VI - (In)Humano

VI - (In)Humano

Por arcanus, 12 Febrero, 2023
–He de reconocer que no lo entiendo –puede creer que escucha la voz de Huatûr, pero sabe que esto no deja de ser una ilusión. Un acto reflejo. Quizás haya logrado ampliar los sentidos con los que nació, pero aún no ha sido capaz de desligarse por completo de ellos. Es su mente quien proyecta su forma y todo cuanto acostumbra a la rodearla. Quien proyecta la imagen mental que conserva de ambos. Pero ninguno de los dos tiene un cuerpo en este entorno. Porque aquí no hay palabras o movimientos. No hay sonido o imagen. En este no-lugar tales fenómenos carecen de sentido. La reunión a la que ha convocado a su interlocutor no tiene lugar entre dos entidades físicas. Por otro lado, de manera independiente al contexto en el que se encuentre, tratar de leer la intención detrás la información transmitida por Huatûr siempre ha resultado ser una tarea compleja–. No sé si alegrarme o preocuparme aún más –no es capaz de determinar si hay burla o sorpresa en el flujo de datos. Tratar de adivinarlo en su nivel de existencia nativo sería algo casi imposible. En unas coordenadas contextuales y axiomáticas como las actuales no tiene sentido intentarlo.

–Lo sé. No es sencillo. Yo tampoco termino de entenderlo –permite que la duda y la incertidumbre sean perceptibles en su respuesta–. Desearía que lo fuese –es consciente de que su interlocutor es capaz de ver la actividad eléctrica y las reacciones bioquímicas que están teniendo lugar en su cortex cerebral. Que las diferentes capas que conforman su masa conceptual están mandando información que no es capaz de retener. Aun así, trata de ser dueño de los datos que exuda todo su ser. Necesita creer y sentir que es capaz de mantener el control de la situación–. Desearía entenderlo. Créeme. Pero decir lo contrario sería mentira.

Necesita sincerarse ante Huatûr. Expresar sus dudas y temores abiertamente. Pero, una vez más, el personaje se impone sobre todo lo demás. Los viejos hábitos son difíciles de romper. Sabe que las evasivas son innecesarias. Que, a buen seguro, la suya resultará ser una actitud contraproducente para la consecución de su objetivo. Pero no es capaz de evitar que el resorte surja de forma automática. Por un lado, no es capaz de gestionar correctamente el temor y la inseguridad que le genera la situación. Por otro, no quiere mostrase como alguien débil o falible. No ante Huatûr.

En este espacio axiomático es capaz de percibir a su interlocutor como nunca antes lo había hecho. Dispone de un prisma único a través del que observarlo y analizarlo. De una oportunidad que duda que se vuelva a repetir. Puede contemplar cómo las raíces y ramificaciones de su masa conceptual se expanden a lo largo de contextos hasta las que nunca ha tenido acceso. Cómo se entrelazan con aspectos de la macroestructura ubicados más allá de lo tangible. Por primera vez tiene la posibilidad de constatar cuántas de las teorías y elucubraciones que ha ido formulando acerca de este ser son correctas. Tiene toda esta información a su alcance pero, en estos momentos, pocas cosas podrían importarle menos. Duda como nunca antes lo ha hecho. No se termina de reconocer a sí mismo. Desconoce cuándo de esto se debe a su prolongada estancia en este no-lugar, y cuánto a los sucesos recientes.

A su vez, tratar de centrar y acotar sus sentidos es algo complejo. El flujo de información sensorial que recibe no deja de verse perturbado por todo tipo de interferencias. Los impulsos llegan entrecortados. Lo hacen a través de señales tan difusas que le cuesta reconocer a Huatûr en la entidad que tiene frente a él. Los datos que obtiene de este ser no coincide con los que acostumbra a proyectar. No es capaz de detectar el hieratismo o la gelidez que siempre le han rodeado. Su perenne máscara de indiferencia parece no haberle acompañado hasta aquí. Lo que cree percibir en él es sorpresa. Una reacción que jamás habría esperado detectar con tanta claridad en él. Una que parece diáfana. Genuina. En otra ocasión, bajo cualquier otra circunstancia, no dudaría, sino que la muestra de sorpresa le habría llenado de orgullo. Este descubrimiento habría disparado su curiosidad. Habría paladeado cada segundo durante los que se hubiesen prolongado. La sensación de gozo y satisfacción le habría resultado embriagadora. Pocos son capaces de lograr tal hazaña frente “El Contemplador”. Frente a “Aquella ante cuya mirada nada escapa”. Frente a quien, probablemente, sea el ser vivo más antiguo de esta realidad. Pero, para su propia sorpresa, no se ve capaz de disfrutar de este momento.

Trata de realizar una lectura más exhaustiva de la información que transmite Huatûr, pero sus sentidos se ven saturados. Leer e interpretar todo lo que es, y tiene la capacidad de transmitir un ser como él nunca resulta una tarea sencilla. Ni su intelecto ni sus recursos técnicos han demostrado estar siempre preparados para apreciar todos los matices que expone una entidad que posee en un mismo momento y lugar todas las formas posibles. La prueba de fuego definitiva para su inventiva y capacidad de adaptación dentro de un nivel de existencia al que está habituado. Pero aquí, en este contexto, la información aumenta exponencialmente. La tarea pasa de ser inabarcable a simplemente absurda.

A pesar de esto, Iorum es capaz de detectar y discriminar algo de lo que no había sido consciente en ninguna de sus anteriores reuniones. Una sensación que se proyecta y propaga por los diferentes niveles en los que existe. Que se funde con algo aún más profundo y abrumador que la inmensidad de su ser. Un flujo de información extraña que impregna cada uno de lo estratos que es capaz de percibir. Se trata de una preocupación casi infecciosa. De algo más profundo y poderoso que la mera presencia de lo inesperado.

Puede ver en su interior un dolor tan viejo como el tiempo. Más desgarrador que nada que haya conocido. Se encuentra contenido en el segundo plano de su núcleo esencial, pero ahora es capaz de percibirlo por encima de todo lo demás. Se impone sobre la extrañeza que deja entrever. Por encima de la incredulidad que se muestran los rostros con los que se ha presentado ante él. Se plasma con claridad en cada frecuencia y armónico. En la fluctuación de las partes que componen su anatomía. En cada elemento a través del que existe en este y otros lugares. Sus olas se propagan hasta convertirse en una tempestad que lo anega todo.

En otra ocasión, bajo cualquier otra circunstancia, trataría de adivinar qué es lo que oculta. Dejaría volar su imaginación en busca de un vector de aproximación con el que saciar su curiosidad. Aprovecharía la ocasión que esto le brinda buscar respuesta a todas aquellas preguntas que le han intrigado durante tanto tiempo. Pero no es “otra ocasión”. Si hay algo de lo que no dispone en estos momentos es de tiempo.

El momento se acerca. Debería estar exultante. Debería estar ansioso. Hoy no se ve capaz de sentir nada que no sea inquietud. Una sensación de pérdida de control que lo consume todo. Su mente se encuentra demasiado ocupada como para que en ella quede un resquicio para quien siempre ha deseado ser. No hay espacio para el orgullo o la curiosidad. A lo largo de los últimos días su vida se ha complicado más allá de cualquiera de sus estimaciones más pesimistas. Su ya de por sí atípica existencia se ha vuelto aún más extraña. Su frágil ilusión de control se ha desvanecido. “El plan” se ha visto comprometido. El objetivo para el que lleva trabajando desde hace milenios se encuentra al alcance de su mano e inaccesible al mismo tiempo. Se ha visto comprometido por culpa de sus propias decisiones e inacción. Por un riesgo que tendría que haber eliminado hace tiempo. Por una carga que nunca estimó que fuese a lastrarle como lo hace en estos momentos.

Frente a ellos, aunque a miles de realidades de distancia, pueden ver los cuerpos de Lexa y Sersby. Permanecen inertes allí donde los ha dejado. Confinados en cámaras de aislamiento que impiden que cualquier, partícula, forma de onda o radiación conocida entre en contacto con ellos. Sometidos a pruebas constantes que solo sirven para confirmar que su deterioro puede haberse ralentizado, pero no se ha detenido.

Trata de retener una parte de los pensamiento que pugnan por su atención. Lucha por impedir que escalen hasta el primer plano de sus procesos. No desea que Huatûr perciba esta lucha interna, pero sabe que está fracasando. Quizás no lo haya explicitado, pero todo su ser transmite un mensaje inequívoco. Sabe que existe un vínculo que ellos. Uno que nunca ha querido aceptar. Finalmente Inari lo ha logrado. Se ha visto forzado a intervenir. A formar parte del transcurso de sus vidas. A preguntarse por los lazos que los unen. A concretar las preguntas que ha estado evitando durante tanto tiempo. Desde el momento en el que estas criaturas fueron creadas. Todo en su interlocutor demuestra que ya ha emitido un veredicto. Contempla a esas criaturas como una extensión del propio Arcanus. Son su responsabilidad. No ha necesitado palabras para dejar clara su posición. La información ha sido transmitida y está convencido de que no lo ha hecho a la ligera. Claramente está buscando una respuesta emocional. Una que, a buen seguro, ha encontrado.

Durante mucho tiempo ha luchado contra ello, pero le importan. Este es un hecho del que no cabe duda alguna. Seguir sus pasos los ha convertido en una parte de su vida que no es capaz de ubicar. Porque el foco de u interés ha ido cambiando de manera paulatina. Se ha ido alejando de la precaución y temor iniciales. La molestia ha mutado hasta convertirse en fascinación. El experimento que le hizo romper sus lazos con Rogani e Inari ha terminado por afectarle de otra manera. A lo largo de sus vidas han podido ser muchas cosas, pero nunca algo irrelevante.

Y ahora sus esencias se disgregan. Su final está cerca. Lo sabe de la misma manera en la que supo de su existencia en el momento en el que fueron expuestos a esta realidad. Lo sabe porque en su interior albergan una parte de su propio núcleo esencial. De aquello que se hizo a sí mismo y le hace ser quien es. Existe entre ellos un canal de comunicación que nunca ha sido capaz de descifrar. Un vínculo cuyo estudio siempre ha postergado. Y quizás ya sea tarde parea hacerlo. Quizás sea tarde para demasiadas cosas. No sabe en qué medida le puede afectar su disolución. Qué tipo de implicaciones podría llegar a tener sobre él. Quizás averigüe esto mucho antes de lo deseado.

Estos pensamientos circulan a tal velocidad por su mente que no es capaz de controlarlos. No le cabe duda de que Huatûr estará tomando buena nota de todo lo que está transmitiendo sin pretenderlo. El error ha sido cometido y ya es irreparable. Ha intervenido. Se ha involucrado.

–Nunca antes te había visto así, amigo mío –la intervención de Huatûr le devuelven hasta el ahora. Desea leer en este mensaje mucho más de lo que realmente encuentra. No quiere compasión ni piedad. No de “aquella ante cuya mirada nada escapa”. Pero lo único que es capaz de detectar es la constatación de lo obvio. Está preocupado, y su reacción le ha dado razones más que suficientes para estarlo. Ciertamente, no recuerda haberse sentido nunca de esta manera, y esto solo representa una ínfima parte del problema de fondo.

–Disculpa –tiene que comenzar de nuevo. Necesita reformular su estrategia para que contemple los cambios en su estado de ánimo. No tiene la más mínima idea de lo que puede estar viendo Huatûr. Hasta qué niveles son capaces de llegar sus sentidos. Si es es capaz de percibir los distintos niveles de incertidumbre en los que se encuentra sumido–. Supongo que el espectáculo no está siendo agradable –pretende introducir en su comentario un sutil toque de levedad, pero sabe que no ha sido capaz de evitar el deje de amargura que amenaza con consumirle.

Lo único que recibe como respuesta es estática. Silencio a todos los niveles que es capaz de percibir. Una máscara estoica e inescrutable que se expande allí hasta donde alcanzan sus sentidos. No necesita esperar para saber que no va a recibir nada. Para saber que ha fracasado en su intento por cambiar de tema.

–De acuerdo, hablemos –el transcurrir del tiempo dentro de esta ubicación axiomática lo complica todo. La presencia de otra entidad lo hace todo aún más confuso. No importa cuánto permanezca aquí, aún no se ha acostumbrado a su manera de fluir cuando se encuentra en soledad–. Suelta tu sermón, pero sabes que eso no cambiará nada –no sabe cuánto tiempo transcurre entre una unidad de información y la siguiente. No sabe si “cuánto tiempo” es una expresión que tenga sentido aquí. Tampoco sabe si pensar en conceptos como “aquí” tiene sentido. Desearía ser capaz de controlar el canal y el sentido de la información. Ser capaz de imprimir a su mensaje la misma indiferencia que muestra su interlocutor. Pero lo único que tiene son dudas

–Me preocupas, Iorum –toda su masa conceptual muta. Ya no se encuentra ante un ser indiferente o un padre enfadado, sino frente a una presencia protectora. Su mera presencia le alumbra como una luz cuya verdad le ciega–. No te reconozco –le mira con tal dureza y ternura que hace que todo su cuerpo se estremezca de rabia y deseos de complacerle. El eco de sus propios pensamientos que arrastra este mensaje solo sirve para que estos se intensifiquen–. Siempre has sido temerario, pero nunca un inconsciente

–Por supuesto –su mente reacciona con un acto reflejo. Trata de lograr que su cuerpo tome aire antes de contestar. Un impulso ante el que no hay reacción posible–. ¿Cómo no? –necesita construir sobre la rabia lo que no es capaz de hallar desde su parte racional– Solo soy otro ser inferior. Alguien incapaz de comprender los riesgos a los que se expone ante los ojos del gran Huatûr –lo pueril de su respuesta le resulta ofensivo incluso a él.

–Lo único que demuestra tu reacción es que estoy en lo cierto, Iorum. Lo sabes. Debes re-evaluar tus prioridades.

–Mis prioridades son claras. Lo han estado desde antes de conocerte. Estos seres nunca han formado parte de mis proyectos. No voy a permitir que interfieran.

–Estos seres ahora dependen de ti. Han sido tus acciones las que han impedido que mueran. Son tus máquinas las que los mantienen con vida. ¿Por qué lo has hecho si ahora pretendes abandonarles a su suerte?

–No tengo tiempo para ellos –no quería que la conversación llegase tan pronto hasta este punto. Sabe que no va a ser capaz de encontrar argumentos racionales para defender sus acciones. Lo único que tiene son reacciones viscerales que tiran en direcciones opuestas–. De acuerdo a las proyecciones más optimistas, la siguiente ventana de oportunidad no se presentará hasta dentro de ciento cincuenta millones de años. No estoy dispuesto a esperar tanto.

–Eso no responde a mi pregunta.

–La respuesta es pobre, lo sé. También sabía que no te iba a gustar. Yo tampoco estoy muy orgulloso de ella, pero es la única que tengo.

–Solo es tiempo –parece arrepentirse en el mismo momento en el que deja fluir la información. No hay ningún atisbo de sarcasmo en la transmisión… pero sí de algo más. De una emoción que no es capaz de identificar con claridad. Que desborda el espectro de todo lo que conoce. Un momento de duda. Una tristeza infinita que no se desvanece cuando el resto de la información desaparece del canal–. Tendrás otra oportunidad –tras este breve impás, el flujo vuelve a verse teñido de esa misma sensación. No es melancolía, no es lamento, pero sí un dolor que parece volver más pesado el contexto en el que se transmite. Percibe con claridad el color y la modulación que acompañan a los datos. La vasta amplitud que abarcan estas señales. Cómo la fuerza gravitatoria las trata de manera diferente al resto. Cómo son generadas longitudes de onda y armónicos que le resultan desconocidos. Cómo, por primera vez desde que se conocen, Huatûr, parece perder el control.

–El tiempo lo es todo –una vez más, duda antes de continuar pero, esta vez, el foco de su incertidumbre cambia. Aflora su curiosidad. Un rasgo en el que sí que se reconoce. Que refuerza la imagen que tiene de sí mismo. Se ve tentado a ser él quien haga las preguntas. A despejar las incógnitas que genera todo aquello acerca de lo que su interlocutor no quiere hablar–. Si eso es todo lo que vas a aportar a la conversación, supongo que no tenemos más que hablar –pero se refrena. Trata de utilizar este momento de debilidad contra él. Lo apuesta todo a una carta–. Quizás para alguien nacido hace eones ciento cincuenta millones de años transcurran en un instante, pero yo no nací así. Para mí el tiempo no deja de ser una cuenta atrás hacia la incertidumbre

–¿Y realmente crees que esto te permitirá poner fin a la incertidumbre?
–Lo dudo. Una vez que encuentre la respuesta a esta pregunta centraré mi atención en otra. Quizás en ellos. La vida no deja de ser eso. Una sucesión infinita de preguntas. Solo la muerte pone fin a la incertidumbre.
–En ese caso, ¿qué determina la prioridad de cada pregunta? ¿Cuál es el criterio que utilizas a la hora de situar unas respuestas por encima de las otras?
–Sabes que esta elección no me resulta sencilla. Sé que eres capaz de percibir todas las contradicciones con las que tengo que lidiar. Por favor, no hagas esto más complicada de lo que ya lo está siendo. Te he llamado porque necesito tu ayuda, no tus sermones.
–Estoy tratando de ayudarte. Quizás esta no sea la ayuda que deseabas, pero es la única que soy capaz de ofrecerte.
–Muy bonito –la respuesta le pilla por sorpresa y, una vez más, le hace dudar. No se había preparado para tener que lidiar con la misma respuesta que le acaba de dar hace un momento–. He de reconocer que no esperaba de ti un comportamiento tan… humano.
–Parece que que ninguno de los dos estaba preparado para esta conversación.
–Y, sin embargo, aquí estamos. Ambos debemos tomar decisiones que no deseamos tomar. Sabes lo que voy a hacer y las implicaciones que tiene. Sabes los riesgos que voy a correr. Sabes lo que les…
–Sé muchas cosas, y creo que te equivocas.
–Es posible. No sería la primera vez. Pero tampoco sería la primera vez en la que te demuestro que no siempre tienes razón.

Una vez más se el canal y el contexto se ven invadidos por la estática. Por todo lo que no son ellos y su interacción. Este vacío que dejan es llenado por una quietud que se extiende más allá del espectro audible o el visible. Una ausencia que es capaz de saturar y anular el resto de sus sentidos mientras Huatûr le contempla como solo ella puede. Lo sabe. Analiza la situación y sus reacciones. Nunca ha sido alguien dado a malgastar el flujo de información cuando sabe que no va a conseguir nada con ellas.

–¿Y, bien? –el escrutinio se le hace eterno– ¿Cuál será tu papel esta vez? –falla en su propósito de aguardar el veredicto en silencio.
–No trataré de impedir que cometas una estupidez.
–No es la razón para la que te he llamado.
–Lo sé.
–En ese caso, ¿cuidarás de ellos?
–Regreses o no, durante tu ausencia trataré de buscar información acerca de lo que les afecta. Evitaré en la medida que me sea posible que se vean expuestos a otros elementos anómalos. No puedo ofrecer otra cosa.
–No te pido más.

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Se encuentra tan cerca que le cuesta aceptarlo. Este es el momento para el que se ha estado preparando desde que es capaz de formular pensamientos racionales. Desde antes de abandonar sus vínculos con la humanidad. La obsesión que le ha acompañado a lo largo de su extensa vida. Pronto desentrañar los misterios del mismo tiempo. Llegará hasta el núcleo de la que ha sido la fuerza motriz de su existencia. Sin embargo, su mente está dividida. Su atención está correctamente enfocada. En estos instantes, tan cerca del final, algo así no deberían tener cabida. Hay en juego mucho más que el mero saber.

Está atrapado. La comunicación entre este espacio axiomático que habita y Daegon no volverá a ser posible hasta dentro de tres mil quinientos doce días. Cuando llegue ese momento, el punto de acceso se habrá movido. Ya no se encontrará situado en las cercanías de Tayshak, sino que será necesario viajar hasta las inmediaciones del sol de la galaxia de Polythea para poder acceder hasta él. Huatûr tiene las coordenadas y los datos temporales. Para él habrán transcurrido poco más de quince días, para Lexa y Serby apenas habrán sido unos segundos. Para Iorum todo será distinto. Él tiene que quedarse aquí. Este es el único lugar desde el que podrá acceder hasta el punto en el que se darán las condiciones que permitirán que se inicie su viaje. Hasta una ventana de oportunidad que sabe que no volverá a repetirse. Los ejes de intersección de su observatorio con todo lo que le rodea han sido diseñador con ese único fin. Para ese momento y lugar. Debería estar exultante. Radiante. Emocionado como nunca lo ha estado en su vida. Pero sus pensamientos se han trasladado hasta otro lugar. Cada vez que su mente no está centrada en el proyecto, la contradicción y la duda lo invaden todo. La emoción desborda el reducto en el que se encuentra contenida. La pulsión visceral contra la que lleva milenios combatiendo logra imponerse sobre la lógica. Sobre el plan.

La confluencia de factores que le permitirá alcanzar su destino está demasiado cerca como para desviarse. Tiene que estar aquí cuando la gravedad, el espectro visible, lo táctil y el tiempo sean descompuestos en sus elementos básicos. Cuando se vuelvan fluidos. Tiene que llegar hasta donde sus cualidades metafísicas muten para transformase en axiomas con los que pueda interactuar de forma física. Tiene que estar cuando y donde pueda interactuar con ellos a través de su propia masa axiomática. A través de la entidad en la que se ha ido transformando.

Comprueba los datos una vez más para constatar lo que ya sabe. Nada ha cambiado, con todo lo bueno y malo que esto implica. No hay tiempo. No lo hay para reflexionar. No lo hay para dedicar su atención a otros asuntos. No lo hay para analizar la sensación de decepción que lo inunda todo. Trata de ajustar los impulsos eléctricos de su mente. De controlar su masa axiomática disgregada a lo largo de cientos de realidades. De ignorar las respuestas reflejas de los miembros fantasma de un cuerpo físico que carece de sentido aquí. De corregir todo aquello que considera una distracción. Todo lo que pueda suponer una desviación no prevista en el curso de acción establecido. Pero su mente se encuentra dividida.

Piensa en su pasado. En Rogani e Inari. En todas las implicaciones de cada uno de los errores de cálculo y juicio en los que incurrió mientras duró su relación con ellos. Pero, sobre todo, piensa en sus creaciones. En Lexa y Sercby. En la repulsa y fascinación que siempre ha sentido por ellos. En las preguntas que siempre han despertado en él. En todas las incógnitas que quedan por resolver. En la multitud de variables por desvelar. En la necesidad por saber más acerca de ellos. Más acerca de sí mismo y aquello en lo que se ha convertido. En todos esos misterios con las que podría haber llegado a disfrutar en otro momento. En todos los riesgos innecesarios que ha asumido a lo largo de su vida. En cómo la suma de todos estos factores ha terminado desencadenando esta situación.

Porque ahora es ya demasiado tarde. No tiene tiempo. El momento para encontrar la respuesta a todas estas preguntas ha quedado atrás, y esto le destroza por dentro. La soberbia continúa uniéndole a una humanidad de la que siempre ha tratado de alejarse. Los errores del pasado han vuelto para poner en peligro todo por lo que ha trabajado durante milenios.

Modifica la química corporal de las partes de su masa que permanecen en un contexto físico. Necesita mitigar en lo posible todos los impulsos ajenos a sus procesos mentales. Puede permitirse el lujo de ralentizar ciertas funciones de su cuerpo lejano. Aún queda mucho hasta que vuelva a necesitarlas. Las partículas que flotan a su alrededor no son capaces de entrar en contacto con nada tan complejo. Los elementos que dan coherencia y cohesión al contexto a través del que viaja su observatorio nada tienen que ver con lo tangible o lo concreto. Camina a través de una sustancia que tira de él en distintas direcciones al mismo tiempo. Por elementos que ni siquiera son capaces de interactuar con su química cerebral o sus impulsos neuronales. Nada humano puede existir en este ambiente y, sin embargo, él está “aquí”. La materia axiomática de cualquier otro se desintegraría en cuestión minutos, pero ha logrado moldear la suya de manera que logre imponerse sobre estas adversidades. El simple hecho de recordar este dato provoca que su estado de ánimo mejore, pero sabe que no ha de confiarse. Sigue siendo un ente extraño dentro de este lugar. Un agente desestabilizador. Las partes de su ser que habitan dentro de estas coordenadas metafísicas son al mismo tiempo más densas y más livianas. Lo conceptual adquiere peso y consistencia. No puede fiarse de sus sentidos, ya que estos únicamente le permiten percibir longitudes de onda imposibles que se mueven y fusionan. Haces de partículas que mutan y distorsionan todo aquello con lo que entran en contacto. Cargas de estática que crean pequeñas grietas. No se encuentra en un mundo de tres dimensiones, sino en uno en el que, hasta el momento, ha sido capaz de identificar cuatrocientas veintiuna diferentes. Un número ínfimo dentro de la infinita variedad que se encuentra a su disposición. Capas de conceptos que se solapan y funden con aquellos pertenecientes a la realidad en la que nació. Que los modifican, repelen hacen confluir en nuevos axiomas. Que logran crear nexos y nodos en los que el tiempo deja de ser una línea continua. Que lo pliegan hasta que este se quiebra y se desborda. Que evitan que fluya en un único sentido. Se encuentra rodeado por abstracciones a las que la humanidad aún no ha sido capaz de dar nombre. Desde aquí tiene al alcance de la mano los elementos que otorgan coherencia al “todo”. Desde la seguridad del observatorio es capaz de contemplar los movimientos de la mecánica cósmica. El fluir de los conceptos que conforman billones de realidades. La forma más pura del sentido de la maravilla.

Pero nada de esto le importa o emociona desde hace ya mucho tiempo. Sus sentidos están enfocados en una única dirección. En la trayectoria que siguen los estratos metafísicos que se deslizan alrededor de su punto de referencia. No ha de moverse del constructo estático en el que se encuentra. Únicamente ha de esperar. Permanecer aquí hasta las trayectorias que han anticipado sus cálculos confluyan. Ha de confiar en que los patrones que lleva siglos contemplando no se ven alterados por nuevas fuerzas. En que las corrientes sobre las que se mueve el universo lleven hasta estas coordenadas y este instante al lugar que le dará las respuestas que tanto ansía.

En este lugar que no “es” los momentos se congelan y expanden. Lo que ha sido está por llegar, lo que sucederá es historia. El “aquí” y el “ahora”, el tiempo y el espacio, lo tangible y lo etereo son conceptos fluidos. Mutables. No puede fiarse únicamente de sus sentidos. No importa cuánto los evolucione o modifique. Ni ellos ni su mente son capaces de procesar correctamente todo lo que tienen ante ellos. Necesita comprobar y contrastar datos constantemente. No importa que todas las simulaciones que ha llevado a cabo a lo largo de los siglos hayan dado resultados similares. Todo cambia en este contexto. Todo con una única excepción a la que se aferran todas sus teorías. Existe un parámetro que las mareas del azar no han afectado desde que comenzó a contemplarlo. Un parámetro que únicamente permanece inalterado cuando se analiza desde estas coordenadas. La comunicación entre este gettâ y la confluencia será viable en ocho días relativos. Una cantidad de tiempo que muta con cada uno de sus gestos. Con el fluir de los impulsos eléctricos que recorren su sistema nervioso. El momento existe o existirá, pero puede dejarle atrás. El tiempo no se agota porque no existe, pero necesita construirlo. No hay alternativa posible. No existe otra opción. No hay marcha atrás. No hay espacio para la duda, pero esta no le abandona en ningún momento.

Piensa en el consejo de Huatûr y trata de hacer memoria de todos los errores que ha cometido hasta el momento. Se pregunta si será lo suficientemente afortunado como para cometer alguno más una vez que este viaje llegue a su final. No sabe cuántos errores pueden perturbar el sueño de “Aquella ante cuya mirada nada escapa”, pero es dolorosamente consciente de los suyos. Demasiados. Una larga lista que nunca deja de crecer. De cualquier manera, salir o no con vida de su experimento es algo que le resulta algo del todo irrelevante. Las respuestas que pueda obtener de él son más importantes para él que cualquier cosa que le pueda suceder. El fracaso siempre ha sido una posibilidad que entraba en sus planes. Un riesgo aceptado.

Huatûr le ha dicho que nunca le había visto así, y esto es cierto. Nunca ha sido así. Su cuerpo y su mente le están traicionando. Debe ser capaz de localizar y extirpar el origen de la duda. Matar a aquello que ha despertado y fomentado la inseguridad. Volver a ser él mismo.

Sin importar cuánto tiempo haya pasado aquí, no termina de adaptarse a este lugar. A la manera en la que le comunica con quien fue, es y será. A los ajustes que se ha visto obligado a realizar sobre su propio ser para poder existir dentro de este contexto. A los enlaces que ha establecido con los axiomas que le rodean. A su cercanía con el núcleo de todo. A las alteraciones que ha llevado a cabo sobre las conexiones que componen su organismo. Sobre su misma estructura subatómica. Sobre ese cúmulo de impulsos que estimulan sus centros nerviosos. Sobre la arquitectura de su propia mente. Sobre los tiempos de reacción de sus neurotransmisores.
A todos los efectos, ya no es el mismo ser que ha habitado en Daegon. Cada contexto tiene sus propias reglas, lo sabe, y se ha confiado. Ha subestimado la manera en la que le ha cambiado este lugar. Ha centrado tanto su atención en lo que le rodea que se ha olvidado de lo más básico. Un error de cálculo que no se volverá a repetir. Uno que se dispone a corregir. El problema está en sí mismo. En su interior. En la compleja secuencia de reacciones que genera la totalidad de su ser. Esa es la fuente de su conflicto. Algo sobre lo que puede trabajar.

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Todo transcurre de acuerdo a lo esperado. El final de la espera se acerca. El vector de aproximación del observatorio es el correcto. La rotación cronal de su plataforma se mueve en sincronía con la de su destino. Las masas axiomáticas continúan dentro de los parámetros vaticinados por las simulaciones. Sus trayectorias se ubican dentro de los márgenes previstos.
Aun así, todo esto convive con un cierto “ruido”. Con cúmulos metafísicos que generan interferencias que son capaces de perturbar el resultado de los análisis previos. Pequeñas anomalías que van a entorpecer su acceso. Pero nada de esto parece suponer un impedimento. La cadena de eventos se está desarrollando dentro un rango aceptable.

A pesar de todas las alteraciones que ha llevado a cabo sobre su estructura, se reconoce nervioso. Quizás en su mente ya no haya duda, pero la anticipación por parte de los estractos de su ser que van a verse sometidos a altas tensiones se deja sentir con claridad. El eco sintomático de lo que que han padecido durante las pruebas previas. No ha podido detectar, probar o eliminar todos los posibles efectos secundarios a largo plazo, pero estos han variado en cada simulación. Pero no queda tiempo para más pruebas. Tendrá que confiar en las hipótesis. Sabe que ha hecho bien su trabajo, lo sabe. Ha hecho todo cuanto está en su mano, pero aún es pronto para felicitarse. Trata de contener la euforia, pero no puede evitar una cierta excitación y condescendencia consigo mismo. Toma nota. Corregirá esto más adelante.

Todo su ser continúa disgregado a lo largo de todos los contextos sobre los que se solapa. Sus partes orgánicas y concretas se encuentran monitorizadas en una cámara de contención similar a las de Lexa y Serby, aunque en un nivel de realidad diferente. Allí donde puedan convivir y mantener su comunicación con los distintos reinos axiomáticos por los que se va a mover. Las copias de su ser previas a este momento también han sido repartidas y almacenadas en lugares seguros. Repasa mentalmente todos estos detalles mientras el punto que tanto lleva esperando alcanza al observatorio. Su destino ha llega hasta él. Ha llegado hasta la última posición en la que su existencia es viable. Se deja arrastrar por este punto el horizonte de sucesos para establecer contacto con la ventana de oportunidad. Comienza a moverse en sincronía con ellos. La distancia que le separa del objetivo no puede ser medida en base a conceptos como el espacio o el tiempo. Solo tiene que dar un paso metafórico. Exponerse a fuerzas que supondrán su desaparición como ser complejo. Destruir este contenedor para ser reconstruido bajo una nueva forma. Confiar en que su autoimagen es lo suficientemente sólida y fluida como para superar la experiencia.

Avanza y se sumerge en el sustrato primordial de cada concepto, ser o elemento. Es capaz de contemplar e interactuar con los paradigmas que definen lo tangible y lo abstracto. Con el más ínfimo y el más elevado de los componentes de la realidad. Se sitúa en un nivel más bajo que la más ínfima de las partículas conocidas. A una escala mayor que cualquier universo conocido o concebido por la humanidad. A través de una serie de conceptos que, hasta este no-momento, únicamente había experimentado de manera teórica.

Se mueve en todas direcciones al mismo tiempo. Cada una de las partes de su masa conceptual se desplaza. Se relacionan, expanden y contraen de forma síncrona dentro del contexto que las reciben. En las cuatrocientas veintiuna dimensiones que es capaz de percibir, y más allá de ellas.
El movimiento no es sencillo. Lo que experimenta es algo nuevo tanto para sus sentidos nativos como para los adquiridos. Una gran parte de la información que recibe no puede ser procesada. Nada aquí se rige por las mismas leyes de su hogar, o por las que imperan dentro de cualquier otros de los territorios axiomáticos que ha visitado con anterioridad. El no-lugar en el que se encuentra no existe para ser contemplado o experimentado. En él no hay luz u oscuridad. No hay sonido o silencio. No hay consecuencia sino causa. Todo aquello que da sentido a esos conceptos. Los colores que ve no están ahí, las partículas que cree percibir no lo son. Todo cuanto percibe y experimenta son meras aproximaciones. Invenciones que realiza su cerebro a la hora de interpretar y tratar de atribuir algún tipo de sentido a los impulsos sensoriales que recibe. Su viaje tiene lugar entre instantes. Allí donde nace y se desborda el tiempo. Se adentra en un universo más denso, más compacto, pero su camino le lleva a recorrer los nexos y uniones que mantienen el “todo” como algo coherente. Una coherencia de la que ha escapado.

Nuevamente titubea, pero esto nada tiene que ver con lo que deja atrás. Duda como consecuencia de la abrumadora cantidad de información que está recibiendo. Sabe que nada de esto es cierto. Que lo que ve no está ahí, pero su mente no puede evitar crear falsas equivalencias. Sensaciones ficticias. Tiene la impresión de ser minúsculo. De poder recorrer un quark como si se tratase de una sistema planetario. De poder contener galaxias entre sus manos.

Una vez dentro no es capaz de identificar su destino. Lo único que sabe que es real es el peligro. El miedo que lucha por paralizarle. Fuerza a la imagen mental de su cuerpo a dar un nuevo paso metafórico. Uno que le hace avanzar y retroceder. Que le eleva y le hace descender. Que provoca que se aleje y acerque de sí mismo.

–Sabías que esto no iba a ser sencillo –trata de hablar para sí mismo. De recordarse quién es. Cuál es su propósito, pero sus pensamientos suenan lejanos. Casi extraños. Son pronunciados en lenguas que no era consciente de poder hablar. Por alguien ajeno a quien es “ahora”. Alguien a quien apenas reconoce o recuerda.

Trata de imponerse sobre el entorno. De recomponerse. De no dejarse llevar. Lucha por no olvidar quién es o su misión. Dedica todas su concentración a mantenerse como un ser complejo. A oponerse a las fuerzas que tiran de él en direcciones opuestas. A prevalecer sobre aquello que le rodea. A obviar el dolor.

Logra dar un tercer paso. Su masa conceptual continúa cambiando. Adaptándose a los impulsos que recibe. Desgarrándose con cada fracaso. Dejándose llevar por aquellas corrientes contra las que sabe que no puede luchar. Su ser se fragmenta aún más. Se diluye. Los preceptos que le definen dejan de ser válidos. Aquí no puede ser él / ella. Humano o inhumano. Biológico o inorgánico. Esos conceptos carecen de sentido. Son demasiado complejos. Consecuencias de la fusión de la infinidad de contextos entre los que se mueve.
Lo que queda de él continúa avanzando y fragmentándose. Escudando a los componentes críticos. La meta está cerca. Ese fenómeno que lleva siglos observando se encuentra a su alcance. Eso es lo único que importa. La obsesión, la soberbia y la rabia se impone sobre el dolor y la duda. Su consciencia solo es un tenue hilo, pero esto no hace que su trayectoria se vea alterada.

Triunfa. Logra finalizar la primera etapa de su viaje. Alcanza la fisura que recorre tanto lo concreto como lo abstracto. La frontera dentro de la cual puede mantener su integridad. Su disgregación se detiene, pero la victoria conlleva un precio muy elevado.
Quien llega hasta ese lugar no es él, solo un leve resto de lo que fue al iniciar este viaje. Un recuerdo. Un instinto primario programado para alcanzar una meta. Un ser incapaz de continuar el viaje. Necesita recomponerse una vez más. Recuperar los fragmentos de su ser que le han abandonado durante el camino. Nada fuera de lo previsto. El resultado de esta travesía era predecible. Por otro lado, el esfuerzo y los recursos necesarios para paliar sus efectos, no. Se ve obligado a perder un tiempo del que no dispone.

Lentamente, los distintos componentes de su parte no abstracta se reorganizan. Esta es la parte más dolorosa, pero también la más sencilla. El cuerpo que ha diseñado ha sido algo simple, funcional y eficiente. Las terminaciones nerviosas son algo superfluo en este nivel de existencia, solo necesita algo sujeto a las fuerzas gravitatorias del lugar. La procedencia de cada uno de sus componentes fue localizado hace tiempo. Ha revisado, etiquetado y enlazado cada uno de ellos a aspectos concretos de su núcleo conceptual. A la entidad que considera su ser. La que ha permanecido inalterada durante más tiempo. El armazón conceptual que resulte de todo esto será algo temporal, pero tiene que asegurar su compatibilidad con quien es, al tiempo que no debe impedir que vuelva a serlo. Esta primera fase es un proceso automático. No necesita de ningún tipo de esfuerzo consciente. El problema llega tras la finalización de este paso inicial. Cuando llega el momento en el que comienza a formase la consciencia de este nuevo ser. El instante en el que se establecen las pautas mentales que le definirán. La carcasa ya está lista, todas las conexiones establecidas. El dolor ya no es un ruido sordo procedente de un cuerpo no presente. Deja de ser un eco desdibujado del pasado sino algo que es capaz de reconocer y padecer conscientemente. Que se almacena y se recuerda. Un requerimiento si quiere ser capaz de elegir. De volver a construir una personalidad y un bagaje concretos. Unos recuerdos y un propósito. Para ello es necesario un orden específico. Una secuencia no arbitraria de eventos. Una labor en la que no puede delegar a ninguna entidad externa a él mismo. El número de condicionadas enorme y la apuesta demasiado elevada.
Cada porción infinitesimal de su ser se ha de ser sometida a un escrutinio especialmente detallado. Ni las rutas que han seguido ni el desgaste que ha podido sufrir durante el tránsito podían ser calculadas. Los caminos de regreso hasta su ser son infinitos. No tienen nada que ver con el que siguieron para abandonarle, esa era una vía de un único sentido. Han viajado a la deriva buscando las sendas que les supusiesen un menor esfuerzo. Trayectorias que, en ocasiones, les pueden haber llevado hasta fuerzas antagónicas para ellas.
Cada espera, cada ruta alternativa y cada reintento ha supuesto permanecer en un estado de semiconsciencia. Congelado sin saber a ciencia cierta cuándo terminaría el proceso. Agonizando en una situación de indefensión de la que no sabía si sería capaz de salir.

Cada parte de su cuerpo funciona y envejece a una velocidad diferente mientras se realizan los ajustes. La fluctuación en el transcurrir relativo del tiempo no es una constante. No es algo que haya podido simular de forma exhaustiva. Esta fuerza no afecta de la misma manera a cada reino axiomático o a cada uno de sus segmentos. Por añadidura, la tensión a la que se ve sometido su armazón excede enormemente cualquier escala prevista. Las conexiones nerviosas podían ser cortadas y reemplazadas. Eran componentes irrelevantes y fácilmente reemplazables, pero no se atreve a seguir esta misma estrategia en el terreno de los mental. Un fallo ahí puede resultar fatídico. Cada elemento fuera de secuencia debe ser validado, corregido y alineado. Debe esperar al que le precede en el orden temporal y jerárquico.

El esfuerzo resulta extenuante. La prueba y el error generan una infinidad de mutilaciones microscópicas. Dentro del estado de crisálida en el que permanece muere y resucita millones de veces. Se transforma en una miríada de individuos que nunca fue. En seres que escapan a toda descripción. Trata de percibir y comprender lo que le rodea desde lugares en los que ninguna de estas dos cosas es posible. Adopta formas y estados en los que la mente es un concepto desconocido. Pierde la cordura de todas las maneras posibles. De formas en las que no se puede recuperar por completo. Recibe heridas cuyas marcas y secuelas permanecerán indelebles en su interior. Cicatrices cuyos vestigios jamás podrán ser extirpados de su ser. Nuevos recuerdos que le acompañarán para siempre. Un “para siempre” que puede ser tremendamente breve si comete cualquier error.

Sus sentidos y consciencia se van reparando, ajustando y consolidando mientras las últimas piezas completan el puzle. A pesar de la agonía que le generan todas estas experiencias, nada de esto se encuentra en el primer plano de su mente. Los primeros impulsos en despertar son los de la impaciencia y la frustración, pero tampoco deja que estos le dominen. No tiene tiempo para recriminaciones. Ya analizará sus errores si logra sobrevivir.

Finalmente la reconstrucción llega hasta su conclusión y es capaz de percibir lo que se encuentra a su alrededor. A pesar de que no se parece a nada que haya contemplado con anterioridad, todo le resulta vagamente familiar. Sus nuevos sentidos parecen ser capaces de apreciar, comprender y reconocer el lugar en el que se encuentra. Aun así, sabe que debe ser precavido. El entrenamiento al que ha sido sometida su mente puede haber dado sus frutos, pero lo que creen percibir sus órganos sensores no deja de ser otra ilusión. “Real” no es una palabra que tenga sentido aquí. Nada de lo que se encentra ante él es es más o menos fiable que cualquier otra cosa que se haya encontrado hasta el momento. A todos los efectos, no es más “válido” que las simulaciones con las que ha calibrado sus receptores. Solo está “ahí” porque él es capaz de contemplarlo. Aun así, puede ser su creador, pero no su amo.

A través de las fisuras que surcan la grieta no está contemplando otros lugares o momentos. Su mente rellena los huecos. Sus sesgos cognitivos dan forma a lo que desea ver. Su posición no se encuentra ubicada de acuerdo a criterios físicos, sino que está aquí porque este es el lugar hasta el que esperaba llegar. Solo existe porque así lo han determinado sus análisis. Esta es una realidad parcialmente fluida. Permeable. Susceptible. En apariencia es maleable, se adapta a sus su impulsos, pero esto no deja de ser otra mentira más. Debe ser capaz de ver más allá de sus deseo. De no dejarse llevar. De no perderse en quimeras. No hay grietas o fisuras surcando las paredes de esta trinchera infinita. Nada que comunique con otros niveles de realidad. Ese no es el camino que debe recorrer.

Pone a prueba su nuevo cuerpo, el armazón que contiene su mente y alimenta sus sentidos. Este responde torpemente, pero no se trata de un problema “orgánico”. Le cuesta pensar en términos que no sean físicos. Moverse no implica caminar. El dar un paso conlleva la existencia de unas piernas. Requeriría de una superficie de algún tipo sobre lo que apoyar sus pies. De direcciones situadas en un espacio tridimensional a través de las que avanzar. Conceptos que no aplican dentro de este espacio axiomático. Avanzar en este contexto no implica movimiento, sino ser capaz de comprender su entorno. Alterar su posición de forma controlada dejándose llevar por el oleaje entrópico. Es su contexto el que cambia. Se precipita mientras él se mantiene estático. Gira y se transforma. Sus paredes se vuelven cristales fractales. Superficies irregulares que no solo reflejan lo que está frente a ellas. Es capaz de contemplar infinitas posibilidades. Su interior se ve expuesto. Lo que desea y lo que necesita. Lo que quiere y lo que teme. No puede huir de los seres en quienes no desea convertirse. Lo tiene frente a él. Los tiene a todos ellos.

Una sensación que solo puede asociar con el vértigo le invade mientras su entorno se vuelve más irregular y su velocidad de caída aumenta. Dirige sus sentidos y su voluntad en todas direcciones tratando de evitar su reflejo, pero no es capaz de escapar. Ya no se encuentra en un túnel abierto, no hay “arriba” o “abajo” hacia los que dirigir su mirada. No es capaz de percibir el final de este lugar. Percibe imágenes caleidoscópicas allá donde mira. Versiones distorsionadas de lo que conoce. Formas sin forma. Espacios abiertos sin límite. Indicios que parecen señalarle que este no es su lugar. Que está roto. Que no debería estar aquí. Que sus ambiciones son irrelevantes en el gran esquema. Los reflejos le señalan todo esto… y algo de lo que no había sido consciente hasta este momento.

–Eres un idiota, Iorum –la radiación que afecta a Lexa y Sersby no es nueva sino que la ha estado analizando durante milenios sin haber sido capaz de profundizar lo más mínimo en su comprensión. Era una simple curiosidad. Casi un juego. La conoce como una abstracción. Como una forma de onda teórica. Es la misma esencia que compone la realidad en la que se encuentra su observatorio. La conoce perfectamente pero, hasta este momento, nunca creía haberla visto afectando a un organismo vivo. Nunca se había dado cuenta de cómo le ha estado afectando a él. Cómo ha ido afectando y mutando los centros del miedo de su cerebro–. Un idiota incapaz de ver lo que tiene delante –cómo ha alterado los umbrales de dolor de su cuerpo. Cómo le ha hecho volverse descuidado–. Idiota, idiota, idiota –sus barreras no eran tan eficientes como creía. Estaban preparadas para lo que había sido capaz de medir y acotar. Limitadas por lo que sabía y las conclusiones erróneas sacadas a partir de este supuesto conocimiento–. Idiota, idiota, idiota –pero ahora es capaz de ver que su frecuencia y composición no son estables. No al menos en cada uno de sus componentes. Genera pulsos irregulares que mutan. Que han generado armónicos capaces de ignorar sus medidas de contención. Que, hipotéticamente, se han podido filtrar hasta su hogar a través del punto de acceso que han estado utilizando Huatûr y él. Este tipo de accesos pueden haber sido meras casualidades cósmicas, pero este hecho no las convierte en algo menos peligroso. Al igual que lo es la propia humanidad, su existencia es un accidente de la naturaleza. Por más que ambos sean conceptos cuya existencia es limitada, eso no los convierte en aliados.

Nuevas incógnitas inundan su mente. Preguntas que distraen su atención. Que le llevan de vuelta hasta el punto de partida. Es capaz de ver la manera en la que estos pensamientos alteran la arquitectura que ha diseñado para su nueva mente. Cómo mutan su química corporal a millones de realidades de distancia. Cómo alteran su composición básica. Cómo salen a la luz elementos que no es consciente de haber puesto ahí. Se ha visto expuesto a esta radiación pero no es capaz de determinar su alcance. No solo su cuerpo, sino que todo el proyecto se ha visto comprometido por este hecho. Trata de hacer memoria pero no se ve capaz de acotar en qué momento comenzó a desviarse de la planificación original. La duda y el temor se intensifican. Se convierten en patrones que es capaz de percibir en sus reflejos. En cuerpos extraños que invaden este nuevo cuerpo. En invasores que se propagan por todo su ser infectándolo. Sus temores mutan y se hacen más fuertes. Provocan cortes en sus enlaces sinápticos. Florecen y germinan desde el mismo núcleo de su cerebro. Quizás siempre han estado ahí.

–No –quizás algunos de estos indicios tengan sentido. Quizás las piezas individuales encaje, pero hay algo que no funciona. Está sacando conclusiones apresuradas sin tener toda la información. Está dudando de lo que antes jamás le ha resultado confuso. Este no es él. Una vez más, no se reconoce a sí mismo. Una sensación que no le resulta desconocida pero que, en los últimos días, cada vez se ha vuelto más frecuente. Si algo le han enseñado sus años de investigación en soledad, es a conocer sus propios patrones de comportamiento. A ser capaz de adelantarse a los sucesos que le afectan a ese nivel. No solo su mente no nació en este cuerpo, sino que ya ha sido alterada en otras ocasiones. Se ha visto forzado a evolucionarla con anterioridad. A modificarla para evitar la demencia. A convertirla en un órgano capaz de albergar el saber, los procesos y los recuerdos de un inmortal.

Tiene claro que estos pensamientos no son suyos. Que no es capaz de reconocerlos. No puede rastrearlos hasta su origen. No es capaz de identificar su causa o el momento en el que comenzó a perderse a sí mismo. Esto complejiza el proceso de corrección. Requiere de un punto de apoyo. De un inicio seguro a partir del que volver a erigirse, pero no es capaz de encontrar lo que necesita para comenzar con una nueva reconstrucción.

La sensación de no tener el control dispara la urgencia. La necesidad de actuar sin tener claras cuáles pueden ser sus consecuencias. Comienza a extirpar de su ser esos patrones ajenos. Busca un acercamiento quirúrgico. Analizar antes de extraer. Comprender hasta dónde llegan sus ramificaciones. Una prospección dolorosa que solo sirve para generar nuevas sacudidas. Espasmos que se ven amplificados con cada nuevo descubrimiento. Sus raíces son son mucho más profundas de lo que esperaba o creía. Se comunican entre ellas a lo largo de todo su cuerpo y más allá de este. Trata de cortar estos vínculos, pero de sus restos surgen nuevas ramificaciones. Nuevos filamentos cuya formación le permiten contemplar cuál es su origen. Que se unen a lo abstracto. Que tiran de él tratando de crear fisuras en su armazón. Quiebran su cuerpo mientras tratan de integrase de nuevo en la entidad informe de la que han surgido. En lo que hasta ahora había identificado como una nube de datos más. El modelo matemático del que emanan y al que luchan por regresar. Pero hay algo más en su interior. Algo que parece moverse. Que se convulsiona con cada espasmo que da su cuerpo. Que emite pulsos de luz que permiten adivinar una forma. Una entidad que solo es capaz de intuir. Una sombra traslucida que parece dirigir su mirada hacia él. Algo que se extiende mucho más allá de lo que es capaz de alcanzar cualquiera de sus sentidos. De lo que es capaz de imaginar.

–No –deja libre a la furia mientras persiste en su negativa de aceptar lo que le sucede. Recurre a su soberbia. A su rabia. No va a sucumbir ante el pánico. No se va a dejar arrastrar por lo irracional.

Lo que le rodea no está vivo, lo sabe. No son entes conscientes. La fuente de su sufrimiento carece de deseos. No es su enemiga. No está siendo víctima de un ataque. Su cuerpo sufre por culpa de su propia estupidez. Por un error de cálculo. Porque no está preparado para este contexto. Porque la realidad es infinitamente compleja e inmisericorde. Porque él solo es una mota despreciable dentro del gran esquema de las cosas. Se repite todo esto que siempre ha tenido claro. Lo convierte en un mantra con el que trata de sepultar al miedo y la duda. En un base sobre la que construir su camino hacia la recuperación. Si no hace nada al respecto su final es inevitable. Ha de ser drástico. Es imperativo que se crea capaz de recuperar el control. La urgencia requiere de medidas desesperadas. Aferra a los cuerpos extraños y comienza a tirar de ellos. Trata de arrancarlos sin importar las partes de su ser que se desprendan en el proceso. Sin pensar en cómo todo esto va a comprometer su arquitectura axiomática. Lo hace mientras se impulsa en sentido opuesto al giro y la caída de este contexto.
Deja que la locura se apodere de él. Que los mecanismos automáticos hagan lo que puedan. Las coordenadas están fijadas El punto de salida queda consolidado como parte de este nuevo ser. De esta entidad que ya no forma parte del lugar en el que se encuentra. Que es arrastrada hasta donde será recibido por nuevas incógnitas a resolver. En cada tirón pierda parte de su masa conceptual. Fragmentos de su ser que no pueden ser reemplazados. Sufre heridas profundas que se propagan a lo largo de todas las realidades en las que existe su cuerpo. Lesiones de las que no sabe si será capaz de recuperarse. Pone final a esta parte del viaje mientras sus sentidos se apagan. Mientras se sumerge en una paz y una oscuridad de las que no sabe si querrá o será capaz de regresar.

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Su mente recupera la consciencia en la oscuridad. Desconoce dónde o cuándo está. Su capacidad para transformas los impulsos en imágenes aún no se encuentra operativo. El dolor continúa ahí. Un zumbido sordo que lo inunda todo. Los receptores ya se han habituado a él, pero eso no convierte su presencia en algo agradable.
Cree escuchar ruido de pasos, pero eso no tiene sentido. En ninguno de los lugares a los que esperaba llegar es viable el sonido. Poco a poco sus sentidos comienzan a ser funcionales. Un nuevo ser comienza despertar y consolidarse. Uno que no tarda en asemejarse a un recuerdo y evoluciona en otra cosa. En alguien capaz de relacionarse con su entorno.

La oscuridad deja paso a las formas. Se desplaza por un contexto difuso. A lo largo de algo que su mente interpreta como caminar sobre una superficie reflectante y parcialmente traslúcida. Una plataforma que no es capaz de ubicar. Atraviesa un espacio sustentado por fuerzas opuestas y complementarias. Por una entelequia iluminada por fuentes de luz cuyos orígenes no es capaz de determinar. Por unas partículas que permiten a sus sentidos contemplar su reflejo. Que le brindan la posibilidad de apreciar lo deteriorado de su estado a todos los niveles. Que le hacen ser consciente de que no está solo.

Dirige su atención hacia donde esta es requerida. Cambia su foco de atención del inexistente suelo para fijarlo en algo que solo puede calificar como “el centro”. Lo dirige hacia el lugar en el que puede contemplar a una figura de reminiscencias femeninas. Un ser cuya silueta está envuelta en un manto de estrellas, constelaciones y galaxias que se funden con el infinito. A pesar de que ella parece ser el origen de la luz, su rostro permanece en penumbra. En una oscuridad que ni siquiera el brillo de millones de soles es capaz de atravesar.

Nada de lo que contempla tiene sentido. No lo tiene hasta que su “yo presente” regresa hasta el primer plano. Hasta que su memoria le hace consciente de un pequeño detalle. Ha llegado a su destino. Se acerca a los límites del tiempo. Hasta el punto del que todo movimiento parte. El lugar en el que toda acción concluye.

Su mente aún en construcción recurre a los sentidos de un yo casi olvidado. A un niño obsesionado con el mito de La Tejedora. La encarnación del tiempo, el destino tal y como se le presentaba en los cuentos. El ser al que siempre imaginó con esta forma. Los deseos de aquel niño hoy se ha visto recompensado.

Continúa avanzando por el espejo infinito y los detalles se van haciendo más claros mientras lo que presencia se vuelve más difuso. Se da cuenta de que es el eco de sus propios pasos lo que escuchaba. Un eco que desaparece al no tener cabida en el contexto al que se dirige. Estas imágenes y sonidos van pasando a un segundo plano según su mente se va terminando de formar. El niño deja paso al adolescente. El adolescente al inmortal. Sobre la figura mítica se solapan sus diferentes aspectos. Las concepciones que ha ido teniendo de vida y muerte. De creación y destrucción. De comienzo y final. De un ciclo eterno que tiene su origen y conclusión en una misma partícula.

Mientras camina su ser se va consolidando. La visión se alinea con las percepciones de quien comenzó esta travesía. Los recuerdos de lo sucedido hasta este momento regresan. Es consciente de su entorno. De la patrones de contracción y expansión que afectan a la figura frente a él. No camina, sino que se ve mecido por las mareas de los abstracto. Una vez más carece de control. Sin importar cuál sea su posición o dirección, se dirige irremisiblemente hacia la figura pulsante. Hacia el corazón de la realidad. Hacia el punto focal del que surgen los inabarcables mecanismos del gran engranaje cósmico. La pieza sobre la que se construyen y sustentan, de donde parte y donde confluyen todas las realidades que es capaz de concebir la mente humana.

Frente a él y a sus lados, sobre su cabeza y bajo sus pies, su devenir es acompañado por los ecos de otros caminantes. Por las señales sensoriales que, momentos atrás, había confundido con su reflejo. Por las consecuencias de cada decisión que pudo y aún puede tomar. Por todos los seres que ha sido y pudo ser. Por todo lo que es y en lo que pudo convertirse. Por todo lo que será.
Su camino se refleja en el vagar acompasado de estos seres que se mueven al unísono. Que recorren las superficie y el interior de una infinidad de esferas que se solapan parcial o totalmente. Domos cuya suma forma nuevas esferas. Un prisma infinito que converge en un mismo punto.

El caminar de todas estas entidades le imita. Avanzan a lo largo de las bóvedas. Recorriendo sus superficies interiores y exteriores. Descendiendo y ascendiendo por ellos. Trazando parábolas y líneas rectas. Siguiendo rutas cuya trayectoria no podría ser trazada en una realidad pentadimensional. Creando imágenes espejadas los unos de los otros. Desapareciendo entre momentos y pulsaciones. Atravesando toda su volumetría. Encauzan sus pasos hasta el lugar en el se encontrarán con él. Todos con un mismo destino. Todos con una única obsesión. Observa cómo algunos de ellos se desvanecen. Cómo la información que su mente interpreta como réplicas de sí mismo se colapsan o se disgregan. Cómo sus recuerdos y esperanzas son destruidas. Cómo sus existencias llegan hasta su final sin conocer la respuesta a la pregunta que les ha llevado hasta allí. Pero eso no le detiene. No detiene a ninguno de ellos.

Siente dolor, pero ya no queda espacio para el miedo en su interior. Le invade un agotamiento más allá de todo lo imaginable. Pero su paso se mantiene firme. Trata de despejar su visión. De reajustar su mente. De ignorar a sus acompañantes. De olvidar sus modelos teóricos. De alejar su percepción de aquellos conceptos acerca de los que tanto ha reflexionado. Continúa avanzando hasta que alcanza lo que considera el final de esta segunda fase de su trayecto. Hasta la figura. Hasta aquella cuyo rostro no puede ser contemplado. Llega hasta ella y duda. El niño que aún habita en él quiere mirar su rostro. Desafiar al destino. Derrotar a lo que pueda mostrarle su semblante. Pero ni siquiera esta duda es capaz de aminorar su paso. No desea alimentar al niño. Esa figura no deja de ser una mentira más de su mente. Un espejismo. Una acto reflejo e ilusorio. Se enfrentará a la respuesta sin recurrir a los mitos, los lugares comunes o las respuestas que han dado sus predecesores. Ha venido hasta aquí buscando comprensión. Verdad. Nunca ha necesitado la ilusión.

Deja atrás a la figura y no puede evitar pensar que esta se gira para contemplarle a él. Está cerca. Es capaz de sentirlo. Las convenciones se deshacen. El consenso se diluye. Las especulaciones se desvanecen. Se encuentra en el límite. En el punto de confluencia de todas las esferas. El el final de todo. Finalmente está solo ante la respuesta. Lo único que debe hacer para obtenerla, para que su vida tenga sentido, es alzar la mirada. Pero una fuerza externa, lo que se encuentra frente a él, convierte a este simple gesto en una nueva agonía. La gravedad se niega a permitir que su misión finalice. Cientos de sus acompañantes son barridos de la existencia mientras lo intentan. Dejan en su camino un halo, un rastro etéreo que pasa a formar parte de Arcanus mientras toda su materia conceptual se convulsiona. Mientras los espasmos de dolor sacuden cada micra, partícula y dimensión de las que consta su armazón. Mientras vierte en esta confrontación todo lo que es.

Finalmente triunfa. Logra imponerse sobre la gravedad que aprisionaba su mirada. Sobre las fuerzas que han tratado de doblegarle. Finalmente se encuentra frente a frente ante lo que existe más allá del tiempo. Ante lo les que aguarda a todas las realidades una vez que se colapsen.

–Enhorabuena, Iorum –trata de eliminar la amargura de su voz, pero esta lo impregna todo–. Tenías razón.

Nada. Vacío. Ausencia. No hay silencio ni oscuridad. No hay entropía ni estatismo. Las palabras no son capaces de describir lo que no existe. Los sentidos no pueden percibir la no-existencia. Su mente ni siquiera es capaz de encontrar aproximaciones. Los filósofos y los poetas siempre han estado equivocados. Ni el tiempo ni la vida son cíclicos. No hubo una realidad previa a la que conocen. No habrá una que le suceda cuando esta llegue a su final. Son un accidente. Una casualidad cósmica. Apenas una mota dentro de una inmensidad de…

No tiene palabras ni pensamientos. Se desvanecen al tratar de enfrentarse a lo que tienen frente a sí y les rodea. Ya nada tiene sentido y está muy cansado. La ausencia no le reclama, pero todo su ser desea unirse a la gran nada. Fragmento a fragmento, sinapsis a sinapsis, dato a dato, la persona que fue Iorum Arcanus se desvanece. Sus recuerdos se van haciendo cada vez más difusos. Su personalidad es desmantelada. Toda certidumbre y todo saber se desvanecen capa a capa. Su capacidad de raciocinio y comprensión le abandonan. El saber que ha acumulado a lo largo de los siglos ya no está ahí. Todo sobre lo que ha construido el personaje en el que siempre ha buscado convertirse se desdibuja. Todas las barreras de contención que ha creado a lo largo de los milenios son derribadas. El control se le muestra como una quimera dejando libres todas aquellas facetas de su ser contra las que siempre ha luchado. La emoción. El miedo. La desesperación. El fatalismo. La rabia. Eso es todo cuanto permanece durante los últimos instantes. Todo cuanto queda para enfrentarse a lo que le sucede. Solo queda el instinto. La parte que es capaz de actuar sin valorar todas las posibles consecuencias. La que lanza sondas al vacío en busca de algún vestigio de quien fue. Satélites que recorren el espacio y el tiempo en busca de algo a lo que aferrarse. Una acción desesperada que logra dar con un recurso donde su parte consciente jamás se lo habría permitido. El contacto tiene lugar de manera inesperada. Le reúne con la parte de su ser que le fue arrebatada. Con aquella que fue utilizada como semilla para crear nuevas formas de vida. Con la que permanece en el interior de Lexa y Sersby en estado latente. Puede haber mutado. Puede haber evolucionado sin contacto con su origen. Pero sigue ahí.

La crudeza y violencia de este contacto se convierte en el catalizador necesario para que los maltrechos protocolos de recuperación que alberga su macroestructura se inicien de nuevo. Estos automatismos tratan de sustituir las partes que ya han sido asimiladas por el olvido. Los reemplazan con nuevos elementos. Con nuevas incógnitas que despejar. Nuevas preguntas que responder. La curiosidad se dispara dando paso a un mecanismo similar al de la consciencia. Recuerda quién es. El propósito de este viaje regresa hasta el primer plano de sus recién recuperados procesos mentales. Tras lo que siente como eones, vuelve a “ser”. A “estar” en este no-lugar. A conocer las razones que le han traído hasta aquí. Las preguntas que aspiraba a responder. Su consciencia trata de crear un aliado o un antagonista. Un ancla que se interponga entre él y la no-existencia. Un obstáculo concreto que superar. “Algo”. Necesita alcanzar un estado de paz. Estar a solas y habituarse de nuevo a una acción antaño tan natural como la generación de pensamientos coherentes. Alejar de estos procesos cualquier injerencia externa. Encontrar algún tipo de cobijo en ellos. La frustración regresa y se funde con el deseo de abandonar la lucha. Trata de emitir un grito de rabia. Un desafío ante un rival que no existe. Abrir una brecha en esta realidad que le aprisiona y asfixia. Trata de llevar a cabo todo cuanto pasa por los restos que quedan de su mente, pero fracasa una y otra vez. En su estado actual ni siquiera es capaz de conceptualizarlo con claridad ninguno de estos pensamientos o acciones. En los últimos estertores de su desesperación, se aferra a lo poco que conserva. A lo poco que queda de él. A lo que tanto ha luchado por mantener alejado. A esa tabla de salvación que ha encontrado en la distancia. A la inseguridad que las criaturas surgidas de su masa conceptual le han generado desde el momento de su alumbramiento. A la constante sensación de duda e indecisión que siempre ha rodeado a todo lo relacionado con ellos. Es ahí donde finalmente encuentra su único asidero. En la ironía que le golpea como algo sólido. Que inunda cada uno de sus receptores. Y, sin proponérselo… ríe. Llora. Grita. Todo aquello que siempre ha tratado de controlar y evitar queda finalmente libre.

La conexión con el abismo parece debilitarse. Su mente recupera una pequeña parte de la actividad y capacidad que conoce. Es capaz de construir algo contra lo que enfrentarse. Un rival que se muestra ante sus sentidos y procesos mentales. Inicialmente no es capaz de reconocerle, pero la claridad no tarda en llegar. Ante él se encuentra la criatura más abyecta de la existencia. Jamás ha existido otro concepto al que haya despreciado con mayor intensidad. Nunca ha tenido un enemigo más enconado. Su sombra le cubre en esta realidad sin luz. En este momento ajeno al tiempo. En esta ubicación carente de coordenadas. No necesita crear nada. Su mayor antagonista siempre ha sido él mismo. No recuerda haberse movido. No es consciente de haber regresado hasta su cuerpo original, pero todas las señales le indican que ya no se encuentra en los límites del tiempo. Que ha sido arrastrado hasta otro lugar. Hasta un contexto en el que se encuentra aún más perdido e indefenso. No ha logrado imponerse sobre la ausencia. No fue su voluntad la que rompió la conexión. Su salvación vino como consecuencia de la intervención de una fuerza externa. De quien siempre ha guiado sus pasos. Se encuentra prisionero. Es un mero experimento fallido. Se ha convertido en una marioneta. Un pelele manejado por fuerzas que ni siquiera puede percibir. Por patrones que jamás será capaz de de comprender. Siempre lo ha sido. Toda su existencia ha sido una mentira. Todo su saber se ha construido sobre falacias. Sobre impulsos que no nacían en él. Sobre acciones que no eran dirigidas por sus inquietudes. Siempre ha sido un juguete del destino. Un entretenimiento efímero. Uno que está llegando a su fin.

Su reflejo le observa con la misma máscara de indiferencia que él acostumbra a utilizar. Ante su escrutinio, solo es un sujeto más. Algo a estudiar. Una forma de vida carente de cualquier capacidad de decisión. Su ausencia de expresión es una que ha ensayado millones de veces pero que, en esta ocasión, no se le muestra como una pose. En su mirada no encuentra el aire de superioridad que siempre adopta. Carece de la expresión de saberlo y estar por encima de todo. En este ser, en lo ausente de su presencia, hay algo más. No es una copia. No es un reflejo distorsionado. No es un personaje impostado. No le juzga. Una criatura humillada e indefensa como él no es merecedora de tales preocupaciones. Se encuentra arrodillado ante un ser de pura lógica. Ante un concepto carente de emoción. Ante la condensación de cuanto siempre ha deseado ser. El máximo exponente de un ideal que quiere creer deformado. La expresión definitiva de una parte de sí mismo que en estos momentos le aterra.

No le hace falta entrar en contacto con él para inmovilizarle, sino que basta la gelidez de su presencia para helar cada átomo de su ser. Es un monstruo que posee todo aquello que se encuentra dentro de su radio de atención. Se limita a esta erguido frente a él. A diseccionarle con la mirada. Se trata de una entidad que impregna cada uno de sus pensamientos y funciones vitales. Que se extiende mucho más allá de lo que es capaz de concebir. Que detiene y cristaliza cada fluido de cuantos contiene su cuerpo. Nota como la humedad condensada en su interior busca orificios por los que ser expulsada. Cómo perfora sus órganos. Cómo rasga sus músculos. Cómo agrieta sus huesos. Cómo sus pulmones se comprimen y no vuelven a expandirse. Cómo las lágrimas perforan sus córneas. Cómo el vaho se congela antes de poder ser expelido.

No habla o se mueve, pero su cuerpo le obedece. Se yergue y flota sobre un espacio iluminado por mil soles. Sobre constelaciones vivas. Sobre gigantes gaseosos que consumen galaxias. Sobre un universo vivo y consciente de su propia existencia. Lo que tiene ante sí solo un ínfimo fragmento de algo mucho más grande. De un concepto que ahora cree ser capaz de intuir. Está en todas partes. Es infinitamente más grande que el universo que ahora habita. Carece de ojos, pero su mirada lo abarca todo. Le contempla desde cada estrella. Desde cada agujero negro. Desde cada grieta que recorre este espacio axiomático.

Sus miembros se extienden y quiebran. Las formas cristalizadas que han construido sus fluidos se ven expuestas a esta realidad. No flotan libremente sino que son analizadas y descartadas. Descompuestas en su mínima expresión mientras aún forman parte de él. Mientras su reflejo continúa escrutándole con su rostro impasible. Nota las manos, los hilos y el bisturí del titiritero invisible. Nota cómo cortan cada una de sus uniones sin impedir que continúe padeciendo el dolor de ninguna de ellas. Nota cómo se mueve entre los fragmentos de lo que fue. Cómo tensa los hilos que controlan sus acciones. Cómo sus brazos se torsionan en ángulos imposibles. Cómo la carne, los músculos y huesos se agrietan aún más. Cómo tanto su cuerpo como su mente son alterados de maneras impensables.

Sus recursos son nulos. El terror y la frustración, el descubrimiento y la aceptación de la gran mentira que siempre ha sido su vida le han arrebatado la capacidad de formular preguntas. Le han privado incluso del acto reflejo de resistirse. Se ha erigido una barrera muy clara entre lo que es y aquello que siempre ha aspirado a ser. Una que impide a los mecanismos de su cuerpo metafísico pueda continuar con su reparación. Que le deja inerte. En un estado de total indefensión. En un bucle infinito de recriminaciones. Encerrado en su propio ser. En un receptáculo claustrofóbico y asfixiante que no deja de menguar.

El arquitecto de su desgracia ni siquiera se digna a regodearse en ella. Ha perdido por completo su interés. Lentamente, la atención de su dueño se diluye. El torturador ya no encuentra gozo alguno en su sufrimiento. Se ha aburrido y pronto buscará otra marioneta. El velo que cubría sus ojos finalmente cae. Ahora es capaz de contemplar el rostro de su titiritero. Su expresión de desdén y hastío le agrede y le daña. Le hiere como nada ha logrado hacerlo con anterioridad. Comienza a recuperar lo que le pertenece. A extraer de su mente cada conclusión errónea que ha ido insertando en ella a lo largo de los siglos. A rebuscar en su interior algún vestigio que merezca ser recuperado. A evidenciar ante su mirada impotente la gran mentira que siempre ha sido Iorum Arcanus. A alimentar la otras sensaciones igualmente dañinas. La rabia y el desprecio que siente por sí mismo. La frustración y la ira ante su falta de discernimiento. Todo esto y algo más. El odio hacia el causante de estas sensaciones. Un odio mayor al que ha podido sentir jamás. Una emoción que sepulta a las demás. Que logra despertar una parte de él que creía haber perdido.

De la misma manera en la que le sucedió antes de llegar, su mente y cuerpo le traicionan. Se encuentran sometidos al temor. A las reacciones que este genera en su componentes esenciales.
Las uniones neuronales se ralentizan y retuercen. Sus receptores son asaltados por otra mentira. Por una disonancia, una ilusión y unas falsas aproximaciones a las que ya había sido expuesto con anterioridad. Le muestran una vez más los enlaces metafísicos que vinculan a este ser con las abstracciones que existen entre los momentos. A una onda sónica pulsante que hace temblar la estructura de la realidad. Que causa la inestabilidad entre los vínculos que mantienen unido su ser. Vibraciones a un nivel subaxiomático. Sacudidas que resuenan en frecuencias para las que ni su armazón ni ninguna otro constructo, ya sea o no orgánico, está preparado.

No todos sus sentidos son capaces de percibir a esta entidad. Se mueve entre respiraciones, entre parpadeos, entre uniones sinápticas. Su yo racional lo percibe como una masa informe. Como una neblina que embota sus sentidos y realza sus centros de miedo y dolor. Como una sustancia que rodea y atraviesa su ser. Que descompone sus elementos. No se acerca o aleja. No le ataca o hiere. Simplemente, es. No le está matando. Simplemente, se muere.

Cuando su capacidad de raciocinio es desconectada, este concepto es reconstruido por sus temores más primarios. Es transformado en una presencia que provoca oscilaciones y disrupción entre las nubes metafísicas. En una idea que repele toda concreción. Toda forma compleja. Algo que no puede existir y que, sin embargo, se acerca. Algo que logra hacerle dudar de todo aquello que sabe a ciencia cierta. Es una sensación que le ha seguido y le busca. Que le inmoviliza al mismo tiempo que le impele a huir. No tiene relación alguna con lo que había venido a buscar. No es el olvido lo que le retiene en estos momentos sino una abstracción diferente. Una que no está en el exterior. Que no le ha abandonado en ningún momento. Que le arrastra en su camino de reunión con la materia conceptual de la que partió. Que se ha hecho fuerte en su debilidad.

Todo el control del que siempre se ha vanagloriado ha desaparecido. Apenas ha logrado recuperar una tenue consciencia de quién y cuanto fue. Las acciones y reacciones que lleva a cabo no son dictadas por su mente. Su parte racional aún no es capaz de imponerse sobre el acto reflejo. Sobre el instinto despertado por las reacciones a las que se ve sometida su estructura. Durante los breves lapsos de tiempo en los que logra recuperar la cordura, es perfectamente consciente de que nada con esas características tiene cabida en ningún contexto axiomático. Que la fuerza que causa este efecto no tiene forma ni voluntad. Que no tiene instinto ni propósito. Que se encuentra expuesto ante la misma radiación con la que ha convivido durante tanto tiempo.
Pero no importa cuánto se esfuerce en evitarlo. Impera lo primario. Lo irracional. Su mente no está lo suficientemente recuperada como para ser capaz de sepultar al sesgo. El miedo y el dolor no tardan en volver a inundarlo todo. No solo su sentido del yo se descompone, sino que también lo hace todo lo que lo daba cobijo y mantenía unido. Comienza a perder cohesión de la misma manera en la que lo hicieron los fragmentos creados a partir de su materia.

Sus mecanismos de reconstrucción apenas son capaces de proporcionarle microsegundos de cordura. Un tiempo que, incluso con sus capacidades tan mermadas, le granjea una cierta capacidad de raciocinio. Apenas un parpadeo que le permite ser capaz de comprender lo desesperado de su situación. Lo imperativo de trazar un nuevo curso de acción. De esbozar un plan precario. No tiene manera de sobrevivir a esta exposición durante un periodo muy prolongado. Debe ser él quien escoja el terreno en el que se desarrollarán las últimas fases de este conflicto. Alcanzar un estado que le permita utilizar la deriva emocional a su favor.

Aun sumido dentro del fragor primario, logra alcanzar particionar una porción de su masa neuronal. Lo que queda de su consciencia es capaz de abandonar el espacio que habita en estos momentos. Se desplaza desde su mente para refugiarse en el núcleo reconstructor. Abandona esta lucha para recuperar una sensación de control que sabe ilusoria. Prologar esta situación carece de sentido. Es inútil. Esta lucha, este cuerpo, este ser, están perdidos.

Permite que la rabia devore al miedo mientras su parte racional trabaja en un segundo plano. Logra que su imaginación se desboque y divida. La alimenta. Le permite creer que todo lo que se ha dicho de él es cierto. Que es uno de los pilares sobre los que se sustentan el conocimiento y el avance de la humanidad. Que en su mano se encuentra el alcanzar tanto como se proponga. Se permite olvidar que el mismo concepto de la vida es un absurdo. Un cúmulo de aproximaciones simplistas. Que su historia o la de su mundo no son otra cosa que una mota dentro del infinito desierto que es el gran esquema. Que el mismo concepto del porvenir es limitado. Decide ignorar que la eternidad es un concepto humano. Que, al igual que cualquiera del resto de constructos alumbrados por los suyos, no son sino meros accidentes fortuitos para la realidad. Que son elementos finitos. Ideas que comenzaron a morir en el mismo momento de su nacimiento. Se miente formulando un plan, una intención y un propósito para lo que le está sucediendo. Fortalece sus sesgos. Atribuye una serie de patrones conscientes a la entropía. Una voluntad y motivos equiparables a los de una mente humana. Construye una forma detrás de la forma. Una personalidad arquetípica. Una idea a la que puede enfrentarse. Un objetivo contra el que su yo irracional pueda enfocar su ira. Necesita cada ínfima fracción de tiempo que pueda obtener. Un estado de ánimo que le permita abandonar la inacción. La rabia no le resulta de gran ayuda a la hora de obtener este respiro, pero le puede otorgar algo que el miedo o la culpa no son capaces de proporcionarle.

Los restos de su parte racional comienza a fragmentar a la entidad en la que se ha convertido durante los breves instantes en los que son funcionales. Tratan de aislar las partes que aún parecen estar libres de la infección que le ha acompañado a lo largo de todo este viaje. De crear barreras en un intento desesperado por evitar que la causa de este daño se propague más allá de donde ha arraigado. De trazar una ruta de escape que les lleve fuera del envoltorio conceptual que las contiene.
Comienza a dar forma al que será su nuevo receptáculo, pero su mente apenas es capaz de imaginar nada más complejo que un punto. Una partícula minúscula que logra expandir hasta transformarla en una esfera. Una estructura simple que ha de confiar en que será capaz de existir dentro de este contexto. De albergar cuanto queda sano de él. De llevarle de regreso hasta el observatorio.

La esfera muta y se afila. Apunta hacia las coordenadas que contienen los restos sanos de Iorum y se proyecta contra ellas. Con precisión quirúrgica perfora su masa conceptual solapándose, protegiendo, absorbiendo y transportando en su interior la esencia de cuanto ha sido. Mientras el proyectil que le ha atravesado se aleja de quien fue, los últimos vestigios de sus sentidos son capaces de contemplar lo que deja atrás. Siente cómo su antiguo yo se apagan. Cómo se sumerge en la oscuridad y el silencio. No es capaz de evitar el padecimiento de lo ya no forma parte de él. Experimenta un nuevo aspecto del final durante los últimos instantes de ese constructo. La pérdida de algo más que el mero resultado de un experimento. No es capaz de cuantificar o calcular lo que ha perdido. Los fragmentos de su ser que no sabe si en algún momento será capaz de recuperar. Lo único que conoce este nuevo ser mientras se reconstruye es la oscuridad. La ausencia. La deriva. Navega sin conocer el punto de partida o su destino. Necesita de unos sentidos externos. Saber en qué espacio axiomático se encuentra. A qué se está viendo expuesto. Averiguar cómo podrá llegar hasta un lugar seguro.

Su mente renacida apenas ha conocido nada que no sea incertidumbre y el dolor. Se encuentra desorientada mientras trata de adaptarse a aquello en lo que se ha convertido. Aislada de todo contexto conocido. Su consciencia trata desesperadamente de contrastar los datos que va recibiendo. Lentamente, su “yo” se estabiliza y comienza a reformularse. El pánico va dejando paso al paulatino regreso de recuerdos más lejanos. A objetivos más concretos y cercanos. A la comprensión.

Las consecuencias de su maniobra se convierten en un eco lejano. La tensión y la agonía se mitigan. Cree alcanzar un estado que le resulta familiar. Una sensación similar a la del control. Estabilidad. Una serie de apreciaciones que pronto se le muestra como algo falso. No tarda en darse cuenta del fracaso. Un rápido análisis de la información le hace ser consciente de que lo único que ha ganado es un poco de tiempo. No ha sido capaz de desligarse por completo la infección. La ruptura no ha sido total. El vínculo es demasiado fuerte. Se ha convertido en una parte integral de su ser. Su patrón de propagación se ha detenido, pero trata de adaptarse a este nuevo ser. No avanza, pero sigue ahí. El pánico permanece. Nunca ha llegado a abandonarle. Su pugna por hacerse con el control no cesa, pero esta nueva forma resulta ser más resistente a sus efectos. Necesita salir de aquí, sea donde sea “aquí”, y sabe de lo escaso de sus posibilidades.

Trata de establecer un canal de comunicación con el observatorio sin éxito. Carece de un punto de referencia. No se encuentra en la ubicación a la que llegó. No sabe si alguna vez ha llegado a estar en el lugar que tanto ha luchado por alcanzar. Si ha sido arrastrado fuera de esas coordenadas, o si existía algún error en sus cálculos. Nada parece encontrarse en su lugar. Debe comenzar desde cero. No ha de sacar conclusiones ni trazar rutas antes de tener información fiable.

Lanza señales en el vacío. Nuevas sondas que se proyectan en todas direcciones. Mensajeros cuyas noticias espera con ansiedad mientras recupera otras partes de su ser. Mientras vuelve a ser la consciente de las magnitudes del tiempo. Mientras lucha por contener la propagación de la infección por su nuevo ser.

Los primeros datos llegan tras lo que le resulta una eternidad. Le proporcionan una sensación de espacialidad. Una dirección hacia el que dirigirse y comenzar a ganar inercia mientras analiza el resto. Coordenadas axiomáticas hacia las que fluctuar a lo largo de todo el espectro. Su forma se ve comprometida con cada nuevo contexto que atraviesa. Se descompone y reordena con cada nueva capa de la realidad que atraviesa. Pero logra prevalecer. Ha vivido y padecido ya demasiado. Ya no tiene nada que perder, o eso es lo que se dice a sí mismo. En cada nuevo estadio su mente cambia. Se contradice. Da por supuesto que nada más se interpondrá en su camino. Asume que no logrará llegar hasta su destino.

–De acuerdo –su voz interior regresa. Un concepto que le resulta extraño y familiar al mismo tiempo –. ¿Cuál es la apuesta aquí?

Trata de llevar a cabo un control de daños más allá del contexto en el que habita en este momento. Las preguntas regresan hasta su mente como un torrente imparable. Cuestiones para las que no tiene respuesta. Necesita saber si esto que le afecta se ha expandido hasta el plano físico. Si su parte orgánica también se encuentra afectada. Cuál es el alcance de lo que acarrea. Problemas para los que debe estar preparado.

Comienza a elucubrar. A diseñar y planificar las barreras de contención que tendrá que establecer en el observatorio una vez que llegue hasta él. A esbozar las baterías de pruebas a las que se tendrá que someter. Pero pronto sus pensamientos se vuelven más oscuros. Se pregunta si será capaz de sobrevivir. Si alguno de los aspectos que le conforman sería capaz de sobreponerse en ausencia del resto. Se pregunta si su desaparición será total o si quedarán restos esparcidos por los diferentes niveles de realidad que habita. Qué sucederá si solo queda de él la parte orgánica que siempre ha rechazado. Durante todo el trayecto no le abandona una constante sensación de peligro e incertidumbre. Una incomodidad que nada tiene que ver con el dolor. Que no está condicionada por su fracaso. El regreso está siendo demasiado sencillo y no está solo en su trayecto. No puede percibirlo con claridad, pero sabe que está “ahí”. Nota cómo su rival continúa tratando de tirar de sus hilos.

–¿Cuántos de estos pensamientos son tuyos, Iorum? –ni siquiera en su mente está solo. También aquí es capaz de detectar la presencia.

Mientras las preguntas, el temor y la incertidumbre no dejan de crecer, se detesta y se admira. Desea morir y está dispuesto a hacer cualquier cosa por sobrevivir. Todo lo que no sea el dolor se convierte en un eco lejano. Algo que jamás ha experimentado. Al tiempo que sus recién recuperados sentidos tratan de adaptarse a lo que les rodea, su materia conceptual comienza a filtrarse por las fisuras que recorren lo que ha sido su contenedor. Todo su ser crece y se expande. Se rasga. Sus emociones y criterios no dejan de variar. Se pregunta cuánto de esto se debe a su estado, y cuánto a los espacios axiomáticos que está atravesando. Duda. Valora la posibilidad de dejarse llevar. De alegrarse por la llegada del final o luchar contra él. Se debate entre ponerle fin el dolor o alimentarlo. Nada de cuanto posee le ayuda a responder a todas las preguntas y temores que le asaltan. Nota como su entorno comienza a disgregarse. El desgaste provocado por todas las fuerzas a las que se ha visto expuesto han causado que su forma actual esté llegando a su final. Sus sentidos se activan. Las capas de información y abstracción que se solapan se transforman en algo comprensible. Las barreras de su cuerpo / transporte se vuelven traslúcidas. Nota cómo la fricción con lo tangible provoca que su armazón se ralentice. Regresan hasta su mente conceptos como la luz o el espacio. La velocidad o el sonido. Lo concreto. Es capaz de ver el final del camino. Una forma en la distancia que le resulta familiar. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Tan pronto como ha sido consciente del movimiento, este se detiene en varios de sus vectores. Deja de avanzar en un espacio axiomático para vibrar de manera descontrolada. A saltar entre varios. Ha llegado hasta las proximidades del observatorio, pero no ha regresado hasta el punto de partida. Su destino se ha movido. Se sorprende al no sentir dolor cuando “el exterior”, “lo real” entra en contacto con él. Vaga a la deriva por un contexto desconocido. Por uno que parece ser menos agresivo que aquel que abandonó no sabe ya hace cuánto. Aquí, lo concreto no es destruido. Es capaz de sentir lo lo que le rodea casi como un fluido que le empapa. Una sustancia a través de la que puede moverse. Que atenúa su sufrimiento y parece contener el avance de la infección. Desearía quedarse aquí eternamente. Nadando en este océano de silencio y quietud. Alejándose de los problemas. Pero la paz dura poco. El dolor se impone una vez más sobre todo lo demás. Quizás el exterior ya no suponga una amenaza, pero esta sigue formando parte de él. La huida no ha llegado a su final.

Mira sin ojos solo para percibir cómo se aleja de la plataforma. Sabe que no podrá regresar hasta ella si permite que este vagar se prolongue durante mucho tiempo. Torpemente, trata de centrar la atención de sus recién formulados sentidos. Recuerda que lo que percibe no dejan de ser meras aproximaciones de esta mente en formación. Que dentro de este contexto no existe un homólogo a la luz o el sonido. Desde aquí no tiene acceso a sus ojos o sistema auditivos. Su cuerpo real está aislado de este contexto. No tiene nada que traduzca y transmita linealmente impulsos sensoriales orgánicos hasta su cerebro. Hasta los centros identificadores del núcleo llega simultáneamente la información correspondiente a un espacio negativo. A la silueta de un observatorio que realmente no está ahí. La sombra en este espacio proyectada por ese y otros conceptos que no pertenecen a este lugar. Una información que no es estática. Que oscila de acuerdo a los vectores de solapamiento en los que inciden en este nivel de realidad.

Aún está desorientado. Desconoce la fiabilidad de estos sentidos. No sabe moverse en este contexto. No sabe qué leyes físicas y metafísicas imperan en este lugar. Pero, nuevamente, no tiene tiempo para adaptarse. Nota cómo la radiación se habitúa a esta porción de la realidad. Cómo se estabiliza y trata de superar las medidas de contención que ha levantado contra ella. Espoleado por la desesperación, regresa hasta él la parte audaz. La que es capaz de improvisar. De actuar sin tener toda la información. Realiza cálculos y suposiciones a partir de los datos que recibe. Extrapola las leyes físicas del lugar a partir de la velocidad y el ángulo de giro a la que se mueven los restos que se han desprendido de su armazón. Detecta la causa de sus parpadeos. La manera en la que sus fluctuaciones les hacen entrar y salir de este espacio axiomático. La frecuencia y distancia metafísica que recorren con cada uno de sus saltos.

Su mente y sentidos continúan llevando a cabo nuevas aproximaciones a lo que le sucede. Formulan un nuevo plan construido sobre hipótesis sin falsar. Hace que el núcleo se acerque hasta los restos de su cuerpo en descomposición durante una de sus fluctuaciones. Establece contacto con él durante el tiempo suficiente como para ser arrastrado en su nuevo salto. Su consciencia se fragmenta. Es transportada en un mismo instante hasta quince ubicaciones diferentes. Contextos en los que imperan otras leyes. En los sus sentidos mutan. En los que desaparecen o son sustituidos por otros con los que está más familiarizado. En los que cree ser capaz de sentir con mayor intensidad la presencia de su perseguidor. Los cambios son muy rápidos. Demasiado como para que pueda adaptarse a ellos con facilidad. Como para que pueda identificar con certeza qué existe en cada uno. Sus sentidos le indican que en dos de estos contextos su plataforma se encuentra accesible. Información escasa, pero suficiente como para que decida cuál será su siguiente paso.

Calcula el ritmo de los saltos. La trayectoria y el ángulo de giro que necesitará. La rotación y compensación requeridas para separarse de los restos de su armazón. El momento y contexto precisos en los que tiene que dar el salto. Genera una onda de repulsión y se impulsa. Sacrifica este contenedor para que le proyecte hacia el punto desde el que partía hace mil vidas. Una vez más lo apuesta todo contra lo improbable y triunfa.

Confía en que los sensores de la plataforma serán capaces de reconocer su firma energética y acierta. El núcleo es capturado y transferido hasta su sistema de cuarentena. Analizado y bombardeado por una batería de pruebas que constatan lo que ya sabía. La infección continúa con su avance. No solo se expande por su núcleo sino también ha llegado hasta sus partes orgánicas. Tanto eje cronal como el espacial de la plataforma han variado. Se encuentra a tres milenios en del momento de partida. En el futuro lejano y desconocido del Daegon que abandonó. A millones de abstracciones y cientos de dimensiones de donde debería. No todos los sistemas funcionan dentro de este contexto, y el acceso hasta sus recursos más preciados no está disponible. La bitácora del observatorio le indica que su desajuste tuvo lugar poco después de su partida. Tampoco puede confiar en que Huatûr haya venido, o sea capaz de hacerlo en algún momento. Está solo.

El ritmo de propagación de la infección se ha ralentizado, pero no así la agonía que le causa. Continúa buscando maneras de adaptarse a su nuevo entorno. Creciendo junto a las partes que recrea de su antiguo ser. Tensionando y poniendo a prueba la resistencia de cada recoveco de su masa conceptual. Creando rutas a través de su toda su macro estructura. Incluso la imagen mental que posee de su cuerpo se ve afectada por estos espasmos. Puede haber sido capaz de silenciar parcialmente los efectos de su presencia, pero sabe que se encuentra a un paso de sucumbir de nuevo ante la desesperación. Mientras su única compañía es el el flujo de datos del observatorio, el tiempo sigue jugando en su contra. Corre el riesgo de que mute de maneras que aún no es capaz de prever. Que se propague también por su actual hábitat y corrompa lo que siempre ha valorado más. Su temor más profundo siempre ha sido el olvido. Perder el conocimiento del que ha hecho acopio a lo largo de los milenios.

No está dispuesto a permitir que la obra de su vida se vea comprometida. Este miedo se impone sobre todos los demás. No está dispuesto a hacerlo aunque esto le cueste todo cuanto es. Refuerza los protocolos de seguridad y ordena que su núcleo esencial sea transferido hasta una realidad estanca. Hasta un lugar seguro en el que llevar a cabo las pruebas. La fase inicial de transferencia se lleva a cabo casi de forma plácida. Este es un viaje que ya ha realizado en otras ocasiones. Un camino que conoce. Se aleja del silencio y la quietud de la zona de aislamiento para comenzar a sentir el ruido eléctrico. Se adentra en el flujo de datos para establecer contacto con los receptores de su nuevo soporte vital. Es en ese momento cuando, una vez más, pierde el control.

Incluso a través de los sentido mitigados la sedación, el flujo de información es capaz de saturar sus receptores. Sus umbrales de dolor quedan abrumados y los componentes orgánicos comienzan a disgregarse una vez más. La brutalidad y rapidez de la experiencia le hace perder el pulso sobre la operación. El dolor regresa, pero lo experimenta de una manera que en nada se parece a las que ha conocido con anterioridad. Los sistemas automáticos cortan en contacto antes de que el experimento llegue a su fin. Segmenta el núcleo y devuelve las partes “sanas” hasta el centro de control. Todo contacto con esa realidad es anulado.
Aun con la conexión rota es capaz de percibir la degradación y colapso de aquel lugar como un eco. Como algo casi propio. Como una onda que se propaga por donde no debería ser capaz de hacerlo. La radiación busca maneras en las que regresar hasta su fuente. Se replica de manera ordenada generando nodos que tratan de restablecer la comunicación con aquellos que han sido cercenados. Trata de recuperar su conexión con todo lo que ha conocido. Seudópodos que son lanzados hacia distintos niveles. Que buscan un entorno propicio en el que continuar propagándose. Algunos de los restos vestigiales que se propagan más allá de su cuerpo en disgregación parecen buscarle, pero no son capaces de dar con él. Por una vez, el azar parece haberse convertido en su aliado. La zona de cuarentena está diseñada de tal manera que bloquea esos canales específicos que va usando. Los vectores de la plataforma ya no son propicios para que recupere el contacto con su fuente. Pero, ante la futilidad de tales intentos, su antagonista toma otras rutas. Es capaz de detectar las sondas que analizan esta realidad teóricamente estanca. De fundirse con las señales que captan y, a través de ellas, encontrar un nuevo canal viable por el que propagarse. No importa que las sondas se desconecten, su expansión continúa. Cada fragmento de información que ha obtenido acerca de este concepto se ve consumido por él. La única opción que le queda es la de purgar todos los datos del sistema. Cerrar ojos y oídos. Confiar en que, una vez que se haya consumido el flujo que lo sustenta, se desvanecerá. Pero sabe que esto no es cierto. Que lo que le afecta no deja de ser una consecuencia. Los ecos de este concepto que aún resuenen en su núcleo mientras luchan por conectar con lo que han dejado atrás. Una porción infinitesimal de la fuerza con la que se ha encontrado. De esa entidad que sabe que permanece “ahí fuera” buscándole. La que ocupa todo el espectro perceptible de sus sentidos. La que se le muestra cada vez que trata de huir del miedo.

Sabe que cualquier victoria que crea alcanzar no dejará de ser algo ilusorio. Una mentira en las que podrá refugiarse durante breves periodos de tiempo. La huida ha llegado a su fin. Puede haber regresado hasta el punto de partida, pero aquí no encontrará la salvación. Ha de poner fin al autoengaño. Su verdugo se acerca. Es capaz de sentir cómo repta a través del eco que les une. Casi parece algo vivo. Algo inteligente. Mientras sucede todo esto, una voz en su interior no deja de cuestionarle. Le pregunta una y otra vez por el sentido de continuar con esto. Le recuerda que apenas queda nada en él de la persona que comenzó este viaje. Que, con cada amputación a la que se ha visto sometido, ha muerto una parte de la entidad que un día fue. Esta es una voz que reverbera en cada fragmento de su ser. Que tensiona, quiebra y mutila cada partícula de cuantas le componen a todos los niveles. Que se mezcla con las alertas del observatorio llevando a los restos de su mente hasta un estado cercano al colapso. Hasta un estadio más elemental que el primario.

–¿Quién eres? –la voz continúa con su tarea de manera inmisericorde– ¿Qué eres? –le hace preguntas para las que no tiene respuesta– ¿Qué da razón a tu existencia? –logra despertar algo en su interior que ha permanecido aletargado– ¿Por qué no te rindes? –algo que nunca le ha abandonado– ¿Cuál es tu razón para seguir?

Esa voz que le ha acompañado en cada momento de este viaje es la suya. Finalmente es capaz de reconocerla y aceptarla. De comprender su propósito. De encontrar una base sobre la que reconstruirse. Le recuerda que no importa quién sea en estos momentos. Que su existencia no ha sido otra cosa que una sucesión de cambios que, en su gran mayoría, se han iniciado más allá de su control. De cambios a los que ha sido capaz de adaptarse gracias a su intelecto. Esa voz le recuerda una verdad que ha permanecido inmutable entre todos estas evoluciones. Que hay dos factores monolíticos que han logrado sobrevivir a todo proceso degenerativo al que se ha visto expuesto con anterioridad. Dos rasgos que se mantienen del personaje que recuerda. Necesita respuestas. Esa y no otra ha sido la razón de su existencia desde que tiene recuerdos. Necesita comprenderlo todo. Esta ha sido desde siempre la verdad inmutable que le ha definido. El hecho que ha logrado imponerse sobre todo lo demás. La herramienta que, finalmente, le permite mitigar los efectos del dolor y el miedo. Que logra que sus sentidos vuelvan a proporcionarle una información que su mente sea capaz de procesar. Que, por primera vez desde el momento hasta el que llegan sus recuerdos, sea capaz de contemplar a su atormentador desde una perspectiva que no se encuentre distorsionada por la agonía. Que pueda verlo como lo que realmente es. Como un armónico que resuena en frecuencias abstractas. Que se adapta y reajusta constantemente. Un concepto preciso y metódico. Hermoso e implacable. Fascinante y terrible. Antagónico para ese concepto llamado vida en cualquiera de sus formas. Letal para ella de la misma manera en la que lo es la mayor parte de cuanto existe.

Las respuestas van llegando lentamente. Le permiten concretar su situación. Comprender lo desesperado de la misma. Porque la mera posesión de este conocimiento no convierte a su antagonista en una amenaza menos peligrosa. No cambia lo que está en juego ni convierte la apuesta que debe hacer en algo banal. Lo único que hace es proporcionarle nuevas herramientas. Con cada uno de los movimientos es capaz de analizar a su rival. De centrarse en aquello que puede y debe controlar. Cada nuevo dato le permite imponerse sobre el miedo y el dolor. Reforzar los centros sensoriales afectados por esta entidad. Minimizar los sesgos. Una vez que han caído todos los velos que nublaban su capacidad de raciocinio, es capaz de conocer finamente a qué se enfrenta. De comprender sus patrones de propagación. De ver la manera en la que alcanza el estado de simbiosis y degradación con todo aquello que resulta ser susceptible a su toque. Ser consciente de aquellos elementos que parecen ser ajenos a su contacto.

A partir de estos datos es capaz de elaborar nuevas teorías. Mientras el ente continúa con su camino antes imparable, puede teorizar métodos con los que tratar de impedir que esos patrones de expansión sigan su curso. Puede llevar a cabo estimaciones acerca de los elementos y la cantidad de energía necesaria para ralentizar su avance. Ganar un tiempo vital para ser capaz de ajustar sus cálculos iniciales. Permitirse el lujo de creer que tiene una posibilidad.
Con cada fracción de tiempo que dedica a este análisis, logra que lo imposible se convierta en complejo. Lo complejo en razonable. Lo razonable en trivial. Su enemigo no es tal. Solo es una partícula perdida. Un elemento fortuito. Un accidente cósmico como tantos otros. De forma metódica va cortando todas las rutas que puede tomar para alimentarse. Bloquea los accesos hasta su origen. Cambia la frecuencia y posición del observatorio y la suya misma. Evita que su existencia sea detectada por su perseguidor y la entidad que lo ha originado. Aísla en su interior los restos que quedan de este concepto, mientras permite que los restos ligados a esa escisión vayan extinguiendo poco a poco. No es ajeno al dolor mientras todo esto sucede. Mientras su rival consume aquellas porciones de su ser con las que permanecen en contacto. No es ajeno al sufrimiento, pero lo utiliza para reforzar su determinación. Para salir triunfante.

–¿Y, ahora, qué? –la voz crítica regresa. La sensación de éxtasis dura poco– ¿Qué has conseguido más allá de ganar un poco de tiempo?

Lo único que ha logrado ha sido sobrevivir a su propia estupidez, pero nada ha cambiado realmente. Esto no ha terminado. Quizás el extracto biopsiado se ha consumido, pero el resto de la infección continúa en su interior. Ha logrado contenerla pero, ahora que conoce su naturaleza y comportamiento, sabe también que jamás podrá librarse de ella.
Se encuentra navegando entre las mareas del tiempo y la incertidumbre. Lejos de cualquier ayuda. Lejos de su cuerpo.

–Enhorabuena, Iorum. Ahí tienes tus respuestas. Ahí tienes esos datos que solo te han servido para llevarte hasta nuevas preguntas. ¿Qué vas a hacer ahora con ellos?