Orden y trascendencia

Orden y trascendencia

Pilo Vanshú Meneter moriría a la edad de cuarenta y cinco años. Su legado la posteridad incluiría la reconstrucción de cuarta encarnación de la ciudad de Aldern, el descubrimiento de la isla de Palsar o la fundación de las ordenes de los Lexíteos y los Señores de las espadas dentro de la iglesia tayshari, que responderían ante él en lugar de hacerlo ante el Gran teogonista. Pero nada de esto lograría que el pueblo lo considerase “el Emperador niño”.
Su tercer hijo Amrón, heredaría el trono tras una breve contienda con sus hermanos Ríndelar y Ortalac, convirtiéndose en el sexto emperador. Su reinado sería uno de constantes contradicciones, así sería conocido tanto por el sobrenombre de “El fratricida” como por el de “El ilustrado”, “El loco” o “El domador de mitos”

Sería durante su mandato que aparecerían suspendidas en el firmamento Daegon, sobre sus mares y continentes, nueve islas flotantes.

Aquellos fragmentos de tierra pertenecían a los territorios que desaparecieron junto al continente de Nargión milenios atrás. Durante todo aquel tiempo habían permanecido en el hogar de los señores del orden, donde no existía materia alguna.
Allí comenzaría una confrontación de realidades opuestas: La naturaleza cambiante y adaptable de los hombres contra el estatismo la estabilidad y reinantes en su nuevo hogar. Finalmente aquel conflicto terminaría en un nuevo orden de las cosas a medio camino entre ambos.
La materia y la existencia humana prevalecerían, recreando las elementos que necesitaba para su supervivencia, pero condicionadas por su entorno.
El resultado sería un hábitat híbrido. Un lugar en el que en el que los ciclos estacionales eran exactos, la duración de los días y las noches no venían determinados por un sol o la rotación de los mundos y todas las masas de tierra compartían una misma climatología.
La comunicación entre los continentes y las islas eran imposibles, ya que no había un mar que los comunicase. Las máquinas ya no funcionaban y aquellos con conocimientos científicos y arcanos descubrirían que las leyes que creían que gobernaban el universo no eran validas en aquel lugar.
Los hombres tampoco permanecerían inalterados en aquel lugar. Aquellos que se encontraban en lugares poco habitados o con escasos recursos se extinguirían antes de que el cambio pudiese consolidarse. Sólo unos pocos de aquellos condenados a la desaparición tendían la voluntad como para imponerse a su fatídico destino. Así nacerían tres nuevos grupos de hombres. En la isla de Dayanlau, quince hombres evolucionarían para convertirse en los kiranu. En Dalayath tan sólo cinco sobrevivirían a la desaparición de su pueblo, convirtiéndose en los talen. Por último, los últimos supervivientes de nueve islas trascenderían su forma humana su forma simultáneamente, abandonando todo vestigio y memoria de su existencia anterior y fundiéndose con la tierra en la que habían nacido para convertirse en los/él Kesari: Un ser inmaterial en busca del lugar en el que encontrar la armonía completa. Las islas de Koromatek, Latlatea, Tokumal, Merêterith, Yarag´Tan, Ânaleth, Quenerath, Turgás´Tal y Keselen abandonarían sus ubicaciones para alcanzar la conjunción que formaría un todo formado por nueve partes iguales.
Desde su mismo nacimiento los/él Kesari rastrearía todos los niveles de existencia buscando su lugar dentro del conjunto del universo fragmentado. Tras muchos siglos aquella búsqueda les llevaría de regreso a su lugar de partida; Daegon, arrastrando a su vuelta las islas que les completaban.
Pero aquellos fragmentos de tierra también habían sido alteradas hasta su misma esencia. Formaban parte del plano antagónico de aquel que las había originado. Así que, como repelidas de su padre, flotarían sobre este incapaces de entrar en contacto con él.

Intrigado y obsesionado por aquellas islas, Amrón dedicaría todos los recursos de los que disponía en su conquista. Sus ejércitos abandonaría los infructuosos intentos de conquista que llevaban consumiendo las arcas imperiales durante más de tres cuartos de siglo y el destinaría gran parte del dinero que pagaba a las tropas para que los eruditos buscasen un medio para llevar a cabo su nuevo objetivo.
Así, buscando entre las leyendas del continente, los estudiosos darían con el mito de los Laisar, los nómadas del viento y los shaygan, las colosales criaturas volantes conocidas como los creadores de valles.
La búsqueda de aquellas criaturas vaciaría de nuevo las arcas menetianas, y la obsesión del emperador por aquellas criaturas míticas no haría sino ampliar su fama de demente. Las leyendas hablaban de la extinción de aquellos seres durante los tiempos míticos y los escépticos decían que jamás habían existido. Pero Amrón demostraría que todos se equivocaban.
Enterrado bajo las llanuras heladas de Tanraqull encontrarían a Kilgyr. En el mar interno de Jorgh se descubriría que una de sus islas era en realidad otro de ellos; Najash. Finalmente, se descubriría que uno de los picos de las cordilleras del Himlayar era en realidad Dolgur.
El imperio disponía en aquel momento de una fuerza que no había interferido en la historia de la humanidad durante milenios: Los último supervivientes de las razas de la primera edad, la que pasaría a conocerse en los libros como “La edad de legendaria”

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