El viento recorre sus calles. Resuena y vibra entre las grandes torres. Genera armónicos al entrar en contacto con las plataformas que comunican los diferentes niveles de la ciudad. Pero no viaja solo. En su seno conviven lo normal y lo anómalo. Los conceptos se mezclan y lo absoluto da paso a lo subjetivo. La frontera que separa a las realidades está compuesta por detalles. Por barreras casi siempre imperceptibles. Por incontables eventos que tienen lugar en todos los tiempo y espacios.
Todo comienza con un leve movimiento. Con la colisión de dos conceptos de naturalezas opuestas. Con una ruptura en el tejido invisible que las separa. Con la creación de una imperceptible fisura en lo cotidiano.
Todo tiene su inicio en una tenue alteración de la gran mentira.
Con una suave brisa capaz de hacer temblar el frágil castillo un naipes que es “nuestra verdad”.
Con un cambio en nuestra percepción de esa abstracción a la que denominamos “lo normal”.
Ese endeble constructo sobre el que erigimos nuestra concepción de “lo real”.