Condenados a vivir

Condenados a vivir

Tras la muerte a los cuarenta y dos años de Ílias, su hijo Ílio segundo “El Breve” ascendería al trono del imperio, donde sólo permanecería durante un año. Nadie más en la línea sucesoria volvería a utilizar aquel nombre que se consideró maldito. A los once años, y sucediendo a su padre, Pilo “El emperador niño” heredaría el gobierno de la nación. Serían él y sus contemporáneos los primeros en sufrir las consecuencias del encierro de Destructor por parte de Ytahc y los poderes.

En aquellos días comenzaría a nacer una nueva estirpe de inmortales. Hijos de los hombres impregnados de la esencia de Baal que comenzaba a filtrarse hasta el nivel material de la realidad. Seres para los que la mera existencia implicaba dolor, un dolor con el que no podían terminar por su mano. Al igual que el Destructor, estaban vinculados al tiempo y la vida. Al igual que su padre, no desaparecerían hasta que aquellas fuerzas a las que estaban conectados desapareciesen.
Los hombres, así como los elementos, nada podían hacer ya fuese para ayudarlos o para acabar con su sufrimiento. Muchos enloquecerían pero, los no tan afortunados estarían condenados a una vida eterna tormento.

Llamados por los restos de la esencia incorrupta de su padre que habitaba en aquellos hombres y mujeres, los kurbun tratarían de regresar a Daegon. Durante siglos habían vagado dispersos como parte del orden cósmico, pero aquellas nuevas criaturas les devolverían el recuerdo de su razón de ser primigenia, arrastrándolos hasta la prisión del padre al que habían repudiado. A su regreso no serían capaces de afectar directamente el los hombres, incapaces de atravesar la barrera que habían erigido los poderes, pero su presencia se haría tan intensa que lograría llegar hasta las mentes de aquellos más receptivos.
Una vez más aparecerían por todo el mundo profetas con nuevas interpretaciones de las antiguas señales. Algunos repetirían las palabras y el mensajes de Ýlar de Jomsul pero, al igual que la primera vez que fuesen pronunciadas, volverían a ser ignoradas, pero también nacería una nueva escuela de pensamiento que se propagaría como una plaga. Una escuela surgida de la desesperación de los desfavorecidos y la interpretación errónea de los signos: Los adeptos del Tanrakûl, el momento de decisorio. Aquellos que seguían esta senda anunciaban la llegada de una gran prueba, de un día en el que los dioses destruirían el universo.
El mundo era imperfecto, un intento fallido. Debía ser destruido para que los dioses pudiesen creado de nuevo. Sólo aquellos que aceptasen aquella misión, ayudando a sus señores, serían dignos del nuevo mundo perfecto. Ellos serían los últimos en morir y los primeros en renacer.

Los adeptos venerarían a los nuevos inmortales como heraldos de las deidades del Tanrakûl. Los kurbun serían bautizados por la humanidad y los enemigos invisibles del hombre, atraídos por la promesa de un festín, se aprovecharían de la confusión reinante para infiltrarse entre su ganado. Al contrario que los hijos de Baal, ellos que sí que estaban movidos por deseos y necesidades. Objetivos contrarios al fin último de los kurbun; con el fin de la existencia ellos también desaparecerían, por lo que se encontraban en una posición de difícil equilibrio entre saciar sus deseos y evitar la culminación de la misión de los destructores.

En todo el imperio, y más allá de sus fronteras, comenzaría a escucharse entre las sobras los nombres de Haesh y Taraqu, muerte silenciosa y dominador, Yr'Laan e Yrkay, señor de las plagas y maestro del dolor, Koroktomoj y Matektokoal, sangre y fuego, Jarletuktal y Dustukan, devorador y vacío, Shaduktukumal y Kushund, padre de los gusanos y fuente de bestias. A los ojos de la iglesia tayshari todos eran lo mismo y todos serían combatidos y exterminados antes de que sus credos profundizasen en el pueblo. Apoyados en su misión primero por Daila, madre del emperador y más adelante por Pilo, los sacerdotes ganarían cada vez mas poder dentro de los estamentos del imperio, pasando a tener una amplia representación tanto en la corte como en cada una de las distintas provincias.

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