Quinta edad

Quinta edad arcanus

El nuevo imperio

El nuevo imperio

El gran imperio menetiano apenas se prolongaría doscientos años en el tiempo, pero su legado perdura en la actualidad. Irónicamente, así como la memoria de su reinado se conserva grabada en las culturas de todos los países que conforman la mitad occidental del continente, todo lo referente al pasado del pueblo antes de la conquista, se ha ocultado deliberadamente de los libros de historia.

Los libros escritos durante el esplendor del imperio hablaban de superioridad táctica y ejercito disciplinado. De un hombre guiado por los altos ideales de unos dioses ecuánimes. De una patria abandonada con tristeza para propagar la civilización entre los bárbaros continentales. Pero todo esto sólo serían mentiras y promulgadas por Zailas Vohn Meneter, El tardío, noveno emperador (quién cambiaría el “ Vanshú” del nombre familiar por el más regio Vohn) en su intento por justificar y autorizar moralmente su posición ante el pueblo.

La extrema pobreza de sus tierras habían obligado desde siempre a los kaine a buscar su sustento en el exterior de la isla. Así las habitantes de las islas Baleni serían conocidos durante generaciones por sus vecinos como los Aulesh Natu (los señores del mar) piratas, saqueadores y terror de las ciudades costeras. Auspiciados por sus tres deidades; Tankûl señor de la guerra, su esposa Kaina, la dama de los océanos y su hijo Tannmu, dios de la caza, asolarían toda la costa de la isla-continente de Shatterd.
Pero no serías hasta que el caudillo Hoark Vanshú Meneter uniese a los distintos clanes bajo su mando que aquel pueblo entrase con nombre propio en la historia del mundo.
Tras quemar sus aldeas lanzaría su ataque bajo la máxima de “Conquista u olvido, eternidad o muerte, gloria o extinción” Sin un hogar al que regresar, se lanzaría en un asalto suicida contra las naciones del suroeste del continente. Primero caería Dainyaku sin apenas oponer resistencia, a la que seguirían Kainadar, Fannshu, Gombad, Raggayaal, Tagur y Sólendar. En menos de dos años había conquistado toda la costa del sur del continente hasta las montañas Thrull. Pero lejos de arrasarlo todo a su paso, Meneter caía prendado de cada una de las culturas que iba encontrando y su carisma le granjeo la lealtad de los pueblos que conquistaba. Lentamente iría empapándose de ella, moldeando la cultura de su pueblo, enriqueciendo sus mitos, haciéndolos más sofisticados. El rey bárbaro conquistaría la civilización pero, al mismo tiempo, caería rendido ante ella.
Así Tankûl se mezclaría con Arkaus, la deidad guerrera de los Alani de Raggayaal para dar a luz a Tarakus, al igual que Kaina se fundiría con Rinlay para resurgir como Raika, la diosa de la justicia y el comercio.

Con cada nueva conquista sus tropas aumentaban a la par que su ambición. Etera y Dangroth, T'lar y Shayaku, Dirgil y Edarc. Ninguna de las naciones que se hallaban en su camino podía ralentizar su imparable avance ni mucho menos detenerlo. En menos de diez años había conquistado la mitad del continente. El este permanecería a salvo de sus ambiciones, ya que sus naves no eran capaces de superar el estrecho de Panyal en el sur o las simas de Selur en el norte, y no había ningún paso conocido por el que atravesar las cordilleras de las Thrull con un ejército.

Tras la caída de la Amlot “La oscura”, la megalópolis mortuoria y último bastión de los nalsai, comenzaría la construcción de Amlash “La brillante”, la que sería la capital del imperio omnipotente imperio menetiano. Y ante la imposibilidad de expandirse hacia el este, comenzarían las campañas para la conquista de las islas continente de Shatter y Sembia en el oeste, Thurgold en el sur y Norotgard en el norte.
Pero Hoark no vería finalizar la construcción de su capital ni su triunfo en las nuevas campañas. Perecería a los cincuenta y cinco años víctima de una herida mal curada, y sería sucedido en el trono su hijo Ílio, que sería conocido como “El emperador no coronado” ya que moriría un año después de su padre, antes de que todos sus súbditos supieran de de su ascensión.
Ílias, el siguiente en la lista sucesoria, asumiría el trono ante la falta de herederos de su hermano. El tercer emperador sería conocido por el pueblo como “El pío” y gobernaría durante veintiséis años, durante los que continuaría con devoción el camino marcado por su padre.

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Fe y cismas

Fe y cismas

Desde su mismo comienzo, el gobierno de Ílias se centraría en la unificación lingüística del imperio. Se castigaba a aquellos que hablaban sus lenguas nativas en público, mientras se fomentaba la educación de los más jóvenes y maleables. Su objetivo era último era alcanzar una coherencia cultural para todas las provincias, pero sabía que aquel era un objetivo a muy largo plazo y se planteó aquello como un primer paso para alcanzarlo. Su otra gran prioridad sería crear una red de vías que comunicasen toda la extensión de sus dominios: Las tropas se encontraban dispersas en las diversas campañas militares y necesitaba poder contar con ellas con rapidez para sofocar las esporádicas revueltas que asolaban su reino. La adoración a los poderes nunca se había encontrado entre sus intereses, pero esto cambiaría tras conocer a dos de sus contemporáneos.

En la céntrica provincia de Dalaisus, Nostat de Yburq se convertiría en Bayancú “El profeta”. En sus sueños atravesaría el velo que separaba a los hombres de los dioses, contemplando con sus propios ojos a las criaturas que siempre había adorado. Tras varios de aquellos encuentros comenzaría a trascribir su interpretación de aquellas visiones creando el Gudayar, el libro de los dioses: Los primeros textos que trataban de explicar la jerarquía divina y trazar una topología de su reino e historia.
Durante años recorrería el imperio tratando de propagar su visión y “corregir” la manera errónea en la que se les había adorado hasta aquel momento. Sus palabras calarían tan hondo en Quinyadal, gobernador de Tanlar, que éste abandonaría su posición y le acompañaría en un peregrinaje que concluiría en Amlash, ante el mismo emperador.
Ílias no compartiría las creencias de aquellos hombres, pero vería el establecimiento de una religión unificada como una herramienta útil para la consolidación de sus objetivos, por lo que les reconocería como los máximos representantes de los dioses sobre el mundo, sólo por debajo de su persona.
Quindayal se quedaría en la capital, convirtiéndose en el Primer Gran Teogonista de la Iglesia Tayshari, dirigiendo la construcción de la catedral que tendría su mismo nombre, y seleccionaría y educando a los sumos sacerdotes de las distintas deidades. Por su parte Bayancú continuaría recorriendo el imperio acompañado por los lexíteos, los iniciados de la nueva iglesia, esparciendo la palabra que le había sido legada y convirtiendo a quienes estaban equivocados.

Pero aquella decisión no sería bien recibida por todo el mundo. El culto a sus dioses era algo que no había impuesto el imperio hasta aquel momento y la autoridad como guías espiritual de los sacerdotes de las religiones establecidas jamás se había puesto en duda.
Esto, junto al escaso éxito en las campañas militares en los distintos frentes que permanecían abiertos provocaron que parte del pueblo obtuviese la imagen de que el emperador se preocupaba más por los asuntos teológicos que de los mundanos.

Pocos años después del establecimiento de la iglesia en el imperio otros hombres comenzarían a tener visiones del mundo divino, pero las interpretarían de una manera distinta. En poco tiempo surgirían diversos cismas a raíz de las interpretaciones que realizarían aquellos hombres de sus experiencias.
A ojos del emperador, todas aquellas interpretaciones se le hacían muy similares y, ante la posibilidad de conflictos religiosos, optaría por dar cabida en su imperio a todos aquellos que no se desviasen excesivamente de su idea de la iglesia.

Así el imperio se vería dividido por una docena de interpretaciones de las mismas mitologías. La que mayor aceptación tendría sólo superada por la iglesia central, sería la del profeta Lurdanai el sur, quién negaba la locura de la diosa Lerián. Tras ella sólo el cisma Maldriani, que aceptaba el culto a Malander como parte de su dogma, se expandiría por más de una provincia, siendo seguido en Gombad, Raggayaal y T'lar.

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Condenados a vivir

Condenados a vivir

Tras la muerte a los cuarenta y dos años de Ílias, su hijo Ílio segundo “El Breve” ascendería al trono del imperio, donde sólo permanecería durante un año. Nadie más en la línea sucesoria volvería a utilizar aquel nombre que se consideró maldito. A los once años, y sucediendo a su padre, Pilo “El emperador niño” heredaría el gobierno de la nación. Serían él y sus contemporáneos los primeros en sufrir las consecuencias del encierro de Destructor por parte de Ytahc y los poderes.

En aquellos días comenzaría a nacer una nueva estirpe de inmortales. Hijos de los hombres impregnados de la esencia de Baal que comenzaba a filtrarse hasta el nivel material de la realidad. Seres para los que la mera existencia implicaba dolor, un dolor con el que no podían terminar por su mano. Al igual que el Destructor, estaban vinculados al tiempo y la vida. Al igual que su padre, no desaparecerían hasta que aquellas fuerzas a las que estaban conectados desapareciesen.
Los hombres, así como los elementos, nada podían hacer ya fuese para ayudarlos o para acabar con su sufrimiento. Muchos enloquecerían pero, los no tan afortunados estarían condenados a una vida eterna tormento.

Llamados por los restos de la esencia incorrupta de su padre que habitaba en aquellos hombres y mujeres, los kurbun tratarían de regresar a Daegon. Durante siglos habían vagado dispersos como parte del orden cósmico, pero aquellas nuevas criaturas les devolverían el recuerdo de su razón de ser primigenia, arrastrándolos hasta la prisión del padre al que habían repudiado. A su regreso no serían capaces de afectar directamente el los hombres, incapaces de atravesar la barrera que habían erigido los poderes, pero su presencia se haría tan intensa que lograría llegar hasta las mentes de aquellos más receptivos.
Una vez más aparecerían por todo el mundo profetas con nuevas interpretaciones de las antiguas señales. Algunos repetirían las palabras y el mensajes de Ýlar de Jomsul pero, al igual que la primera vez que fuesen pronunciadas, volverían a ser ignoradas, pero también nacería una nueva escuela de pensamiento que se propagaría como una plaga. Una escuela surgida de la desesperación de los desfavorecidos y la interpretación errónea de los signos: Los adeptos del Tanrakûl, el momento de decisorio. Aquellos que seguían esta senda anunciaban la llegada de una gran prueba, de un día en el que los dioses destruirían el universo.
El mundo era imperfecto, un intento fallido. Debía ser destruido para que los dioses pudiesen creado de nuevo. Sólo aquellos que aceptasen aquella misión, ayudando a sus señores, serían dignos del nuevo mundo perfecto. Ellos serían los últimos en morir y los primeros en renacer.

Los adeptos venerarían a los nuevos inmortales como heraldos de las deidades del Tanrakûl. Los kurbun serían bautizados por la humanidad y los enemigos invisibles del hombre, atraídos por la promesa de un festín, se aprovecharían de la confusión reinante para infiltrarse entre su ganado. Al contrario que los hijos de Baal, ellos que sí que estaban movidos por deseos y necesidades. Objetivos contrarios al fin último de los kurbun; con el fin de la existencia ellos también desaparecerían, por lo que se encontraban en una posición de difícil equilibrio entre saciar sus deseos y evitar la culminación de la misión de los destructores.

En todo el imperio, y más allá de sus fronteras, comenzaría a escucharse entre las sobras los nombres de Haesh y Taraqu, muerte silenciosa y dominador, Yr'Laan e Yrkay, señor de las plagas y maestro del dolor, Koroktomoj y Matektokoal, sangre y fuego, Jarletuktal y Dustukan, devorador y vacío, Shaduktukumal y Kushund, padre de los gusanos y fuente de bestias. A los ojos de la iglesia tayshari todos eran lo mismo y todos serían combatidos y exterminados antes de que sus credos profundizasen en el pueblo. Apoyados en su misión primero por Daila, madre del emperador y más adelante por Pilo, los sacerdotes ganarían cada vez mas poder dentro de los estamentos del imperio, pasando a tener una amplia representación tanto en la corte como en cada una de las distintas provincias.

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Orden y trascendencia

Orden y trascendencia

Pilo Vanshú Meneter moriría a la edad de cuarenta y cinco años. Su legado la posteridad incluiría la reconstrucción de cuarta encarnación de la ciudad de Aldern, el descubrimiento de la isla de Palsar o la fundación de las ordenes de los Lexíteos y los Señores de las espadas dentro de la iglesia tayshari, que responderían ante él en lugar de hacerlo ante el Gran teogonista. Pero nada de esto lograría que el pueblo lo considerase “el Emperador niño”.
Su tercer hijo Amrón, heredaría el trono tras una breve contienda con sus hermanos Ríndelar y Ortalac, convirtiéndose en el sexto emperador. Su reinado sería uno de constantes contradicciones, así sería conocido tanto por el sobrenombre de “El fratricida” como por el de “El ilustrado”, “El loco” o “El domador de mitos”

Sería durante su mandato que aparecerían suspendidas en el firmamento Daegon, sobre sus mares y continentes, nueve islas flotantes.

Aquellos fragmentos de tierra pertenecían a los territorios que desaparecieron junto al continente de Nargión milenios atrás. Durante todo aquel tiempo habían permanecido en el hogar de los señores del orden, donde no existía materia alguna.
Allí comenzaría una confrontación de realidades opuestas: La naturaleza cambiante y adaptable de los hombres contra el estatismo la estabilidad y reinantes en su nuevo hogar. Finalmente aquel conflicto terminaría en un nuevo orden de las cosas a medio camino entre ambos.
La materia y la existencia humana prevalecerían, recreando las elementos que necesitaba para su supervivencia, pero condicionadas por su entorno.
El resultado sería un hábitat híbrido. Un lugar en el que en el que los ciclos estacionales eran exactos, la duración de los días y las noches no venían determinados por un sol o la rotación de los mundos y todas las masas de tierra compartían una misma climatología.
La comunicación entre los continentes y las islas eran imposibles, ya que no había un mar que los comunicase. Las máquinas ya no funcionaban y aquellos con conocimientos científicos y arcanos descubrirían que las leyes que creían que gobernaban el universo no eran validas en aquel lugar.
Los hombres tampoco permanecerían inalterados en aquel lugar. Aquellos que se encontraban en lugares poco habitados o con escasos recursos se extinguirían antes de que el cambio pudiese consolidarse. Sólo unos pocos de aquellos condenados a la desaparición tendían la voluntad como para imponerse a su fatídico destino. Así nacerían tres nuevos grupos de hombres. En la isla de Dayanlau, quince hombres evolucionarían para convertirse en los kiranu. En Dalayath tan sólo cinco sobrevivirían a la desaparición de su pueblo, convirtiéndose en los talen. Por último, los últimos supervivientes de nueve islas trascenderían su forma humana su forma simultáneamente, abandonando todo vestigio y memoria de su existencia anterior y fundiéndose con la tierra en la que habían nacido para convertirse en los/él Kesari: Un ser inmaterial en busca del lugar en el que encontrar la armonía completa. Las islas de Koromatek, Latlatea, Tokumal, Merêterith, Yarag´Tan, Ânaleth, Quenerath, Turgás´Tal y Keselen abandonarían sus ubicaciones para alcanzar la conjunción que formaría un todo formado por nueve partes iguales.
Desde su mismo nacimiento los/él Kesari rastrearía todos los niveles de existencia buscando su lugar dentro del conjunto del universo fragmentado. Tras muchos siglos aquella búsqueda les llevaría de regreso a su lugar de partida; Daegon, arrastrando a su vuelta las islas que les completaban.
Pero aquellos fragmentos de tierra también habían sido alteradas hasta su misma esencia. Formaban parte del plano antagónico de aquel que las había originado. Así que, como repelidas de su padre, flotarían sobre este incapaces de entrar en contacto con él.

Intrigado y obsesionado por aquellas islas, Amrón dedicaría todos los recursos de los que disponía en su conquista. Sus ejércitos abandonaría los infructuosos intentos de conquista que llevaban consumiendo las arcas imperiales durante más de tres cuartos de siglo y el destinaría gran parte del dinero que pagaba a las tropas para que los eruditos buscasen un medio para llevar a cabo su nuevo objetivo.
Así, buscando entre las leyendas del continente, los estudiosos darían con el mito de los Laisar, los nómadas del viento y los shaygan, las colosales criaturas volantes conocidas como los creadores de valles.
La búsqueda de aquellas criaturas vaciaría de nuevo las arcas menetianas, y la obsesión del emperador por aquellas criaturas míticas no haría sino ampliar su fama de demente. Las leyendas hablaban de la extinción de aquellos seres durante los tiempos míticos y los escépticos decían que jamás habían existido. Pero Amrón demostraría que todos se equivocaban.
Enterrado bajo las llanuras heladas de Tanraqull encontrarían a Kilgyr. En el mar interno de Jorgh se descubriría que una de sus islas era en realidad otro de ellos; Najash. Finalmente, se descubriría que uno de los picos de las cordilleras del Himlayar era en realidad Dolgur.
El imperio disponía en aquel momento de una fuerza que no había interferido en la historia de la humanidad durante milenios: Los último supervivientes de las razas de la primera edad, la que pasaría a conocerse en los libros como “La edad de legendaria”

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Abandono y alzamiento

Abandono y alzamiento

Tras alcanzar las islas celestiales y contemplar sus dominios desde las alturas, la percepción que Amrón tenía del mundo cambiaría y, tras cuestionarse su lugar en él, daría un nuevo rumbo a su vida. Así, el emperador de los muchos nombres sería conocido también por uno más: “El desaparecido” Abandonándolo todo y a todos, partiría hacia el éste, hacia las tierras que jamás pisarían sus antepasados.
Ante la súbita desaparición del emperador, su hijo de ocho años, Danyal, ascendería al trono. Con Zaila, su hermana melliza, y Zailas, su único tío vivo, como consejeros, su carácter sombrío le granjearía el sobrenombre de “El oscuro”
Lleno de odio hacia su desaparecido padre, Danyal ordenaría la destrucción de todo cuanto este había construido y amado. Sólo la intercesión de Zailas lograría que los que esta orden no fuese ejecutada en su totalidad. Los shaygan y quienes los montaban, aquellos más cercanos al desaparecido padre del emperador, serían exiliados fuera de las fronteras del imperio.
Danyal moriría a los veintitrés años sin haber creado nada. Oculto siempre en la corte, jamás saldría se dejaría ver por el pueblo después de su ascensión. Tendría que ser su hermana quién hablase en su nombre y sufriese las repercusiones de sus decisiones.

Desde que fuese mortalmente herido durante la edad legendaria, Devas, hijo de Ytahc, había vagado agonizante por el cosmos con la esperanza de morir en el seno de su padre. En su último momento, y aún lejos de su objetivo, su esencia se disgregaría por todos los rincones de la creación y una fracción de su ser llegaría hasta Daegon. Allí, en el lugar donde aterrizase aquel fragmento de poder primario, sería encontrado por Janyali, caudillo de los Harst y de su unión nacería un nuevo ser; Sipskriel, El heraldo del nuevo orden y avatar del cambio.
Sacerdote, guerrero y líder, promulgaría por los territorios de la costa suroeste del continente su mensaje: El poder es algo cambiante y no tiene dueño más allá de aquel capaz de mantenerlo.

Tras la muerte de su hermano, Zaila le sucedería, asumiendo de hecho un puesto que ya estaba ostentando de facto. De mente despierta y carácter inquieto, Zaila “La emperatriz”, se vería obligada a abandonar sus intereses para gobernar con mano dura ante los tiempos complicados que le tocaría vivir. Su reinado apenas se prolongaría durante una década antes de perecer víctima de la misma enfermedad que acabase con su hermano.
Ante la falta de descendientes por parte de los mellizos, su tío Zailas finalmente llegaría al trono. Superado por la situación y la creciente influencia que iba ganando Sipskriel, trataría de reescribir la historia de los Meneter y, por añadidura, de la conquista del continente, en un intento por rivalizar y mermar el carisma del enemigo.
Alentados por los vientos de cambio, no sólo los jefes tribales se rebelarían, sino que también algunos de los gobernadores y generales menetianos comenzarían a planificar sus propios objetivos.
Pero aún no había llegado el momento y Sipskriel era era un rival demasiado peligroso como para dejar que ganase más poder, por lo que toda la maquinaria militar del imperio se dedicó a acabar con su insurgencia.
Durante el sitio de la fortaleza de Rahún, el heraldo del cambio sería asesinado por Daigas Minshall, el único superviviente de un grupo infiltrado menetiano. Pero la esencia inmortal de Devas sobreviviría y sería recogida por Daigas, creando a un nuevo Sipskriel, un nuevo avatar para un nuevo orden.
Todo tipos de noticias se esparcirían sobre el asedio de Rahún por todo el imperio. Sobre su muerte y su regreso. Rumores sobre su inmortalidad y susurros en las callejuelas hablando de una maldición sobre la estirpe reinante.
Zailas “El tardío”, noveno emperador de Menetia perecería a los cincuenta y cinco años de edad. Sería sucedido en el trono de Amlash por su hijo Wailun, quién pasaría a la historia bajo el sobrenombre de “El último emperador”

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El legado de los Enrali

El legado de los Enrali

Alentado por las historias sobre el destino, el beneplácito, bendición y misión divina y la grandeza de sus antepasados, el gobierno de Wailun estaría plagado de cambios. El nuevo emperador tenía muchos planes. Sueños de conquista y expansión, deseos de gloria y trascendencia. Él llevaría al imperio más allá de donde ninguno de sus ancestros había sido capaz.
En sus sueños había contemplado a los dioses e interpretó aquellas visiones como una señal. Sabía que ellos estaban de su lado.
Los cambios comenzarían con el traslado de la capital imperial desde la norteña Amlash hasta la ciudad fortaleza de Sunrarth, en la provincia sureña de Meddlan.
Durante las expediciones comandadas por su tío Amrón, los exploradores habían encontrado varios pasos a través de las montañas Zorak situados en aquellos territorios. El camino hacia el este, inaccesible durante tanto tiempo, por fin había sido hallado. Lo desconocido le esperaba más allá de las montañas y estaba deseoso de partir a su encuentro.

Las tierras que los mitos decían pobladas por monstruos de toda índole se descubrieron como similares a las que ya conocían. La primera cultura con la que se encontrarían sería la de las naciones nómadas de los zulera. Un pueblo al que consideraban casi primitivo, adoradores de unas deidades incomprensibles para los menetianos y consideradas como peligrosas por su emperador. Tribus de cazadores, una presa fácil que apenas opondría resistencia ante la superioridad militar del imperio.

Tras someter con facilidad a los zulera, las tropas de Wailun seguirían el curso del río Triad, que les conduciría hasta la primera construcción que dejaba entrever vestigios de civilización más allá de las montañas, el puente de Taygur. Aquella construcción formaba parte del “Camino de Pangú“, la vía adoquinada que unía las ciudades de los maleri.
El primer encuentro con aquella nueva cultura se llevaría a cabo en la ciudad de Hirth de una manera civilizada, pero las diferencias no tardarían en surgir. Las dificultades para comunicarse y hacerse entender se unirían a las ínfulas de superioridad cultural, espiritual y moral por ambos lados acabarían desatando el conflicto.
Hirth caería, y le seguirían Dalmag y Jimral. Nada parecía ser capaz de frenar la imparable misión divina del emperador por rescatar de la barbarie a quienes no habían tenido la fortuna de crecer bajo el protector ala del imperio.
Su fama no tardaría en extenderse por los territorios cercanos y por primera vez en siglos se comenzaría a mencionar al este de las montañas el pacto de Áractur.

Tras la desaparición de los ailanu, el este del continente no escaparía al caos que se apoderaría de todo el mundo, ni de las guerras que lo asolarían. Pero en aquel lado del mundo la paz no vendría de las manos de un conquistador, sino de la de quince iluminados, los Enrali.
Cada uno de aquellos hombres residiría en las llamadas “ciudades interiores”, ciudades-palacio-fortaleza de los ailanu horadadas en el interior de las montañas. Aprovechando grietas naturales y cascadas que descendían por su interior desde los glaciares que culminaban sus cimas, crearían materiales capaces de generar luz de manera autónoma y plataformas que uniesen las abismales simas que parecían llegar hasta el mismo corazón del mundo.
Los Enrali, separados entre sí por miles de kilómetros, durante sus sueños entrarían en contacto al mismo tiempo con la esencia de Ytahc, a quien llamarían Arcthuran, el señor de las profundidades. Inspirados por aquellas visiones comenzarían a esparcir un nuevo mensaje, una nueva manera de entender el mundo que sería escuchada por los desfavorecidos que se alzarían en armas contra los señores que los usaban como peones en sus juegos de poder.
Sería en aquellos días que se crearía un pacto de hermandad entre todos los que luchasen por acabar con las guerras. Una alianza ante quien tratase de imponerse sobre sobre sus iguales.
Pero el tiempo pasaría, y el ideal desaparecería. Las siguientes generaciones de sacerdotes de Arcthuran se centrarían en sus más cercanos, cuando no se volvían directamente burócratas al servicio de señores de la guerra.
La que un día se llamase Trollellom “La gran nación” apenas era recordada por quienes la habitaban. Sólo era el nombre por el que se conocían a las quince ciudades estado en las que naciesen los visionarios. La nación había muerto, fragmentado en cientos de pequeños reinos que preferían olvidar el legado de los Enrali. Pero todo aquello estaba a punto de cambiar.

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El nacimiento de “El golpeador”

El nacimiento de “El golpeador”

Pese a lo preocupante de las noticias sobre el avances de las tropas menetianas, los reinos que permanecían en la distancia permanecían a la expectativa. El equilibrio de poder era algo demasiado frágil como para realizar planes o alianzas precipitadas. Tendrían que ser los actos de un sólo hombre lo que les forzase a tomar una decisión.
De manera cíclica, la esencia de Ytahc generaba una nueva especie que se filtraba desde su imaginario hasta el nivel físico de existencia.
Sería en aquellos días que Gognaal, uno de los kurbun, se haría presente en los sueños del señor del cambio, comprometiendo con su sola presencia la naturaleza de la criatura que sería enviada a Daegon. La lucha que se llevaría a cabo por la custodia e influencia sobre el propósito de aquel nuevo ser se propagaría más allá de las fronteras de lo onírico.
Dairus Gaedern miembro de los Randayr los “señores de las montañas” devotos de Arcthuran asignados a la defensa de las ciudades interiores, sería afectado por aquel conflicto, siendo arrastrada su forma física hasta el mundo de los sueños. Allí, imbuido por las esencias del sueño y el cambio, ayudaría a su señor en su lucha contra Gognaal. Durante aquella batalla, pese a que su señor triunfaría, el cuerpo de Dairus sería destruido incapaz de contener las energías que se le habían otorgado. Pero, antes de que su esencia regresase a las fuentes de la vida, Ytahc la imbuiría en un nuevo armazón inmortal y lo devolvería al mundo material vinculado a la esencia de Calathil, el primero de los nacidos de la nueva espacie, los shamlae. Aquel día nacería Darus “El golpeador”, “El dos veces nacido”, “El libertador”, “El inmortal”.
Ambos surgirían de entre los picos de las montañas Zorak, sobre la ciudad de Beretear. Confundido con su nueva existencia Darus, que conservaría los recuerdos de su antigua vida, recorrería su antiguo hogar volando erguido sobre la espalda de Calarhil.
Su vagar les llevaría hasta la ciudad de Tanlay mientras estaba siendo sometida al asedio de la tropas de Wailun. Su sola presencia sembraría el caos en el campamento atacante. Sin saber con certera si permanecía en un sueño o había regresado al mundo real, Darus atacaría a los menetianos desbandando sus filas.
Enfurecido por aquella denigrante derrota, el emperador recompondría sus tropas y partirían en pos de quien consideraba que había humillado a él y a los suyos, pero encontrarían en los antiguos hogares de los Erlani era inexpugnable para las tácticas militares convencionales. Tras dos años de infructuoso asedio de Beretear, desmoralizado y diezmado, el ejercito de Wailun regresaría a Menetia en busca de refuerzos, sólo para encontrar que durante su campaña el imperio había cambiado mucho.
Aquellos que llevaban años esperando su ocasión se habían levantado aprovechándose de la prolongada ausencia para cortar los lazos con el poder central. Los impuestos ya no llenaban sus arcas y aquellos que debían defenderlo no eran recompensados en su labor.
A su regreso el emperador se encontraría con Elender Kygorn, Dakensey Embdern y Luden Braendish, los tres últimos generales leales al imperio, defendiendo la capital y a la familia imperial. Pero el emperador no quería escuchar las palabras de prudencia de sus generales y sólo deseaba retomar la campaña militar.
Apenas unos meses después del regreso de Wailun, las tropas del Trollellom se presentarían a las puertas de Sunrath.
Durante el asedio de Beretear muchos de sus habitantes habían muerto. Amigos de Dairus y eruditos respetados por el resto de los dirigentes de “La gran nación” Aquellas acciones no podían quedar sin castigo. El enemigo común y la presencia de un nuevo “mensajero” enviado por el señor de las profundidades, había unido de nuevo a sus seguidores que lo seguirían en una expedición de castigo, una misión que dejase un mensaje clarificador.
La vida de Wailun terminaría a manos de un iracundo Darus con la complicidad de sus tres generales. Con él moriría el gran imperio menetiano. Rannael, su hijo, heredaría tan solo los despojos que pudieron defender los pocos leales al imperio convirtiéndose en “El emperador sin reino”. Los tres generales renegados unirían los territorios que habían reservado como sus dominios fundando Bra'En'Kyg. El mundo, tal y como había sido conocido tras la edad de las guerras, volvería a fragmentarse dando a luz a una nueva era.
Para los occidentales, el este representaba un lugar terrorífico e inaccesible. Una única nación gobernada por un señor inmortal. Una terrorífica bestia durmiente que no convenía despertar. Pero estarían muy equivocados.
Tras el impulso inicial, la unión de los pueblos del este volvería a disolverse. Darus era inmortal, pero no dejaba de ser un hombre. Su presencia era poderosa y muchos le temían y respetaban. Lo llamaban Gomo Rúnderak “El señor de todos” pero su deseo nunca había sido el de gobernar. Aceptaría su nueva posición abrumado por la necesidad que el pueblo tenía de una figura unificadora y sufriría en aquella posición hasta su desaparición dos milenios después.
El oeste continuaría cambiando, pero la estructura básica que ha llegado hasta nuestros días es muy similar de la que se forjaría en aquellos días.

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