Se podría considerar al culto a Los Señores de Ilwarath como la religión o la iglesia organizada más antigua sobre la faz de Daegon sin temor a equivocarnos, pero esta afirmación, paradójicamente, no sería del todo cierta.
El origen de la relación (que no adoración) de la humanidad con los gobernantes de la última morada no llegaría hasta los años del ocaso de la segunda edad, cuando la humanidad conociese la mortalidad y comenzase a respetar y temer a la muerte.
Así como su relación con los tayshari sería en un principio de igualdad, ni el más osado de los padres inmortales de los hombres habría puesto jamás en duda que los señores de la tierra de los muertos se encontraban en un nivel de existencia distinto al suyo, o buscaría su aprobación, su beneplácito, ni mucho menos trataría de desafiarlos. Serían sus hijos mortales quienes comenzasen a rendirles culto de una u otra manera.
Es común confundir la adoración a Los Señores de Ilwarath, sobretodo Avjaal y Yago, con la que se profesa a algunos de los aspectos del Destructor o los kurbun. En el fondo, todos ellos representa distintas manifestaciones de un mismo concepto: La muerte o el fin de la vida. Pero la diferencia entre estos cultos no deja de ser muy clara.
La adoración que se realiza de los kurbun, casi siempre bajo la premisa errónea de que tras el final de los tiempos habrá un renacimiento y recompensa para sus fieles, difiere enormemente con respecto al culto que se rinde a los tres moradores de los salones del olvido: La esperanza en el triunfo es un engaño. El final es inevitable.
Dentro de sus filas podríamos diferenciar dos posturas: Lo único a lo que pueden aspirar es a postergarlo o hacer más llevadero su tránsito hasta él.