Los Señores de Ilwarath

Los Señores de Ilwarath

Se podría considerar al culto a Los Señores de Ilwarath como la religión o la iglesia organizada más antigua sobre la faz de Daegon sin temor a equivocarnos, pero esta afirmación, paradójicamente, no sería del todo cierta.
El origen de la relación (que no adoración) de la humanidad con los gobernantes de la última morada no llegaría hasta los años del ocaso de la segunda edad, cuando la humanidad conociese la mortalidad y comenzase a respetar y temer a la muerte.
Así como su relación con los tayshari sería en un principio de igualdad, ni el más osado de los padres inmortales de los hombres habría puesto jamás en duda que los señores de la tierra de los muertos se encontraban en un nivel de existencia distinto al suyo, o buscaría su aprobación, su beneplácito, ni mucho menos trataría de desafiarlos. Serían sus hijos mortales quienes comenzasen a rendirles culto de una u otra manera.

Es común confundir la adoración a Los Señores de Ilwarath, sobretodo Avjaal y Yago, con la que se profesa a algunos de los aspectos del Destructor o los kurbun. En el fondo, todos ellos representa distintas manifestaciones de un mismo concepto: La muerte o el fin de la vida. Pero la diferencia entre estos cultos no deja de ser muy clara.

La adoración que se realiza de los kurbun, casi siempre bajo la premisa errónea de que tras el final de los tiempos habrá un renacimiento y recompensa para sus fieles, difiere enormemente con respecto al culto que se rinde a los tres moradores de los salones del olvido: La esperanza en el triunfo es un engaño. El final es inevitable.
Dentro de sus filas podríamos diferenciar dos posturas: Lo único a lo que pueden aspirar es a postergarlo o hacer más llevadero su tránsito hasta él.

arcanus

Organización de la iglesia

Organización de la iglesia
Pese a que todos ellos comparten el mismo mito de la creación (y final) y se reconocen como “hermanos”, se podría decir que los cultos de cada uno de los señores del inframundo son estancos entre sí.
De esta manera podríamos definir tres órdenes diferenciadas dentro de esta iglesia. Dos de ellas casi idénticas en objetivo y métodos (aunque diferenciadas en cuanto a su organización) junto a una tercera que, pese a tener un “parentesco” directo, apenas se relaciona con ellas.

Los Avyalish

Los Avyalish son los sacerdotes de Avjaal; principio y fin de toda existencia.
Avjaal (también llamado por distintas culturas como Evyal, Avkhal o Nanyaal) es el señor de Ilwarath; La Última Morada o Tierra de los Muertos. Quien rige sobre el destino de las almas de los difuntos. La tradición Ilwaranthi reza que, tras llegar a sus dominios, las almas son divididas en tres hileras.

La situada a su derecha conduce a “Naol Graim”; El Portal de la Reencarnación. En este lugar, las almas son escrutadas por Shur, su custodio, quien las purgará de todo resto de su vida anterior y decidirá si se les otorga la oportunidad de repetir el ciclo vital.

La hilera central, conduce a “Naol Ishtaen”; El Portal de la Iluminación. Aquellos que atraviesan este portal son llevados con los dioses a los que sirvieron fielmente en vida, donde se prepararán para La Última batalla junto a sus señores.
Frente a este portal se encuentra el propio Avjaal, quien elegirá a los mejores para convertirlos en los Inagorn; Los Matadores de Dioses que, bajo el mando de Yago, le acompañarán a Él en el fin de los tiempos.

La última hilera conduce hasta “Naol Kestar”; El Portal de la Destrucción. En el, las almas de los seguidores del Destructor son juzgadas por Yago, y devoradas por los Inagorn.

Los templos de los Avyalish son secretos solo conocidos por los sacerdotes. No hay ostentación en ellos ni nada banal o superfluo. Tampoco hay comunicación alguna entre ellos. Son centros de formación y entrenamiento tanto físico como espiritual, a la vez que sirven como cobijo y centro de información para quienes se han criado en ellos.
Los sacerdotes tienen dos misiones:
Aquellos hombres y mujeres que conforman la orden de los avyalish, desde el momento en el que aceptan “El Camino”, convierten su vida en una búsqueda y persecución constante de los seguidores del destructor y los suyos. La senda que, esperan, les preparará para el momento en el que éste sea liberado.
Los sacerdotes no son reclutados de la manera convencional, sino que son seleccionados de entre aquellos huérfanos cuyas vidas han sido destrozadas por el efecto de los agentes del Enemigo.
Si el huérfano rechaza la oferta del avyalish, será dejado en la ciudad o aldea más cercana. Si la acepta, entrará en el templo y no saldrá de él hasta haberse convertido en uno de ellos.
Para ser ordenado sacerdote el iniciado no debe superar ninguna prueba. Durante su estancia en el templo, llegará un día en el que logrará alcanzar el Ilwari. Un estado en el que su alma viajará hasta la frontera que separa las realidades y contemplará el rostro de su señor, obteniendo con ello su aprobación. Aquellos que no reciben nunca la beneplácito de su señor, permanecen en las iglesias formando a quienes les traen sus compañeros.

Los Bakuren

Aquellos que profesan el credo de Yago; El Destructor de Almas, reciben el nombre de los Bakuren; Los destructores de almas.

Al igual que con los avyalish, no existe una estructura jerárquica que controle o gestione la admisión de nuevos miembros en esta orden. También engrosan sus filas a partir de aquellos que lo han sufrido una gran pérdida pero, a diferencia de estos, los bakuren no poseen iglesias o fortalezas. Aquellos que pasan a engrosar sus filas lo hacen de manera autónoma y voluntaria. Su dedicación suele ser total y su compromiso ciego. Quienes entran a formar parte de esta orden lo hacen porque lo han perdido todo lo que daba su vida.
Quienes se atreven a hablar sobre ellos dicen que sus almas han muerto. Que sólo son cascarones vacíos que luchan por preservar en los demás el reflejo de lo que un día poseyeron.

Su vida es un búsqueda constante en las estrellas de los signos del enemigo. Un vagar errante a la caza de aquellos que destruyeran lo que un día fueron y sus iguales. Su única compañía, sus aprendices. Nunca más de uno y cuando estos han sido preparados, de nuevo la soledad.

Se dice que toda esperanza de tener una vida ha desaparecido para ellos, aunque se sabe de casos de algunos de ellos que han abandonado el camino, siendo capaces de abrazar la esperanza de una vida “humana”

Los destructores de almas son temidos por todos aquellos que alguna vez han oído hablar sobre ellos, pues se dice (y es cierto) que, aquel que muere a manos de uno de ellos, jamás se reunirá con sus ancestros en paraíso alguno.

Tanto los avyalish como los bakuren suelen ser gente fatalista y críptica que apenas se relaciona con personas ajenas al culto o su misión. Su existencia no es un secreto, pero no es algo de lo que la gente suela hablar. Tampoco hacen alarde de su condición cuando pasan por zonas habitadas, pero ello no evita que su presencia despierte en la gente un temor reverencial.
Sin lugar a dudas, el culto a estas dos deidades es el único que no se profesa por ambición o deseo de relevancia social.

Los Chanyannu

Al contrario que sus hermanos, los chanyannu; Quienes guías los muertos, suelen estar integrados en algunas de las sociedades a las que pertenecen.
Su deidad, Shur, es adorado bajo miles de nombres y formas distintos, al igual que reciben distintos nombre quienes la adoran. Su credo está esparcido a lo largo de todo el continente ya, sea como un ente benévolo que personifica la esencia de los ancestros, como la suma de todo lo que está vivo, o como quien les juzgará cunado mureran.

Su fe se suele profesar de distintas maneras ya que, al contrario que sus hermanos, quienes lo siguen carecen de una “misión” concreta. Generalmente su culto suele ser algo difuso y tiende a estar presente, sobre todo, en culturas poco avanzadas ya que en el mundo “civilizado” se les mira con recelo como agoreros y farsantes.
Se dice que aquellos que abrazan su credo lo hacen tras haber sido “tocados” por la deidad. Mientras que gran parte de quienes dedican su vida a su adoración lo hacen por seguir una tradición cultural, hay una minoría que lo hace tras haber sufrido una pérdida traumática. En ocasiones el dolor causado por estos hechos llevan al chanyannu a traspasar el velo que separa las realidades y haciéndoles contemplar por una fracción de tiempo lo que les aguarda a todos. Pese a que el conocimiento que otorga esta visión se desvanece con el tiempo, la marca que ha dejado en ellos es indeleble.

arcanus

Textos sagrados

Textos sagrados

Tanto los Avyalish como los Bakuren comparten una serie de textos que son conocidos como El Imral. Estos textos, pese a carecer de un estilo, estructura o continuidad marcada entre unos y otros, se dividen a su vez en dos sub-textos o partes muy diferenciadas; el Abmur Sayal “El libro del alba” y el Abmur Bayán “El libro de los muertos”

Una de sus máximas que se puede extraer de su ideario es:

La existencia no es sino la sucesión de los conflictos entre los opuestos.
Todo comenzó con un instante de creación.
Todo finalizará con un acto de destrucción.

El mito de la creación.

Reza el Imral

Namdaal, el universo primigenio, quien fuese la suma de toda existencia, daría a luz a la primera idea. De aquel acto alumbrador surgirían dos seres: Avjaal, Namak. Los hermanos opuestos. Pero de aquel mismo acto moriría el padre, pues Él era único, y su misma esencia había perdido sentido y significado en una realidad fragmentada. Su existencia no era posible en aquel universo de límites.

De la alianza de los dos hermanos, surgiría Sakuradai, el tiempo, y, junto a ella crearían a Layga, la vida. Ellas darían comienzo al ciclo finito con su nacimiento y de su vientre surgirían incontables criaturas; los dioses.
Los dioses, a su vez, darían a luz al mundo y, de este, surgiría el hombre.

El mito del conflicto.

Durante eones, Avjaal y Namak contemplarían desde la distancia a sus hijos. Sus acciones se les hacían extrañas y sus deseos y pasiones incomprensibles. Ambos poseían visiones distintas y opuestas sobre aquellos seres. Mientras que Avjaal veía belleza y maravilla en el anárquico mundo que habían creado, Namak lo encontraba insufrible y decepcionante.
Durante una de sus discusiones Namak, poseído por la furia, diezmó a los dioses. Tras aquel acto, trataría de destruir a Sakuradai para poner fin al tiempo y comenzar un nuevo ciclo. Un universo estático sin acorde a sus designios.
En su mente sumida en la locura no sabía que todo cuanto existía estaba vinculado al tiempo, incluso su misma persona.

Triste ante la demencia de su hermano, Avjaal se interpondría en su camino. Primero trataría de hacer regresar la cordura a su ser, pero aquello era ya imposible. Finalmente, tras contemplar las consecuencias que habían acarreado sus actos, y la destrucción que continuaba provocando su contienda, tomaría la decisión de acabar con su vida y se convertiría a sí mismo en el fin de todas las cosas. Pero Namak había infectado con su idea a algunos de los dioses, y estos comenzaron a tramar en secreto la consecución de sus objetivos. Estos, durante tiempo inmemorial se ocultarían en el interior de su difunto padre, urdiendo sus planes e infectarían tanto dioses como hombres con su desquiciado fin.
Los dioses supervivientes, ignorantes de la insidiosa presencia de un nuevo enemigo, se alejarían de Avjaal. Su cambio había sido tal, que su presencia sólo les inspiraba temor. Tan sólo cuatro se quedarían vigilantes junto a su padre. Layga trataría inútilmente de revertir su cambio y tanto Baal como Yago y Shur velaban el cuerpo de Namak para que su se semilla no se esparciera.

Esto sería así hasta que Baal descubriese los planes de los namakitas y tratase de ponerles fin. Pero sería herido por Raktaur durante la refriega y, en su intento por obtener el poder necesario para imponerse sobre su rival, se alimentaría de la misma esencia del lugar en el que combatían, convirtiéndose en Namak renacido.
Imbuido por aquel poder antiguo, atacaría a sus hermanos, hiriendo también de gravedad a Avjaal y apoderándose de la esencia de Sakuradai. Nada podían hacer los guerreros contra aquel nuevo ser, ya que su muerte acarrearía también la destrucción del tiempo. En un acto desesperado, Yrgath, el mundo de los hombres, engulliría al Destructor encerrándolo en su interior.

El mito del fin de los tiempos.

Llegará el día en el que El Destructor devore el corazón del mundo en su camino hasta el exterior.
Larga habrá sido la última noche en la ciudad antigua.
Cuando se produzca el advenimiento de Imsalot, su primer heraldo.
En su mano blandirá a Yrsclreriath, la portadora de destrucción.
Y con ella derribará la puerta que separa los mundos, pues ellos son la llave.
Una vez más, el destructor será libre.
A Él se enfrentarán las huestes de Ilwarath en una batalla que consumirá toda vida.
Y, en aquel lugar, el tiempo, la vida y la misma muerte, conocerán su fin.

arcanus