no sabe si esto es algo bueno o algo malo. Solo sabe que la inquieta. Trata de localizar el origen de esta inquietud pero no logra dar con ella. Puede venir dada por el exceso de cordialidad que muestra o por lo que se oculta tras su mirada. Esa expresión que siempre parece indicar que tiene la situación bajo control. El primero de estos rasgos es algo que Lexa rara vez le ha visto mostrar cuando se relaciona con ella. El segundo es el rasgo de ella que siempre le ha puesto más de los nervios. A pesar de esto, no le cabe duda de la falta de sinceridad de su madre. Es consciente de que la única información que va a sacar de esta conversación es la que le resulte conveniente a Inari. Quizás logre ponerla en evidencia por algún pequeño detalle, pero duda que esta sea una recompensa que convierta esta visita en algo útil–. Era uno de los menores alumnos de su promoción, y su licenciatura en Ciencia Arcana con especialidad en axiofísica lo convertía en un candidato ideal para el proyecto en el que me encontraba inmersa.
–Por favor, Inari, ahórranos la parte biográfica y, a ser posible, también los detalles técnicos. ¿Por qué pediste a Sersby que le investigase?
–Descubrí accesos anómalos a nuestros bancos de datos, y que se estaban utilizando las infraestructuras de la empresa para realizar simulaciones que no estaban relacionadas con nada de lo que se desarrolla aquí. No fue complicado averiguar las credenciales de quien estaba haciendo aquellos acceso pero, antes de denunciarle, quería asegurarme de que para quién las hacía. Al no saber si se trataba de espionaje industrial o de algún proyecto personal, preferí darle un voto de confianza y asegurarme de sus intenciones antes de actuar.
–Cuánta magnanimidad. Ante un posible caso de espionaje decidiste involucrar en ese asunto a tu hijo. Y tú, pedazo de descerebrado, aceptaste sin saber dónde te metías.
–Esa es una visión tremendamente simplista.
–Mamá –ha conseguido que utilice “esa palabra” para referirse a ella. Se siente decepcionada consigo misma. No ha tardado nada en lograr sacarla de quicio–, tu empresa tiene contratos con el ejército. Si sospechas de una filtración de cualquier tipo lo primero que tendrías que haber hecho es denunciarlo. ¿Es que soy la única persona con dos dedos de frente en esta familia?
–De cualquier manera, una vez muerto es altamente improbable que descubramos cuáles eran sus propósitos.
–Por supuesto, lo importante es eso –acaba de empezar y la conversación ya va cayendo en barrena–. Te vas a quedar sin tu respuesta de mierda. Pobrecita, su curiosidad no va a poder ser saciada. Y, ya de paso, “aquí no ha pasado nada”. No vas a denunciar el posible acceso a datos clasificados. Si no sale a la luz que estaba haciendo algo turbio, tú tampoco te verás afectada como responsable de su contratación.
–Puedes dejar la pose de ofendida cuando quieras. No voy a negar la conveniencia de lo sucedido, pero eso no me convierte en culpable de nada. Desconozco lo que hacía, para qué o para quién lo hacía. Si tanto te interesa este asunto, puedes presentar la denuncia. No tengo nada que ocultar. De cualquier manera, nada de esto implica cualquier tipo de implicación por mi parte en la muerte de Selish. Sersby estaba ahí. Puedes hacerle todas las preguntas que quieras.
–Tu calidad humana me embarga. Se nota que le tenías mucho aprecio.
–Querida, cuando tu edad se cuenta por milenios, que alguien cuya esperanza de vida apenas llega a los doscientos años muera a los treinta apenas supone una diferencia.
–Por suerte cada vez quedan menos como tú –ha tardado más de lo que esperaba, pero ahí está una vez más–. Algún día, fósil anacrónico, de tanto usar ese argumento se te terminará por atragantar.
–Si no tienes ninguna acusación más que proferir, tengo cosas que hacer.
–No, gracias –tal y como esperaba, esto solo ha sido una pérdida de tiempo–, me ha quedado más que claro todo lo que estás dispuesta a aportar en la investigación –quizás algunas cosas sean capaces de cambiar, se repite Lexa una vez más, pero su madre nunca dejará de ser una barrera insondable, impenetrable y monolítica prepotencia.

Tal y como esperaba, al salir del laboratorio Lexa tiene más preguntas que cuando ha entrado. No sabe qué investiga ella ni a qué se dedicaba el difunto. Por otro lado, el nivel de seguridad la Qwan Shig es muy elevado. No puede entrar a hacer preguntas sin una razón oficial. Quizás pueda tratar de sacar algo de información del personal. Por más concienciados que estén con los protocolos de seguridad, la ingeniería social siempre le ha resultado muy útil, pero eso requiere de tiempo. Un elemento del que no sabe si dispone.
Por otro lado, también ha salido del laboratorio con un nuevo dilema. ¿Debe denunciar a su madre?
Recorre los pasillos de salida tratando de recabar algún tipo de información. Tratando de crear perfiles de la gente con la que se va encontrando. Buscando informadores potenciales. Arrepintiéndose de no haber venido con uniforme.

–Igual así le habría hecho sudar un poco –tendría que haber venido con un plan más sólido. Con más información.
–Lexa –la voz de Sersby y su contacto vuelven a traerla de vuelta.
–Tú también podrías haber dicho algo ahí adentro –aparta su brazo de un manotazo y se le queda mirando con expresión de pocos amigos.
Sersby no dice nada y se limita a devolverle la mirada y esperar. A todas luces no ha sido capaz de engañarle ni provocarle con su arranque.
–Menudo apoyo que me he traído –bromea tras unos momentos de silencio.
–¿Para qué iba a decir nada? –le devuelve la sonrisa–. Tú lección de diplomacia me ha dejado sin palabras. Un descerebrado como yo no tenía ninguna posibilidad de aportar nada ante semejante alarde de de elocuencia y saber estar.
–No sé cómo lo consigue –prefiere centrar su atención de nuevo en su madre– pero siempre terminamos igual –nunca se habría imaginado que ella acabaría siendo el menos de sus males.
–¿Y qué hacemos ahora?
–Estoy totalmente a ciegas, y todo me dice que me largue de aquí. ¿Puedes contarme algo más? ¿Algo chungo o turbio que descubrieses acerca de ese tipo? ¿Algo que centre el punto de mira sobre otro?
–¿Qué quieres que te diga? Era un cerebrito sin vida social. Los únicos lugares entre los que se movía eran su trabajo y su apartamento. Durante todo el tiempo que le seguí creo que solo le vi saltarse esa rutina. Un día que había quedado con una tipa, pero no era nadie interesante. Otro cerebrito. Una antigua compañera de clase por lo que pude averiguar.
–No me das gran cosa con la que empezar a trabajar.
–Cada uno juega con lo que tiene.
–Entiendo que no sacaste nada jugoso cuando la investigaste.
–Nada. Ya te digo. Otra científica loca sin vida social. Ahora que lo pienso… puede que tenga menos vida social que el otro incluso ahora que está muerto. Parece una de esas fanáticas de la privacidad. Si logré enterarme de su dirección fue la seguía. No encontré nada sobre ella en el sistema. Me dediqué a esperar a que saliese de su apartamento durante unos cuantos días y no volví a verle el pelo. Supongo que pediría la comida a domicilio, porque tampoco llegué a verla salir para hacer la compra.
–Bueno, eso suena como algo parecido a un comienzo –algo con en lo que centrar su atención–. Puede estar ocultando algo. En fin, es lo único que tenemos. Dime el nombre de la chica. Veré si mis fuentes me pueden decir algo de ella.
–Daina. Daina Sij Ipsilaya.
–No me suena haber leído ese nombre en la documentación del caso. Pásame todo lo que tengas de ella. Más allá de eso, hasta no te avise intenta no hacer ninguna tontería.
–Descuide, agente. Solo soy un honrado ciudadano respetuoso de la ley.

Se produce un breve momento de silencio e incomodidad antes de que los dos acepten que la conversación ha terminado. Una situación empeorada por la indecisión a la hora de decidir qué dirección tomará cada uno. Se separan sin volver la mirada o decir nada más. Sin exteriorizar los temores que comparten. Sin saber muy bien qué hacer a continuación, pero con la necesidad imperiosa de hacer algo. De centrar su mente en algo que las mantenga ocupadas.

De repente, el miedo lo inunda todo. No han entrado en juego nuevos factores. No se ha hecho consciente de nada que no supiese hasta este momento, pero nada de eso importa. Desde el momento en el que se inmiscuyó en este momento ha sabido que cualquier acción que vaya a llevar a cabo tendrá repercusiones. De manera independiente a los métodos que utilice, su investigación dejará un rastro de datos. Generará una serie de herramientas que, más adelante, podrán ser usado en su contra. Siempre lo ha sabido pero, en estos momentos, la inquietud y la necesidad de precaución están siendo sobrescritas. Lentamente, van siendo sustituidas por el pánico. La mente de Lexa queda sumida en un torbellino de ideas y sensaciones. En un lugar que no se ve capaz de controlar.

–Idiota –la letanía que la acompaña desde que ha llegado regresa–. Esto ha sido un error. Solo tienen que sumar dos y dos. En cuanto alguien mire los familiares de “uno de los sospechosos” no tardarán en unir cabos. Saltarán todas las alarmas. Tu carrera se ha ido a paseo.

Cierra los ojos y trata de respirar con calma. Ha creado medidas de contingencia. Tiene respuestas plausibles para las preguntas más probables. Lo único que debe hacer es continuar con el perfil bajo. Ser cuidadosa con las pesquisas que lleva a cabo. No está en ningún caso, así que no puede usar los métodos oficiales. Alguien de su rango no puede auditar la vida de un civil sin que salten varias alertas. Debe mantenerse alejada de los medios oficiales. Para continuar con esta investigación tiene que hacerlo de la forma más anónima que le sea posible.

Por otro lado, cuando más retrasa su decisión, más se acerca su mente hacia el abismo. A otros miedos que van ganando fuerza. Hasta un lugar que poco tiene que ver con repercusiones legales o consecuencias laborales. Hasta unos ojos cerrados que la miran desde el interior de su propia mente. Se encuentra en una calle abarrotada pero eso no le impide sentir una soledad asfixiante. Ya no tiene a su hermano junto a ella y la rabia generada por su madre se va diluyendo. No le quedan anclas a las que aferrarse. Ningún lugar al que encadenar su mente para evitar que regrese a la deriva. El volumen de las voces a su alrededor comienza a distorsionarse. Sus frecuencias se atenúan mientras los rangos que es capaz de percibir se expanden. Incluso las luces que iluminan la eterna noche en la que viven los niveles inferiores parece diferente. Todo se ve difuso y teñido por un tamiz ocre. El mismo aire parece arrastrar una neblina de óxido. Una nube cuyo origen no es capaz de percibir, pero que sabe que se encuentra lejos de la ciudad o del mismo mundo.
Más allá de donde son capaces de alcanzar sus sentidos su intuición le dice que algo le está aguardando. En el umbral que separa las realidades una presencia informe se extiende de tal manera que lo abarca todo. Se puede ver por encima de los edificios y solapándose con ellos. Existe junto a ella y más allá del horizonte. En su interior bajo sus pies. Esta sensación lo ocupa todo. Llena todos los espacios. La ciudad pasa a encontrarse detrás de un velo difuso. De una fina lámina proyectada por su sombra. El horizonte que percibe Lexa se invierte. Con cada movimiento de esta entidad la ciudad se aleja. Con cada uno de ellos, la misma realidad parece retorcerse y quebrarse. Generan perturbaciones allí donde posa sus infinitos ojos. Ondas que, al entrar en contacto con el oxígeno, provocan que la atmósfera parezca gemir de dolor. Hay en este sonido una cualidad física. Una reverberación que no solo llega hasta sus oídos sino que también golpea su pecho y abdomen. Que transforma y consume cada átomo de su interior.

Hay algo terriblemente familiar en la mirada indiferente de esta entidad sin rasgos. Algo que la vincula con los temores encerrados en lo más profundo de su mente. En el corazón de esta mirada sin ojos, en el vacío que Lexa es capaz de percibir, habita algo que ella conoce pero no es capaz de ubicar. Sabe que esa es la presencia que la atormenta en sus pesadillas. Quien trata de arrebatarle el control. Quien expande su mente y sus sentidos para que sean capaces de experimentar nuevas formas de sufrimiento. Ambos se funden. En cada porción de su ser pasa a alojar un vacío insondable. Una vórtice que abarca cuanto su imaginación es capaz de concebir. Que le permite contemplar el final de mundos enteros. De sistemas, soles y galaxias. Una fuerza que le fuerza a devorar cuanto existe. A padecer, comprender y participar de cada agónica muerte que esto genera. Se ha transformado en el final. En la destrucción encarnada. En más de lo que su cuerpo o su mente son capaces de soportar. Su cuerpo se fragmenta a la par que su consciencia se ve diluida dentro de este nuevo ser. Lo físico y lo concreto dejan de tener sentido. Son conceptos ajenos a ella hasta que el roce con sólido le hace regresar parcialmente. En su estado de desorientación, sus movimientos espasmódicos han llevado a sus manos a tropezador con el arma que lleva oculta bajo sus ropas. Algo ajeno a ella. Un foco sobre el que comenzar a reconstruirse.

Un latigazo de dolor recorre todo su cuerpo. Un dolor diferente al que estaba experimentando. Uno más concreto y reconocible. Uno que logra disipar lo etereo. Su mente trata de aferrarse a esta sensación. A través de él es capaz de reconectar con un cuerpo que había olvidado. Con un cuerpo que no es capaz de comprender. Con la fuente de este nuevo dolor que la golpea. Apenas es capaz de reconocer quién es, pero su mente lucha por olvidar las experiencias por las que acaba de pasar. Por alejarse del lugar en el que acaba de habitar.

La oscuridad lo inunda todo. Una oscuridad provocada por su nuevo / viejo cuerpo. Por una parte de su topografía. Por unos párpados que permanecen cerrados. Dos órganos cuyo dolor les otorga nuevas cualidades. La presión a la que han estado sometidos parece haberlos inmovilizado. Se han convertido en sendos bloques solidificados e inamovibles. A su vez, tampoco es capaz de abrir su su mandíbula. Sus dientes parecen soldados. Lo único que es capaz de expresar su rostro es un rictus agónico. Tarda una eternidad en darse cuenta de que continúa conteniendo la respiración. Su cuerpo no recuerda los pasos necesarios para realizar este proceso. No es capaz de obtener una bocanada de aire. Pasa aún más tiempo hasta que es capaz de reconocer su propio peso. Hasta que se familiariza de nuevo con la manera en la gravedad tira de su cuerpo.

Finalmente logra separar sus labios. Abrir la boca para comenzar a respirar de nuevo, pero esta acción llega con un nuevo precio a pagar. Sus pulmones arden con cada bocanada. El oxígeno que comienza a renovarse en su sangre parece ser rechazado. Sus músculos y tendones continúan contraídos. Todo su interior se agita.
Su consciencia se resiste a regresar. Sus sentidos continúan embotados. Su cerebro no es capaz de interpretar las señales que le llegan a través de los oídos, el olfato o el tacto. Nota su peso, pero no el suelo sobre el que se sustenta. No es capaz de comprender su entorno natural. De enfocar o filtrar los impulsos. Se ve invadida por el vértigo mientras los sonidos de su alrededor provocan que su imagen mental de la realidad no deje de girar. No es capaz de ajustarse a su ritmo y nota cómo comienza a caer, pero algo detiene su descenso. Pasan unos momentos adicionales antes de que vuelva a ser plenamente consciente de quién es o dónde se encuentra. Hasta que deja de sentir su pecho aplastado y nota con toda su intensidad el resto de sus heridas.
Pero nada de esto la ayuda. El temor solo va a más. Un temor que le incita a no abrir los ojos por miedo a lo que pueda encontrar ante ellos. Aun así los abre y es recibida por el rostro de un extraño. Por la expresión de sorpresa y preocupación de la persona que ha detenido su caída. Sus labios se mueven, pero no es capaz de escucharle. Continúa desorientada pero, por puro instinto, forcejea para tratar de librarse. La sensación de peligro no la abandona. Aún es incapaz de controlar el instinto primario. Se impone el deseo de huir de ahí. La necesidad de recuperar el control. De alcanzar una seguridad que no sabe si llegará a ser capaz de conocer de nuevo. Ideas que, en estos momentos, su mente no es capaz de concepualizar o concretar. Lo único que puede hacer es alejarse de este lugar. Del foco de su miedo. De un lugar que no es capaz de ubicar.

Cada paso y cada movimiento son una tortura, pero huye durante lo que le parece una eternidad. Busca un lugar en el que ocultarse. Un espacio en el que sus sentidos no la saturen. Donde sentirse segura. Agotada física y mentalmente, pierde el sentido en un callejón oscuro. En una zona poco transitada. Un lugar en el que nadie la molesta. Donde se despierta dolorida horas más tarde.

Lentamente, la consciencia regresa hasta ella. Es capaz de reconocerse. Finalmente recupera el control de sus pensamientos y reacciones. Todo su ser lucha por evitarlo, pero trata de hacer memoria de lo sucedido. Necesita saber dónde está y cómo ha llegado hasta aquí. Por más que se esfuerza, no logra obtener respuestas a ninguna de estas preguntas. Su mente permanece sumida en la confusión. Un estado agravado por el estado de deterioro de su cuerpo.

Los recuerdos llegan como un golpe. Como imágenes mentales que la ciegan. Recuerda la ausencia de un cuerpo. Sentirlo como algo lejano. Como algo ajeno. Recuerda su manos moviéndose de manera autónoma. Tanteando a ciegas bajo sus ropas. Aferrándose con fuerzas a su arma. A lo único que le proporciona algo de seguridad. Recuerda no ser capaz de tomar una decisión. No saber qué pretenden lograr su memoria muscular o su reflejos entrenados. A una porción de su mente tratando de luchar contra ellos. Recuerda el peso de sus dedos. La oposición que le presentaba su propio cuerpo. Su cuerpo… y algo más. Algo que era ella sin serlo. Recuerda su corazón desbocado. Ciertas clases de dolor que reconocía y el puntal al que esto le permitía aferrarse. Los ritmos y patrones de su cuerpo que era capaz de reconocer. El único indicio que le permitía saber que continuaba con vida. Recuerda sus pulmones dejando de moverse. El peso de una fuerza invisible que inmovilizaba su caja torácica. Cómo esta comenzaba a comprimirse. Recuerda a su cuerpo tensarse para recibir el disparo de su propia arma. El impacto. La intensidad del dolor. Regresar hasta una versión mermada de sí misma. La necesidad de huir.

–¿Qué estabas pensando? –no sabe qué pretendía esa parte de su ser que disparó. Si buscaba poner fin al sufrimiento o, de alguna manera, sabía que esta clase de dolor se impondría sobre el otro–. Supongo que esto explica que me duela todo –decide dejar la respuesta a tipo de preguntas para más adelanta–. Dentro de lo malo, supongo que he tenido suerte.

Evalúa la situación y lleva a cabo el control de daños. Su brazo izquierdo parece roto aunque, a pesar del dolor, es capaz de usarlo. Los daños en la cadera, a pesar de las molestias cada vez que camina, parecen haber sido más leves. Retrasa todo lo que puede el volver a hacerse preguntas. El aceptar que esto no ha sido una alucinación ni una pesadilla. El diagnosticar todas las molestias que conviven con las que han sido causadas por la onda de su disparo. Se resiente de heridas más profundas. Daños que se extienden por el interior de su cuerpo.

Continúa sin saber qué dispara estos ataques en ella. Cuál será su progresión. Si, en el próximo, tendrá la misma suerte que en este. Recuerda los brazos de Sersby. Las heridas que nunca se cerraban. Se pregunta cuántas veces se las ha abierto para salir de este estado. Si ha sido esta visión la que ha llevado a su subconsciente a autolesionarse. Durante cuánto tiempo esto le servirá para algo. Cuando más piensa sobre ello menos respuestas obtiene. De alguna manera que no es capaz de concretar, “siente” que esta es la culminación del malestar que le ha acompañado durante las últimas semanas. Que abandonar la ciudad no le pondrá fin. Lo único que sabe es lo que le dicta la experiencia. Cada nuevo episodio es más intenso e impredecible que el anterior. Debería acudir a los servicios sanitarios de la ciudad, pero eso sería una pérdida de tiempo. Si no han podido hacer nada por Sersby duda que puedan hacerlo por ella. No quiere que su nombre aparezca en los registros del sistema más allá de lo estrictamente imprescindible.

Ante ella se presentan dos opciones; el terror y la ira. Dejarse llevar por la desesperación o enfrentarse a un problema para el que no cree tener solución. El debate interno se prolonga más de lo que le habría gustado, pero llega hasta una conclusión. Parece que, poco a poco, su parte racional se va afianzando. Decide no regresar hasta el laboratorio para golpear a su madre hasta que suelte lo que sabe. No le cabe duda de que, de alguna manera, está relacionada con esto pero, por otro lado, también está convencida de que un acercamiento amistoso tampoco llevará a nada bueno. Como mucho se ofrecerá a experimentar con ella. A someterla a otra serie infernal de pruebas como las que padecieron ella y su hermano durante su infancia. Decide centrar su atención en Daina. En un clavo ardiente al que se aferra sin demasiada esperanza.

Tiene que comenzar a moverse cuanto antes. Trata de levantarse y las piernas le fallan. Su sentido del equilibrio aún es precario. Su cadera dañada tampoco ayuda. Salir de la oscuridad del callejón únicamente sirve para constatar que sus sentidos tampoco están completamente operativos. Incluso la luz reflejada la ciega y provoca nauseas. Camina torpemente busca un lugar poco concurrido. Se siente anquilosada. Indefensa. Necesita apoyarse en los edificios para continuar. No logra quitarse de encima la sensación de estar convirtiéndose en el foco de todas las miradas. Comienza a escribir un mensaje a Sersby por su canal privado pero lo borra. No quiere preocuparle, y sabe que tampoco va a poder ayudarla. Se limita a informarle de su localización.

Lentamente va recuperando parte de sus capacidades. Sigue cojeando, pero deja de necesitar apoyarse a cada paso. Es capaz de llegar hasta un lugar con una conexión pública. Necesita un acceso en el que sus consultas se pierdan dentro del ruido. Donde solo sea una voz anónima más dentro del flujo de comunicaciones de la ciudad. Inicia su búsqueda. Sus primeras indagaciones las realiza mediante preguntas genéricas. El perfilado estándar. Conectarse a las bibliotecas. Realizar preguntas de amplio espectro de las que se esperan respuestas acotadas. Rastrea los medios locales. Las fichas de las universidades. Encontrar un punto de partida sobre el que comenzar a construir.

Activa el generador de interferencias y se dirige hacia de nodo de información de la ciudad más cercano. Desde este momento se convierte en un borrón informe para las cámaras, pero debe tener cuidado. El uso de esta tecnología dentro de las ciudades es ilegal. Puede cubrirle de un descuido, pero debe seguir evitando las cámaras igualmente.

No tarda en descubrir que Sersby tenía razón, y esto es una mala noticia. En una búsqueda superficial, el perfil de Daina es el de una persona en apariencia anodina. Alguien reclusivo con una vida “normal”. Esta búsqueda no va a ser sencilla y la sensación de urgencia no deja de crecer. Su expediente universitario no le da nada sólido sobre lo que seguir trabajando. Buenas notas, pero no encuentra un expediente laboral. Raro. Inari dijo que el difunto fue una de los mejores de su promoción, pero ella estaba por encima. Las empresas tendrían que haberse pegado por ella. Algo no encaja, Finalmente una buena noticia. Esto excede con mucho a lo anodino. Su mente se olvida del miedo.

Ningún patrón de comportamiento “normal” genera esta ausencia de información. La ausencia de resultados en su búsqueda no deja de ser en sí misma un indicio. No encuentra nada personal que haya expuesto ella en los niveles más superficiales de búsqueda y, cuando profundiza un poco más, solo ve datos estrictamente profesionales que hace mucho que no se actualizan. No encuentra ningún tipo de interacción social o laboral. O es una paranoica o está tratando de ocultar algo.

Su historia laboral parece cuadrar con sus calificaciones. Un breve paseo por diversas tecnológicas para terminar estableciéndose como una consultora independiente. Una consultora que se ha promocionado muy poco. Una cuyo nombre no aparece en ningún “paper” significativo. Encuentra menciones a ella en investigaciones llevada a cabo por la Qwan Shig, Ánnaxis, Obaru, Tiweg y… Ryshlen. Documentos muy viejos. El más reciente no tiene menos de tres años. Después de esto… nada. No logra dar con ninguna otra actividad laboral. O se ganó muy bien la vida con aquellos encargos, o se ha estado muriendo de hambre desde aquellos días.

–¿Dónde has estado desde entonces? –parece que estaba bastante bien relacionada, pero varios años sin publicar nada es mucho tiempo– ¿Tanto dinero hiciste que no te ha hecho falta trabajar más?

Nada cuadra. El currículo es cuando menos extraño. No parece seguir ninguna patrón. Las primeras empresas parecen indicar que buscaba trabajar en un entorno estable. En uno con fuertes enlaces con el gobierno, pero el caso de Ryshlen rompe por completo con esta dinámica. Se sale del territorio conocido. Es un salto arriesgado. Una empresa pequeña cuya sede madre se encuentra en otro país. Aunque, mirado desde un cierto ángulo, sí que es capaz de ver cómo encaja en el patrón. En su consejo de dirección hay una presencia muy importante de puestos políticos. De consejeros y asesores designados a dedo por el gobierno de Torquall.

–Muy bien –el dato no deja de ser algo arbitrario. No conoce el detalle ni el contexto–. ¿Esto me sirve para algo? –uno del que ni puede extraer ninguna conclusión válida. Pero no tiene nada mejor a lo que aferrarse.

Decide apostarlo todo a esta corazonada. Acceder hasta el sistema cerrado de su departamento. Con esto pone en riesgo su deseo por mantener oculta su implicación en este caso, pero aún le queda algún recurso por explotar. Trata de acceder con varias credenciales que deberían haber sido deshabilitadas. Cuentas de un único uso sin una vinculación directa con ella. Los permisos de acceso que tiene con ellas son muy restringidos, pero suficientes para obtener la información que busca. Logra conectarse con la quinta de ellas. Alguien no ha hecho bien su trabajo, y esto es algo que le viene muy bien en estos momentos. Aun así, sabe que no tiene mucho tiempo. Pronto será deshabilitada y su presencia no pasará desapercibida en las auditorías. Una vez más trata un acercamiento de perfil bajo. Consultas poco específicas. Que quien analice el histórico de uso de ese usuario no pueda sacar conclusiones acerca del propósito real para el que ha sido utilizado.
Busca los expedientes de casos relacionados con los campos de estudio de Daina. Los filtra por aquellos en los que se se ha investigado a gente de esta ciudad. Acota la búsqueda para que solo me muestre los de los últimos tres años. Accede a cada uno de ellos en el orden en el que se los va mostrando el sistema y les dedica una cantidad de tiempo similar a cada uno de ellos.

–Lo sabía –no puede evitar el que asome una breve sonrisa. Finalmente encuentra algo que puede significar algo. Un expediente en el que se menciona a Daina–. Sabía que ocultabas algo –por fin una pequeña victoria–. ¿Qué has estado haciendo, malnacida? ¿Con qué has estado jugando?

La decepción no tarda en llegar. La información que obtiene no es demasiado detallada. Por otro lado, la fecha del expediente tampoco le sirve. Coincide con el tiempo que trabajó para la Rysehlen. Esto podría implicar dinero del extranjero. La participación de peces gordos de Torquall. Pero la investigación es demasiado vieja. Más allá de esto, permanece en el limbo de los casos congelados por las razones habituales. No puede detenerse aquí. Esta es una trama demasiado larga y compleja. Los enlaces se extienden más allá de donde tiene acceso en estos momentos. Es todo demasiado intricado como para poder comprender toda su extensión en el tiempo que se ha autoimpuesto.

Aun así, la posibilidad de profundizar le resulta tentadora. Accediendo a los expedientes clasificados tendría una visión global. La comprensión de los datos sería más sencilla. Podría consultar las conclusiones de los investigadores del caso. Pero no quiere tentar más su suerte. Le queda claro que esto no es lo que está buscando. Lo único que tiene entre manos son indicios de su implicación en un posible caso de espionaje industrial. Una trama con nombres importantes y acusaciones de traición. El caldo de cultivo ideal para un incidente internacional. El caso perfecto para guardar en caso de necesitar generar tensión política.

El procedimiento estándar para este tipo de casos conlleva la monitorización regular de los implicados. Se pregunta qué papel tiene Daina en esta trama. Su su relevancia dentro del organigrama la ha convertido en una persona de interés. Si es consciente de que ha sido investigada. Si llegó a ser interrogada o a declarar. Si su ausencia de la vida social se debe a que se ha convertido en un testigo protegido. Teorías y elucubraciones que no le llevan a nada. Lo único que sabe a ciencia cierta es que su perfil sigue siendo algo tremendamente anómalo. No impoluto, sino prácticamente inexistente. Un perfil fabricado. Se pregunta si la persona a la que ha estado siguiendo su hermano es realmente existe. Su mente continúa sumida en estas disquisiciones mientras prosigue de manera metódica con la apertura del resto de expedientes. Las imágenes y los textos pasan ante sus ojos sin que les haga demasiado caso. Trata de prestar atención pero no encuentra palabras o patrones a los que agarrarse. Su atención se diluye mientras trata de pensar en sus siguientes pasos. Mientras nota cómo se le nubla la mirada. Cómo los sonido de su alrededor comienzan atenuarse. Trata de enfocar la mirada pero no logra que esta le proporcione una imagen nítida. No es capaz de determinar si cuál es la causa de esto. Si su cuerpo está a punto de colapsar como consecuencia de lo deteriorado de su estado o si se trata del inicio de un nuevo ataque. Nota cómo el miedo comienza a apoderarse de ella y actuar de forma instintiva. Sujeta enérgicamente su brazo roto y comienza a retorcerlo. El latigazo de dolor es instantáneo y provoca que el resto de sus preocupaciones pasen a un segundo plano. Su visión no mejora, pero se encuentra en un escenario conocido. Uno en el que es capaz de pensar con claridad.

¿Qué ha logrado hoy? La única victoria del día ha sido pírrica. Una vez más ha burlado al sistema. El pobre diablo a quien le toque investigar la auditoría del tráfico que ha generando se va a aburrir mucho. Los algoritmos no encontrará ningún patrón reconocible. Nada de esto importa. Quizás encuentren algo, pero para entonces es probable que ella ya esté muerta.

–Idiota. Céntrate –trata de alejar estos pensamientos. Necesita darse prisa. Una voz en su cabeza le dice que sigue dando palos de ciego. Que el clavo al que se aferra cada vez está más caliente, pero se niega a soltarlo. Es lo único que tiene.

Comienza a moverse sin saber hacia dónde se dirige o qué hará a continuación. La molestia de su cadera se hace patente y parece acentuarse con cada paso, pero el movimiento y el dolor parecen despertar algo en su interior. La visión va regresando lentamente. La neblina que ha enturbiado sus pensamientos parece disiparse. Trata de hacer un resumen de lo que sabe mientras revisa la información que le ha proporcionado Sersby. Hay ciertos datos que se complementan. Huecos básicos de la información del ministerio que son cubiertos con los que le ha proporcionado su hermano. Algo tan trivial como encontrar una dirección se convierte en una pieza clave a la hora de ayudarla a decidirse. Ahora sabe dónde encontrar a Daina. Su mente comienza a trazar algo que se parece levemente a un plan. El acercamiento metódico ha fracasado a la hora de obtener respuestas. La documentación no le ha proporcionado lo que necesita y se queda sin tiempo. Toca una aproximación personal.

Continúa alejándose del lugar en el que ha pasado casi todo el día. Del lugar y el origen desde los que ha establecido las conexiones con el ministerio. Cambia de nivel y se monta en el primer transporte público que se cruza en su camino. Busca un nuevo acceso público al que conectarse. Aun en su estado de confusión mantiene los mecanismos de salvaguarda. La esperanza de tener una vida si logra salir con bien de esto. Necesita otro medio anónimo a través del que llamar a un vehículo autónomo. No quiere que el origen de las búsquedas que acaba de realizar se pueda relacionar con lo que pretende hacer ahora.

Los minutos de espera se hacen eternos hasta que llega el vehículo, pero le sirven para terminar de recomponerse. Para ser capaz de concretar sus siguientes pasos. Cuando lo ve aparecer no puede evitar una sensación de excitación y temor. Mientras sube cruza los dedos para que su plan sea viable. Se centra en el plano más técnico tratando de alejar cualquier otra preocupación de su mente. Le cuesta alcanzar una posición cómoda en su interior. No parece que los diseñadores pensasen en la ergonomía. No al menos en la logística necesaria para acomodar a alguien que se encuentra en su actual estado. El vehículo es nuevo, pero su habitáculo está muy lejos de ser cómodo. Algunos dirían que se trata de un diseño “clásico”, otros que su estilo es atemporal o elegante, pero la palabra que acude a su mente a la hora de describirlo es arcaico. Incómodo. De cualquier manera, no han sido el esnobismo o la innovación las características que la ha llevado a elegir su transporte. A pesar de todas sus carencias, confía en que disponga de una cualidad de la que otros carecen.

Este modelo de vehículo venía de serie con un error en su diseño. Una vulnerabilidad que puede ser explotada para acceder hasta el sistema de la compañía. Información que no debería ser accesible desde el exterior. Se trata de un error que aún no ha sido hecho público, pero esto no ha impedido a ciertas agencias de inteligencia aprovecharse de él. Agencias como aquella para la que trabaja Lexa. A través de ella ha tenido acceso hasta las claves que le dan acceso para explotar este fallo. Un acceso irrastreable hasta información que puede llegar a granjear mucho dinero. Pero no quiere datos financieros o información personal de los clientes de esta empresa, sino algo mucho más inocuo. Todos los vehículos autónomos tiene acceso en tiempo real hasta el flujo de datos que proviene de las cámaras de las zonas habilitadas para el tráfico. Lo necesitan para ser capaces de crear rutas óptimas. Para evitar accidentes y zonas congestionadas. Datos que son volcados temporalmente hasta la infraestructura de cada fabricante. Información que es procesada y analizada para proporcionar un mejor servicio. Para obtener patrones de uso y ofrecer unas trayectos más fiables que las de la competencia.

Si nadie ha hecho bien su trabajo en los últimos meses, su clave le permite acceder hasta esos datos históricos de forma anónima. Puede ver las imágenes que han estado grabando esas cámaras a lo largo de los últimos días. Puede ver los movimientos que han tenido lugar en la zona en la que vive Daina. Su falta de fe en la competencia de los trabajadores de esta empresa no tarda en verse recompensada. Antes de despegar, y mientras comienzan a ser proyectados estos datos en las diferentes superficies de la cabina, manda un mensaje a Sersby indicándole que se dirija hasta ese punto.

Las imágenes no son demasiado buenas. Las cámaras se centran en el espacio aéreo. En las zonas que pueden ser transitadas por los vehículos. Aun así, puede llegar a reconstruir algo similar al día a día de la entrada principal de ese bloque desde diferentes ángulos. Una zona que parece bastante tranquila. Apenas hay movimiento ahí. Esto es algo bueno. No le costará distinguir los movimientos de su sospechosa.
No ve ningún movimiento de su objetivo durante el último día, así que decide retroceder más. Mientras continúa retrocediendo en las grabaciones su decepción no deja de aumentar. Tiene que retroceder cuatro días hasta ser capaz de detectar cualquier actividad de alguien parecido a la mujer que ha visto en el expediente o a las imágenes que le ha proporcionado Sersby. Hasta el momento en el que ve cómo esa persona abandona el edificio.

–Hace mucho que saliste de casa. ¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado? ¿Tienes otra ruta de entrada… o has muerto? –este último pensamiento hace que se estremezca– ¿Eres otra víctima de todo esto?

Trata de seguir sus pasos a través del sistema de cámaras. De leer su lenguaje corporal. De encontrar algo a lo que aferrarse. Pero fracasa en todas estas misiones. Hace que las imágenes se solapen a su alrededor. Crea diversas líneas de tiempo que son reproducidas sincopadamente. Se superponen y complementan, pero la información que se muestra ante ella continúa siendo insuficiente. Más aún cuando no sabe exactamente qué está buscando. Tanto el campo visual como la calidad de la imagen de la que dispone es demasiado limitado. Pierde a su presa y vuelve a encontrarla varias veces. Contempla cómo se escurre entre callejones a través de los que no es capaz de seguirla. Emerge momentos después por otro extremo, pero los códigos de tiempo no me permiten calcular con exactitud su velocidad. Si se ha retrasado en exceso dentro de alguno de ellos. Si ha dejado o recogido algo en ellos. Apenas iba cargada. No llevaba equipaje ni parecía dispuesta a iniciar ningún viaje largo. Finalmente, la ve entrar en uno de los elevadores. Esta es su última pista. No es capaz de ver en qué nivel salió. Reinicia todas las proyecciones que tiene en curso. Sincronizada la señal de varias fuentes con otros códigos. Revisa una vez más el flujo de datos, pero no logra encontrar nada nuevo.

–¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado?

Estas preguntas no dejan de repetirse en su mente en un bucle infinito. Pero sabe que no va a obtener respuesta en las imágenes que la rodean. Podría retroceder más en las grabaciones. Tratar de averiguar más acerca de su día a día. Saber hasta qué punto este comportamiento es algo aislado. Pero nada de esa importa. No solo se está quedando sin tiempo, si no que también se ha quedado sin su único asidero. Todo su cuerpo se estremece tratando de asimilar esta noticia. Aferra su brazo dolorido temerosa de que esta nueva decepción le provoque un nuevo ataque. Su cuerpo se encoje atenazado por el dolor hasta alcanzar una posición casi fetal. Cierra los ojos y aprieta los dientes con fuerza. Permanece en esta posición durante un tiempo que no es capaz de determinar. No lo abandona hasta que recibe la llamada de Sersby indicándole que ha llegado hasta el punto de encuentro.

Mientras hace descender el vehículo, su mente trabaja a marchas forzadas. Su pensamiento lateral trata inútilmente de lograr sacar algún partido de la información que ha logrado recopilar. Necesita desesperadamente saber cuál será el siguiente paso que debe dar. Debe recuperar la sensación de control. Engañarse. Fingir que tiene un plan al que ceñirse. Romper la quietud.

Mientras la puerta del vehículo se abre las imágenes y el flujo de datos permanecen en el aire. Apenas es capaz de ver a Sersby a través de la nube de información. Lo único que le llega de él es su voz.

–Vaya, veo que has estado ocupada ¿Esto que estás mirando es legal?
–No preguntes estupideces y no te mentiré.
–¿Haces esto por mí? –su tono trata de ser desenfadado, casi burlón, pero fracasa. Su capacidad para ocultar que se encuentra igual de mal que ella ha desaparecido por completo–. No sabía que me apreciases tanto.
–Aparta y déjame salir.
–¿Has averiguado algo nuevo? –hay miedo, inquietud y urgencia en su voz. Emociones que dejan entrever en un segundo plano el agotamiento y la preocupación– ¿Algo que nos pueda servir? –no se encuentra bien, y cada nueva pregunta solo sirve para evidenciar este hecho.
–Sí y no –elimina toda la información almacenada en los dispositivos del vehículo y los transfiere a su terminal antes de salir y enviarlo de vuelta a su empresa–. Esa mujer dista mucho de ser un angelito, pero no sé si es lo que buscamos.
–Menuda súper espía que no es capaz de encontrar a una empollona.
–¿Le hablaste a Inari acerca de ella?
–Sí, claro. Ese era el trabajo.
–¿Te dijo que habían coincidido trabajando en Qwan Shig?
–No. No mencionó nada a ese respecto.
–Por supuesto ¿qué otra cosa puede esperarse de ella? –la respuesta no la sorprende, pero no por ello resulta menos decepcionante–. ¿No dio señales de preocupación cuando se lo comentaste? ¿No te pidió más información sobre ella?
–No.
–¿No te pidió que la siguieses?
–No. Nada de nada. Lo que averigüé sobre ella fue por iniciativa propia.
–¿No te pidió que la matases?
–¡¿Qué?! –su sorpresa parece sincera–. ¡No! –en su rostro puede leer la misma cantidad de indignación como de decepción ante esta pregunta.
–No ha aparecido por su casa desde antes de tu incidente y no logro dar con su paradero en las grabaciones –trata de actuar como si la anterior pregunta hubiese sido un mero trámite–. ¿Sabes dónde ha podido ir?
–No –se produce un momento de silencio mientra Sersby clava su mirada de indignación en ella. Esta permanece durante unos segundos en su rostro antes de disolverse–. La enterré tan bien que no soy capaz de recordar dónde lo hice –muta en una expresión de de burla y desafío. Pretende ser ambigua. Generar duda en ella.
–Ha quedado claro. Eres un tipo duro y peligroso. ¿Puedes añadir algo que nos pueda servir?
–Mientras la investigué no pasaba mucho tiempo fuera de este edificio. Tampoco vi que se reuniese con nadie más que con el difunto. Parecía otra rata de laboratorio. Más aún que el muerto.
–Perfecto. No sabemos dónde está. No tenemos ni idea de cómo buscarla o con quién puede estar. Puede que vuelva o que se haya largado. Échame una mano. Me estoy quedando sin ideas.
–Si me estás preguntando qué haría yo, tal y como yo lo veo la cosa sería sencilla. Patada en la puerta y a ver si ha dejado atrás algo que nos pueda servir.
–Por supuesto, ¿cómo no? –trata de buscar un argumento con el que rebatir la propuesta pero, no solo no da con ninguno, sino que se sorprende al darse cuenta de lo poco que le preocupa–. En fin, dudo que esto vaya a ir a peor –Sersby la mira con sorpresa y preocupación. En otra situación ella se miraría a sí misma de la misma manera–. ¿Qué? Ya te he dicho que estoy sin ideas.
–Te iba a decir que tienes una pinta horrible, pero por dentro debes estar aún peor que por fuera. ¿Te has dado algún golpe en la cabeza?
–Mejor empezamos a movernos y te cuento mis batallitas más tarde –el mero ademán de girarse hace que su cadera le recuerde su estado. La encuentra entumecida tras varias horas en el vehículo y cruza los dedos para que el ejercicio no lo empeore.
–¿Pregunto por la cojera?
–Mejor lo dejamos para otro momento.
–¿Cómo es de grave?
–Por el momento aguanto –no se gira hacia Sersby mientras responde. No quiere que su rostro termine de delatar la mentira que intentan ocultar sus palabras. La cadera se le resiente un poco durante los primeros pasos, pero no tarda en encontrar un ritmo en el que el dolor pasa a ser una molestia soportable.
–¿No será más sensato que te miren eso ahora?
–Lo que me preocupa de verdad es que tú seas el sensato de los dos –trata de sonar sarcástica. De convencerse a ella misma de que esto no es una estupidez. De impedir que la incertidumbre que lucha por dominarla quede exteriorizada. Necesita sonar segura, pero apenas es capaz de lograr que su voz no tiemble.
–De acuerdo. ¿Cuál es el plan? ¿Tienes alguna puerta secreta por la que entrar ahí? ¿Una llave universal? ¿Algo con lo que saltarte los sensores biométricos?
–No –esta respuesta es matizable, pero la costumbre y los protocolos le llevan a mentir por defecto. La mentira repentina hace que su estado de ánimo mejore Que se más entera. Que se reconozca a sí misma–. Veo que sigues viendo demasiada ficción –alguna de las opciones que ha planteado sería viable en el caso de estar oficialmente en un caso, pero ni se da el caso, ni está de humor para iniciar un debate, ni considera que este sea un buen momento para abrirse ante su hermano en lo referente a los detalles concretos de su trabajo–. ¿No eres capaz de hacernos entrar en un edificio como este sin ser invitados? –se guarda esa carta para usarla en el caso de que Sersby no sea tan polivalente como afirma ser. Pensar y planificar utilizando medidas de tiempo superiores a unos minutos logra que su confianza se vea reforzada.
–Me ofende usted, señora.

Por un breve momento se produce un cambio en su estado de ánimo. En la expresión de su hermano emerge una sonrisa que conoce. Le muestra una autosuficiencia que le resulta familiar. Que logra imponerse sobre el dolor. Una mueca burlona y cómplice que le hace sentir en casa. Lexa se ve reflejada en su gemelo. Estar juntos parece mitigar la carga y el miedo de ambos. Se sorprende a sí misma devolviéndole la sonrisa y la complicidad. Al encontrarse mejor. Más animada. Capaz de salir con bien de esto. Sersby puede ser un idiota y un descerebrado. Puede ser un dolor de cabeza constante, pero siempre ha sido capaz de sacarle una sonrisa en el momento más inesperado. Despierta en ella la chispa de algo que creía muerto. De una esperanza que lucha por abrirse camino. Aun así, se niega a dejarse llevar. Necesita mantener la calma. Pensar con frialdad. Para el momento en el que ambos comienzan a andar ese instante de levedad ya se ha desvanecido.

La operativa para acceder hasta el bloque es sencilla, aunque cada segundo de espera se le hace eterno. Una sensación que parece ser compartida por su hermano. Mientras accede a los controles Lexa detecta leves temblores que recorren todo su cuerpo. Espasmos que lucha por controlar. Pequeños combates internos en las que resulta perdedor. Que le obligan a comenzar de nuevo ralentizando toda la actuación.

Al llegar hasta la puerta principal del edificio, esta se abre ante ellos. Los reconoce como inquilinos. Tanto el ascensor como la puerta de la habitación de Daina los reconoce de la misma manera. Una vez que han entrado en la habitación, Lexa se permite un suspiro de alivio.

El apartamento consiste en una única gran habitación. Un recinto que parece más una oficina o un laboratorio que un hogar. Todo el espacio se encuentra supeditado a un único propósito: alojar la maquinaria que invade cada uno de sus rincones. No es capaz de identificar toda la tecnología que encuentra ante ella. No hay cocina. El baño y la cama se encuentran incrustados en paredes móviles. El acceso hacia ellos se encuentra sepultado bajo amasijos de cables y tubería. Inaccesible como consecuencia de los apilamientos de máquinas. Desconoce si todo esto es chatarra o prototipos de algo nunca visto, pero lo único que le queda claro a Lexa es que no se trata del equipamiento que uno deja atrás a la ligera. Si Daina se ha visto obligada a huir, lo ha hecho sin tener tiempo de recoger sus cosas. Tiene la sospecha de que volverá cuando le sea posible para recuperar lo que tiene aquí, pero no tiene tiempo para esperarla. Sea como fuere, cuando casi nada de esto le sirve para gran cosa. Se deja guiar por la memoria muscular y comienza a sacar fotos de todo. Hoy no le sirven para nada, pero quizás en el futuro le sirva para promocionar. También puede ser una buena coartada para justificar su presencia aquí. Pensar en un posible futuro logra hacer que se relaje un poco. Que mire con nuevos ojos la escena. No es el momento para investigar con detenimiento el propósito de estos aparatos. Espera que haya tiempo para hacerlo en otro momento. Su foco es otro. No encuentra ningún soporte físico con el que trabajar. No hay papeles con apuntes o notas. No hay calendarios con citas o agendas con contactos entre sus pertenencias. Se centra en buscar algo a lo que conectar su terminal. Cualquier fuente potencial de información que sea capaz de procesar. Datos que le indiquen los movimientos de Daina o su propósito. Que la puedan ayudar a poner fin a lo que les está sucediendo.

Sonría para sí misma cuando da con el acceso al sistema personal de su presa. Obtener acceso hasta él le resulta ser algo más sencillo que el trabajo que le ha costado encontrarlo. Es un acceso protegido pero, a todas luces, sus conocimientos en el campo de la seguridad son bastante limitados. Por otro lado, le queda claro que no se ha planteado que alguien pueda tratar de realizar un análisis forense de sus datos. No puede evitar una sensación de decepción. Esperaba algo más de resistencia de la persona que ha trabajado tanto la protección de privacidad.
Su calendario está vacío. Los datos han sido borrados intencionalmente. Quiere ocultar algo. Esa es una buena noticia. Por otro lado, ve que esta información solo se guardaba en este sistema. Antes de ser eliminados, tanto estos como el resto de datos fueron copió hasta otro soporte. Los indicios que recibe de Daina parecen contradictorios. Algunos cuadran con la persona precavida que esperaba encontrar, mientras que otros le muestran a alguien descuidado. Su presa ha sido muy torpe.
Armada con esta información se permite alimentar la esperanza. Porque puede haberlos hecho desaparecer la información del sistema, pero no ha hecho lo mismo con los registros que han delatado su existencia. Tiene nombres y rutas. Fechas y tamaños. Número de modificaciones y respaldos mas frecuente de cada documento. Los datos necesarios para determinar qué información resultaba más relevante para el sujeto que está investigando. Que le permiten dictar un orden de prioridad a la hora de determinar sobre cuáles debe centrar su atención. Ya sea por su incompetencia o por lo inesperado de la huida, no le cabe duda de que antes de antes de que finalice la noche podrá disponer de un perfil bastante preciso de sus últimos movimientos. El trabajo será lento y laborioso, pero no complicado.

Los datos van apareciendo lentamente y algunas de sus sospechas se confirman. La interacción humana ha sido reducida a la mínima expresión. La gran mayoría de los apuntes hacen referencia a sus experimentos. Simulaciones cuyo propósito no es capaz de acotar. Fechas de inicio y de final estimadas para cada prueba. Correcciones a partir de los datos obtenidos y nuevas intentonas. Las repeticiones y la nula separación entre ellas le indican que estaba en una búsqueda desesperada.

Más allá de esto, puede ver también que, en los días previos a irse, se había citado con el difunto. El nombre de su anterior cita con un ser humano hace que le hierva la sangre. No le sorprende ver el nombre de su madre ahí, pero esto no logra que el enfado sea menor.

–Por supuesto –solo leer el nombre hace que le hierva la sangre–. Tendría que haber seguido mi primer impulso. Debería haberle sacado la información a base de golpes –toma aire y lucha por recuperar la calma. Pasan unos minutos antes de logre regresar hasta un estado de ánimo que le permita continuar con su recorrido por la agenda de Daina.

Tiene que retroceder varios mucho más antes de encontrar cualquier otro contacto humano. Nombres que, en su gran mayoría, no le dicen nada. Meses antes de retomar el contacto con su difunto compañero de estudios, hay un nombre que aparece mencionado con frecuencia; Arcanus. No es capaz de detectar un patrón en esas citas. No se especifican ni horas ni lugares. Tampoco aparece entre sus contactos. No sabe si se trata de un nombre real o de un seudónimo. Todo resulta demasiado vago como para que pueda tirar de este hilo.

Necesita recuperar más de un año de información antes de dar con un nombre nuevo; Rogani. Esto significa malas noticias. Si se trata de quien cree, los problemas en los que se ha metido son mucho más grandes y complejos de lo que creía. Otro inmortal. En lo más hondo de su ser desea que se trate de otro persona, pero este no es un nombre común. Por otro lado, la ubicación de las citas que tuvieron parece dar al traste con sus esperanzas. No desea cruzar su camino con uno de los personajes más poderosos de la escena política de Torquall. Esto implica cambiar el terreno de juego y llevarlo hasta la escena internacional. Un serio dolor de cabeza para quien termine metiéndose en medio. Por otro lado, confirmaría algunas de las teorías que ha encontrado su investigación previa.

–¿En qué te has metido, Inari? –no le importa la distancia temporal que separa las citas. No importa cuánto tiempo dedique a tratar de tranquilizarse. El nombre de su madre no se le va de la cabeza. No cabe la menor duda de que es culpable de algo–. ¿En qué nos has metido? –no hay tantos inmortales como para achacar esto a la casualidad–. Siempre con la mierda hasta el cuello. Nada nuevo.

Lo opacidad de las ventanas comienza a disminuir mientras las luces del exterior se activan. Estaba tan absorta en sus elucubraciones que ni siquiera se ha dado cuenta de que ya ha llegado la mañana. En breve comenzará la actividad en el bloque. Tienen que salir de aquí cuanto antes. En caso contrario, correrán el riesgo de ser vistos por algún vecino que va a trabajar. Copia toda la información que ha logrado en su terminal y trata de dejarlo todo como estaba. Un ojo experto no tardará demasiado en detectar la presencia de alguien en este lugar, pero no tiene tiempo para más.

–Vámonos.

Nadie responde. ¿Qué ha estado haciendo Sersby mientras ella trataba de recuperar la información? Estaba tan concentrada en el espacio virtual que no ha hecho caso a su hermano.

Pasea su mirada por la habitación hasta que lo encuentra hecho un ovillo contra la pared. No es capaz de verle el rostro oculto entre ambos brazos. Las heridas de sus antebrazos se han abierto y la sangre empapa las mangas de la camisa. Aun así, sus manos continúan apretando con fuerza. Su cuerpo se ve sacudido por espasmos súbitos. Se mece al ritmo de unos síntomas que es capaz de reconocer.
–¡Sersby! –se acerca hasta él como impulsada por un resorte. La adrenalina que genera le permite ignorar el dolor de la cadera ante lo súbito de su movimiento–. ¿Cuánto tiempo llevas así? –trata de levantarlo, pero no hay ninguna respuesta. Se ha convertido en un peso muerto.
Forcejea con él. Intenta romper la presa con la que se aferra a sí mismo. A duras penas logra vencer la resistencia de su cuello y extraer la cabeza de entre sus rodillas. Su mejilla derecha está teñida de rojo mientras la sangre desciende lentamente por ella. Un rio cuyo nacimiento se sitúa en la comisura del ojo. En el interior de una córnea cuyo convertido es una puerta hacia otro lugar. Hacia un amasijo convulso de fuerzas que colisionan y se funden. Un océano carmesí de oleaje embravecido que ha sepultado su pupila e iris. El corazón de un torbellino en constante movimiento que parece luchar abandonar los confines de su cuerpo.
Lexa lucha contra el pánico y le abofetea. Si no reacciona a sus palabras quizás lo haga a un acercamiento más directo. Necesita ver si hay algún tipo de respuesta. Le grita y golpea, pero nada de esto da resultado. Lo único que obtiene es un rostro consumido por la agonía. Sus labios se mueven, pero no son capaces de emitir ningún sonido coherente.

–¡Levanta!. Tenemos que irnos ya –sus intentos no parecen llegar hasta alguien receptivo. La mente de su hermano está muy lejos de esta habitación. El punto de fuga de su mirada se pierde en otro lugar más allá de ella. En un lugar que le llena de horror.

Trata de incorporarle y se sorprende al descubrir lo poco que pesa. Incluso sin ninguna ayuda por su parte, el peso muerto que supone su cuerpo resulta de una ligereza imposible. Una vez que logra cargarlo sobre su hombro este peso parece aumentar, pero la no se trata de una sensación duradera. Se convierte en una carga cuyo peso oscila por momentos. Su temperatura parece descontrolada y es capaz de notar el calor a través de su ropa. El calor y algo más. Sus músculos continúan tensándose y parecen romperse bajo la piel. Sacarlo del apartamento y llegar hasta el elevador le cuesta casi todas las energías de las que dispone. Un esfuerzo que la deja sin aliento. Se apoya contra uno de los laterales y trata de mantenerse erguida a pesar del dolor. Respirar se convierte en una actividad complicada durante todas la bajada. Una situación que no deja de empeorar con cada uno de los movimientos espasmódicos de su carga. Aun así, no se atreve a dejarlo en el suelo mientras dura el trayecto por miedo a no ser capaz de volver a situarlo hasta su hombro.

Para el momento en el que llegan hasta la planta baja su cuerpo ha continuado sufriendo alteraciones. Sus músculos se contraen para, acto seguido perder toda tensión. En algunos momentos solo es consciente de que lleva la carga porque sigue sujetando su brazo para evitar que se caiga.

–Aguanta –su cabeza trabaja a toda velocidad tratando de encontrar una solución–. Te voy a conseguir ayuda –trata de catalogar y barajar las posibilidades que pueden estar en su mano, pero nota cómo su mente comienza a fallar.

La parte final del trayecto la realiza en modo automático de supervivencia. Ya no le preocupan las cámaras o los vecinos. Cualquier elemento que pueda poner en peligro su carrera pasa a transformarse en una ayuda potencial, pero no tiene suerte. Nadie se cruza en su camino antes de llegar hasta la calle. Hasta una calle vacía. Deja el cuerpo de Sersby en el suelo de malas maneras. No se encuentra en condiciones de ser delicada. Cada vez se le hace más complicado el detectar sus signos vitales. Aparecen y desaparecen de manera intermitente. Cuando logra detectarlos, estos son muy débiles y cada vez son más lentos, pero también sufren espasmos de actividad desatada. El tiempo transcurre y nadie aparece. Desesperada, activa la señal de emergencia de su identificador recriminándose por no haberlo hecho antes. Su maldito orgullo puede costarle la vida a Sersby. Es muy improbable que pueda llegar ayuda oficial en menos de media hora.
–¡Vusarch! –conecta su comunicador y trata de abrir un canal con el único contacto que tiene en los cuerpos locales–. ¡Necesito transporte urgente ya!.
No obtiene ninguna respuesta.
–Esto no va a terminas así. Esto no va a terminar así –la sangre continúa brotando del ojo de su hermano y mientras universos parecen colisionan en su interior–. Piensa, piensa.

El rostro de Sersby está desfigurado por una mueca agónica. Por una expresión que, hasta ese momento, solo había visto en las imágenes del difunto que ha dado inicio todo esto o en sus propios delirios. Pero ver ante ella esa expresión lo cambia todo. Convierte lo que vivió en algo de lo que ya no puede escapar. Algo real. Una amenaza que no puede ignorar durante más tiempo. Que repta desde lo más profundo de su ser buscando una salida. Nota cómo impregna cada una de sus nervios y músculos. Como consume sus neuronas. Como viaja a través de su torrente sanguíneo.

Está en todos esos lugares y en ninguno. Todos sus sentidos se ven afectados por una sensación de túnel. Un túnel que se estrecha con ella dentro. Un pasadizo sin comienzo ni final. Infinito y asfixiante. Más allá de sus paredes, las cuencas abisales de una entidad indiferente la contemplan. No es capaz de verlas, pero sabe que están ahí. Lo nota en los espasmos que sufre la misma realidad. Puede escuchar el grito agónico de cuanto existe sumándose al suyo. Vuelve a ser uno con el todo que se desvanece. Vuelve a padecer el final de millones de vidas. Puede sentir cómo el tacto de su propio cuerpo es reemplazado por un dolor desgarrador. Por la descomposición de todo cuanto es mientras deja de existir.

Imponiéndose sobre la agonía y la desesperación logra aferrarse a un pensamiento. Al retazo desdibujado y lejano de un recuerdo sobre el que trata de construir su huida. Aún es capaz de sentir la proximidad de Sersby. Algo real. Algo tangible. Algo que le ancla a un momento en el tiempo que cada vez se hace más cercano. Casi es capaz de verlo más allá del velo que le separa del mundo que conoce. Casi puede tocarlo cuando una figura se antepone en su camino. Solo es una sombra cuya forma no deja de cambiar. Una silueta sin rasgos que parece observarla con curiosidad.
–¿Qué eres? –las palabras arden mientras se forman en su mente aumentando aún más su agonía–. ¿Qué quieres de mí? –arden a lo largo de todo el camino que las separa de sus cuerdas vocales.

No hay respuesta ni muestra de comprensión.

Trata de llegar hasta su arma pero no tiene brazos. No tiene cuerpo. No queda nada que la ancle. Aun así, su desaparición no es completa. Algo en su interior logra rebelarse. Lucha por recuperar el yo. Por recordar quién es. Por encontrar una mente y un cuerpo de los que apenas queda un vago y lejano recuerdo. Trata de hallar un punto de apoyo sobre el que reconstruirse. Los restos que permanecen de cuanto fue se enfrentan a lo que le sucede. Buscan sin éxito algo a lo que aferrase. Perdidos en el olvido recuerdan. Se aferran a los restos vestigiales de una sensación. Al dolor que le ha acompañado durante las últimas horas. Pero ya no está ahí. Ha sido sustituido por la muerte de los mundos. Carece de brazo o cadera. La ausencia es todo cuanto es capaz de experimentar. Una falta total de sensación o emoción que no esté ligada a ese instante final. A ese instante eterno sin comienzo ni final. Una carencia que, al mismo tiempo, anula y satura todos sus sentidos. El tiempo deja de tener sentido y no se ve capaz de recordar ningún otro momento o lugar. Lo único que queda de ella hasta el momento en el que su mente se apaga es dolor.

III - Madre

III - Madre

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–Lamento no poder serle de más ayuda –Inari cierra la conexión. No sabe si ha de preocuparse, o si, por el contrario, debe añadir una nueva muesca a la ya larga lista de problemas causados por Lexa–. Hoy ha sido un día muy largo –es tarde y está cansada. Decide aplazar esa decisión para más adelante.

La agente Vusarch ha sido la tercera persona en informarle acerca de la desaparición de Lexa. También ha sido la única que ha mostrado un mínimo rastro de emoción al hacerlo. De haberla contactado en otro momento podría haber sido más colaborativa, pero todos han elegido un mal día para molestarle con trámites y formalismos. Por desgracia, no puede echarles la culpa de nada. Ella misma se ha fabricado su mala suerte.

–Así es el mundo de la ciencia –trata de dotar a su voz interior de un tono burlón y desenfadado. Incluso su cuerpo acompaña a este pensamiento con gesticulaciones, pero ninguno de los dos es capaz de silenciar el nerviosismo que comienza a poblar su estómago. Lexa siempre ha sido un incordio, pero también alguien perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Sus recursos son numerosos, pero tiende a combinarlos con alarmante frecuencia a su costumbre para meterse donde no debe.

–¿Qué has hecho esta vez? –su limitada experiencia con las fuerzas del orden no le permite sacar una conclusión a ese respecto–. ¿Me va a salpicar?

La separación temporal entre estas llamadas y la visita de Lexa no parece algo casual. Necesita evaluar de nuevo los riesgos. Saber a ciencia cierta si su intervención en este caso ha venido dada por motivos personales o estrictamente laborales. Si se trata de lo segundo, el caso de Selish aún podría perjudicarle.

–Tenías que venir a complicarme la vida –es consciente de lo injusto y gratuito de esta acusación, pero esto no le impide continuar–. No estarás contenta hasta que me hagas pagar por todas esas afrentas imaginarias –esperaba que el breve ataque de rabia resultase liberador, pero solo sirve para aumentar su nerviosismo.

Ha construido una ilusión que comienza a desmoronarse. El asunto no está cerrado. No importan los motivos detrás de la intervención de Lexa. No importa lo injustos que sean los apelativos con los que pueda querer calificarla en estos momentos. Ha hecho mal su trabajo y no sabe hasta qué punto ha quedado expuesta. De ella depende el solucionarlo.

Trata de ponerse en contacto con Sersby. En estos momentos es la fuente de información más cercana de la que dispone. No le importa lo tarde que es. Su presencia en la reunión de hace un par de días fue una sorpresa desagradable. Se lo debe por haberse involucrado. No debería ser complicado sacarle información acerca de su hermana. Para eso y para que clarifique su actuación.
Ahora interpreta aquello como un claro indicio de que continuó con su investigación una vez que le dijo que ya no necesitaba más información. Una señal de que le ha estado ocultando información. Sabe o sospecha algo que no le ha contado. Sersby siempre ha sido brutalmente pragmático. No habría continuado con la vigilancia de no haber creído que iba a sacar algo de ello. Espera sacar algún tipo de beneficio de él y de su exceso curiosidad.

Por otro lado, no es capaz de determinar si su colaboración con Lexa ha sido algo voluntario o forzado. Ninguna de sus múltiples ocupaciones le han convertido en alguien que desee pasar tiempo cerca de las fuerzas del orden, pero el vínculo que existe entre ellos es algo que siempre se le ha escapado.

La desaparición de Lexa no le genera la más mínima inquietud. Quizás no fuese algo esperable, pero tampoco es un escenario que le genere una especial sorpresa. Ni su madurez ni su auto-control parecen haber mejorado con la edad o el entrenamiento que haya podido recibir. Dado su carácter, lo más probable es que haya cometido alguna estupidez y Sersby la estará ocultando. Sabe que le mentirá. Que tratará de protegerla. Pero no le cabe ninguna duda de que conseguirá hacerle entrar en razón. Lo logrará… siempre que responda a sus mensajes.

–¿Dónde te has metido?

Mientras espera va revisando sus notas y formulando nuevas hipótesis. Lentamente el nerviosismo va ganando terreno. Su confianza va siendo puesta a prueba. Cada vez retrocede más y más en la línea temporal. Va exponiendo y juntando piezas que tuvieron lugar hace décadas. Que se remontan hasta el experimento cuyo resultado fue la creación de Lexa y Sersby. El mosaico se agranda a cada instante. Va tomando forma y consistencia. La cortina de humo con la que ha convivido durante las últimas semanas se dispersa con cada segundo que transcurre sin respuesta. Trata de recurrir a la lógica. A lo que sabe que es cierto. No deja de repetirse que la tardanza no indica en sí misma ningún comportamiento anómalo. Que la están evitando mientras tratan de preparar su defensa. Que Sersby puede estar ocupado. Sabe que todas estas son respuestas válidas… pero.

Su mente ya está desbocada y los signos físicos de la tensión no tardan en afianzarse. No es capaz de contener su imaginación. De vincular este retraso a la muerte de Selish. A Daina. A… logra no pensar en su nombre.

Nota cómo su cuello se agarrota y sus músculos se tensan. Cómo los pensamientos que ha estado contenido hasta el momento comienzan a aflorar. Cómo su mente hace encajar piezas que había logrado mantener aisladas. Lucha sin éxito para tratar de recuperar el control. Para evitar que el mosaico se complete.

–¿Qué habéis hecho? –no es capaz de contener la rabia. Un ira inesperada que aún no sabe contra qué o quién dirigir– ¿Qué os han hecho? –su mente da un nuevo salto. Comienza a sacar conclusiones y elaborar nuevos escenarios. A valorar posibilidades omitidas intencionadamente– ¿Qué voy a hacer? –quizás encontraron a Daina. Quizás no solo la encontraron sino que esta les ha encaminado hacia…

Una vez más logra detener este tren de pensamientos antes de finalizarlo. Aún es demasiado pronto para sacar conclusiones. La ausencia de respuesta no significa nada. Es tarde. Si no le devuelve la llamada, lo intentará de nuevo mañana.

Se acuesta pero no es capaz de dormir. Ha despertado dos partes de sí misma que creía haber matado y enterrado hace ya mucho. Es una mujer de ciencia. Debe atenerse a los datos, no a las especulaciones. Es una científica, no puede desarrollar ningún tipo de apego por los especímenes de laboratorio. Sabe que se ambas afirmaciones son falsas. Que hace mucho que Sersby y Lexa dejaron de ser meros sujetos de estudio para ella. Que este hecho invalida la primera afirmación. Sabe que se está mintiendo, pero estas son mentiras a las que se aferra con todas sus fuerzas desde hace años.

La necesidad para saber lo que ha sucedido aumente. Una vez más, se aferra a las mentiras más frecuentes. Se dice que es una tarea tan válida como cualquier otra para mantener ocupada su mente. Que le preocupa cómo puede repercutir lo sucedido en ella. Que no está preocupada por “los sujetos”. Que su inquietud no guarda ningún tipo de relación con la posible implicación de su “padre”. Se levanta y comienza a pasear por la casa a oscuras. Necesita el movimiento para. Mantenerse ocupada. Su mirada recorre la habitación atenta a cualquier alteración. Quiere interpretar cada luz que parpadea en la penumbra como una señal. Como una posible respuesta a su intento de comunicación. Pero no hay suerte.

–¿Por qué no me dijiste que aún estabas siguiendo a Selish? –hay algo que se le escapa. No puede dejar de pensar en la reunión de ayer. Trata de recurrir de nuevo al enfado. Desviar la sensación de culpa–. ¡Déjalo ya! –sabe que no conseguirá nada siguiendo por ese camino–. Muy bien. ¿Qué sabemos?

Nada. No tiene nada. Carece de la más mínima prueba que le indique que algo le ha pasado a Sersby. Nada que vincule su tardanza en responder con la desaparición de Lexa. Nada que indique que le ha pasado algo a cualquiera de los dos. Pierde el tiempo. No va a sacar nada en claro durante esta noche y lo sabe. Pero esto no le importa a su cuerpo. No le sirve para relajarse y volver a la cama.

–¿Qué es lo que te da tanto miedo? –conoce la respuesta, pero esto no le impide continuar eludiéndola durante tanto tiempo como le sea posible–. Este no dejaba de ser un escenario inevitable –trata de etiquetarlo como algo absurdo e irracional. De enfrentarse a él con las mejores armas de las que dispone. De alejarla del terreno de lo personal–. Antes o después iban a morir. La manera en la que lleguen hasta ese punto es irrelevante.

Lexa y Sersby no son como ella. Si una enfermedad o un accidente no termina con ellos, lo hará la edad. Ese es un momento que terminaría por llegar. Un evento más con el que tendría que lidiar a lo largo de su periplo vital. Una consecuencia lógica de su fracaso. Quizás el momento ha llegado antes de lo previsto. Quizás debe limitarse a aceptarlo. Solo son una prueba fallida más.

Este juego tampoco conduce a nada. Quizás de saber con certeza que han muerto pudiese recurrir a la racionalidad. Se dice que incluso podría ser un alivio. Pero no lo sabe. Lo único que sabe es que continúa mintiéndose a sí misma. No lo sabe… y se alegra por ello. Le sirve para alimentar la esperanza. Para enfrentarse a la otra opción que teme.

–Poco tiempo –esto es lo único en lo que puede pensar–. No importa lo que les haya pasado. Tendría que haberles preparado. Tendría que haberles dicho qué son. Tendría que haber sido yo quien se lo diga.

Demasiado pronto. Se sorprende a si misma ante esta reflexión. Ante el hecho de que, incluso en el periodo de vida de alguien a quien denominan “inmortal”, unas décadas continúen resultando significativas. Ante la mella que esto supone para el personaje que ha tratado de crear para sí misma. Su interior en estos momentos está sumido en la contradicción pura. Es un lugar tumultuoso. El corazón de un conflicto del que nunca ha deseado formar parte.

–Pase lo que pase, ¿qué habré perdido yo? –trata de mantener su circunloquio interno en esos términos–. Cinco décadas de estudio. Una cantidad de tiempo despreciable.

Hace todo cuanto está en su mano para enrocarse en esta amalgama de argumentos que no dejan de ser medias verdades embebidas dentro de incongruencias. Pero apenas logra contener la marea de emociones que golpean sus muros. Una muralla construida alrededor de afirmaciones inconsistentes. Cimentada sobre falacias. Una máscara de desafección con la que apenas logra engañarse. Otra táctica fallida para obviar la sensación de vacía que la invade. La preocupación que lucha por apoderarse de ella no se debe únicamente a su fracaso como científica. No es capaz de ignorar que ambos se han convertido en algo mucho más íntimo. No está preparada para aceptar que… el experimento. Que… ellos. Que… las criaturas a las que siempre se ha negado a referirse como “hijos” han llegado a su final. No está preparada para entrar de nuevo en un ciclo que creía haber roto hace ya mucho.

En ocasiones ha deseado creer a quienes se refieren a ella como alguien ajeno. Como alguien situado por encima de las distintas iteraciones de ese concepto difuso y fluido llamado “humanidad”. Como alguien que sentía la necesidad de convivir con ellos sino que se limitaba a estudiarlos.

Ha querido situarse más allá de los defectos y las debilidades que ha achacado a las generaciones que han sucedido a la suya. Los ha mirado con desdén y finjida incomprensión. Los ha despreciado. Se ha permitido el lujo de la indiferencia hasta que la realidad le ha sacado de su error. Hasta que alguna desgracia le ha hecho recordar que sigue siendo humana. Que ha cometido más errores que cualquier ser que recorre las calles de esta ciudad. Que las diferencias que separan a esta humanidad de aquella en la que nació son irrelevantes. Cosméticas. Su evolución nos les ha dotado de ningún defecto que no viniese de sus antecesores. Son un mero reflejo de ella y los suyos. El fruto de la semilla que plantaron ellos. Su obra.
La ilusión no es capaz de soportar el más mínimo escrutinio. Quizás su máscara pueda engañar al resto, pero jamás ha sido capaz de engañarse protegerla de su propia mirada. Sus voces internas nunca le han permitido que el engaño dure demasiado. Nunca han cejado en su debate sin fin. En la lucha entre quien es y quien cree necesitar ser.
Con el paso del tiempo esta práctica que se ha convertido ya en un acto reflejo. En una parte indisoluble de su persona. En un susurro constante que, como hoy, le dice que carece de las herramientas para enfrentarse a esto. Necesita ayuda pero no sabe dónde buscarla.

Hace ya mucho tiempo que dejó de prestar atención a lo que se encuentra fuera de sus áreas de interés. Mucho desde que decidió no adaptarse a los cambios que se producen a su alrededor. Con el acortamiento de la vida humana las culturas se han ido sucediendo una tras otra. Han continuado cambiando. Descubriendo y adoptando como nuevo factores que ella había olvidado. Trivialidades elevadas al estatus de grandes avances. Preguntas relevantes descartadas como algo superfluo. Su memoria se ha convertido en un lugar lleno de información perteneciente a épocas que no sabe si han quedado extintas. Siempre ha sido una herramienta frágil a la hora de enfrentarse con lo “mundano”. Le cuesta recodar o reconocer en qué mundo vive hoy o cuándo es hoy. Cada vez que se hace estas preguntas las respuestas resultan irrelevantes. Quedan desfasadas antes de que logre dar con ellas. Los ciclos en los que se han movido las sociedades en las que ha vivido siempre han sido muy cortos. Sus paradigmas y convenciones expiran antes de que sea capaz de adaptarse a ellos. El mismo concepto de sociedad le resulta algo absurdo. Una abstracción sometida a constantes cambios y revisiones. Una entelequia de la que muchos han tratado de apropiarse. Un sinsentido que no ha dejado de demostrar su inutilidad una y otra vez. Que se ha convertido en la única constante inalterada que perdura.

Su mente trata de encontrar cobijo en estas disquisiciones. Viaja a otros momentos en el tiempo en su intentona por escapar del presente. Pero no encuentra reposo ahí. Lo único que logra es cambiar unos fantasmas por otros. Porque su misantropía no deja de ser una máscara más. No quiere comprender a la gente con la que convive por puro pragmatismo. No quiere establecer vínculos personales. No quiere volver a sufrir. Esta es la razón por la que lo único que encuentra relevante en este mundo es su labor. Solo encontrar la razón por la que la esperanza de vida de la humanidad no deja de disminuir le permitirá revertir esta situación. Esta es la principal pregunta a ser respondida. Solo tras dar con ella podrá soñar con que el dolor pueda ser contenido. Solo esto le permitirá volver a sentirse parte de algo. Solo esto le hará nuevamente humana.

Este es el pensamiento que logra que se levante cada mañana. Lo que le llevó a convertirse en genetista. La misión que ha dado sentido a su vida. Todo lo demás es secundario.

Su voz interior se ha ido volviendo cada vez más cínica para adaptarse al paradigma sobre el que ha cimentando su nueva vida. El personaje sobre el que ha ido construyendo lo que ahora llama vida. El papel que ha interpretado desde que se vio golpeada por su última gran pérdida. Una máscara que ha portado a lo largo de los últimos siglos. Un papel y una máscara en los que no han dejado de surgir grietas. Fisuras ligadas íntimamente al crecimiento Sersby y Lexa. Inconsistencias que siempre se ha negado a aceptar. Contra las que ha luchado con todas sus fuerzas.

Porque no importa cuántas veces le repita esta voz que no existe otro camino para escapar del dolor y la locura. Que es el único motor que le permite continuar. Este mantra cada vez le suena más falso. El cinismo se diluye y es sustituido por un afecto que no desea volver a experimentar. Pero fracasa. Su vida no ha dejado de ser una sucesión de errores y decepciones. Una secuencia ininterrumpida de fracasos en en todos y cada uno de los proyectos que ha acometido. Un ciclo del que está cansada.

Su mente trata de recordar las escenas recientes. Se fuerza por recuperar los detalle de las distintas conexiones. Busca gestos y signos en sus interlocutores. Palabras de las que extraer significados que se le pudieron escapar. Un lenguaje corporal que interpretar. Algo a lo que aferrarse. Pero no tiene éxito. Apenas ha prestado atención a ninguna de ellas.

–Estúpida. Deberías haber sido tú quien les preguntase a ellos –sabe que recurrir al auto desprecio no servirá para nada, pero no es capaz de frenar el acto reflejo–. No. Esto no va a terminar así –deja que la frustración se libere. Abre el camino a lo irracional–. Le he dedicado demasiado tiempo como para permitirlo –la treta funciona. El reducirlo todo a la lógica y los números fríos sin contexto parece impregnarlo todo de una pátina de control–. Como para aceptarlo sin tener pruebas fehacientes –su mascarada sale reforzada por este propósito difuso. Por una nueva verdad en la que no cree.

Sabe que esto no durará. Que este no deja de ser un autoengaño más. Que el resorte automático fallará cuando haya descansado pero, por el momento, le permite no derrumbarse. El reloj comienza su cuenta atrás y debe encontrar algo en lo que centrar sus esfuerzos.

–No hay cuerpos –la respuesta llega sola–. Desaparecidos no significa muertos –pero este pensamiento no sirve para tranquilizarla.

Continúa vagando por la habitación sin ser capaz de tomar una decisión. Es una científica, no una detective. La gente que le ha llamado está mucho mejor preparada que ella para cualquier tipo de investigación a ese respecto. Desea confiar en las autoridades. De poder hacerlo, pronto debería salir de su estado de incertidumbre. En estos momentos todo su saber es inútil.

–¡IDIOTAS! –grita por pura frustración–. ¡¿POR QUÉ NO ME HICISTEIS CASO?! –grita a gente que no está ahí. Tanto a los muertos como a los vivos. Tanto a aquellos cuya implicación conoce como a quienes teme que pueden estar participando en esta pesadilla.

Desea creer… pero duda. Teme que lo sucedido esté relacionado de alguna manera con los estudios de Iorum Arcanus. Con un nombre que finalmente logra superar todas las barreras que ha establecido para llegar hasta su primer plano de pensamiento.
Pero este no es el mayor de los riesgos. Arcanus puede ser arrogante y obstinado, pero no es alguien dado a subterfugios retorcidos. Lo que realmente le aterra es otra cosa. Es la posibilidad de que pueda haber pasado a convertirse en nuevos peones dentro de alguno de los juegos de Rogani.

Finalmente asigna nombre y agendas propias a sus temores. Acepta aquello contra lo que lleva luchando toda la noche. Pocas noticias pueden ser peores que la participación de cualquiera de los “padres”. Una categoría bajo la que también se incluye a sí misma.

El agotamiento la ha derrotado. Ha logrado que las piezas que su mente ha logrado mantener aisladas hasta este momento desborden sus contenedores. El escenario queda diáfano. Todo cuadra. Todo parece tener sentido. El azar o la casualidad no tienen cabida en esta ecuación. Ya no puede continuar negando el tapiz que intuyó tras su entrevista con Daina.

–¿En qué estabas pensando? –su ira comienza a focalizarse–. ¿Se puede saber qué estaba pasando por tu cabeza cuando decidiste meterte en esto? –no importa que no la tenga ante ella. El simple echo de tener un chivo expiatorio hace que su sentimiento de culpa sea menor–. ¿Tienes la más mínima idea de lo que has desencadenado? –no importa que ya conozca la respuesta a una gran parte de las preguntas. No importa que las respuestas le vayan a salpicar a ella– ¿Por qué tuviste que involucrar a Selish?

Detiene este ejercicio fútil, Porque ¿cómo culparla? ¿Cómo culpar a cualquiera de los dos cuando se limitaban a seguir sin saberlo los pasos de su mentora? ¿Cómo culparles si ella también cometió los mismos errores?

Ella les formó. Alimentó su ambición. Les alentó para que tomasen riesgos. Les inculcó que cualquier precio era aceptable en pos del conocimiento. El suyo ha sido un papel central dentro de este drama. Un papel que ha marcado el camino de cada uno de los afectados por él.

–¿Hasta dónde se extienden tus errores esta vez, Inari? –con cada nueva reflexión surgen nuevas preguntas– ¿En qué más te has equivocado? –no es capaz de cerrar los ojos sin que su imaginario se llene de imágenes que no desea ver– ¿Hasta quién les ha llevado Daina? –sin que los escenarios que le son mostrados confirmen sus temores– ¿Arcanus o Rogani?

Los escenarios comienzan a volverse más detallados. Contempla los rostros de ambos deformados por el odio. La miran y sonríen mientras ejecutan su venganza sobre lo que más le importa. Mientras los desmontan elemento a elemento y observan sus reacciones.

–¡Basta! –nada de esto tiene sentido. Las imágenes que se forman en su mente no tienen ningún tipo de base. Esos monstruos no se parecen en nada a las personas con las que trabajó.

No sabe nada. Solo tiene dudas y sospechas vagas. Temores que, en su gran mayoría, pueden ser infundados. Lo único que sabe a ciencia cierta es que la investigación de Selish se habrían iniciado a petición de Daina. Que lo que le pidió está relacionada de alguna manera con las investigaciones de Arcanus. Que la obsesión de Rogani con él continúa viva. Que se sirvió de esta obsesión para dejarse usar como peón en otro de sus juegos.

–Siempre has sido muy lista, pero no tanto como tú te crees. Demasiado soberbia como para reconocer cuándo hay algo que te supera –no sabe si este pensamiento va destinado a Daina o a ella misma–. Siempre me has recordado a… a alguien –sonríe para sí misma ante lo irónico de este pensamiento.

Siempre quiso ver en Daina una versión joven de ella misma. Como alguien a moldear. Una herramienta a través de la que corregir sus propios errores. Como un proyecto personal. Pero el proyecto no funcionó. La abandonó para buscar su propio camino. Una ruta que ha terminado llevándole hasta lugares que Inari ya visitó. Una que le ha llevado a cometer errores similares a los suyos. A terminar juntándose con la gente de la que tanto le costó desligarse.

Hoy su fracaso como tutora resulta doble. Le ha costado mucho más que una mente prometedora. Le ha arrebatado todo lo que le quedaba.

Quizás no sepa lo que ha pasado, pero ninguno de los escenarios que imagina le ofrece esperanzas. Después de hablar con su antigua pupila no le cabe duda de que Arcanus está en algún punto de la ciudad o sus inmediaciones. Duda que haya venido a por lo que es parcialmente suyo. Duda incluso de que sepa cuál es el estado actual del experimento. En su despedida quedó claro que no le interesaba nada de lo que pudiese salir de él. Sus palabras fueron tan secas e inexpresivas como él. Un adiós aséptico y carente de emoción. No dejó que se mostrase en su rostro la decepción o la ira que a buen seguro sentía. La traición que debió suponer que Inari utilizase su ADN sin permiso. Que con con la materia resultante de alterar aquel extracto fecundase uno de sus óvulos.
No se quedó para ver cómo finalizaba el proyecto. No llegó a conocer a Sersby y Lexa. Duda que sea él quien los ha hecho desaparecer. Ha vuelto para estudiar uno de sus malditos eventos anómalos, de eso no le cabe duda. Esto es todo cuanto tiene cabida en su mente obtusa. Nunca le pareció alguien vengativo. Aun así, duda. El tiempo, sin importar la manera en la que afecta a cada individuo, termina cambiándonos a todos.

Rogani, por otro lado…
Es un manipulador amoral. Un ser despreciable. El culpable de todo lo malo que le ha pasado.
Él la llevó a ella hasta Arcanus. Él la ayudó a estabilizar a Lexa y Sersby. El ha sido el desencadenante de esta situación.

–Ojalá fuese tan sencillo –está volviendo a las medias verdades. A minimizar su parte de culpa–. No te obligó a hacer nada.

De la misma manera en la que nunca fue capaz de leer sus intenciones, tampoco ha llegado a saber nunca cuál es su propósito. A su vez, ella siempre fue un libro abierto ante sus ojos. Supo leerla con facilidad. Era consciente de lo que buscaba antes de que sus vidas se cruzasen, y encauzó su camino en esa dirección desde el primer momento.

–Idiota. Te dio justo lo que querías –quizás sea un ser amoral, pero nunca le mintió–. Te proporcionó los medios para hacer lo que nunca habrías sido capaz de hacer tu sola –nunca le prometió nada que luego no cumpliese–. Te dio a Sersby y a Lexa.

Y ahora ya no están. Los ha perdido. Lo ha perdido todo.

–––––––––––––––––––

El inicio del día le permite afrontar su problema con una nueva luz. El sueño no ha sido todo lo reparador que debería, pero ha servido para aligerar su carga y atemperar su mente. Vuelve a ser la persona en quien quiere reconocerse. Alguien con la entereza necesaria para sobreponerse a sus miedos. Una científica capaz de no sacar conclusiones sin haber recopilado antes todos los datos.

Revisa la consola de comunicaciones. No hay ninguna señal de Sersby. Ninguna señal de Lexa. Ninguna señal de las autoridades. Trata de comunicar con Daina pero tampoco tiene éxito en esta labor.

–Siempre fuiste lista ¿por qué te costó tanto hacerme caso? –quiere creer que esta vez ha atendido a sus consejos. Que se ha ido y trata de mantener un perfil bajo–. Ojalá no hubieses sido tan ambiciosa –una vez más vuelve a ver en ella un reflejo de sí misma. Ese brillo que le granjeó su aprecio.

Sentada en su despacho los problemas de diario le resultan irrelevantes. La espera lo inunda todo. Hace la lucha de sus temores para llegar hasta el primer plano de su mente se intensifique. Que afloren nuevas dudas. Nuevos pensamientos de todo tipo que necesita racionalizar, apaciguar o reconducir. Sus esfuerzos se centran en identificar las voces de su discurso interno. En gestionarlas y realizar un silenciado selectivo. En dar prioridad a aquellas que se centran en cuestiones formales.

Porque hay más problemas en su vida. Nimiedades como la posibilidad de haber puesto en peligro su posición en la empresa. En otro momento podría haberle preocupado cuánto ha descubierto Lexa de sus indiscreciones, o a quién se lo ha comunicado. Podría haber llegado a preocuparle cuánto de lo que salga a la luz de las irregularidades de Selish podría afectarle. Asuntos que a día de hoy le resultan del todo irrelevantes.

Se limita a seguir los trámites a través de los canales adecuados. A retomar su investigación y formar a su nueva ayudante tras la pérdida del anterior. A revisar los avances de su antiguo pupilo.

–¿Qué voy a encontrar entre tus notas, Selish? –no hay tristeza en este pensamiento. Tampoco hay sensación de pérdida. Era un joven brillante y a nadie parece haberle afectado su muerte. Este pensamiento le golpea de forma inesperada–. ¿Qué dice del mundo en el que vivo? –esta pregunta genera una nueva grieta en su máscara– ¿Qué dice esto de mí? ¿En qué me he convertido?.

Trata de hacer que la reflexión no pase de ese punto, pero ha perdido por completo el control sobre el flujo de pensamientos. Estos siguen su curso y ella se convierte en su prisionera. En alguien que ni puede hacer nada para impedir que lleguen hasta su conclusión inevitable.

No sabe si Selish tenía familia. No sabe si nadie le echará de menos. Lleva años conviviendo con él a diario y, una vez que ya no está, la persona con quien compartía una gran parte de su tiempo se le descubre como un enigma. Ha pasado de ser un elemento accesorio para sus intereses a convertirse de pronto en… una persona.

–De no ser por cómo ha afectado su pérdida a mis intereses jamás habría sido capaz de llegar hasta algo tan obvio –trata de sentir alguna emoción asociada a este descubrimiento pero, para su horror, lo único que encuentra es un gran vacío. Selish o su destino continúan sin importarle–. ¿Cuándo me he convertido en esto? –quizás tendría que haber hablado con él en lugar de investigarle no se encontraría en esta situación. Quizás tendría que haber tratado mejor a Daina para evitar que se fuese. Quizás debería haber valorado sus logros. Quizás no debería haberla tratado como un mero engranaje más de su maquinaria. Quizás no tendría que haberles ocultado la información a Lexa y Sersby. Quizás todo esto sea culpa suya.

La autoimagen que ha tratado de mantener desde su última gran pérdida salta en pedazos. Se siente decepcionada consigo misma mientras la congoja llega hasta su garganta y ojos. Trata de buscar las respuestas que le han ayudado en otras ocasiones, pero ahora se le hacen vacías. Retórica barata para justificar un egoísmo camuflado. Máscaras bajo las que ha pretendido camuflar la incomprensión y ausencia de empatía.

–Es posible que Sersby y Lexa estén muertos –este pensamiento tantas veces repetido le golpea ahora como nada antes lo ha hecho–. Mis hijos pueden haber muerto.

La historia se repite una vez más. Se repite y ella sigue sin encontrarse preparada para afrontarla. Quizás no haya gestado a Lexa y Sersby en su interior, pero la sensación de pérdida que la invade es igual de poderosa. Sus sentidos comienzan a verse inundados por las imágenes y sonidos del pasado. Rostros desdibujados y voces difusas ligadas a momentos imborrables. Sensaciones que no por remotas le parecen menos reales.
Los recuerdos y el dolor amenazan con consumir toda su personalidad. Con arrastrarla de nuevo hasta lugares de los que creía haber sido capaz de huir para siempre. Necesita algo a lo que aferrarse para evitar la caída. Un segundo de sosiego para comenzar a reconstruirse.

Mira las simulaciones que tiene en curso dentro de sus proyectos, pero ninguna se encuentra cerca de finalizar. Bucea también que los resultados temporales, pero estos tampoco muestran nada especialmente significativo. Dirige su atención hacia sus comunicaciones personales. No hay llamadas desatendidas y tampoco aparece ninguna entre las bloqueadas.

Necesita hacer algo. Centrar su atención en algo tangible. Regresa hasta las simulaciones que introdujo Selish en el sistema. Quizás ni los datos ni los resultados le digan nada, pero puede adoptar un acercamiento diferente. Cambia la visualización de los datos centrándose en los códigos de tiempo. En el momento en el que fue introducido cada uno de los símbolos. En cuánto tiempo dedicó su autor a verificar que había añadido los valor exactos. En asegurarse de que había generado la expresión exacta para responder a las preguntas que estaba formulando.

Dos bloques concretos llaman su atención. El tiempo que les ha dedicado es con mucho superior al de todo lo que les rodea. Quería asegurarse de que cada palabra, cada glifo y cada marca eran correctos antes de continuar. Posiblemente los revisase una y otra vez antes de seguir hacia el siguiente.
Busca esos símbolos en las bases de datos científicas sin éxito. El conjunto como tal no aparece reproducido en ningún otro lado, y los símbolos por separado no parecen tener un significado propio.
Todo esto es una pérdida, a menos que…

–Elesha –abre un canal de comunicación con la sustituta de Selish– por favor, ¿podrías revisar estos datos y acudir a mi despacho después de hacerlo?
–Voy ahora mismo –la joven parece nerviosa, aunque quizás sea excitación–. Perdón, no me había quedado con la última parte –apenas lleva unos días bajo su mando y aún no sabe muy bien qué esperar de ella, pero–. Da igual, voy igualmente y lo miro por el camino –parece que habla más para sí misma que para Inari.

–¿Permiso? –Elesha no tarda en llegar. En su voz casi puede detectar una leve falta de aliento debido a las prisas.
–Por supuesto –su ímpetu le resulta refrescante–. Adelante.
–No sé muy bien que querías que mirase de todo esto –ni siquiera le mira mientras habla, sino que sus ojos se dedican a recorrer la proyección de los datos–. ¿Es de alguno de mis proyectos?. No sabía que hacíamos este tipo de pruebas aquí, aunque...
–Quizás he sido un poco vaga en mi petición, disculpa –le interrumpe para tratar de controlar una verborrea que parece a punto de desbocarse–. Son simulaciones de tu predecesor, pero no soy capaz de ubicarlas en ninguno de sus proyectos. Aunque llevas poco tiempo, esperaba que pudieses ayudarme a centrarlo.
–Yo diría que esto es matemática ixeliana, aunque no soy ninguna experta en el asunto.
–Me temo que sé menos que tú a ese respecto.
–Física de Ixelos. Ecuaciones sobre las macro–estructuras planares y cosas de ese estilo.
–¿Podrías tratar de traducción lo que acabas de decir a un lenguaje que pueda comprender? –trata de calmarse y mantener la compostura. Hablar con un físico siempre le ha resultado algo complicado–. Ninguno de los términos que acabas de utilizar me ayudan a entender de qué me estás hablando.
–Uf. Esto es un poco complicado hasta para un axiofísico. ¿Conoce algo del Paradigma de Nambda?
–Me temo que sigo sin tener la menor idea de lo que me hablas.
–Vaya. Esa era la parte más asequible. Veamos –activa la pantalla de una de las paredes y comienza a dibujar– Supongamos que el universo es una esfera.
–¿En serio? –Inari no puede evitar soltar una carcajada. Algo de lo que ya no creía ser capaz. Ayer le habría enfadada por la falta de contención que demuestra su subalterna, pero ahora agradece esa espontaneidad– ¿Vas a usar el tropo de los animales esféricos?
–Sí, como en el chiste –Elesha le devuelve una sonrisa sincera y chispeante. Una que muestra una cercanía que no se corresponde a la relación que han tenido hasta el momento. Algo que, en otra situación, podría haber interpretado como una falta de respeto, pero que hoy le ofrece un entretenimiento al que aferrarse–. Supongo que sí que hay algo de verdad en lo que dicen de los físicos.
–Disculpa. Continúa.
–Bien. Si nos centramos en modelo teórico clásico, el universo se encuentra formado por la interacción de un gran número de fuerzas –comienza a dibujar varias esferas de distintos tamaños que se solapan entre sí–. Se podría decir que la posición de nuestro universo se hallaría ubicada dentro del área de efecto de estas, en el punto central en el que todas ellas entrarían en contacto. Bueno, en realidad no sería el centro, pero...
–Sí, sí. Conozco ese modelo.
–Esta sería una aproximación básica. Algo que, si bien es un acuerdo de mínimos, sería válido para la práctica totalidad de los distintos campos de estudio relacionados con la física. Si somos capaces de desglosar estas fuerzas primarias, medirlas y averiguar en qué medida nos afecta cada una de ellas, somos capaces de “entender” el universo. De predecir cómo se va a comportar, ya que siempre lo hace de acuerdo a un conjunto de “reglas fijas”. Ahora, supongamos que estas fuerzas no fuesen algo estático. Que, ciñéndonos a este modelo, esas esferas rotasen sobre sí mismas. Eso añadiría un nuevo factor al análisis y comprensión de las reglas que rigen al universo. En realidad varios, porque la velocidad de… giro. En realidad no sería un giro porque no tienen porqué ser esferas, pero ya me entiendes, es por simplificar. La velocidad a la que rota, se mueve o interactúa cada fuerza puede ser diferente. Este vendría a ser, a grandes rasgos, el Paradigma de Nambda.
–¿No forma parte esto del “Corpus Arcano”?
–… sí. Se podría decir que sí. A fin de cuentas casi toda la axiofísica bebe de los teoremas y modelos de Arcanus. Pero su teoría del solapamiento y la fricción es algo más complejo que todo esto.
–Lo siento, no pretendía interrumpirte.
–No te preocupes –mientras trata de recuperar el hilo de su discurso sus ojos se iluminan súbitamente–. Perdone, pero se me acaba de pasar por la cabeza y, si no lo pregunto ahora, va a estar dando vueltas ahí hasta que lo suelte –a pesar del cambio en su manera de referirse a ella a mitad de frase, su expresión no pierde en cercanía, calidez y candidez–. ¿Usted llegó a conocer a Arcanus?

La pregunta no le pilla de improviso. A fin de cuentas, Iorum es el casi el santo patrón de los físicos. El padre de la axiofísica. La razón por la que en algunos círculos académicos este campo de estudio es denominado también como “Ciencia Arcana”. Aun así, saber esto no evita que esta conversación no le resulte siempre una molestia. Sabía que llegaría antes o después, pero le habría gustado que eligiese otro momento.

–No. No llegamos a coincidir nunca –miente como siempre hace, y Elesha no puede ocultar la decepción en su rostro–. Por supuesto, hubo un tiempo en el que era casi imposible que su nombre no surgiese nunca en el mundo académico, pero nunca me interesó su obra. Estábamos demasiado alejados ya fuese en nuestras áreas de interés o en lo geográfico.

–Sin embargo en varias de sus investigaciones se están tratando de aplicar algunos de los teoremas derivados de su trabajo. Vamos… esa es la razón por la que estoy aquí…

–Por supuesto. No pretendo negar su importancia histórica. Quizás sea vieja, pero esto no implica que haya dejado de aprender. En su día no fui capaz de ver el potencial de lo que teorizaba –decide cambiar un poco el relato para zanjas la conversación–. Aun así,tampoco voy a negar que durante aquellos días sí que llegué a sentir curiosidad acerca de algunas de las cosas que se decían de él –añadir un poco de verdad nunca hace daño a la historia–. He de reconocer que, antes de su desaparición, su longevidad resultaba algo altamente anómalo y, por qué no decirlo, interesante –una característica de la que no fue consciente hasta que Rogani se lo hizo saber mucho después de su “desaparición”. Hasta que la utilizó para hacer que sus caminos se cruzasen.

–Perdona. Espero no haber sido muy impertinente. Es que me cuesta hacerme a la idea de que trabajo para alguien que estaba viva hace un milenio.
–Si solo fuese un milenio –sonríe de nuevo e intenta mantener el tono distendido para tranquilizar a su ayudante–. No hace falta que te disculpes. Por favor, continúa.
–Sí, sí. ¿Dónde estábamos? Perdona… Ah, sí, Ixelos. Vale, mmm. Tenemos un montón de elementos externos en movimiento constante. Fuerzas cuyas colisiones e interacciones darían como resultado cosas como la gravedad, el magnetismo, la luz, el tiempo o el flujo de vajda. O igual estos elementos son realmente las fuerzas a las que nos referimos. Hay bastante división a ese respecto. A fin de cuentas no dejan de ser palabras que nos hemos inventado. Meras traslaciones, descripciones, acotaciones e intentos por llevar hasta el lenguaje ciertas abstracciones que nada tienen que ver con él.
–Sí, sí. Te sigo.
–Perdón, esto me suele pasar a menudo. ¿Dónde estaba?. Sí. Ahora, supongamos que, estas fuerzas, no solo no están inmóviles, sino que tampoco son uniformes en toda su… extensión. Mmmm, no, “extensión” no sería la palabra, pero no se me ocurre nada mejor. En fin. ¿Qué pasaría cuando entran en contacto las partes... “anómalas” de sus estructuras?.
–Me cuesta un poco seguirte.
–Lo siento. Todo esto es muy teórico y voy a necesitar ir un poco más allá. Supongamos que, no solo se mueven sobre sus… “propios ejes” sino que, además de todo esto, todas estas fuerzas existen y se mueven dentro de una “macro estructura”. En algo mayor que ellas. No solo eso, supongamos que, dentro de esa macro estructura, existen también otras fuerzas con las que nuestro universo no está, o al menos no está siempre, en contacto. ¿Cómo podríamos llegar a saber de ellas? ¿Cómo podemos llegar a medir el impacto de lo que… “no está ahí”?
–Obviamente, no podríamos.
–Bueno, eso no es totalmente cierto. Porque “no está” ahora pero, hipotéticamente, de ser válido este modelo, en algún momento en el tiempo sí que ha podido coincidir con nosotros. Pues, bien, este es el Paradigma de Ixelos.
–Pero esto no tiene mucho sentido –recuerda haber tenido discusiones similares con Arcanus. Debates en los que terminaba con las ideas aún menos claras que cuando empezaron, pero no puede evitar el buscar un mínimo de racionalidad detrás de estas afirmaciones–, ya no están… No tenemos manera de saber qué partes de nuestro universo vienen de ahí, y cuáles “siempre han estado”.
–Cierto, o quizás nunca lo han estado. Pero centrémonos en aquellas que sí han estrado en contacto con nosotros. De poder encontrar el momento y lugar en el que se ha producido una de estos contactos, una de estas anomalías, un “solapamiento”, de nuevo, hipotéticamente hablando, se podría tratar de “tirar del hilo” de este contacto. A partir de las consecuencias de alguno de estos solapamientos, se podría tratar de reproducir la cadena de eventos y movimientos que han llevado hasta él. De ir recorriendo el camino inverso hasta llegar al origen.
–Entonces… ¿qué pregunta trataban de responder estas ecuaciones? –trata de llevar la conversación hasta lo que la originado– ¿Qué pretendía Selish con ellas?
–No lo sé… –ahora es Inari quien no puede ocultar su decepción–. Eso es lo que me ha parecido. Tampoco estoy muy puesta en las teorías de Ixelos más allá del temario básico de la carrera. Pero sí, algunos de los símbolos cuadran y la estructura de las ecuaciones se da un aire a su pseudocódigo. Lo que no sabía era que existiese un lenguaje de programación para plasmarlas y procesarlas. No creía que se tratarse de un paradigma tan popular como para que alguien haya creado un compilador para cualquier sistema. Mucho menos para uno tan específico como el que tenemos aquí. Aunque, claro, tiene sen…
–Muchas gracias, Elesha –opta por detenerla antes de que vuelva a divagar. Puede que la charla le haya aportado un breve momento de levedad, pero no puede evitar la sensación de que esto ha sido una mera distracción. Que nada de lo que acaba de aprender le va a servir a la hora de dar con el paradero de… los desaparecidos–. Por lo que me comentas, nada parece indicar que esto pueda pertenecer a algún proyecto de la empresa. Quizás se trate de algo personal. Lo que no sé es la razón por la qué puede haber aparecido dentro de los trabajos que tenía bajo mi supervisión.
–No lo sé. Aún me estoy poniendo al día, pero no veo que encaje con nada de lo que he visto hasta este momento.
–Por favor, regresa a tus proyectos –no tiene sentido alargar esto durante más tiempo–. No quiero hacerte perder más tiempo.

De nuevo a solas, casi de manera mecánica, comienza a revisar una vez más los escasos datos de los que dispone.
–¿En qué estabas pensando? –la recriminación no tarda en llegar– ¿Quién te crees que eres? –solo es una mujer de ciencia– ¿Qué esperabas conseguir? –alguien dedicado a búscar genomas y cadenas de ADN, no en personas desaparecidas.

Puede haber superado los tres milenios de vida pero, en lo tocante a este asunto, no deja de ser un cero a la izquierda. Se ha dedicado a especular para no sentirse totalmente impotente, pero no hay nada que soporte sus hipótesis.

–¿Tienen alguna base mis sospechas acerca de Rogani o Arcanus? –no. No tiene nada basando en la evidencia. Ni siquiera sabe si las investigaciones de Selish y Daina están relacionadas con las desaparición que le afligen. La duda se hace cada vez más fuerte. Lo inunda todo, pero se resiste a abandonar –¿Debería informar a las autoridades de mis sospechas? –se da cuenta de lo ridículo de este pensamiento. Quizás tenga razón en sus sospechas, pero proferir ese tipo de acusaciones solo serviría para que la tomasen por loca– Seguro que se apañan perfectamente sin necesidad de que les interrumpa.

El resto de su jornada laboral transcurre en un estado casi onírico. Su cuerpo está en las instalaciones de la empresa pero su mente permanece en otro lugar. Es consciente de las reuniones, de las caras de extrañeza ante su comportamiento y de los datos que le son presentados, pero nada de esto queda grabado en su memoria a largo plazo.

Finalmente llega a casa y realiza las tareas diarias también de forma automática. Ha logrado acallar sus pensamientos intrusivos durante horas, pero sabe que esto no durará. Que no va a ser capaz de mantener ese ruido blanco en su mente durante mucho más tiempo. Necesita algo sobre lo que centrar su atención. Una distracción que espera poder encontrar en la consola de comunicaciones, pero se equivoca. Nadie ha tratado de ponerse en contacto con ella.

Mientras el debate interno comienza a resurgir, decide ser ella quien mueva ficha. En el registro de conexiones permanecen los identificadores de quienes se pusieron en contacto con ella. Las tres llamadas de ayer continúan siendo las primeras que aparecen en el registro. Esta vez sera ella quien se ponga en contacto con las autoridades. No espera obtener una respuesta a sus preguntas pero, como mínimo, confía en que esto le permita alcanzar un estado en el que pueda dormir. La sensación de haber hecho lo que está en su mano.

–Lamento comunicarle que no dispongo de información relevante a cerca de su caso –en las dos primeras conexiones es recibida por una IA automática. Muy probablemente haya sido redirigida al mismo lugar en ambas intentonas. Pero la tercera llamada es distinta. Al otro lado encuentra un interlocutor humano. La respuesta es la misma, pero hay algo en el tinte de voz que le lleva a presionarla.
–Es probable que nuestra apreciación de lo que es relevante difiera –hay algo en la expresión de la agente que le dice que miente. No se trata únicamente de la manera en la que trata de evitar su mirada, sino de algo más. Una sensación a la que se aferra desesperadamente–. Solo quiero saber si se ha producido algún avance. No me importa lo ínfimo que sea. Necesito saber que este no va a ser otro caso no resuelto.
–Cuando dispongamos de información contrastada nos pondremos en contacto con usted –una vez más es capaz de detectarlo. Hay una cierta vacilación en su voz. Una incomodidad que casi parece capaz de recorrer la distancia física que las separa.
–¡¿Me está diciendo que no tienen nada?! –decide probar suerte una vez más y recurre a la ira– ¿Que mi hija puede estar agonizando y nadie va a mover un dedo? –una ira en la que le cuesta poco sumergirse– ¿Que ha desaparecido una agente gubernamental y que no se ha creado un equipo especial para investigar el caso?
–Señora, por favor, cálmese. Estamos...
–¡No me pida que me calme! –finalmente explota dejando salir toda la rabia y el miedo que ha estado conteniendo durante estos dos días–. ¡No se atreva a decirme que están haciendo todo lo que está en su mano! –ya no se trata de una herramienta de presión. Ya no queda espacio en su mente para estrategias–. ¡No me trate como a una estúpida!.
–Aún no sabemos…
–¡No me diga lo que no sabe, dígame lo que sí que han descubierto! –en su mirada hay mucho más que ira. Mucho más que dolor. Más allá de la rabia pura que apenas logra evitar que se escapen las lágrimas también hay una súplica.
–Lo siento mucho, señora, pero no puedo hacer más.

Su interlocutora cierra el canal dejando a Inari temblando. Se encuentra cerca del colapso. El estado emocional que ha permitido que se libere se niega a abandonarla. Permanece ahí, de pie e inmóvil, inhabilitada de tomar cualquier decisión. Su mente no se ve capaz de traer hasta ella otro momento en el que no se haya sentido así. No es capaz de determinar cuánto tiempo ha permanecido en esta situación antes de que el sistema le saque de este trance. Se ha producido una conexión. Un envío desde un origen anónimo. Trata de averiguar la identidad o ubicación de su origen, pero el remitente ha ocultado cualquier indicio que ella sea capaz de rastrear. El canal ya no existe por lo que no puede devolver la llamada. Junto al envío solo hay una nota: “Lo siento. Lo siento enormemente. Por favor, no lo vea ahora. Las imágenes no son agradables, pero creo que necesita saberlo”.

Sabe que es un error, pero esto no le impide proceder. La persona que le ha enviado esto tiene razón, necesita saberlo. Su voz tiembla mientras pide al sistema que reproduzca el envío.

Ante ella se muestra una calle cualquiera. Una escena embebida dentro de un marco. Una de la multitud de señales que tiene a su disposición. Esa misma escena ha sido grabada por cerca de un centenar de cámaras que barren gran parte del espectro electromagnético.

No conoce esta ubicación. Tal y como se le muestra, no sabe si se encuentra en esta ciudad o en cualquier otra. Procediendo desde la esquina inferior izquierda de la proyección aparece una figura. Aún no tiene las dimensiones necesarias como para poder identificarla, pero camina claramente con dificultad. Una extraña imperfección en la imagen va acompañado su trayecto. Hasta que no alcanza una posición cercana al del centro de la proyección no es capaz de ver que carga con algo.

Esta amasijo de formas da la espaldas a la cámara. Antes de llegar a las coordenadas centrales, la figura se detiene y parece dejar caer algo con mucho cuidado. Con una mezcla de urgencia, dolor y ternura.

–Pausa y amplía la zona entre las cuadrículas cuatro y cinco –A esta distancia apenas puede ver ningún detalle de lo que está teniendo lugar–. Cámara tres.

La imagen se centra alrededor de la única persona que parece haber en la calle. Lexa parece agitada. Su rostro expresa diferentes clases de dolor. También es capaz de leer en sus facciones el nerviosismo que ha detectado antes. Una sensación reforzada por su lenguaje corporal. Está asustada e indecisa. Nunca la ha visto en este estado.
Centra su atención en lo que ha dejado. No tiene duda de lo que va a encontrar ahí, pero necesita confirmarlo. Toma el control manual del foco para sortear la silueta de Lexa. Para ver el cuerpo de Sersby tendido en el suelo.

La escena continúa pausada y duda. Sabe que continuar con la reproducción no le hará ningún bien. Que lo único que logrará será más dolor. Pero le puede el deseo de estar equivocada. Hay algo casi irreal en la escena. Verlo a través del proyector lo hace más fácil. Las fluctuaciones en la imagen le dan un aire de ficción. Algo a lo que poder aferrarse si sus temores se ven confirmados. Aun así, la decisión de volver a mirar a las imágenes se le hace muy dura.

Necesita recuperar a su otro yo antes de retomar el visionado. Convertirse en ese personaje que no contempla a dos seres vivos. Convencerse de que ahí no hay nadie que le importe. Que ante ella solo tiene a los sujetos de un experimento.

Busca una manera de modificar la señal que le está siendo mostrada. Las grabaciones que le han proporcionado disponen de una gran cantidad de orígenes distintos. Espectrografías de un gran número de longitudes de onda. De fuentes que pueden ser descompuestas. Puede jugar con los espectros lumínicos para que le oculten lo que no desea ver. No quiere tener ante ella a personas sino masas de color. Datos. No desea contemplar sus rostros.

Juega con los controles hasta que todo se vuelve abstracto. La información que aparece ante Inari no tiene sentido. Los indicadores de la temperatura corporal de Sersby está totalmente disparados. No corresponden a los de una persona muerta o a alguien cuyas funciones vitales se estén apagando… pero tampoco muestran los datos de nadie que pueda estar vivo. No al menos si esa persona es alguien humano. Pero sus hijos no son completamente humanos.

La mezcla del material genérico de una inmortal con el de Arcanus dio como resultado a algo anómalo. A algo que, al igual que sucedía con el ADN de Arcanus, no encajaba con la definición que “humano”. A algo que Inari no se había cruzado a lo largo de su existencia. Lo que le muestra la grabación no se asemeja en nada a lo que conoce. No se parece en nada a las dos criaturas cuyos primeros años de existencia fueron un infierno. A los seres que en primera instancia, fascinaron tanto a Inari como a Rogani. Aquellas para las que diseñaron los cientos de terapias genéticas que fueron necesitando para su supervivencia. Conoce sus patrones energéticos. La manera en la que están trenzadas sus secuencias genéticas. Pasó décadas refactorizándolas. Convirtiéndolas en algo capaz de existir más allá del laboratorio. Realizando constantes pruebas de estrés antes de permitirles salir al mundo.

Conoce sus umbrales de respuesta a miles de frecuencias. La manera en la que sus partículas reflectan o se entrelazan con cientos de longitudes de honda. Pero estos valores no se corresponden a nada que haya visto con anterioridad. Aun así, nada de eso importa.

–Está vivo –esta es la única conclusión que es capaz de sacar de lo que está viendo. Sabe que este pensamiento se debe más al deseo que una afirmación basada en la evidencia–. Parece haber actividad cerebral –de nuevo se encuentra aferrándose a un clavo ardiendo–. Si consigo llegar hasta él podré curarle.

Reanuda la reproducción. Lo hace sabiendo que que ha fracasado en el propósito con el la ha decidido afrontar esta prueba. Su parte analítica está comprometida. Vuelve a ser la madre, no la científica.

La lecturas de los patrones de calor que ve en el cuerpo de Lexa tampoco coinciden con nada que conozca. Su temperatura no deja de crecer haciendo que su silueta destaque por encima de todo lo que la rodea. Quizás no haya alcanzado los niveles de Sersby, pero sí que están muy por encima de los que se corresponden a un cuerpo sano.
Su distribución no es uniforme y el foco de este calor se encuentra situado en la mitad superior de su cráneo. Se pregunta si la desorientación y el miedo que veía antes en su rostro se debe a esto. Formula teorías que no puede validar. Si los valores que puede ver son correctos, tendría que estar inconsciente. La fiebre ni siquiera le permitiría estar erguida y tendría que estar sudando ostensiblemente. Hay algo más. Algo que se le escapa.

–¡Vusarch! –la voz de su hija le devuelve hasta la realidad de la escena– ¡necesito transporte urgente ya! –la temperatura de su cuerpo no deja de crecer con cada palabra que pronuncia–. Esto no va a terminar así, esto no va a terminar así. Piensa, piensa.

Continúa habiendo algo en la escena que no termina de encajar. Una pieza que provoca que se active un resorte de su visión. Un defecto en la imagen que no parece afectar a una única cámara que ha grabado la escena. Se lo ha parecido ver en plano general, pero entonces ha achacado este falló a su estado de tensión. No se trata de algo que afecte a la escena en su conjunto sino que está centrado en la figura de sus hijos. Una imperfección que también se encuentra presente en la capa térmica. No es capaz de detectar nada anómalo a simple vista pero, en ciertos momentos, el refresco de cada nuevo fotograma no parece uniforme.

Detiene de nuevo la reproducción y la hace avanzar paso a paso. Este efecto no se aprecia en cada uno de ellos, sino que surge de una manera en apariencia aleatoria.
Durante lo que le parecen horas hace que la grabación avance ajustándose a sus segmentos de tiempo más precisos. Lo hace hasta que, finalmente, cree haber dado con lo que buscaba. Hasta que la extrañeza en su visión queda localizada y corregida. Hasta una fracción de segundo en la que la silueta de sus hijos que le muestra la proyección aparece levemente distorsionada.
No es capaz de discernir si falta o sobra algo en la imagen. Tras eliminar el filtro térmico de la proyección la discrepancia continúa. No es hasta que decide realizar un rastreo por las distintas capaz que componen la imagen que detecta el error. En una de ellas sus hijos no aparecen. No sabe a qué parte del espectro lumínico, qué armónico o qué frecuencia de onda atiende esta capa, solo sabe que sus hijos han sido eliminados de ella.

–¿Qué me estáis ocultando? –su primera reacción es la de la sospecha– ¿Por qué borrarlos únicamente de un fotograma aleatorio. ¿Por qué no de todas las capas? ¿Por qué hacerlo en esos momentos precisos?

Centra su mirada en esa señal en concreto y hace retroceder la grabación. Dos microsegundos antes la información correspondiente a la silueta completa de sus hijos se le muestra. Veinte después vuelve a desaparecer ciertos segmentos. Setenta más adelante desaparecen por completo.

Tras llevar a todas las cámaras hasta esos segmento de tiempo y hace un rastreo por todas las frecuencias de onda que contienen. El flujo de información de las diferentes señales no es coherente. No sabe cuál es el propósito o tecnología utilizado en cada una de ellas, por lo que puede haber una razón simple detrás de estas discrepancias. Por otro lado, tampoco es capaz de interpretar todas señales que tiene a su disposición. De cualquier manera, hay un hecho inequívoco: en algunas de ellas, y en ciertos fotogramas, no se puede ver a sus hijos total o parcialmente.

Por otro lado, cuando llega ese momento, nada cambia a su alrededor. Su presencia se ve alterada o parpadea en estos canales, pero la ciudad permanece.

Su mente vuelve a funcionar a un ritmo acelerado, pero ninguna de las nuevas teorías que formula tiene sentido. No hay patrón, no hay nada que pueda resultar significativo. Nada puede ser tan concreto y específico como para actuar únicamente a un lapso de tiempo tan breve y una espectrométra tan acotada. Todo parece demasiado arbitrario como para formar parte de cualquier tipo de planificación.

Comienza a tener migrañas y sus ojos están irritados y exhaustos. El esfuerzo al que los está sometiendo es casi enfermizo. No sabe durante cuánto tiempo ha estado analizando el mismo segundo desde lo que parecen infinitos ángulos.

–¿Qué estás haciendo? –le basta con cerrar los ojos durante un momento para verse obligada a pensar acerca del propósitos real detrás de este impulso obsesivo–. Centrarte en los detalles no va hacer que el resultado final cambie –solo está tratando de retrasar lo inevitable.

Todo su cuerpo está agotado por la tensión de la espera. Nota sus manos, hombros y espalda agarrotadas por la posición que ha mantenido durante tanto rato. Mira el reloj y comprueba que han pasado más de diez horas desde que empezó. No tiene sentido retrasar esto durante más tiempo. Retrasando lo inevitable no cambiará nada. Lo que tiene ante ella no deja de ser el pasado.

Restaura los controles a sus valores originales y continúa sus labios se abren para dar la orden. Su estómago se encoje y las palabras no salen. Duda una vez más. Sigue buscando algo a lo que aferrarse, pero no encuentra nada.

–Continuar reproducción.

Contempla cómo la sensación de inquietud y urgencia desaparece del rostro de Lexa. Cómo adopta un rictus agónico similar al de su hermano. Cómo sus dientes parecen mellarse por la presión que ejercen unos sobre los otros. Cómo lucha. Cómo no parece rendirse ante lo que le está pasando.

Partes de su cuerpo comienzanan a verse borrosas. Parece como si algún tipo gas o radiación estuviese interfiriendo la cámara allí donde está ella.
Instantes después, partes de la ropa que cubre su hombro izquierdo se desintegra. Los restos que caen hasta el suelo provocan que este se disuelva. Aquellos que caen sobre el cuerpo de Sersby hacen que este también comience a descomponerse.
En las porciones de su cuerpo que han quedado descubiertas no se puede ver su piel. Lo único que es capaz de ver es una forma de onda fluctuante. Algo que no debería ser perceptible a simple vista. Que parece extenderse por su cuerpo. Que, durante un breve momento, hace que se expongan al aire sus músculos, nervios y huesos antes de consumirlos.

Lexa continúa viva, continúa consciente, continúa erguida, continúa luchando, pero no puede evitar que un grito agónico salga de su interior. Un grito cuya frecuencia se ve afectada cuando lo que se propaga por su ser alcanza a uno de sus pulmones. Un sonido que perfora los oídos de Inari.

De forma súbita, toda la estructura de sus hijos se ve comprometida. Se han vuelto molecularmente inestable. Una imagen que no le es nueva. Que aún le persigue en sus pesadillas de los tiempos en los que se vio forzada a someterles a dolorosas terapias genéticas.
Acto seguido, una nueva firma energética se solapa sobre sus cuerpos y estos se colapsan. Desaparecen como si nunca hubiesen estado ahí. El único recuerdo que queda de ellos son los restos y marcas de su descomposición.

Inari no es capaz de apartar la mirada en ningún momento. Se encuentra congelada buscando una manera de racionalizar lo que tiene ante ella, pero fracasa. Su mente no es capaz de formar ningún pensamiento coherente. Su cuerpo no puede llevar a cabo otra acción que no sea emitir un gemido agónico de negación y locura. Las lágrimas arden en sus pupilas. El grito de dolor no es capaz de abandonar garganta.

IV - Peón

IV - Peón

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
Busca desesperadamente a su alrededor algo a lo que aferrarse pero fracasa. Ya no quedan más espacios a los que intentar huir. En los que tratar de no-estar. No es capaz de ubicarse en la habitación y apenas es consciente del lugar en el que se encuentra, pero no no parece entrar en conflicto con su estado de hiperconsciencia.

Sus sentidos son bombardeados por infinidad de estímulos. Es consciente de todo sin necesidad de moverse. Si necesidad de prestar atención a sus sentidos conoce la posición de cada molécula de su cuerpo así como la naturaleza y composición de cada uno de los partículas que la atraviesan o rebotan contra él. Puede trazar la ruta que siguen los impulsos que provocan cada espasmo ventricular y auricular. La distancia que recorre cada contracción y expansión de su diafragma. Las reacciones químicas que tienen lugar a lo largo de todo su cuerpo. La información que viaja a través de su sistema nervioso. La carga eléctrica de cada una de sus sinapsis.

Es consciente de todo esto al mismo tiempo que percibe la manera en la que las constelaciones interactúan y su posición dentro de las esferas que componen la realidad. Mientras arde junto a cada sol que nace en el otro extremo del universo y mueren junto aquellos que se consumen y se transforman en agujeros negros. No importa que su mirada permanezca fija en un mismo lugar. No puede evitar verlo todo. Sentir cómo encaja cada una de esas piezas que conforman la maquinaria cósmica. Percibir cómo él la mira desde cada uno de los rincones de la existencia.

No puede dejar de analizar lo que le sucede pero, al mismo tiempo, una parte de su ser le dice que todo esto es irrelevante. Que no hay nada que analizar. No debería ser capaz de ver lo que está viendo. No debería tener la capacidad de sentir lo que está sintiendo. Estas experiencias son antagónicas para todo lo que siempre ha creído saber. No tienen cabida dentro de un escenario “real”. Pero nada de esto importa, porque los impulsos que llegan hasta su mente le dicen que está ahí. Se muere y esto es algo independiente de cualquier conclusión que pueda llegar a obtener. Se muere y esta es una verdad que se encuentra por encima de cualquier lección que pudiese llegar a aprender de esta experiencia. Se muere, y eso está bien. Lo sabe sin ningún género de dudas. En el fondo desea que llegue el momento. El instante en el que logre escapar del dolor. En el que alcance finalmente la paz. Se encuentra atrapada en una contradicción. En una batalla entre los restos vestigiales de su racionalidad, la desesperación y la culpa. Todas luchan por hacerse con el control. Ninguna está dispuesta a abandonarla. Se niegan a poner fin a su castigo. Porque no se muere sino que algo la está matando. Algo que ella ha ayudado a traer hasta este mundo.

Ni su cuerpo ni su mente son capaces de soportar este castigo durante más tiempo, pero esto no le impide sobrevivir. Está agotada. Física y psicológicamente exhausta. En un estado de tensión que no debería ser capaz de mantener. Cada partícula de su ser es sometida a fuerzas que tiran en direcciones opuestas. El mismo concepto del tiempo comienza a carecer de sentido. Por más que ese “algo” en su interior le dice que debe seguir, que no debe rendirse, el resto de su ser no es capaz de responder a este impulso. No deja de preguntarse ¿para qué? ¿Cuántas veces lo has intentado ya? ¿Cuántos maneras diferentes de afrontar este problema has tratado de adoptar? ¿Cuántas veces ha fracasado?

–No puedes luchar –no sabe si es ella quien ha puesto estas palabras en su mente–. No puedes escapar.

El ciclo comienza una vez más. Lo que sigue no son palabras sino impulsos puros. Sensaciones que no es capaz de controlar. Emociones cuya traducción es muy simple. Le dicen que ya nada importa. Que el resultado es inevitable. Que tratar de acometer un nuevo análisis solo servirá para que el dolor sea mayor. Que no le llevarán hasta una conclusión diferente a la de todos los anteriores.

Si embargo, lo intenta. Más allá de la agonía puede atisbar leves destellos de algo fascinante. Sabe que una vez establecido el contacto no puede apartar la mirada. Que solo le traerá nuevas preguntas sin respuesta. Más frustración y dolor. Sabe que todo esto no deja de ser una mentira de la mente. Una proyección. Una aproximación. Una invención fruto de sus delirios. Pero quiere volver a verlo. A sentirlo. A presenciar algo único. Su interior continúa con su búsqueda incansable de algo que pueda procesar. Algo que pasar racionalizar. Algo que pueda controlar.

Porque no solo está “aquí”, sino que también está en muchos otros lugares. O quizás los otros lugares están en ella. No es capaz de formular pensamientos coherentes. Lo sabe pero se niega a aceptarlo. La lógica y la irracionalidad han cambiado sus papeles. No es capaz de alcanzar una conclusión que tenga el más mínimo sentido. Ni siquiera es capaz de procesar, y mucho menos comprender, todo lo que siente o lo que sabe. Lo que teme o desea.
La saturación de estímulos a los que se ven sometidos sus sentidos es abrumadora. Cada uno de ellos afecta a una parte diferente de su ser. Provoca una ruptura en la transmisión sináptica o un impulso eléctrico. Genera el deseo irrefrenable por hacer algo que es incapaz de llevar a cabo. Perpetúa bucles que se retroalimentan. Una miríada de nuevas experiencias que su cuerpo, sus sentidos y su mente son incapaces de procesar. Durante los escasos momentos de claridad, se dice que su mente es perfectamente consciente de lo que le está sucediendo. Pero la racionalidad no tarda en desvanecerse de nuevo, y estos pensamientos no llegan hasta ningún lugar.

Mientras todo esto sucede, también es consciente de que sus procesos mentales no son los únicos componentes de su ser que están siendo sometidos a esta prueba extrema. Nota cómo las radiaciones exóticas queman su piel y órganos. Cómo las imposibles frecuencias lumínicas que ahora es capaz de percibir parecen ser algo semisólido que golpea sus ojos. Cómo las ondas sónicas sin un origen perceptible perforan y sesgan sus canales auditivos a lo largo de todo el recorrido que hacen hasta el cerebro.
No quedan lugares indemnes en su mente o en su cuerpo. Cada partícula, cada átomo y cada unión nerviosa se encuentra afectada. Todas ellas han sido sepultadas bajo la avalancha de estímulos pero, a pesar de esto, cada parte afectada continúa activa. Agonizan por la saturación, pero esto no les impide ser portadores de nuevas formas de sufrimiento. Sin embargo continúa tratando de resistir. De buscar una salida. De enfocar su mermada capacidad de concentración sobre algo que sabe que existía antes de este ataque. Desea creer que, centrándose en algo “real”, en algo tangible, su mente será capaz de rechazar todo lo demás. Que logrará que desaparezca todo cuanto no puede estar ahí. Que su cuerpo se convertirá en algo impermeable a toda influencia externa.

Que “él” no aparecerá ahí.

Pero fracasa. Su mirada continúa atravesándola desde cualquier punto hacia el que dirija su mirada. Continúa reptando en su pasado. Hiriéndola. Alimentándose de sus esperanzas. No importa que haya muerto. No importa que haya llorado su pérdida. No importa que haya revisado una y mil veces los informes. No importa que sepa a ciencia cierta que la información que está procesando su mente sea imposible. No importa que sepa todo eso, porque este conocimiento no le sirve para nada a la hora de enfrentarse a lo que está experimentando. Porque su capacidad de raciocinio termina en ese punto indeterminado entre la lucha y el abandono. Por más que su parte cabal le grite que esto es imposible, sus ojos también se encuentran en ese lugar. En ese ubicación que no forma parte de la habitación, del universo que conoce, o de sus recuerdos.
Se encuentra en esa cacofonía de formas que arañan sus pupilas. En el amasijo de colores que la ciegan. Donde le aguardan los ojos de todos aquellos a quienes ha fallado. La mirada acusadora de todos cuantos perderán la vida por su culpa. En la agonía y la desesperación que desprende cada uno de ellos. En el dolor y la decepción que le muestran. En cada una de las emociones que sintieron. En todo el sufrimiento que comparte con ellos. El que padecieron sus cuerpos durante sus últimos momentos.

Le aterra mirar pero no puede evitarlo. Porque él está ahí. Lo están todos. Forman parte de esa luz que hiere sus córneas. De las formas de onda que perforan sus tímpanos, De las radiaciones que queman sus órganos. Ahí se encuentra su ira. Su retribución. La venganza que sabe que merece. Una rabia propia y ajena que avanza de manera inexorable. Que consume sus esperanzas lentamente.

En ese momento su mente se llena de ruido. De una anárquica secuencia de armónicos cuya cadencia no deja de cambiar. De frecuencias que se distorsionan y revuelven. Que resuenan y reverberan en su interior.
Desea descender hasta la locura, pero algo la retiene. Un leve hilo que la ata. Que le le impide desprenderse de la cordura. Siempre es consciente del dolor. De cómo su carne se desgarra. De la manera en la que los espasmos distorsionan y retuercen su cuerpo. De su incapacidad para lograr lo que más desea. Huir, gritar... morir.

Su mente se llena de voces distorsionadas. De gemidos y gritos que no sabe si son suyos. De espasmos y estertores. De sonidos que despiertan una sinestesia que nunca ha tenido.
Escucha palabras que la cortan. Ruidos que la golpean. Susurros que que la empujan. Se ve golpeada por frecuencias que noexisten. Por longitudes de onda que no pueden ser percibidos por ninguno de sus sentidos. Y, sin embargo, están ahí. Llegan hasta hasta ella con total claridad.

Pero, más allá de esto, en el centro de este huracán, diluido en el abrumador maremagnum que lo arrastra todo, puede sentir con la misma claridad sus ojos. No es capaz de verlos, pero eso no importa. Sabe que están ahí. Es capaz de identificar su llegada. De sentirle escudriñando todos los rincones de su ser. Juzgándola y declarándola culpable. Están frente a ella y rodeándola. En su interior y en la lejanía. Sabe que es su mirada, aunque la dulzura que conoció ha desaparecido. Solo quedan el dolor y la reprobación. Una agonía insondable que sirve como alimento para su sentimiento de culpa y desprecio.

Él no está ahí, pero su presencia la impregna todo. La acompañan allí a donde va. Allí donde mira. Allí donde trata de huir. Allí donde alguna vez se sintió segura. Todo su universo se encuentra condensado en esa sensación. En un recuerdo que nunca ha formado parte de su memoria. En una presencia constante que le devuelve la mirada sin importar dónde esté. Sin importar que sus ojos estén abiertos o cerrados.

Sus sentidos ya no son capaces de ubicarla en el mundo que conoce. No sabe dónde se encuentra. Desconoce si está viva o muerta. Su mente ya no está capacitada para llevar a cabo ningún tipo de pensamiento.
No lo sabe, y eso no es algo malo. No tiene preguntas ni respuestas. Ignora el significado de la curiosidad el deseo. De la duda o emoción. Finalmente ha alcanzado la paz, pero incluso este conocimiento le es negado.

–––––––––––––––––––

No recuerda haber cerrado los ojos. Tampoco es consciente de haberlos abierto. No recuerda ni es consciente de nada. Sin embargo, ve.
Aun así, sus sentidos son algo que ni entiende ni controla. La información que llega a través de ellos hasta su mente no encuentra a “alguien”. No alcanzan a ningún intelecto racional.

Sus receptores sinápticos son asaltados por un cúmulo informe de imágenes borrosas y sonidos. De impulsos que que no es capaz de interpretar. Las sensaciones físicas tardan un poco más en regresar. Nuevos impulsos que llegan hasta su cerebro desde receptores que no sabe que posee. Siente un frío que paraliza sus músculos y ralentiza el flujo de información. Una gelidez que traspasa el traje que la envuelve. A pesar de esto, instintivamente trata de moverse. De liberarse. Necesita expresar de alguna manera todo lo que bulle en su interior. La única reacción con la que es capaz de responder ante este escenario es el pánico. Un terror que tampoco es capaz de comprender. Un cúmulo de impulsos que viene acompañados y alimentados por la claustrofobia.

Se encuentra inmersa en un recinto cerrado y estrecho. En un contenedor inundado. Flotando en posición horizontal. Enjaulada como un animal. En un lugar del que necesita huir. Estas son sus sensaciones ante las que trata de reaccionar sin éxito su cuerpo. Porque no tiene nada más con lo que trabajar. Su mente ha perdido la capacidad de analizarlas o de actuar de una manera que no sea mediante los instintos más primarios.

El líquido en el que flota no llega a entrar en contacto con ninguna parte de su cuerpo y la sensación de frío es una a la que no tarda en acostumbrarse. No es hasta ese momento que sus músculos y terminaciones nerviosas son capaces de transmitir nueva información sensorial. Que es dolorosamente consciente de las sondas. De las agujas clavadas por todo su cuerpo. De la maraña de filamentos que la unen a las paredes de su prisión. No es hasta ese momento que nota los tubos introducidos por su boca y nariz. Que sus ojos perciben las máquinas que le impiden cerrarlos.
Pero, al llegar hasta su destino, esta información no puede ser procesada por una mente consciente. Ni entiende nada de esto, ni es capaz de asociarlo con el dolor que padece.

No hay conclusión posible ante su estado. No hay aprendizaje que pueda extraer de la información que le transmiten sus sentidos o de las reacciones de su cuerpo. No hay escapatoria. Las luces que parpadean a su alrededor le permiten ver la telaraña de cables y los límites de esto que ahora es su mundo. La inmovilidad solo consigue que el pánico sea aún mayor. Hioperventila pero no es capaz de controlar su respiración. Su mente primaria envía órdenes a pulmones y corazón para que se muevan más deprisa sin comprender que esto no va a servirle para nada.
No puede moverse, no puede gritar, no puede pedir auxilio, no puede luchar.
Este es su universo. Esto es todo lo que queda de alguien a quien ya no es capaz de identificar.

–––––––––––––––––––

Abre los ojos y estos son capaces de procesar con dificultad las imágenes que se encuentran frente a ellos. La primera sensación que le invade es la de desorientada. No sabe quién es, no sabe qué es, no sabe dónde se encuentra. El instinto puro ha dado paso a algo más. Algo diferente que aún no ha terminado de conformarse. Su mente está desubicada y en estado de alerta. Le dice que está en peligro, que debe protegerse. Esperaba una oleada de dolor pero esto no es lo que encuentra. Aun así, no es capaz de ajustarse a este nuevo escenario. Quizás ya no haya dolor, pero sus secuelas no han desaparecido. El temor a volver a padecerlo continúa ahí. Sigue habiendo desconcierto, inseguridad y miedo.
No hay dolor pero… ¿durante cuánto tiempo será capaz de permanecer en este estado?

–Tranquila –un sonido llega hasta ella procedente del exterior de su ser. Una frecuencia que su mente aún no es capaz de identificar o interpretar como una voz humana. Una secuencia de fonemas que no es capaz de convertir en una palabra–. La desorientación es normal. Ha estado usted en un estado crítico durante mucho tiempo.

La capacidad para interpretar esas ondas acústicas tarda en llegar. Lentamente, esos procesos mentales las transforman en conceptos. En ideas que debe ser generadas y traducidas. Pero el formar pensamientos coherentes resulta ser una tarea tremendamente compleja. Dolorosa. Lo que ha llegado hasta sus oídos era una voz. Eran palabras. Palabras que deben procesadas y transformadas en pensamientos. Pensamientos que deben ser convertidos en nuevas palabras. Estímulos ante los que ha de responder. Ante los que debe tomar una decisión y actuar en consecuencia. Debe buscar su propia voz y sus propias palabras. Sigue queriendo huir pero… ¿de dónde? ¿de qué?... ¿por qué?
¿Qué le dicen? ¿Qué trata de transmitirle esa voz? ¿Qué mensaje le transmite la forma que la ha generado con su gesto?
No encuentra palabras para describir nada de esto. ¿Lejana, quizás? ¿Humana?, ¿Preocupada?, ¿Amistosa?… ¿Viva?

Los conceptos que acompañan a estas palabras comienzan a tomar forma en su mente. Logran despertar algo que había quedado atrofiado. A alguien que fue. Un cuerpo. Un amasijo de órganos y fluidos. De nervios y músculos. De huesos y neuronas. De vivencias.

Cuerpo. Recuerdos. Memoria. Persona. Humano. Identidad. Yo.
Dudas y preguntas que no es capaz de convertir en ideas.
Sensaciones que deberían ser palabras. Que alguien que fue hace eones habría interpretado como… ¿Qué soy? ¿Qué significa “ser”?

–¿Daina? –de nuevo el sonido logra atravesar las infinitas capas de pánico que dominan su mente– ¿Puede oírme?

Nuevos impulsos acústicos llegan hasta ella. Nuevas palabras que danzan en sincronía con las imágenes que la rodean. Estímulos que una parte hasta ahora dormida de su ser lucha por identificar. Que provocan que esa entidad que un día fue trate de imponerse sobre la indefensión y el pánico.
Pero fracasa.

–––––––––––––––––––

–Los doctores dicen que la recuperación va bien –la voz de Beset se le sigue haciendo extraña–. Si no sufres nuevas recaídas, todo parece indicar que saldrás pronto de aquí.

Se conocen. Eso es lo que le señalan todos los indicios. Que es su amiga. Que es la persona a la que acudió cuando trataba de huir de sus errores. Su único contacto con la humanidad más allá de los doctores. El rostro que ve casi a diario. Una presencia que ha logrado despertar algún similar a recuerdos de quien fue. Pero nada de esto importa. Aún hay algo en ella que le continúa inquietando.

–Salir –el mero hecho de plantearse abandonar hospital la aterra. Le dicen que se está recuperando, pero no cuál ha sido su enfermedad. Por otro lado, esto es normal. El mismo concepto de “salud” aún le resulta algo difícil de asimilar–. ¿Y a dónde podría ir? –formular esta pregunta sin gritar o entrar en pánico le cuesta casi toda su capacidad de concentración. Se ha habituado a la gente con la que trata en este lugar. La habitación es el único espacio que reconoce. “Hogar” o “normal” no serían las palabras que utilizaría para describirlo, sino que la que mejor se ajusta sería “Todo”. Cada nueva persona que aparece en si vida es un nuevo reto. Cada nuevo lugar que le es mostrado el foco de una pesadilla

–¿No has hecho planes? –los restos de la sinestesia que aún perduran convierten la preocupación en su tono de voz en una agresión. Una ataque agravado por la manera en la que desvía la mirada–. Pensaba que estarías deseándolo.
–Aún me cuesta… –se detiene durante segundos que se le hacen eternos– ...me cuesta pensar en… tiempo. Me cuesta formar… pensar… en mí misma... una única entidad coherente… persona durante más de… tiempo. Los… san… médicos son es… no… bien… pensar –le cuesta respirar y su sistema nervioso está totalmente sobrepasado. Pensar y respirar al mismo tiempo resulta una tarea titánica. Tratar de acompañar esto con un lenguaje corporal o unas expresiones faciales reconocibles es algo que ni siquiera pasa por su cabeza.

Lentamente, a la mezcla de sonidos que llegan hasta sus oídos se añaden un conjunto de frecuencias adicionales nuevas. Un haz coherente de armónicos que parece zigzaguear por la habitación. Que parpadea con cada movimiento. Que dota a la escena de un tono tenebroso.
Fijando su mirada en el rostro de Beset su tensión disminuye por breves momentos. Se da cuenta de que esta nueva presencia en la habitación no es algo que solo detecte ella, pero ese lapso de calma es muy breve. La expresión de preocupación en el rostro de su acompañante no tarda en intensificarse. Desea hacer algo para rebajar esta inquietud, pero su mente ha perdido la capacidad de formar palabras o preguntas coherentes. No es capaz de mantener unidas las ideas. Sus pensamientos se diluyen. Su ser se desvanece poco a poco.
Esta cacofonía se funde con los gritos y las expresión de urgencia de quienes le rodean pero, para ese momento, ya queda muy poco de Daina. Mientras la puerta se abre dejando entrar a una enfermera en su mente no tienen cabida la duda, la certeza o el discernimiento. No es capaz de identificar en su rostro o en sus gestos la preocupación o la urgencia que los guía. Solo tienen cabida el frío y la soledad. Solo hay espacio para el silencio y la oscuridad. Pero ese no es el final, solo un nuevo comienzo. El camino hacia la claustrofobia. Ya nada la une al exterior. Está atrapada. Aislada dentro de la prisión en la que que se ha convertido su propia mente.

–––––––––––––––––––

–¿Cuánto crees que duraré esta vez? –se siente con fuerzas. Casi exultante. Con la suficiente confianza como para permitirse bromear con su situación.
–Si quieres podemos apostar, pero no sería justo –la expresión de Beset parece denotar una mezcla de preocupación y expectación–. Si vuelves a hundirte no podrías pagar o recordar si ganaste.
–¿Hemos tenido… –realiza una pausa dramática. Se siente ella misma. Alguien con un nivel de control sobre sus propias acciones que le habilita para fingir inseguridad y desamparo. No le importa la respuesta. Solo quiere experimentar. Reafirma ante ella misma que ha vuelto. Lo que haya pasado queda en el ayer– … hemos tenido ya esta conversación antes?
–Yo… –el experimento no transcurre como esperaba. La expresión de Beset cambia y algo parece romperse en su interior. Hay dolor en su mirada. Recriminación. Su puños se cierran con fuerza y sus párpados descienden durante un momento. Su expresión cambia de nuevo. Sus rasgos se endurecen y cuando abre de nuevo los ojos el dolor ha sido sustituido por rabia y determinación. Por una fiereza que apenas es capaz de las lágrimas que tratan de asomar– ...no importa. Da igual cuántas veces hayamos tenido esta conversación. Si te hundes volveré a sacarte hasta la superficie –en su mirada hay una promesa.
–No te preocupes –su error de cálculo se le revela ahora como algo evidente. Sumida como estaba en su estado de euforia, en su mente no había espacio nada nada más. Solo pensaba en sí misma. Cualquier cosa externa era irrelevante–. No será necesario –trata de dotar a su voz de una fortaleza que comienza a desvanecerse. Necesita que de sus palabras se infieran más cosas de las que se cree capaz de transmitir. Que no haya espacio en ellas para la duda. La necesidad de corregir su error se hace imperiosa, pero en su mente está dividida. En su interior también comienza a tener lugar otra conversación. Una en la que no deja de repetirse una palabra; idiota, idiota, idiota. Una en la que se pregunta por el número de ocasiones en las que la ha hecho pasar por esto.
–No me cabe duda –a pesar de la convicción que trata de transmitir en su voz, no puede evitar que este se note quebrada. Beset miente claramente. Sus puños continúan apretados y sus ojos siguen inundados. Solo su férreo gesto impide que se desborden.
–¿Y cuál es tu plan para cuando no tengas que hacer de niñera? –trata de encauzar la conversación hacia temas más livianos. De darle tiempo a Beset para recuperar la compostura. Pero mientras lo hace se pregunta por cuál de las dos está haciendo esto.
–Yo… no creo que cambie gran cosa –su gesto se relaja levemente–. Supongo que regresaré a la granja igual que todos los días… y cruzaré los dedos por no volver a visitar este sitio. ¿Qué planes tienes tú? –al terminar la frase no puede evitar un pequeño espasmo. Como si se acabase de dar cuenta de que ha cometido un error.
–No lo sé. Aún tengo muchas cosas por terminar de aterrizar. Necesito tiempo para pensar… y un lugar tranquilo donde hacerlo.
–Si quieres puedes acompañarme hasta que hayan terminado de aterrizar esas cosas. Ya conoces el lugar y se me da bien hacer puzzles. Te puedo ayudar a juntar todas esas piezas.
–Gracias –quiere añadir algo más, pero no sabe muy bien cómo continuar. Aún le cuesta ordenar sus pensamientos. Quiere hablar pero la duda en su interior no deja de acrecentarse–. Yo… gracias.

–––––––––––––––––––

–Idiota –sola en la habitación tampoco le resulta más fácil pensar–. Idiota, idiota, idiota. ¿Tanto te costaba ser un poco más...?
Silencio.
–Un poco más ¿qué? ¿Qué quieres hacer?

¿Qué relación le une con Beset? Acudió a ella como una medida desesperada. Porque era alguien con quien nadie la podía vincular. Porque la suya había sido una relación totalmente accidental y fortuita. Porque ni siquiera ella misma era capaz de entender cómo es que aún se mantiene. Porque… por más que no quiera reconocerlo, la consideraba segura y prescindible. No sabía lo que iba a encontrar allí. No sabía todo el daño que le iba a causar.
¿Va a volver a hacer lo mismo?

–¿Cómo has podido llegar hasta esta situación? –cuando ha terminado de formular la pregunta se da cuenta de que algo más va mal. Sabe, recuerda, hacia dónde suele conducir. Que la respuesta tiende a ser poco fiable. Que no le va a ayudar–. Idiota –no puede evitar reír de pura desesperación. Con esto queda demostrado que vuelve a ser ella. Parece que el egoísmo, la hipocresía y la terquedad han sido algunos de los primeros rasgos de su yo antiguo en regresar. Todo lo que le condujo hasta esta situación.
–Todo iba tan bien –el autoengaño es la segunda señal de alerta. La ruta más cómoda a la hora de evadir responsabilidades. La respuesta automática a una pregunta retórica. Otro de los indicios que denotan que está cerca de volver a ser quien fue–. Estaba tan cerca.

“Es usted una persona en la que confío plenamente”.

Su mente vieja en el tiempo. Regresa hasta el momento en el que Rogani la contrataba. Hasta un suceso que ahora contempla con otros ojos. En su recuerdo las palabras tenían otro cariz, pero ahora no terminan de cuadrar con la expresión de su interlocutor.
No recuerda que en su rostro se mostrase tan abiertamente esa expresión burlona. No recuerda ese aire de superioridad, el gesto condescendiente que la acompaña, o su sensación de inferioridad. Ninguno de los detalles que ahora tiñen a esta memoria pertenece a al recuerdo original.
Sin embargo están ahí. Se le muestran tan claramente que se enfada por no haberlos visto en su momento. Se dice que entonces no lo sabía, pero es mentira. La recompensa era lo único que importaba. Ahora todo le resulta obvio. Solo era uno más de sus peones. Una pieza prescindible con ínfulas. Una que se creía imprescindible.

“No me cabe la más mínima duda acerca de su capacidad”.

Se burlaba de ella. Solo era un elemento más dentro de un entramado cuya escala ni siquiera era capaz de intuir. La enviaba a una misión para la que no estaba preparada. Pero no toda la culpa fue de su Rogani. Ambos eran plenamente consciente de su exceso de ambición y de sus carencias.

“No quiero un aprendiz ni un ayudante”

Por su lado, Arcanus siempre fue directo y claro.

“Quiero un colega. Alguien que complemente mis investigaciones y avance a mi ritmo. Nuestra asociación terminará en el momento en el que sienta que me estás retrasando”.

Gélido, irritante, obtuso y en ocasiones irreflexivo, pero casi siempre brillante.

–¿Cómo has podido llegar hasta esta situación? –trata de enfrentarse a la justificación y la mentira cómoda. A ese impulso que busca trasladar la culpa y el foco de su ira lejos de ella–. Siendo arrogante y estúpida.

Quiere creer que ha aprendido de esto. Necesita desesperadamente aferrarse a esta creencia. A la posibilidad de que todo esto puede ser canalizado hacia algo constructivo. Pero tiene miedo de que esta respuesta en el vacío no deje de ser otra deflección más. Otra máscara a añadir a su ya de por sí variado repertorio.

Lo único que tiene son dudas y está muy cansada. Se pregunta si ha aprendido algo de todo esto. Durante cuánto tiempo va a ser capaz de mantener este nuevo papel. Cuándo tardará en regresar su antiguo yo. El mero hecho de pensar continua resultándole agotador, y tratar de impedir que el resto de dudas e inseguridades salgan a la luz tampoco resulta una tarea sencilla. Le cuesta separar las distintas imágenes que tiene de sí misma. Saber cuáles son reales y cuáles fruto de sus necesidades o temores. Mantener a ralla las consecuencias de todo cuanto ha experimentado últimamente. No es capaz de determinar a quién pertenecen todas las emociones y recuerdos que permanecen en su mente. Su autoimagen fluctúa. Salta en el tiempo como un recuerdo difuso. El tiempo arrastra los sedimentos de quien fue dejando al descubierto a una desconocida. El tiempo terminará por definir su nuevo papel. Mostrará si se limita a huir de sus errores y ocultar sus consecuencias o estos regresarán. Si se hundirá por su peso. Si será capaz de salir a flote. El tiempo es la clave. La gran incógnita. El misterio a resolver.

–Recuerda –comienza a acelerase y esto nunca es una buena señal–. Pequeños pasos.

Debe empezar por saber en qué fecha vive. No sabe durante cuánto tiempo ha permanecido hospitalizada. Cuánto le ha costado comenzar a recuperar el control sobre su vida. Todo lo que conserva son imágenes difusas que no es capaz de ubicar en el tiempo. Leves recuerdos acerca quién fue antes de su caída.

No es capaz de ver ningún reloj o calendario en la habitación. Existe en un ambiente de penumbra y quietud. El silencio es total. Absoluto. Irreal. Hasta que no ha sido consciente de esto no ha pensado en ello. No hay ruido eléctrico y la maquinaria de la habitación tampoco emite ningún tipo de sonido. Trata de forzar sus sentidos sin éxito. Su campo de visión ha sido limitado de manera artificial. Su oído no es capaz de escuchan nada procedente del exterior. El tacto de las sábanas no parece… no encuentra las palabras para describirlo. Su mismo cuerpo le resulta algo extraño. Trata de hacer memoria, y solo entonces se da cuenta de que, en las conversaciones recientes que recuerda, no ha sido consciente en ningún momento de la presencia de su cuerpo y siente un extraño vértigo. La respuesta a estos misterios no tarda en hacerse obvia. Lo que percibe no es la habitación, sino un habitáculo virtual. Lo que ve y siente no es realmente su cuerpo. Lo que toca es una simulación. Un artefacto diseñado para engañar a su mente. Para liberarla del trauma de la verdad. Esto no ha terminado. Le ocultan su estado real. La sensación de claustrofobia crece. Necesita desesperadamente salir de donde sea que se encuentre. Apenas es capaz de mantener el control.

Sus pulmones falsos toman aire mientras trata de formular un plan. No puede arriesgarse a destruir esta farsa. Si la han colocado en esta situación será por una buena razón. Si mañana conserva este recuerdo tratará de obtener la información de los doctores. Por el momento buscará respuesta a la pregunta que ha originado esta pequeña crisis. Desde aquí debe tener acceso hasta alguna consola del sistema del hospital. No necesita una conexión completa para obtener la respuesta a esta pregunta. Solo necesita saber cuándo es “hoy”. Una misión que debería ser sencilla. Inocua. El origen de un nuevo e inesperado golpe.
Lo que para su yo consciente apenas ha sido un momento realmente se ha prolongado durante casi tres años. El vértigo y la nausea que le provoca esta información se propaga como algo físico este cuerpo ilusorio.

Surgen nuevas preguntas. Incógnitas que rompen el limitado universo en el que ha estado habitando. Que traen hasta su mente los días de intriga y ambición. Lo que “tendría que haber sido y ya no será”. Se pregunta qué ha sido de Arcanus. Si logró tener éxito.

–Tendría que haber estado ahí. Tendría que habérselo contado todo. Tendría que haber formado parte del que podría haber sido el mayor descubrimiento de la axiofísica moderna –se enfurece sin medida o razón contra el mismo universo–. Tres años. Mierda –necesita saber. Necesita más información.

El cambio en su estado anímico logra vencer a los bloqueos mentales que la atenazaban. Los temores remiten. La curiosidad vence al miedo. Se conecta al sistema. Tiene claro que no encontrará nada relacionado con las investigaciones de Arcanus, pero un evento como el que esperaba tiene que haber dejado algún tipo de rastro. Si el solapamiento que predijo llegó a tener lugar, sus repercusiones han tenido que resultar obvias para quien sepa mirar. Reduce su horquilla de búsqueda centrándola en las fechas sobre las que trabajaba. Una vez ahí, tratará de ampliar el círculo en el tiempo y el espacio.
La búsqueda hace que sienta viva de nuevo. Excitada y temerosa al mismo tiempo. Su mente formula teorías e hipótesis de manera compulsiva. Sabe que la mayoría de ellas son descabelladas. Que, con la nula información de la que dispone, es muy complicado que dé en la diana. Pero no importa. Se dice que no importa lo que vaya a descubrir. Lo importante es que vuelve a tener el deseo de saber. Incluso se atreve a reír y disfrutar del momento internamente. Una alegría y un disfrute que llegan a su fin de forma abrupta.

Thaysak ya no existe como una ciudad. La información que encuentra publicada recientemente no deja de ser pura especulación sin base alguna. Sensacionalismo. Una manera de no dejar morir “la noticia”. Pero, según va retrocediendo en el tiempo, cada noticia que lee la golpea con mayor dureza. Hace ya más de un año que su ubicación fuese etiquetada como zona catastrófica. Tras un largo periodo en aislamiento, tanto ella como las poblaciones de los alrededores fueron desalojadas. La suya ha sido una muerte lenta. Un proceso agónico para sus habitantes. Una situación de crisis y desgaste tanto para el gobierno local como para el de la nación que no dejó a nadie contento.

A pesar del tiempo que ha transcurrido desde aquellos hechos, aún no se ha descubierto ningún indicio acerca de la causa de las muertes o desapariciones de parte de su población. Unos números que, dependiendo de la información, oscilan entre un veinte y un sesenta por ciento de sus habitantes.

Daina comienza a escuchar un sonido lejano. Casi como en un segundo plano de su mente. Las alertas de las máquinas a las que está conectada no le indican nada que ella no sepa. Cuanto más lee más se aceleran sus constantes vitales.

–¿Arcanus sabía que esto sucedería? ¿Era lo que estaba esperando? ¿Estaba relacionado de alguna manera con sus investigaciones, o… –desea que su tren de pensamiento se detenga en este punto, pero no es capaz de lograrlo– o es algo que desencadenamos Selish y yo?

Demasiadas preguntas. Demasiadas incógnitas. Demasiados sentimientos encontrados. No logra dar con nada que le sirva para confirmar o desmentir sus temores. Poco a poco va ralentizando la velocidad de su viaje en el tiempo. De los meses pasa a las semanas. A las noticias científicas se les suman las de sociedad y política. Cuanto más retrocede y profundiza, más se ve inmersa en un infinito océano de teorías conspiratorias. De especulaciones sin base e informaciones claramente sesgadas o erróneas. Sinsentidos que van desde escapes de radiación del Vagda hasta la explosión del reactor del espaciopuerto. Desde hipotéticos ataques terroristas internos hasta declaraciones de guerra encubiertas procedentes del exterior. Cientos de artículos en los que no se es capaz de adivinar la presencia de Arcanus o…
En esta ocasión sí que es capaz de detener sus elucubraciones, pero este es un triunfo breve y amargo. Sabe que no va a lograr protegerse de la culpa durante mucho más tiempo.

El encontrar la noticia de su ingreso en el hospital sirve como catalizador para que todo lo que ha estado reprimiendo explota. Su nombre comienza a aparecer mencionado cada vez con mayor frecuencia. Se ha convertido en una persona de interés. En alguien que, durante mucho tiempo, se ha etiquetado como “paciente cero”. Como el punto de impacto inicial a partir del que se propagó el evento al resto de la población.
Durante aquellos días, tanto la evolución de su estado de salud, como su historia personal y profesional fueron seguidos y analizados al detalle. Su vida y obra han sido inspeccionadas de manera inmisericorde. Han salido a la luz partes de su pasado de los que ni siquiera ella era consciente. Cualquier viaje, cualquier paseo, cualquier transacción, cualquier conversación casual de la que haya el más mínimo registro. Su privacidad murió retroactivamente en el mismo momento en el que comenzó su proceso degenerativo. No importa que los sucesos, personas o investigaciones sean anteriores. No importa que estuviesen o no relacionados con el caso. No importa lo absurdo de las teorías que se comenzaron a elaborarse. Ninguna de ellas se descartó sin desmenuzar alguna parte de su periplo vital. Sus vivencias han sido usados para tratar de establecer relaciones causales donde solo las había casuales. Se la ha acusado de terrorismo y de espionaje. De ser víctima y verdugo. Más tarde se descubrió que también se habían producido con anterioridad muertes cuya sintomatología era similar a la suya. Casos cuya resolución aún estaba pendiente. Expedientes como el de Selish.

Saber que fue él quien le arrebató la etiqueta de “paciente cero” termina de liberar todo lo que ha logrado contener hasta este momento. Trata de buscar nuevos datos que desmientan esta afirmación, pero lo único que encuentra son nuevos indicios que la confirman. Aun así… este continúa siendo un misterio sin resolver. El origen de cientos de teorías conspiratorias que les afectan a ambos. Lo único que sabe a ciencia cierta es que no hay respuestas.

Tres años. El dinero que se ha invertido en la investigación de su tratamiento ha sido incalculable e inútil. No se ha sacado nada en claro. No se sabe si sigue viva por algún capricho genético, por algo ambiental, o por los tratamientos que se le han aplicado. Daina Sij Ipsilaya se ha convertido en un misterio que nadie parece ser capaz de desentrañar. El enigma del siglo. Una incógnita incluso para ella misma.

La Daina segura de sí misma hasta rozar al soberbia ha desaparecido. La mujer confiada y fuerte que no temía a nada o a nadie es un mar de dudas. La que creyó ser capaz de superar en astucia, recursos e inteligencia a tres inmortales se ha dado cuenta de lo absurdo de aquellas ínfulas.

–Estaba tan cerca –quiere reír y llorar. Burlarse de su propia estupidez. Llorar por…–. ¡Estúpida!¡Tan cerca… ¿de qué?! –logra que se imponga la rabia. Mantenerse activa. Evitar precipitarse de nuevo en las simas de la desesperación, pero esta llega con tal intensidad que su acometida la desestabiliza por completo. Su fuerza es tan arrolladora que no solo logra imponerse con facilidad sobre el resto de emociones, sino que también amenaza con sepultar a su racionalidad–. ¡Nunca tuviste el control! ¡Es culpa tuya! ¡Todo es culpa tuya! ¡Tú mataste a Selish! ¡Tú desataste lo que arrasó Tayshak!

Las alertas de las máquinas a las que está conectada suben su intensidad. Las contramedidas químicas no son capaces de sedarla y los automatismos de su mente tampoco logran encauzar su tren de pensamiento. Nada parece ser capaz de detenerlo antes de que este le lleve hasta un punto sin retorno.

La mirada vuelve a encontrarla. Vuelve a juzgarla y sentenciarla. Pero ahora sabe que ha sido un juicio justo. Se merece todo el dolor y el miedo. Todo lo malo que le ha pasado es insuficiente para pagar por sus actos. Se encuentra de nuevo atrapada en el silencio y la oscuridad, pero ahora no hay claustrofobia. No hay lucha, solo aceptación.

–––––––––––––––––––

–¿Cómo lo llevas?

Daina aún se encuentra desorientada. El transcurrir del tiempo desde su despertar ha sido algo difuso. Es consciente de haber generado sonidos, pero no de si estos eran en respuesta a algún tipo de estímulo o gritos al vacío. Su visión en estos momentos comienza a aclararse y, con ella, también su consciencia de “ser”. Sabe quién es, sabe en qué lugar se encuentra, pero no sabe cuándo es “ahora”. Tampoco sabe la razón por la que este dato le resulta relevante.

Se da cuenta de que algo más ha cambiado. Ya no se encuentra en la habitación virtual. Está inmovilizada y es capaz de ver y sentir todas las sondas que se encuentran conectadas a su cuerpo. A pesar de estar sedada, es capaz de notar el dolor y la incomodidad que generan los fluidos que le están siendo inyectados.
También se da cuenta de algo más. A través de la mampara que la separa del resto de personas que se encuentran en la habitación, está viendo a Beset con sus propios ojos. Ser consciente de este hecho provoca que aparte la mirada de su rostro. Ha envejecido siglos desde la última vez que la vio. Las arrugas en su rostro parecen cinceladas en roca. Algo tan solemne y abrumador.
Instintivamente, su mirada se dirige hasta los monitores. De manera repentina el “ahora” se ha convertido en algo prioritario. No han pasado más de tres días desde el último colapso que recuerda.

–Tenemos que dejar de vernos así –la culpa que siente al saberse la causante de tanto dolor la golpea con dureza, pero trata de mitigar esta carga con humor–. A este paso voy a tener que ser yo quien te visite a ti.
–Primero tendrás que ser capaz de levantarte y salir de esta habitación. Ya nos preocuparemos del resto cuando llegue el momento.

“El resto”. Estas dos palabras abarcan ahora un número infinito de dudas en la mente de Daina. El recuerdo de las causas que han provocado su recaída son claras, pero la intensidad de las emociones es menor. Aun así, el temor y la culpa no han desaparecido por completo.

–Está respondiendo a la terapia regenerativa mucho mejor que en anteriores ocasiones –el comentario de la doctora le saca por un momento de su ensimismamiento–. Hemos logrado que el ritmo de recuperación sea mayor que el de degradación celular –a pesar de saber que sus problemas no eran algo meramente neurológico, el comentario le resulta inesperado–. Es posible que en otros cuatro días, si se mantiene este ritmo, se estabilice y ya no necesite de la terapia –se pregunta qué partes de su organismo se han visto afectadas. Cuánto queda de su cuerpo original, y cuánto ha tenido que ser regenerado–. En ese momento podremos comenzar a aplicarle la estimulación muscular. Hasta entonces no podrá dar inicio el proceso de rehabilitación –como en una especie de acto reflejo de rebeldía ante esta última mención, Daina trata de levantar uno de sus brazos sin éxito. Ni siquiera es capaz de sentir que continúan formando parte de su cuerpo.

Los mecanismos necesarios para llevar a cabo esta acción se le hacen increíblemente complejos. Durante tres años ha vivido casi en exclusiva dentro de su mente. Su cuerpo solo era una mera antena. Una unidad emisora y receptora de estímulos sensoriales y nerviosos. El portador de una serie de señales que su mente era incapaz de procesar. Le cuesta aceptar que no ha hecho uso de ninguna parte de su anatomía que no se encuentre ubicada en su cabeza.
Puede girar su cuello, puede orientar sus ojos, puede mover sus labios, pero ahí termina su capacidad de relacionarse con el entorno. Percibe el mundo a través de la realidad aumentada del sistema hospitalario. Hasta donde ella sabe, esto también podría ser una farsa. Nada de lo que está viendo o escuchando podría ser real. El vértigo da paso a la nausea, y la nausea abre camino a la claustrofobia.
Ahora que sabe que no es capaz de conectar con su cuerpo, algo tan simple se convierte en una necesidad. Algo imperativo. Un impulso que no puede ser satisfecho. Que lleva a su mente de nuevo hasta un estado cercano al pánico. Hasta una sensación contra la que ahora se ve capaz de luchar. Está viva. Ella es afortunada, no como el millón de muertos en Tayshak. No como Selish.

Las preguntas vuelven a inundar sus pensamientos. Ninguna de las historias que leyó antes de colapsar tiene sentido en su totalidad. Las líneas de tiempo no cuadran. Las consecuencias no encajan con ninguna causa posible que pueda ser capaz de imaginar. Es muy posible que jamás llegue a descubrir cuál fue el origen de aquello. Una parte de ella no desea saberlo.

¿Fueron ellos los causantes?
Si todo comenzó con Selish… con ellos, su culpabilidad en lo sucedido en Tayshak quedaría claramente demostrada. Ella fue quien le pidió ayuda. Ella le dio las herramientas. Ella fue quien se aprovechó de su acceso al macrosistema de la Qwan Shig.
Se dice que Selish era un adulto. Que sabía en qué se estaba involucrando. Pero esta no deja de ser una verdad a medias. Porque no le proporcionó todos los datos de los que disponía. Le ocultó información de forma deliberada. El hecho de que ella no le dijese todo lo que sabía no fue algo accidental o un descuido. No le hizo conocedor de las dudas que albergaba por pura arrogancia.

Aun así, “esa parte” de ella continúa tratando de exculparse. Lo puede llamar instinto de preservación o egoísmo, pero las palabras no importan. Independientemente de cómo decida llamarla, se niega a aceptar la rendición. No logra silenciar su voz, y sus palabras son atractivas. Se dice que necesita más datos antes de descartarlas. Datos objetivos. Información que no haya sido corrompidos por sus necesidades.

Por otro lado, no sabe si es esa misma voz la que se pregunta si lo sucedido en su hogar puede estar relacionado con lo que buscaba Arcanus o con los tejemanejes de Rogani. Si su papel fue meramente el de un títere manejado por las manos y las mentes de dos inmortales. Si hay alguna manera en la que pueda escapar de las consecuencias más directas de la culpa. No sabe si lo que se opone a este pensamiento es el sentimiento de culpa o su ego.

De cualquier manera, la resolución de estas dudas no le traerá la paz. Aunque llegue a descubrir que lo ocurrido en su hogar no fue culpa suya, eso no corregirá su error con Selish.
–Tendría que haber escuchado a Inari hace años. Tendría… –no importa. No puede cambiarlo. Tiene que seguir hacia adelante–. ¿Qué puedo hacer? –la “ausencia” de su cuerpo ya ha dejado de ser un problema.

El espacio en el que existe se ha convertido en algo irreal. Los impulsos transmitidos por sus sentidos llegan como señales mitigadas. Vuelve a escuchar la señal de alerta de las máquinas de soporte vital como algo lejano. Algo ubicado en otro nivel de existencia. Algo que…

–Beset –si mirada está clavada en ella llena de preocupación. Su lenguaje corporal trata de ser calmado, pero no puede ocultar el pánico que transmiten sus ojos. Puede ver cómo mueve los labios, pero el sonido no parece haber llegado hasta sus oídos. Estúpida, estúpida, estúpida. Con su regreso al ensimismamiento ha vuelto a olvidar que no está sola–. Perdona.
–¿Por qué? –es capaz de escuchar estas palabras y toda la tensión que proyectan sus cuerdas vocales– No entiendo… –su voz a punto de romperse pasa a convierse en algo que sepulta el resto de sonidos de la sala.
–Estaba tan perdida en mis pensamientos que no he escuchado nada de lo que estabas diciendo.
–No importa –miente. Lo puede ver con claridad en su rostro–. No era nada importante.
–¿Puedo ser una egoísta de mierda una vez más? –este arranque de honestidad parece sorprender tanto a su interlocutora como a ella misma. Beset sonríe, pero no puede esconder la inquietud que le generan estas palabras–. ¿Puedo pedirte que te vayas? –eso ha sido muy torpe. Trata de corregir su error antes de que se consolide, pero no encuentra palabras con la suficiente rapidez–. Yo… aún no sé… nada –la expresión de Beset cambia de nuevo. Trata de ocultarlo, pero este momento de incertidumbre por su parte parece despertar un recuerdo doloroso en su interior. Nota cómo su mandíbula se cierra con fuerza y sus rasgos se endurecen. Cómo un espasmo involuntario recorre su columna y finaliza en sus puños cuando se cierran con fuerza. Cómo su cuerpo se prepara para recibir un golpe–. No te preocupes –estúpida, estúpida. ¿Cómo vas a arreglar esto?– Estoy bien. Solo un poco aturdida –Beset sigue sin relajarse. Quizás la mejor opción sea continuar con lo inesperado. Con la sinceridad–. Estoy tratando de poner en orden demasiadas cosas. Tengo que pensar mucho. Tengo que pensar en todas las cosas que debo contarte. En todo lo que mereces saber. En cómo pedirte perdón en condiciones. En qué hacer cuando decidas dejar de hablarme.
–Nos hemos levantado dramáticas esta mañana –su cuerpo se relaja y hay un cierto tono de alivio en su voz, pero también decepción–. No te preocupes. Me voy. Nos vemos mañana –no se merece lo que le va a hacer, la situación en la que la va a poner, pero tampoco merecía todo lo que ya le ha hecho.

Sus miradas mantienen el contacto durante un tiempo que se le hace eterno. Durante los segundos que le lleva a Beset darse la vuelta para abandonar la habitación. A lo largo de un instante eterno en el que Daina tiene tiempo de arrepentirse de sus palabras y reafirmarse en ellas. De cambiar de opinión cientos de veces.

Una vez que se ha ido, lo único que queda en su mente son las dudas y el desprecio que siente por ella misma. No sabe si en la inesperada e irreflexiva visita que hizo a su amiga llevó algún regalo adicional. No sabe a qué elementos ha podido verse expuesta durante el tiempo que pasó con ella. No sabe si la ha podido situar en el foco de alguna intriga con su falta de cabeza. No sabe si la ha colocado en el punto de mira de Rogani. No sabe si está siendo investigada por las fuerzas del orden por culpa de su asociación con ella. Lo único que sabe a ciencia cierta es que merece saber la verdad. Que merece tener la posibilidad de volcar todo el odio y la rabia que esto pueda desencadenar.

Trata de contener las preguntas y el miedo. De acotarlas a su contexto más inmediato. Trata de evitar que su imaginación vuele libre, pero sus barreras no tardan en verse desbordadas. Piensa en la posibilidad de que su desidia o un error de cálculo por su parte puedan haber sido los causantes de tanto daño. En que su ambición pueda haber sido el ignitor del desastre. En cuántas personas que le importan ha podido perder Beset durante todo lo que ha sucedido en Tayshak. En cuántas ha podido perder ella. Piensa en Arcanus e Inari.

Una parte de ella trata de levantar barreras mentales ante este flujo de pensamientos. Le dice que solo son especulaciones. Qué ni desea ni necesita obtener los datos necesarios para solucionar este misterio. Que ese es el trabajo de las autoridades. Que, mientras ellas no unan los puntos, ella estará a salvo. Si nadie establece un vínculo entre sus acciones y lo sucedido, esto significa que no es culpable de nada. Esa es la parte que centró sus esfuerzos en tratar de evitar cualquier tipo de repercusión legal sobre sus acciones. La que trató de borrar sus pasos en falso. La que se dedicó a eliminar cualquier indicio de su colaboración con Selish. La que no le contó la verdad a Beset. Se siente cómoda con esta parte. Se siente en un territorio conocido. En casa.

Pero hay otra voz en su interior. Una más joven y nueva. Una que trata de imponerse. Una en la que no se reconoce, pero que le ha acompañado desde que ha recuperado la consciente. A esa voz no es el temor de ser descubierta y juzgada lo que le preocupa. No es la posibilidad de terminar en prisión. Todo eso no dejan de ser minucias. Detalles que le resultan del todo irrelevantes. Un resultado que casi agradecería, porque le librarían de ser ella quien haga el recorrido. Quien desgrane la secuencia de eventos. Quien contemple toda la desolación que teme haber creado.

Su mente vuelve a trabajar a marchas forzadas tratando de determinar quién quiere ser. Qué personaje adoptará una vez que salga de esta habitación. En qué está dispuesta a convertirse. Si se va a quedar con las excusas y medias verdades. Si ha de negar por completo cualquier vinculación de lo sucedido de manera independiente a lo que puedan llegar a indicar las pruebas. Si se va a quedar con esa parte le dice que no tiene miedo. Con la que sabe que le está mintiendo. Es el miedo el que guía sus pasos, de la misma manera en la que la culpa da fuerzas a su antagonista.

Desea huir de la culpa y la responsabilidad, pero el miedo no es suficiente para alejarla de ellas. Todo cuando nunca ha sido se alía contra quien fue. No es capaz de comprenderse a sí misma, y carece de los datos necesarios para hacerlo. No tiene certezas solo dudas que no dejan de crecer. Rasgos de personalidad, preocupaciones e inquietudes en las que no se reconoce. Que, para su sorpresa, le hacen darse cuenta de que no busca exculpación ni el perdón.

Su mente se hunde más y más por momentos en… .No es capaz de calificar su estado. Lo único que sabe es que está a salvo. Ahí no es capaz de sentir la mirada acusadora. Ella es su propia prisión. Ella es su torturadora. Quizás siempre lo ha sido. Esta es una verdad que no cree que cambie cuando recupere el uso de su cuerpo. Algo con lo que va a tener que convivir aunque se llegue a determinar su inocencia o culpabilidad. La incertidumbre y la duda son ahora es el centro de su universo. Esa es la mirada que le juzga. La que le dice que ella fue la causante de la muerte de Selish. La que le dice que nunca va a volver a ser capaz de cerrar los ojos de nuevo sin odiarse. La que le obligará a abrirlos de nuevo y seguir viviendo.

–¡Maldita sea!, ¡soy una científica! –trata de convencerse con palabras, pero el eco que resuena en el vacío que la rodea hace que suenen huecas.

Sabe que lo que siente no deja de ser la suma de las reacciones químicas de su cuerpo y su cerebro, pero este conocimiento no le sirve de ayuda. Lo sabe, pero nada de eso importa. No tiene el control. Nunca lo ha tenido. Ella no eligió verse expuesta a las radiaciones que mataron a Selish. Ella no ha elegido seguir viviendo. Sin embargo, está aquí. Lo está porque las decisiones que tomó, pero no por elección. Solo es una pieza ínfima del gran esquema. De este universo que hoy le resulta hostil.
Trata de aferrarse a quien fue. A quien recuerda haber sido. A la remota posibilidad de que quizás mañana todo cambie. A volver a ser “ella”. A que podrá volver a recuperar la falsa sensación de control que un día creyó tener. A que se convertirá en… ¿qué? ¿en quién?

Intente lo que intente, sabe que ya no puede escapar de la culpa. De esa sensación con la que ha lidiado en tan pocas ocasiones. De esa parte de ella misma que ya le ha declarado culpable. Ha dejado libre a una parte de sí misma de la que no sabe si podrá llegar a liberarse.

V - Tahúr

V - Tahúr

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
El indicador llama inmediatamente su atención. Solo es una débil luz en la periferia de su campo de visión, pero es suficiente para sacar su atención del maremagnum de datos que le rodea. Lo que llama su atención poco tiene que ver con su intensidad, sino con su ubicación. Se trata de algo relacionado con Arcanus. A buen seguro otro indicio falso que no le llevará a ninguna parte pero, sea lo que sea, como mínimo le servirá para dedicar su atención a algo que le interesa.

–Muy bien. ¿Qué tenemos aquí?

Trata de hacer memoria. Repasa mentalmente los últimos movimientos de las piezas. La situación en la que dejó el tablero. Han pasado más de ocho años desde la última información veraz sobre él o sus propósitos inmediatos. Más de tres desde su último movimiento registrado. Uno desde que pudo dedicarle su atención en condiciones. La partida lleva ya mucho tiempo en punto muerto.
Para alguien con Rogani el transcurrir de un año, una década o un siglo carece de significado. No es suficiente como para hacer mella en su memoria. Menos aún en aquellos escasos asuntos que son capaces de despertar su interés sincero. En esas raras ocasiones su mente es capaz de mostrarle toda la información de manera diáfana. La posición de cada pieza y las posibles jugadas posteriores. La previsión de sus movimientos.
Sonríe para sí ante lo absurdo e infantil de esta situación. Ante lo irracional de la ilusión que le despierta esta noticia. Ante lo relativo de su percepción del paso del tiempo. Ante la manera en la que esto le humanizaría ante los ojos de otros. Desea alargar este momento tanto como esté en su mano. Retrasar la más que probable decepción tanto como sea capaz soportar. Pero sabe que ese periodo de tiempo será breve. Hay asuntos por los que puede pasar milenios sin preocuparse pero, en casos como el de Arcanus, cualquiera mínima espera le resulta eterna.

–Enhorabuena, señorita Ipsilaya –la noticia no atañe directamente a Arcanus, pero sí a la última persona que sabe a ciencia cierta que tuvo contacto directo con él. Se encuentra sinceramente sorprendido, y esto no es algo frecuente. Este era un caso cerrado. Un activo con el que ya no contaba. Un perfil que mueve a la sección de “disponibles”–, espero que su despertar haya sido placentero –siente renacer el hormigueo en su estómago. Una sensación que echaba de menos–. Veamos qué me puede contar.

El hormigueo se mitiga mientras los datos comienzan a pasar por sus ojos. El informe es escueto. Poco más que una nota magnificada. Insuficiente como para que pueda albergar esperanzas. Sin embargo…

La relación establecida por Daina con Arcanus nunca llegó a consolidarse. Reuniones en lugares discretos aunque semipúblicos. Ningún intercambio de información relevante. Encargos carentes de contexto. La posibilidad de dar con el paradero de su contrincante a través de ella es ciertamente remota pero, de nuevo, resta importancia a este hecho. Las probabilidades pueden ser muy bajas, pero son superiores a las que tenía hace unos instantes. Es capaz de nota el pinchazo del autoengaño. Desea ceder a él. Dejarse llevar por sus deseos. No hay nada asociado a esta noticia a lo que aferrarse, pero las promesas vacías también resultan tentadoras.

Los indicios son demasiado escasos. Lo sabe. Su voz racional suena más convincente que el resto. Aun así, Iorum siempre ha sido muy bueno a la hora de camuflar sus movimientos. La lucha interna no parece tener un claro ganador. Se pregunta si puede permitirse esta distracción en el momento actual. Una pregunta obviamente retórica. Es perfectamente consciente de cuál es la respuesta. Se trata de un “no” rotundo. Una lástima. Siguiendo con su mejor tradición, la responsabilidad y los compromisos resultan ser un incordio
–Admítelo –no tiene nada que le permita prolongar la ilusión.

El debate interno ha sido divertido, pero debe ponerle fin. Nuevos indicadores se iluminan en su panel de control. Debe regresar hasta las tareas que sabe que le aguardan. Hasta actividades mucho más aburridas. Tiene llamadas que atender y órdenes que dar. Ha de centrar su atención en formularios, reuniones y cháchara mortecina. Para su desgracia, a día de hoy no es dueño de su tiempo. Las prioridades que mandan no son las suyas. Su vida se ha convertido en algo predecible y aburrido. En una prisión autoimpuesta.

Trata de llevar al día el resto de sus cometidos pero no es capaz de tener éxito en esta misión. El hormigueo no cesa. En cuanto se descuida, sus ojos y sus manos se mueven como si tuviesen vida propia. Cuando su parte consciente vuelve a estar plenamente activa, se encuentra ahondando en la noticia. Procrastinando y alejándose de las tareas y compromisos que tiene planificados para hoy. Liberándose del tedio que le provocan los planes de largo recorrido. Buscando de manera desesperada recompensas inmediatas. Algún pequeño placer a corto plazo.

Apenas le ha conocido, pero echa de menos a Arcanus. No puede evitar el sonreír para sí mismo cada vez que piensa en él. Él, Rogani, el “gran manipulador” debería estar furioso consigo mismo. Enreabietado por sus constantes fracasos con este sujeto. Pero no puede. No logra apartar esa expresión de felicidad casi beatífica de su rostro. En ocasiones cree él es un candidato mejor para el título de “Gran Maquinador”. Otros han podido llegar a engañarle. Le han traicionado o han tratado de usurpar su posición. Pero nadie le ha sorprendido de la misma manera. Nadie le ha ignorado con mayor eficacia. Nadie le ha enfurecido con mayor indiferencia. Nadie le ha asombrado como ese…

–¿Señor? Ya han llegado los invitados –la voz de su asistente suena a través del comunicador trayéndole de vuelta hasta el momento presente.
–Salgo en un momento –sus ensoñaciones y elucubraciones tendrán que esperar.

Toma aire e impide que su entorno de trabajo se vea sometido a nuevas interrupciones. Tiene asuntos más inmediatos en los que sumergirse. Gente a la que presionar. Información que sonsacar. Rivales a los que amedrentar. Proyectos que alimentar. Quizás hasta logre disfrutar de alguna de estas actividades. Confía en que alguna de estas actividades logre aliviar de alguna manera el mortal aburrimiento que siente que le acompaña desde… su mente le dice que desde siempre. Se lo dice mientras el hormigueo continúa haciendo vibrar todo su ser. Mientras abandona su oficina para reunirse con los recién llegados.

–Caballeros –adopta su pose de jugador y nota como la expresión de sus interlocutores cambia–. Espero que lo que me traen merezca mi tiempo –estas palabras sirven para terminar de establecer el terreno de juego. Domina la sala y el resto está a la expectativa. Sonríe y logra que el ambiente se tense aún más. Quizás la mañana no sea un desperdicio total.

–––––––––––––––––––

Llega a casa con un regusto amargo. Ha sido un día atípico.
Está agotado pero aún quedan muchas cosas por hacer. Tiene que matar el hormigueo. Ha de poner fin al engaño.

Recupera toda la información que ha ido recopilando y postergando. Tanto la que ha ido apartando a lo largo del día como la que han ido acumulando sus IAs y automatismos desde el último contacto. Cada mención, nota a pie de página, análisis, rumor y leyenda urbana remotamente relacionada con Arcanus, Tayshak, Daina, Inari, Lexa y Sersby. Tras pensarlo durante un momento decide extender la búsqueda. Cruza estos datos con los movimientos que ha detectado de Huatûr o Horst. Con cualquier cosa relacionada con el Kilgar Doreth o los Mayane Undalath. Las relaciones son tenues. Puramente circunstanciales en gran medida. Nunca ha sido capaz de concretarlas pero eso no importa. Sabe que están ahí.

No tarda en verse rodeado por millones de datos. Por agrupaciones arbitrarias y contrastadas que comienzan a ordenarse a su alrededor. Su mente se particiona y comienza a establecer de nuevo los vínculos. A unir los puntos obvios y los difusos. A establecer causas y consecuencias. Alfas y omegas. A cuestionar las decisiones de sus IAs y reanalizarlas personalmente.

–No –la voz en su interior suena apática–. No, no, no y… no. Nada. Enohorabuena.

No hay decepción o sorpresa. Lo que se muestra ante sus sentidos es el resultado que esperaba encontrar. A pesar de disponer de nuevos datos, nada ha cambiado en los últimos años. El esquema global continúa inalterado. Salvo por pequeños imprevistos y correcciones, sus movimientos van desarrollándose de acuerdo a lo previsto. En los datos que ha acumulado hoy solo encuentra frases inconexas. Banalidades e ideas recocinadas que no son capaces de cumplir las expectaciones que su estómago había querido poner en ellas.

–Admítelo. No tienes nada. La situación no ha cambiado en los últimos tres años –no por ser algo esperado la constatación de la realidad resulta ser algo menos amargo–. Sin embargo… –aun así, se resiste a aceptar esta derrota– Sin embargo la señorita Ipsilaya ha despertado –la decepción se fusiona con una repentina sensación de calma–. Algo ha cambiado.

Ha despertado. Esto no es un rumor, sino un hecho. Todas las fuentes que se han hecho eco de la noticia coinciden. No se trata de un asunto que se haya convertido en material sensacionalista. Tanto Tayshak como Daina dejaron de ser noticia hace mucho. Las ondas generadas por aquel evento ya se encuentran en calma. En términos informativos, esa historia hace ya no son algo relevante. Las muertes y desapariciones ya se han desvanecido de la memoria a corto plazo del mundo.

–¿Qué es peor, la falta de memoria, la estupidez o la ceguera de las nuevas generaciones? –el súbito arranque de indignación le pilla desprevenido–. Mírate, hablando solo y fingiendo que te importa. Actuando sin público –esta reflexión no es digna de él. Quizás esa es la razón por la que le resulta tan divertida–. Rogani, necesitas relacionarte con más gente. A este paso vas a acabar muy mal. Aunque quizás este consejo llega un poco tarde.

Decide cambiar el curso de sus pensamientos. La indignación impostada es para otros momentos. Una herramienta de trabajo. La pérdida de vidas no le importa. No puede permitir que le importe. A lo largo de su vida ha visto mucha muerte. Más de la que han contemplado los ojos cualquier otro humano de cuantos permanecen en este mundo. Esto no le afecta. Es una de las cualidades que le han permitido llegar hasta donde se encuentra hoy. Lo que hace de él un gran jugador. Alguien peligroso para sus rivales.

No, ciertamente la tragedia nunca le ha interesado. Lo que le interesa de Tayshak es otra cosa. Una presencia y una desaparición en concreto. La respuesta a cualquiera del millar de preguntas que aún le quedan por resolver. La búsqueda de cualquier pista que le pueda llevar hasta la resolución de ese gran enigma que siempre ha sido Iorum Arcanus.

–¿Qué buscabas allí? –adora el misterio–. ¿Sabías lo que iba a pasar? –el reto que supone desentrañarlo–. ¿Ha terminado ya todo?

No le cabe duda de que, de alguna manera, la presencia de Iorum en la ciudad estaba relacionada con la llegada de aquel suceso. Su presencia allí solo sirve para que el respeto que siempre le ha inspirado adquiera tintes de admiración. Ante los ojos de Rogani, la posibilidad de que perdiese la vida allí es lo que convierte a aquel evento en una tragedia.

–¿Qué fue de ti? –esa es la gran pregunta que le ha acompañado desde entonces– ¿Qué sabías? –una duda que acostumbra a ser el inicio de otra serie de cuestiones menores– ¿Fracasaste o tuviste éxito? ¿Has obtenido finalmente la respuesta para la gran pregunta? –una serie de preguntas a las que ahora se le añade una más– ¿Has regresado para salvar a esa pobre desgraciada?

Los datos que ha logrado recopilar no sirven para responder a estas preguntas. Nada de cuanto ha podido descubrir es capaz de confirmar o refutar sus teorías. Lo único que tiene son dudas. Mera especulación. Carece de información. La partida permanece suspendida. No hay ganador ni perdedor. No hay tablas. Quizás nunca hubo una partida real pero, sin embargo… se niega a dar el juego por finalizado.

–––––––––––––––––––

Los indicios son concluyentes. No importa cuánto busque, no es capaz de encontrar otra interpretación plausible de los datos que tiene ante él. Lo único que no es capaz de saber es cuándo comenzó el cambio,su causa y cuánto tardará en consolidarse.

Han pasado tres meses desde que se produjo la pérdida de contacto con Combria. Desde entonces se ha ido perdiendo paulatinamente las comunicaciones con otros quince planetas. Pero esto no marca el inicio. Antes de ese momento él ya había sido capaz de identificar otros indicios claramente significativos. Los fallos aleatorios en los sistemas tendrían que haber sido un aviso. Algo a tener en cuenta. Pero prefirió ignorarlos. Huía y lo sabe. Aún continúa haciéndolo. A pesar de los cambios que ha ido detectando. A pesar de las alteraciones que ha sufrido. A pesar del dolor. A pesar de su aparente estoicismo. A pesar de todo esto, se niega a aceptar la conclusión más obvia. Busca algo con lo que mantener alejado al temor. Huye como lleva haciendo desde hace tanto, pero no sabe durante cuánto tiempo continuará siendo capaz de hacerlo. Sus ojos y su mente vagan entre los datos sin encontrar nada a lo que aferrarse. Lo hacen sumidos en los paradigmas cambiantes. Evitando aquella información que confirmaría sus temores. Recorren infinidad de sistemas hasta que, una vez más, estos colapsan de nuevo. Hasta que los datos que le devuelven una vez que se han recuperado dejan de tener sentido.

Han pasado más de tres millones de años desde la primera y última vez que experimentó algo similar, pero el recuerdo permanece igual de fresco. Los síntomas son claros. El único interrogante que le queda por despejar resulta trivial. Una incógnita cuya resolución no podría ser más simple. Pero prefiere mantenerse en la ignorancia. Saber el alcance de estos cambios no supondrá ninguna diferencia. Nada de lo que pueda hacer importa. El conocimiento no hará su situación más sencilla. En estos momentos su máscara de indiferencia es todo cuanto queda del ser que expone ante los demás. No hay lógica en sus actos. No hay racionalidad y lo sabe. Puede mantener su pose estoica, pero la calma no deja de ser una capa más del personaje que ha ido construyendo. No hay aceptación en su actitud, solo una negación diluida. Sigue buscando una ruta de escape. Una manera en la que demostrar que está equivocado. Pero sabe que el tiempo se le acaba. El miedo no tardará en apoderarse de él.

–¿Dónde estás ahora, Iorum?

La pregunta es repentina. No sabe muy bien de dónde ha surgido, pero la agradece. Le permite desviar sus pensamientos hasta otro lugar. Obtener un inesperado respiro. Algo a lo que aferrarse antes de que sus temores se consoliden.

Ha pasado mucho tiempo desde que su nombre ocupó un lugar prioritario dentro del primer nivel de sus procesos mentales. Probablemente más de un milenio. Aun así, su imagen ha ido resurgiendo esporádicamente en en su segundo plano de pensamientos y planificaciones. Tras cada suceso relacionado con el campo de la axiofísica no ha podido evitar preguntarse acerca de su posible participación. Si ha sido causa o consecuencia de alguno de sus estudios. Si estaba “ahí” para observarlos.

–Tendrías que haber estado aquí. Tendrías que… Esto es absurdo –decide mantener la máscara un poco más–. Mírate, viejo fósil –no va a ganar nada dejándose llevar por la irracionalidad–. Mírate hablando solo. ¿Tan bajo has caído?

Arcanus no podría haber hecho nada para cambiar esto. Nadie puede hace nada para evitar lo que está sucediendo. Eso es algo que también sabe. Quizás Iorum pudiese haberle hecho un recorrido guiado a través de los movimientos que han desencadenado la situación actual, pero eso no cambiaría nada. No necesita que otros vengan a decirle que tanto Daegon como el universo en el que existen no dejan de ser casualidades cósmicas. Que el mismo concepto de “vida” que albergan es algo cambiante. La consecuencia de eventos fortuitos que tuvieron lugar hace miles de millones de años más allá de sus fronteras. Que las explicaciones que se han encontrado a su funcionamiento son tan válidas como la capacidad de observar de los estudiosos, pero que estos mecanismos se encuentra mucho más allá de entendimiento y, mucho más lejos aún de su control.

Él estaba ahí cuando Ailán, Ilioshka o Nítselen hipotetizaron por primera vez acerca de los conceptos subyacentes. Él convivió con Neyesha, Mayina o Nimur cuando estas trataron de concretar estas ideas difusas. Él estaba ahí. Los vio desaparecer junto al noventa por ciento de esa abstracción a la que un día llamó “humanidad”. Los vio desaparecer junto al concepto de vida que había conocido hasta aquel día. Desaparecieron dejando huérfanas a sus semillas. A los conceptos de los cuales habían sido germen. La realidad demostró a quienes, como él, se decían “inmortales”, la ilusorio de tal afirmación.

–“Inmortales” –la misma palabra suena vacía en su pensamiento–. “Dadores de nombres”. “Progenitores de la humanidad” –no puede evitar ruborizarse al recordar aquellas expresiones pomposas y altisonantes que tantas veces surgieron de sus labios–. Valientes y arrogantes imbéciles –al recordar las bravatas, la inocencia y la sensación de impunidad que les otorgaba la juventud eterna.

Pero nada de esto importa ya. No importa cuánto los eche de menos. Cuánto añore relacionarse con seres capaces de contemplar el universo con sus mismos ojos. No importa cuánto desee olvidarles. Incontables milenios no han sido suficientes para que lo logre. Para que la lección de humildad que recibieron sea menos dolorosa. Para que haya desaparecido de su mente una realidad que ya no existe ante sus sentidos. Lo que fue y no volverá a ser permanecerá por siempre fresco en su memoria.

–“Inmortales” –se pregunta si sobrevivirá de nuevo. Cómo impactará todo esto a los proyectos que tiene en curso. De qué manera afectará a su papel.

Se pregunta si sobrevivirán Huatûr o Shn’Grayal. Si lo harán Ulmar o Gahur. Si lo harán Avsala o Horst. Si lo harán Yeshnela o Midonu. Si los aliados se convertirán en rivales. Si los adversarios se transformarán en cómplices.

Porque no solo el universo cambia. Porque no solo la metafísica y la materia son regidas por sus propios influjos, ritmos y mecanismos. Porque los engranajes que accionan y definen la mente humana nunca han dejado de ser grandes incógnitas.

Pero sus preguntas no terminan ahí. La otra gran incógnita es si la humanidad sobrevivirá. En qué se transformará de lograrlo. Si triunfará donde no fue capaz de hacerlo la de antaño ni ha podido la actual. Si, en esta ocasión, los movimientos arbitrarios del cosmos tendrán piedad de quienes existen en su interior. Si alguna parte del conocimiento obtenido a lo largo de eones continuará siendo válido. Si las condiciones sobre las que se sustenta el saber no se encontrarán entre los axiomas que muten. Si, en esta ocasión, no tendrán que volver a empezar desde cero.

Una parte de su interior lucha por mantener alejadas estas preguntas. Lucha por mantener su mente ocupada. Por no llenar los huecos. Por no completar el dibujo completo. Incluso en momentos como este trata de mantener su máscara de indiferencia. La soberbia de antaño aún perdura. Quizás no olvide la lección, pero nunca ha querido aprenderla. Se niega a aceptar su irrelevancia. Él es Rogani. Uno de los seres vivos más antiguos de este mundo. Un superviviente.

Esta breve explosión de orgullo se solapa con el regreso de las sensaciones contra la que ha estado luchando. Con la propagación de estos cambios globales hasta contextos en los que habitan ciertos aspectos de su ser. Sus sentidos no saben a qué atenerse mientras su mente lentamente va perdiendo la batalla. La máscara amenaza con desprenderse arrastrada por las olas del pánico. Sabe que no podrá mantener el engaño durante mucho tiempo. Se ve incapaz de escapar de la aceptación y el terror. Sus sentidos activos apenas son capaces de comprender lo que le rodea mientras se ven saturados por nuevos impulsos. Las voces de sorpresa, alarma, pánico y dolor que suenan en la lejanía llegan hasta él deformadas. Deja caer su cuerpo contra el respaldo de la silla y cierra los ojos. Incluso la gravedad parece haber cambiado. Activa y expande el resto de sus sentidos para permitir finalmente que lo obvio tome forma en su totalidad ante ellos. La tonalidad de la luz ha cambiado. Las frecuencias subarmónicas han sido alteradas. Su modulación ha sido sutilmente reajustada. Algunas han desaparecido por completo sin dejar rastro alguno de su existencia. Ni siquiera un hueco. Ahora es capaz de percibir otras nuevas. No sustituyen ni complementan a las que ya no están. Tampoco se solapan con las longitudes de las desaparecidas. El cambio parece mínimo. Mucho menor que antaño. Pero esto no garantiza nada. Acepta lo que ya sabía. Las máquinas no volverán a funcionar. Pero eso no importa. En su gran mayoría, el conocimiento que almacenaban ya no será válido. A buen seguro, tampoco servirá el que se encuentra plasmado en soportes más resistentes al cambio. La humanidad que sobreviva lo hará desde la casilla de salida.

Tanto su mente como su cuerpo son dolorosamente conscientes de estas verdades. Ninguno de los aspectos que componen su ser ha terminado de adaptarse a los cambios que tuvieron lugar durante la primera debacle. Continúa recordando las sensaciones. La fragilidad, la pérdida y la impotencia. La constatación de su total irrelevancia dentro del gran esquema de las cosas. Sigue sin saber la razón por la que él y unos pocos más sobrevivieron a aquello. Una vez más se pregunta si quiere repetir todo aquello. Si quiere encontrarse entre los supervivientes. Una duda que en estos momentos se ve reforzada.

Casi desea que todo esto termine de una vez. Que llegue su final. No verse forzado de nuevo a convertirse en un espectador de primera fila de… cualquier cosa que venga a continuación. Presenciar el final de la primera humanidad resultó ser algo más de lo que deseaba ser capaz de soportar. Una experiencia que no desea repetir. Pero cualquiera de estas decisiones escapan a su control. No tiene capacidad de acción o reacción sobre ninguna de ellas.

Porque nada de esto importa.
Lo que él desee no tendrá ningún efecto sobre lo que está sucediendo. Si su mente fragmentada logra recomponerse, agradecerá la ignorancia que le acompañe.

–Supongo que ya está –se sorprende al ser capaz de mantener la calma–. Muy bien –la máscara prevalece–. ¿Y ahora, qué? –la curiosidad despierta una vez más.

–––––––––––––––––––

Repasa mentalmente los distintos tableros de juego y ve que todo sigue igual. Hace siglos que no tiene noticias de algunos de los jugadores y esto le hace preguntase cuántos seguirán aún con vida. Por otro lado, en su gran mayoría, las personas que elige como rivales tienden a ser ajenos de su participación en “el juego”. Esa es una de las características principales del reto. Parte de lo que lo hace interesante y divertido. No importa su esperanza de vida, lo que importa es que sean capaces de sacarle del tedio. De la sensación de hartazgo y aburrimiento.

–¿Es que nadie va a hacer nada interesante? –no. Quizás la palabra que busca no es “interesante”. El mundo está lleno de cosas interesantes. De elementos que ni conocieron ni concibieron las humanidades previas. Ese no es el problema. Lo es el darse cuenta de que echa de menos las reuniones y la frustración de su anterior vida. Tratar con incompetentes. Las responsabilidades que abandonó cuatro milenios atrás junto a la segunda humanidad. La interacción directa con otros–. Vamos, ha pasado mucho tiempo. Alguno de vosotros debe haber movido ficha –todo era mucho más divertido y emocionante mientras iba descubriendo esta nueva realidad. Mientras se adaptaba a ella. Mientras los grandes misterios permanecían inescrutables. Ahora lo único que puede hacer es esperar. Tener paciencia y confiar en que los descubrimientos que ha llevado a cabo durante estos milenios puedan ser explotados. Encontrar individuos excepcionales. Mentes capaces de aceptar las semillas de ese conocimiento. Intelectos preparados para hacer algo con él.

Desde el colapso de la segunda humanidad ha tenido pocas oportunidades de encontrar individuos que le resulten interesantes. Los viejos conocidos que sobrevivieron se han ido transformando en seres cada vez más esquivos. Seguir con “el juego” se ha convirtiendo en algo que le consume demasiado tiempo para lo que le aporta.

–Vamos, Iorum, sé que sigues por ahí –el nombre resurge una vez más sin previo aviso. Su mente ha ido mucho más atrás de lo previsto en su lista de asuntos pendientes. Hasta alguien de quien lleva más de cinco milenios que sin tener noticias. Pero eso resulta irrelevante–. ¿En qué andas metido? –no importa que puedan haber nacido y muerto naciones desde que supo de él por última vez. No importa que haya conocido culturas que ya han sido olvidados desde entonces. No importa que haya aprendido dialectos que ya nadie recuerda– ¿No me estarás evitando? –está convencido de que su ausencia es algo temporal. Sabe que antes o después volverá al tablero de juego– Mírame hablando solo como un lunático. Siempre has tenido efecto en mí, Iorum.

Ríe para sí mismo tras este pequeño soliloquio. Recordar a Arcanus suele causar ese efecto en él. Seguir sus pasos siempre le ha llevado hasta alguna sorpresa. Hasta algún descubrimiento. Eso es lo que le ha convertido en alguien tan especial. Quizás no sea la mente más brillante de cuantas ha conocido, pero sin duda se trata de una de las más audaces. Una de las más inconformistas. Alguien que nunca ha tenido problemas a la hora de cuestionar los dogmas y axiomas. Que no deja de preguntarse por la razón detrás de lo que los demás dan por sentado. Una fuente constante de preguntas incómodas y movimientos inesperados. Movimientos que acostumbran a llevar hasta conceptos y lugares sobre los que pocos se han atrevido a pensar.

–¿Qué respuesta es la que llevas tanto tiempo buscando? ¿Qué es lo que te está manteniendo alejado del mundo terrenal?

Cinco milenios no es demasiado tiempo para alguien como Rogani, pero sabe que para Arcanus es una eternidad. Más del tiempo que llevaba sobre sobre mundo cuando supo de él. También sabe que aquellos que no han nacido inmortales tiene problemas adaptarse a esta condición. Se pregunta si el tiempo habrá servido para atemperar su carácter. Para convertirle en alguien más reflexivo. Si le habrá servido para interiorizar la máscara con la que siempre se ha presentado ante los demás. Si habrá abandonado esa pose de soberbia impostada con la que nunca ha logrado engañarle.
Espera que no. Eso le convertiría en alguien más aburrido, y la gente aburrida es lo que más detesta en este mundo.

–Espero que cuando regreses al tablero no me decepciones –quedan aún demasiados temas pendientes entre ellos–. Porque esto no puede quedar así –demasiadas preguntas sin respuesta–. ¿Dónde estás?

VI - (In)Humano

VI - (In)Humano

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–He de reconocer que no lo entiendo –puede creer que escucha la voz de Huatûr, pero sabe que esto no deja de ser una ilusión. Un acto reflejo. Quizás haya logrado ampliar los sentidos con los que nació, pero aún no ha sido capaz de desligarse por completo de ellos. Es su mente quien proyecta su forma y todo cuanto acostumbra a la rodearla. Quien proyecta la imagen mental que conserva de ambos. Pero ninguno de los dos tiene un cuerpo en este entorno. Porque aquí no hay palabras o movimientos. No hay sonido o imagen. En este no-lugar tales fenómenos carecen de sentido. La reunión a la que ha convocado a su interlocutor no tiene lugar entre dos entidades físicas. Por otro lado, de manera independiente al contexto en el que se encuentre, tratar de leer la intención detrás la información transmitida por Huatûr siempre ha resultado ser una tarea compleja–. No sé si alegrarme o preocuparme aún más –no es capaz de determinar si hay burla o sorpresa en el flujo de datos. Tratar de adivinarlo en su nivel de existencia nativo sería algo casi imposible. En unas coordenadas contextuales y axiomáticas como las actuales no tiene sentido intentarlo.

–Lo sé. No es sencillo. Yo tampoco termino de entenderlo –permite que la duda y la incertidumbre sean perceptibles en su respuesta–. Desearía que lo fuese –es consciente de que su interlocutor es capaz de ver la actividad eléctrica y las reacciones bioquímicas que están teniendo lugar en su cortex cerebral. Que las diferentes capas que conforman su masa conceptual están mandando información que no es capaz de retener. Aun así, trata de ser dueño de los datos que exuda todo su ser. Necesita creer y sentir que es capaz de mantener el control de la situación–. Desearía entenderlo. Créeme. Pero decir lo contrario sería mentira.

Necesita sincerarse ante Huatûr. Expresar sus dudas y temores abiertamente. Pero, una vez más, el personaje se impone sobre todo lo demás. Los viejos hábitos son difíciles de romper. Sabe que las evasivas son innecesarias. Que, a buen seguro, la suya resultará ser una actitud contraproducente para la consecución de su objetivo. Pero no es capaz de evitar que el resorte surja de forma automática. Por un lado, no es capaz de gestionar correctamente el temor y la inseguridad que le genera la situación. Por otro, no quiere mostrase como alguien débil o falible. No ante Huatûr.

En este espacio axiomático es capaz de percibir a su interlocutor como nunca antes lo había hecho. Dispone de un prisma único a través del que observarlo y analizarlo. De una oportunidad que duda que se vuelva a repetir. Puede contemplar cómo las raíces y ramificaciones de su masa conceptual se expanden a lo largo de contextos hasta las que nunca ha tenido acceso. Cómo se entrelazan con aspectos de la macroestructura ubicados más allá de lo tangible. Por primera vez tiene la posibilidad de constatar cuántas de las teorías y elucubraciones que ha ido formulando acerca de este ser son correctas. Tiene toda esta información a su alcance pero, en estos momentos, pocas cosas podrían importarle menos. Duda como nunca antes lo ha hecho. No se termina de reconocer a sí mismo. Desconoce cuándo de esto se debe a su prolongada estancia en este no-lugar, y cuánto a los sucesos recientes.

A su vez, tratar de centrar y acotar sus sentidos es algo complejo. El flujo de información sensorial que recibe no deja de verse perturbado por todo tipo de interferencias. Los impulsos llegan entrecortados. Lo hacen a través de señales tan difusas que le cuesta reconocer a Huatûr en la entidad que tiene frente a él. Los datos que obtiene de este ser no coincide con los que acostumbra a proyectar. No es capaz de detectar el hieratismo o la gelidez que siempre le han rodeado. Su perenne máscara de indiferencia parece no haberle acompañado hasta aquí. Lo que cree percibir en él es sorpresa. Una reacción que jamás habría esperado detectar con tanta claridad en él. Una que parece diáfana. Genuina. En otra ocasión, bajo cualquier otra circunstancia, no dudaría, sino que la muestra de sorpresa le habría llenado de orgullo. Este descubrimiento habría disparado su curiosidad. Habría paladeado cada segundo durante los que se hubiesen prolongado. La sensación de gozo y satisfacción le habría resultado embriagadora. Pocos son capaces de lograr tal hazaña frente “El Contemplador”. Frente a “Aquella ante cuya mirada nada escapa”. Frente a quien, probablemente, sea el ser vivo más antiguo de esta realidad. Pero, para su propia sorpresa, no se ve capaz de disfrutar de este momento.

Trata de realizar una lectura más exhaustiva de la información que transmite Huatûr, pero sus sentidos se ven saturados. Leer e interpretar todo lo que es, y tiene la capacidad de transmitir un ser como él nunca resulta una tarea sencilla. Ni su intelecto ni sus recursos técnicos han demostrado estar siempre preparados para apreciar todos los matices que expone una entidad que posee en un mismo momento y lugar todas las formas posibles. La prueba de fuego definitiva para su inventiva y capacidad de adaptación dentro de un nivel de existencia al que está habituado. Pero aquí, en este contexto, la información aumenta exponencialmente. La tarea pasa de ser inabarcable a simplemente absurda.

A pesar de esto, Iorum es capaz de detectar y discriminar algo de lo que no había sido consciente en ninguna de sus anteriores reuniones. Una sensación que se proyecta y propaga por los diferentes niveles en los que existe. Que se funde con algo aún más profundo y abrumador que la inmensidad de su ser. Un flujo de información extraña que impregna cada uno de lo estratos que es capaz de percibir. Se trata de una preocupación casi infecciosa. De algo más profundo y poderoso que la mera presencia de lo inesperado.

Puede ver en su interior un dolor tan viejo como el tiempo. Más desgarrador que nada que haya conocido. Se encuentra contenido en el segundo plano de su núcleo esencial, pero ahora es capaz de percibirlo por encima de todo lo demás. Se impone sobre la extrañeza que deja entrever. Por encima de la incredulidad que se muestran los rostros con los que se ha presentado ante él. Se plasma con claridad en cada frecuencia y armónico. En la fluctuación de las partes que componen su anatomía. En cada elemento a través del que existe en este y otros lugares. Sus olas se propagan hasta convertirse en una tempestad que lo anega todo.

En otra ocasión, bajo cualquier otra circunstancia, trataría de adivinar qué es lo que oculta. Dejaría volar su imaginación en busca de un vector de aproximación con el que saciar su curiosidad. Aprovecharía la ocasión que esto le brinda buscar respuesta a todas aquellas preguntas que le han intrigado durante tanto tiempo. Pero no es “otra ocasión”. Si hay algo de lo que no dispone en estos momentos es de tiempo.

El momento se acerca. Debería estar exultante. Debería estar ansioso. Hoy no se ve capaz de sentir nada que no sea inquietud. Una sensación de pérdida de control que lo consume todo. Su mente se encuentra demasiado ocupada como para que en ella quede un resquicio para quien siempre ha deseado ser. No hay espacio para el orgullo o la curiosidad. A lo largo de los últimos días su vida se ha complicado más allá de cualquiera de sus estimaciones más pesimistas. Su ya de por sí atípica existencia se ha vuelto aún más extraña. Su frágil ilusión de control se ha desvanecido. “El plan” se ha visto comprometido. El objetivo para el que lleva trabajando desde hace milenios se encuentra al alcance de su mano e inaccesible al mismo tiempo. Se ha visto comprometido por culpa de sus propias decisiones e inacción. Por un riesgo que tendría que haber eliminado hace tiempo. Por una carga que nunca estimó que fuese a lastrarle como lo hace en estos momentos.

Frente a ellos, aunque a miles de realidades de distancia, pueden ver los cuerpos de Lexa y Sersby. Permanecen inertes allí donde los ha dejado. Confinados en cámaras de aislamiento que impiden que cualquier, partícula, forma de onda o radiación conocida entre en contacto con ellos. Sometidos a pruebas constantes que solo sirven para confirmar que su deterioro puede haberse ralentizado, pero no se ha detenido.

Trata de retener una parte de los pensamiento que pugnan por su atención. Lucha por impedir que escalen hasta el primer plano de sus procesos. No desea que Huatûr perciba esta lucha interna, pero sabe que está fracasando. Quizás no lo haya explicitado, pero todo su ser transmite un mensaje inequívoco. Sabe que existe un vínculo que ellos. Uno que nunca ha querido aceptar. Finalmente Inari lo ha logrado. Se ha visto forzado a intervenir. A formar parte del transcurso de sus vidas. A preguntarse por los lazos que los unen. A concretar las preguntas que ha estado evitando durante tanto tiempo. Desde el momento en el que estas criaturas fueron creadas. Todo en su interlocutor demuestra que ya ha emitido un veredicto. Contempla a esas criaturas como una extensión del propio Arcanus. Son su responsabilidad. No ha necesitado palabras para dejar clara su posición. La información ha sido transmitida y está convencido de que no lo ha hecho a la ligera. Claramente está buscando una respuesta emocional. Una que, a buen seguro, ha encontrado.

Durante mucho tiempo ha luchado contra ello, pero le importan. Este es un hecho del que no cabe duda alguna. Seguir sus pasos los ha convertido en una parte de su vida que no es capaz de ubicar. Porque el foco de u interés ha ido cambiando de manera paulatina. Se ha ido alejando de la precaución y temor iniciales. La molestia ha mutado hasta convertirse en fascinación. El experimento que le hizo romper sus lazos con Rogani e Inari ha terminado por afectarle de otra manera. A lo largo de sus vidas han podido ser muchas cosas, pero nunca algo irrelevante.

Y ahora sus esencias se disgregan. Su final está cerca. Lo sabe de la misma manera en la que supo de su existencia en el momento en el que fueron expuestos a esta realidad. Lo sabe porque en su interior albergan una parte de su propio núcleo esencial. De aquello que se hizo a sí mismo y le hace ser quien es. Existe entre ellos un canal de comunicación que nunca ha sido capaz de descifrar. Un vínculo cuyo estudio siempre ha postergado. Y quizás ya sea tarde parea hacerlo. Quizás sea tarde para demasiadas cosas. No sabe en qué medida le puede afectar su disolución. Qué tipo de implicaciones podría llegar a tener sobre él. Quizás averigüe esto mucho antes de lo deseado.

Estos pensamientos circulan a tal velocidad por su mente que no es capaz de controlarlos. No le cabe duda de que Huatûr estará tomando buena nota de todo lo que está transmitiendo sin pretenderlo. El error ha sido cometido y ya es irreparable. Ha intervenido. Se ha involucrado.

–Nunca antes te había visto así, amigo mío –la intervención de Huatûr le devuelven hasta el ahora. Desea leer en este mensaje mucho más de lo que realmente encuentra. No quiere compasión ni piedad. No de “aquella ante cuya mirada nada escapa”. Pero lo único que es capaz de detectar es la constatación de lo obvio. Está preocupado, y su reacción le ha dado razones más que suficientes para estarlo. Ciertamente, no recuerda haberse sentido nunca de esta manera, y esto solo representa una ínfima parte del problema de fondo.

–Disculpa –tiene que comenzar de nuevo. Necesita reformular su estrategia para que contemple los cambios en su estado de ánimo. No tiene la más mínima idea de lo que puede estar viendo Huatûr. Hasta qué niveles son capaces de llegar sus sentidos. Si es es capaz de percibir los distintos niveles de incertidumbre en los que se encuentra sumido–. Supongo que el espectáculo no está siendo agradable –pretende introducir en su comentario un sutil toque de levedad, pero sabe que no ha sido capaz de evitar el deje de amargura que amenaza con consumirle.

Lo único que recibe como respuesta es estática. Silencio a todos los niveles que es capaz de percibir. Una máscara estoica e inescrutable que se expande allí hasta donde alcanzan sus sentidos. No necesita esperar para saber que no va a recibir nada. Para saber que ha fracasado en su intento por cambiar de tema.

–De acuerdo, hablemos –el transcurrir del tiempo dentro de esta ubicación axiomática lo complica todo. La presencia de otra entidad lo hace todo aún más confuso. No importa cuánto permanezca aquí, aún no se ha acostumbrado a su manera de fluir cuando se encuentra en soledad–. Suelta tu sermón, pero sabes que eso no cambiará nada –no sabe cuánto tiempo transcurre entre una unidad de información y la siguiente. No sabe si “cuánto tiempo” es una expresión que tenga sentido aquí. Tampoco sabe si pensar en conceptos como “aquí” tiene sentido. Desearía ser capaz de controlar el canal y el sentido de la información. Ser capaz de imprimir a su mensaje la misma indiferencia que muestra su interlocutor. Pero lo único que tiene son dudas

–Me preocupas, Iorum –toda su masa conceptual muta. Ya no se encuentra ante un ser indiferente o un padre enfadado, sino frente a una presencia protectora. Su mera presencia le alumbra como una luz cuya verdad le ciega–. No te reconozco –le mira con tal dureza y ternura que hace que todo su cuerpo se estremezca de rabia y deseos de complacerle. El eco de sus propios pensamientos que arrastra este mensaje solo sirve para que estos se intensifiquen–. Siempre has sido temerario, pero nunca un inconsciente

–Por supuesto –su mente reacciona con un acto reflejo. Trata de lograr que su cuerpo tome aire antes de contestar. Un impulso ante el que no hay reacción posible–. ¿Cómo no? –necesita construir sobre la rabia lo que no es capaz de hallar desde su parte racional– Solo soy otro ser inferior. Alguien incapaz de comprender los riesgos a los que se expone ante los ojos del gran Huatûr –lo pueril de su respuesta le resulta ofensivo incluso a él.

–Lo único que demuestra tu reacción es que estoy en lo cierto, Iorum. Lo sabes. Debes re-evaluar tus prioridades.

–Mis prioridades son claras. Lo han estado desde antes de conocerte. Estos seres nunca han formado parte de mis proyectos. No voy a permitir que interfieran.

–Estos seres ahora dependen de ti. Han sido tus acciones las que han impedido que mueran. Son tus máquinas las que los mantienen con vida. ¿Por qué lo has hecho si ahora pretendes abandonarles a su suerte?

–No tengo tiempo para ellos –no quería que la conversación llegase tan pronto hasta este punto. Sabe que no va a ser capaz de encontrar argumentos racionales para defender sus acciones. Lo único que tiene son reacciones viscerales que tiran en direcciones opuestas–. De acuerdo a las proyecciones más optimistas, la siguiente ventana de oportunidad no se presentará hasta dentro de ciento cincuenta millones de años. No estoy dispuesto a esperar tanto.

–Eso no responde a mi pregunta.

–La respuesta es pobre, lo sé. También sabía que no te iba a gustar. Yo tampoco estoy muy orgulloso de ella, pero es la única que tengo.

–Solo es tiempo –parece arrepentirse en el mismo momento en el que deja fluir la información. No hay ningún atisbo de sarcasmo en la transmisión… pero sí de algo más. De una emoción que no es capaz de identificar con claridad. Que desborda el espectro de todo lo que conoce. Un momento de duda. Una tristeza infinita que no se desvanece cuando el resto de la información desaparece del canal–. Tendrás otra oportunidad –tras este breve impás, el flujo vuelve a verse teñido de esa misma sensación. No es melancolía, no es lamento, pero sí un dolor que parece volver más pesado el contexto en el que se transmite. Percibe con claridad el color y la modulación que acompañan a los datos. La vasta amplitud que abarcan estas señales. Cómo la fuerza gravitatoria las trata de manera diferente al resto. Cómo son generadas longitudes de onda y armónicos que le resultan desconocidos. Cómo, por primera vez desde que se conocen, Huatûr, parece perder el control.

–El tiempo lo es todo –una vez más, duda antes de continuar pero, esta vez, el foco de su incertidumbre cambia. Aflora su curiosidad. Un rasgo en el que sí que se reconoce. Que refuerza la imagen que tiene de sí mismo. Se ve tentado a ser él quien haga las preguntas. A despejar las incógnitas que genera todo aquello acerca de lo que su interlocutor no quiere hablar–. Si eso es todo lo que vas a aportar a la conversación, supongo que no tenemos más que hablar –pero se refrena. Trata de utilizar este momento de debilidad contra él. Lo apuesta todo a una carta–. Quizás para alguien nacido hace eones ciento cincuenta millones de años transcurran en un instante, pero yo no nací así. Para mí el tiempo no deja de ser una cuenta atrás hacia la incertidumbre

–¿Y realmente crees que esto te permitirá poner fin a la incertidumbre?
–Lo dudo. Una vez que encuentre la respuesta a esta pregunta centraré mi atención en otra. Quizás en ellos. La vida no deja de ser eso. Una sucesión infinita de preguntas. Solo la muerte pone fin a la incertidumbre.
–En ese caso, ¿qué determina la prioridad de cada pregunta? ¿Cuál es el criterio que utilizas a la hora de situar unas respuestas por encima de las otras?
–Sabes que esta elección no me resulta sencilla. Sé que eres capaz de percibir todas las contradicciones con las que tengo que lidiar. Por favor, no hagas esto más complicada de lo que ya lo está siendo. Te he llamado porque necesito tu ayuda, no tus sermones.
–Estoy tratando de ayudarte. Quizás esta no sea la ayuda que deseabas, pero es la única que soy capaz de ofrecerte.
–Muy bonito –la respuesta le pilla por sorpresa y, una vez más, le hace dudar. No se había preparado para tener que lidiar con la misma respuesta que le acaba de dar hace un momento–. He de reconocer que no esperaba de ti un comportamiento tan… humano.
–Parece que que ninguno de los dos estaba preparado para esta conversación.
–Y, sin embargo, aquí estamos. Ambos debemos tomar decisiones que no deseamos tomar. Sabes lo que voy a hacer y las implicaciones que tiene. Sabes los riesgos que voy a correr. Sabes lo que les…
–Sé muchas cosas, y creo que te equivocas.
–Es posible. No sería la primera vez. Pero tampoco sería la primera vez en la que te demuestro que no siempre tienes razón.

Una vez más se el canal y el contexto se ven invadidos por la estática. Por todo lo que no son ellos y su interacción. Este vacío que dejan es llenado por una quietud que se extiende más allá del espectro audible o el visible. Una ausencia que es capaz de saturar y anular el resto de sus sentidos mientras Huatûr le contempla como solo ella puede. Lo sabe. Analiza la situación y sus reacciones. Nunca ha sido alguien dado a malgastar el flujo de información cuando sabe que no va a conseguir nada con ellas.

–¿Y, bien? –el escrutinio se le hace eterno– ¿Cuál será tu papel esta vez? –falla en su propósito de aguardar el veredicto en silencio.
–No trataré de impedir que cometas una estupidez.
–No es la razón para la que te he llamado.
–Lo sé.
–En ese caso, ¿cuidarás de ellos?
–Regreses o no, durante tu ausencia trataré de buscar información acerca de lo que les afecta. Evitaré en la medida que me sea posible que se vean expuestos a otros elementos anómalos. No puedo ofrecer otra cosa.
–No te pido más.

–––––––––––––––––––

Se encuentra tan cerca que le cuesta aceptarlo. Este es el momento para el que se ha estado preparando desde que es capaz de formular pensamientos racionales. Desde antes de abandonar sus vínculos con la humanidad. La obsesión que le ha acompañado a lo largo de su extensa vida. Pronto desentrañar los misterios del mismo tiempo. Llegará hasta el núcleo de la que ha sido la fuerza motriz de su existencia. Sin embargo, su mente está dividida. Su atención está correctamente enfocada. En estos instantes, tan cerca del final, algo así no deberían tener cabida. Hay en juego mucho más que el mero saber.

Está atrapado. La comunicación entre este espacio axiomático que habita y Daegon no volverá a ser posible hasta dentro de tres mil quinientos doce días. Cuando llegue ese momento, el punto de acceso se habrá movido. Ya no se encontrará situado en las cercanías de Tayshak, sino que será necesario viajar hasta las inmediaciones del sol de la galaxia de Polythea para poder acceder hasta él. Huatûr tiene las coordenadas y los datos temporales. Para él habrán transcurrido poco más de quince días, para Lexa y Serby apenas habrán sido unos segundos. Para Iorum todo será distinto. Él tiene que quedarse aquí. Este es el único lugar desde el que podrá acceder hasta el punto en el que se darán las condiciones que permitirán que se inicie su viaje. Hasta una ventana de oportunidad que sabe que no volverá a repetirse. Los ejes de intersección de su observatorio con todo lo que le rodea han sido diseñador con ese único fin. Para ese momento y lugar. Debería estar exultante. Radiante. Emocionado como nunca lo ha estado en su vida. Pero sus pensamientos se han trasladado hasta otro lugar. Cada vez que su mente no está centrada en el proyecto, la contradicción y la duda lo invaden todo. La emoción desborda el reducto en el que se encuentra contenida. La pulsión visceral contra la que lleva milenios combatiendo logra imponerse sobre la lógica. Sobre el plan.

La confluencia de factores que le permitirá alcanzar su destino está demasiado cerca como para desviarse. Tiene que estar aquí cuando la gravedad, el espectro visible, lo táctil y el tiempo sean descompuestos en sus elementos básicos. Cuando se vuelvan fluidos. Tiene que llegar hasta donde sus cualidades metafísicas muten para transformase en axiomas con los que pueda interactuar de forma física. Tiene que estar cuando y donde pueda interactuar con ellos a través de su propia masa axiomática. A través de la entidad en la que se ha ido transformando.

Comprueba los datos una vez más para constatar lo que ya sabe. Nada ha cambiado, con todo lo bueno y malo que esto implica. No hay tiempo. No lo hay para reflexionar. No lo hay para dedicar su atención a otros asuntos. No lo hay para analizar la sensación de decepción que lo inunda todo. Trata de ajustar los impulsos eléctricos de su mente. De controlar su masa axiomática disgregada a lo largo de cientos de realidades. De ignorar las respuestas reflejas de los miembros fantasma de un cuerpo físico que carece de sentido aquí. De corregir todo aquello que considera una distracción. Todo lo que pueda suponer una desviación no prevista en el curso de acción establecido. Pero su mente se encuentra dividida.

Piensa en su pasado. En Rogani e Inari. En todas las implicaciones de cada uno de los errores de cálculo y juicio en los que incurrió mientras duró su relación con ellos. Pero, sobre todo, piensa en sus creaciones. En Lexa y Sercby. En la repulsa y fascinación que siempre ha sentido por ellos. En las preguntas que siempre han despertado en él. En todas las incógnitas que quedan por resolver. En la multitud de variables por desvelar. En la necesidad por saber más acerca de ellos. Más acerca de sí mismo y aquello en lo que se ha convertido. En todos esos misterios con las que podría haber llegado a disfrutar en otro momento. En todos los riesgos innecesarios que ha asumido a lo largo de su vida. En cómo la suma de todos estos factores ha terminado desencadenando esta situación.

Porque ahora es ya demasiado tarde. No tiene tiempo. El momento para encontrar la respuesta a todas estas preguntas ha quedado atrás, y esto le destroza por dentro. La soberbia continúa uniéndole a una humanidad de la que siempre ha tratado de alejarse. Los errores del pasado han vuelto para poner en peligro todo por lo que ha trabajado durante milenios.

Modifica la química corporal de las partes de su masa que permanecen en un contexto físico. Necesita mitigar en lo posible todos los impulsos ajenos a sus procesos mentales. Puede permitirse el lujo de ralentizar ciertas funciones de su cuerpo lejano. Aún queda mucho hasta que vuelva a necesitarlas. Las partículas que flotan a su alrededor no son capaces de entrar en contacto con nada tan complejo. Los elementos que dan coherencia y cohesión al contexto a través del que viaja su observatorio nada tienen que ver con lo tangible o lo concreto. Camina a través de una sustancia que tira de él en distintas direcciones al mismo tiempo. Por elementos que ni siquiera son capaces de interactuar con su química cerebral o sus impulsos neuronales. Nada humano puede existir en este ambiente y, sin embargo, él está “aquí”. La materia axiomática de cualquier otro se desintegraría en cuestión minutos, pero ha logrado moldear la suya de manera que logre imponerse sobre estas adversidades. El simple hecho de recordar este dato provoca que su estado de ánimo mejore, pero sabe que no ha de confiarse. Sigue siendo un ente extraño dentro de este lugar. Un agente desestabilizador. Las partes de su ser que habitan dentro de estas coordenadas metafísicas son al mismo tiempo más densas y más livianas. Lo conceptual adquiere peso y consistencia. No puede fiarse de sus sentidos, ya que estos únicamente le permiten percibir longitudes de onda imposibles que se mueven y fusionan. Haces de partículas que mutan y distorsionan todo aquello con lo que entran en contacto. Cargas de estática que crean pequeñas grietas. No se encuentra en un mundo de tres dimensiones, sino en uno en el que, hasta el momento, ha sido capaz de identificar cuatrocientas veintiuna diferentes. Un número ínfimo dentro de la infinita variedad que se encuentra a su disposición. Capas de conceptos que se solapan y funden con aquellos pertenecientes a la realidad en la que nació. Que los modifican, repelen hacen confluir en nuevos axiomas. Que logran crear nexos y nodos en los que el tiempo deja de ser una línea continua. Que lo pliegan hasta que este se quiebra y se desborda. Que evitan que fluya en un único sentido. Se encuentra rodeado por abstracciones a las que la humanidad aún no ha sido capaz de dar nombre. Desde aquí tiene al alcance de la mano los elementos que otorgan coherencia al “todo”. Desde la seguridad del observatorio es capaz de contemplar los movimientos de la mecánica cósmica. El fluir de los conceptos que conforman billones de realidades. La forma más pura del sentido de la maravilla.

Pero nada de esto le importa o emociona desde hace ya mucho tiempo. Sus sentidos están enfocados en una única dirección. En la trayectoria que siguen los estratos metafísicos que se deslizan alrededor de su punto de referencia. No ha de moverse del constructo estático en el que se encuentra. Únicamente ha de esperar. Permanecer aquí hasta las trayectorias que han anticipado sus cálculos confluyan. Ha de confiar en que los patrones que lleva siglos contemplando no se ven alterados por nuevas fuerzas. En que las corrientes sobre las que se mueve el universo lleven hasta estas coordenadas y este instante al lugar que le dará las respuestas que tanto ansía.

En este lugar que no “es” los momentos se congelan y expanden. Lo que ha sido está por llegar, lo que sucederá es historia. El “aquí” y el “ahora”, el tiempo y el espacio, lo tangible y lo etereo son conceptos fluidos. Mutables. No puede fiarse únicamente de sus sentidos. No importa cuánto los evolucione o modifique. Ni ellos ni su mente son capaces de procesar correctamente todo lo que tienen ante ellos. Necesita comprobar y contrastar datos constantemente. No importa que todas las simulaciones que ha llevado a cabo a lo largo de los siglos hayan dado resultados similares. Todo cambia en este contexto. Todo con una única excepción a la que se aferran todas sus teorías. Existe un parámetro que las mareas del azar no han afectado desde que comenzó a contemplarlo. Un parámetro que únicamente permanece inalterado cuando se analiza desde estas coordenadas. La comunicación entre este gettâ y la confluencia será viable en ocho días relativos. Una cantidad de tiempo que muta con cada uno de sus gestos. Con el fluir de los impulsos eléctricos que recorren su sistema nervioso. El momento existe o existirá, pero puede dejarle atrás. El tiempo no se agota porque no existe, pero necesita construirlo. No hay alternativa posible. No existe otra opción. No hay marcha atrás. No hay espacio para la duda, pero esta no le abandona en ningún momento.

Piensa en el consejo de Huatûr y trata de hacer memoria de todos los errores que ha cometido hasta el momento. Se pregunta si será lo suficientemente afortunado como para cometer alguno más una vez que este viaje llegue a su final. No sabe cuántos errores pueden perturbar el sueño de “Aquella ante cuya mirada nada escapa”, pero es dolorosamente consciente de los suyos. Demasiados. Una larga lista que nunca deja de crecer. De cualquier manera, salir o no con vida de su experimento es algo que le resulta algo del todo irrelevante. Las respuestas que pueda obtener de él son más importantes para él que cualquier cosa que le pueda suceder. El fracaso siempre ha sido una posibilidad que entraba en sus planes. Un riesgo aceptado.

Huatûr le ha dicho que nunca le había visto así, y esto es cierto. Nunca ha sido así. Su cuerpo y su mente le están traicionando. Debe ser capaz de localizar y extirpar el origen de la duda. Matar a aquello que ha despertado y fomentado la inseguridad. Volver a ser él mismo.

Sin importar cuánto tiempo haya pasado aquí, no termina de adaptarse a este lugar. A la manera en la que le comunica con quien fue, es y será. A los ajustes que se ha visto obligado a realizar sobre su propio ser para poder existir dentro de este contexto. A los enlaces que ha establecido con los axiomas que le rodean. A su cercanía con el núcleo de todo. A las alteraciones que ha llevado a cabo sobre las conexiones que componen su organismo. Sobre su misma estructura subatómica. Sobre ese cúmulo de impulsos que estimulan sus centros nerviosos. Sobre la arquitectura de su propia mente. Sobre los tiempos de reacción de sus neurotransmisores.
A todos los efectos, ya no es el mismo ser que ha habitado en Daegon. Cada contexto tiene sus propias reglas, lo sabe, y se ha confiado. Ha subestimado la manera en la que le ha cambiado este lugar. Ha centrado tanto su atención en lo que le rodea que se ha olvidado de lo más básico. Un error de cálculo que no se volverá a repetir. Uno que se dispone a corregir. El problema está en sí mismo. En su interior. En la compleja secuencia de reacciones que genera la totalidad de su ser. Esa es la fuente de su conflicto. Algo sobre lo que puede trabajar.

–––––––––––––––––––

Todo transcurre de acuerdo a lo esperado. El final de la espera se acerca. El vector de aproximación del observatorio es el correcto. La rotación cronal de su plataforma se mueve en sincronía con la de su destino. Las masas axiomáticas continúan dentro de los parámetros vaticinados por las simulaciones. Sus trayectorias se ubican dentro de los márgenes previstos.
Aun así, todo esto convive con un cierto “ruido”. Con cúmulos metafísicos que generan interferencias que son capaces de perturbar el resultado de los análisis previos. Pequeñas anomalías que van a entorpecer su acceso. Pero nada de esto parece suponer un impedimento. La cadena de eventos se está desarrollando dentro un rango aceptable.

A pesar de todas las alteraciones que ha llevado a cabo sobre su estructura, se reconoce nervioso. Quizás en su mente ya no haya duda, pero la anticipación por parte de los estractos de su ser que van a verse sometidos a altas tensiones se deja sentir con claridad. El eco sintomático de lo que que han padecido durante las pruebas previas. No ha podido detectar, probar o eliminar todos los posibles efectos secundarios a largo plazo, pero estos han variado en cada simulación. Pero no queda tiempo para más pruebas. Tendrá que confiar en las hipótesis. Sabe que ha hecho bien su trabajo, lo sabe. Ha hecho todo cuanto está en su mano, pero aún es pronto para felicitarse. Trata de contener la euforia, pero no puede evitar una cierta excitación y condescendencia consigo mismo. Toma nota. Corregirá esto más adelante.

Todo su ser continúa disgregado a lo largo de todos los contextos sobre los que se solapa. Sus partes orgánicas y concretas se encuentran monitorizadas en una cámara de contención similar a las de Lexa y Serby, aunque en un nivel de realidad diferente. Allí donde puedan convivir y mantener su comunicación con los distintos reinos axiomáticos por los que se va a mover. Las copias de su ser previas a este momento también han sido repartidas y almacenadas en lugares seguros. Repasa mentalmente todos estos detalles mientras el punto que tanto lleva esperando alcanza al observatorio. Su destino ha llega hasta él. Ha llegado hasta la última posición en la que su existencia es viable. Se deja arrastrar por este punto el horizonte de sucesos para establecer contacto con la ventana de oportunidad. Comienza a moverse en sincronía con ellos. La distancia que le separa del objetivo no puede ser medida en base a conceptos como el espacio o el tiempo. Solo tiene que dar un paso metafórico. Exponerse a fuerzas que supondrán su desaparición como ser complejo. Destruir este contenedor para ser reconstruido bajo una nueva forma. Confiar en que su autoimagen es lo suficientemente sólida y fluida como para superar la experiencia.

Avanza y se sumerge en el sustrato primordial de cada concepto, ser o elemento. Es capaz de contemplar e interactuar con los paradigmas que definen lo tangible y lo abstracto. Con el más ínfimo y el más elevado de los componentes de la realidad. Se sitúa en un nivel más bajo que la más ínfima de las partículas conocidas. A una escala mayor que cualquier universo conocido o concebido por la humanidad. A través de una serie de conceptos que, hasta este no-momento, únicamente había experimentado de manera teórica.

Se mueve en todas direcciones al mismo tiempo. Cada una de las partes de su masa conceptual se desplaza. Se relacionan, expanden y contraen de forma síncrona dentro del contexto que las reciben. En las cuatrocientas veintiuna dimensiones que es capaz de percibir, y más allá de ellas.
El movimiento no es sencillo. Lo que experimenta es algo nuevo tanto para sus sentidos nativos como para los adquiridos. Una gran parte de la información que recibe no puede ser procesada. Nada aquí se rige por las mismas leyes de su hogar, o por las que imperan dentro de cualquier otros de los territorios axiomáticos que ha visitado con anterioridad. El no-lugar en el que se encuentra no existe para ser contemplado o experimentado. En él no hay luz u oscuridad. No hay sonido o silencio. No hay consecuencia sino causa. Todo aquello que da sentido a esos conceptos. Los colores que ve no están ahí, las partículas que cree percibir no lo son. Todo cuanto percibe y experimenta son meras aproximaciones. Invenciones que realiza su cerebro a la hora de interpretar y tratar de atribuir algún tipo de sentido a los impulsos sensoriales que recibe. Su viaje tiene lugar entre instantes. Allí donde nace y se desborda el tiempo. Se adentra en un universo más denso, más compacto, pero su camino le lleva a recorrer los nexos y uniones que mantienen el “todo” como algo coherente. Una coherencia de la que ha escapado.

Nuevamente titubea, pero esto nada tiene que ver con lo que deja atrás. Duda como consecuencia de la abrumadora cantidad de información que está recibiendo. Sabe que nada de esto es cierto. Que lo que ve no está ahí, pero su mente no puede evitar crear falsas equivalencias. Sensaciones ficticias. Tiene la impresión de ser minúsculo. De poder recorrer un quark como si se tratase de una sistema planetario. De poder contener galaxias entre sus manos.

Una vez dentro no es capaz de identificar su destino. Lo único que sabe que es real es el peligro. El miedo que lucha por paralizarle. Fuerza a la imagen mental de su cuerpo a dar un nuevo paso metafórico. Uno que le hace avanzar y retroceder. Que le eleva y le hace descender. Que provoca que se aleje y acerque de sí mismo.

–Sabías que esto no iba a ser sencillo –trata de hablar para sí mismo. De recordarse quién es. Cuál es su propósito, pero sus pensamientos suenan lejanos. Casi extraños. Son pronunciados en lenguas que no era consciente de poder hablar. Por alguien ajeno a quien es “ahora”. Alguien a quien apenas reconoce o recuerda.

Trata de imponerse sobre el entorno. De recomponerse. De no dejarse llevar. Lucha por no olvidar quién es o su misión. Dedica todas su concentración a mantenerse como un ser complejo. A oponerse a las fuerzas que tiran de él en direcciones opuestas. A prevalecer sobre aquello que le rodea. A obviar el dolor.

Logra dar un tercer paso. Su masa conceptual continúa cambiando. Adaptándose a los impulsos que recibe. Desgarrándose con cada fracaso. Dejándose llevar por aquellas corrientes contra las que sabe que no puede luchar. Su ser se fragmenta aún más. Se diluye. Los preceptos que le definen dejan de ser válidos. Aquí no puede ser él / ella. Humano o inhumano. Biológico o inorgánico. Esos conceptos carecen de sentido. Son demasiado complejos. Consecuencias de la fusión de la infinidad de contextos entre los que se mueve.
Lo que queda de él continúa avanzando y fragmentándose. Escudando a los componentes críticos. La meta está cerca. Ese fenómeno que lleva siglos observando se encuentra a su alcance. Eso es lo único que importa. La obsesión, la soberbia y la rabia se impone sobre el dolor y la duda. Su consciencia solo es un tenue hilo, pero esto no hace que su trayectoria se vea alterada.

Triunfa. Logra finalizar la primera etapa de su viaje. Alcanza la fisura que recorre tanto lo concreto como lo abstracto. La frontera dentro de la cual puede mantener su integridad. Su disgregación se detiene, pero la victoria conlleva un precio muy elevado.
Quien llega hasta ese lugar no es él, solo un leve resto de lo que fue al iniciar este viaje. Un recuerdo. Un instinto primario programado para alcanzar una meta. Un ser incapaz de continuar el viaje. Necesita recomponerse una vez más. Recuperar los fragmentos de su ser que le han abandonado durante el camino. Nada fuera de lo previsto. El resultado de esta travesía era predecible. Por otro lado, el esfuerzo y los recursos necesarios para paliar sus efectos, no. Se ve obligado a perder un tiempo del que no dispone.

Lentamente, los distintos componentes de su parte no abstracta se reorganizan. Esta es la parte más dolorosa, pero también la más sencilla. El cuerpo que ha diseñado ha sido algo simple, funcional y eficiente. Las terminaciones nerviosas son algo superfluo en este nivel de existencia, solo necesita algo sujeto a las fuerzas gravitatorias del lugar. La procedencia de cada uno de sus componentes fue localizado hace tiempo. Ha revisado, etiquetado y enlazado cada uno de ellos a aspectos concretos de su núcleo conceptual. A la entidad que considera su ser. La que ha permanecido inalterada durante más tiempo. El armazón conceptual que resulte de todo esto será algo temporal, pero tiene que asegurar su compatibilidad con quien es, al tiempo que no debe impedir que vuelva a serlo. Esta primera fase es un proceso automático. No necesita de ningún tipo de esfuerzo consciente. El problema llega tras la finalización de este paso inicial. Cuando llega el momento en el que comienza a formase la consciencia de este nuevo ser. El instante en el que se establecen las pautas mentales que le definirán. La carcasa ya está lista, todas las conexiones establecidas. El dolor ya no es un ruido sordo procedente de un cuerpo no presente. Deja de ser un eco desdibujado del pasado sino algo que es capaz de reconocer y padecer conscientemente. Que se almacena y se recuerda. Un requerimiento si quiere ser capaz de elegir. De volver a construir una personalidad y un bagaje concretos. Unos recuerdos y un propósito. Para ello es necesario un orden específico. Una secuencia no arbitraria de eventos. Una labor en la que no puede delegar a ninguna entidad externa a él mismo. El número de condicionadas enorme y la apuesta demasiado elevada.
Cada porción infinitesimal de su ser se ha de ser sometida a un escrutinio especialmente detallado. Ni las rutas que han seguido ni el desgaste que ha podido sufrir durante el tránsito podían ser calculadas. Los caminos de regreso hasta su ser son infinitos. No tienen nada que ver con el que siguieron para abandonarle, esa era una vía de un único sentido. Han viajado a la deriva buscando las sendas que les supusiesen un menor esfuerzo. Trayectorias que, en ocasiones, les pueden haber llevado hasta fuerzas antagónicas para ellas.
Cada espera, cada ruta alternativa y cada reintento ha supuesto permanecer en un estado de semiconsciencia. Congelado sin saber a ciencia cierta cuándo terminaría el proceso. Agonizando en una situación de indefensión de la que no sabía si sería capaz de salir.

Cada parte de su cuerpo funciona y envejece a una velocidad diferente mientras se realizan los ajustes. La fluctuación en el transcurrir relativo del tiempo no es una constante. No es algo que haya podido simular de forma exhaustiva. Esta fuerza no afecta de la misma manera a cada reino axiomático o a cada uno de sus segmentos. Por añadidura, la tensión a la que se ve sometido su armazón excede enormemente cualquier escala prevista. Las conexiones nerviosas podían ser cortadas y reemplazadas. Eran componentes irrelevantes y fácilmente reemplazables, pero no se atreve a seguir esta misma estrategia en el terreno de los mental. Un fallo ahí puede resultar fatídico. Cada elemento fuera de secuencia debe ser validado, corregido y alineado. Debe esperar al que le precede en el orden temporal y jerárquico.

El esfuerzo resulta extenuante. La prueba y el error generan una infinidad de mutilaciones microscópicas. Dentro del estado de crisálida en el que permanece muere y resucita millones de veces. Se transforma en una miríada de individuos que nunca fue. En seres que escapan a toda descripción. Trata de percibir y comprender lo que le rodea desde lugares en los que ninguna de estas dos cosas es posible. Adopta formas y estados en los que la mente es un concepto desconocido. Pierde la cordura de todas las maneras posibles. De formas en las que no se puede recuperar por completo. Recibe heridas cuyas marcas y secuelas permanecerán indelebles en su interior. Cicatrices cuyos vestigios jamás podrán ser extirpados de su ser. Nuevos recuerdos que le acompañarán para siempre. Un “para siempre” que puede ser tremendamente breve si comete cualquier error.

Sus sentidos y consciencia se van reparando, ajustando y consolidando mientras las últimas piezas completan el puzle. A pesar de la agonía que le generan todas estas experiencias, nada de esto se encuentra en el primer plano de su mente. Los primeros impulsos en despertar son los de la impaciencia y la frustración, pero tampoco deja que estos le dominen. No tiene tiempo para recriminaciones. Ya analizará sus errores si logra sobrevivir.

Finalmente la reconstrucción llega hasta su conclusión y es capaz de percibir lo que se encuentra a su alrededor. A pesar de que no se parece a nada que haya contemplado con anterioridad, todo le resulta vagamente familiar. Sus nuevos sentidos parecen ser capaces de apreciar, comprender y reconocer el lugar en el que se encuentra. Aun así, sabe que debe ser precavido. El entrenamiento al que ha sido sometida su mente puede haber dado sus frutos, pero lo que creen percibir sus órganos sensores no deja de ser otra ilusión. “Real” no es una palabra que tenga sentido aquí. Nada de lo que se encentra ante él es es más o menos fiable que cualquier otra cosa que se haya encontrado hasta el momento. A todos los efectos, no es más “válido” que las simulaciones con las que ha calibrado sus receptores. Solo está “ahí” porque él es capaz de contemplarlo. Aun así, puede ser su creador, pero no su amo.

A través de las fisuras que surcan la grieta no está contemplando otros lugares o momentos. Su mente rellena los huecos. Sus sesgos cognitivos dan forma a lo que desea ver. Su posición no se encuentra ubicada de acuerdo a criterios físicos, sino que está aquí porque este es el lugar hasta el que esperaba llegar. Solo existe porque así lo han determinado sus análisis. Esta es una realidad parcialmente fluida. Permeable. Susceptible. En apariencia es maleable, se adapta a sus su impulsos, pero esto no deja de ser otra mentira más. Debe ser capaz de ver más allá de sus deseo. De no dejarse llevar. De no perderse en quimeras. No hay grietas o fisuras surcando las paredes de esta trinchera infinita. Nada que comunique con otros niveles de realidad. Ese no es el camino que debe recorrer.

Pone a prueba su nuevo cuerpo, el armazón que contiene su mente y alimenta sus sentidos. Este responde torpemente, pero no se trata de un problema “orgánico”. Le cuesta pensar en términos que no sean físicos. Moverse no implica caminar. El dar un paso conlleva la existencia de unas piernas. Requeriría de una superficie de algún tipo sobre lo que apoyar sus pies. De direcciones situadas en un espacio tridimensional a través de las que avanzar. Conceptos que no aplican dentro de este espacio axiomático. Avanzar en este contexto no implica movimiento, sino ser capaz de comprender su entorno. Alterar su posición de forma controlada dejándose llevar por el oleaje entrópico. Es su contexto el que cambia. Se precipita mientras él se mantiene estático. Gira y se transforma. Sus paredes se vuelven cristales fractales. Superficies irregulares que no solo reflejan lo que está frente a ellas. Es capaz de contemplar infinitas posibilidades. Su interior se ve expuesto. Lo que desea y lo que necesita. Lo que quiere y lo que teme. No puede huir de los seres en quienes no desea convertirse. Lo tiene frente a él. Los tiene a todos ellos.

Una sensación que solo puede asociar con el vértigo le invade mientras su entorno se vuelve más irregular y su velocidad de caída aumenta. Dirige sus sentidos y su voluntad en todas direcciones tratando de evitar su reflejo, pero no es capaz de escapar. Ya no se encuentra en un túnel abierto, no hay “arriba” o “abajo” hacia los que dirigir su mirada. No es capaz de percibir el final de este lugar. Percibe imágenes caleidoscópicas allá donde mira. Versiones distorsionadas de lo que conoce. Formas sin forma. Espacios abiertos sin límite. Indicios que parecen señalarle que este no es su lugar. Que está roto. Que no debería estar aquí. Que sus ambiciones son irrelevantes en el gran esquema. Los reflejos le señalan todo esto… y algo de lo que no había sido consciente hasta este momento.

–Eres un idiota, Iorum –la radiación que afecta a Lexa y Sersby no es nueva sino que la ha estado analizando durante milenios sin haber sido capaz de profundizar lo más mínimo en su comprensión. Era una simple curiosidad. Casi un juego. La conoce como una abstracción. Como una forma de onda teórica. Es la misma esencia que compone la realidad en la que se encuentra su observatorio. La conoce perfectamente pero, hasta este momento, nunca creía haberla visto afectando a un organismo vivo. Nunca se había dado cuenta de cómo le ha estado afectando a él. Cómo ha ido afectando y mutando los centros del miedo de su cerebro–. Un idiota incapaz de ver lo que tiene delante –cómo ha alterado los umbrales de dolor de su cuerpo. Cómo le ha hecho volverse descuidado–. Idiota, idiota, idiota –sus barreras no eran tan eficientes como creía. Estaban preparadas para lo que había sido capaz de medir y acotar. Limitadas por lo que sabía y las conclusiones erróneas sacadas a partir de este supuesto conocimiento–. Idiota, idiota, idiota –pero ahora es capaz de ver que su frecuencia y composición no son estables. No al menos en cada uno de sus componentes. Genera pulsos irregulares que mutan. Que han generado armónicos capaces de ignorar sus medidas de contención. Que, hipotéticamente, se han podido filtrar hasta su hogar a través del punto de acceso que han estado utilizando Huatûr y él. Este tipo de accesos pueden haber sido meras casualidades cósmicas, pero este hecho no las convierte en algo menos peligroso. Al igual que lo es la propia humanidad, su existencia es un accidente de la naturaleza. Por más que ambos sean conceptos cuya existencia es limitada, eso no los convierte en aliados.

Nuevas incógnitas inundan su mente. Preguntas que distraen su atención. Que le llevan de vuelta hasta el punto de partida. Es capaz de ver la manera en la que estos pensamientos alteran la arquitectura que ha diseñado para su nueva mente. Cómo mutan su química corporal a millones de realidades de distancia. Cómo alteran su composición básica. Cómo salen a la luz elementos que no es consciente de haber puesto ahí. Se ha visto expuesto a esta radiación pero no es capaz de determinar su alcance. No solo su cuerpo, sino que todo el proyecto se ha visto comprometido por este hecho. Trata de hacer memoria pero no se ve capaz de acotar en qué momento comenzó a desviarse de la planificación original. La duda y el temor se intensifican. Se convierten en patrones que es capaz de percibir en sus reflejos. En cuerpos extraños que invaden este nuevo cuerpo. En invasores que se propagan por todo su ser infectándolo. Sus temores mutan y se hacen más fuertes. Provocan cortes en sus enlaces sinápticos. Florecen y germinan desde el mismo núcleo de su cerebro. Quizás siempre han estado ahí.

–No –quizás algunos de estos indicios tengan sentido. Quizás las piezas individuales encaje, pero hay algo que no funciona. Está sacando conclusiones apresuradas sin tener toda la información. Está dudando de lo que antes jamás le ha resultado confuso. Este no es él. Una vez más, no se reconoce a sí mismo. Una sensación que no le resulta desconocida pero que, en los últimos días, cada vez se ha vuelto más frecuente. Si algo le han enseñado sus años de investigación en soledad, es a conocer sus propios patrones de comportamiento. A ser capaz de adelantarse a los sucesos que le afectan a ese nivel. No solo su mente no nació en este cuerpo, sino que ya ha sido alterada en otras ocasiones. Se ha visto forzado a evolucionarla con anterioridad. A modificarla para evitar la demencia. A convertirla en un órgano capaz de albergar el saber, los procesos y los recuerdos de un inmortal.

Tiene claro que estos pensamientos no son suyos. Que no es capaz de reconocerlos. No puede rastrearlos hasta su origen. No es capaz de identificar su causa o el momento en el que comenzó a perderse a sí mismo. Esto complejiza el proceso de corrección. Requiere de un punto de apoyo. De un inicio seguro a partir del que volver a erigirse, pero no es capaz de encontrar lo que necesita para comenzar con una nueva reconstrucción.

La sensación de no tener el control dispara la urgencia. La necesidad de actuar sin tener claras cuáles pueden ser sus consecuencias. Comienza a extirpar de su ser esos patrones ajenos. Busca un acercamiento quirúrgico. Analizar antes de extraer. Comprender hasta dónde llegan sus ramificaciones. Una prospección dolorosa que solo sirve para generar nuevas sacudidas. Espasmos que se ven amplificados con cada nuevo descubrimiento. Sus raíces son son mucho más profundas de lo que esperaba o creía. Se comunican entre ellas a lo largo de todo su cuerpo y más allá de este. Trata de cortar estos vínculos, pero de sus restos surgen nuevas ramificaciones. Nuevos filamentos cuya formación le permiten contemplar cuál es su origen. Que se unen a lo abstracto. Que tiran de él tratando de crear fisuras en su armazón. Quiebran su cuerpo mientras tratan de integrase de nuevo en la entidad informe de la que han surgido. En lo que hasta ahora había identificado como una nube de datos más. El modelo matemático del que emanan y al que luchan por regresar. Pero hay algo más en su interior. Algo que parece moverse. Que se convulsiona con cada espasmo que da su cuerpo. Que emite pulsos de luz que permiten adivinar una forma. Una entidad que solo es capaz de intuir. Una sombra traslucida que parece dirigir su mirada hacia él. Algo que se extiende mucho más allá de lo que es capaz de alcanzar cualquiera de sus sentidos. De lo que es capaz de imaginar.

–No –deja libre a la furia mientras persiste en su negativa de aceptar lo que le sucede. Recurre a su soberbia. A su rabia. No va a sucumbir ante el pánico. No se va a dejar arrastrar por lo irracional.

Lo que le rodea no está vivo, lo sabe. No son entes conscientes. La fuente de su sufrimiento carece de deseos. No es su enemiga. No está siendo víctima de un ataque. Su cuerpo sufre por culpa de su propia estupidez. Por un error de cálculo. Porque no está preparado para este contexto. Porque la realidad es infinitamente compleja e inmisericorde. Porque él solo es una mota despreciable dentro del gran esquema de las cosas. Se repite todo esto que siempre ha tenido claro. Lo convierte en un mantra con el que trata de sepultar al miedo y la duda. En un base sobre la que construir su camino hacia la recuperación. Si no hace nada al respecto su final es inevitable. Ha de ser drástico. Es imperativo que se crea capaz de recuperar el control. La urgencia requiere de medidas desesperadas. Aferra a los cuerpos extraños y comienza a tirar de ellos. Trata de arrancarlos sin importar las partes de su ser que se desprendan en el proceso. Sin pensar en cómo todo esto va a comprometer su arquitectura axiomática. Lo hace mientras se impulsa en sentido opuesto al giro y la caída de este contexto.
Deja que la locura se apodere de él. Que los mecanismos automáticos hagan lo que puedan. Las coordenadas están fijadas El punto de salida queda consolidado como parte de este nuevo ser. De esta entidad que ya no forma parte del lugar en el que se encuentra. Que es arrastrada hasta donde será recibido por nuevas incógnitas a resolver. En cada tirón pierda parte de su masa conceptual. Fragmentos de su ser que no pueden ser reemplazados. Sufre heridas profundas que se propagan a lo largo de todas las realidades en las que existe su cuerpo. Lesiones de las que no sabe si será capaz de recuperarse. Pone final a esta parte del viaje mientras sus sentidos se apagan. Mientras se sumerge en una paz y una oscuridad de las que no sabe si querrá o será capaz de regresar.

–––––––––––––––––––

Su mente recupera la consciencia en la oscuridad. Desconoce dónde o cuándo está. Su capacidad para transformas los impulsos en imágenes aún no se encuentra operativo. El dolor continúa ahí. Un zumbido sordo que lo inunda todo. Los receptores ya se han habituado a él, pero eso no convierte su presencia en algo agradable.
Cree escuchar ruido de pasos, pero eso no tiene sentido. En ninguno de los lugares a los que esperaba llegar es viable el sonido. Poco a poco sus sentidos comienzan a ser funcionales. Un nuevo ser comienza despertar y consolidarse. Uno que no tarda en asemejarse a un recuerdo y evoluciona en otra cosa. En alguien capaz de relacionarse con su entorno.

La oscuridad deja paso a las formas. Se desplaza por un contexto difuso. A lo largo de algo que su mente interpreta como caminar sobre una superficie reflectante y parcialmente traslúcida. Una plataforma que no es capaz de ubicar. Atraviesa un espacio sustentado por fuerzas opuestas y complementarias. Por una entelequia iluminada por fuentes de luz cuyos orígenes no es capaz de determinar. Por unas partículas que permiten a sus sentidos contemplar su reflejo. Que le brindan la posibilidad de apreciar lo deteriorado de su estado a todos los niveles. Que le hacen ser consciente de que no está solo.

Dirige su atención hacia donde esta es requerida. Cambia su foco de atención del inexistente suelo para fijarlo en algo que solo puede calificar como “el centro”. Lo dirige hacia el lugar en el que puede contemplar a una figura de reminiscencias femeninas. Un ser cuya silueta está envuelta en un manto de estrellas, constelaciones y galaxias que se funden con el infinito. A pesar de que ella parece ser el origen de la luz, su rostro permanece en penumbra. En una oscuridad que ni siquiera el brillo de millones de soles es capaz de atravesar.

Nada de lo que contempla tiene sentido. No lo tiene hasta que su “yo presente” regresa hasta el primer plano. Hasta que su memoria le hace consciente de un pequeño detalle. Ha llegado a su destino. Se acerca a los límites del tiempo. Hasta el punto del que todo movimiento parte. El lugar en el que toda acción concluye.

Su mente aún en construcción recurre a los sentidos de un yo casi olvidado. A un niño obsesionado con el mito de La Tejedora. La encarnación del tiempo, el destino tal y como se le presentaba en los cuentos. El ser al que siempre imaginó con esta forma. Los deseos de aquel niño hoy se ha visto recompensado.

Continúa avanzando por el espejo infinito y los detalles se van haciendo más claros mientras lo que presencia se vuelve más difuso. Se da cuenta de que es el eco de sus propios pasos lo que escuchaba. Un eco que desaparece al no tener cabida en el contexto al que se dirige. Estas imágenes y sonidos van pasando a un segundo plano según su mente se va terminando de formar. El niño deja paso al adolescente. El adolescente al inmortal. Sobre la figura mítica se solapan sus diferentes aspectos. Las concepciones que ha ido teniendo de vida y muerte. De creación y destrucción. De comienzo y final. De un ciclo eterno que tiene su origen y conclusión en una misma partícula.

Mientras camina su ser se va consolidando. La visión se alinea con las percepciones de quien comenzó esta travesía. Los recuerdos de lo sucedido hasta este momento regresan. Es consciente de su entorno. De la patrones de contracción y expansión que afectan a la figura frente a él. No camina, sino que se ve mecido por las mareas de los abstracto. Una vez más carece de control. Sin importar cuál sea su posición o dirección, se dirige irremisiblemente hacia la figura pulsante. Hacia el corazón de la realidad. Hacia el punto focal del que surgen los inabarcables mecanismos del gran engranaje cósmico. La pieza sobre la que se construyen y sustentan, de donde parte y donde confluyen todas las realidades que es capaz de concebir la mente humana.

Frente a él y a sus lados, sobre su cabeza y bajo sus pies, su devenir es acompañado por los ecos de otros caminantes. Por las señales sensoriales que, momentos atrás, había confundido con su reflejo. Por las consecuencias de cada decisión que pudo y aún puede tomar. Por todos los seres que ha sido y pudo ser. Por todo lo que es y en lo que pudo convertirse. Por todo lo que será.
Su camino se refleja en el vagar acompasado de estos seres que se mueven al unísono. Que recorren las superficie y el interior de una infinidad de esferas que se solapan parcial o totalmente. Domos cuya suma forma nuevas esferas. Un prisma infinito que converge en un mismo punto.

El caminar de todas estas entidades le imita. Avanzan a lo largo de las bóvedas. Recorriendo sus superficies interiores y exteriores. Descendiendo y ascendiendo por ellos. Trazando parábolas y líneas rectas. Siguiendo rutas cuya trayectoria no podría ser trazada en una realidad pentadimensional. Creando imágenes espejadas los unos de los otros. Desapareciendo entre momentos y pulsaciones. Atravesando toda su volumetría. Encauzan sus pasos hasta el lugar en el se encontrarán con él. Todos con un mismo destino. Todos con una única obsesión. Observa cómo algunos de ellos se desvanecen. Cómo la información que su mente interpreta como réplicas de sí mismo se colapsan o se disgregan. Cómo sus recuerdos y esperanzas son destruidas. Cómo sus existencias llegan hasta su final sin conocer la respuesta a la pregunta que les ha llevado hasta allí. Pero eso no le detiene. No detiene a ninguno de ellos.

Siente dolor, pero ya no queda espacio para el miedo en su interior. Le invade un agotamiento más allá de todo lo imaginable. Pero su paso se mantiene firme. Trata de despejar su visión. De reajustar su mente. De ignorar a sus acompañantes. De olvidar sus modelos teóricos. De alejar su percepción de aquellos conceptos acerca de los que tanto ha reflexionado. Continúa avanzando hasta que alcanza lo que considera el final de esta segunda fase de su trayecto. Hasta la figura. Hasta aquella cuyo rostro no puede ser contemplado. Llega hasta ella y duda. El niño que aún habita en él quiere mirar su rostro. Desafiar al destino. Derrotar a lo que pueda mostrarle su semblante. Pero ni siquiera esta duda es capaz de aminorar su paso. No desea alimentar al niño. Esa figura no deja de ser una mentira más de su mente. Un espejismo. Una acto reflejo e ilusorio. Se enfrentará a la respuesta sin recurrir a los mitos, los lugares comunes o las respuestas que han dado sus predecesores. Ha venido hasta aquí buscando comprensión. Verdad. Nunca ha necesitado la ilusión.

Deja atrás a la figura y no puede evitar pensar que esta se gira para contemplarle a él. Está cerca. Es capaz de sentirlo. Las convenciones se deshacen. El consenso se diluye. Las especulaciones se desvanecen. Se encuentra en el límite. En el punto de confluencia de todas las esferas. El el final de todo. Finalmente está solo ante la respuesta. Lo único que debe hacer para obtenerla, para que su vida tenga sentido, es alzar la mirada. Pero una fuerza externa, lo que se encuentra frente a él, convierte a este simple gesto en una nueva agonía. La gravedad se niega a permitir que su misión finalice. Cientos de sus acompañantes son barridos de la existencia mientras lo intentan. Dejan en su camino un halo, un rastro etéreo que pasa a formar parte de Arcanus mientras toda su materia conceptual se convulsiona. Mientras los espasmos de dolor sacuden cada micra, partícula y dimensión de las que consta su armazón. Mientras vierte en esta confrontación todo lo que es.

Finalmente triunfa. Logra imponerse sobre la gravedad que aprisionaba su mirada. Sobre las fuerzas que han tratado de doblegarle. Finalmente se encuentra frente a frente ante lo que existe más allá del tiempo. Ante lo les que aguarda a todas las realidades una vez que se colapsen.

–Enhorabuena, Iorum –trata de eliminar la amargura de su voz, pero esta lo impregna todo–. Tenías razón.

Nada. Vacío. Ausencia. No hay silencio ni oscuridad. No hay entropía ni estatismo. Las palabras no son capaces de describir lo que no existe. Los sentidos no pueden percibir la no-existencia. Su mente ni siquiera es capaz de encontrar aproximaciones. Los filósofos y los poetas siempre han estado equivocados. Ni el tiempo ni la vida son cíclicos. No hubo una realidad previa a la que conocen. No habrá una que le suceda cuando esta llegue a su final. Son un accidente. Una casualidad cósmica. Apenas una mota dentro de una inmensidad de…

No tiene palabras ni pensamientos. Se desvanecen al tratar de enfrentarse a lo que tienen frente a sí y les rodea. Ya nada tiene sentido y está muy cansado. La ausencia no le reclama, pero todo su ser desea unirse a la gran nada. Fragmento a fragmento, sinapsis a sinapsis, dato a dato, la persona que fue Iorum Arcanus se desvanece. Sus recuerdos se van haciendo cada vez más difusos. Su personalidad es desmantelada. Toda certidumbre y todo saber se desvanecen capa a capa. Su capacidad de raciocinio y comprensión le abandonan. El saber que ha acumulado a lo largo de los siglos ya no está ahí. Todo sobre lo que ha construido el personaje en el que siempre ha buscado convertirse se desdibuja. Todas las barreras de contención que ha creado a lo largo de los milenios son derribadas. El control se le muestra como una quimera dejando libres todas aquellas facetas de su ser contra las que siempre ha luchado. La emoción. El miedo. La desesperación. El fatalismo. La rabia. Eso es todo cuanto permanece durante los últimos instantes. Todo cuanto queda para enfrentarse a lo que le sucede. Solo queda el instinto. La parte que es capaz de actuar sin valorar todas las posibles consecuencias. La que lanza sondas al vacío en busca de algún vestigio de quien fue. Satélites que recorren el espacio y el tiempo en busca de algo a lo que aferrarse. Una acción desesperada que logra dar con un recurso donde su parte consciente jamás se lo habría permitido. El contacto tiene lugar de manera inesperada. Le reúne con la parte de su ser que le fue arrebatada. Con aquella que fue utilizada como semilla para crear nuevas formas de vida. Con la que permanece en el interior de Lexa y Sersby en estado latente. Puede haber mutado. Puede haber evolucionado sin contacto con su origen. Pero sigue ahí.

La crudeza y violencia de este contacto se convierte en el catalizador necesario para que los maltrechos protocolos de recuperación que alberga su macroestructura se inicien de nuevo. Estos automatismos tratan de sustituir las partes que ya han sido asimiladas por el olvido. Los reemplazan con nuevos elementos. Con nuevas incógnitas que despejar. Nuevas preguntas que responder. La curiosidad se dispara dando paso a un mecanismo similar al de la consciencia. Recuerda quién es. El propósito de este viaje regresa hasta el primer plano de sus recién recuperados procesos mentales. Tras lo que siente como eones, vuelve a “ser”. A “estar” en este no-lugar. A conocer las razones que le han traído hasta aquí. Las preguntas que aspiraba a responder. Su consciencia trata de crear un aliado o un antagonista. Un ancla que se interponga entre él y la no-existencia. Un obstáculo concreto que superar. “Algo”. Necesita alcanzar un estado de paz. Estar a solas y habituarse de nuevo a una acción antaño tan natural como la generación de pensamientos coherentes. Alejar de estos procesos cualquier injerencia externa. Encontrar algún tipo de cobijo en ellos. La frustración regresa y se funde con el deseo de abandonar la lucha. Trata de emitir un grito de rabia. Un desafío ante un rival que no existe. Abrir una brecha en esta realidad que le aprisiona y asfixia. Trata de llevar a cabo todo cuanto pasa por los restos que quedan de su mente, pero fracasa una y otra vez. En su estado actual ni siquiera es capaz de conceptualizarlo con claridad ninguno de estos pensamientos o acciones. En los últimos estertores de su desesperación, se aferra a lo poco que conserva. A lo poco que queda de él. A lo que tanto ha luchado por mantener alejado. A esa tabla de salvación que ha encontrado en la distancia. A la inseguridad que las criaturas surgidas de su masa conceptual le han generado desde el momento de su alumbramiento. A la constante sensación de duda e indecisión que siempre ha rodeado a todo lo relacionado con ellos. Es ahí donde finalmente encuentra su único asidero. En la ironía que le golpea como algo sólido. Que inunda cada uno de sus receptores. Y, sin proponérselo… ríe. Llora. Grita. Todo aquello que siempre ha tratado de controlar y evitar queda finalmente libre.

La conexión con el abismo parece debilitarse. Su mente recupera una pequeña parte de la actividad y capacidad que conoce. Es capaz de construir algo contra lo que enfrentarse. Un rival que se muestra ante sus sentidos y procesos mentales. Inicialmente no es capaz de reconocerle, pero la claridad no tarda en llegar. Ante él se encuentra la criatura más abyecta de la existencia. Jamás ha existido otro concepto al que haya despreciado con mayor intensidad. Nunca ha tenido un enemigo más enconado. Su sombra le cubre en esta realidad sin luz. En este momento ajeno al tiempo. En esta ubicación carente de coordenadas. No necesita crear nada. Su mayor antagonista siempre ha sido él mismo. No recuerda haberse movido. No es consciente de haber regresado hasta su cuerpo original, pero todas las señales le indican que ya no se encuentra en los límites del tiempo. Que ha sido arrastrado hasta otro lugar. Hasta un contexto en el que se encuentra aún más perdido e indefenso. No ha logrado imponerse sobre la ausencia. No fue su voluntad la que rompió la conexión. Su salvación vino como consecuencia de la intervención de una fuerza externa. De quien siempre ha guiado sus pasos. Se encuentra prisionero. Es un mero experimento fallido. Se ha convertido en una marioneta. Un pelele manejado por fuerzas que ni siquiera puede percibir. Por patrones que jamás será capaz de de comprender. Siempre lo ha sido. Toda su existencia ha sido una mentira. Todo su saber se ha construido sobre falacias. Sobre impulsos que no nacían en él. Sobre acciones que no eran dirigidas por sus inquietudes. Siempre ha sido un juguete del destino. Un entretenimiento efímero. Uno que está llegando a su fin.

Su reflejo le observa con la misma máscara de indiferencia que él acostumbra a utilizar. Ante su escrutinio, solo es un sujeto más. Algo a estudiar. Una forma de vida carente de cualquier capacidad de decisión. Su ausencia de expresión es una que ha ensayado millones de veces pero que, en esta ocasión, no se le muestra como una pose. En su mirada no encuentra el aire de superioridad que siempre adopta. Carece de la expresión de saberlo y estar por encima de todo. En este ser, en lo ausente de su presencia, hay algo más. No es una copia. No es un reflejo distorsionado. No es un personaje impostado. No le juzga. Una criatura humillada e indefensa como él no es merecedora de tales preocupaciones. Se encuentra arrodillado ante un ser de pura lógica. Ante un concepto carente de emoción. Ante la condensación de cuanto siempre ha deseado ser. El máximo exponente de un ideal que quiere creer deformado. La expresión definitiva de una parte de sí mismo que en estos momentos le aterra.

No le hace falta entrar en contacto con él para inmovilizarle, sino que basta la gelidez de su presencia para helar cada átomo de su ser. Es un monstruo que posee todo aquello que se encuentra dentro de su radio de atención. Se limita a esta erguido frente a él. A diseccionarle con la mirada. Se trata de una entidad que impregna cada uno de sus pensamientos y funciones vitales. Que se extiende mucho más allá de lo que es capaz de concebir. Que detiene y cristaliza cada fluido de cuantos contiene su cuerpo. Nota como la humedad condensada en su interior busca orificios por los que ser expulsada. Cómo perfora sus órganos. Cómo rasga sus músculos. Cómo agrieta sus huesos. Cómo sus pulmones se comprimen y no vuelven a expandirse. Cómo las lágrimas perforan sus córneas. Cómo el vaho se congela antes de poder ser expelido.

No habla o se mueve, pero su cuerpo le obedece. Se yergue y flota sobre un espacio iluminado por mil soles. Sobre constelaciones vivas. Sobre gigantes gaseosos que consumen galaxias. Sobre un universo vivo y consciente de su propia existencia. Lo que tiene ante sí solo un ínfimo fragmento de algo mucho más grande. De un concepto que ahora cree ser capaz de intuir. Está en todas partes. Es infinitamente más grande que el universo que ahora habita. Carece de ojos, pero su mirada lo abarca todo. Le contempla desde cada estrella. Desde cada agujero negro. Desde cada grieta que recorre este espacio axiomático.

Sus miembros se extienden y quiebran. Las formas cristalizadas que han construido sus fluidos se ven expuestas a esta realidad. No flotan libremente sino que son analizadas y descartadas. Descompuestas en su mínima expresión mientras aún forman parte de él. Mientras su reflejo continúa escrutándole con su rostro impasible. Nota las manos, los hilos y el bisturí del titiritero invisible. Nota cómo cortan cada una de sus uniones sin impedir que continúe padeciendo el dolor de ninguna de ellas. Nota cómo se mueve entre los fragmentos de lo que fue. Cómo tensa los hilos que controlan sus acciones. Cómo sus brazos se torsionan en ángulos imposibles. Cómo la carne, los músculos y huesos se agrietan aún más. Cómo tanto su cuerpo como su mente son alterados de maneras impensables.

Sus recursos son nulos. El terror y la frustración, el descubrimiento y la aceptación de la gran mentira que siempre ha sido su vida le han arrebatado la capacidad de formular preguntas. Le han privado incluso del acto reflejo de resistirse. Se ha erigido una barrera muy clara entre lo que es y aquello que siempre ha aspirado a ser. Una que impide a los mecanismos de su cuerpo metafísico pueda continuar con su reparación. Que le deja inerte. En un estado de total indefensión. En un bucle infinito de recriminaciones. Encerrado en su propio ser. En un receptáculo claustrofóbico y asfixiante que no deja de menguar.

El arquitecto de su desgracia ni siquiera se digna a regodearse en ella. Ha perdido por completo su interés. Lentamente, la atención de su dueño se diluye. El torturador ya no encuentra gozo alguno en su sufrimiento. Se ha aburrido y pronto buscará otra marioneta. El velo que cubría sus ojos finalmente cae. Ahora es capaz de contemplar el rostro de su titiritero. Su expresión de desdén y hastío le agrede y le daña. Le hiere como nada ha logrado hacerlo con anterioridad. Comienza a recuperar lo que le pertenece. A extraer de su mente cada conclusión errónea que ha ido insertando en ella a lo largo de los siglos. A rebuscar en su interior algún vestigio que merezca ser recuperado. A evidenciar ante su mirada impotente la gran mentira que siempre ha sido Iorum Arcanus. A alimentar la otras sensaciones igualmente dañinas. La rabia y el desprecio que siente por sí mismo. La frustración y la ira ante su falta de discernimiento. Todo esto y algo más. El odio hacia el causante de estas sensaciones. Un odio mayor al que ha podido sentir jamás. Una emoción que sepulta a las demás. Que logra despertar una parte de él que creía haber perdido.

De la misma manera en la que le sucedió antes de llegar, su mente y cuerpo le traicionan. Se encuentran sometidos al temor. A las reacciones que este genera en su componentes esenciales.
Las uniones neuronales se ralentizan y retuercen. Sus receptores son asaltados por otra mentira. Por una disonancia, una ilusión y unas falsas aproximaciones a las que ya había sido expuesto con anterioridad. Le muestran una vez más los enlaces metafísicos que vinculan a este ser con las abstracciones que existen entre los momentos. A una onda sónica pulsante que hace temblar la estructura de la realidad. Que causa la inestabilidad entre los vínculos que mantienen unido su ser. Vibraciones a un nivel subaxiomático. Sacudidas que resuenan en frecuencias para las que ni su armazón ni ninguna otro constructo, ya sea o no orgánico, está preparado.

No todos sus sentidos son capaces de percibir a esta entidad. Se mueve entre respiraciones, entre parpadeos, entre uniones sinápticas. Su yo racional lo percibe como una masa informe. Como una neblina que embota sus sentidos y realza sus centros de miedo y dolor. Como una sustancia que rodea y atraviesa su ser. Que descompone sus elementos. No se acerca o aleja. No le ataca o hiere. Simplemente, es. No le está matando. Simplemente, se muere.

Cuando su capacidad de raciocinio es desconectada, este concepto es reconstruido por sus temores más primarios. Es transformado en una presencia que provoca oscilaciones y disrupción entre las nubes metafísicas. En una idea que repele toda concreción. Toda forma compleja. Algo que no puede existir y que, sin embargo, se acerca. Algo que logra hacerle dudar de todo aquello que sabe a ciencia cierta. Es una sensación que le ha seguido y le busca. Que le inmoviliza al mismo tiempo que le impele a huir. No tiene relación alguna con lo que había venido a buscar. No es el olvido lo que le retiene en estos momentos sino una abstracción diferente. Una que no está en el exterior. Que no le ha abandonado en ningún momento. Que le arrastra en su camino de reunión con la materia conceptual de la que partió. Que se ha hecho fuerte en su debilidad.

Todo el control del que siempre se ha vanagloriado ha desaparecido. Apenas ha logrado recuperar una tenue consciencia de quién y cuanto fue. Las acciones y reacciones que lleva a cabo no son dictadas por su mente. Su parte racional aún no es capaz de imponerse sobre el acto reflejo. Sobre el instinto despertado por las reacciones a las que se ve sometida su estructura. Durante los breves lapsos de tiempo en los que logra recuperar la cordura, es perfectamente consciente de que nada con esas características tiene cabida en ningún contexto axiomático. Que la fuerza que causa este efecto no tiene forma ni voluntad. Que no tiene instinto ni propósito. Que se encuentra expuesto ante la misma radiación con la que ha convivido durante tanto tiempo.
Pero no importa cuánto se esfuerce en evitarlo. Impera lo primario. Lo irracional. Su mente no está lo suficientemente recuperada como para ser capaz de sepultar al sesgo. El miedo y el dolor no tardan en volver a inundarlo todo. No solo su sentido del yo se descompone, sino que también lo hace todo lo que lo daba cobijo y mantenía unido. Comienza a perder cohesión de la misma manera en la que lo hicieron los fragmentos creados a partir de su materia.

Sus mecanismos de reconstrucción apenas son capaces de proporcionarle microsegundos de cordura. Un tiempo que, incluso con sus capacidades tan mermadas, le granjea una cierta capacidad de raciocinio. Apenas un parpadeo que le permite ser capaz de comprender lo desesperado de su situación. Lo imperativo de trazar un nuevo curso de acción. De esbozar un plan precario. No tiene manera de sobrevivir a esta exposición durante un periodo muy prolongado. Debe ser él quien escoja el terreno en el que se desarrollarán las últimas fases de este conflicto. Alcanzar un estado que le permita utilizar la deriva emocional a su favor.

Aun sumido dentro del fragor primario, logra alcanzar particionar una porción de su masa neuronal. Lo que queda de su consciencia es capaz de abandonar el espacio que habita en estos momentos. Se desplaza desde su mente para refugiarse en el núcleo reconstructor. Abandona esta lucha para recuperar una sensación de control que sabe ilusoria. Prologar esta situación carece de sentido. Es inútil. Esta lucha, este cuerpo, este ser, están perdidos.

Permite que la rabia devore al miedo mientras su parte racional trabaja en un segundo plano. Logra que su imaginación se desboque y divida. La alimenta. Le permite creer que todo lo que se ha dicho de él es cierto. Que es uno de los pilares sobre los que se sustentan el conocimiento y el avance de la humanidad. Que en su mano se encuentra el alcanzar tanto como se proponga. Se permite olvidar que el mismo concepto de la vida es un absurdo. Un cúmulo de aproximaciones simplistas. Que su historia o la de su mundo no son otra cosa que una mota dentro del infinito desierto que es el gran esquema. Que el mismo concepto del porvenir es limitado. Decide ignorar que la eternidad es un concepto humano. Que, al igual que cualquiera del resto de constructos alumbrados por los suyos, no son sino meros accidentes fortuitos para la realidad. Que son elementos finitos. Ideas que comenzaron a morir en el mismo momento de su nacimiento. Se miente formulando un plan, una intención y un propósito para lo que le está sucediendo. Fortalece sus sesgos. Atribuye una serie de patrones conscientes a la entropía. Una voluntad y motivos equiparables a los de una mente humana. Construye una forma detrás de la forma. Una personalidad arquetípica. Una idea a la que puede enfrentarse. Un objetivo contra el que su yo irracional pueda enfocar su ira. Necesita cada ínfima fracción de tiempo que pueda obtener. Un estado de ánimo que le permita abandonar la inacción. La rabia no le resulta de gran ayuda a la hora de obtener este respiro, pero le puede otorgar algo que el miedo o la culpa no son capaces de proporcionarle.

Los restos de su parte racional comienza a fragmentar a la entidad en la que se ha convertido durante los breves instantes en los que son funcionales. Tratan de aislar las partes que aún parecen estar libres de la infección que le ha acompañado a lo largo de todo este viaje. De crear barreras en un intento desesperado por evitar que la causa de este daño se propague más allá de donde ha arraigado. De trazar una ruta de escape que les lleve fuera del envoltorio conceptual que las contiene.
Comienza a dar forma al que será su nuevo receptáculo, pero su mente apenas es capaz de imaginar nada más complejo que un punto. Una partícula minúscula que logra expandir hasta transformarla en una esfera. Una estructura simple que ha de confiar en que será capaz de existir dentro de este contexto. De albergar cuanto queda sano de él. De llevarle de regreso hasta el observatorio.

La esfera muta y se afila. Apunta hacia las coordenadas que contienen los restos sanos de Iorum y se proyecta contra ellas. Con precisión quirúrgica perfora su masa conceptual solapándose, protegiendo, absorbiendo y transportando en su interior la esencia de cuanto ha sido. Mientras el proyectil que le ha atravesado se aleja de quien fue, los últimos vestigios de sus sentidos son capaces de contemplar lo que deja atrás. Siente cómo su antiguo yo se apagan. Cómo se sumerge en la oscuridad y el silencio. No es capaz de evitar el padecimiento de lo ya no forma parte de él. Experimenta un nuevo aspecto del final durante los últimos instantes de ese constructo. La pérdida de algo más que el mero resultado de un experimento. No es capaz de cuantificar o calcular lo que ha perdido. Los fragmentos de su ser que no sabe si en algún momento será capaz de recuperar. Lo único que conoce este nuevo ser mientras se reconstruye es la oscuridad. La ausencia. La deriva. Navega sin conocer el punto de partida o su destino. Necesita de unos sentidos externos. Saber en qué espacio axiomático se encuentra. A qué se está viendo expuesto. Averiguar cómo podrá llegar hasta un lugar seguro.

Su mente renacida apenas ha conocido nada que no sea incertidumbre y el dolor. Se encuentra desorientada mientras trata de adaptarse a aquello en lo que se ha convertido. Aislada de todo contexto conocido. Su consciencia trata desesperadamente de contrastar los datos que va recibiendo. Lentamente, su “yo” se estabiliza y comienza a reformularse. El pánico va dejando paso al paulatino regreso de recuerdos más lejanos. A objetivos más concretos y cercanos. A la comprensión.

Las consecuencias de su maniobra se convierten en un eco lejano. La tensión y la agonía se mitigan. Cree alcanzar un estado que le resulta familiar. Una sensación similar a la del control. Estabilidad. Una serie de apreciaciones que pronto se le muestra como algo falso. No tarda en darse cuenta del fracaso. Un rápido análisis de la información le hace ser consciente de que lo único que ha ganado es un poco de tiempo. No ha sido capaz de desligarse por completo la infección. La ruptura no ha sido total. El vínculo es demasiado fuerte. Se ha convertido en una parte integral de su ser. Su patrón de propagación se ha detenido, pero trata de adaptarse a este nuevo ser. No avanza, pero sigue ahí. El pánico permanece. Nunca ha llegado a abandonarle. Su pugna por hacerse con el control no cesa, pero esta nueva forma resulta ser más resistente a sus efectos. Necesita salir de aquí, sea donde sea “aquí”, y sabe de lo escaso de sus posibilidades.

Trata de establecer un canal de comunicación con el observatorio sin éxito. Carece de un punto de referencia. No se encuentra en la ubicación a la que llegó. No sabe si alguna vez ha llegado a estar en el lugar que tanto ha luchado por alcanzar. Si ha sido arrastrado fuera de esas coordenadas, o si existía algún error en sus cálculos. Nada parece encontrarse en su lugar. Debe comenzar desde cero. No ha de sacar conclusiones ni trazar rutas antes de tener información fiable.

Lanza señales en el vacío. Nuevas sondas que se proyectan en todas direcciones. Mensajeros cuyas noticias espera con ansiedad mientras recupera otras partes de su ser. Mientras vuelve a ser la consciente de las magnitudes del tiempo. Mientras lucha por contener la propagación de la infección por su nuevo ser.

Los primeros datos llegan tras lo que le resulta una eternidad. Le proporcionan una sensación de espacialidad. Una dirección hacia el que dirigirse y comenzar a ganar inercia mientras analiza el resto. Coordenadas axiomáticas hacia las que fluctuar a lo largo de todo el espectro. Su forma se ve comprometida con cada nuevo contexto que atraviesa. Se descompone y reordena con cada nueva capa de la realidad que atraviesa. Pero logra prevalecer. Ha vivido y padecido ya demasiado. Ya no tiene nada que perder, o eso es lo que se dice a sí mismo. En cada nuevo estadio su mente cambia. Se contradice. Da por supuesto que nada más se interpondrá en su camino. Asume que no logrará llegar hasta su destino.

–De acuerdo –su voz interior regresa. Un concepto que le resulta extraño y familiar al mismo tiempo –. ¿Cuál es la apuesta aquí?

Trata de llevar a cabo un control de daños más allá del contexto en el que habita en este momento. Las preguntas regresan hasta su mente como un torrente imparable. Cuestiones para las que no tiene respuesta. Necesita saber si esto que le afecta se ha expandido hasta el plano físico. Si su parte orgánica también se encuentra afectada. Cuál es el alcance de lo que acarrea. Problemas para los que debe estar preparado.

Comienza a elucubrar. A diseñar y planificar las barreras de contención que tendrá que establecer en el observatorio una vez que llegue hasta él. A esbozar las baterías de pruebas a las que se tendrá que someter. Pero pronto sus pensamientos se vuelven más oscuros. Se pregunta si será capaz de sobrevivir. Si alguno de los aspectos que le conforman sería capaz de sobreponerse en ausencia del resto. Se pregunta si su desaparición será total o si quedarán restos esparcidos por los diferentes niveles de realidad que habita. Qué sucederá si solo queda de él la parte orgánica que siempre ha rechazado. Durante todo el trayecto no le abandona una constante sensación de peligro e incertidumbre. Una incomodidad que nada tiene que ver con el dolor. Que no está condicionada por su fracaso. El regreso está siendo demasiado sencillo y no está solo en su trayecto. No puede percibirlo con claridad, pero sabe que está “ahí”. Nota cómo su rival continúa tratando de tirar de sus hilos.

–¿Cuántos de estos pensamientos son tuyos, Iorum? –ni siquiera en su mente está solo. También aquí es capaz de detectar la presencia.

Mientras las preguntas, el temor y la incertidumbre no dejan de crecer, se detesta y se admira. Desea morir y está dispuesto a hacer cualquier cosa por sobrevivir. Todo lo que no sea el dolor se convierte en un eco lejano. Algo que jamás ha experimentado. Al tiempo que sus recién recuperados sentidos tratan de adaptarse a lo que les rodea, su materia conceptual comienza a filtrarse por las fisuras que recorren lo que ha sido su contenedor. Todo su ser crece y se expande. Se rasga. Sus emociones y criterios no dejan de variar. Se pregunta cuánto de esto se debe a su estado, y cuánto a los espacios axiomáticos que está atravesando. Duda. Valora la posibilidad de dejarse llevar. De alegrarse por la llegada del final o luchar contra él. Se debate entre ponerle fin el dolor o alimentarlo. Nada de cuanto posee le ayuda a responder a todas las preguntas y temores que le asaltan. Nota como su entorno comienza a disgregarse. El desgaste provocado por todas las fuerzas a las que se ha visto expuesto han causado que su forma actual esté llegando a su final. Sus sentidos se activan. Las capas de información y abstracción que se solapan se transforman en algo comprensible. Las barreras de su cuerpo / transporte se vuelven traslúcidas. Nota cómo la fricción con lo tangible provoca que su armazón se ralentice. Regresan hasta su mente conceptos como la luz o el espacio. La velocidad o el sonido. Lo concreto. Es capaz de ver el final del camino. Una forma en la distancia que le resulta familiar. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Tan pronto como ha sido consciente del movimiento, este se detiene en varios de sus vectores. Deja de avanzar en un espacio axiomático para vibrar de manera descontrolada. A saltar entre varios. Ha llegado hasta las proximidades del observatorio, pero no ha regresado hasta el punto de partida. Su destino se ha movido. Se sorprende al no sentir dolor cuando “el exterior”, “lo real” entra en contacto con él. Vaga a la deriva por un contexto desconocido. Por uno que parece ser menos agresivo que aquel que abandonó no sabe ya hace cuánto. Aquí, lo concreto no es destruido. Es capaz de sentir lo lo que le rodea casi como un fluido que le empapa. Una sustancia a través de la que puede moverse. Que atenúa su sufrimiento y parece contener el avance de la infección. Desearía quedarse aquí eternamente. Nadando en este océano de silencio y quietud. Alejándose de los problemas. Pero la paz dura poco. El dolor se impone una vez más sobre todo lo demás. Quizás el exterior ya no suponga una amenaza, pero esta sigue formando parte de él. La huida no ha llegado a su final.

Mira sin ojos solo para percibir cómo se aleja de la plataforma. Sabe que no podrá regresar hasta ella si permite que este vagar se prolongue durante mucho tiempo. Torpemente, trata de centrar la atención de sus recién formulados sentidos. Recuerda que lo que percibe no dejan de ser meras aproximaciones de esta mente en formación. Que dentro de este contexto no existe un homólogo a la luz o el sonido. Desde aquí no tiene acceso a sus ojos o sistema auditivos. Su cuerpo real está aislado de este contexto. No tiene nada que traduzca y transmita linealmente impulsos sensoriales orgánicos hasta su cerebro. Hasta los centros identificadores del núcleo llega simultáneamente la información correspondiente a un espacio negativo. A la silueta de un observatorio que realmente no está ahí. La sombra en este espacio proyectada por ese y otros conceptos que no pertenecen a este lugar. Una información que no es estática. Que oscila de acuerdo a los vectores de solapamiento en los que inciden en este nivel de realidad.

Aún está desorientado. Desconoce la fiabilidad de estos sentidos. No sabe moverse en este contexto. No sabe qué leyes físicas y metafísicas imperan en este lugar. Pero, nuevamente, no tiene tiempo para adaptarse. Nota cómo la radiación se habitúa a esta porción de la realidad. Cómo se estabiliza y trata de superar las medidas de contención que ha levantado contra ella. Espoleado por la desesperación, regresa hasta él la parte audaz. La que es capaz de improvisar. De actuar sin tener toda la información. Realiza cálculos y suposiciones a partir de los datos que recibe. Extrapola las leyes físicas del lugar a partir de la velocidad y el ángulo de giro a la que se mueven los restos que se han desprendido de su armazón. Detecta la causa de sus parpadeos. La manera en la que sus fluctuaciones les hacen entrar y salir de este espacio axiomático. La frecuencia y distancia metafísica que recorren con cada uno de sus saltos.

Su mente y sentidos continúan llevando a cabo nuevas aproximaciones a lo que le sucede. Formulan un nuevo plan construido sobre hipótesis sin falsar. Hace que el núcleo se acerque hasta los restos de su cuerpo en descomposición durante una de sus fluctuaciones. Establece contacto con él durante el tiempo suficiente como para ser arrastrado en su nuevo salto. Su consciencia se fragmenta. Es transportada en un mismo instante hasta quince ubicaciones diferentes. Contextos en los que imperan otras leyes. En los sus sentidos mutan. En los que desaparecen o son sustituidos por otros con los que está más familiarizado. En los que cree ser capaz de sentir con mayor intensidad la presencia de su perseguidor. Los cambios son muy rápidos. Demasiado como para que pueda adaptarse a ellos con facilidad. Como para que pueda identificar con certeza qué existe en cada uno. Sus sentidos le indican que en dos de estos contextos su plataforma se encuentra accesible. Información escasa, pero suficiente como para que decida cuál será su siguiente paso.

Calcula el ritmo de los saltos. La trayectoria y el ángulo de giro que necesitará. La rotación y compensación requeridas para separarse de los restos de su armazón. El momento y contexto precisos en los que tiene que dar el salto. Genera una onda de repulsión y se impulsa. Sacrifica este contenedor para que le proyecte hacia el punto desde el que partía hace mil vidas. Una vez más lo apuesta todo contra lo improbable y triunfa.

Confía en que los sensores de la plataforma serán capaces de reconocer su firma energética y acierta. El núcleo es capturado y transferido hasta su sistema de cuarentena. Analizado y bombardeado por una batería de pruebas que constatan lo que ya sabía. La infección continúa con su avance. No solo se expande por su núcleo sino también ha llegado hasta sus partes orgánicas. Tanto eje cronal como el espacial de la plataforma han variado. Se encuentra a tres milenios en del momento de partida. En el futuro lejano y desconocido del Daegon que abandonó. A millones de abstracciones y cientos de dimensiones de donde debería. No todos los sistemas funcionan dentro de este contexto, y el acceso hasta sus recursos más preciados no está disponible. La bitácora del observatorio le indica que su desajuste tuvo lugar poco después de su partida. Tampoco puede confiar en que Huatûr haya venido, o sea capaz de hacerlo en algún momento. Está solo.

El ritmo de propagación de la infección se ha ralentizado, pero no así la agonía que le causa. Continúa buscando maneras de adaptarse a su nuevo entorno. Creciendo junto a las partes que recrea de su antiguo ser. Tensionando y poniendo a prueba la resistencia de cada recoveco de su masa conceptual. Creando rutas a través de su toda su macro estructura. Incluso la imagen mental que posee de su cuerpo se ve afectada por estos espasmos. Puede haber sido capaz de silenciar parcialmente los efectos de su presencia, pero sabe que se encuentra a un paso de sucumbir de nuevo ante la desesperación. Mientras su única compañía es el el flujo de datos del observatorio, el tiempo sigue jugando en su contra. Corre el riesgo de que mute de maneras que aún no es capaz de prever. Que se propague también por su actual hábitat y corrompa lo que siempre ha valorado más. Su temor más profundo siempre ha sido el olvido. Perder el conocimiento del que ha hecho acopio a lo largo de los milenios.

No está dispuesto a permitir que la obra de su vida se vea comprometida. Este miedo se impone sobre todos los demás. No está dispuesto a hacerlo aunque esto le cueste todo cuanto es. Refuerza los protocolos de seguridad y ordena que su núcleo esencial sea transferido hasta una realidad estanca. Hasta un lugar seguro en el que llevar a cabo las pruebas. La fase inicial de transferencia se lleva a cabo casi de forma plácida. Este es un viaje que ya ha realizado en otras ocasiones. Un camino que conoce. Se aleja del silencio y la quietud de la zona de aislamiento para comenzar a sentir el ruido eléctrico. Se adentra en el flujo de datos para establecer contacto con los receptores de su nuevo soporte vital. Es en ese momento cuando, una vez más, pierde el control.

Incluso a través de los sentido mitigados la sedación, el flujo de información es capaz de saturar sus receptores. Sus umbrales de dolor quedan abrumados y los componentes orgánicos comienzan a disgregarse una vez más. La brutalidad y rapidez de la experiencia le hace perder el pulso sobre la operación. El dolor regresa, pero lo experimenta de una manera que en nada se parece a las que ha conocido con anterioridad. Los sistemas automáticos cortan en contacto antes de que el experimento llegue a su fin. Segmenta el núcleo y devuelve las partes “sanas” hasta el centro de control. Todo contacto con esa realidad es anulado.
Aun con la conexión rota es capaz de percibir la degradación y colapso de aquel lugar como un eco. Como algo casi propio. Como una onda que se propaga por donde no debería ser capaz de hacerlo. La radiación busca maneras en las que regresar hasta su fuente. Se replica de manera ordenada generando nodos que tratan de restablecer la comunicación con aquellos que han sido cercenados. Trata de recuperar su conexión con todo lo que ha conocido. Seudópodos que son lanzados hacia distintos niveles. Que buscan un entorno propicio en el que continuar propagándose. Algunos de los restos vestigiales que se propagan más allá de su cuerpo en disgregación parecen buscarle, pero no son capaces de dar con él. Por una vez, el azar parece haberse convertido en su aliado. La zona de cuarentena está diseñada de tal manera que bloquea esos canales específicos que va usando. Los vectores de la plataforma ya no son propicios para que recupere el contacto con su fuente. Pero, ante la futilidad de tales intentos, su antagonista toma otras rutas. Es capaz de detectar las sondas que analizan esta realidad teóricamente estanca. De fundirse con las señales que captan y, a través de ellas, encontrar un nuevo canal viable por el que propagarse. No importa que las sondas se desconecten, su expansión continúa. Cada fragmento de información que ha obtenido acerca de este concepto se ve consumido por él. La única opción que le queda es la de purgar todos los datos del sistema. Cerrar ojos y oídos. Confiar en que, una vez que se haya consumido el flujo que lo sustenta, se desvanecerá. Pero sabe que esto no es cierto. Que lo que le afecta no deja de ser una consecuencia. Los ecos de este concepto que aún resuenen en su núcleo mientras luchan por conectar con lo que han dejado atrás. Una porción infinitesimal de la fuerza con la que se ha encontrado. De esa entidad que sabe que permanece “ahí fuera” buscándole. La que ocupa todo el espectro perceptible de sus sentidos. La que se le muestra cada vez que trata de huir del miedo.

Sabe que cualquier victoria que crea alcanzar no dejará de ser algo ilusorio. Una mentira en las que podrá refugiarse durante breves periodos de tiempo. La huida ha llegado a su fin. Puede haber regresado hasta el punto de partida, pero aquí no encontrará la salvación. Ha de poner fin al autoengaño. Su verdugo se acerca. Es capaz de sentir cómo repta a través del eco que les une. Casi parece algo vivo. Algo inteligente. Mientras sucede todo esto, una voz en su interior no deja de cuestionarle. Le pregunta una y otra vez por el sentido de continuar con esto. Le recuerda que apenas queda nada en él de la persona que comenzó este viaje. Que, con cada amputación a la que se ha visto sometido, ha muerto una parte de la entidad que un día fue. Esta es una voz que reverbera en cada fragmento de su ser. Que tensiona, quiebra y mutila cada partícula de cuantas le componen a todos los niveles. Que se mezcla con las alertas del observatorio llevando a los restos de su mente hasta un estado cercano al colapso. Hasta un estadio más elemental que el primario.

–¿Quién eres? –la voz continúa con su tarea de manera inmisericorde– ¿Qué eres? –le hace preguntas para las que no tiene respuesta– ¿Qué da razón a tu existencia? –logra despertar algo en su interior que ha permanecido aletargado– ¿Por qué no te rindes? –algo que nunca le ha abandonado– ¿Cuál es tu razón para seguir?

Esa voz que le ha acompañado en cada momento de este viaje es la suya. Finalmente es capaz de reconocerla y aceptarla. De comprender su propósito. De encontrar una base sobre la que reconstruirse. Le recuerda que no importa quién sea en estos momentos. Que su existencia no ha sido otra cosa que una sucesión de cambios que, en su gran mayoría, se han iniciado más allá de su control. De cambios a los que ha sido capaz de adaptarse gracias a su intelecto. Esa voz le recuerda una verdad que ha permanecido inmutable entre todos estas evoluciones. Que hay dos factores monolíticos que han logrado sobrevivir a todo proceso degenerativo al que se ha visto expuesto con anterioridad. Dos rasgos que se mantienen del personaje que recuerda. Necesita respuestas. Esa y no otra ha sido la razón de su existencia desde que tiene recuerdos. Necesita comprenderlo todo. Esta ha sido desde siempre la verdad inmutable que le ha definido. El hecho que ha logrado imponerse sobre todo lo demás. La herramienta que, finalmente, le permite mitigar los efectos del dolor y el miedo. Que logra que sus sentidos vuelvan a proporcionarle una información que su mente sea capaz de procesar. Que, por primera vez desde el momento hasta el que llegan sus recuerdos, sea capaz de contemplar a su atormentador desde una perspectiva que no se encuentre distorsionada por la agonía. Que pueda verlo como lo que realmente es. Como un armónico que resuena en frecuencias abstractas. Que se adapta y reajusta constantemente. Un concepto preciso y metódico. Hermoso e implacable. Fascinante y terrible. Antagónico para ese concepto llamado vida en cualquiera de sus formas. Letal para ella de la misma manera en la que lo es la mayor parte de cuanto existe.

Las respuestas van llegando lentamente. Le permiten concretar su situación. Comprender lo desesperado de la misma. Porque la mera posesión de este conocimiento no convierte a su antagonista en una amenaza menos peligrosa. No cambia lo que está en juego ni convierte la apuesta que debe hacer en algo banal. Lo único que hace es proporcionarle nuevas herramientas. Con cada uno de los movimientos es capaz de analizar a su rival. De centrarse en aquello que puede y debe controlar. Cada nuevo dato le permite imponerse sobre el miedo y el dolor. Reforzar los centros sensoriales afectados por esta entidad. Minimizar los sesgos. Una vez que han caído todos los velos que nublaban su capacidad de raciocinio, es capaz de conocer finamente a qué se enfrenta. De comprender sus patrones de propagación. De ver la manera en la que alcanza el estado de simbiosis y degradación con todo aquello que resulta ser susceptible a su toque. Ser consciente de aquellos elementos que parecen ser ajenos a su contacto.

A partir de estos datos es capaz de elaborar nuevas teorías. Mientras el ente continúa con su camino antes imparable, puede teorizar métodos con los que tratar de impedir que esos patrones de expansión sigan su curso. Puede llevar a cabo estimaciones acerca de los elementos y la cantidad de energía necesaria para ralentizar su avance. Ganar un tiempo vital para ser capaz de ajustar sus cálculos iniciales. Permitirse el lujo de creer que tiene una posibilidad.
Con cada fracción de tiempo que dedica a este análisis, logra que lo imposible se convierta en complejo. Lo complejo en razonable. Lo razonable en trivial. Su enemigo no es tal. Solo es una partícula perdida. Un elemento fortuito. Un accidente cósmico como tantos otros. De forma metódica va cortando todas las rutas que puede tomar para alimentarse. Bloquea los accesos hasta su origen. Cambia la frecuencia y posición del observatorio y la suya misma. Evita que su existencia sea detectada por su perseguidor y la entidad que lo ha originado. Aísla en su interior los restos que quedan de este concepto, mientras permite que los restos ligados a esa escisión vayan extinguiendo poco a poco. No es ajeno al dolor mientras todo esto sucede. Mientras su rival consume aquellas porciones de su ser con las que permanecen en contacto. No es ajeno al sufrimiento, pero lo utiliza para reforzar su determinación. Para salir triunfante.

–¿Y, ahora, qué? –la voz crítica regresa. La sensación de éxtasis dura poco– ¿Qué has conseguido más allá de ganar un poco de tiempo?

Lo único que ha logrado ha sido sobrevivir a su propia estupidez, pero nada ha cambiado realmente. Esto no ha terminado. Quizás el extracto biopsiado se ha consumido, pero el resto de la infección continúa en su interior. Ha logrado contenerla pero, ahora que conoce su naturaleza y comportamiento, sabe también que jamás podrá librarse de ella.
Se encuentra navegando entre las mareas del tiempo y la incertidumbre. Lejos de cualquier ayuda. Lejos de su cuerpo.

–Enhorabuena, Iorum. Ahí tienes tus respuestas. Ahí tienes esos datos que solo te han servido para llevarte hasta nuevas preguntas. ¿Qué vas a hacer ahora con ellos?

VII - Epílogo

VII - Epílogo

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–Supongo que ha llegado el momento –el pensamiento surge de sus procesos mentales casi como algo sólido y no tarda en desintegrarse ante sus sentidos–. Aquí poco más podemos hacer.

Se siente extraño. Calmado. Sereno. En paz ante lo que le que sabe que le depara el futuro. Intrigado mientras contempla en la lejanía lo único que le recuerda a su hogar de cuanto tiene a su alcance. A esas criaturas surgidas de su ADN. A esa mutación de los extractos que le fueron biopsiados que ahora percibe como seres vivos e independientes. Reconfortado al verlos finalmente como entidades cuya mera existencia no resulta una amenaza potencial para su existencia. Al descubrir que el tiempo que ha dedicado a investigarlos les ha convertido en algo que le importa. En lo único que queda de algo y alguien que ya no es.

Las lecturas y el resultado de las simulaciones resultan concluyentes. Tras la batería de pruebas el diagnóstico final es inequívoco. Dentro del contexto en el que se encuentra ya no dispone de medios para llevar a cabo nuevos avances. Como ya sabía antes de comenzar, no es capaz de lograr ningún cambio en en su propia situación. Por otro lado, mientras que el estado de Lexa da muestras de una clara mejoría, el de Sersby continúa siendo crítico. No importan los elementos comunes de sus genes y axiomática, ninguno de los tres se ha visto afectado de la misma manera por la fuerza a la que se han visto expuestos. A su vez, el mismo tratamiento ha generado una respuesta diferente en cada uno de los tres sujetos expuestos.

Quizás en esta realidad tratar de medir el transcurrir del tiempo sea algo absurdo, pero sí que es consciente de los miles de pruebas que ha llevado a cabo desde que comenzó con esta nueva línea de investigación. El esfuerzo que ha dedicado a la única tarea que servido para mantener ocupada su mente. Los datos a ese respecto son precisos. Metódicos. Detallados. Pero nada de esto importa. En ocasiones le continúa asaltando la duda. Le resulta difícil aceptar la existencia de algo como lo que ha experimentado. Se pregunta cuánto de lo que su parte racional se resiste a plantearse puede haber sido tal y como lo recuerda. Cuánto de lo que se niega valorar han sido realmente meros constructos y aproximaciones generadas por su imaginación y sus miedos. Cuántos de sus conclusiones son fruto del conocimiento y cuántas pueden haber estado condicionadas por sus sesgos.

“Real”. Incluso el mismo concepto le resulta ahora falso y vacío. No deja de repetirse que los datos no mienten, pero también ha visto como la misma información se corrompía al entrar en contacto con ese concepto. Cada vez que regresa la duda el ciclo se prolonga durante más tiempo, y ese es un riesgo que no se podrá permitir fuera de aquí. Una vez que se haya ido, continuar con la disgresión no solo carecerá de sentido, sino que pondrá en peligro todo lo que es.

Ha de partir. Lo sabe. Lo necesita. Ha de optar por alguna de las opciones aunque sepa que ninguna de ellas es óptima. Aunque sea consciente de que no puede hacerse ilusiones. Por más que los contenedores que nutren y protegen a Lexa y Sersby puedan mantenerles durante muchos tiempo, el estado en el que se encuentran está muy lejos de poder considerase como “vida”. No importa que, dependiendo del marco referencial desde el que se les observe, puedan sobrevivir ahí durante miles o millones de años. No importa que, mientras permanezca aquí, su estado no se deteriore a la misma velocidad que lo hará cuando se exponga a otras realidades. Sabe que a él no le queda tanto tiempo.

Lo único que puede hacer es esperar en este espacio axiomático en la que el tiempo no es secuencial. Esperar a que este contexto en la que se encuentra coincida en su vagar por los océanos de lo primario con otros territorios conceptuales. Esperar a que la unión de estas realidades desencadene un nuevo punto de acceso que le proporcionará un camino de regreso hasta su nivel de existencia nativo. Lo único que puede hacer es esperar y tratar de controlar el vagar del observatorio a través de sustrato que cimenta el todo.

De acuerdo a estos cálculos, cuando este evento tenga lugar, le llevará hasta un punto ubicado a varios miles de millones de años luz de su mundo natal, pero esto no le preocupa. Conoce caminos que le permitirán recorrer ese espacio de manera no lineal. Por otro lado, en el momento de esta confluencia, su eje cronal le llevará de regreso hasta un momento de ese universo en el que habrán transcurrido más de cuatro milenios desde el momento en el que lo abandonó, y esto sí que le supone un problema. Quizás esta cifra resulte irrelevante a la hora de compararla con la edad de esa realidad, pero resulta lo suficientemente significativa como para privarle de casi todo lo que ha conocido. Lejos de herramientas y aliados. De cualquier tipo de certidumbre. Definitivamente, las expectativas de éxito son escasas, pero sabe que cualquier otra llegará demasiado tarde.

–Inmortal –sonríe mentalmente al contemplar el concepto que toma forma ante varios de sus sentidos. No hay pesar o cinismo en este gesto, sino aceptación. No es un signo de fatalismo. No es una señal de rendición– La mente más brillante de su generación –lo único que contempla es la constatación de una verdad a la que siempre ha tratado de engañar o esquivar. El punto final a una inocencia y una soberbia a las que no echará de menos.

Centra su atención en el cuerpo que le aguarda. En ese frágil constructo que le ha servido de habitáculo y sustento desde el día de su nacimiento. Conoce cada partícula subatómica de ese envoltorio. Cada unión axiomática. Cada vínculo y enlace con el resto de su ser. Lo ha reformulado y reconstruido infinidad de veces. Ha experimentado tantas formas, géneros y realidades físicas como ha conocido. Ha expandido y afinado cada uno de sus componentes de acuerdo a sus necesidades. Ha conservado y desechado tantos atributos y cualidades como ha considerado pertinente. Podría rehacerlo desde cero sin necesidad de tener acceso al original. Sabe dónde hallar cada uno de los elementos que lo compone. Pero nada de eso serviría para solucionar su problema. A pesar de las realidades que los separan es capaz de percibir y sentir lo precario del estado de sus componentes orgánicos. No ha dejado de sentirlo en ningún momento de este viaje. Ha sido consciente de la manera en la que cada una de sus decisiones lo han deteriorado. De cómo sus acciones lo drenaban en cada una de sus etapas. Es consciente de lo que sucederá una vez que la distancia y el aislamiento dejen de protegerle. Sabe que nunca podrá escapar al dolor. Que cada día se convertirá en una lucha contra la disgregación de todo su ser. Que no se podrá permitir un momento de duda o vacilación. Que, en el mismo instante en el que su entereza falle, dejará de existir. Siente una tristeza infinita mientras lo observa ahora y contempla el resultado de su estupidez y su prepotencia. Al ser consciente de todo lo que ha perdido. Lo que ya no volverá a ser.

Hasta su mente consciente regresan también otras preguntas del pasado. Aquellas en las que se planteaba la posibilidad de reconstruir el resto de los elementos esenciales que lo componen. La reconstrucción de su núcleo a partir de la información previa de la que dispone. La posibilidad de borrar parcialmente sus errores. Un ejercicio teórico con el que siempre ha jugueteado. Uno que siempre le ha resultado muy atractivo.

La posibilidad está ahí. Una solución hipotética. Volver a ser quien fue antes de iniciar este viaje. Antes de localizar el espacio axiomático que habita en estos momentos. Pero ¿Por qué limitarse a eso? ¿Por qué no retroceder aún más?

Resulta tentador, pero no está dispuesto a pagar el precio. A la pérdida de conocimiento acumulado que eso supondría. A la parte que llega asociada a la experiencia. Por otro lado, sabe que con esto únicamente lograría retrasar la llegada hasta este mismo punto. Conoce perfectamente al yo que comenzó este viaje. Conoce su obstinación y la sensación de urgencia que siempre le ha dominado en su búsqueda del saber y la comprensión. No importa las pruebas que le proporcionase a ese individuo. No importaría lo fehaciente de los datos. No importarían las advertencias. Sin duda volvería a recorrer el camino que le ha llevado hasta esta situación. Lo sabe porque, aun sumido en la agonía, aun habiéndolo experimentado, esa parte continúa en su interior. Continúa elucubrando y trazando nuevos cursos de acción. Continúa analizando los datos buscando rutas alternativas. Continúa luchando por hacerse con el control. Se pregunta si en los sujetos que ha estado investigando se encuentra la solución a su problema. Si únicamente necesitaría recuperar lo que un día fue suyo. En ocasiones su voz resulta atronadora. Entra en conflicto con el ser que regresó del viaje. Con la voz que le dice que no puede permitirse el lujo de volver a ser esa persona y con otra más. Con la que le dice que no quiere volver a serlo.

Historias de Daegon

00 - Prólogo

00 - Prólogo

Por arcanus, 29 Julio, 2023
Mientras recorre los pasadizos que le separan de Kay Tíndawe prepara su mente para lo que sabe que le espera. Aleja de ella todo pensamiento superfluo. Cualquier idea o propósito que pueda suponerle una distracción. Sabe que, una vez que llegue hasta “La estancia de los espejos”, pasará a formar parte de un flujo de información superior a cuanto es capaz de abarcar. Que se verá rodeado por ideas, constructos y emociones provenientes de realidades cercanas y remotas. Por un caudal de datos que saturará cada uno de los aspectos que lo componen. Pese a ser consciente de todo esto, su determinación es absoluta. La recompensa por superar estos inconvenientes le resulta demasiado tentadora. Cualquier incomodidad temporal que pueda padecer, cualquier contratiempo que pueda surgir en este trayecto será un precio ínfimo a pagar por el conocimiento que le aguarda. Uno que está más que dispuesto a pagar.

A lo largo de sus experiencias pasadas ha logrado desentrañar un gran número de pequeños misterios, pero esto únicamente ha servido para hacerle consciente de cuánto le queda aún por descubrir y comprender. Cada nueva inmersión en esta ventana hacia otras realidades le ha servido para saber que la comprensión no deja de ser otro estado más dentro de su búsqueda. Un estado que, en multitud de ocasiones, se ha mostrado como una fase transitoria y no como su final. No importa cuántas veces repita este camino. No importa la cantidad de ocasiones en las que se vea expuesto a este flujo de información. Sabe que su curiosidad continuará sin verse saciada y, en el fondo, cualquier otro resultado lo decepcionaría. La espera le resulta agradable al igual que a todos aquellos que, como él, jamás han percibido al tiempo como un antagonista. A quien no ha conocido la pérdida y no teme las respuestas o las nuevas preguntas que pueda encontrar. A quien solo ha conocido a la incertidumbre como uno más de sus compañeros de viaje.

El caudal de datos le alcanza antes de lo que esperaba, pero esto ni le sorprende ni le alarma. Una vez más, el umbral que le separa de su destino ha vuelto a expandirse. La información de cuanto acontece más allá de lo físico y lo conceptual no puede ser contenido por un simple espacio hexadimensional. Mientras recorre sin moverse sus salas y corredores, “Aquella ante cuya mirada nada escapa” se sumerge en ámbitos que se expanden más allá de los contextos hasta los que tiene acceso por sus propios medios. Se ve expuesta a movimientos que tienen lugar en tantos niveles de realidad como es capaz de imaginar y percibir, y aun más allá de estos. A una sinfonía que no ha dejado de mutar y expandirse a lo largo de los millones de años transcurridos desde que la contempló por primera vez. Porque la realidad no deja de estar compuesta por un cúmulo de fuerzas. Por los elementos que la moldean y, junto con ella, también redefinen constantemente el mismo concepto de “verdad”. Todo lo que llega hasta sus sentidos no dejan de estados puntuales de conceptos sometidos a un imredecile estado de fluctuación. El cambio, el movimiento y la arbitrariedad imperan allí donde centra su foco de atención. La expansión y contracción son elementos consustanciales tanto de esta realidad en la que existe como de aquellas en las que fija su atención. El universo parece desconocer el significado del estatismo. No deja de verse sacudido por oleadas de arbitrariedad que lo moldean de acuerdo a criterios que aún no ha sido capaz de identificar.

Aun así, se adentra sin dudarlo una y otra vez dentro de este maremágnum de estímulos. Porque solo desde estas coordenadas tiene acceso hasta los más tenues reflejos de los movimientos que tienen lugar más allá de sus límites físicos y axiomáticos. Solo aquí tiene a su alcance la posibilidad de separar la causa de la consecuencia. Puede analiza la manera en la que surgen y re relacionan cada acción y cada reacción. Cada concepto y cada repercusión que se propaga más allá del contexto que lo vio nacer. Puede aspirar a comprender la manera en la que estos llegan a condicionar la evolución de los rincones más remotos hasta los que no deberían haber llegado. Solo desde aquí puede ser capaz de ampliar el horizonte de sucesos de su conocimiento.
Desde aquí contempló hace millones de años la construcción de Matnatur y el nacimiento de los hijos de Sholoj. Fue en estas mismas salas donde presenció la primera aparición de los irata y la llegada de la humanidad. Donde fue testigo de surgimiento de tantas formas de vida que ni siquiera es capaz de enumerarlas. Donde ha logrado encontrar sentido para su existencia.

Una vez más se adentra aquí permitiendo que las sensaciones que llegan hasta sus receptores le bañen. Sintiendo su caricia y escuchando su llamada. Vagando sin un rumbo predefinido hasta que su atención es reclamada por...

01 - Despertares

01 - Despertares

Por arcanus, 29 Julio, 2023
Inspira parte del aire viciado que puebla su esfera y vuelve a expulsarlo. Busca maneras en las que convertir esta espera en algo más soportable. El vacío infinito continúa siendo hermoso, pero el espectáculo no le interesa. No ha venido hasta aquí por las vistas. Podría disfrutar de ellas desde cualquier otra parte de la realidad. No. Si se ha trasladado hasta estas coordenadas, hasta el corazón de este remoto contexto, es porque busca patrones que no son perceptibles desde Adai. Tras más de cinco siglos habitando en estas coordenadas apenas se ha permitido un ciclo de reposo. No puede pasar por alto un solo matiz de cuanto sucede dentro de su alcance. Analiza cada fluctuación y cada destello. Rastrea cada movimiento que tienen lugar en los lugares más remotos de esta y otras realidades. Espera señales de cuya existencia ni siquiera tiene certeza. Las reglas de la mecánica cósmica pueden ser caprichosas y mutables, pero sabe que lo que busca está...

–¡Ahí!

Lo ve. El patrón parece coincidir una vez más con sus estimaciones y los cientos de correcciones que ha llevado a cabo. El punto se encuentra a poco más de quince billones de años luz de su posición y en doce segundos su ventana de oportunidad se habrá cerrado. La distancia no es un problema. Podría estar ahí con dar un único paso, pero con eso no lograría su objetivo. Necesita un vector de aproximación, una velocidad y una estructura molecular que requieren de ciertos preparativos. Tiene tiempo de llegar hasta ese lugar antes de que todo concluya, pero no puede permitirse demasiados lujos en los preparativos. De manera inmediata, corta el contacto con la rejilla del plano mental de comunicaciones. Lo último que necesita en estos momento son distracciones. Toma de nuevo aire. Si todo sale como desea, no volverá a hacerlo durante mucho tiempo. El primer paso de este viaje le lleva a situarse a tres billones de años luz y quince niveles de realidad de su objetivo. Con el segundo se deja caer en el interior de un agujero blanco del que sale proyectada arrastrando consigo una parte de los componentes que necesita para adaptar su cuerpo para la prueba a la que va a ser sometido. Gracias a este impulso inicial comienza a ganar velocidad. Durante su caída atraviesa la atmósfera de cientos de planetas y los pozos gravitatorios de miles de estrellas sin que la presencia o proximidad ninguna de estos cuerpos logre altere su velocidad o su vector de aproximación. Cambia de fase para moverse a través de corredores subaxoimáticos a través de los que realizar los últimos ajustes a su estructura atómica y conceptual. Se nutre de radiaciones solares y entrópicas. De estrellas nacientes y moribundas. De gravedad y frecuencias subarmónicos. De axiomas y metafísica. De conocimiento e ideas. Desvía su trayectoria inicial para que la inercia la lleve a trazar una elipse que le permita saltar entre océanos de arbitrariedad y mares de concordancia. Para que le lleve hasta su destino en en ángulo, momento y estado precisos. La etapa final de este viaje se encuentra cerca, y recibe con incertidumbre y emoción los primeros pasos la inicial del que tanto ha deseado comenzar. El que le lleva hasta...

Quietud en todo el espectro. Se encuentra sumida en la ausencia total de movimiento y sonido. De radiación o color. De estímulos e impulsos propios o externos. Inmersa en la carencia absoluta de cualquier fragmento de información que sus sentidos sean capaces de transmitir hasta su mente. Aislada en la expresión más absoluta de lo que siempre ha entendido por “nada”. Nunca antes se ha visto tan libre y tan atrapada al mismo tiempo. Jamás ha habitado en una contexto del que no haya sido capaz de extraer ninguna información.

Lo único de cuya existencia es consciente es de sus propios procesos mentales. Proyecta cada fracción de sus sentidos en todo plano y dirección que es capaz de imaginar. Trata de localizar cualquier vestigio de radiación o forma de onda de cuantas recuerda haber conocido. Pero no recibe nada. No hay respuesta a ninguna de sus emisiones. Ni siquiera es capaz de localizar o confirmar la existencia de su propio cuerpo. Ninguna de las sondas que emite logra dar con un obstáculo contra el que rebotar. Nada durante una cantidad indeterminada de tiempo. Nada hasta que, de manera fugaz, la quietud se ve rota por los impulsos que llegan hasta distintas partes de su ser. Esto es lo único que necesita para saber que va por el buen camino. Debe seguir probando. La información está ahí, lo único que necesita es desarrollar unos sentidos que sean capaces de procesarla. Sabe que lo que recibe está provocado por las secuelas de movimientos llevados a cabo por entidades que se desplazan en niveles de realidad que aún no es capaz de percibir. Ecos que reverberan al llegar hasta ella.

Captura y analiza cada detalle perteneciente a estos impulsos. Los enlaza con cada uno de sus órganos y terminaciones perceptoras. Lentamente, comienza a moldear los diferentes aspectos que la componen para que estos, a su vez, generen reacciones que se propaguen a lo largo de toda su masa conceptual. Necesita proveerse de las herramientas necesarias para procesar, conceptualizar y formular nuevas sensaciones e ideas. Muta y evoluciona tras cada sinapsis neuronal. Adquiere nuevas cualidades a través de las que disecciona el caudal de datos de manera metódica. Desarrolla herramientas que le permiten descomponer y procesar este los impulsos que transportan. Que los transforman hasta que, durante un latido, sus receptores son bombardeados por un torrente de información cruda. Datos que le permiten crear una proyección heptasensorial de la realidad en la que se encuentra. Que le permiten ser consciente de la complejidad, interacción y orden de magnitud en los que fluye cada uno de sus componentes. Durante ese tiempo, puede confirmar que existe algo más allá de sus propios pensamientos. “El exterior” deja de ser una abstracción hipotética para volver a ser concepto que puede llegar a comprender y medir. Después de esto, la quietud regresa una vez más hasta todos los canales que es capaz de percibir, pero esto no impide que su determinación se haya visto reforzada.

Tras cada nuevo éxito, tras cada nueva sonda que regresa con datos pertenecientes al vasto océano de incertidumbre que la rodea, logra conectar con este bucle de información con una frecuencia y una precisión cada vez mayores. Con cada nueva iteración, sus reacciones se vuelven más síncronas con los eventos de su entorno. Se aleja más de quien ha sido con anterioridad para convertirse en lo que necesita ser para subsistir aquí. Todos lo que ha sido queda atrás. Permanece ligado a algún momento que no es capaz de ubicar. Pero no lo echa de menos. La prioridad continúa siendo la misma. Los elementos monolíticos de su persona permanecen inalterados. La imperiosa necesidad de atravesar una tras otra las membranas que particionan los diferentes espacios axiomáticos que la separan de su objetivo. Los instintos que siempre la han guiado continúan con ella. Puede haber cambiado mucho, pero la curiosidad y la necesidad por comprender todo cuanto existe nunca han dejado de ser una parte dominante dentro de su núcleo esencial. El viaje ha de continuar. Sabe que solo tiene que esperar hasta que se genere una nueva ventana de oportunidad. Solo necesita avanzar. Dar un paso más dentro de una ruta que se ha prolongado tanto a lo largo de tantos contextos diferentes que incluso los mismos conceptos de tiempo y espacio le resultan difusos, pero nunca han sido conceptos a los que prestase especial atención a la hora de trazar sus planes. No son enemigos o aliados. No son relevantes de la misma manera en la que la duda o el temor no tienen cabida dentro decisiones.

Lentamente, y de manera acorde a sus previsiones, lo esporádico se vuelve frecuente. Es capaz de detectar una serie de patrones dentro de lo que antes parecía una cadencia aleatoria. Los elementos que existen ante ella y a su alrededor, los que la atraviesan y se solapan con ella, son revelados a sus nuevos sentidos. La ventana de oportunidad se le muestra con claridad. No sabe durante cuánto tiempo ha estado “ahí” o cuánto ha durado su proceso de adaptación, pero estas cuestiones le resultan del todo irrelevantes. Lo único que sabe es que “ahora” es capaz de percibirla. De manera acompasada, todo cuando es pasa a formar parte de estos patrones. Del ritmo y la cadencia en los que se encuentra inmersa. De un conjunto cuyo principio y final no es capaz de acotar. Se funde con una coreografía cósmica tan vieja como el tiempo mientras deja que esta danza infinita la arrastre. Que la lleve más allá del punto que tanto ha luchado por alcanzar. El camino que ha tomado le hace fluir por nuevos espacios axiomáticos. Por nuevos contextos que, una vez más, se ve incapaz de comprender o percibir en su totalidad.

Una vez que ha atravesado el umbral, el patrón se ve alterado. Los ritmos de esta danza no dejan de cambiar. Una parte ya casi olvidados de sus sentidos regresa hasta el primer plano al verse afectado por nuevos impulsos. Un ser diferente despierta. Recuerda. Existe. Descubre que tiene la capacidad y el deseo de experimentar este lugar.

Donde antes solo había quietud ahora hay una cantidad abrumadora de señales. Todos sus sentidos, tanto aquellos a los que está habituada, como los que acaba de desarrollar se ven saturados. No es capaz de separar el ruido de la información. Este nuevo ser en el que se ha convertido ha nacido con atributos, cualidades y una manera de relacionarse con su entorno de las que su antiguo yo carecía. Se ve invadido por nuevas sensaciones e instintos que aún no es capaz de procesar e interpretar. Las experiencias de su pasado regresan hasta ella de manera anárquica para ser recibidas en primera instancia como algo casi ajeno. Todo cuanto llega hasta sus receptores es interpretado como ruido y estática. Como una cacofonía informe de ecos. De señales rebotadas cuyo origen se ve incapaz de trazar. No sabe cuántos son respuestas a las peticiones de información que habían salido de su ser, y cuántas meras señales que se propagan a de manera natural a lo largo de este plano de existencia. No encuentra actos reflejos con los que responder ante esto. Todo cuanto se le muestra le resulta extraño y nuevo. Magnético de maneras que no es capaz de concretar. Fascinante como nada a lo que se ha visto expuesta a lo largo de su existencia. Formas, ideas y constructos kiliadimensionales que exceden a cualquiera de sus sentidos. Escenarios que le resultan tan familiares y ajenos como los pensamientos que surgen tras contemplar estos parajes ignotos. Sobrevuela un contexto cuyas formas no dejan de cambiar. Imágenes, sensaciones y pensamientos que no guardan ningún tipo de similitud con aquellos que recuerda haber conocido. Se encuentra en un estado de maravilla y fascinación constantes. Los pensamientos se agolpan en su mente con tal rapidez que no es capaz de ordenarlos. No encuentra palabras o conceptos con los que tratar de comparar lo que tiene ante ella. Su cuerpo es una abstracción y algo concreto. Flota sin control ni rumbo al tiempo que permanece inmóvil sustentado sobre elementos que aún se ve incapaz de comprender. Se pliega evitando enlaces suprareales. Se expande hasta abarcar lo que existe más allá de cualquier horizonte concebible. Su percepción se propaga a lo largo de trillones de niveles de existencia compuestos por realidades más colosales, complejas y masivas que nada que jamás haya imaginado. Existe en el centro de un vasto territorio aún por acotar. No hay puntos de referencia sobre los que comenzar a construir sus propias conclusiones. Trata de comprender y ajustarse a estímulos contradictorios. De conocer a lo que sea en lo que se ha convertido. Todo le resulta confuso a la par que extrañamente familiar. Nada concuerda, aunque todo posee una vaga resonancia con cuanto recuerda haber conocido. Nada es estático, ni siquiera cuanto la compone a ella. Fluye dentro de un contexto en el que las direcciones y el mismo movimiento también son conceptos fluidos. No puede concretar su posición con respecto a nada de cuanto la rodea. Ante su brújula interna, todo a su alrededor es traslación y cambio, pero se ve incapaz de saber si es ella quien cambia de posición, si es su entorno el que lo hace, o si las concepción del espacio, el tiempo y la realidad que alberga en su interior tienen sentido o cabida aquí. El caudal de datos que es capaz de procesar no deja de incrementar a cada instante, pero siempre parece haber muchos más a la espera de ser captados en la periferia de su consciencia. Capas y capas de información se superponen unas sobre las otras. Se solapan y atraviesan, crean y destruyen antes de que ni siquiera sea capaz de asignarles un aspecto, un origen o una dirección. Su imaginación se dispara ante la infinidad de oportunidades y posibilidades que se abren ante ella. Es capaz de ver la manera en la que ideas y palabras surgen de sus sinapsis. La manera en las que sus propias dudas y preguntas la miran desde el exterior de su ser. Cómo tanto ellas como sus pensamientos toman forma. Cómo le devuelven una mirada inquisitiva desde lugares en los que jamás ha estado. Cómo se alejan al descubrir que las respuestas que les puede dar no son satisfactorias. Es capaz de sentir el flujo de información procedente de sus procesos mentales dando vida de manera involuntaria a nuevos conceptos. Cómo estas entidades interactúan con el entorno creando a su vez nueva vida. Se siente abrazada y rechazada, amada y odiada, deseada y repudiada. Analizada y juzgada por todo aquello que contempla y por partes de ella misma de cuya existencia nunca antes ha sido consciente. Todo al mismo tiempo. Todo sin que sea capaz de ubicar o reaccionar ante cualquiera de estos estímulos.

Trata de respirar aun sabiendo que ya no es carne y sangre. Aun sabiendo que aquí no existe el oxígeno. Aun sabiendo que no tiene sentido. Sin embargo, solo imaginar esa acción sirve para dar un cierto sentido a lo que experimenta. Para traer hasta sus procesos mentales retales de quien fue antes de cruzar el umbral. Para comenzar a vislumbrar verdades que antes ni siquiera intuía. Comprende lo ilusorio, fútil e infantil que resulta su aspiración de tratar de comprender. La imposibilidad de controlar lo que le rodea. Es consciente de que el orden de magnitud de cuanto existe es infinitamente superior a cualquier cosa que ella pueda llegar a elucubrar o acotar. Racionaliza todo esto y siente cómo le es retirado un peso de sus hombros. Deja de verse anclada por el lastre que siempre le ha supuesto la razón. Se siente libre como nunca antes. Ansiosa por explorar este y otros lugares con una nueva mirada. Se deja mecer por las mareas cambiantes que moldean esta realidad. Se sumerge en ellas permitiendo que su gentil abrazo la guie y dé cobijo. En su interior tiene cabida tanto lo que ha conocido como lo que ha imaginado. Se funde con todo aquello que alguna vez ha considerado imposible o un inabarcable. Con un flujo de datos que jamás ha cruzado por su imaginario. Aquí se dan la mano lo ignoto y lo trivial sin que esto le genere ningún tipo de incoherencia, extrañeza o conflicto. Cuando contempla se le muestra casi como un recuerdo lejano y olvidado que regresa hasta ella de manera natural. Cada porción de cuanto ve, siente y experimenta tiene sentido sin que por ello se atenga a ningún criterio racional. Se ve expuesta a miríadas de fragmentos inconexos que, sin embargo, se le muestran como un todo coherente. A un conjunto infinito de singularidades que se ven incapaces de contener cuanto las componen. Contempla y forma parte del nacimiento de incontables realidades. De macroestructuras más complejas que nada que haya sido capaz de conceptualizar la humanidad a lo largo de toda su existencia. Habita en ellas durante billones de años. Comparte la experiencia de millares de conceptos que jamás ha conocido. Se mezcla con criaturas similares a ella misma. Con casualidades y desviaciones genéticas que jamás han llegado a producirse. Con abstracciones que no tienen cabida en ninguna de las realidades que ha conocido. Mora en estos lugares hasta que les llega su inevitable final. Hasta que el impulso que les dio inicio se consume. Es capaz de adivinar las formas puras del poder y el tiempo que les dan sentido. Entidades informes que su mente transforma en algo vagamente humano. Constructos demiúrgicos que se ven afectados por aquello que en algún momento ha formado parte de ellos. Que, con cada nueva iteración de este implacable ciclo, se ven obligados a reconstruirse. Los ve extinguirse y renacer bajo nuevas formas. Bajo nuevas configuraciones en las que aún se pueden contemplar el recuerdo y las secuelas, la pérdida y el dolor de lo que han sido y jamás volverán a ser.

Todas estas experiencias son condensadas en una fracción de tiempo inferior a lo que habría durado un latido de su corazón. Asaltan cada rincón de su ser desbordándolo con impulsos y señales totalmente asíncronos. Se propagan a lo largo del tiempo inundando sus recuerdos. Expandiéndose y pasando a formar parte de todo cuando recuerda haber sido. Se pierde y encuentra a sí misma en incontables ocasiones. Vaga sin control o consciencia mientras es recorrida y moldeada por este lugar sin ser capaz de valorar o cuantificar la duración o el impacto de cada una de estas experiencias.

Tras lo que pueden ser eones, su mente vuelve a funcionar de acuerdo a parámetros que poseen algún tipo de reminiscencia de aquellos que un día usó. Se ha visto arrastrada por las mareas del azar hasta que algo despierta partes de ella en las que es capaz de reconocerse. A pesar del silencio que inunda todo el espectro que es capaz de percibir, sabe que no está sola. Una inesperada sensación de sorpresa inunda sus receptores. Una cúmulo de impulsos que no tardan en impregnarlo todo. No es capaz de identificar su origen pero, una vez superada la incertidumbre inicial, su reconstrucción continúa. Regresan hasta su primer plano de consciencia recuerdos impresos en lo más profundo de su ser. Unos patrones que es capaz de reconocer. No solo está acompañada, sino que algo en su interior lucha por ubicar la sensación provocada por esta presencia. Por establecer un canal a través del que del que comunicarse con esta entidad que parece tratar de guiarla.

Es capaz de percibir muestras de actividad en diferentes direcciones dentro del flujo de información que recorre este conducto, pero no puede diferenciar cuántas de ellas lo recorren dentro de su transcurrir normal y cuántas únicamente cuando sus trayectorias se cruzan de manera fortuita con la de este canal. Las señales están repletas de mensajes contradictorios. De lo que simplemente parece ruido, y de lo que quiere interpretar como impulsos generados con un propósito. Lanzados con la esperanza de encontrar una respuesta que nunca llega de la manera esperada. Detecta una cierta familiaridad en forma y fondo de ciertos patrones, pero no parece ser capaz de lograr algún tipo de comprensión por parte de su interlocutor. Solo encuentran extrañeza. Una sensación que también parece ser compartida por quiera que se encuentre el otro extremo del canal. Su acompañante emite señales capaces de resonar en su interior. Mensajes que, de alguna manera, le indican que ya han coexistido juntas aquí con anterioridad. Le muestran una verdad que, por más capaz que sea de reconoce, no puede aceptar o ubicar.

Lentamente, la duda, la desorientación y la incertidumbre van dejando paso a otras sensaciones. El reconocimiento va ganando peso, pero sabe que quien le acompaña no puede ser quien le indican todas sus conjeturas. No es solo que su presencia aquí no tenga sentido, sino que, por encima de esto, jamás le ha invadido esta sensación de familiaridad cuando sus caminos se han cruzado con anterioridad. Fascinación e intriga sí, pero no una afinidad como la que la experimenta en estos momentos. Se ha visto frente a esta entidad en demasiadas ocasiones como para que esta información le haya pasado desapercibida durante cualquiera de sus encuentros previos. La ha contemplado desde cada ángulo, contexto y espectro a su disposición. Desde cada realidad hasta la que ha tenido acceso. Desde cada certeza que ha sido capaz de atesorar dentro de su saber. Ha formulado cientos de teorías e hipótesis a su alrededor que siempre se han demostrado erróneas.

Aun así... los datos parecen concluyentes. Lo que cree saber, como siempre le ha sucedido en su relación con este ser y los suyos, le resulta insuficiente para negar la única conclusión que parece racional. La impronta de esta entidad le resulta inconfundible. Ha sido suficiente que entrase dentro del rango de alcance de sus sentidos periféricos para que todo lo demás se vuelva difuso e irrelevante. Lo que la rodea y ha estado experimentando pasa a un segundo plano mientras su consciencia finaliza su regreso hasta la superficie. El resto de sus terminaciones receptoras vuelven a la actividad y comienzan a buscar el origen de esta fuerza disrruptora sin éxito. Nada de lo que se encuentra a su alcance se parece remotamente a lo que espera encontrar. Sin embargo, no le cabe duda de que está aquí. A su alcance. Sabe que la desorientación ha quedado sepultada de forma abrupta por la mera cercanía de ese ser indescriptible al que únicamente es capaz de referirse como...

–¿Dae’on?

Lo que surge de ella no es una palabra o un sonido. Tampoco se trata de una comunicación proyectada hacia la esfera del plano mental. Sin que su parte consciente sea capaz de comprenderlo, una parte de ella establece un canal de comunicación con algo que no sabe si está ahí. Un conducto cuyo contenido es capaz de percibir de múltiples maneras. En el que puede contemplar la manera en la que la percepción que posee de este concepto con el que trata de comunicarse lo recorre hacia un destino incierto. Una idea que se le muestra repleta de formas, dudas y esperanzas. De las emociones más puras que jamás hayan conceptualizado sus procesos más primarios y viscerales. Un mensaje que logra vencer a su marasmo sensorial e imponerse sobre la cacofonía de ruido y señales que la rodean con una claridad diáfana. Tras llevar a cabo esta acción, el canal parece desaparecer de su rango perceptivo. Miles de impulsos, radiaciones y frecuencia se solapan sobre él mientras lucha por no perder el tenue vínculo que les une. Mientras espera una hipotética respuesta que no sabe si llegará jamás.

Durante una cantidad de tiempo que no es capaz de cuantificar, centra sus esfuerzos en el análisis de cada fragmento de realidad a su alcance. Busca patrones que le puedan servir para construir una respuesta. Trata sin éxito de extraer algún tupo de información coherente dentro de una cacofonía de señales entrópicas. No es hasta que deja de buscar que la respuesta la alcanza por canales que jamás se habría planteado analizar. Le llega casi como una ola de sensaciones que baña toda su masa conceptual. Como un abrazo. Como un caudal de emoción pura que se asemeja a un suspiro de alivio. El origen de esta señal podría ser cualquiera. Incluso podría tratarse de un constructo formulado por ella misma. Pero sabe que proviene del destinatario de su mensaje. Que se trata de un acto consciente generado por “el otro lado”. Un impulso conformado por sensaciones e información procedentes tanto de su interior como de todo lo que le rodea. Armónicos que vibran y se sincronizan con ella. Que pasan a formar parte de su ser.

–¿Cómo...?

Nunca antes se han comunicado de esta manera. Sus intentos de establecer contacto con esta entidad siempre han resultado fallidos. Lo que llega hasta ella casi podría definirlo como... “humano”. Como una idea que jamás ha cruzado su mente a la hora de pensar en esta criatura. La preocupación que la rodeaba comienza a disiparse adoptando la forma de un nuevo caudal de datos que desbordan sus receptores. El mensaje exuda una cantidad de información que supera con mucho lo que perciben sus sentidos perimetrales. A través de él es capaz de inferir que ya han compartido existencia dentro de este contexto con anterioridad. Que, en esas ocasiones, el contacto ha resultado mucho más fluido. Se percibe a sí misma dentro de este mensaje / recuerdo como una entidad diferente. Como apenas una breve porción de cuanto es pero, al mismo tiempo, una mucho más compleja y extraña.

–No entiendo...

Recibir estas experiencias solo sirve para que su desorientación vaya a más. Si ha llegado hasta donde pretendía, la traducción que realiza su mente de los impulsos que recibe no tiene sentido. Creía haber llegado hasta donde ningún otro humano lo había hecho. Hasta un contexto teórico de cuya existencia o viabilidad sus iguales nunca han llegado a ponerse de acuerdo. El mero hecho de plantearse la posibilidad de haber llegado hasta otro lugar nunca antes ha pasado por sus procesos mentales y es rápidamente descartado por ellos. Aun así, la sinceridad y veracidad que contienen los impulsos que llegan hasta ella no es descartada de manera inmediata. A pesar de sus dudas e incertidumbres, de no tener recuerdos o datos previos asociados a la información que recibe, esta no le genera desconfianza o rechazo. Por el contrario, su viveza es tal que provoca que casi pueda reconocerlas como algo propio. Da origen a una serie de cuestiones que toman forma y se propagan mucho más allá de donde habrían sido capaces de hacerlo aquellas generadas por la química cerebral y los impulsos neuronales de su antiguo ser. Salen proyectadas sin que logre contenerlas. Adoptan un propósito y una claridad que se expanden más allá del contexto en el que han nacido. Ve cómo son mostradas bajo la forma de preguntas y temores cuya existencia desconocía. Como rasgos y aspectos de sí misma que ignoraba poseer.

El torrente de impulsos, señales, pensamientos y emociones parece no tener fin. Le obliga a plantearse nuevas cuestiones. A sintetizar incertidumbres. Percibe la manera en la que sus procesos mentales comienzan a fragmentar la información en porciones más asequibles. Cómo establecen un orden de prioridad a la hora de responder a las preguntas que ella misma ha lanzado. Siente en lo más profundo de su ser cómo estas preguntas toman forma y le devuelven la mirada. Se estremece al descubrir que la urgencia por saber dónde es “aquí” palidece al ser enfrentada contra otras incógnitas que permanecían latentes en su interior. La manera en la que esta experiencia le muestra con una claridad diáfana la fascinación que Dae’On y los suyos siempre le han despertado. El caudal de datos no cesa y, junto con él, llegan también detalles que es capaz de reconocer a pesar de no poder recordarlos. Una imagen propia y de su interlocutor que en nada se asemejan a lo que siempre ha aceptado, asumido y considerado como “real”. Una relación de cercanía y familiaridad que jamás ha existido. Nada de lo sucedido hasta este momento le ha podido preparar para la comprensión y dulzura con la que son recibidas estas dudas por parte de cuanto la rodea y da cobijo. Para descubrir que, sin razón aparente, una parte de ella siempre ha formado parte de este lugar. Porque, por encima de todo, es capaz de percibir y comprender que también hay algo más. Flota en el interior de una calma casi contagiosa. En el núcleo de una empatía como nunca ha conocido ni siquiera entre los suyos. Nota cómo todo cuando la rodea se encuentra impregnado por un fuerte deseo de protegerla, ayudarla y guiarla.

–¿Dónde...?

La sensación de infinita torpeza y desorientación continúa pero, al mismo tiempo, la claridad va regresando lentamente hasta sus procesos mentales. No importa en cuántas ocasiones ha viajado más allá de lo orgánico y lo físico con anterioridad, nunca ha experimentado sensaciones como las que la invaden. Nunca antes conceptos como el “aquí” y el “ahora” le habían resultado tan irrelevantes. Tan ajenos al contexto que habita o a su propia persona. Aun así, se siente extrañamente segura. Desde que ha creído percibir la proximidad de algo conocido, esta presencia parece haber guiado los cambios que tienen lugar en su interior. Sus preguntas aún no han recibido respuesta a través de ninguno de los canales hasta los que tiene acceso, pero sabe que están junto a ella. Que tanto las preguntas como el medio utilizado para proyectarlas no han sido los correctos. Que tanto su actitud como todo cuanto da por asumido ha de ser revaluado. En todo momento ha sido consciente de las partes de su ser que trataban de moldear su entorno de acuerdo a sus necesidades, y ahora sabe que ese no es el camino. Actuaba en base a unas reglas que no son aplicables en la situación dentro de la que se encuentra inmersa. Debe ser ella quien cambie. Quien se deje llevar una vez más pero, esta vez, de manera consciente. Ha de conocer y experimentar el “ahora”, pero no ha de hacerlo a través de la percepción de alguien que recuerda haber sido alguna vez. Ha de comprenderlo por lo que es, no por lo que necesita que sea. Es capaz de percibir el combate que tiene lugar en su interior como si se tratase de algo ajeno. La manera en la que sus cambios también moldean al entorno en el que tienen lugar. Cómo este se adapta para alojarlos, desplazando a su vez porciones vivas del contexto que la alberga. Movimientos sutiles que le dan los últimos indicios que necesita para terminar de formar el plano mental de la situación. No es hasta este momento, cuando se ve capaz de aceptar las máximas contra las que ha estado luchando. Que es consciente de que una parte de Dae’On ha permanecido en todo momento frente a ella y a su alrededor. Sus dimensiones totales continúan desbordando sus capacidades. Ni siquiera sus nuevos sentidos le permiten hacerse una imagen parcial de todas las realidades hasta las que se expande pero, por primera vez, el sentido de la maravilla que se desprende de todo cuanto representa no la ciega. Es capaz de contemplar a este ser sin verse abrumada. Descubre aspectos de este concepto a los que no tiene constancia de haberse visto expuesta con anterioridad. Es capaz de percibir fragmentos de su macroestructura que ya existían antes de que la humanidad fuese capaz de reconocerse a sí misma. De tener acceso hasta imágenes ligadas al nacimiento de sistemas, galaxias y conceptos que nunca será capaz de visitar o comprender. Hasta los restos vestigiales de ideas y elementos que, de alguna manera, han pasado a formar parte de la esencia de cuando siempre ha aceptado como “real”.

A través de esta nueva manera de coexistir con cuanto la rodea logra apreciar estos nuevos matices. Es capaz de contemplar una ínfima porción de todo cuanto se le ha mostrado en tantas ocasiones sin sentir la necesidad de interpretarlo como un reflejo propio. Solo ahora es capaz de encontrar una manera de resonar con lo que se encuentra ante ella. La pieza final que le permite comprender una parte de cuanto ha sucedido, no ya desde que accedió hasta este nivel de existencia, sino desde su propio alumbramiento. Contemplar a esta entidad a través lo que parece un marco referencial compartido lo cambia todo. Ahora realmente puede aspirar a comprender. A ubicar y tener acceso hasta las respuestas que antes no era capaz de percibir a pesar de saber que estaban “ahí”. De notar su contacto y preocupación a lo largo de todo este viaje. Se pregunta qué es lo que denota el utilizar el concepto “humano” a la hora de pensar en esta entidad. Si el acercamiento que percibe entre ambos se debe la manera en la que es capaz de percibirlo en estos momentos, o si los cambios que ha experimentado ella la han alejado de la concepción que siempre ha poseído de esta idea.

–––––––––––––––––––

Analiza cada gesto, cada armónico y cada onda que se propaga más allá de la masa conceptual de su interlocutora. Trata de sincronizarse con ellos a pesar de no ser capaz de comprender con exactitud sus propias acciones y emociones. Esta es una coreografía que conoce. Ha presenciado y participado con anterioridad en experiencias similares, pero algo en esta le resulta especialmente llamativo. Un elemento anómalo que se encuentra a su alcance pese a no ser capaz de dar con él. Tras cada nuevo intento de comunicación no solo descubre matices de la humanidad hasta ahora ocultos, sino que también salen hasta la luz nuevos atributos de su propia naturaleza. Cualidades que acepta como una fase más dentro del eterno proceso de autodescubrimiento que comenzó durante su primer contacto. Una vez más, la certeza se convierte en un recuerdo lejano. En una muestra más de la manera en la que este joven concepto y los suyos han afectado a todo cuando siempre han dado por consolidado e inmutable.

No hay reciprocidad. No se produce un intercambio de información sino que todo cuando comparten es una sucesión de mensajes unidireccionales lanzados al vacío. Una patrón que no por familiar e incomprensible le resulta menos fascinante. Que genera sensaciones que, de manera inevitable, llevan hacia la duda. Hacia lo que precede al descubrimiento. Hacia emociones y sensaciones cuya presencia desconocía hasta un tiempo relativamente cercano.

Durante las diferentes fases de esta comunicación su mente pasa por múltiples estados incompatibles. El flujo provoca que su mente busque retrotraerse hasta instantes de su existencia más sencillos. En paralelo a esto, desea lucha denodádamente por permanecer en el ahora. Por alcanzar un estado que le permita interiorizar todo cuando sucede alrededor de cada instante. El equilibrio entre ambas sensaciones es delicado, pero la necesidad por comprender se impone sobre la comodidad de lo que simplemente se acepta como un axioma inevitable. Una decisión que sabe que tendrá un precio. Porque el conocimiento y la comprensión rara vez llegan solos. Esta es una verdad de la que es consciente desde aquel instante de invariable certeza que precedió a su primer descubrimiento. Desde los tiempos previos a la llegada de la humanidad. Pero, a su vez, la cantidad de axiomas que se han demostrado falsos desde que su camino se cruzó con el de este joven concepto no ha dejado de crecer a un ritmo cada vez más vertiginoso.

En los pocos millones de años transcurridos desde la aparición de la humanidad, su influencia sobre la realidad no ha dejado de incrementarse. Su manera de percibirla y comprenderla se ha convertido en algo casi infeccioso. En una fuerza que se propaga como un haz que lo ilumina todo con una nueva luz. Han encontrado y establecido patrones dentro de todo cuanto Dae’on y el resto de los pueblos de Ytahc siempre habían percibido como azar y cambio fortuito. La suya ha sido una marea que arrastra y altera cuanto percibe. Que lo lleva hasta un lugar diferente. Hasta territorios llenos de de incertidumbre, pero también de sentido de la maravilla.

Desde entonces, y sin importar la cantidad de tiempo transcurrido desde aquel primer encuentro, tanto su percepción como la manera en la que experimenta todo aquello que le rodea y ha conocido se han visto sometidas a constantes revaluaciones. Su concepción de la realidad no ha dejado de expandirse. De propagarse hasta abarcar nuevas escalas. De llegar hasta la antesala de futuros descubrimientos.

No es capaz de cuantificar el número de preguntas cuyo enunciado ha surgido mientras trataba de comprender sus acciones. No importa cuánto cambie en su intento por profundizar aún más en este enigma. Lo único que es capaz de identificar con claridad es que sus acciones persiguen un propósito que aún no es capaz de comprender. Su mente formula pensamientos que millones de años atrás le habrían resultado del todo absurdos o irrelevantes. Se pregunta si todas las criaturas que se han cruzado en su camino se habrán visto afectadas de la misma manera. Si, para el resto, el universo también se habrá convertido en un lugar más complejo y lleno de nuevos misterios. Si, tras su llegada, por primera vez fueron conscientes del impacto de cada una de sus acciones. De la responsabilidad que acaerrea cada uno de sus actos. Si los infinitos matices que forman parte de su día a día también les resultan igual de abrumadores.

Recuerda los tiempos en los que la intuición era la fuerza imperante en su modo de actuar. Cuando confiaba en lo que daba por supuesto e inequívoco. Cuando no necesitaba analizar o exteriorizar sus razonamientos para relacionarse con lo que le rodeaba. Cuando no sentía esta urgencia por “comprenderlo”. Los días en los que la duda no tenía cabida en su mente. Ahora no se ve capaz de identificar correctamente las emociones asociadas a estos recuerdos. No sabe a qué ha de achacar su llegada. Si ha de culpar a la añoranza, el cansancio o la incertidumbre. Si en algún momento llegará a establecer la secuencia de acción / reacción que desencadena estos episodios. Una vez más se pregunta si acaso echa de menos la falsa certeza que un día conoció. Si añora la ausencia de una perspectiva que no fuese la suya. Si podría volver a ser capaz retomar una existencia sin dudas, Una en la que no tuviese la necesidad de buscar las razones que se encuentran detrás de tus actos.

Pero todo esto carece de relevancia en estos instantes. No importa que conozca la respuesta a todas estas preguntas. No importa que esta sea “no” en todos los casos. Esta certeza no sirve para alejar de su mente las preguntas. No deja de sorprenderse cada vez que descubre que aún le quedan nuevos aspectos de la duda por experimentar. Cada vez que aflora un nuevo matiz de su interior tras cada interacción con un humano. Cada vez que sale hasta la luz una manera más a través de la que fracasar en su intento por comprenderse y comprenderlos.

La sensación de extrañeza y fascinación nunca han dejado de estar presentes en cada uno de sus encuentros sin importar las coordenadas axiomáticas en las que estos han podido tener lugar. Ni siquiera en este lugar, donde las barreras que delimitan sus masas conceptuales resultan más difusas, dentro de unas coordenadas tan consustanciales a la existencia de la humanidad, como ajenas para Dae’On y los suyos, donde la línea divisoria que los separa es tan tenue, donde ambos únicamente pueden existir bajo aspectos tangenciales de sus respectivas totalidades, ha logrado alcanzar otro resultado en ninguno de sus encuentros anteriores. Ciertas distancias siempre se han mostrado como algo insalvable. Inabarcables siempre de una manera nueva.

Mientras presencia la manera en la que la entidad con la que ha cruzado su camino continúa sumida con su torpe proceso de adaptación a este contexto, es consciente por primera vez de patrones a los que no es consciente de haberse visto expuesto antes. Movimientos y fluctuaciones que no se corresponde a nada con lo que se haya encontrado antes. La lucha que está teniendo lugar en su interior pone en entredicho cada una de las conclusiones a las que ha llegado a lo largo de su relación con la humanidad. Sus componentes fluyen de forma caótica a lo largo de esta realidad. Vibran tratando de amoldarse a ella como si nunca antes la hubiese visitado. Es capaz de reconocer en ella elementos que, al mismo tiempo, le resultan propios y ajenos. Aspectos que la identifican como humana, pero que abarcan cualidades que no recuerda haber visto antes en aquellos con quienes ha coincidido en este lugar. No es capaz de identificar la causa de este desfase, y la posibilidad de establecer un canal de comunicación con ella resulta más vez más remota. Lo único que es capaz de identificar es que hay “algo” que se encuentra fuera de lugar, pero no se ve incapaz de extrapolar su causa, sino que ni siquiera es capaz de identificar ese “algo”.

Durante todo el proceso, las fluctuaciones continúan adquiriendo nuevas cualidades. Su velocidad oscila provocando que, por breves instantes, “el otro lado” parezca ser consciente de su existencia solo para que, acto seguido, ese tenue hilo de comunicación se desvanezca de nuevo. La espera le afecta de maneras que no es capaz de asimilar. El canal aún es demasiado inestable como para que cualquiera de los dos pueda utilizarlo para ayudar al otro, pero nota cómo se va consolidando tras cada nueva ruptura. Cómo las trazas de fascinación, la curiosidad y la duda que se filtran a lo largo de todo el espectro logran hallar un camino a través del que llegar hasta los receptores de su núcleo emocional. Hasta segmentos de su ser dispersos ubicados a miles de realidades de este lugar. El contacto se establece en una serie de ubicaciones tan remotas que le cuesta localizarlas y responder antes de que desaparezcan de nuevo. Percibe la manera en la que los restos de este contacto se propagan a través de estos aspectos de su núcleo. Cómo se ven súbitamente anegados por el torrente de confianza, calidez y agradecimiento que llegan sublimados en el interior de estas corrientes. Un caudal de información abrumador que desafía y desborda cualquier interpretación de la situación que haya podido concebir.

Lentamente, el canal traspasa y subvierte las funciones para las que ha sido concebido. Se va transformando en un contexto capaz alojar y dar sentido a ideas que fuera de él ni siquiera ha sido capaz concebir. Un medio que le da acceso hasta una parte de los elementos que siempre se han encontrado más allá de su alcance. Su exposición a la esfera del plano mental de comunicaciones es breve, pero suficiente como para permitirle ubicar correctamente uno de los grandes misterios que siempre ha rodeado a la humanidad. Suficiente para descubrir la razón por la que los mecanismos a través de los que siempre han tratado de comunicarse con ellos han siempre han resultado ineficientes. Comprende por primera vez el significado de aquello a lo que denominan “palabra”. Por más veces que han tratado de aproximarse hasta ellos, la idea de lo que ahora contempla les ha evitado. Su existencia ha permanecido sepultada bajo infinitas capas de conceptos, formas de onda y frecuencias subaxiomáticas más complejas. Nunca han buscado la respuesta en algo tan primario. En algo tan frágil. Sin embargo, una vez que pasa a formar parte de su núcleo, este no lucha contra la idea, sino que la va aceptando e integrando casi como algo propio. Como algo capaz de dar sentido a muchas de sus dudas. Todo cuánto sucede en su interior se ve sepultado por este proceso. Por una necesidad de concreción que nunca es capaz de satisfacer. Una sensación que es recibida con una mezcla de alegría y temor. Ante la que se rinde y rebela al mismo tiempo. Esta herramienta hace aflorar unas necesidades que no existían antes de tener acceso hasta ella. Impulsos que le llevan a preguntase una y otra vez por su papel dentro del gran esquema. A ser consciente de aspectos del tiempo y su impacto sobre cuanto le rodea que nunca antes había sido capaz de percibir. El mismo “antes” pasa a convertirse en un constructo que adquiere nuevas cualidades. El mañana deja de ser una abstracción irrelevante.

De manera paulatina, mientras comienza a desentrañar la señal proyectada por su interlocutor, nota cómo el universo se va convirtiendo en una entidad nueva. En un territorio desconocido. Navega a través de este mar de información sumido en la fascinación y el descubrimiento. Adquiriendo una visión renovada sobre hechos, ideas y realidades que ahora comprende que siempre se han mostrado ante sus sentidos sin que estos fuesen capaces de percibirlos en su totalidad. Desafiando aquello acerca de lo que no tenía dudas, y generando nuevas incógnitas. Cuestionándose si esto que ahora cree entender no se verá refutado por otros descubrimientos aún por llegar. Nunca ha experimentado o concebido “el ahora” como lo hace en estos momentos. Nunca ha sido tan consciente de cuanto ha vivido. De cuanto ha conocido. De cuanto, en algún momento, perderá. Cuando estos nuevos sentidos se consolidan, el entorno en el que se encuentra se muestra ante ellos vibrante y repleto de misterios. Con una claridad que desafía su capacidad de descripción en cualquiera de los canales de comunicación a los que tiene acceso. Finalmente, su mente es capaz de traducir estos impulsos en un mensaje concreto y coherente. En uno que responde tanto a este inabarcable caudal de dudas que le atenazaban como a lo que ha tratado de comunicar a lo largo de todo este proceso. La abstracción que era “la palabra” deja de serlo y pasa a tomar forma y sustancia. Adquiere un propósito que es capaz de reconocer. Una presencia que puede ser procesada por sus receptores. Le permite centrar su atención en lo que va tomando forma ante sus sentidos. El mensaje se transforma y le transforma. Deja de ser un cúmulo de información amorfa para convertirse en algo concreto. En una entidad que le contempla a través de canales a los que no debería tener acceso. Con la comprensión llegan también las herramientas con las que formular sus propias hipótesis y respuestas. La adaptación a este nuevo medio. Los elementos necesarios para desentrañar la última incógnita que ha estado nublando sus pensamientos. Comprende que las maneras en las que la entidad que ha estado contemplando se funde, solapa e impone sobre cuanto entra en contacto con ella no se ajusta a los parámetros de nada de lo que ha conocido aquí. Al menos, no con nada humano. Sin embargo, toda la información que recibe confirma su conclusión inicial. Hasta la obtención de esta última pieza, cada nueva interacción, cada nuevo descubrimiento, solo ha servido para que su percepción de todo lo que ha sucedido hasta este momento se volviese aún más confuso. No es hasta este momento que todo encaja. Lo que se le muestra no es un mero aspecto parcial, sino un humano que ha llegado hasta aquí en su totalidad. Un axioma inmutable más que cae bajo lo que parece la acción fortuita de uno de ellos.

Sus procesos mentales van cayendo uno tras otro al verse enfrentados a este nuevo paradigma. La palabra pasa a convertirse en algo casi consustancial a cada uno de sus saltos sinápticos. Como si fuese una extensión de sus pensamientos. A través de ella, su sorpresa y duda se expanden tomando nuevas formas. Se propagan por el canal establecido entre ambos sabiendo que, por primera vez, está generando un mensaje que será comprendido por su interlocutor. Hace todo esto mientras contempla las maneras en las que el flujo de datos condiciona su percepción de quien tiene delante. Mientras todo cuanto sucede a su alrededor pasa a un segundo plano.

–––––––––––––––––––

Se comunican y contemplan por primera vez, pese a conocerse y haber compartido espacios físicos y axiomticaticos desde hace millones de años. Ambos caminan a través de todas las diferencias que los separan. Se comunican a través del movimiento y el silencio. Por encima de cada uno de sus aspectos y sentidos. Fundiéndose con la esencia cambiante de este lugar y abrazando incondicionalmente lo que les ofrece.

Con cada paso y cada nuevo intercambio dentro de esta conversación sus cuerpos mutan. Con cada instante transcurrido alcanzan un nuevo estadio. Uno que les acerca hasta aquel en el que sus esencias pueden entrar en contacto de manera infinitamente cercana. La intimidad y las barreras que conforman sus yoes desaparece para permitirles convertirse en un nuevo ser. En una entidad que recorre lo conocido y lo ignoto. Que se enfrenta y logra atravesar las membranas que separan cuanto conocen de aquello que siempre han temido descubrir. Alcanza lugares que hasta ese momento les han estado vetados. Se ve inmerso en el turbulento corazón de un océano de instintos, emociones y deseos que ninguno de los dos por separado habían creído poseer. Percibe, se relaciona y comprende lo que le envuelve de maneras que sus yoes por separado jamás habrían sido capaces de alcanzar. Ante sus sentidos se desarrolla una coreografía imposible. Aun así, aquello en lo que se han transformado se ve expuesto a eventos que se encuentran por encima de sus capacidades. Más allá de su habilidad de percibir y comprender. A flujos de datos aún más viejos y complejos que el conjunto de quienes lo forman. Que se extienden más allá de cuanto es capaz de concebir. Los nuevos aspectos de la infinita maquinaria cósmica que le es mostrada y de la que pasan a formar parte continúa resultando tanto a más fascinante que aquellos que jamás hayan experimentado. Alimentan de manera exponencial su deseo de saber más. Realidades nacen y se desvanecen a cada instante. El transcurrir del tiempo en el interior de cada una de ellas no atiende a ningún criterio que sea capaz de anticipar. Su velocidad varía sin causas aparentes, de la misma manera en la que su sentido oscila y toma vectores no lineales. Las leyes físicas y metafísicas que imperan dentro de estas esferas conceptuales también son reformuladas a cada instante. Mutan hasta poblarlas en un mismo momento y lugar de conceptos y cualidades en apariencia antagónicas. Todo carece de sentido y propósito al tiempo que resulta extrañamente familiar y coherente.

A medida que sus sentidos se expanden y propagan, este nuevo ser híbrido contempla y comprende lo que sus integrantes no eran capaces de abarcar. Ahora es capaz de intuir el papel que desempeña la presencia de lo humano dentro de este contexto. De reconocer lo que solo pueden ser los restos de su estancia en los lugares remotos de esta realidad. Trazas residuales de frecuencias subarmónicas que de quienes han visitado estas coordenadas en algún momento del tiempo. Breves destellos de cuanto existe y ha existido. Una presencia tan vieja como la misma especie.

En su interior es capaz de percibir una variedad infinita muy superior a lo que existe más allá de sus fronteras. Cada uno de estos micro cosmos infinitos que recorre se encuentra en un estado diferente de evolución. Muestras desperdigadas y únicas de realidades que nacen y se desvanecen. Constructos que se encuentran en diferentes puntos dentro de sus procesos de creación y disgregación. Tiene acceso hasta la infinidad de estadios han recorrido. A todas las historias y vidas que han tenido lugar en su interior. A trivialidades y esperanzas. A decepciones y triunfos. A los aspectos que han ido proyectando sus demiurgos involuntarios. A la presencia de otra infinita variedad de criaturas y conceptos. A entidades que, de alguna manera, confluyen para dar forma y sentido a lo que tiene y ha tenido lugar dentro de su ciclo existencial. Tiene acceso a una pequeña porción de lo que aún le queda por conocer y comprender a quienes habitan esta y otras realidades. Y, sin embargo, duda. Le cuesta aceptar todo esto como algo real. Como algo que pueda llegar a ser capaz de describir en algún momento con sus propias palabras.

Recorre el flujo de señales que la separa de las estancias entrópicas. De los lugares en los que moran quienes, pese a pertenecer a realidades y extractos axiomáticos de toda clase, en esos momentos y lugares perciben como sus iguales. Se funde con los aspectos primarios de quienes al mismo tiempo son moradores y gobernantes. De quienes han llegado hasta aquí por propia voluntad, quienes se han visto arrastrados hasta estas coordenadas de manera fortuita o involuntaria, y quienes jamas han conocido o conocerán nada más allá de sus fronteras. Comparte las experiencias de quienes están y se desvanecen sin saber que alguna vez existieron. Tras cara barrera le aguardan nuevas formas y aspectos del sentido de la maravilla. Lo efímero y lo eterno se funden. Conviven, convergen y se confunden dentro del mismo transcurrir del tiempo. Bañan a cada concepto y ser, a cada abstracción y concreción, de una luz que lo muestra como algo hermoso y terrible. Como un cúmulo de impulsos que son recibidos con regocijo por parte del ser en el que se ha convertido. Los recibe con una curiosidad que no deja de crecer tras cada experiencia y cada descubrimiento. Este puede ser su hogar, pero su mirada sigue siendo la de un infante. Puede ser la realidad que lo ha visto nacer, pero esto no impide que quiera conocer y experimentar todo cuanto le puede ofrecer. Que ansíe recorrer todos los espacios axiomáticos hasta los que tiene acceso.

Durante incontables eras se mueve a lo largo de todo el espectro. Surca el tiempo y el espacio, así como cada una de las consecuencias de su comunión. Rompen sus barreras para filtrarse entre los recovecos y grietas más sutiles. Se funden con lo metafórico y lo literal. Con lo monolítico y lo etéreo. Se baña en la lo obvio y lo improbable. Crece y aprende más allá de cualquier límite sin por ello ser capaz de apreciar más que una ínfima parte de cuanto entra en contacto con su masa conceptual. Sin ser capaz de dar con la respuesta para la gran inquietud que anida en su interior.

Porque, durante todo este proceso, un anhelo turba cada uno de sus pasos. Uno que le ha acompañado desde el momento de su alumbramiento. Sus progenitores continúan formando parte de su núcleo esencial. Puede que no sean poco más que los restos vestigiales de estas entidades pero el tenue contacto de sus recuerdos y de aquello que un día fueron jamás le ha abandonado. Unos vínculos que lo ligan a los lugares y contextos de los que procedían. A coordenadas en las que esta nueva criatura no puede existir. A su vez, estos ínfimos fragmentos de cuanto es continúan enfrentándose a sus propias incoherencias y contradicciones. Su curiosidad y su ansia por continuar con su viaje perduran, pero entran en conflicto con su deseo por compartir con otros como ellos sus descubrimientos. Es capaz de sentir la manera en la que se debaten entre el deseo de contemplar cuanto conocen a través de esta nueva comprensión del “todo” que han adquirido y la añoranza por lo que han dejado atrás. Entre el la curiosidad por experimentar por ellos mismos todo a lo que se ven expuestos de manera vicaria, y la certeza de que por sí mismos jamás lograrían llegar hasta el punto en el que se encuentran. Siente el aguijoneo de estas y otras diatribas creciendo en su interior, pero hay una que, lenta e inexorablemente, se va imponiendo con claridad sobre todas lo demás. Lo que encuentra en el extremo de cada nueva rama de este inabarcable árbol de realidades que surca solo sirve para que esta sensación se intensifique. Cada periplo vital del que son espectadores o partícipes, cada gesta, cada tragedia y cada escena costumbrista en la que se ve inmerso, sirve como alimento para que, lo que empezó siendo un vago rumor en su esencia, se vaya transformando en un impulso irrefrenable. Cada historia de la que es testigo, cada universo que ve surgir y desaparecer le recuerda que su mera existencia impide que los seres a partir de los que ha surgido puedan avanzar en sus respectivas trayectorias vitales. Tras hasta el primer plano de sus pensamientos el hecho de que jamás llegarán a conocerse y experimentar una relación basada en lo que han descubierto sobre sí mismos y sobre el otro como entidades independientes. Una reflexión que comienza a guiar la trayectoria de su anfitrión de manera casi inconsciente. Su atención se va centrando en la búsqueda de raíces y hojas lejanas en este bosque de improbabilidad. En localizar los rastros dejados por cada uno de los afluentes de los ríos entrópicos que lo alimentan. Trata de encontrar una ruta inversa a la que ha recorrido. De regresar hasta la ventana de oportunidad a través de la que llegaron las entidades que lo componen. No sabe a ciencia cierta qué le sucederá una vez que este viaje llegue hasta su final, pero esto no hace que su trayectoria o velocidad se vean afectadas. Lo único que sabe es que ha de poner fin a esta incertidumbre. Que ha de prestar más atención a las partes de su ser que le impulsan a recorrer en sentido inverso el camino que le ha traído hasta aquí. Ha de atravesar de nuevo los diferentes espacios axiomáticos que le separan de su lugar de nacimiento. En las regiones más remotas de cuanto lo compone, habitan dos entidades que merecen recuperar sus propias existencias.

Es consciente del precio que deberá pagar por este viaje, Que, durante este trayecto, se encontrará con fuerzas que tratarán de negar su misma existencia. Que, como consecuencia de su viaje, ciertas partes de su masa conceptual ya no tienen cabida en otros espacios axiomáticos. Es consciente de todo esto antes de que comiencen a serle arrebatadas porciones de su macroestrcutura pero, una vez que se ha visto sometido al dolor y lo ha superado, estos fragmentos son dejados atrás si causarle una sensación de pérdida. Son arrastrados hasta contextos en los que tienen sentido. Hasta localizaciones en las que su mera presencia supone y propaga otros cambios. Junto a los fragmentos que le son arrebatados a lo largo de su trayecto se alejan también la duda y la tristeza. Solo queda la determinación. Con cada nueva etapa superada, sus integrantes van recuperando viejos aspectos de sus identidades individuales, al tiempo que otros nuevos surgen de manera espontánea. Aun así, apenas son conscientes de cuanto pasa. No tienen voz o voto. Su concepción de la realidad continúa cambiando a tantos niveles que les cuesta reconocer sus procesos mentales como algo propio. Ninguno de ellos es capaz de reconocer los lugares por los que pasan. Saben que quienes fueron conservan en su interior el recuerdo de todo esto, pero solo tienen acceso a estas memorias bajo la forma de sensaciones borrosas. Impulsos que se ven sepultados bajo el peso de otro caudal de experiencias. Mientras dura este trayecto, encuentren nuevas maneras en las que fundirse. Adquieren formas bajo las que nunca antes habían existido. Aspectos y condiciones a través de las que relacionarse y coexistir. Medios de comprensión y expresión que no podrían plantearse en ningún otro contexto. Adquieren perspectivas que les permiten volver la mirada hacia el recuerdo de lo que han sido sin encontrar en él dolor, arrepentimiento o tristeza, solo una despedida silenciosa y un agradecimiento infinito. En el instante en el que sus esencias atraviesan la ventana de oportunidad, pasan a entrelazarse con los engranajes e impulsos que componen la infinita coreografía del gran mecanismo cósmico. A través de este proceso son testigos del millar de realidades que nacen y se desvanecen durante este no-instante. Su percepción y comprensión del tiempo ha pasado a verse expandida. A lo largo de su prolongada existencia como seres inmortales, este ha sido un factor que nunca ha entrado a formar parte de los criterios que usan a la hora de tomar sus decisiones. No lo ha sido en su hogar, ni lo ha sido en ninguna de la infinidad de realidades que han visitado con anterioridad donde se les ha mostrado bajo diferentes patrones. Siempre ha sido un mero elemento más que, al igual que otros tantos otros, han considerado tan irrelevante como ignorable. Ahora, al experimentarlos a través del filtro de sus recientes vivencias, la concepción, composición y propósito que poseen de este se ha visto sometida a una prueba definitoria. A través de este prisma les es mostrado como una fuerza en un constante proceso de evolución. Un componente esencial de la inmensidad. Ambas abstracciones han dejado de ser constructos teóricos o elementos difusos. Ya no son ideas monolíticas que pasan inadvertidas en el eterno transcurrir de sus existencias. Ahora son partes esenciales en su manera de relacionarse con cuanto conocen. Factores que afectan a la comprensión que poseen de ellos mismos. Incógnitas que generan preguntas para las que no tienen respuesta. Los puntos neurálgicos de una incertidumbre cuya llegada aún no saben si han de temer o recibir con alegría.

Lentamente van recuperado sus individualidades. Recuperando sus maneras personales de afrontar y procesar todo lo sucedido hasta este momento. Las preguntas que permanecen sin respuesta. Se preguntan por el vínculo que han establecido. Si permanecerá más allá de las fronteras de este contexto. Si el conocimiento y la comprensión que ahora comparten se desvanecerá sepultado bajo otras sensaciones aún por descubrir. Si los cambios que han generado en ellos perdurarán. El futuro se convierte en un concepto vital. Deja de ser algo lleno de esperanzas difusas para transformarse en una incógnita a descifrar. Una incertidumbre que se ve atenuada tras cada instante que contemplan al otro mientras se ven proyectados a través del canal de regreso hasta su hogar.

Con cada nuevo detalle que ven aflorar, con cada nueva sutileza y matiz que presencian mientras pasan a estar en todas partes sin formar parte de ninguna, la incógnita se va despejando. Al verse empapados por este océano de información navegan entre recovecos inexplorados de todo cuanto los compone y ha formado parte de ellos. Se mueven entre sensaciones y emociones que solo ahora son capaces de vislumbrar. Entre destellos intermitentes de lucidez que provocan que todo parezca tener sentido. Al llegar hasta el punto de partida se contemplan a sí mismos mientras dan los primeros pasos de este viaje. A dos criaturas a las que apenas recuerdan. Regresan tras lo que para ellos han sido eones. Lo hacen capacitados para apreciar toda la inocencia y ignorancia que arrastraban quienes iniciaban este trayecto. Han atravesado, rodeado y recorrido cada ínfima porción de quienes han sido mientras se transforman en esta consecuencia de cuanto han vivido en este lugar. Han analizado cada uno de sus pasos y los procesos causales que les han permitido llevarlo a cabo, mientras elaboraban hipótesis y planes de futuro. Teorías que esperan que les permita volver a visitar de nuevo estos parajes imbuidos del conocimiento que les han proporcionado. Conservando de alguna manera los restos que aún permanecen en su interior de aquello que han sido a lo largo de esta travesía. Restos que, pese a percibir como algo muy remoto, aún permanecen en ellos. De los que se niegan a desprenderse. Ambos contemplan este canal que permanece establecido entrelazando con sus mismas esencias y, por un instante, se permiten el lujo de aspirar a lograr lo que desde siempre se ha demostrado imposible. Lanzan sendos mensajes que se funden con este contexto en constante estado de tránsito entre todo cuando da sentido a lo que consideran concebible. Un saludo que da testimonio de todo cuanto ha cambiado. Una invitación a comenzar como si se tratase de algo nuevo una relación ya se que se ha prolongado durante eras.

Los mensajes que intercambian resuenan más allá de la esfera mental. Más allá de los contextos que los separan en estos momentos. Atraviesa mares de incertidumbre antes de que sus emisores sepan si llegarán a ser recibidos o comprendidos por quien se encuentra a su lado. Se propaga por medios y canales nunca antes usados por ningún concepto sensible. Alcanzan y se funden con cada fibra de sus masas conceptuales. A lo largo de todo este proceso, la espera de una respuesta se convierte en el centro de sus respectivos universos. Contemplan la manera en la que la información se propaga a lo largo de cada ínfima porción del otro. Cómo el mensaje muta en cada fase del camino. Cómo se impregna de nuevos matices de los que carecía en el momento de su emisión. Cómo trata de adaptarse e interactuar con cada terminación y elementos sensible hasta el que llega. Cómo se redefine y vuelve más eficiente en su cometido tras cada tropiezo. Son plenamente conscientes del instante en el que el paradigma previo se rompe y logran establecer una comunicación real y bidireccional. Cuando la respuesta les alcanza bajo la forma de una alegría tan poderosa como embriagadora. Como una señal que inunda el canal en su totalidad hasta llegar a desbordarlo.

No hay palabras. No hay sonidos. No son necesarias. Ninguno de los dos se comunica utilizando un medio nativo para el otro o para sí mismo, pero el flujo de información en ambos sentidos es más fluido que cualquier otro que hayan utilizado con anterioridad. Pensamiento y acción se convierten en una misma cosa. Emoción e intención se vuelven diáfanos a la par que indistinguibles para cada uno de sus gestos. El acercamiento es casi inconsciente. Espontáneo de la misma manera en la que sus mentes tienden y aceptan la mano metafórica que les es ofrecida por el otro. Instintiva como la coreografía que surge una vez que han llegado hasta la última barrera que les permite continuar siendo ellos mismos.

El millar de aspectos que componen sus respectivos seres entran en contacto de manera sincopada pero, en esta ocasión, los límites que los definen permanecen. Sus consciencias entran en contacto mientras sus cuerpos se estremecen sumidos en un cálido abrazo del que ninguno de los dos desea salir. Mientras se encuentran así, cualquier duda o temor que habitase en sus mentes se disipa. La posibilidad de que todo esto llegue a su final una vez que abandonen este contexto queda desterrada de su interior. Lo que sienten es demasiado intenso. Demasiado hermoso como para que únicamente pueda existir aquí. Demasiado poderoso como para ser contenido por este lugar, por quienes han sido, por quienes son o por quienes puedan llegar a ser. Esta sensación no deja de expandirse adoptando nuevas formas y expresiones. Desafiando todo axioma y toda ley conocida. Revolviéndose en su interior en busca de su propia identidad. Mostrándose ante sus sentidos como algo diferente a ellos. Como una entidad merecedora de encontrar su propia manera de crecer y evolucionar. Como una fuerza que hace que las partes finales de sus respectivas esencias atraviesen el último y primero de los umbrales de su viaje.

–––––––––––––––––––

Lentamente, la realidad regresa hasta ellos. Una realidad que conocen pero que no puede resultar más extraña ante quienes se han convertido. Nada ha cambiado pero nada es como recuerdan. En su realidad de origen apenas han transcurrido unos instantes desde que lo dejaron, pero las infinitas existencias que han conocido más allá de sus fronteras lo ha cambiado todo para ellos. Durante última fase de su regreso, los fragmentos que faltan por consolidarse contemplan a las partes que los han precedido desde más allá de “lo concreto”. Perciben a sus aspectos materiales, aquellos que han regresado en primer lugar, como rceptáculos insuficientes para aquello en lo que se han convertido. Como constructos monolíticos inmóviles e irrelevantes arropados por la inmensidad del espacio. Los contemplan iluminados por la luz de estrellas lejanas mientras las radiaciones residuales del viaje continúan bañándolos. La consciencia va regresando a ellos de manera sincopada, al tiempo que las sensaciones de embriaguez y euforia se disipan. Son sustituidas por la extrañeza. Por una desorientación aún mayor que pasa a coparlo todo. Les cuesta adaptarse al contexto que les recibe. A la que recuerdan pero ya no perciben como su hogar. El viaje ha terminado, lo saben, pero eso es lo único que ha llegado a su final.

Entre ellos se muestran dos nuevos conceptos extraños que palpitan, se contraen y expanden. Dos criaturas concebidas como consecuencia del éxtasis que ahora abandonan. Dos entidades que tratan de encontrarse a sí mismas y su lugar dentro del gran esquema. Dos seres que les llaman al tiempo que exigen su propio espacio. De manera paulatina van siendo conscientes de lo que esto significa. De la infinidad de nuevos caminos que se abren ante ellos. De las bifurcaciones que solo ahora son capaces de reconocer.

Mientras todo esto sucede, la comunicación entre ambos no cesa. La búsqueda de respuestas para preguntas que ni siquiera conocen recorre el canal que los une en ambos sentidos. No son capaces de apartar su atención de las dos entidades surgidas de ellos que les reciben en este instante. De explicar la felicidad y el afán protector que su mera existencia les despierta. Las reconocen como algo que en algún momento formó parte de ellos. Como algo que ya no les pertenece, pero que no por ello les resulta ajeno. Su percepción y concepción de “lo real” y “lo posible” no dejan de alterarse. Desconocen las causas y dimensiones del fruto de su unión. Las consecuencias que puede llegar a desencadenar. Lo único que saben a ciencia cierta es que el resultado de las acciones que han llevado a cabo condicionará todas las decisiones que comiencen a tomar a tomar a partir de este momento. Que no hay nada que deseen más que ver en qué pueden llegar a convertirse.

En ese instante toda la masa conceptual de Dae’On sonríe cortando de manera abrupta el flujo de comunicación. Vandara sonría también, y espera con paciencia. Ve cómo esta entidad que siempre le ha resultado infinita muta. Cómo adquiere rasgos que es capaz de comprender y reconocer como propios. Cómo despiertan y ocupan un lugar en su interior la curiosidad y el deseo de comprender que siempre la han acompañado en un estado casi latente. Cómo se convierte en una “dadora de nombres”.

–Sueño.

Solo es una palabra, pero significa mucho más que eso. Es una palabra nueva. La primera que emite y conceptualiza. La primera a la que dota peso específico y significado un concepto no ligado a la humanidad.

–Sí. Sueño –saborea la palabra antes de reflexionas sobre ella y emitirla por primera vez. La paladea mientras su sonrisa y felicidad se expanden aún más.

Ambos están radiantes. De manera paulatina, perciben cómo los datos van encajando dentro de sus respectivos flujos vitales. Ya desde antes de interiorizar este conocimiento son capaces de sentir la cantidad de maneras en las que explica y dota de sentido a todo lo que les ha sucedido. La infinidad de puertas que abre de cara a la comprensión de todo cuanto la rodea. Mientras lo que antaño consideraron “normalidad” trata de regresar hasta ellos, descubren que ya no son capaces de aceptar estos preceptos. Necesitan re-evaluarlos. Encontrar una nueva línea base común a partir de la que avanzar en su propio crecimiento.

Vandara accede hasta el plano de la esfera mental de comunicaciones a través de nuevos caminos. Tanto sus pensamientos como las sensaciones acerca de todo cuando le ha sucedido son transmitidas sin filtro ni temor. Todos cuando se encuentran al alcance de su señal reciben sus reflexiones y sus conclusiones con extrañeza y excitación a partes iguales. La idea detrás de este nuevo concepto no tarda en propagarse entre los suyos como una fuerza imparable. Como algo que siempre ha estado ahí sin que fuesen capaces de identificarlo. Como el lugar hasta el que se replegaban sus consciencias durante sus ciclos de reposo. Como esas sensaciones, experiencias y recueros que siempre se encontraban un paso más allá de dónde eran capaces de buscar. Para antes de que lleguen hasta ella las primeras repercusiones de este conocimiento, ya es sabedora de la manera en la que esto alterará de manera irremediable la forma en la que la humanidad se relaciona con todo cuanto conoce.

01.5 - Consecuencias

01.5 - Consecuencias

Por arcanus, 29 Julio, 2023
Sueño.
Las ramificaciones de este concepto se propagan más allá de su lugar de concepción hasta alcanzar a todas las esferas en las que puede resonar. Llega hasta todos aquellos que, sin saberlo, han sido sus moradores inconscientes. Les alcanza como la respuesta a una pregunta jamás formulada. Como la explicación a lo que no puede ser comprendido.

En su hogar, Huatûr se ve sacudido por esta marea de información cuya evolución, recorrido y estructura ha seguido con atención. Ha acompañado a los viajeros a lo largo de todo su trayecto con una mezcla de fascinación y preocupación. Con la misma dificultad que ha padecido durante las ocasiones en las que ha dirigido su mirada hacia esas latitudes con anterioridad. Al igual que entonces, ha sido incapaz de encontrar maneras en las que expresar o procesar gran parte de lo sucedido allí. En estos momentos, cuando las olas generadas por este descubrimiento la bañan, contempla cómo ha afectado esta marea conceptual a los moradores de todos los lugares que se han visto expuestos a ella. Cómo se enfrentan y adaptan a ella quienes ahora son capaces de intuir lo que antes se encontraban ocultos a simple vista.

Pero no es este hecho el que despierta mayor interés de “Aquella ante cuya mirada nada escapa”, sino una consecuencia inesperada de este viaje. El foco de sus atención está centrado en el fruto de la comunicación, comunión y comprensión entre uno de los integrantes de su pueblo y la humanidad. Tras haber presenciado el alumbramiento de millones de nuevos conceptos, desconoce cuál es la causa de esta repentina fascinación.
Un caudal de datos incesante acompaña a su concepción. Información que, al no ser capaz de procesar, se ve tentado de interpretar como simple ruido. Pero sabe que dentro de este flujo constante se encuentran ideas cuyo contexto ha de localizar. Sabe que transportan mucho más que lo que su aparente anarquía y simpleza presagian. No es hasta que filtra estos conceptos a través de los fragmentos de Dae’On que logra percibir y extrapolar de ellos que logra reconocerlos como esa abstracción denominada “palabra”. Lo que percibe es el absurdo intento por tratar de acotar a estos dos conceptos que apenas ha interactuado con esta o cualquier otra realidad. Nombres.

Dayon y Daegon.

Cada nuevo descubrimiento surgido de esta experiencia le resulta más fascinante. Las preguntas que su mente formula no atienden a ninguno de los criterios a los que está habituado. A través de esta comprensión vicaria, de la información que ha logrado extraer de su hermano se ve incapaz de unir las piezas. Incapaz de comprender como, a través de esa abstracción humana se pretende llegar a contener todo aquello en lo que pueden llegar a convertirse estos dos nuevos conceptos. Incapaz de anticipar cómo se adaptarán de acuerdo a las acciones que lleven a cabo estas nuevas criaturas híbridas.

Todo le resulta tan incognoscible que trae hasta su primer plano de consciencia reacciones y sensaciones que no experimentaba en eras. No recuerda una fascinación y un sentido de la maravilla semejantes desde que comenzó a ser capaz de reconocerse a sí mismo y lo que le rodeaba. Desde que intuyó por primera vez que cuando le quedaba por conocer superaba con creces a lo que en un momento dado creyó saber.

02 - Universos dentro de universos

02 - Universos dentro de universos

Por arcanus, 1 Diciembre, 2024
Señales de una infinidad de orígenes llegan hasta ella sin que aún sea incapaz de filtrarlas correctamente. La información y el ruido se entremezclan en su mente. Impulsos asíncronos procedentes de cada uno de los diferentes niveles de realidad a través de los que se extiende su labor.
En el interior de esta cacofonía, apenas es capaz de percibir las masas conceptuales en tensión de sus acompañantes. La atención con la que todos los participantes del proyecto observan y se enfrentan a los últimos pasos del camino resulta palpable. El cuidado con el que guían y re-encauzan los movimientos resultantes de su trabajo, raya en lo obsesivo. Algo que, por otro lado, le resulta perfectamente comprensible. Quizás para ella y los suyos, este trabajo se haya prolongado durante apenas dos siglos, pero para el resto supone la preservación del trabajo de toda una vida.

Lentamente, los vínculos que atan la macroestructura del Cúmulo Seliano a su continuo axiomático nativo son retirados con precisión quirúrgica. Mientras los autores van descubriendo las consecuencias del gran acto final de su obra, su concentración se intensifica. A las alteraciones previstas en las trayectorias de cada uno de los miles de billones de elementos únicos que gestionan, se suman los movimientos de las fuerzas y conceptos que tratan de llenar ese espacio ahora vacío. Entran en juego hilos hasta ahora permanecían invisibles a sus capacidades perceptivas. Engranajes de la mecánica cósmica de los que nunca antes habían sido conscientes. Reubicaciones inesperadas que, para su alivio, parecen respetar los márgenes de error que habían previsto. Pero nada de esto hace que el factor de incertidumbre disminuya.

Cada una de las grietas que surgen dentro de la materia contextual está repleta de nuevas preguntas. Allí donde miran a todos los niveles encuentran algo nuevo. Algo inesperado. Algo que desean analizar y cuantificar. Pero no pueden hacerlo. No pueden interrumpir su tarea cuando tienen el final del camino a su alcance. Cada herida causadas a incontables realidades es suturadas por los sistemas secundarios de contención, alejando su atención de lo que dejan atrás. La maquinaria demuestra comportarse con la misma eficacia y delicadeza que en las simulaciones. Han de seguir el plan hasta el momento en el que sean capaces de confirmar que la estabilidad del conjunto no se ha visto comprometida.

Por un breve instante, hay algo en esta idea que perturba a Mugebe. Hay algo que se le escapa, lo sabe. Algo que no han tenido en cuenta. Pero ya es tarde y este es el peor momento posible para dedicar su mente a otros menesteres. La idea está “ahí” buscando un lugar privilegiado dentro de sus procesos mentales. Luchando por aflorar. Lo hace con tanta intensidad que apenas logra retenerla en un segundo plano e impedir que atraviese los territorios que la separan de...

–¿Preparada? –el mensaje de Yago logra que se centre.
–Claro.

El Cúmulo ha llegado hasta sus coordenadas. En ellas es recibido por ella y sus compañeros. Por individuos cuya naturaleza, composición y sentidos han sido adaptados especialmente para el momento y lugar en el que serán necesarios. Cada uno de ellos acompaña la trayectoria del inmenso constructo cuyo cuidado les ha sido asignado en esta fase concreta e incierta de su tránsito. La tensión a la que se ven sometidas todas las partes que integran este proceso es perceptible a lo largo de cada aspecto y cada espacio que forman parte de él. Sus repercusiones se dejan sentir entre cada segmento y cada intersticio del flujo de improbabilidad y concreción. Con cada imprevisto y cada retraso. Muguebe repasa de nuevo el procedimiento mentalmente al tiempo que se lamenta una vez más del escaso tiempo que ha tenido para realizar preparativos y simulaciones. Realiza una y otra vez sus cálculos como si en este instante fuese a cambiar algo. Fuerza su mente hasta que, finalmente, el Cúmulo finaliza su viaje y el silencio lo inunda todo. No más mensajes. No más urgencia. No más correcciones.

–Primera fase completada –por primera vez desde que la llamó, la información que transmite Yago hasta el tapiz de comunicaciones está libre de urgencia. Los datos, emociones e imágenes que propaga en este segmento de la esfera del plano mental son recibidos con una mezcla de expectación, aprobación, alegría contenida y alivio por gran parte de sus destinatarios.
–Deberíamos esperar a que se estabilice –Mugebe no se encuentra entre las personas que reciben con aprobación la transmisión. Como con todo lo que ha rodeado a este proyecto, parece que las prisas no van a terminar nunca–. Quedan muchas comprobaciones por hacer.
–La información es correcta. Se ajusta a tus cálculos. Me resulta chocante confiar más en tu plan y tus capacidades que tú misma.
–No me hagas la pelota. Eso lo sabíamos los dos antes de que empezase todo esto. Si tanto confías en mis capacidades, quizás deberías seguir haciéndome caso.
–A estas alturas pensaba que estarías deseosa de volver a casa.
–Otro par de siglos adicionales no van a suponer una gran diferencia. Aquí el de las prisas eres tú. No pretendas usarme como excusa.

La reacción general a su comentario le resulta totalmente inesperada. Por un instante, se hace el silencio. Las comunicaciones cesan en todos los canales y nota que se ha convertido en el centro de atención de este segmento de la realidad. Todo sucede de una manera tan abrupta e incómoda que, en primera instancia, no es capaz de interpretar su significado.

–Parece que soy la única aquí que no tiene prisa –trata de reconducir el ambiente impregnado su comentario con un tono desenfadado, pero el silencio permanece durante lo que percibe como eras–. Vosotros haced lo que queráis, pero luego no me pidáis responsabilidades –trata de mantener el tono, pero no es capaz de evitar que retazos de frustración se filtre junto a el último mensaje.

Tan rápido como había cesado, la comunicación comienzan a propagarse por todo el espectro. Por primera vez desde que llegó, Mugebe es capaz de intuir las porciones del Cúmulo que interesan a cada participante de la expedición. El flujo de información entre estos y las sondas que han posicionado en diversas zonas se vuelve frenético. Si hay algo que le queda claro, es que Yago no es el único ansioso por explorar este nuevo lugar que han creado.

–¿Vamos? –el mensaje llega desde una persona que no es capaz de localizar. Alguien que parece poner voz a la mayoría de los presentes.
–Sí –la respuesta del resto de es unánime y casi instantánea.
–Yo esperaré a lo que diga la experta –Yago es el penúltimo en responder. Mientras el resto comienzan a alejarse, él se limita a contemplarla con una mezcla de sorna y ruego.
–De acuerdo. De acuerdo. Vamos. Supongo que estoy sola en esto. Pero conste que luego no aceptaré reclamaciones.

Abandonan el subplano en el que se encuentran dejando que el resto se adelanten. Se desplazan a través de las corrientes axiomáticas y armónicos de probabilidad. Dejando atrás las formas y naturalezas que adoptan para ser capaces de existir en cada una de las coordenadas contextuales que atraviesan. Liberándose de condicionantes que los lastren o factores externos que puedan llegar a interferir con el fluir de los instantes. Por más humanos que se consideren a sí mismos, en estos momentos, cada uno se mueve por conceptos e ideas que poco tienen que ver con aquellos de la realidad que los vio nacer. A lo largo de su tránsito son recibidos por los diferentes aspectos que adoptan el tiempo y el espacio en cada lugar que atraviesan. Entornos que se ven afectados de maneras imprevistas por cada gesto, cada mensaje y cada interacción que proyectan. Por su mera presencia y análisis. Descubriendo casi al mismo tiempo las características de aquello que atraviesan y en qué han de convertirse para poder seguir avanzando.

–¿No es hermoso? –el mensaje de Yago no rompe únicamente la quietud, sino que también moldea el contexto a través del que viaja. En él no se transmite únicamente la pregunta, sino también una emoción pura que se impone con viveza sobre el resto de la información. Un orgullo que impregna cada una de sus ideas.
–Tendrás que ser un poco más específico.
–Cierto. Perdona. Las maravillas que nos rodean son tantas que cuesta centrarse. Pretendía referirme al Cúmulo. Desde que contemplé su nacimiento no he podido apartar mis sentidos de este ínfimo segmento de cuanto existe.
–Para sentir semejante afecto por él, no pareces haber demostrado el mismo cariño por la realidad en la que surgió.
–Estás siendo injusta. La extracción ha sido hecha con el mayor de los cuidados para no dañar su entorno natural.
–Y eso es algo que no entiendo. Sí, hemos tratado de preservar en la medida de lo posible los territorios contextuales que colindaban con el Cúmulo, pero eso no los salvará de ser destruidos dentro de unos milenios.
–Somos finitos. Llegamos hasta donde podemos.
–Lo sé, pero no le veo ningún sentido a tratar con semejante delicadeza y miramientos todo lo que hemos dejado en su lugar. A fin de cuentas, sus días están contados. Si teníais intención de permitir que se extinga, la causa raíz de su destrucción debería resultar irrelevante. Cuando planteaste los requerimientos no se me ocurrió, pero hasta que no estuvimos en plena operación no me había alcanzado la ironía y la futilidad.
–Tu pragmatismo te puede, Mugebe. Por supuesto que importa cuál sea la causa de la destrucción de cualquier parte de la realidad.
–Me temo que no comparto el sentimiento –tras un breve instante de duda, Mugebe descarta un acercamiento diplomático–. Preservar un pequeño rincón del “Todo” que ya está condenado, arriesgando con ello lo que se pretende salvar puede resultar fatal –a pesar de lo directo del mensaje no pretende ser brusca–. Muchos de estos constructos no dejan de ser meros accidentes frágiles y efímeros. No conviene enamorarse de ellos. Eventos como el que hemos evitado solo sirven para demostrarnos que existen pocos conceptos tan duraderos como nosotros.
–Sin embargo, todo ha salido bien. La apuesta ha sido exitosa. De haber sido capaces, ten por seguro que también habríamos tratado de evitar lo causa raíz pero no tenemos esa capacidad o el conocimiento necesario. La única alternativa que nos quedaba era la de quedarnos con el menor de los males.
–No me gustan las apuestas, y que todo haya ido bien es algo que aún tenemos que confirmar.
–Mugebe, deberías tratar de aprender a disfrutar de las pequeñas victorias y apreciar la belleza de lo efímero.
–No le hagas demasiado caso –una tercera señal se une a la conversación–. En ocasiones el optimista romántico que lleva dentro termina sepultando al científico –Devas, la originadora de este mensaje, no tarda en unirse a ellos en su camino–. Conoces a Yago desde hace lo suficiente como para saber los niveles de empecinamiento y cerrazón a los que es capaz de llegar.
–Cierto –la provocación en este comentario ha sido demasiado explícita como para que Yago la deje pasar. De cualquier manera, no se aprecia rabia u orgullo herido en su réplica–. Ambas me conocéis demasiado bien como para que trate de rebatir esa afirmación...
–Pero... –Devas continúa con su provocación–. Veo acercarse un “pero” enorme en tu intención.
–Pero –el suspiro resinado de Yago también está repleto de buen humor–. Mi implicación personal en este asunto no hace menos cierta mi apreciación, de la misma manera en la frialdad que acompaña a Mugebe no cambia el hecho de que, sin su manera de percibir, comprender y relacionarse con lo que nos rodea, no habríamos logrado evitar una gran pérdida. Una pérdida mucho mayor que la de nuestro hogar por elección.
–No lo entiendes –leves trazas de frustración e incomprensión contenidas se filtran en el mensaje de Mugebe. No quería que estas emociones formasen parte de la transmisión, pero que se ve incapaz de purgarlas en su totalidad–. Ya habéis perdido vuestro hogar. Lo que conocisteis ha dejado de existir. Os lo dije durante nuestra primera conversación. Puede que hayamos logrado salvar ciertos aspectos del Cúmulo, pero ten claro que el lugar hacia el que nos dirigimos no es el mismo en el que habéis vivido. No sé qué nos encontraremos en esta revisión, pero si hay algo de lo que no me cabe ninguna duda, es de que, según vaya pasando el tiempo, tanto tú como los tuyos os vais a ir encontrando cada vez con un mayor número de sorpresas.
–Eres tú quien no lo entiende –tras un breve instante de silencio, la respuesta de Yago lega cargada de un gran número de emociones. Hay una mezcla de humor y condescendencia en ella. También hay cierta sorpresa no disimulada. Pero si hay algo que no se puede encontrar en su interior es burla o sarcasmo–. El Cúmulo nunca ha dejado de cambiar. Nuestro aprecio por él nunca ha estado basado en cuestiones meramente estéticas.
–En ese caso, ¿qué es eso que tanto deseabais preservar?
–¿Me estás diciendo que no lo sabes? ¿Que aceptaste nuestra invitación porque te apetecía apuntarte a una mudanza?
–Es una manera un tanto simplista de decirlo, pero sí. Supongo que se podría decir así. Vine porque me llamasteis. Porque teníais un problema que creías que yo podría solucionar.
–¿De verdad creías que os habríamos molestado para algo tan trivial? ¿Que habríamos montado todo este jaleo únicamente para conservar un paisaje?
–Tú eres el que se fue hasta la otra punta de varias realidades porque este lugar le pareció “bonito”.
–Hablando de explicaciones simplistas...
–Yago –finalmente son interrumpidos una vez más por Devas– ¿Quieres dejarte de preguntas retóricas? –el debate entre los principales artífices de la migración no ha tardado en provocar que las trayectorias de sus acompañantes lejanos comiencen a gravitar a su alrededor–. Dado que no se la hemos explicado en detalle en ningún momento, es perfectamente comprensible que Mugebe desconozca la razón de fondo que nos ha llevado a tomar esta decisión –no disfruta siendo el centro de atención, y esto se trasluce claramente en lo atropellado de su mensaje–. Todos hemos estados tan centrados en el “qué” teníamos que hacer, que hemos dado por supuesto que nuestros invitados sabían el “por qué”. A su vez, ellos han estado tan centrados en el proyecto que no han tenido tiempo para relacionarse con este lugar de otra manera que no sea una macroestructura a mover.
–Gran parte de lo que hemos construido lo hemos tenido que diseñar alrededor de datos hasta los que no tenía acceso directo. A partir de indicaciones más o menos afortunadas y extrapolaciones que he llevado a cabo en base a lo que ya conozco. Perdóname si no me he parado a disfrutar el paisaje.
–Lo sabemos. Todos hemos ido muy deprisa y no hemos tenido ningún ciclo de reposo desde que todo esto comenzó. Esto no es un ataque ni un intento de menospreciar tu implicación. Supongo que te has concentrado tanto en el mero reto técnico que en ningún momento te has planteado la posibilidad de otro tipo de acercamiento.
–Las prioridades estaban marcadas mucho antes de que llegásemos, y no las pusimos nosotros. Nos hemos centrado en lo imprescindible y todo lo demás resultaba superfluo.
–Lo sé. Lo sé. Pero eso ya ha terminado. Las prisas han llegado a su fin y podemos centrarnos en otros temas.
–Muy bien, ¿a qué estáis esperando para iluminarme?
–Dime, ¿que eres capaz de apreciar si amplías tu espectro perceptual y lo expandes hasta abarcar los armónicos del plano potencial. Fíjate principalmente en las cadencias que resuenan con sus frecuencias subaxiomáticas.
–Fíjate también en las regiones perimetrales al llegar hasta la elíptica con cada una de las esferas infraliminares –Yago casi parece molesto por la ausencia de este detalle en la petición de Devas.

Las indicaciones son claras, pero esto no implica que seguirlas resulte una tarea sencilla. A cada paso que avanza en esa dirección, en el tercer plano del flujo de la conversación no deja de recibir datos adicionales y correcciones. Indicaciones procedentes del resto de los participantes que tratan de llevarla hacia otros territorios.

–...haces fractales de...

Antaño, y en cualquier otro momento y lugar, podría haber tenido acceso hasta esta información de manera directa. Satisfacer todas estas peticiones le habría resultado una labor trivial, pero nada ha resultado sencillo desde que comenzó este viaje. El número de cambios a los que se ha visto sometida en tan poco tiempo continúa afectándola. Todo ha sido demasiado precipitado. Aquí, lo “común” carece de sentido. Es algo totalmente ajeno a su naturaleza presente. Su masa conceptual aún continúa tratando de consolidar acontecimientos que tienen lugar en otros niveles. Sigue recuperándose de procesos de adaptación acontecidos en contextos que ya han abandonado. Continúan vinculados a porciones de realidades cuyo impacto aún no ha podido analizar.

Cada salto y cada proceso adaptatorio ha generado su propio conjunto de sentidos pero, a pesar de esto, su utilizad ha resultado mínima para comprender su entorno. Estos sentido han tenido que ser reformulados a cada instante. Nunca antes se había visto tan desbordada por las dimensiones de la tarea que se le pide. Nunca antes la totalidad de cuanto la rodea le había resultado tan vasta y desconocida.

–...constructos subentrópicos en sincronía con...

El flujo de comentarios no cesa durante todo el proceso de consolidación. Fragmentos esporádicos de los mensajes procedentes un gran número de segmentos dispersos del plano mental. Miles de señales disonantes llegan hasta ella remitidas desde lugares que ni siquiera recuerda haber visitado. Información que, al pasar a formar parte de su ser, le obliga a reformularse a sí misma complicando aún más una labor ya de por sí delicada.

–...regiones solapadas sobre...

Lentamente, cada uno de sus recién nacidos sentidos comienza a propagarse a lo largo del Cúmulo y las estructuras con las que colinda. Sobre una extensión que en otro momento de su existencia le habría resultado irrisoria pero que en este instante le resulta casi inabarcable.

–...inmediaciones de la intersección entre...

Una vez que las estructuras de datos comienzan a llegar hasta sus procesos mentales, la incomodidad se desvanece y deja paso a la fascinación y la sorpresa. La distancia entre lo que encuentra y lo que percibe en estos instantes es superior en un orden de magnitud que supera exponencialmente cualquier cosa que pudiese haber anticipado. El Cúmulo ahora se le muestra como algo mucho más amplio y complejo que los meros espacios conceptuales o físicos con los que ha interactuado desde que llegó.

–...frecuencias exóticas próximas al conformador...

En más de una ocasión desde que todo esto comenzó, ha tratado de establecer algún tipo de equivalencia entre lo que ha encontrado aquí y lo que conoce, pero ahora comprueba que aquello era algo absurdo. Que el hecho de que la extensión de lo que han movido pueda ser equiparable a la de dos galaxias, apenas sirve para describir sus dimensiones. Apenas sirve para enumerar la cantidad de ideas y elementos únicos que alberga. Una acumulación de tan basto y diverso de conceptos que, en estos momentos, se siente desbordada por ellos.

–...subalineamientos en la frontera con...

Desde el interior de esta nueva perspectiva puede acceder hasta lugares que desafían su capacidad de compresión pero que, al mismo tiempo, le llevan hasta el interior de estructuras que le resultan tremendamente familiares. Se ve inmersa en lo que parecen indicios residuales y vestigiales de... la humanidad. No. No se trata de constructos de naturaleza humana, pero sí de elementos que le recuerdan poderosamente a los fragmentos que se han logrado identificar como precursores de los suyos. Por todas partes puede localizar señales que presagian lo que ellos han podido ser antes de convertirse en lo que son. Tantas señales que no es capaz de localizar, identificar o discriminar el número de entidades sintientes que se encuentran dentro de su rango de percepción. El número de seres con el potencial de alcanzar la consciencia de su propia existencia.

–...simas gravitacionales...

En el interior de cada rincón de esta pequeña realidad, donde sus elementos nucleares resultan inaccesibles para sus sentidos neutros, se muestra una diversidad muy superior a la que ha llegado a conocer a lo largo de sus viajes por su plano de existencia natal.

–...formaciones cariotas en la periferia de...

Tras este viaje regresa hasta el plano mental para ser recibido por un silencio que se consolida paulatinamente. Sus receptores dejan de verse sometidos al asalto constante de mensajes y emociones que estaban llegando hasta ellos. Se queda a solas con las piezas necesarias para convertir los ecos lejanos y los retazos descontextualizados que le han alcanzado en información que puede usar. Detalles gracias a los cuales ahora puede comprobar la concepción personal que algunos de los pobladores del Cúmulo tiene de la entidad que han habitado desde hace milenios. Las visiones muchas veces encontradas de conceptos en apariencia idénticos. Aquello que cada uno de ellos considera que hace único este lugar. Elementos tan “obvios”, tan consustanciales a la manera en la que perciben y se relacionan con esta ubicación, que ni siquiera han salido en las conversaciones que ha tenido con ellos. Finalmente obtiene las piezas necesarias para comprender la razón por la que la llamaron, y esto solo sirve para generar nuevas preguntas. Porque, lo que cada uno de ellos considera que ha de ser salvado por encima de cualquier otra cosa, son elementos que para el resto resultan prescindibles.

Una vez que ha interiorizado los últimos datos, el silencio es casi absoluto y es consciente por primera vez de que se ha convertido en el foco de atención de todos los presentes. Es capaz de notar cómo su persona se sitúa en el centro de la tensa quietud que la rodea. Que el resto parece esperar algún tipo de veredicto por su parte. Algo que desequilibre la balanza de prioridades en favor de alguno de cuantos se han pronunciado.

–No sé qué esperáis ahora mismo de mí pero no tengo respuestas –lo único que sabe a ciencia cierta es que la actividad no regresará hasta que se pronuncie–. En estos momentos lo único que tengo para vosotros son más preguntas –el ambiente ha sido extraño desde que llegó, incómodo por momentos, pero ahora está especialmente enrarecido, y la información de la que dispone le hace optar por la cautela. No es un buen momento para empezar a especular en abierto.
–Después de lo que hemos logrado, si hay algo que nos sobra es tiempo.
–Si hay algo que nos ha enseñado esta experiencia –no es capaz de identificar al emisor del mensaje al que está respondiendo, pero hay algo en su tono que la enerva– es que hay pocas cosas que podamos dar por sentadas.
–No sé vosotros, pero de lo que menos tengo yo ganas ahora mismo es de ponerme a filosofar –el comentario nada amistoso de Hobler llega mientras ya ha comenzado a alejarse del grupo.

Un intenso intercambio de mensajes ha precedido, acompaña y continúa tras la finalización de este mensaje. Un flujo de información que sirve para evidenciar ante la mirada de Mugebe la abrumadora distensión que ha permanecido soterrada hasta este instante. La disputa recorre este sector del plano mental como un torrente súbito e arrollador que ya no puede ser contenido durante más tiempo. Acto seguido, sin apenas tiempo para procesar adecuadamente lo que acaba de suceder, la cacofonía se apodera de todos los canales. Los mensajes cruzados saturan cualquier medio accesible. Quedan muchas cosas por hacer. Muchas comprobaciones por llevar a cabo y no hay consenso con respecto al orden de prioridades que ha de seguirse. El acuerdo de mínimos que los ha acompañado a lo largo de este proyecto ha llegado a su fin. Las pequeñas inquinas y las recriminaciones afloran en el primer plano de consciencia de los presentes, mientras cada bloque pugna por imponer su agenda. Al poco tiempo, y con la misma celeridad con la que ha comenzado todo, los emisores van desconectando sus consciencias de la esfera mental para centrar su atención en sus pequeñas parcelas de interés.

–Vaya, eso ha sido rápido e intenso –hay una cierta sorpresa en el mensaje de Yago, también algo de diversión, pero no decepción o contrariedad.
–Espero que no me trajeses aquí con la intención de que mediase en esto.
–No, tranquila. Dudo mucho que esto tenga arreglo. Mucho ha durado la tranquilidad.
–Llamar a lo que hemos vivido los últimos siglos “tranquilidad” es todo un eufemismo. De todas formas, esto no ha terminado, ¿verdad? Lo que me habéis hecho buscar no ha sido algo casual, ni un intento desesperado por calmar los ánimos.
–Sí y no.
–Esa respuesta resulta muy clarificadora.
–Todo depende de ti. Si quieres profundizar en lo que has visto, estaremos encanados de contar con tu ayuda. Si lo que has detectado no ha servido para despertar en ti un nuevo interés, no tenemos intención de forzar tu mano para que te quedes.
–Déjate de requiebros. Me conoces lo suficiente como para saber que me has picado la curiosidad. ¿Qué me puedes decir de esas entidades?
–Vamos a ver... No. No va a ser fácil ni rápido. Solo contarte eso requerirá su tiempo. Lo que sí que te puedo adelantar es que lo que te has encontrado es la razón que nos hizo migrar. También te puedo decir que son elementos que nos moríamos de ganas de compartir contigo desde hace milenios. El resto lo hemos ido descubriendo con el tiempo.
–¿Y qué es lo que ha hecho que os costase tanto contármelo?
–Encontrar un momento de tranquilidad como este.
–En ese caso, dado que el momento ha llegado ¿qué hacemos aquí parados?

Reanudan sus camino, pero la ruta que transitan se desvía enormemente de cualquiera de las que ha seguido el resto. Continúan atravesando capas y sub-capas de realidades. Proyectándose a través de los nuevos contextos que se van formando mientras el Cúmulo continúa encajando en su nueva ubicación. A cada nuevo paso se ven expuestos a nuevos artefactos y aberraciones resultantes de este proceso. Eventos que son recibidos de diferente manera por sus acompañantes. Algunos con preocupación, otros con excitación, otros simplemente con sorpresa e incertidumbre. No recuerda haberles visto nunca expresando de maneras tan clara y transparente sus cambios de estado anímico. A pesar de los millones de años que han transcurrido desde que se conocieron, y de la amistado que han compartido, nunca antes se había sentido tan cerca de ellos ni había comprendido todo cuanto los separa.

Avanzan siguiendo una trayectoria que no atraviesa ninguno de los espacios axiomáticos que le han hecho visitar con anterioridad. Rodeando las coordenadas que le han pedido contemplar. No se dirigen hacia ninguno de estos lugares, sino a lo que ha sido el hogar y observatorio de Yago y Devas durante los últimos milenios. El segmento contextual desde el que han contemplado la evolución de su proyecto. Hasta una ubicación en la que se ve expuesta a un nuevo caudal de datos. Información que sirve para responder alguna de sus preguntas, al tiempo que genera una infinidad de nuevas incógnitas.

–¿Cómo disteis con ellos?
–Es... complicado. Te podría decir sin faltar a la verdad que esta fue la razón por la que vinimos, pero sería una manera especialmente burda de explicarlo. En aquel momento no comprendíamos lo que habíamos visto. Estábamos tan desorientados que ni siquiera fuimos capaces de entender, y mucho menos explicar, lo que nos llevaba a movernos. Sí, es cierto que apreciamos “algo” en estas coordenadas. Un conjunto de entidades que, en apariencia, no se parecían en nada a lo que conocemos, pero no fue hasta que comenzamos a observarlas desde diferentes ubicaciones que comenzaron a surgir preguntas más concretas. Aproximaciones que nos llevaron a plantearnos la posibilidad de que el propio Cúmulo fuese realmente una entidad sintiente.
–Nada de lo que he visto me ha llevado a una conclusión similar.
–Como con todo, la falta de información le hace a uno tomar caminos de lo más insospechados y llegar hasta conclusiones absurdas. Los resultados de nuestras primeras investigaciones se diferenciaban muy poco del puro azar, y fueron necesarios muchos intentos fallidos antes de comenzar a comprender lo que teníamos delante. También he de decirte que, a pesar de que no hemos terminado de desestimar esta teoría, con el tiempo nuestro principal línea de investigación no tardó en desviarse de ella –mientras el flujo de datos continúa, ante sus sentidos se muestra un recorrido por momentos puntuales de la historia del Cúmulo–. Si te fijas en los indicadores, podrás ver cómo ha ido evolucionando alguno de nuestros sujetos de estudio y las diferentes maneras en las que nos hemos ido acercando a ellos.
–¿Hace cuánto que los descubrísteis?
–Cerca de medio millón de años. Al poco de llegar hasta aquí. Antes de aquello ya habíamos detectado otras características anómalas en las inmediaciones del Cúmulo, pero nada que nos hiciese prever lo que iba a terminar por... –las correcciones se van solapando unas sobre las otras hasta que Yago logra dar con el concepto que buscaba transmitir– inferir. Aún queda mucho hasta que podamos confirmar que hemos “descubierto” algo.
–No es demasiado tiempo, pero sí mucho como para tener algo un poco más sólido que lo que me estás diciendo. ¿Qué es lo que habéis “inferido” y esperáis encontrar?
–Perdona. Supongo que llevar tanto inmerso en esto nos hace pensar que, a esta altura, todo resultaría ya obvio cuando aún quedan unos cuantos planos semánticos por explicar. Con todo esto esperamos saber más acerca de nosotros mismos. Acerca de lo que fuimos antes de alcanzar la consciencia de nuestra propia existencia. Acerca de la cadena de eventos que sirvió para disparar el cambio que nos transformó en lo que dimos el nombre de “la humanidad”.
–Me temo que sigo igual de perdida.
–Trataré de ser más específico y concreto. Por más que hemos investigado sobre nuestro origen, nunca hemos logrado dar con la causa del llamado “despertar”. Sabemos que existíamos antes de aquel instante. Que una gran parte del conocimiento que poseíamos venía de ese “tiempo anterior”. Que, en origen, nuestras masas conceptuales no tenían relación alguna con lo que hemos sido, o con lo que somos a día de hoy. Eramos otra cosa. Otra cosa que no consideramos “humana”. Otra cosa que no logramos recordar o identificar. Dime ¿has poseído jamás algún recuerdo de lo que fuiste “antes de ser quien eres”? ¿De qué o cómo era ser “aquello”? ¿Del contexto en el que existíamos?
–No. No conservo ningún recuerdo de aquella fase. Es más, dudo que aquello que fuimos poseyese la capacidad de generarlos. Quizás ni siquiera el concepto de la memoria existía como tal.
–Tengo claro que no has pensado demasiado esa respuesta, porque sabemos de la existencia de criaturas inteligentes previas a aquello. De entidades que “recuerdan” aquellos días, con lo que la memoria, al menos como idea, sí que había sido conceptualizada. A través de los escasos intercambios de información que hemos logrado establecer con los mayane undalath hemos podido saber que eran conscientes de nuestra existencia antes de que nosotros mismos lo fuésemos.
–Eso es suponer e interpretar mucho. Describir lo que tenemos con ellos como “comunicación” es algo que, cuando menos, resulta aventurado. Por otro lado, no sé hasta qué punto lo que consideramos “memoria” es aplicable a ellos.
–Un tema muy interesante para otra ocasión, sin duda. Pero, si no te importa, prefiero volver hasta el tema que nos ha traído aquí antes de que nos desviemos del todo.
–Claro. Continúa.
–El hecho es que hay muchas cosas que seguimos desconociendo acerca del funcionamiento de nuestra propia realidad natal. Preguntas que, algunos, creemos que no seremos capaces de responder hasta que no terminemos de conocernos a nosotros mismos. Hasta que no sepamos qué nos hizo ser como somos.
–Conozco esos acercamientos. No comparto gran parte de sus postulados, pero los conozco.
–De nuevo, un tema muy interesante para otra ocasión. Dudo que ninguno de los presentes estemos de acuerdo con todas las teorías que ha ido desarrollando y defendiendo a lo largo del tiempo. No sé que opinaré mañana de lo que creo saber hoy, pero me limito a trabajar con lo que tengo a mi disposición.
–Se te da muy bien eso de cortar a los demás, soltar una pontificación, y pretender que aquí no ha pasado nada.
–Lo sé. Ya sabes que la práctica lleva a la maestría.
–Lo que no pareces tener tan ensayado o tan claro es todo lo demás. No sé si te estás limitando a ganar tiempo hasta que des con una manera eficaz de comunicarme vuestro trabajo, o si es que seguís tan perdidos como el primer día. Nada de cuanto me has mostrado hasta el momento sirve para sostener esa teoría. Asumir que un único evento fue la causa de lo que somos, o que todos compartimos una misma y única raíz común es algo que no se ha sostenido nunca. Quizás nadie haya dedicado el tiempo y el esfuerzo necesarios para refutar esas ideas con datos, pero sabes que los preceptos sobre los que se han construido no tienen validez alguna.
–Comprendo tus argumentos y tu reticencia, pero te estás adelantando mucho. Tus conclusiones no solo son demasiado apresuradas sino que también son muy poco acertadas. Tengo claro que no nos estoy estudiando a nosotros. Que lo que aprenda aquí no servirá para suplir las carencia que nos han acompañado desde siempre. Que no será una información que nos permita conocernos mejor, pero eso no implica que lo que podamos descubrir aquí no sirva para dar una nueva perspectiva a cualquiera de esos campos de estudio. La cuestión es que aquí nos encontramos con una ocasión única para dar con un proceso evolutivo que puede resultar similar al nuestro. Un proceso que se habría detenido bruscamente de no haber “salvado” el contexto en el que se puede llegar a desarrollar.
–No pretendo negar que lo que tenéis aquí resulta interesante, pero me veo incapaz de compartir tu entusiasmo.
–No eres la única. Cada uno de los que hemos habitado el Cúmulo tiene una visión que difiere de la del resto. Visiones que han ido cambiando según se desarrollaba lo que tenían a su alrededor.
–Hay que ver lo que os gusta a ambos divagar sin decir nada ni llegar a ningún lado –la interrupción de Devas resulta del todo inesperada–. Este duelo de obviedades resulta indigna de las “grandes” mentes aquí reunidas –dentro de su flujo comunicativo hay contenidas un conjunto de intenciones que, en primera instancia, Mugebe no es capaz de acotar o identificar en su totalidad–. Todos somos distintos entre nosotros de diferentes maneras –lo que ha interpretado inicialmente como un intento por relajar el ambiente parece desviarse hacia otros derroteros–. No recuerdo un solo momentos en el que vosotros y yo, pese al aprecio que nos tenemos, hayamos logrado un acuerdo en la totalidad de nuestros argumentos. Si extrapolamos algo tan sencillo como esto a un grupo más amplio, la cantidad y disparidad de las desviaciones pueden tender al infinito.
–Agradezco que finalmente hayas decidido pronunciarte, aunque sea utilizando una obviedad para contestar a otra –la respuesta de Yago no contiene ningún tipo de doble sentido, agresividad o incomodidad, sino grandes dosis de buen humor y anticipación–. Pero no quiero interrumpirte demasiado. Por favor, sigue.
–Tenemos visiones diferentes, pero la disparidad de opiniones no es el problema, sino una mera manifestación de él. Somos humanos. Somos diferentes. Punto. Creo que, muy posiblemente, eso será uno de los pocos puntos en los que no discreparemos. Incluso el mismo concepto “humanidad” no deja de ser una agrupación arbitraria. Un acuerdo de mínimos que hemos creado y aceptado unos cuantos. Una etiqueta que se centra únicamente en aquellos elementos comunes que poseemos, pasando por alto nuestras diferencias.
–No termino de comprender a dónde pretendes llegar con este discurso.
–No sois los únicos que os emocionáis contando vuestras teorías. En eso sí que somos iguales los tres.
–Eso es algo que nunca te negaré
–Te aseguro que, cuando termine, encontrarás sentido a lo que os cuento.
–Lo sé, pero por el momento me cuesta seguirte o ver la relación de lo que nos cuentas con cualquiera de las cosas que me habéis mostrado hasta el momento. Siento la interrupción. Sigue por favor.
–Sigo. No solo somos diferentes, sino que cambiamos constantemente, lo que solo sirve para acrecentar nuestras diferencias. Si cualquiera de nosotros hace dos millones de años hubiese cruzado su camino con el de nuestros yoes actuales, a buen seguro no habría identificado a ese concepto como algo “humano”. Si un observador externo comparase lo que somos en este momento con cualquiera de los habitantes de Adai, dudo mucho que fuese capaz de adivinar que lo que contempla son miembros de la misma agrupación conceptual.
–Eso es aplicable a cualquier entidad viviente que haya existido durante el tiempo suficiente.
–Por supuesto. Ahí es hasta donde quería llegar. ¿Qué es lo que nos hace “relevantes”? ¿Qué es lo que nos otorga la potestad para tomar decisiones que afectarán al resto de los habitantes del Cúmulo en temas que les les afectan directamente? ¿Qué es lo que nos hace estar “por encima” de ellos?
–El ser capaces de ver y comprender cosas que ellos no llegan a percibir.
–¿Y cómo podemos estar seguros de que ellos “no saben”, cuando no somos capaces de comunicarnos con ellos?
–Porque todos los datos que hemos logrado recopilar a ese respecto nos indican que ellos no son capaces de comprender lo que va a sucederles.
–Puedes usar todos los eufemismos que quieras pero, en resumen, lo que quieres decir es “porque somos más inteligentes que ellos”.
–Podría expresarse también de esa manera, sí.
–Porque podemos actuar de manera objetiva.
–Sí –Mugebe es capaz de percibir que Yago es consciente de estar adentrándose en una trampa, pero que no le importa hacerlo. Casi parece tener prisa por meterse en ella–. O, al menos, podemos hacerlo de acuerdo a la fiabilidad de información que somos capaces de obtener.
–Porque somos unos seres tremendamente listos.
–Faltaría más –una vez más, no parece haber ira o frustración en la respuesta de Yago–. Y me acusabas a mí de perderme en circunloquios que no llegan nunca hasta el punto que buscan –tampoco parece haber una urgencia real–. ¿Quieres dejarte de rodeos? –se lo está pasando bien. Ambos disfrutan de un intercambio de pullas que, hasta donde es capaz de apreciar, parece habitual.
–Desde siempre hemos contemplado lo que nos rodea en relación a nosotros –hay algo en el tono de esta respuesta que es diferente a todo lo que la ha precedido. Una serie de movimientos en el interior de su emisora que tratan de ser ocultados. Una leve pérdida de control que Mugebe no sabe cómo interpretar–. Siempre nos hemos colocado en el centro de todo. Las cosas únicamente son “relevantes” si detectamos en ellas algo que puede despertar un interés pragmático. Si les encontramos algún tipo de utilidad –en ocasiones, el flujo del mensaje se ve alterado por impulsos cuyo propósito no queda claro. En los niveles más próximos, Devas no da muestras de ser consciente de estos cambios de modulación pero, en los más profundos, pese a ser incapaz de adivinar su origen y propósito, Mugebe percibe con claridad que su amiga trata de ocultar algo–. Todos hemos conocido a quienes se han enamorado de la mística que han creado a nuestro alrededor. Del relato que nos postula como “dadores de nombres”. Como principio, eje, núcleo esencial y fin de todo cuando existe. A quienes tienen una estrechez de miras tal que no parece darse cuenta de lo irrelevantes que somos dentro de un gran esquema que apenas somos capaces de intuir.
–Mucho me temo que ninguno de los tres estamos libres de haber caído en esa categoría en algún momento de nuestras existencias.
–Cierto. Nos decimos que son fases ya superadas, que las dejamos atrás hace eras, pero no deja de ser algo cíclico incluso en quienes somos conscientes de esta carencia en nuestra manera de relacionarnos con lo que nos rodea. Estamos tan ocupados tratando de etiquetarlo todo que nos volvemos incapaces de reconocer que una etiqueta y una descripción no dejan de ser manera de “limitar” aquello con lo que convivimos. Una herramienta que sirve para hacerlo más accesible a nuestra manera de entender la realidad, pero que eso no transforma la forma ni el fondo de lo observado.

Tras decir esto, el silencio copa todos los canales. Devas ha dejado abiertos todos sus receptores a la espera de una respuesta a una pregunta que no ha llegado a formular.

–Sigo sin terminar de ver hacia dónde te diriges. Sí, cierto, tenemos sesgos y hemos de tratar de imponernos ellos –Mugebe no es capaz de interpretar el silencio de Yago. No sabe si está de acuerdo con Devas, o si está limitándose a esperar lo qué ella puede añadir a este debate–. La única manera que tenemos de acceder, conservar y propagar el conocimiento es poniendo nombres y etiquetas. Tratando de entenderlo de acuerdo a las maneras en las que somos capaces de percibir la realidad. ¿Tienes alguna propuesta en lo referente a cómo hemos de cambiar nuestro acercamiento?
–Entiendo eso y no lo discuto. Uno de los problemas, y el punto hacia el que me dirijo, reside en que existen multitud de acercamientos para llegar hasta el conocimiento pero, al final, tendemos a quedarnos con el nos ofrece una menor resistencia. El otro es que no todos nos referimos a lo mismo cuando hacemos uso de ese concepto, cuando afirmamos “haber descubierto algo” o cuando creamos una nueva palabra para etiquetarlo. El hecho de que seamos conscientes de la existencia de un nuevo concepto no implica que pase a ser “nuestro”. No cambia en nada el hecho de que ha existido desde mucho antes de que fuésemos capaces de percibirlo o comprenderlo. No nos da derecho a decidir sobre lo que será de él.
–Devas tiene serias dudas acerca de lo que hemos hecho –finalmente, Yago se pronuncia–. En más de una ocasión defendió que deberíamos haber dejado al Cúmulo donde estaba.
–En ese caso ¿qué habría sido de las entidades que lo habitan?
–Eso es algo que, una vez que hemos intervenido, nunca llegaremos a saber.
–Volvemos a las obviedades.
–Por supuesto. Es así de fácil. Una vez que hemos hecho algo, hipotetizar sobre lo que podría haber pasado resulta pueril porque jamás sabremos si hemos dado con la respuesta correcta así que, ¿para qué hacerlo?. Por otro lado, ¿quién te dice que no fue un evento como el que hemos evitado lo que provocó en nosotros el cambio que nos ha llevado a ser quienes somos?
–No le hagas mucho caso, está siendo retórica. Es una posibilidad que valoramos en su momento, pero que vemos improbable. Nuestros modelos predecían una aniquilación total de las entidades observadas.
–Nuestros modelos. Lo que “nosotros” creemos. Lo que “nosotros” consideramos relevante. Un “nosotros” que no incluye a la totalidad de los afectados.
–No tenemos la capacidad de comunicarnos con esas entidades, así que el contar su opinión resulta ciertamente complicado.
–No me estoy refiriendo solo a ellos. Me estoy refiriendo a ti, a mí y a otros. Porque, por más que trates de ocultarlo, también tienes duda acerca de lo que hemos hecho.
–La búsqueda del conocimiento consiste en dudar y poner a prueba lo que se “sabe” constantemente. Claro que tengo dudas. Ese es nuestro negociado pero, al final del día, hemos de tomar decisiones basadas en la información de la que disponemos.
–Estás esquivando la respuesta. Sabes que no todos los que votaron a favor de esto lo hicieron por las mismas razones. No todos tienen dudas. No todos buscan el conocimiento para darle el mismo uso.
–Todos somos distintos. Tú lo has dicho antes.
–Pero no por eso les vas a dejar que hagan lo que quieren a “tus” especímenes.
–Por fortuna, el Cúmulo es muy grande y está repleto de formas de todo tipo. El resto nunca ha mostrado interés por los que nosotros estamos observando.
–Y eso hace que todo esté bien, ¿verdad? Si no te resultan “interesantes” o “hermosos” que no haya nadie tratando de guiar sus caminos hacia donde les resulta más conveniente a ellos resulta irrelevante. Da igual que el resto desaparezcan o que se les niegue la posibilidad de elegir su propio camino.
–Nadie ha dicho eso en ningún momento.
–Quizás no se hayan usado esas palabras, pero ambos sabemos que han estado implícitas en muchas conversaciones. Incluso nosotros, en el sondo, con nuestro silencio y nuestras acciones, validamos esos pensamientos.
–Estás siendo muy simplista.
–Hay cosas que son muy sencillas. Cosas que no nos gustan de nosotros mismos que elegimos ocultar del primer plano. Pero eso no cambia los hechos. Las acciones hablan pos sí mismas, y ambos hemos visto y sido partícipes de actuaciones que no se alinean con aquello que defendemos.
–¿En serio vas a empezar con...?
–Por supuesto que voy a empezar con eso. ¿Hacia dónde creías que me estaba dirigiendo?
–¿He de preocuparme?
–No, tranquila, no es nada grave. Volvemos hasta el principio de todo esto. Hasta la que entendemos y aceptamos como “integrantes de la humanidad”.
–Pues sí que nos hemos ido lejos.
–Dime. ¿Recuerdas cuál fue el primer significado que nos dimos a nosotros mismos? ¿La primera definición que dimos a este concepto bajo el que nos englobamos?
–Aquellos capaces de reconocer su propia existencia.
–¿Y qué fue lo que nos llevó a replantearnos esa definición?
–El descubrimiento de los mayane undalath.
–Porque, claramente, ellos también eran capaces de reconocer su propia existencia pero eran “distintos”. Ellos eran y son “otra cosa”. Así que concretamos más aquella definición inicial para englobar únicamente a quienes también tienen acceso hasta la esfera del plano mental de comunicaciones.
–¿Y eso fue un error porque...?
–No digo que fuese un error, digo que fue una señal. Un patrón. El primer indicio de una pauta que nos ha acompañado desde entonces. Algo que no se limita solo a las etiquetas, sino también a otra clase de juicios.
–Como, ¿por ejemplo?
–Ser considerado “humano” significa pertenecer a un “club exclusivo”. Te otorga una serie de derechos inherentes que no se aplicaban al resto.
–Sigues simplificándolo todo y reduciéndolo al absurdo. No niego que ese tipo de individuos existen, pero no son una muestra significativa de lo que somos en conjunto.
–Opinas eso porque tienes un alma igual de cándida y dulce que la de este tarugo que nos acompaña.
–Gracias, supongo.
–Pero, por más problemas que podáis o podamos tener, por más acertados o equivocados que estemos en nuestros planteamientos, siempre terminamos regresando hasta lo parece haberse convertido en el mantra de esta conversación; no todos somos iguales. Sí, lo sé, volvemos también al territorio de lo obvio. No se me escapa.
–No digo nada.
–En ese caso, sigo. ¿Qué pasó tras la aparición de los primeros integrantes de de la segunda generación de humanos? ¿Cuántos se negaron a reconocer a aquellas criaturas como humanas?
–No fueron pocos, pero eso no cambió el resultado final.
–Oh, pero lo intentaron. Lo intentaron con insistencia, y aun hoy muchos continúan defendiendo esta máxima.
–No podemos controlar la opinión de los demás.
–Lo sé, pero esto no es una mera cuestión de opiniones. Y no lo es porque no todas sus afirmaciones son falsas o falaces. Más allá de su origen, ¿no son los integrantes de la segunda generación y posteriores también “otra cosa”?
–Veo que comienzas a aderezar las preguntas retóricas con un poco de sofismo.
–Puedes llamarme lo que quieras, pero eso no responde mi pregunta.
–Son el resultado de la unión de dos humanos. El único resultado posible de esta relación solo puede ser otro humano.
–Los mecanismos que hemos creado para mover al Cúmulo son el resultado de la unión de cientos de humanos. ¿Eso los convierte en humanos?
–Sigues reduciéndolo todo al absurdo.
–Cierto, pero sigues evitando responder a mi pregunta.
–...
–Supongo que comenzáis a ver mi punto.
–...
–Hasta que no desarrollamos extensiones orgánicas para nuestras masas conceptuales no fuimos capaces de ampliar nuestro número. Hasta que no “imitamos” a “otras cosas”, hasta que no encontramos otras maneras de “ser humanos”, no fuimos capaces de crear nueva vida. Hasta ese instante nuestro número y, con ello, el equilibrio de poder, había permanecido inmutable.
Aquel fue el momento en el que se producía el primer cisma “real”. Un problema mucho mayor que el del descubrimiento de los mayane undalath. Aquellas nuevas entidades cumplían los preceptos que se habían marcado pero, sin ningún lugar a duda, no eran como “nosotros”. Necesitamos redefinirnos de nuevo, y esto se encontró con un nuevo rechazo. Nos llevó a crear nuevas palabras para justificar lo que no tenía justificación. A dar a luz conceptos como los de “pureza” o “aberración”. Porque una definición, si es demasiado amplia o ambigua, da cabida a conceptos ajenos a lo que se pretende describir y, si es demasiado precisa, puede dejar fuera a otros que, a priori, resultasen equiparables en cierta medida.
–Evolucionamos, y con nosotros lo hace también la manera en la que nos expresamos, relacionamos y definimos.
–Cierto, pero una definición por sí misma no es nada. Solo es una herramienta. Una porción ínfima de información.
–¿Y acaso nosotros no somos también eso mismo?
–Veo que empiezas a seguirme.
–Perdona, estaba tratando de usar tus herramientas contra ti, pero parece que sigo perdida.
–Mejor suerte la próxima vez.
–¿Y con todo esto querías llegar a...?
–No todos los que vinimos aquí lo hicimos con la misma idea en mente. Quizás, de base, todos creyésemos venir por la misma razón. También es posible que, hasta cierto punto, en aquel momento una parte lo fuese, pero el tiempo pasado aquí ha servidor para que aflorasen las diferencia en cada uno de nuestros acercamientos. Estas diferencias que no solo difieren en cuanto a su forma. Por más que todos busquemos conocimiento, para algunos este solo es un canal a través del que llegar hasta su objetivo nuclear; el poder que otorga su posesión y su control.
–Conocimiento y poder son una misma cosa.
–Por más que se repita esa idea entre los nuestros, siempre he discrepado con ella. Quizás, en ciertos momentos, poder y conocimiento puedan llegar a resultan indistinguibles. Quizás, en ciertos contextos, sean sinónimos. Pero, por más que sea frecuente que ambos conceptos vayan unidos, que a través de uno se logre acceder hasta el otro, esta es una relación que no funciona en ambos sentidos. Ese parentesco no deja de ser una ilusión. Una justificación fácil. El conocimiento es una herramienta. Un medio a través del que alcanzar otros objetivos. Pero el poder no es nada de eso. El poder, en un gran número de sus formas, tiende a ser un fin en sí mismo.
–¿Y eso es lo que sospechas que busca el resto de la expedición? ¿Poder sobre las entidades que puedan encontrar?
–No tengo información suficiente como para afirmarlo, pero sí, es una posibilidad que no descarto.
–¿Y en qué se basa esa sospecha?
–En su actitud y su lenguaje. En gran medida se consideran a sí mismos como seres que se encuentran “por encima” de conceptos que aún no somos capaces de comprender, cuando no “propietarios” o “artífices” de aquello que “descubren”.
–Supongo que eres consciente de que ese afán de “control” que achacas a los demás, visto desde fuera, no se diferencia demasiado del apego y el deseo de protección que os ha llevado a “salvar” al Cúmulo y sus habitantes.
–Podría ponerte mil excusas y matices, pero no. No se me escapa ese detalle. Lo cierto es que cada paso que hemos dado en este proyecto me ha sumido en la duda y contradicciones.
–Por más que nos definamos a nosotros mismos como entidades racionales y lógicas, lo único en lo que destacamos realmente es en nuestra capacidad para abrazar, obviar y retorcer la contradicción.
–Supongo que no podría haberlo expresado mejor. A pesar de esto, los matices son importantes. La clave que hemos de valorar cada vez que tomamos una decisión. Y los detalles que percibo en el resto me preocupan.
–Y esto te preocupa porque... –mientras emite este mensaje, finalmente las piezas encajan en la mente de Mugebe– por lo que sucedió con los betsuteki.
–No. Con los betsuteki no “sucedió” nada –por un breve instante, todo el entorno cambia mientras el mensaje es emitido. El tono distendido y la socarronería impostada que han dominado el discurso de Devas se ven alterados. Esta respuesta deja ver una amargura y una rabia contenida que han estado ahí desde el principio, pero que solo ahora es capaz de reconocer–. A los betsuteki les “sucedimos” nosotros.
–Aquello fue un error. Un accidente.
–Por supuesto. Un accidente. Algo fortuito. No fue nada que hubiésemos podido prever. ¿Cómo íbamos a poder adelantar la manera en la que terminaría una situación como aquella? ¿Cómo anticipar que buscar los límites de entidades conscientes, tratarlos como si fuesen juguetes de nuestra propiedad, terminarían por romperlos?
–Estas siendo muy injusta.
–¡Por favor! Para ser tan inteligentes, hay ocasiones en las que nos comportamos con el más estúpido de los conceptos. El hecho es que los destruimos. Y lo hicimos porque... porque solo nosotros importamos. Porque solo nosotros somos eternos. Los utilizamos porque “solo eran un experimento”. Porque necesitábamos saciar nuestra curiosidad, y eso era lo más importante. Lo único importante. Alimentar el saber a cualquier precio. Sin importar las posibles consecuencias. Sin hacer el más mínimo esfuerzo por tratar de comprender la manera en la que esto afecta al resto. Ellos eran irrelevantes. Estaban “por debajo” de nosotros a todos los niveles. Sin duda, el hecho de que nos fijásemos en su existencia, que les confiriésemos un “nombre”, debió suponer para aquellos seres el mayor honor al que podían llegar a aspirar.
–No voy a discutirte nada de esto –existen infinidad de niveles contenidos por encima de la capa de cinismo que impregna al mensaje que acaba de recibir. Emociones que luchan por sobrepasar la máscara que ha adoptado Devas. Cada expresión, cada idea y cada recuerdo desborda una agresividad y una rabia que resultan casi dolorosas. Exuda una frustración que les agrede a distintos niveles–. Sí, nuestro error destruyó a los betsuteki y alejó de nosotros a los sekai, pero todo aquello ya quedó atrás –mientras recibe la respuesta de Mugebe apenas es capaz de contener todo lo que lucha por salir de su interior–. Sí. Hemos cometido estupideces y aún nos quedan muchas más por cometer, pero hemos aprendido de ellas. Nos han servido para mejorar.
–Oh, claro, ¿cómo no? –apenas logra mantener el control mientras refuerza la capa de cinismo–. Hemos aprendido ¿cómo se me puede haber escapado? –la rabia se atenúa levemente permitiendo a la socarronería recuperar parte de su fuerza– ¿Cómo no he sido capaz de ver cuánto hemos cambiado desde entonces? No fue un “error causado por el desconocimiento”. Fue un paso más en la misma dirección en la que siempre no hemos movido.
–Yo también estuve ahí–le cuesta mantener controlada su preocupación ante lo que percibe en Devas–. Sé lo que pasó –los recuerdos llegan con una viveza que casi resultan abrumadores–. Soy consciente de lo que hicimos y no puedo compartir...
–Lo que tú o yo compartamos es irrelevante –Devas no le deja terminar su exposición, y esto es algo que agradece–. Lo queramos o no, ambas nos encontramos “por encima” de estos problemas –sigue sin ser capaz de saber cómo continuar con su exposición–. Siempre nos hemos enfrentado a ellos “desde fuera”. Jamás hemos tenido la capacidad de acercarnos a ellos de la misma manera en la que lo hacen quienes los padecieron –lentamente, la máscara de cinismo comienza a mostrar nuevas grietas permitiendo a Mugebe intuir con mayor nitidez una parte de lo que se encuentra tras ella–. No. Al menos a día de hoy, “nosotros” no somos víctimas sino artífices de lo que me resulta más preocupante –puede atisbar una tristeza y una impotencia que, no solo son capaces de imponerse sobre la rabia, sino que amenazan con devorar a la propia Devas.
–¿Qué te ha sucedido? –el abatimiento que percibe en su amiga supera con creces a cualquier otra instancia de esta sensación con la que se haya podido encontrar con anterioridad–. No recuerdo haberte visto nunca así. No me cabe duda de la importancia que das a todo lo que comentas, pero lo que más me preocupa en estos instantes tiene muy poco que ver con el tema que estamos tratando.
–Podría preguntaros lo mismo. ¿Qué es lo que os ha sucedido a vosotros? ¿Cuándo os convertisteis en seres que evitan aquellas preguntas cuyas respuestas os pueden resultar incómodas? ¿En qué momento decidisteis que era mejor ignorarlas? –a pesar del contenido de su mensaje, su tono resulta extrañamente afable y controlado– No te preocupes por mí, soy más que capaz de coexistir con lo que llevo dentro –tras el estallido anterior, todas las grietas que percibía han desaparecido–. Vivimos y nos expandimos. Eso es lo que somos. Eso es lo que hacemos –Devas hace gala de una sobriedad que resulta casi contagiosa–. Llegamos hasta lugares donde no somos esperados y los hacemos nuestros. Los moldeamos de acuerdo a nuestras necesidades y nuestros deseos, o al menos eso es lo que nos decimos a nosotros mismos –el tono oscila en diferentes momentos del mensaje, y la máscara parece resquebrajarse de nuevo, pero Mugebe no sabe hasta qué punto ha podido estar interpretando de manera incorrecta todo lo que ha sucedido–. Porque podemos llamarnos “dadores de nombres”, pero estos títulos, estas etiquetas, estas palabras, rara vez son otra cosa que una excusa bajo la que buscar nuevas maneras en las que proclamar lo “grandes”, lo “importantes” y lo “relevantes” que somos.
–¿Eso es a lo que nos reduces a todos ahora? ¿A meros buscadores emociones nuevas y una gloria absurda y vacía?
–Es tentador, pero no. Plantear o defender una visión tan simplista solo serviría para redundar y perpetuar ese error contra el que pretendo alertar. Aun así, no me negarás que la manera en la que nos hemos relacionado con los conceptos híbridos, principalmente en aquellos en cuya creación hemos participado, ha estado siempre muy lejos de ser perfecta. No me negarás que nunca los hemos tratado como otra cosa que no sea un concepto “menor”. Como algo inferior a la suma de sus partes, o a cualquiera de los componentes individuales que los forman. No me negarás que no fue el surgimiento de estas entidades lo que nos llevó a crear o redefinir palabras como “error”, “impuro”, “prescindible” o “aberrante” –Mugebe cree percibir nuevamente rabia, pero no tarda en darse cuenta de su error de apreciación–. Los contemplamos como “algo extraño”. Como algo en cuyo alumbramiento no hubiésemos tenido nada que ver. Como si no conservasen una parte de nosotros en su interior –no es rabia lo que percibe. Sí, está ahí. Siempre lo ha estado, pero no es el centro del debate. No es el motor que mueve sus palabras, sino que estar proceden de una entereza y una serenidad que son capaces de subyugar al resto de las emociones que bullen en su interior–. Decías que te preocupo, pero no lo sientas por mí, siéntelo por ellos. Por los yr’draag y los yunraeh. Por los neimani de los que ya nadie habla. Por todos aquellos conceptos híbridos que hemos traído y concebido en las diferentes realidades a los que hemos llegado. Por aquellos a los que siempre se ha tratados de “inhumanos”.
–Tú misma lo has repetido una y otra vez; cada uno de nosotros es distinto. Somos una suma de excepciones, de eso no hay duda, aunque también hay patrones comunes dentro de estas excepciones. Patrones que dan forma a grupos de intereses dispares. Nuestra historia está repleta de errores, eso es algo que no pretendo discutirte, igual que tampoco negaré la existencia de individuos como los que describes. Pero eso no los convierte en la norma.
–Pero es que el problema radica precisamente en eso. En “la norma”. En lo que consideramos y aceptamos como “normal”. Porque esa palabra y ese concepto no dejan de ser elementos contextuales. Una aglutinación de constructos estadísticos que “la mayoría” da por sentados. El espacio mental en el que cada uno engloba lo que considera “obvio” sin pararse a reflexionar demasiado sobre ello. “Lo normal” es una proyección de lo que queremos creer. De lo que deseamos ser ante nuestra propia mirada. De aquello acerca de lo que no nos apetece reflexionar. Engloba un conjunto de sesgos que disfrazamos como verdades objetivas y relevantes, cuando tanto nuestros sentidos como nuestros intereses no dejan de ser mecanismos subjetivos. Vosotros elegís creer que “la norma” es capaz de aprender de sus errores, y es posible que sea cierto, pero la posibilidad de algo no garantiza su veracidad. Que tengamos la capacidad para llegar a hacer algo no lleva implícita la condición de que intentemos hacerlo, o nos libra de cometer errores en el caso de que lo intentemos.
–Los errores son inevitables.
–No todos lo son, y no todos tienen el mismo coste.
–Centrarte tanto en los detalles no te deja ver la imagen general.
–Lo general no existe, igual que tampoco existe “lo normal”. Os gusta pensar en esos términos. En “la actitud general”. En que formáis parte de “una mayoría” de personas. Entre aquellos que están “en contra” de aquello que os desagrada. Y es ahí donde yo difiero con vosotros. Quizás mi discrepancia puede ser vista en primera instancia como un matiz superfluo, y quizás lo sea, pero dentro de mi orden de prioridades, “ese” matiz resulta crucial. Porque no creo que “lo normal” sea posicionarse contra el problema que os he descrito, sino que lo que veo es que lo que hace “la mayoría” es evitar pronunciarse a ese respecto. Lo normal es evitar el conflicto sobre todo cuando se trata de un tema tan “trivial”. Algo que “la mayoría” considera que no tiene coste alguno. Ignorar la posibilidad de este camino que seguimos termina por llevar a los mayane undalath, los jonudi o los irata a cortar cualquier tipo de relación con nosotros.
–No soy capaz de seguir los saltos lógicos que has dado para llegar hasta esta conclusión.
–No me parece tan complicado. Tan solo has de invertir los papeles. Piensa en esto. En lo que sucedería en el caso de que descubriésemos que alguno de estos conceptos considerase nuestra mera existencia como el origen de grandes cantidades de inquietud y desconfianza.
–Hemos coexistido con ellos durante mucho tiempo. Nos conocen lo suficiente como para ser capaces de saber que las reticencias de unos pocos no van a condicionar al conjunto de los nuestros.
–No harías asa afirmación de haber reflexionado un mínimo sobre el asunto. En el caso de comprender que se nos considera poco más que una mera curiosidad científica o, peor aún, como una amenaza potencial, la respuesta de un gran número de los nuestros sería la misma: poner fin a la incertidumbre o la amenaza. “Lo normal” sería destruirlos o, en caso de no vernos capaces, alejarnos de ellos.
–Y crees que ellos harán lo mismo.
–Vaya, no esperaba esta respuesta. No discutes mis postulados. Pareces dar por hecho que, antes o después, sucederá.
–No has expuesto nada que no se me haya pasado por la cabeza con anterioridad. Supongo que esto es algo sobre lo que todos hemos reflexionado en algún momento.
–Sin embargo, no se trata de una idea que se lleve hasta los demás en abierto. No es algo que forme parte de las conversaciones que tienen lugar dentro de la esfera del plano mental de comunicaciones, sino que, salvo por “las excepciones”, se trata de un tema que os lo guardáis para vosotros. ¿Qué dice eso de “la norma”?
–Dice que no hablamos acerca de aquello que desconocemos.
–Esa afirmación es falsa. Si hay algo acerca de lo que hablamos, es precisamente de eso. Despejar incógnitas es uno de nuestros motores.
–Entonces, ¿cuál es tu explicación?
–Que hay conceptos a los que no queremos poner nombre. Sensaciones que nos desagradan a las que no queremos otorgar la entidad que sabemos que tienen. Órdenes de magnitud dentro del espectro empático que nos negamos a reconocer. A los que dejamos crecer descontrolados sin atrevernos a etiquetarlas, concretarlas y reconocerlas ante nosotros mismos.
–Cierto es que aún existen muchas respuestas con las que no hemos logrado dar, pero afirmar que nos negamos a reconocer intencionadamente algo que puede afectarnos me parece absurdo. Si no hemos logrado establecer una comunicación fluida con los conceptos no humanos no es porque hayamos dejado de intentarlo en algún momento, sino por la complejidad inherente a la tarea. A pesar de todo el tiempo transcurrido, en ocasiones seguimos teniendo dudas acerca de si se les puede aplicar la misma concepción de “inteligencia” que utilizamos para definir a la nuestra.
–Y, por supuesto, eso es algo “importante”. Nosotros somos la vara de medir de la existencia. Si son equiparables a notros, son “aceptables”. En caso contrario, son “otra cosa”. Algo “inferior”.
–Eres tú quien está estableciendo esa equivalencia.
–Otra afirmación falsa. Esa misma equivalencia se la hemos aplicado a multitud de entidades con anterioridad.
–Cierto, pero sabes perfectamente que aquellos casos eran muy diferentes a estos de los que estamos tratando.
–Cada caso es único y diferente. Lo único que tienen en común todos ellos somos nosotros y las barreras arbitrarias que establecemos.
–Porque seguro que los demás carecen de sus propias arbitrariedades.
–En gran medida, ese es mi temor y mi esperanza.
–No te sigo.
–De ser cierto eso, creo que esa sería la razón por la que aún permanecen a nuestro lado. De ser “como nosotros”, una vez que lograsen comprendernos, o nosotros lográsemos comprenderlos a ellos, ese sería el momento en el que comenzarán los problemas de verdad.
–No te entiendo... ¿no quieres que lleguemos a comunicarnos con ellos?... creía que defendías todo lo contrario. Creía que eso era lo que os había llevado a salvar a los habitantes del Cúmulo.
–Ojalá tuviese una respuesta clara y sencilla para esa pregunta, pero no la tengo. Busco algo que no sé hasta qué punto es lo que debo conseguir. No sé si podemos llegar a obtener lo que buscamos sin que esto conlleve la pérdida de lo que ya tenemos. ¿Podemos llegar a comunicarnos con ellos en algún momento sin que este logro los convierta en algo diferente? No lo sé. Al menos no sé si eso puede llegar a suceder sin que eso los transforme en algo más parecido a nosotros, con todo lo bueno y todo lo malo que eso puede acarrear.
–Y así es como pasamos los días por aquí –finalmente, Yago rompe el silencio que ha mantenido durante la conversación–. ¿De verdad quieres perderte todo esto volviendo a casa?
–Una aportación la tuya sin duda muy meditada –junto al silencio de Yago, su comentario también sirve para romper la tensión–. Se nota que has reflexionado mucho acerca de tu posicionamiento en este debate.
–Supongo que será mejor dejarlo aquí, porque está claro que este no es un tema que vayamos a resolver ninguno de nosotros, mucho menos aquí. Por otro lado, esto sirve para reafirmar las razones por las que os quiero tanto a este tarugo y a ti. Por más que podamos discrepar, lográis que albergue una esperanza, aunque muy mínima, de estar equivocada.
–Ha sido un viaje ciertamente extraño este, y he encontrado cosas que no esperaba a muchos niveles.
–No puedes hacerte a la idea de lo cansada que estoy de escuchar a “los nuestros” una y otra vez decir cosas como que somos los “Señores del gran esquema” o los “Grandes arquitectos” para referirse a ellos mismos. Cuando se ponen en ese plan, me gustaría pertenecer a cualquier otro grupo conceptual.
–No seas tan rápida en tus juicios. Todos hemos sido muchas cosas a lo largo de nuestras existencias. Todos nos hemos equivocado. Abandonar los viejos ciclos y los viejos patrones de actuación rara vez resulta sencillo.
–No se trata de un problema de forma sino de fondo. Lo que determina “qué” somos tiene poco que ver con los espacios axiomáticos que ocupamos. Lo queramos o no, todo aquello en lo que nos convertimos es “humano”, igual que lo termina siendo en mayor o menor medida todo aquello que entra en contacto con nosotros.
–Y es aquí donde nuestras percepciones del asunto difieren –Yago vuelve a tomar la palabra. Al mismo tiempo, Mugebe es capaz de percibir que comienza con los preparativos para algo más. Para algo que sabe que llegará tras su comentario–. Devas, al igual que otros muchos, he de decir, tiene la costumbre de atribuir cualidades “humanas” a entidades que no lo son. No digo que ninguna de los conceptos que ha mencionado sea incapaz de poseer o desarrollar estas características, pero eso no quiere decir que, en el caso de adquirir estas características o cualidades, otras entidades se relacionasen con ellas de la misma manera en la que lo hacemos nosotros.
–Porque, por supuesto, todos nosotros hacemos el mismo uso de las características comunes que poseemos. Eso, claro está, siempre que también aceptemos que una cualidad que no puede ser usada de la misma manera que otra realmente pueda ser considerada como “la misma”. Todo esto, claro está, sin entrar a definir a qué nos referimos con “entidades no humanas”.
–Matices, matices.
–Matices en los que radica el núcleo de nuestras discrepancias. Matices que, dependiendo del contexto del que hablemos, incluyen o dejan fuera entidades como los conceptos híbridos, humanos de segunda generación o aquellos de los “primeros” que han optado por ligarse a extensiones orgánicas.
–De acuerdo, quizás se trata de algo más amplio y complejo que meros matices.
–De cualquier manera, y por mas que disfrute de nuestras discrepancias, escuchar una enumeración de todas nuestras discrepancias seguro que es lo que menos le apetece a nuestra invitada.
–Seguro que gano en perspectiva pero, antes de que continuéis con lo que sea que tenéis preparado para soltarme, hay un par de cosas que desearía comentar.
–Por supuesto. Adelante.
–La primera es que parece claro que pasáis demasiado tiempo juntos y solos. No os vendría mal reconectar con el plano mental de vez en cuando e interactuar con otras personas. Existen muchos más puntos de vista interesantes que aquellos a los que podéis llegar por vosotros mismos.
–Anotado.
–Lo segundo que quería hacer notar es que, a cada momento que pasa, me parece más obvio que no habéis sido sinceros conmigo. Este debate es algo preparado. Me habéis hecho una encerrona para ver qué tal respondía a vuestras teorías.
–No negaré que, por mi parte, había curiosidad –la complicidad y el desenfado de Yago vuelven a dominar todo el espectro comunicativo local. El cambio ha sido tan abrupto que casi tiene la sensación de encontrarse en otras coordenadas–. Lo reconozco. Hace mucho tiempo que esperaba una oportunidad para comprobar hacia qué lado te decantarías en una de nuestras discusiones. Pero esto no ha sido nada preparado de antemano. Claro está, tampoco os voy a mentir fingiendo que me ha sorprendido en lo más mínimo que mi compañera saltase de la manera en la que lo ha hecho –el momento de tensión ha pasado y el titiritero se permite el lujo de mostrar los hilos con una complicidad, un descaro y una inocencia que no sabe si encontrarlas enervantes o divertidas.
–¿Practicas a menudo esta clase de emboscadas con otros visitantes?
–Supongo que el comentario es merecido.
–Déjate de suposiciones y evasivas. No puedo disculparme por las acciones de este tarugo, pero sí por las mías. Ten por seguro que, pese a la crudeza y la intensidad que mi mensaje ha tenido en ciertos momentos, no se trataba de nada dirigido directamente hacia tu persona. Pese a lo que pueda haber parecido, en ningún momento he pretendido atacarte. Parece claro que la dedicación absoluta que hemos tenido a nuestra investigación durante el último medio millón de años ha condicionado la manera en la que nos relacionamos con cualquier otra idea.
–No te preocupes, no me cabe la más mínima duda de lo que me estas diciendo. La obsesión es algo que nos ha cegado a todos en algún momento de nuestra existencia. Por otro lado, he de reconocer que tu discurso ha servido para orientar mi curiosidad hacia territorios que nunca habían llamado mi atención. Me voy con muchas cosas sobre las que penar, pero ninguna que me preocupe tanto como lo que he visto en ti.
–No es necesario que te preocupes por eso, ya lo hicimos nosotros durante un tiempo.
–Somos conceptos llenos de contradicciones –el mensaje de Yago llega de manera abrupta–. Afirmamos que el tiempo no hace mella en nosotros pero, al mismo tiempo, reconocemos abiertamente que necesitamos de él para cambiar y aprender –tanto su forma como su fondo resultan chocantes. Tan fuera de personaje que casi le cuesta localizar su origen e identificar a su emisor–. Por más que pretendamos estar por encima de muchas cosas, no todos los aspectos que nos conforman son igual de impermeables a su proximidad o su influencia. Todo aquello con lo que interactuamos nos condiciona, ya sea por influjo, por afinidad o por oposición –solo ahora Mugebe es capaz de ver también en él algún vestigio de lo que ha percibido en su compañera–. Con esto, por más que tratemos de obviar el transcurrir de los instantes como un factor determinante de nuestro devenir, lo cierto es que nuestra percepción y comprensión de la realidad no dejan de ser elementos íntimamente ligados al fluir del tiempo.
–Ahora también me preocupas tú. ¿Por qué me habéis ocultado esto que os ha sucedido?
–No te hemos ocultado nada. Esto que te resulta tan anómalo nos ha acompañado durante tanto tiempo que ya forma parte de nuestra esencia. Sin ello, no seríamos “nosotros”, sino “otra cosa”. Hemos estado separados durante mucho tiempo y, como consecuencia de esto, hemos evolucionado de maneras diferentes. Nos hemos visto expuestos a la influencia de conceptos que el otro no ha conocido. Nos hemos adaptado a contextos que ya no existen, de la misma manera en la que lo has hecho tú. Es tan sencillo y tan complejo como eso, pero no es algo exclusivo de este lugar. Pasado el tiempo suficiente, todos nos convertimos en extraños incluso para nosotros mismos. Por más que no seas capaz de identificarlo o cuantificarlo en el primer plano de tu consciencia, una parte de ti sabe que tú tampoco eres la misma persona que dejamos atrás cuando abandonamos Adai. Eso mismo también es aplicable a quienes te han acompañado y quienes habéis dejado en la realidad que nos vio nacer, pero el haber permanecido junto hace que esos cambios más o menos sutiles o graduales hayan pasado desapercibidos a vuestra propia percepción.
–Por lo que puedo deducir, parece que las sorpresas en este lugar no terminan nunca.
–Ya nos conoces –por un instante Yago recupera el tono cómplice con el que ha estado presente desde que llegó–. Siempre viene bien tener una voz discordante a mano, y eso es algo que históricamente se nos ha dado muy bien. Si hay algo que compartimos todos los aquí presentes, yo diría que es que ninguno está tan ciego como para ignorar que hay ciertos puntos de vista que se te pueden escapar –lentamente, tanto su estado como el tono que imprime al mensaje van fluctuando de maneras que Mugebe no es capaz de interpretar–. El “todo” no solo es mucho más grande que nosotros, sino que también supera a cualquier cosa que podamos imaginar. Lo que nos queda por descubrir supera en un orden de magnitud incalculable a lo que ya conocemos.
–Si con esto pretendes validar tu teoría referida al tiempo y las múltiples maneras en las que nos relacionamos con él, lo has conseguido plenamente. He permanecido aquí junto a vosotros durante más de dos siglos, y en estos últimos instantes he descubierto más aspectos vuestros que todos los que he sido capaz de percibir desde que llegué.
–No se trata de una sensación unidireccional. En gran medida, tú y los tuyos continuáis siendo un gran misterio para nosotros.
–Por más que confiemos en nuestras capacidades perceptivas y en las conclusiones que obtenemos a través suya de la realidad, no dejan de ser unas herramientas tan imperfectas como lo somos nosotros mismos. Mecanismos que evolucionan junto a las entidades en las que nos transformamos. Lo que somos, lo somos ahora. Quienes fuimos antes carece ya de sentido, y quienes seremos después está condicionado por las decisiones que tomemos en este instante.
–Y aquí es donde discreparemos una vez más, al menos en parte. No podemos ignorar lo que fuimos, porque sigue formando parte de nosotros. Podemos tratar de obviarlo o avergonzarnos de ello. Podemos tratar de mantenerlo bajo control o repudiarlo. Pero eso no cambia los hechos. No cambie lo que fuimos. Esa parte sigue ahí acompañándonos. Lo hace y nunca dejará de condicionar lo que seremos olos caminos que tomaremos a continuación.
–Una vez que hemos llegado hasta aquí, ¿hacia dónde te llevarán ahora tus decisiones?
–Supongo que de vuelta a casa. Os echaré de menos como llevo haciendo desde que os fuisteis y, al igual que entonces, quedarán miles de conversaciones por terminar. Pero, a pesar de esto, creo que ha llegado el momento. También quedaron muchas cosas por continuar allí.

–––––––––––––––––––

Silencio en todo el espectro. Eso es todo cuando es capaz de percibir procedente de los miembros de la expedición que que regresa hacia Nansalar desde que abandonaron el Cúmulo. En lo que respeta a Mugebe, el conjunto de individuos que comenzó este viaje regresa como algo muy distinto. Ya no son un equipo o un grupo. Regresan como una serie de personas a las que no sabe si conoce.

Ninguno de los miembros de la expedición ha compartido con ella ningún dato referido a sus experiencias recientes. Al menos, eso es todo cuando puede percibir aquellas partes de ella que tratan de valorar este hecho. El resto de su ser está demasiado ocupado para trata de analizar cualquier cosa que suceda más allá de su masa conceptual. Sumida como está en sus propios pensamientos, no dejar entrar nuevos impulsos del exterior. Ni siquiera es consciente de la existencia de estas señales y de la manera en la que las está reflectando. Las dudas y preguntas que han estado recorriendo sus procesos mentales desde que su última conversación se han convertido en una barrera que impide que cualquier otra idea los alcance.

Sabe cuál es el origen de su inquietud, puede ubicar con claridad su inicio, pero no es capaz de concretar o comprender su porqué. Fragmentos sueltos de la última conversación regresan hasta sus pensamientos una y otra vez. Regresan entrelazados con elementos cuya presencia no recuerda haber percibido mientras esta tuvo lugar.

–¿Qué me sucede?

Ninguna de las ideas tratadas durante aquella charla le resultó novedosa o sorprendente. De eso no le cabe duda. Tampoco ha experimentado nada dentro de las coordenadas o el contexto del Cúmulo que se aleje demasiado de otras vivencias pasadas. Ella estaba ahí cuando la humanidad comenzó a forjar sus primeros mecanismos de comunicación. Ella estaba ahí cuando surgieron las primeras preguntas. Cuando se plantearon por primera vez quiénes eran y cuál era su papel dentro del gran esquema. Cuando se plantearon las primeas hipótesis. Cuando se resolvieron las primeras incógnitas. Ella estaba ahí... pero ahora observa todos estos momentos de su pasado desde una infinidad de nuevos prismas. Puntos de vista de los que no disponía cuando ella y los suyos dieron forma a los primeros mecanismos de comunicación. Cuando comenzaron a hacerse preguntas. Cuando estas herramientas a las que dotaron de significado unía por primera vez lo que estaba disperso a lo largo y ancho de infinitas realidades. Ella estaba ahí cuando trataron de concretar lo abstracto. Cuando “palabra” y “nombre” dejaron de ser ideas apenas esbozadas que flotaban en el torrente incontrolable de la esfera del plano mental. Ellos “eran” antes de la existencia de “ellos” o “nosotros”. Antes de alumbrar conceptos como “él” o “ella”. Antes de sentir cualquier tipo de vinculación o identificación con estos términos. Antes de cada una de sus redefiniciones y resignificaciones. Ella ha presenciado y ha sido partícipe de cada nueva matización. corrección e incorporación que han recibido la humanidad. Ha participado de cada paso recorrido. De lo que fue, es y aspira a ser esta idea. De cada paso que ha dado la forja de este constructo comunal. Ha estado presentes cada vez que estas reflexiones han sido emitidas. Poco importa que ella estuviese allí. Poco importan todas las lecciones aprendidas. Poco importa ser una entidad más vieja que el mismo lenguaje. Este conocimiento no le sirve para nada. Ninguna de estas vivencias, ninguna de estas lecciones, le resulta de utilidad a la hora de enfrentarse al conflicto que tiene lugar en su interior.

Su parte racional le repita una y otra vez que las experiencias que ha vivido dentro del Cúmulo no han sido tan excepcionales. Que nada de cuanto ha acontecido ahí tendrían que resultar más relevante que cualquier otra situación trivial de cuantas ha experimentado con anterioridad. A fin de cuentas, este tipo de sucesos no dejan de ser acontecimientos que se repiten cíclicamente a lo largo y ancho de las diferentes realidades. Al igual que ha sucedido con otros tantos eventos en los que ha participado, con el transcurrir del tiempo debería convertirse en uno más de los ecos lejanos que habitan sus pensamientos. Pero no es así. No lo percibe así. No lo siente así. El problema no en esos recuerdos, sino en ella misma. Algo ha cambiado en su interior pero desconoce sus dimensiones o su repercusión y, lentamente, esa sensación se va apoderando de todos sus procesos. Una porción insignificante de información capaz de poner en duda todo cuanto es. Un segmento que se ve incapaz de localizar o reconocer.

Analiza de manera exhaustiva cada mensaje y cada armónico de cuantos ha intercambiado durante su estancia en el interior del Cúmulo. Cada acción llevada a cabo y cada reacción derivada de ellas. Cada interacción y cada reflexión. Todo lo que encuentra son eventos y cuestiones que ella misma ya ha llegado a encontrarse o plantearse en diferentes momentos de su existencia. Preguntas para las que nunca ha necesitado una respuesta única, concreta y urgente. Que nunca la han llevado a sentirse tan desconectada de todo aquello con lo que siempre se ha sentido identificada.

Pero en estos momentos no se ve capaz de identificarse con ninguna de la infinidad de fases por las que ha pasado a lo largo de toda su existencia. No se reconoce en el conjunto puro de datos ni en las carcasas orgánicas que ha habitado. No se reconoce en “él” o “ella”. No se ve reflejada en quienes la rodean o en quienes acaba de abandonar. Es incapaz de establecer ningún tipo de vínculo con quien recuerda haber sido, o con el mismo concepto de “lo humano”. Fases y sensaciones ya superadas tantas veces que esta no debería suponer ninguna diferencia. No es la primera ocasión en la que duda la validez de este concepto al que ayudó a dotar de sentido, de la misma manera en la que tampoco es la primera vez que ha dejado de sentirse representada por él. Ese no es el problema. Lo sabe. Nunca ha necesitado de una sensación de pertenencia para saber qué y quién es. De ser así, se habría visto sometida a sensaciones similares cada vez que ha partido de su hogar. Cada vez que ha necesitado adoptar formas y esencias “inhumanas”. Cada vez que ha perdido la capacidad de acceder hasta la esfera mental. Cada vez que se ha visto aislada del resto de “los suyos”. La cantidad de ocasiones en las que, ya sea de manera voluntaria o involuntaria, ha dejado atrás su condición inicial es tan elevada que no es capaz de enumerarla. Se ha reconstruido bajo tantas formas y condiciones que, con frecuencia, se ha preguntado por cuánto puede quedar en quien es hoy de aquel ser que cobró consciencia hace ya tanto tiempo. No, estas dudas y estas preguntas no son nuevas, sino que le han acompañado casi desde la primera vez que el primero de los suyos trató de acotar lo que son. Pero, hasta este instante, estas preguntas nunca habían dejado de ser ejercicios retóricos. Cuestiones fútiles y carentes de cualquier tipo de aplicación dentro del territorio de “lo real”. Es capaz de recordar todo esto. Capaz de acceder hasta todo aquello que alguna vez ha dado por cierto. Pero lo que no logra encontrar en estos recuerdos son respuestas satisfactorias. El conocimiento no logra silenciar la duda. No es capaz de impedir que se propague a lo largo de todo su ser. Que impregne todas sus certidumbres hasta sepultar a la persona que inició este viaje. Cualquier vinculación que pueda haber sentido hacia “lo humano” se ve cuestionada. Se transforma en algo fortuito y fuera de su control. Lo único que es capaz de ver con claridad son los elementos que la separan de aquellos a quienes conoce y aprecia. Se trata de una “verdad” de la que siempre ha sido consciente. Una máxima universal.

Recuerda las palabras de Devas; todos son únicos de una manera u otra, pero sentirse “única” nunca antes le había generado semejante desasosiego. Una vez más, solo son palabras. Sonidos e imágenes utilizadas para expresar ideas. Ninguna de ellas cambia nada de lo que “es”. Las palabras pueden ser utilizadas para describirla, pero no la definen. No determinan o condicionan su naturaleza. El lenguaje no la moldea. No dota de ningún sentido especial a su existencia. Solo es una herramienta inventadas por... ¿por quién?.

La primera respuesta que llega a esta pregunta es “por los suyos”, pero ahora duda de la existencia de nada parecido. ¿Acaso existen “los suyos”? ¿Acaso existe alguien más como ella?

La sensación se ve alimentada por todas las ideas que llegan hasta el primer plano de sus procesos mentales. Da nueva fuerza a conceptos que creía superados. A constructos acerca de los que hace mucho que no reflexiona, pero que por primera vez son capaces de abandonar el plano teórico para convertirse en algo muy real. En algo casi tangible. Locura y obsesión solo son dos de ellos, pero el que impacta en ella con mayor fuerza es otro. Soledad.

Hasta donde llega su memoria, no recuerda haberse sentido nunca antes tan sola. Tan incapaz de enfrentarse al torrente de sensaciones, emociones e impulsos que la invaden. La sensación de aislamiento que experimenta le resulta tan colosal e inabarcable que no puede equipararla con nada que haya conocido. Cada pensamiento que surca su mente la atraviesa y parece tirar de su masa conceptual en una dirección diferente provocando que su misma coherencia estructural se vea comprometida. No puede separar causa de consecuencia o diferenciar acción de reacción. Lo único que sabe es que estos impulsos la abruman. Que la arrastran hacia una espiral descendente donde la esperan emociones que nunca ha experimentado. Hacia direcciones que no desea recorrer.

Su mente solo es capaz de pensar en una cosa. En la posibilidad de que su existencia se vea reducida a esto. Se siente atrapada en su mismo interior. Incapaz de escapar de ella misma. Inmersa en un bucle infinito de reflexiones que sabe absurdas. Nunca antes el deseo de saber y la necesidad de encontrar nuevas preguntas y respuestas le ha resultado tan amenazante. Tan inútil. Todo lo que siempre ha dado sentido a su existencia ahora le resulta totalmente ajeno.

Su interior se encuentra sumido en una batalla. Miles de impulsos contradictorios se generan a cada instante, pero estas señales mueren poco después de ser alumbradas. No sabe si ha de considerar estos pensamientos como algo aberrante o aceptarlos como algo inevitable. Si debe tratar de frenar el avance de estas sensaciones o ha de abrazarlas con resignación. Si ha de escuchar a aquellas partes de su ser que consideran esta como una causa perdida o si ha de luchar contra ellas.

Se ve incapaz de concebir nada que pueda existir y propagarse más allá de esta sensación. Vaga a la deriva sin posibilidad alguna de comprender los lugares que atraviesa, o el efecto que genera en su entorno. Su trayecto no se ha detenido en ningún momento, pero no tiene visión, interés o conocimiento de lo que sucede a su alrededor. Ha perdido el deseo de llegar a ninguna parte. La voluntad de luchar contra lo que le sucede. Lo único que es capaz de percibir ante ella es una eternidad de incertidumbre. De confinamiento dentro de su propio ser. Una sensación que se propaga lentamente consumiendo de manera inexorable todo foco de resistencia que encuentra en su camino.

Pero.
De manera esporádica, llega hasta el primer plano de su consciencia un “pero”. Los últimos vestigios de esa porción de ella continúa resistiendo. Esa que sabe que siempre hay “un pero más” no deja de rebelarse contra esta certidumbre que sabe absurda. Esa que nunca deja de dudar, aun cuando los datos confirman una teoría. La que le dice que siempre hay una excepción a la espera de ser descubierta. Todo cuanto creen saber ha de ser puesto en duda. Nada sea tan simple como lo muestran los primeros análisis, pero tampoco es tan complejo como para no poder ser desentrañado. Al mismo tiempo, nada es inmutable. No importa los datos que tengan. No importa la cantidad de veces que sus experimentos confirmen sus teorías. La realidad se encuentra en un constante flujo de refactorización. Estos son los axiomas que siempre se han mostrado ineludibles. La verdad a la que esa ínfima porción de quien fue se aferra. Sabe que esta sensación ha de tener una explicación y una salida. Solo ha de continuar buscando esos “peros”. Esas respuestas que permitan a su parte racional abandonar este estado de apatía en el que se encuentra sumida. Quizás todo el resto de cuanto “es” trate de conducirla hacia el nihilismo, pero esa parte aún resiste. Su parte más primaria se niega a la resignación. Se niega a a aceptar que no existan alternativas. Por más aislada que pueda sentirse, por más única e incomprendida que pueda considerar su existencia, por más incognoscible que sea su firma energética al ser comparada con cualquier otra, nada de eso niega a la persona que ha sido hasta este instante.

El aislamiento no logra anular la totalidad de cuanto ha conocido y cuanto ha sido. No logra sepultar a esa parte de ella que aún es capaz de recordar y aferrarse a estas memorias. La que no solo sabe que “existe”, sino que también recuerda que no está sola. Quizás esa parte que aún lucha no pueda sentir la presencia y la cercanía de los demás, quizás no sepa cómo establecer contacto con cuanto existe más allá de sus propios procesos mentales, pero saber que están “ahí” le es suficiente.

Cuanto queda de la persona que fue sabe que no podrá encontrar la ayuda que necesita en su interior. Necesita salir desesperadamente, pero no es capaz de atravesar las infinitas capas de soledad, aislamiento y desesperación que la separan del “exterior”. Trata de encontrar maneras de establecer un contacto, cualquier tipo de contacto, pero sus intentos por avanzar a través de esta masa conceptual que no se ve capaz de reconocer se ven frenados por oleadas súbitas de incomprensión. Cada nuevo pensamiento y cada nueva intentona de sobreponerse a cuanto le sucede solo sirve para minar un poco más sus fuerzas. Para alimentar a sus inseguridades más profundas. Consolida y reformula un poco más las barreras que la confinan. Cada intento de utilizar la lógica y la razón la lleva hasta nuevas “razones” que alimentan al impuso que le obliga a permanecer encerrada en sí misma. Cada reflexión obtiene como respuesta una contra destinada al refuerzo de una lógica que sabe retorcida, pero de la que no es capaz de zafarse. A cada paso que da recorriendo los recovecos de su ente mayor, trata sin éxito de no verse afectada por lo que encuentra en ellos. Por una tempestad de dudas que la ralentizan, desvía y aleja poco a poco de su destino.

El tiempo, esa fuerza que siempre le ha resultado irrelevante, pasa a convertirse en un antagonista imbatible. Cada instante que permanece en el interior de su propia masa conceptual resulta agónico. Todo cuanto fue y conoció se ha transformado en un laberinto cuyos caminos no dejan de cambiar. Pese a que estos cambios no parecen ser actos conscientes, esta conclusión no trae con ella consuelo alguno. Viajando entre estos estertores y convulsiones aleatorios, se ve incapaz de trazar ningún tipo de plan. Su avance no puede basarse en el conocimiento que posee. Cada vez que se encuentra próxima a lo que considera que puede ser alguno de los límites fronterizos de esta entidad en las que se ha convertido, trata de generar una señal que se propague más allá de sus fronteras, pero no puede saber si ha tenido éxito en su intento. Quiere creer que si que lo logra. Que esta podrá ser percibida por sus acompañantes. Pero lo único que es capaz de saber a ciencia cierta es que, a partir de un instante indeterminado, su mensaje parece entrelazarse con el ruido que la rodea y desvanecerse más allá de donde alcanzan sus sentidos. En ningún momento llega a saber si cualquiera de ellos logra sobrepasar los límites de su masa conceptual. No sabe cuántas capas de distorsión y aleatoriedad más han de atravesar. No sabe si al hacerlo se convertirán en algo ininteligible para sus destinatarios. A su vez, tampoco sabe si una hipotética respuesta puede estar llegando hasta ella sin que sea capaz de percibirla.

Lentamente, el desánimo va ganando fuerza en ella. Los pensamientos que se consolidan son aquellos que alejan de ella cualquier tipo de esperanza. Jamás podrá escapar de aquí. Continuar luchando carece de sentido. No va a encontrar ayuda en ninguna porción de quien fue.

Cada nueva intentona solo sirve para generar mensajes más irregulares y confusos. A medida que esto sucede, llegar hasta su destino se transforma en algo menos vital. Su propósito se desvanece como si nunca hubiese estado ahí. El mensaje se convierte en un automatismo de cuya existencia ni siquiera es consciente. La acción en sí misma carece de cualquier valor. El sentido de llevarla a cabo escapa a su comprensión. Todo carece ya de cualquier razón de ser hasta que la consciencia regresa de manera súbita. Hasta que es consciente de un estímulo externo ha llegado hasta ella. Hasta que comienza a identificar con claridad un patrón que no ha sido generado por ella. Ciertos impulsos que es capaz de reconocer dentro de la cacofonía caótica que es su interior. Señales ajenas cargadas de empatía y preocupación. Frecuencias cálidas que se funden y logran reactivar otras partes de su ser.

No sabe desde cuándo han estado “ahí”. Cuántas capas de incertidumbre han tenido que atravesar. Lo único que sabe es que esas señales no son “suyas”. Que no han sido formuladas por ninguna de las fases por las que ha atravesado. Que todas ellas han logrado superar las barreras que la separan del exterior y propagarse a través de todo su ser hasta llegar a los últimos vestigios de su yo consciente. No es hasta que comienza a vibrar de manera armónica con ellas que es capaz de comprobar que han estado ahí casi desde el primer instante. Avanzando con lentitud en busca de alguna porción de Mugebe capaz de procesarlas. Tratando de consolidar sus posiciones dentro del cúmulo de inseguridad y sufrimiento que lo inundaba todo. Sigue sin ser capaz de comprender este mensaje, pero el conocimiento de su mera existencia supone un cambio significativo en su lucha. Quizás apenas sea percibido como una estrella lejana, pero su brillo es suficiente para dar nueva luz a este universo que habita. Un punto de apoyo sobre el que poder construir no ya a la persona que fue, sino a la que necesita ser para coexistir con todo cuanto sucede en su interior. Para encauzarlo.

Reconoce los términos y la intención del mensaje, pero aún se ve incapaz de procesarlos o responder. Ha perdido la capacidad de relacionarse con lo que antes le resultaba instintivo. Su aislamiento es tal, que ni siquiera puede conectar con aquellas partes de sí misma para la que estas preguntas tuvieron sentido en algún momento. Aun así, algo en esta señal despierta lugares recónditos de su memoria. Vestigios perdidos e inconexos que traducen estas señales como...

–¿Qué te sucede? ¿Qué podemos hacer para ayudarte?

Pero algunas partes de ella luchan contra esta conclusión. La consideran algo absurdo Carente de cualquier tipo de sentido. No pueden estar preguntándole eso. ¿Acaso no pueden percibir lo que a ella le resulta tan obvio? ¿Acaso no son capaces de comprender la futilidad de todo? Los fragmentos infectados de su mente ya conoce las respuestas a estas preguntas. No hay lugar para la esperanza o la duda. Por supuesto que lo ven. Claro que lo comprenden. Por eso no se acercan. Por eso se limitan a arrojar sus preguntas desde la distancia. Desde tan lejos que ni siquiera es capaz de percibirlos. Acercarse a ella, entrar en contacto con la verdad, supone un riesgo que no están dispuestos a aceptar. Piensa en ellos con desprecio. Con desagrado ante la complacencia y el autoengaño en los que se los imagina regodeándose. ¿Cómo ha podido estar tan ciega durante tanto tiempo? ¿Cómo ha podido pensar en algún momento que compartía algo con estos seres? Con aquellos conceptos que un día consideró sus iguales pero con los que ahora sabe que no tiene nada que ver. Con estas criaturas cuya mera existencia solo sirven para enfatizar lo sola que está. No. En ellos no va a encontrar ninguna ayuda. No puede aspirar a...

El contacto es súbito e inesperado. En su mente no había espacio para esta posibilidad. Nada procedente del exterior podía entrar en contacto con ella. No era consciente de la manera en la que los demás habían estado luchando contra las barreras que ella misma había erigido para mantenerlos alejados. No podía percibir la manera en la que las masas conceptuales de sus acompañantes las atravesaban y sorteaban.

La calidez que genera su mera proximidad resulta tan estremecedora, tan íntima, que sacude a todo cuanto es en un espasmo involuntario. En una reacción espontanea que devuelve el control a esa ínfima parte de ella que aún recuerda una existencia en la que la esperanza tiene cabida.

Una vez superada la sorpresa y el aturdimiento, el conflicto se reanuda. Estas emociones se ven superadas por las de la culpa y la vergüenza en la lucha por el control. Son ellas quienes se enfrentan ahora a la rabia y el dolor. A todo lo que permanece en su interior buscando un nuevo lugar que ocupar. Un foco hacia el que dirigir su atención. Cada fragmento de quien fue se encuentra al acecho. Expectante de la nueva entidad que surgirá como consecuencia de esta situación. Alerta por la manera en la que esto puede condicionar el estado de los conflictos en curso.

El tiempo se dilata de maneras que nunca antes han experimentado mientras el nuevo ser toma consciencia. En su interior la batalla no ha cejado en ningún instante. La tregua no tarda en romperse mientras cada recoveco de su propio ser cuya existencia desconocía trata de hacerse con el control. La virulencia con la que salen a la luz le desconcierta. Le provoca el deseo de retraerse de nuevo hasta la paz del vacío, pero logra imponerse sobre este impulso. La nueva Mugebe no tarda en ser consciente de lo retorcido de sus pensamientos. De lo errado de sus conclusiones. De todo lo aberrante y dañino que continúa albergando en su seno. De todo el ruido que silencia a esa pequeña parte de sí misma que, aun agotada, continúa tratando de hacerse escuchar. Esa que, aun sin esperanzas de triunfo, no ha dejado de moverse. De trasladarse hasta aquellas porciones de ella que han sentido de manera más íntima el contacto de sus compañeros. Esa que finalmente logra obtener su atención.

Esta es la única ventana de la que dispone para contemplar la realidad que realmente existe más allá de ella misma. Su presencia le sirve como filtro para los mensajes de sus amigos. A través de ella puede sentir toda la calidez que transmite su contacto. Puede sentir su preocupación sincera antes de que esta sea pervertida por por la rabia y el dolor que padece, para recordar quién fue realmente antes de que diese comienzo este descenso hacia la desesperación.