La Madre

La Madre
Maed Lloar, Luz de Matnatur, al igual que sus hermanos, ha recibido miles de nombres a lo largo de la historia de la humanidad, pero si hay uno que la ha definido por encima de los demás, este ha sido el de Madre. Si hay una personificación de la vida, una representación física de lo que significa esta palabra, una heredera del legado de Daegon, esta es la señora de Rielt Kamage. De todos los apelativos que ha recibido, de haber uno que ha podido rivalizar con el de “Madre”, y que también le ha acompañado a lo largo de los milenios, este ha sido el de Sanadora, pero no sólo de la humanidad, sino también del mismo mundo.
Pero estos apelativos no se limitan sólo a la humanidad ya que, para sus propios hermanos, ella es un refugio al que acudir cuando todo parece perdido, un punto de apoyo a partir del que seguir luchando cuando se ha perdido la esperanza.
Ella es la madre sanadora, la dadora de vida, la luz que indica el camino.

A través de su relación con Daegon, a quien sostuvo en sus brazos tras nacer, comprendió lo que significa ser humano mientras, juntas, forjaron y compartieron una visión común sobre el que consideraban como el objetivo vital de la humanidad. En honor, reconocimiento y agradecimiento a ella y su labor, asumió una forma femenina a la par que hacía suyo uno de los aspectos de su misión.

Pero, al contrario que sus hermanos, ella asume su labor a una escala pequeña, más local. Busca aquellos lugares más dañados por la cercanía del enemigo y se asienta en ellos tratando de extirpar esa presencia y sus consecuencias, no desde la lejanía. No evita involucrarse con aquellos que quiere cuidar, ni evitan el contacto pese a saber que es indivisible del dolor que le causará la posterior pérdida, parte indivisible de sentirse humano.
Ella vive entre las gentes que habitan en esos lugares como uno más mientras sana sus heridas y las de el lugar al que llaman su hogar.

Pese a lo altruista de su misión, esta no se encuentra exenta de dolor o riesgo. Las distintas fases que conforman su labor le exigen que hunda sus raíces en lugar y las vidas de todos los que lo habitan. En entregarles gran parte de su misma esencia, dejándola expuesta a multitud de peligros a los que, de otra manera, sería inmune. Pero no por ello se oculta o deja de cuidar a quienes se encuentran bajo su protección, o deja de acudir cuando la necesitan sus hermanos.
Recuperar de nuevo todo su esplendor es un proceso muy lento que necesita del transcurrir de varias generaciones humanas pero, mientras tanto, su presencia sigue siendo necesaria en esos lugares para poder acometer los siguientes pasos necesarios para finalizar su tarea. Sabe que no se puede curar aquello no te importa.

La partida nunca es fácil ni está exenta de dolor. Una gran parte de ella misma queda en el lugar. Su vida y su afecto ya han quedado irremediablemente ligados a la de los descendientes de quienes le han ayudado, a la vida de todos aquellos que ha visto y ayudado a nacer.
Su presencia tampoco es olvidada por aquellos a quienes deja. Estos y sus descendientes, como tratando de suplir su ausencia, suelen erigir nuevos cultos dedicados a ella, cultos en los que la encumbran como una deidad de la fertilidad, la agricultura, el amor o la curación, diosas a las que otorgan los nombres que había tomado mientras se encontraba entre ellos.

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