Las edades de Daegon

Las edades de Daegon arcanus

El tiempo antes del tiempo

El tiempo antes del tiempo arcanus

Crónica de los tiempos que no fueron

Crónica de los tiempos que no fueron
Él era la caótica armonía de la creación.
El todo superior a la suma de sus partes.
El lugar infinito en el que se ubicaba el espacio.
El instante eterno que abarcaba al mismo tiempo.
Las simas entrópicas en la que bullía la vida.
Él era la existencia.
Él era el poder.
Él era Avjaal.
En su interior El Todo permanecía en su violenta calma, cuando una de sus partes se hizo presente por encima de las demás, otorgándole la consciencia sobre su mismo ser.
La consciencia trajo la necesidad, así como la necesidad traería el deseo. El deseo de no sentirse sólo.
Así que Avjaal, destruyendo su Yo infinito, creó a Los Primeros: Los poderes primigenios, aquellos que le harían compañía, y les imbuyó con el don de la consciencia.
Así, a la necesidad y el deseo se les unirían nuevos hermanos: Namak, Enaí, Tayshar, Suritán, Ytahc y Kestra.
Los Primeros eran esencia pura. Nombres sin contexto o significado. Entes primarios carentes de intención o deseo. Movimiento sin objetivo ni destino. Seres casi infinitos, limitados únicamente los unos por los otros. Pero al mezclarse con el deseo, cada uno de ellos reaccionó de distinta manera.
Cada uno de ellos sería origen, portador y avatar de nuevos axiomas. De nuevos poderes que despertarían en aquel universo aún por nacer. Así llegarían la empatía y la aversión, el estatismo y el cambio, la luz y la oscuridad. Así llegarían los opuestos. Opuestos que se atraían y se repelían. Hermanos que se necesitaban y se odiaban. Poderes que colisionaban.

Y hubo conflicto.

Un batalla eterna, pues no existía el tiempo.
Los Primeros se agredían y mezclaban. Desgarrándose para dar origen a nuevos poderes. Creando una miríada de realidades a partir de sus mismas esencias.
Pero Namak descubrió que el conflicto le alimentaba y de cada nueva batalla obtenía más poder. Y, cuanto más poder poseía, más deseaba. Así que, embriagado por las ansias de omnipotencia, Namak atacó a Avjaal en un combate que resquebrajó aquel momento eterno de creación, amenazando a toda la existencia.
Así que Avjaal, abandonando su faceta de creador, se convirtió en el fin de todas las cosas y acabó con Namak. Y con aquella acción, el primer acto de destrucción, nacerían los tres últimos poderes: Baal, el destructor, Sakuradai, el tiempo y Layga la vida.

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Primera edad

Primera edad arcanus

Interludios y comienzos

Interludios y comienzos

En el inicio de los tiempos, Los Primeros comenzaron a definirse a sí mismos. A fundirse con los poderes y axiomas que habían creado, abandonando y superando el nivel conceptual, para abrazar y dar forma a los seis planos.

Así, Suritán se convertiría en el hogar de la luz. La creadora de formas. Aquella que moldea el universo. El origen de toda materia elemental. Cobijadora y nutriente de la vida. Y aquellos que la acompañaron se convertirían en los Suritani; Los forjadores de mundos.
De sus manos surgirían estrellas y cometas. Planetas y galaxias. Esparciendo su legado por todos los rincones de la realidad naciente.

Enaí se hizo uno con la oscuridad, formando con ello Jonund; El camino. Camino hacia lo que aún no nos muestra la luz. El sendero que comunicaría a todos los hermanos. Esperanza de lo que está por llegar y aún no somos capaces de percibir. Quien nos guarda y oculta de la mirada del enemigo.

Baal se sumergiría en los restos sin vida de su padre, destruyendo aquella realidad inerte. Pero los fragmentos de Namak que se desprendían a lo largo de su camino se impregnarían de la esencia del destructor, dando con ello a luz a los kurbun; La destrucción informe. Los asesinos de dioses. Los portadores de la no-vida.

Kestra observaba las acciones de sus hermanos, pero no era capaz de comprenderlas. Así que los contempló hasta que halló una razón entre tanta locura, un patrón en aquella cacofonía de formas y movimientos. Viendo como sus compañeros no eran conscientes de las consecuencias de sus actos, buscó establecer una armonía que compensase la anárquica creación que se estaba llevando a cabo.
Para que le ayudasen en aquella labor crearía a Argotaj e Irasai y juntos se convertirían en los arquitectos de realidades. Los edificadores de barreras. Señores del orden, la estabilidad y el equilibrio.

Ya desde el momento de su nacimiento, Sakuradai poseería el don de la consciencia, y contemplaría como todos sus hermanos eran abrazados por su manto. Pero esto no hizo sino alejarla de ellos, pues ella era el tiempo; Principio y fin de todo.
Desde su concepción, conocería los pasos que darían sus hermanos y de como acabarían ellos y todo cuanto habían creado y crearían. Contempló nacimientos y muertes, éxitos y fracasos, auges y caídas. Contempló como trataría de evitar lo inevitable. Contempló como fracasaría una y otra vez. Padeció desde el primer momento su propio dolor a lo largo de los eones, pues la certidumbre y la desesperanza serían su condena eterna.

Tayshar e Ytahc caerían rendidos ante la belleza de Layga desde el mismo momento en el que la contemplaran por primera vez. Ambos la desearon y ambos recibirían su abrazo y su semilla, creando un vínculo imperecedero entre ellos.
Pero Ytahc era cambio y evolución, por lo que abandonaría a sus hermanos para crear su propio camino.
Así Layga y Tayshar, imbuidos también por la esencia de su hermano, moldearían su entorno para crear un hogar. En el crearían las fuentes de la vida; Shud Elaen, Origen de carne. Shud Krieg; Proveedora de intelecto y Shud Ilawar; Alimentadora del espíritu.
En aquel lugar también darían a luz a los Tayshari; Los guardianes de la creación. Señores de la empatía y Servidores de las fuentes.

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Vida y muerte. Tiempo y pactos

Vida y muerte. Tiempo y pactos

Avjaal contemplaba, desde más allá del los tiempo, el camino que habían recorrido sus hijos antes de regresar hasta él, completándolo de nuevo. Contempló la belleza de la vida y la tristeza del tiempo. Dolor y sacrificio, alegría y esperanza. Contempló como sufrirían y morirían. Contempló como sus propias acciones les llevarían hasta el trágico final.
Contempló todo esto incapaz de hacer nada pues pues Él estaba más allá de aquellas disquisiciones. El tiempo no era sino una mota, una fracción apenas perceptible dentro de la inmensidad de su ser. Pero, aún así, no podía evitar el contemplarlo una y otra vez invadido por una profunda tristeza. Cada vez que observaba aquella pequeña joya, apreciaba un nuevo matiz; Una vida que antes había pasado inadvertida, le mostraba un nuevo aspecto de sí mismo. Una muerte que le hacía apreciar aún más a aquellas diminutas criaturas.
Nada en aquel lugar se le hacía insignificante y, cada vez que la observaba, Sakuradai le devolvía la mirada con una muda súplica.
Trató de crear otras realidades, nuevos conceptos que aplacasen aquella desazón que le atenazaba con cada nueva visión de lo que habían sido sus hijos, pero sólo conseguía obras vacías. Criaturas artificiales carentes de vida. Cada pequeño cambio que introducía destruía el conjunto, cada nuevo intento se convertía en un nuevo fracaso. Siempre regresaba a aquellas minúsculas vidas que no dejaban de emocionarle. El tiempo y la vida formaban parte de él, pero su esencia había cambiado convirtiéndolos en algo distinto de lo que fueran. Haciéndole sentir vacío en lugar de completo.

Finalmente, Avjaal, tomó una decisión; No deseaba contemplar de nuevo el sufrimiento de sus hijos, pero tampoco permanecería ajeno a su destino.
Así que Avjaal se despojó del manto de la omnipotencia. Se encogió hasta entrar en aquella diminuta gota de sí mismo y, sellando un pacto sin palabras con sus hijas, les otorgó su último obsequio: El don de la incertidumbre, el regalo de la esperanza.
Los vestigios de su poder se esparcirían a lo largo del tiempo, creando nuevas vidas. Vidas ocultas a los ojos de Sakuradai, o a los suyos propios. Vidas que podrían alterar el devenir de los acontecimientos.
Tras hacer esto, crearía Ilwarath, la tierra de los muertos, su última morada. El lugar donde esperaría el fin de los tiempos. Donde sería engullido por La Nada cuando todos los suyos hubiesen desaparecido.
Desde allí contemplaría a sus hijos desde una nueva perspectiva, siendo uno más de ellos. Experimentando sus alegrías y pesares.
Desde allí contemplaría el rostro de Sakuradai que, por un breve momento, perdería su eterna expresión de tristeza y, en aquel momento, Avjaal conocería la felicidad.

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El viaje de Ytahc

El viaje de Ytahc

Ytahc vagaba por los reinos de sus hermanos impregnándolos y empapándose con su esencia. Aquel solitario devenir carecía de destino, se limitaba maravillarse con la visión de las creaciones que inundaban aquellas realidades.
Pero todo cambió al llegar a Namak. Pese a no ser conscientes de su presencia en aquel lugar, la mera cercanía del destructor y sus vástagos resultó una agresión para él. El tiempo perdió su significado, para convertir cada instante en una nueva forma de agonía.
Con sus últimas fuerzas, Ytahc logró escapar de aquel lugar, para refugiarse en los confines de la realidad. Se encontraba herido, pero aquella herida sanaba, pues él era herida y curación, cambio y libertad. El era tiempo y creación, movimiento y expansión. Él era Ytahc, él era el caos.

Y mientras su ser sanaba, Ytahc soñó. Soñó que de su interior surgían infinitos seres que llenaban la bastedad del cosmos. Hijos de su mente. Herederos de su esencia.
Soñó que sus hijos se fundían con las creaciones de los Suritani, imbuyéndolas de vida.
Soñó que sus hijos tomaban conciencia de si mismos y, a su vez ellos también soñaban, moldeando sus hogares, llenándolos de nuevas formas, colores y criaturas.
En su mente contempló como sus hijos se reunían, danzando unos alrededor de los otros en una anárquica y hermosa coreografía. Dejándose mecer por la melodía primaria del vacío.

Ytahc abrió los ojos y contempló con orgullo y emoción a su progenie. Durante eones viajó entre ellos, aprendiendo y experimentando. Maravillándose ante su involuntaria creación.

Tras su largo vagar, su camino se cruzó con la más hermosa de la criaturas que jamás hubiese encontrado. Coronando aquel lugar, ajeno a cuanto le rodeaba, un mundo solitario creaba su propia camino. Ninguno de sus hijos parecía haberse fijado en él.

Durante tiempo inmemorial contempló a aquella criatura, embelesado por la sencillez de su forma e hipnotizado por la cadencia de sus movimientos, y la siguió hasta que alcanzaron el centro de aquella realidad. Aquel lugar también había sido el destino de otros dos viajeros errantes, que les acogieron con un caluroso abrazo y les hicieron reconocer aquel lugar como el final de sus caminos.

Allí Ytahc daría por finalizado su viaje, pues había encontrado su hogar. Con delicadeza se introdujo en el corazón de aquel mundo y, nuevamente, soñó.

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Segunda edad

Segunda edad arcanus

Nacimientos y despertares

Nacimientos y despertares

Del sueño y el inconsciente de Ytahc y de su unión con su compañera, surgiría la vida sobre esta. Criaturas de de todos tipos florecerían y se esparcirían por toda su superficie. Seres guiados por el instinto y la inconsciencia.
Pero Ytahc, que las amaba a todas ellas, vivía sumido en la incertidumbre, pues sus heridas le recordaban constantemente que El Destructor y los suyos llegarían algún día para acabar con todo lo que había creado.
De aquellas sensaciones; del dolor y la rabia, del miedo y desesperación que le causaba aquella espera, nacerían la única de sus creaciones a la que marcaría con una misión. Más adelante, cuando los contemplasen los hombres, recibirían muchos nombres: Unos los recordarían como los Gunday Arek, La hueste perdida y otros como los Dragún Adai, los hijos de Adai. Durante su descanso se les conocería como los Mayane Undalath, los guardianes durmientes y aquellos que convivieran con ellos hablarían de los Ansale Daimashu, la furia de Daimashu. Pero ellos nacerían y morirían como los guardianes de Ytahc. Aquellos que poseen todas las formas.

Los guardianes surgirían de la piedra y el fuego de los siete picos. Sobre la superficie de Ytahc, en lo alto de los montes Gurudael y Kibani surgirían las dos primeras estirpes y, en la más profunda sima de sus océanos se hallaría y aún perdura Matnatur, la ciudad eterna, el único de los picos que no sería conquistado.
Sobre la blanca superficie de Lutnatar, girando sobre Ytahc, se encontrarían Lianu y Olen'Dogar y sobre todos ellos, entre los ardientes llamaradas de la superficie de Sholoj, surgirían los dos últimos picos: Nalot y Lubdatar.

Tras su primer despertar, los guardianes recorrieron toda la extensión de sus padres buscando al enemigo, pero donde esperaban dolor y destrucción, sólo encontraron hermanos y belleza. Durante mucho tiempo vagaron sin rumbo ni cometido, reflejándose en las criaturas con las que se encontraban, asumiendo y experimentando miles formas y de sensaciones. Miles de maneras de percibir, entender y apreciar lo que les rodeaba, aquello que se les había encomendado proteger.

Pero habían nacido para combatir y, con el tiempo, muchos de ellos decidieron abandonar la espera y regresar a la roca de la que habían surgido. Otros sentirían la llamada de las estrellas, el lejano canto de los hijos de Ytahc, y surcarían el vacío buscando el origen de aquellas voces, pues supieron que también necesitarían de su protección cuando llegase el enemigo.

Tras la partida de sus hermanos, sólo los primeros nacidos de cada uno de los picos permanecerían despiertos, esperando y vigilando inalterables desde sus hogares la llegada del destructor.
Pero, antes de la llegada de Baal, presenciarían el nacimiento de una especie que les cambiaría como ninguna otra lo había hecho.

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Los primeros dioses

Los primeros dioses

Los padres de los hombres aparecerían como una nueva fuerza primaria. Ellos eran distintos del resto de las especies, pues en ellos se hallaban facetas de todos los poderes. Eran la suma de todo lo que les había precedido y serían la semilla de lo que estaba por llegar. Ellos eran los descubridores de conceptos, los arquitectos del futuro, los dadores de nombres.
Cada uno de ellos nacería solo y aislado. Aparecerían esparcidos por todos los rincones de Ytahc pero, a pesar de saberse únicos, supieron que había más como ellos y no tardarían en comenzar su búsqueda.
Cada uno tenía su propia visión de como debería ser el mundo y, desde el primer momento, recorrieron el mundo buscando respuestas para las preguntas y retos que les deparaba todo lo que veían. Deseando encontrar a aquellos que compartían sus sueños para juntos convertir en realidad aquellas visiones.
A su paso todo lo que les rodeaba se doblegaba ante su voluntad, pero sus acciones no estaban alentadas por el capricho. Al contrario que sus hermanos, el instinto no era su única guía pues, a diferencia de estos, disponían del intelecto para atemperarlo.

Aquel era un universo joven y nada se sabía aún de leyes o límites, de barreras o axiomas, y serían ellos con sus manos y su imaginación quienes las estableciesen.
Contemplaron los ríos y construyeron diques, islas y puentes. Contemplaron las montañas y extrajeron lo que necesitaban de su interior para crear ciudades, pero estas no tendrían murallas, pues aún no sabían del enemigo. Arrasaron bosques para crear naves que les llevasen más allá del horizonte. Volvieron su vista a las alturas y contemplaron el cielo y las criaturas que lo poblaban. Buscaron más allá y las estrellas ocuparon todo cuanto abarcaba su mirada.

Desde sus emplazamientos, los guardianes contemplaron a aquellas extrañas criaturas. Antes habían sido reflejo de todas las creaciones de su padre, ya fuesen seres vivos u objetos inmóviles, pero aquellos seres eran distintos. Caminaban con altivez, pero carecían de la elegancia de los grandes depredadores. Sus cuerpos parecían frágiles, pero eran capaces de horadar las montañas. Sus voces eran dulces, pero se imponían con autoridad ante el rugido de las bestias. Aquel cúmulo de contradicciones despertaba en ellos algo que no eran capaces de entender. Durante mucho tiempo les siguieron, contemplándolos desde la distancia. Tratando de ser su reflejo, de convertirse en ellos para poder entenderlos, pero aquella tarea les resultaba imposible.

Finalmente la estirpe de Luara y Laconish llegaría hasta la ladera del primer pico, y serían ellos quienes le pusieran nombre y construyesen en su base la ciudad de Imshul. Hasta allí, atraído por la cercanía de de aquellas criaturas, bajaría el primero de los guardianes.
Primero sería recibido con recelo y extrañeza, pues su aspecto cambiaba constantemente, resultando una amalgama de todos los que le rodeaban, pero que en nada parecía humano. No sería hasta que ante él se alzase Vandara “La de mente aguda”. Comprendió cual era el fin último de su misión. En aquel momento se sintió maravillado e insignificante pues, mientras él era destrucción creada para luchar contra la destrucción, ella era capaz de crear vida. En aquel momento, realizando su primer acto consciente, asumió su forma definitiva. Ya no era un reflejo de lo que le rodeaba, sino un ser nuevo y distinto, humano en su esencia, guardián en su poder y su misión. Para completar aquel cambio, Vandara le daría un nombre, bautizándolo como Dae'on.

Él advertiría a los hombres del enemigo y la guerra que asolaría su mundo y ellos se prepararían para el conflicto construyendo armas y creando en lo alto del pico la fortaleza de Imshul. Desde allí vigilarían Dae'on y Vandara y allí criarían a sus dos hijos: Dayon y Daegon.

Aún desde la lejanía, sus hermanos sintieron el cambio en Dae'on y el resto de los guardianes que permanecían vigilantes se verían afectados por la comprensión que este había alcanzado. Nunca se habían hecho preguntas, cuestionado o dudado de su misión. Nunca habían tenido necesidades o impulsos más allá de la espera. Pero, dentro de sus limitaciones, cada uno de ellos también era una criatura única, un hijo del cambio, y cada uno de ellos respondería de una manera distinta ante aquella revelación.

Su percepción del mundo cambió. Habían visto y experimentado a su padre con los sentidos de todas las criaturas que lo habitaban, pero en aquel momento pasaron a tener sentidos propios para percibirlo por ellos mismos.
El despertar de su consciencia traería consigo a la curiosidad. Movidos por aquella nueva sensación, los primogénitos de cada uno de los restantes picos viajarían hasta los lugares donde se encontraban aquellas pequeñas criaturas que lo habían cambiado todo.

Aquel a quien los hombres llamarían Narg'eon, señor del monte Kibani se uniría a la estirpe de Ware y Lahaya que bajo su pico crearían la ciudad de Tayatán.

Shat'red, señor de Matnatur, haría emerger parte de su pico cerca de las costas de Kanyai, el hogar de Nalsai y Daela; los del rostro inquisitivo. Mientras tanto, bajo el mar, Karag´tamur que aprendería de los hombres las artes de la construcción, fortificaría Matnatur, a la que se estos llamarían Rielt Kamage; la ultima esperanza.

Zulera y Gérdelain; los de la piel de bronce, contemplarían la llegada desde las estrellas de Yur'kahn, señor de Lianu y Sem'bar primer nacido de Olen'Dogar sería recibido en Wúnderath por la estirpe de Scándar y Sígrid; los de la sonora carcajada y lealtad inquebrantable. Mientras tanto, desde su hogar en Lutnatar, Huatûr; El contemplador. Aquel cuya mirada todo lo ve, asumiría su propia forma, y se bautizaría a sí mismo, siendo su nombre la primera palabra que pronunciasen sus labios.

Los hijos de Sholoj, Mash'Kar, señor de Nalot y Noroth'grael, primogénito de Lubdatar recorrerían juntos el largo camino que les separaba de Ytahc, y juntos llegarían a Undal Kíderath, los dominios de Yalan y Gáreald; los de curiosidad infinita.

Pronto todos los pueblos de los hombres supieron de la batalla que se avecinaba, y se prepararon para enfrentarse al enemigo. Guiando sus pasos y cuidando de ellos se encontrarían los siete reyes primogénitos; Los siete reyes dragón.

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Hermanamiento e Imperio

Hermanamiento e Imperio

Bajo el auspicio de los reyes dragón la humanidad no sólo sabría del enemigo, sino que también uniría y pondría en contacto a las estirpes de todos los padres. Más adelante, cuando aquellos guardianes que se habían dirigido hacia las estrellas llegasen a otros mundos en los que también había surgido la vida, juntos crearían Ansale Pandar; la puerta de los mundos.

Así los hombres colonizarían otros mundo y crearían fortalezas en ellos para defender a las criaturas que allí habitaban. Mientras tanto en su hogar no dejarían de descubrir y adiestrar a nuevas criaturas. En las rocosas llanuras de Sgamul los hijos de Gundarek y Laisar se convertirían en los domadores de shaygan, los creadores de valles, los nómadas del viento. Sobre las espaldas de aquellas gigantescas criaturas construirían aldeas y fortalezas volantes que estos seres les transportarían por los cielos.
En las islas Irscalot, aislados en el océano Vagrani, los hijos de Maleri y Alashi convertirían a los traslucidos y cambiantes navani en guía y escolta para sus naves por todos los mares y océanos. Los más osados de ellos, los Gon Danyar, los jinetes marinos, viajarían en el interior de aquellas criaturas sobre y bajo las aguas.
En las junglas de Wandar, Angorm y Lyg Andrós lograrían comunicarse con las bestias primigenias y convertirlas no sólo en sus aliados, sino en sus hermanos.

En el norte, Mugeb y Sahai junto con su estirpe crearían bajo el hielo la ciudad Kaze, en el sur Shunor y Shaída les imitarían creando la de Grodoj.
En el este Izami y Shizune crearían la ciudad armónica de Kinsiday, en cuyo centro ubicarían la fortaleza laberinto de Sundagar.

Mientras sus hermanos construían sus hogares, Ailán y Neima recorrerían el mundo tratando de descifrar sus secretos. Sus ojos podían ver más allá que los de ningún otro, y eran capaces de percibir la misma estructura que daba cohesión a todas las cosas.

Durante mucho tiempo, el guardián a quien los hombres llamarían Maed'lloar caminaría entre los hijos de Ulmar y Raida, mientras Asereth lo hacía junto a los de Niam y Kenrath. Ninguno de ellos había asumido su forma definitiva. Ambos compartían una visión diferente sobre su misión, una visión obtenida en las largas noches conversación alrededor de la hoguera junto a Niam y Raida. Finalmente su forma les vendría de una manera natural, aunque no dejaría de sorprenderles, pues serían los únicos de los guardianes que asumirían forma de mujer.

Pero los siglos trascurrían y nada se sabía del enemigo. Con el tiempo las advertencias de los guardianes fueron perdiendo su trascendencia para los hombres. Incluso algunos de los guardianes empezaron a dudar de su misión y aceptando por completo su condición de humanos, buscaron metas propias. A ellos se les llamaría tsaday, los nuevos hombres, aunque eras más tarde aquella palabra cambiaría su significado por el de renegados.

Mientras todo esto sucedía en Ytahc, en los fuegos de la ardiente fragua de Sholoj, Kafarnaul, el forjador, creaba las armas para los reyes, las llaves que deberían cerrar el camino al destructor. Por su lado, en Kay Tíndawe, la sala de los espejos situada en el corazón de Lutnatar, Huatûr no cesaba en su incansable búsqueda de aliados por todos los mundos y realidades para la batalla que acaecería.

Y, finalmente, el enemigo llegó.

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El final de una era

El final de una era

Baal y los kurbun vagaban por las realidades mecidos por los vientos del azar. A lo largo de su camino sólo dejaban destrucción y realidades fracturadas.
Finalmente atravesarían la oscuridad transformando en miedo, olvido y dolor lo que antes había sido esperanza, descanso y cobijo. Apenas unas fracciones de aquel lugar permanecería inalterado tras su paso.
Pero, en aquella ocasión, la destrucción no sería lo único que provocaría su presencia. Tras su marcha, los enemigos invisibles del hombre despertaría y, como sanguijuelas, alimentándose de sus despojos, se adherirían a aquella comitiva siniestra Rotark, la locura, Yr´ Laan, la enfermedad, Jeshema, la corrupción, Shurgull, el miedo, Yrkay, el dolor y Drisdane, el odio.

Tras cruzar el umbral que separaba las realidades, los kurbun y distintos aspectos de los enemigos descendieron sobre Ytahc. Los cielos se oscurecieron y la luz de las estrellas se volvería rojiza. Los reyes dragón despertarían a los guardianes durmientes y los hombres conocerían la mortalidad.

La invasión llegaría también hasta los hijos de Ytahc, a través de la puerta de los mundos, a la que se conocería desde aquel momento como Rakundareh: La portadora de desgracias.
Shaedón, el primero de los kurbun, llegaría hasta Hayashu, hogar de Devas y destruiría aquel mundo dejando moribundo a su huésped. Después alcanzaría Máyandar, hogar de Yyvylion, quien abandonaría a su anfitrión para presentar batalla antes de que este fuera alcanzado. A su lucha se uniría Nigoor quien moraba en Gansaku, dejando desprotegido su hogar. La batalla se prolongaría durante siglos y ambos mundos terminarían siendo destruidos por los hermanos de Shaedón. Después de esto, los kurbun continuarían su vagar ignorando a los supervivientes. Estos, pese a estar agotados y heridos, volverían hasta su padre para ayudarle en la lucha que aún continuaba.
Tiempo después, Shaedón volvería hasta Ytahc, y después de acabar con la vida de millones, acabaría conociendo la consciencia y la humanidad tras dar descanso a la torturada alma de Kenrath.

En Ytahc, los reyes dragón perecerían luchando contra el enemigo, pero sus hijos y hermanos continuarían con su lucha. Dayon tomaría la espada de su padre, Dae'on, al igual que Maed'lloar lo haría con la de Shat'red, Yrmus Krill los haría con Narg'eon, Kafarnaul continuaría con el legado de Yur´kahn, Huatûr el de Sem'bar, Asereth el de Mash'Kar y Belrotah el de Noroth'grael.

Los padres de los hombres también sucumbirían y, por cada uno de ellos que perecía, su estirpe quedaba marcada por el sello de Baal: la marca de la mortalidad. Pero la muerte no era el peor de los destinos que les aguardaba, ya que aquellos cuya voluntad se veía doblegada por el dolor o la rabia pasaban a engrosar las filas del enemigo. Los padres se enfrentarían a sus hijos, viéndose obligados a acabar con sus vidas o perecer bajo su mano. Así Ulmar contemplaría como Ulvir, uno de sus hijos, acabaría con la vida de todos sus hermanos y se convertiría en Aknôt: El fin de toda esperanza. Estaría en la mano del propio Ulmar acabar con la vida de su hijo, pero su mano vacilaría y cada una de las vidas que arrebatase el hijo pesarían sobre la conciencia del padre.

En Kawanase, Nalsai y Daela perecerían con su eterna sonrisa en los labios. En Hannadar los harían Harst y Kaedra tratando de proteger a los suyos. En Danrath Benkey y Leana caerían asesinados por su hijo Lorgal.

Los hombres morían o sucumbían bajo la influencia del enemigo. También los picos caerían dejando, al final sólo Gurudael y Matnatur como los últimos bastiones en presentar batalla.

En Imshul, Dayon y Daegon, hijos de los difuntos Dae'on y Vandara, hermanos y esposos defenderían el primer pico junto a Ulmar, Huatûr, Luara y Laconish. A su alrededor sólo había muerte, pero ellos jamás desfallecerían.
En Matnatur Karag´tamur cobijaría a los últimos resistentes que bautizarían la ciudad como Rielt Kamage, la última esperanza.

En uno de los escasos momentos de respiro, Daegon, durante una de sus guardias contempló el cielo, pero vio algo más. Más allá de los límites de la realidad, contemplando el legado de sus hijos se encontraba Baal. Él moraba en un nivel de existencia superior al suyo, y sólo habían visto y combatido contra las pequeñas porciones de su poder que eran el resultado de su cercanía. Lo contempló y comprendió que no había razones para sus actos.
Elevándose hacia los cielos trató de acercarse a él y atravesó los limites del universo hasta alcanzarlo. La comprensión le había llevado más allá del odio o el dolor. La rabia había desaparecido y no deseaba hacerle daño. En su interior sólo se albergaba un deseo, ayudar a los suyos y para hacerlo sabía que no eran necesarias las armas. Estaba más allá del campo de influencia del destructor. Baal no podía herirla.
Se situó frente a él y le rozó con su mano, provocando un estremecimiento en toda la extensión de su ser al notar como la consciencia comenzaba a despertar en su interior.
Pero Jeshema no deseaba que el conflicto terminase y nublo la mente de Dayon engañándole para que la matase. Así, blandiendo la espada de su padre, atravesó la espalda de su esposa, hiriendo también a Baal. De aquella herida, de la mezcla de la sangre de Daegon y la esencia de Baal caería de los cielos una nueva criatura, Annandaroth, que sería recogido y ocultado por Ulmar y Huatûr.
Dayon, al ser consciente de lo que había hecho, arrojó la espada de su padre lejos, donde no sería encontrada en milenios.
Pero el daño ya estaba hecho. Baal ya no era un ser puro, pero tampoco había sido capaz de asimilar su consciencia. Su primer contacto con ella había significado dolor y aquello era todo cuanto le deparaba su existencia. Cada instante, cada criatura, cada mota de polvo significaba dolor para él. Pero no podía morir. Él era un poder primario, un elemento imprescindible para la existencia y mientras la más pequeña fracción de la creación perdurase, el no conocería la paz. Abrumado por el dolor huyo hasta los confines más lejanos de la realidad.

Con su último acto en vida, la esencia de Daegon trascendió su cuerpo mostrándose como una luz cegadora que tocaría a todas las criaturas que moraban sobre Ytahc. Esta luz también crearía una barrera que los kurbun no podrían atravesar.
Los hombres habían llamado de muchas maneras a su hogar. Unos lo habían llamado Adai y otros Arcthuran. Algunos se referirían a él como Evyal y Nansalar. Pero a partir de aquel momento en la mente de todos ellos sólo habría un nombre: Daegon.

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Epílogos y preludios

Epílogos y preludios
Como un acto reflejo causado por aquellos eventos, los poderes cerrarían los accesos a sus realidades, con la vana esperanza de que esto detuviese al destructor en su regreso, consolidando de esta manera los seis planos. El enemigo había partido, pero sabían que regresaría.

Baal tas regresar a al seno de su difunto padre, quedaría sólo y aislado del resto de los poderes. Allí permanecería milenios tratando de asimilar su nuevo estado. Sus hijos ya no le seguirían. Ya no era uno de ellos, ya no era “puro”. Había sido “corrompido” por la consciencia de su propia existencia. Los kurbun continuarían en aquel lugar hasta que las anárquicas mareas del arrastraban les llevasen hasta otro lugar.

Tras la partida de los kurbun, los guardianes reconstruirían los picos y volverían a sus lugares de reposo, a la espera de su regreso. Pero la marca de Baal y los suyos quedaría grabada a fuego en los hombres. Las guerras que se habían iniciado, se prolongarían durante milenios, arrasando con todo lo que se había creado hasta entonces. Aquellos que no habían sido infectados por el enemigo, caerían víctima de sus hermanos. Los hombres descubrirían nuevas maneras de matar, crearían artefactos capaces de erradicar toda forma de vida. La marea de muerte no sólo se llevaría las vidas de aquellos que participaron en la lucha, sino que también acabaría con la memoria de lo que la humanidad había sido, llegando un momento en el que ni siquiera supieron de donde provenían sus mismos nombres. El sacrificio de Daegon les había dado una oportunidad que no aprovecharían.

Sólo unos pocos conservarían los recuerdos de aquel legado. Apenas una docena de los padres sobreviviría a aquella locura. Por su parte, los siete dragones ya no serían reyes, pues no quedaba nadie que escuchase sus palabras. Desde la lejanía, todos ellos contemplarían con tristeza como habían fracasado en sus misiones. Ellos formarían el Kilgar Doreth, el concilio de los inmortales. En él sería juzgado Dayon y aceptaría su condena, pese a considerarla insuficiente. Allí sería juzgado también Nitsalaya, quien se había negado a luchar, o ayudar a sus hermanos durante la contienda y su condena sería el olvido. Ni el ni sus hijos serían recordados por quienes les rodeaban. Ellos serían Itkalum; aquel que no existe.

Entre las estrellas, el vagar de los kurbun les llevaría hasta Tansaûl, hogar de Yago. Este mundo giraba alrededor de Xanday, que albergaba a Shur. Ambos harían frente al enemigo y ambos perecerían. Sus almas llegarían a Ilwarath, donde Avjaal las juzgaría, como había hecho en incontables ocasiones, pero el señor de los muertos vio que sus esencias no habían sido manchadas por los kurbun. Por esto les ofreció entrar a su servicio. Yago sería su general, quien recolectaría las almas de los dignos, aquellos que serían los inagorn; los matadores de dioses, quienes harían frente al destructor en el final de los tiempos.
Shur, cuya luz purificaba las almas, seleccionaría aquellas capaces de imponerse sobre la mancha del enemigo y las devolvería de nuevo a las fuentes de la vida, dándoles una segunda oportunidad.

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Tercera edad

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Regresos y éxodos

Regresos y éxodos

Durante milenios, recluido en las entrañas de de Namak, Baal trataría sin éxito de imponerse sobre la carga que para él representaba la consciencia, ignorante de la ironía de que aquello era algo que ni siquiera él era capaz de destruir. Sólo quería recuperar el descanso que le otorgase la inconsciencia, pero lo que había sucedido no podía ser deshecho. Ante él se hallaba un camino que tendría que recorrer. Un camino repleto de decisiones a tomar y consecuencias que afrontar. Con el dolor como única guía y experiencia, en su interior sólo halló una única manera de recorrer aquella senda. Una única manera para alcanzar el descanso y el olvido: La destrucción de toda existencia.

Tras tomar la decisión, Baal atacaría el hogar de Tayshar; donde se encontraban las fuentes de la vida. Su poder, alimentado por el dolor, era tan grande que las barreras que separaban los planos caían a su paso como si jamás hubieran existido. Ante aquella fuerza imparable nada podía hacer Tayshar por detenerlo. Tan profunda era la herida que le afligía, que ni siquiera Layga podría sanarlo.
Sabedor de esto Tayshar se encaró ante el destructor, dando a sus hijos la ocasión de huir y ocultar las fuentes que estaban consagrados a proteger. Tan solo Kozûl permaneciendo junto a su padre mientras sus hermanos huían, ignorante de que aquel combate no era sino un acto desesperado para ganar tiempo. Tayshar perecería infligiendo una única herida al destructor, una herida que le impediría ver la ubicación de las fuentes.
Una vez abatido el padre, Baal seguiría a sus hijos, sin saber que las fuentes se encontraban ocultas en el interior del cadáver yaciente de Tayshar. Tras su partida, Layga también se despediría de su difunto compañero. Regando sus restos con nueva vida, crearía sobre él un jardín eterno; Dayashu, la tierra de los sueños y encomendaría a Kozûl su cuidado. Después se despidió también de él y se dirigió hacia una nueva batalla.

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Nuevos dioses para un mundo viejo

Nuevos dioses para un mundo viejo

Huyendo del destructor los hijos de Tayshar se dirigirían hasta Daegon; la realidad que había sobrevivido a la llegada del enemigo. Allí serían recibidos por Ytahc, quien lamentaría la muerte de su hermano.
Juntos prepararían la defensa para la siguiente venida de Baal, quien esperaban que les siguiese en su búsqueda de las fuentes de la vida. Pero mientras se preparaban para esta labor, algo llamó poderosamente su atención: en un nivel de existencia distinto al suyo, los hombres continuaban moviéndose y cambiando. Amando y combatiendo.
Aquellas criaturas les despertaban sentimientos encontrados pero, por encima de todas las demás, primaba la curiosidad. Sus miradas se dirigían cada vez con mayor frecuencia hacia ellos y como consecuencia de aquella observación, de la necesidad de comprensión e interacción que despertaban en ellos, aparecerían sobre la faz del planeta avatares de sus esencias. Más como un acto reflejo que como un acto consciente, proyectarían sobre aquel mundo constructos con forma humana capaces de comunicarse y relacionarse con los hombres. Seres que estos fuesen capaces de percibir y comprender. Nuevas entidades completas y complejas que desarrollarían personalidades independientes.

Sobre Daegon los convulsos tiempos de guerras habían finalizado. Los Ailanu, descendientes de Ailan y Neima, guiaban el camino de la humanidad. Mientras el resto de los hombres combatían, los primeros hijos de Ailan, aquellos que no habían sido marcados por el destructor y los suyos, continuaron con el legado de sus padres: El entendimiento y dominio de los mecanismos que regían su realidad. Tras estudiar y observar aquellos mecanismo durante milenios crearían el Naludah Avanyali; los escritos en los que se definirían los “Preceptos para el análisis, la comprensión y el control de la energía planar”.
Gracias a este conocimiento, los Ailanu se convertirían en los gobernantes de facto de Daegon. Primero como consejeros de reyes y señores de la guerra para, con el tiempo, convertirse en los los Adar Gielanu; los reyes eruditos. Decían servir a los gobernantes de los distintos reinos, pero sus señores eran mortales, mientras que ellos eran intemporales. Sus plumas serían los instrumentos que darían forma y definirían la historia. De esta forma, desde su papel de asesores, poco a poco habían conducido al mundo a una nueva era de prosperidad y estabilidad.
La irrupción en su mundo de aquella nuevas criaturas no pasaría desapercibida, ni a ellos ni al Kilgar Doreth, por lo que no tardarían en entablar contacto con ellos. Ambos grupos recibirían de distinta manera las nuevas que portaban.
Mientras parte de los ailanu acusaron a los Tayshari de traer de vuelta al destructor y exigirían que abandonasen su hogar, los demás elegirían escuchar a los recién llegados, a los que llamarían Kansay; el legado de los cielos. Los hombres erigirían templos en su nombre y comenzarían a adorarlos. Los reyes atenderían a sus palabras por encima de las de sus consejeros. La estabilidad se quebró, dando comienzo a un nuevo ciclo de guerra y muerte.
Mientras tanto, el concilio aceleró los preparativos para enfrentarse a Baal una vez más.

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Rupturas y fragmentos

Rupturas y fragmentos

El orden que tanto habían luchado los ailanu por establecer, sería destruido por ellos mismos. Diferencias, reproches y rencillas que durante mucho tiempo habían permanecido controladas y ocultas, saldrían a la superficie estallando de manera dramática en el peor de los momentos, utilizando la cercana llegada del destructor como excusa.
Liderando a aquellos que pedían la marcha de los tayshari se encontraría Airk, guía, amigo y amante de Dansula, señora de Torquail. Comandando a quienes defendían a los recién llegados se hallaría Daymasis, consejero de Vanshu, señor de Ranndayr.
En un principio el conflicto sería primordialmente diplomático y comercial pero, tras la llegada del destructor todo cambiaría.
Su sola presencia en aquel plano provocó ondas de choque a todos los niveles de realidad. Ondas que llegarían hasta Daegon, partiendo en dos el gran continente y creando miles de nuevas islas por toda su superficie. La población mundial fue diezmada y las ciudades derruidas. De no haber sido por la protección de Ytahc y los tayshari, Daegon habría sido completamente destruido. Para la batalla que se libraría en el nivel conceptual de aquel plano, los tayshari necesitarían de todo su poder y harían regresar a los Kansay. Ytahc, por su parte, despertaría de nuevo a los guardianes durmientes para que protegiesen en nivel material.
Pero entre los muertos en aquella catástrofe se hallaría Dansula. Enloquecido por el dolor que le causase la perdida de su compañera, Airk culpó a los tayshari y sus defensores y, tras auto proclamarse Dios protector de Daegon, les declaró la guerra. Cualquiera que adorara o defendiese a los tayshari, cualquiera que se opusiese a él, ya fuesen hombres, Kayain (hijos de humanos y los avatares de los tayshari) o guardianes, serían declarados cómplices y culpables de la masacre.
Tan sólo tres de las grandes naciones supervivientes del cataclismo se opondrían aquel nuevo orden: Ranndayr, Dagorel y Kayrunen. Todos ellos, malheridos por el desastre, pagarían por ello.

También en aquellos tiempos surgirían por primera vez dos nuevos cultos, que ni siquiera las prohibiciones del dios protector podría acallar: Los Avyalish, seguidores de Avjaal a quien llamaban Evyal y los Daigo alase, los destructores de almas, devotos de Yago. Ni siquiera Airk, pese a declararse por encima de su toque, podía negar el poder y la ecuanimidad de aquellas divinidades; el poder de la muerte.

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El despertar de los jonudi

El despertar de los jonudi

La llegada del destructor, y la batalla que esta había desencadenado, había creado grietas en las barreras que separaban los planos. Brechas a través de la que se filtraría una nueva entidad.
Desde el principio de los tiempos, la oscuridad había estado presente. Pero, al contrario que el resto de los poderes, no había alcanzado la consciencia. Sólo era una fuerza cohesionadora. Un herramienta inerte a ser utilizada por los demás poderes. Un elemento inconsciente moldeado por la voluntad de los soñadores. Situado en un nivel de existencia distinto al de los hombres, jamás había tenido contacto real con ellos.
Su esencia había sufrido cambios debido a la interacción de los demás poderes con ella pero, no sería hasta que parte de su enormidad se filtrase al nivel de existencia de los hombres, que se dividiese y cada uno de sus fragmentos se tornase único y tomase consciencia y forma propia.
Entre los seres que naciesen de aquella confluencia se encontraría Shayka, Con sus recién adquiridas percepciones contempló a los hombres y le parecieron hermosos. Pero en la lejanía percibió también al destructor. Antes de nacer ya había sufrido su contacto, cuando por primera vez atravesase la oscuridad.
Al igual que Shayka, Hargos e Yrgassh, Cleafen y Galeass también percibirían y recordarían a Baal, y juntos se dirigirían a ayudar en su lucha a los tayshari.
Pero no todos los nuevos seres resultarían benévolos para la humanidad. No todos recibirían con agrado la consciencia. Al contrario que para el destructor, la existencia no significaba dolor para ellos, pero añoraban regresar a la oscuridad primordial, pero habían cambiado demasiado como para poder regresar a ella.
Ellos eran distintos. Diferentes a los hombres o a los poderes primarios. Ante la imposibilidad de regresar al vientre del que habían surgido, se convertirían en los jonudi, y buscarían recrear su hogar en el lugar que se les había condenado a existir.

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Fortalezas en las estrellas

Fortalezas en las estrellas

Tras su llegada a Daegon, los jonudi estudiarían su nuevo entorno. Conceptos como la luz o el color, el movimiento o la misma vida les resultaban nuevos y extraños. Durante los primeros siglos que seguirían a su despertar, morarían en Nusureh, una dimensión que les recordaba a su hogar, desde la que experimentarían todos aquellos nuevos conceptos, e intentarían comprenderlos; algo que les resultó extrañamente sencillo. En muy poco tiempo fueron capaces de crear artefactos que les ayudasen interactuar con aquella realidad y de moldearla como si les perteneciese. No había curiosidad en aquellos actos, sino pura y simple reacción. Pronto abandonarían aquel lugar para explorar el vasto universo que se encontraba a su disposición. Su presencia no pasaría inadvertida para los ailanu durante mucho tiempo y, pese a que su número no era suficiente como para que fuesen considerados una amenaza, sí que despertaría su curiosidad. Pero el primer contacto con los hombres marcaría su relación de una manera traumática.
Tras descubrir la existencia de Nusureh, y detectar en ella lo que le parecían vestigios de vida, Nityl, hijo de Ailan, científico, investigador y consejero de la nación de Quendapoa, trató durante años de entrar en contacto con los habitantes de aquella dimensión. Acudiendo a su llamada un grupo de jonudi liderado por Shaen'Tayd'Hanrath se harían presentes en Danrú, su capital.
Los jonudi también habían observado a los hombres durante siglos, pero no habían sido capaces de desarrollar un método para comunicarse con ellos. Su percepción del universo era distinta y carecían de voz, oído o sentidos equiparables a los humanos. Para tratar de comunicarse con ellos fusionaron sus esencias con aquellos que se encontraban ante ellos. Tratar de comunicarse con los hombres como lo hacían entre ellos, pero aquel método se demostraría ineficaz. Pero tras romper el vínculo, parte de la esencia humana permanecía en el interior de los jonudi y, los hombres de Nityl se verían invadidos por un hambre inhumana por llenar aquel hueco que había surgido en su interior. Un ansia que no eran capaces de controlar o saciar. Se habían convertido en los yunraeh: Los devoradores de almas.
En los jonudi también se produciría un cambio. En aquel momento fueron capaces de comprender mejor a aquellos hombres con los que habían establecido su vínculo y las necesidades que se habían despertado en ellos. Gracias a aquella conexión fueron capaces de controlaron sus acciones y mitigar su ansia antes de que comenzasen a herirse. Pero Nityl no era igual que sus hombres; él no era mortal. Había sobrevivido al ataque de los kurbun. Se había impuesto sobre la barbarie que había consumido a la humanidad durante milenios. Había estudiado con sus padres los misterios de que gobernaban los seis planos. Él sería capaz de imponerse sobre aquel hambre, e interpretando el intento de ayuda de Hanrath como un ataque, se resistió contraatacando y consumiendo al jonudi, transformándose con aquel acto en un nuevo ser: Oggalark.
Aterrados por la desaparición de su compañero, los jonudi le atacarían, pero no eran rivales para Oggalark, que los consumiría tomando con ello control sobre los recién nacidos yunraeh.
Pero aquello no era suficiente para él. Los jonudi se habían mostrado como una amenaza formidable. Un enemigo que no podía ser ignorada por más tiempo. A partir de aquel momento todos sus esfuerzos se encaminarían en la destrucción de Nusureh y sus habitantes.
Ante aquella amenaza, gran parte de los jonudi responderían a la agresión con el mismo lenguaje. Su número era limitado y no eran capaces de aumentarlo, pero los hombres eran presas fáciles. Erigiendo cúpulas de oscuridad sólida que engullirían Aldern y Banyaku, Danyala y Hammath, dominando a sus habitantes y comenzando una guerra abierta contra sus agresores.
Aquellos jonudi cuya voz no fue escuchada y abogaban por una solución pacífica, crearían los kalaash, las fortalezas de las estrellas. Allí, ocultos por Daegon de la luz de Sholoj, contemplarían el mundo esperando la ocasión para un nuevo comienzo. En la fortaleza Gar'Dau'Gnat, Dietmann Hotz, kayain hijo de Tarakus, reclutaría a Gada'Umae'Saysh, Nat'Frey'Adane y Taj'Úmer'Lan' para unirse al Kilgar Doreth.

El dominio del Dios Protector se veía amenazado, y animados por lo que podía ser una oportunidad de independencia, los descontentos abrirían un nuevo frente contra Airk. En la ciudad de Rashull se reunirían por primera vez los lideres del, Kinsay Ubami; La alianza de los pueblos libres.

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Arcanus y Rogani

Arcanus y Rogani

La confianza en el Dios Protector menguaba cada día que las cúpulas de los jonudi permanecían sobre las ciudades. El pueblo no había protestado cuando restringiese el acceso a la tecnología o el conocimiento planar. No se le había cuestionado cuando negó su ayuda a los tayshari. Nadie alzó la voz cuando aplastó la oposición de Ranndayr, Dagorel y Kayrunen. Pero aquello parecía superarle y las dudas del pueblo sobre sus capacidad para solventar aquel conflicto no dejaban de crecer. Lo que el pueblo no sabía, era que aquella perdida de eficacia del imperio era la consecuencia de los actos de una única persona.

Rogani era el segundo de Airk, y la mente más brillante de los ailanu. Suyas habían sido las decisiones que habían forjado aquel imperio de estabilidad. Situado siempre en una posición discreta como asesor estratégico y cabeza del consejo científico, se había convertido en el filtro por el que pasaban todas las noticias que llegaban hasta los ojos y oídos de su señor.
Pero llegó el momento en el que se cansó. No de estar en segundo plano, tampoco de la falta de reconocimiento de sus logros. Nunca había necesitado la gloria o los vítores. Pero ya había alcanzado su objetivo máximo y, aún así, se sentía vacío. Se había cansado de las reglas que él mismo había creado para aquel juego que siempre había representado el imperio.
Los jonudi representaban algo nuevo. Un reto, una imprevisto ante la monotonía en la que se había convertido su vida durante milenios. Un nuevo juego que atraía y requería de toda su atención.
De la noche a la mañana desapareció de ojo publico sin que, en un principio, el imperio notase su falta. La estructura que había creado era tan perfecta que la inercia mantuvo los mecanismos estables y en funcionamiento durante varias décadas. Las personas que había dejado al cargo eran competentes, pero necesitaban de un guía. Pero, con el tiempo, otros ansiarían llenar el hueco de poder que había surgido. Las luchas internas y la descentralización de las decisiones terminaría por destruir el “sistema perfecto” de Rogani, pero a él ya no le importaría. Su vida había encontrado un sentido. Un actividad con la que acabar con el tedio. Para aquel entonces ya se encontraba inmerso en el proyecto que llenaría sus días: El juego de los inmortales.

En aquellos días también se comenzaría a escuchar todo tipo de historias sobre un nuevo grupo de individuos. Se decía de ellos que poseían poderes más allá del alcance de los ailanu. Que eran capaces de realizar proezas imposibles, pero que eran humanos, mortales ajenos a la estirpe de Ailan. Se les conocería con el nombre de Arcanos.

De origen humilde, Iorum Arcanus se criaría en la ciudad de Thaysak, capital de la nación isleña de Zel-A. De joven trabajaría en las vajda, las maquinas que potenciaban el acceso de los ailanu a la energía de otros planos. En aquel lugar y de manera autodidacta, su mente única comenzaría a ahondar en en la comprensión de aquellas energías; a ver los errores en los axiomas que se habían establecido como verdades inmutables hasta aquel momento. No tardaría en sería descubierto por Kruanor, uno de sus superiores, que se convertiría en su primer discípulo.
Arcanus alcanzaría la inmortalidad antes de los cincuenta años, y durante varios siglos su mente inquieta desvelaría los secretos del universo. Todos aquellos que le ayudaron y estudiaron bajo su tutela lograrían hacerse con parte de aquel conocimiento, pero ninguno fue capaz de comprenderlo por completo. Muchos tratarían de reclutarle para sus respectivos bandos: el Kilgar Doreth y Rogani, Oggalark o la alianza de los pueblos libres. Incluso el mismo Airk. Pero él no era un maestro ni un soldado. No aspiraba a ser héroe o tirano, salvador o conquistador. El sólo quería comprenderlo todo.
Tras alcanzar la fuente del poder primario, el origen del poder de los mismos dioses, desaparecería. El mundo lo daría por muerto, y su apellido sería convertido por sus alumnos, y los alumnos de estos, en una palabra a respetar, venerar y temer.
Seis milenios después de su desaparición volvería para ocupar su lugar en la historia.

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Ampliando el horizonte

Ampliando el horizonte

El imperio permanecía intacto, pero sólo de nombre. Los señores de las antiguas naciones, ahora provincias, volvían a ostentar el poder absoluto sobre sus territorios. Una vez libres del férreo control de Rogani, los gobernantes comenzarían a diseñar sus propias agendas. Las fuerzas estaban equilibradas, pero nadie se enfrentaba a nadie. La carrera por la independencia y la expansión aún tendría que esperar. Antes de comenzar una nueva guerra, debían terminar la que ya se encontraba en curso. La humanidad aún tenía un enemigo común que la mantenía unida: Los jonudi.
Nuevos domos oscuros se habían erigido sobre Chaindar y Vindaya, Sindagar y Livsay. Las avanzadillas yunraeh se infiltraban y mezclaban por otros países esparciendo su condición como una plaga.

En la ciudad de Edera Airk reunirían a los ailanu inmortales, sus hermanos, aquellos que habían rescatado a la humanidad de sí misma en su peor momento. En aquel lugar sellarían su último acuerdo como aliados e iguales. Allí se darían los primeros pasos para la creación del arma más poderosa creada jamás por el hombre. Un artefacto que les protegería tanto de los jonudi que se encontraban sobre el planeta como de los que les contemplaban desde sus fortalezas en las estrellas. Un anillo que, desde el espacio, rodearía el planeta y rotaría sobre este desde unos ejes situados en ambos polos.
Como medida de protección, los componentes necesarios para activar y controlar el anillo se repartiría entre los sus creadores, y sólo podría funcionar si no había acuerdo entre ellos.
Doscientos años después, el anillo sería finalizado, y se haría visible sobre los cielos de Daegon, escupiendo su fuego sobre los territorios ocupados, destruyendo sus cúpulas y acabando por igual con la vida de jonudi, yunraeh y humanos.
Ante la brutalidad y precisión de aquellos ataques poco pudieron hacer los jonudi que no tardarían en retirarse a Nusureh, dejando sus ciudades desprotegidas y a sus hijos abandonados. El anillo no dejaría de atacar hasta que no quedaron ni las ruinas ni el recuerdo de aquellas ciudades.

Después de aquello la unidad ailanu de disolvería y el anillo se ocultaría de nuevo, volviéndose apenas un recuerdo lejano e inútil. Un capricho desmesurado. Un reto imposible que sólo permanecería en las mentes de aquellos que secretamente habían trabajado en su construcción.

Un nuevo orden mundial comenzaría en aquel momento. Un cambio que, por el momento, sólo estaría presente en la mente de aquellos que lo diseñaban.

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Ciudades en el firmamento

Ciudades en el firmamento

La victoria sobre los jonudi calmaría los ánimos del pueblo, a la par que el “fuego del cielo” serviría para aumentar el control a través del miedo de Airk. Pero la imposibilidad para repetir aquella proeza él solo, permitió al resto de quienes habían participado en la construcción del anillo la tranquilidad y confianza suficiente como para comenzar a construir sus propios modelos de estado.

Para afianzar su control sobre aquellos territorios en los que su dominio no era discutido, y tratando de anticiparse a los posibles movimientos separatistas de sus hermanos, Airk crearía una nueva fuerza religioso-militar, sus inquisidores; los Italerien. Para destacar su posición como Dios protector, construiría dos ciudades volantes sobre los centros geográficos de ambos continentes desde las que gobernaría. Desde Erghendor su presencia se hacía sentir por toda la mitad norte del continente de Nargión. Sentado en el trono de Stergión guiaría el destino de sus dominios sobre el continente de Daegon, que se extenderían desde las costas de Tanhashi, hasta las montañas Thrull.

Al este de estas montañas, el poder se dividiría entre los once grandes protectorados, Grudar, Naragaz, Kayath, Kayuren, Rashull, Najruss, Lyrten, Dagórel, Letnur, Doreth y Jormún.

Por su parte, Nargión se dividiría en los alianza de los estados de Rayhosha, Dagnamar, Torquail, Dayshula, Ranndayr, Kayrunen, Denthelón, Quendapoa y las humeantes ruinas en reconstrucción de Banyakú, Danyala, Hammath, Chaindar, Vindaya, Sindagar y Livsay.

Todo cambiaba para seguir igual. Los distintos señores ailanu no buscaban la guerra entre ellos, sino la libertad para investigar con independencia en ámbitos que no habían sido prioritarios para el poder central. Tan sólo Kayuren, gobernada por Thayranu, uno de los kayain, Dagorel por Shet'Graal, uno de los guardianes y Letnur, regido por Zulkien, de la estirpe de Shem y Nitsalaya rompían la hegemonía ailanu.

Las mentes con más renombre habían sido captadas por Airk con suculentas ofertas, pero había hombres brillantes que comenzarían a hacer notar sus ideas bajo el auspicio de los nuevos mecenas. Nuevos campos de investigación se abrirían a partir de aquel momento.

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Héroes y Mártires

Héroes y Mártires

Bajo el nuevo paradigma, los descubrimientos se sucedían a un ritmo vertiginoso. No había límites para la experimentación, ni control ante los riesgos que esta acarreaba.
Desde Stergión, Airk cada vez miraba con menor frecuencia hacía sus súbditos, y cada vez dirigía su mirada con mayor frecuencia hacia las estrellas.
Durante la construcción del anillo se había despertado en su interior el deseo de explorar que les aguardaba más allá de la superficie de Daegon. De saber que había sido de aquellos que abandonasen su mundo hacía ya tantos milenios.
Para comenzar las investigaciones en este campo se crearía Quesell, la primera estación orbital para la observación espacial. Tras el éxito que supondría los datos obtenidos por el envío de varias sondas automatizadas al espacio profundo, finalmente se mandaría la primera expedición con tripulación humana, la expedición Sartais.

En Quendapoa, Oggalark dirigía su mirada en otra dirección. Cuando entró en contacto por primera vez con los jonudi tuvo acceso a la dimensión en las que estos se habían cobijado; Nusureh. Y, mientras estudiaba aquel lugar, también lograría atisbar una miríada de dimensiones más. Lugares creados como consecuencia de las grietas que comunicaban los distintos planos. En muchas de ellas la vida no podían no podía existir, pero la posibilidad de que otras pudiesen ser habitadas por el hombre, guió sus pasos hacia la investigación del viaje interdimensional y la modificación de la estructura humana para que pudiese adaptarse y sobrevivir bajo unas leyes físicas distintas.
Las primeras tentativas para enviar objetos a otras dimensiones resultaron fracasos. Podían contemplar de manera limitada parte de aquellos lugares, pero había una fuerza infranqueable parecía impedir que nada atravesase la barrera que separaba las realidades. Una fuerza que parecía tener voluntad propia y reaccionaba para contrarrestar cada nuevo método que utilizaban. Se enfrentaban a la barrera que habían erigido los poderes para que el destructor no pudiese atacar a los demás planos.
Ante aquel nuevo reto, las naciones más poderosas del continente de Nargión se unirían para superar las barreras que habían puesto los grandes poderes. Tan solo Kayuren y Dagorel se mostrasen reticentes a aquellos experimentos y todo lo que representaban. Poco a poco las diferencias se volvieron disputas y de ellas terminarían por surgir los primeros conflictos de la nueva era.
La osadía, ambición y curiosidad de los aspirantes a viajeros dimensionales era tal, que comenzaron a experimentar con sus propios cuerpos para prepararse para prepararlos para lo su futuro triunfo. Pero el conflicto no surgiría hasta que comenzaron a aquellos que eran distintos y más poderosos que ellos: los guardianes, los yunraeh y los kayain.
Algunos yunraeh habían adquirido la capacidad de viajar a través de la oscuridad. Los kayain se decía que tenían acceso a las fuentes del poder primario. La capacidad de los guardianes para adaptarse a cualquier adversidad era lo que consideraban que les faltaba para lograr su objetivo.
Se formarían expediciones para buscar los siete picos ya que los guardianes y poder estudiar a los guardianes en su estado durmiente. Los kayain y los yunraeh serían cazados en secreto para su posterior disección y análisis a todos los niveles.
Tras siglos de fracaso sobre la faz del planeta, finalmente los viajeros dimensionales tendrían éxito fuera de éste: Sigma, la plataforma orbital para la investigación planar lograría romper la barrera. En su interior se hallaban Jirmun Lohar en representación de la nación de Dayshula, Igosal Nalús de Kayrunen, Assai Amara de Ranndayr y Namar Tólush de Rayhosha de quienes no se volvería a saber nada en milenios.

Poco después regresarían al planeta la tripulación de la Sartaias con un regalo para sus habitantes; los descendientes de aquellos que habían abandonado aquel planeta tanto tiempo atrás. Daegon tendría a los héroes de Sartais, Nargión a los mártires de Sigma.

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Ocaso de imperios y lluvia de dioses

Ocaso de imperios y lluvia de dioses

Parecía el amanecer de una nueva era de descubrimientos. El horizonte ya no era el límite. Satais había traído noticias de un nuevo mundo: Nivar, y éste sólo sería el primero de muchos mundos aún por conocer como Niel, Síelt, o Nimlur. Pero el sueño no duraría demasiado tiempo.
Se crearon colonias en los nuevos mundos, pero las diferencias culturales, la ambición de unos pocos y superioridad moral de otros no tardarían en provocar fricciones que terminarían por convertirse en conflictos armados. Las colonias comenzaron a desvincularse de sus señores lejanos y a buscar su propia independencia.
La colonización se volvió conquista, y las necesidades de guerra arruinaron los recursos del mundo y sus habitantes.

Mientras tanto, en Daegon, Airk cada vez se alejaba más de lo que le rodeaba. En aquel momento sus interesa se centraba en el proyecto de una tercera ciudad en los cielos: Eladar. Un lugar en el que albergar las maravillas que llegaban desde el espacio. Sería la más grande, más moderna y más hermosa de sus creaciones.
El emplazamiento de esta ciudad sería sobre las montañas Anarath, en península de Letnur. Pero se encontró con la oposición de Zulkien y su pueblo. Para extraer los materiales necesarios para la construcción de la ciudad volante debían crearse nuevas canteras en las montañas que albergaban la megaloplis de Daiyashi. Pero aquello no importaba al Dios protector, e ignorando los intentos de negociación, hubo guerra.
La megalópolis sería arrasada, y toda su población exterminada y convertido en un pueblo maldito y condenado a los que se conocería a partir de entonces por el nombre de su antiguo hogar.

Mientras el sueño de Airk parecían hacerse realidad, en el otro extremo del mundo, los de Oggalark se convertía en su condena. Su ansia por preparar al hombre para sobrevivir en otras realidades, le había llevado a modificar su cuerpo llevándolo hasta extremos que afectaron su visión del mundo. Yo no era humano ni compartía sus necesidades, moralidad o inquietudes.
Sus acciones comenzaron a atemorizar a los suyos, que tratarían de acabar con su vida. Pero ya se encontraba más allá de la definición y el concepto de mortalidad a los que antes había estado vinculado. Finalmente sería encerrado y arrojado en éxtasis al espacio para que se perdiera entre las estrellas.

Pero el conflicto que se estaba llevando más allá de las fronteras de su existencia les afectarían una vez más.
El combate entre los poderes desgarraría las las barreras que separaban las realidades debilitada tras siglos de intentos por parte del hombre por sobrepasarla.
El continente de Nargión desaparecería engullido por aquellas grietas, así como la isla continente de Rayhosha y la antigua península de Letnur. Airk también sería arrastrado junto a su ciudad aún inacabada y tres aspectos de los poderes caerían sobre el mundo. Korian, la doncella carmesí, caería sobre la isla de Mashulanu. Lyzell, la sanadora lo haría, sin recuerdos de su auténtica naturaleza, sobre la provincia de Dowsbad. Zaxis el errante, caería sobre Rayhosha, desapareciendo junto a ella hacia otro plano.

Los miembros del consejo de Airk tratarían de ocultar al pueblo la desaparición su señor, pero la noticia no pudo ser totalmente silenciada y fue todo lo que necesitaba el Kinsai Ubami para renacer y comenzar a planear sus próximos movimientos.

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Orgullo y condena

Orgullo y condena

Korian fue encontrada por las autoridades locales yaciente en el cráter humeante que creó su caída. Estos encargados se hicieron con la custodia de aquel ser. La naturaleza de aquella mujer era un enigma para los médicos pues su fisionomía no era humana, ni similar a nada que hubiesen examinado. Sus máquinas no eran capaces de decirles nada y no sabían si estaban buscando algo que no estaba ahí, o si la escala que utilizaban para tratar de analizarla era insuficiente. Nunca habían estado ante uno de los aspectos físicos de los poderes. Durante semanas permaneció inmóvil e impasible a lo que le rodeaba, adaptándose a aquella nueva forma de existencia. Primero pensaron que era algún tipo de mutación, pero finalmente despertó en presencia de una de las doctoras que la cuidaba, Sunotage Mitsuru. Ella fue la primera que comprendió ante lo que se encontraba y fue el primer receptáculo de su herencia inmortal.

Las noticias de la presencia de un tayshari sobre Daegon se extendieron como la pólvora. Cada pueblo las interpretó de una manera distinta, como un signo afín a su conveniencia. Los aires de revuelta comenzaban a soplar amenazando al descompuesto imperio y aquello era algo que la cúpula ailanu no podía permitir.

Se ordenó a las autoridades de Mashulanu la entrega de aquel ser y este fue el desencadenante final para que el pueblo se sublevase. Korian fue encumbrada como diosa y estandarte de los indefensos y luchó por expulsar a los ailanu de la isla. Durante años convivió con ellos y tuvo un hijo con Ty Sune Kozura, Kizaimón, uno de los soldados más destacados. También compartió su esencia inmortal con otras dos mujeres, Dansai Hirune y Kinsase Sayaka que, junto a Mitsuru, se convirtieron en las herederas de su poder y su voz en aquel mundo.

Pero Korian tuvo que partir. La batalla contra Baal alcanzaba su punto crítico y sus hermanos necesitaban de su ayuda.

Su partida no disminuyó los disturbios, sino que aumentó su leyenda. Todas las naciones proclamaron apariciones de “La nueva Daegon” y se levantaron en armas en su nombre ante aquellos que habían exiliado a los dioses. Las pequeñas naciones se alzaron contra el gran imperio. El Dios Protector ya no estaba y los restos de sus dominios eran un bocado demasiado apetecible como para ser ignorado. La prioridad era el acceso a la tecnología y las fuentes energéticas, la correa con la que les había sujetado el imperio durante tanto tiempo.

Para aumentar el caos, la desaparición del continente provocó un descenso brutal del nivel del mar, causando un desastre ecológico sin precedentes. Se trató de reparar aquella debacle sellando artificialmente las simas marinas que se habían creado, con lo que se consiguió paliar en parte el desastre, pero todo el ecosistema había cambiado.

La sucesión de eventos había sido demasiado rápida como para que se crease un nuevo sistema o reformulase el antiguo. Ante aquella situación, la cúpula ailanu se reunió en Stergión. Necesitaban un nuevo eje a partir del que continuar afianzando su poder y control, una solución final que no pudiese ser replicada por otro. La ejecución de los protocolos de Stergión.
Como primer paso de estos mecanismos se trató de tomar el control total del Anillo, pero no fueron los únicos en acordarse de aquel arma de antaño. La carrera para hacerse con su control fue el desencadenante oficial para declarar una guerra abierta, una en la que todas las fuerzas implicadas se encontraban demasiado equilibradas.

Tras décadas de conflicto, se activó la segunda fase de los protocolos: la destrucción de toda tecnología estuviese fuera de su control. En un ataque que también diezmó a sus fuerzas en el continente, el pulso axiomático que se proyectó desde Stergión logró privar de sus recursos a gran parte de sus rivales, pero no resultó un golpe tan definitivo como se esperaba.

Más allá de aquellos eventos y de las fronteras de aquella realidad, finalmente la batalla contra Baal terminó. Korian y Nigoor arrastraron al enemigo hasta los dominios de Avjaal y allí le encadenaron, condenándose a sí mismos a una eternidad de dolor y tormento como custodios del destructor.

Tras la guerra, algunos de los aspectos físicos de los poderes que habían habitado la realidad material de Daegon regresaron a ella sólo para encontrar una realidad muy cambiada. Su recepción fue entendida y recibida de distintas maneras y, mientras que Kirón,debilitado tras milenios de lucha, fue asesinado por las armas de Stergión cuando se dirigía hasta su antiguo hogar como emisario de la buena nueva, la recepción del resto de sus hermanos fue más amistosa.

La escalada armamentística no paró allí. Se desarrollaron nuevas máquinas y artefactos capaces de acabar con las propias abstracciones. En todas las naciones se ignoró cualquier atisbo de precaución y se investigó toda partícula, radiación o concepto, por más remoto que fuese, que pudiese dales la victoria en aquel conflicto. La misma estructura de la realidad pasó a ser considerada un arma potencial y, esta podría haber llegado a quebrarse, de no haber sido por el irónico sentido de la justicia del azar.

Los engranajes de la mecánica cósmica, en su infinito, movimiento, se alinearon para demostrar a la humanidad que sus esfuerzos por controlarla sólo eran los delirios de un loco. El cambio fue minúsculo, tan pequeño que ni siquiera pudo ser percibido, pero este se plasmó sobre lo que se bautizaría milenios después como la “Partícula primordial”, el axioma sobre el que se habían construido los preceptos de una gran parte del saber humano.
La infinidad de abstracciones que conforman la realidad, ignorantes de las agresiones a las que habían sido sometida o del prolongado conflicto que tenía lugar en su interior, pusieron fin a ambas.
La tecnología, simplemente, dejó de funcionar y, en sus esfuerzos por tratar de controlar lo incontrolable, la humanidad sólo logró empeorar aún más su situación.

Los experimentos que tuvieron lugar en Stergión provocaron que ellos mismos se auto exiliasan a Namak, el hogar de los kurbun. Allí, confinados en uno de los fragmentos del continente desaparecido que había llegado hasta aquel plano, sus vidas inmortales experimentaron el dolor y el sufrimiento de maneras en las que jamás habían imaginado.

Otros, como los habitantes de la isla de Danquol sufrieron una suerte similar. Ellos quedaron atrapados en una dimensión interregna. No llegaron a abandonar este mundo por completo, pero sí que perdieron el acceso hasta él. La grieta inestable creada por sus experimentos daba a una infinidad de lugares y momentos que recorrerían sin rumbo fijo durante los restos de su existencia.

Con aquello condenaron a la humanidad a sumirse lentamente en una nueva era de barbarismo, en una debacle de la que, aunque sea de forma parcial, tardaría mucho en resurgir.

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Cuarta edad

Cuarta edad arcanus

Desterrando el pasado

Desterrando el pasado

Durante toda su existencia sus destinos habían sido guiados por los inmortales, pero los ailanu ya no estaban y los guardianes así como los padres habían desaparecido hacía ya mucho tiempo.

Comenzaría una época convulsa que se prolongaría durante cerca de quince siglos. Una era a la que, más adelante, se conocería como La edad de las guerras, o El milenio negro.
Apenas quedan restos físicos de aquellos tiempos. Textos o construcciones que les sobreviviesen sirviendo a los historiadores para recrear o imaginar los reinos que poblaron el mundo entonces. Esta ausencia de documentación ha llevado a los estudiosos a afirmar que no se creó nada perdurable. Nada que les sobreviviese. Que aquella época fue una constante sucesión de luchas por el poder o las tierras; de conquistadores y conquistados. Pero ese es un pensamiento erróneo. Sería en aquellos días cuando tomasen forma gran parte de las escuelas de pensamiento filosófico y teológico que continúan vigentes en la actualidad.

Sí, las guerras se sucederían, pero las batallas no tendrían lugar únicamente en el plano físico. Había que romper con el pasado. Con los ailanu y su manera de percibir el universo. Con el modelo social que habían creado. Retirarse de los ojos la venda con la que hasta entonces ellos mismos se habían cegado.
Los nuevos hombres miraron a su alrededor y encontraron ante ellos un mundo lleno de posibilidades. Lentamente, un millón de nuevas ideologías irían tomando forma. Innumerables maneras de entender, controlar y convivir con su entorno.

Al mismo tiempo, los poderes volvieron su mirada de nuevo hacia el mundo material. Hasta entonces se habían limitado a contemplarlo como algo a lo que proteger, cuando no como una fuente de aliados en su lucha contra el destructor. Pero la amenaza había pasado, al menos temporalmente, y a su regreso encontraron algo distinto a lo que habían contemplado con anterioridad. Apenas encontraron seres con los que relacionarse como iguales como hicieran antaño. Aquel mundo era un lugar distinto. Había cambiado y se dieron cuenta de que también lo habían hecho ellos.
Durante mucho tiempo contemplaron aquel lugar con nuevos ojos. Lo que sucedía sobre su superficie les resultaba extraño e incomprensible. Como consecuencia de aquella curiosidad y su necesidad por saciarla nacerían nuevos seres. Nuevos aspectos de ellos mismos, nuevos “dioses” que existirían a medio camino entre el nivel conceptual y el material, ayudándoles a comprender aquella nueva realidad. Entes comprensibles para los sentidos y las mentes de los hombres.

Los hombres reaccionarían de distintas maneras ante aquellas criaturas. Unos los recibirían como sus salvadores y otros los rechazarían. Algunos pueblos serían esclavizados por ellos y otros los acogerían como sus hijos y hermanos. Habría quien los ignorase y quien luchasen contra ellos.

Había llegado el momento en el que la humanidad, la nueva humanidad, debía comenzar a madurar. De salir de la sombra de sus mayores y elegir su propio camino. Pero los mecanismos de decisión de los hombres estaban abotargados, entumecidos por la falta de uso. En lugar de tratar de crear un nuevo camino, trataron de emular a sus predecesores repitiendo sus errores.
De esta manera, sus elecciones les conducirían por la senda marcada por el enemigo: La ruta hacia la destrucción y el olvido. Sus elecciones les conduciría hacia su propia condena.

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Iniciando el tercer ciclo

Iniciando el tercer ciclo

El mundo bullía con nuevas ideas. Con una sucesión de descubrimientos que parecía no tener fin. En cada uno de los rincones del continente se daba forma a nuevos conceptos o se redefinían los ya conocidos.
Los nuevos dioses se aparecían en los sueños de aquellos más afines a sus esencias, unos mediante la inspiración, otros mediante el sometimiento. Unos guiando los pasos de sus aliados hacia un ideal común, otros dominando a los sumisos hacia un mundo de indefensión y determinismo.
Como un ciclo que parecía repetirse una y otra vez de manera inexorable, la sombra del destructor comenzaba a cubrir de nuevo el mundo desde su prisión.
Las ideas se tomaban como verdades absolutas. Demasiadas verdades distintas y contrarias. Verdades opuestas condenadas a colisionar. La arrogancia de los portadores de verdades sería el motor de las nuevas guerras y sus ideas la excusa.
Pero aquel mundo, pese a ser más pequeño, no contaba con la comunicación de las anteriores épocas. Los mensajes de los profetas no llegaban más allá de donde alcanzaban sus pies. Ya no había grandes señores, sino pequeños gobernantes con pequeñas ideas, cuyos reinos duraban tanto como sus vidas. Lideres cuyo poder estaba basado en la cantidad de sus ejércitos y no en la convicción en sus palabras.
Los profetas recorrían el mundo esparciendo sus mensajes y negando los de los demás. Tratando de imponer en lugar de exponer. Pocos eran los que lograban que su mensaje perdurase. Las ideologías se propagaban y mutaban adaptándose a la audiencia. Moldeando el mundo mientras eran moldeadas por él. E imitando a sus fieles, los dioses cambiaban buscando su lugar en aquel mundo en perpetuo movimiento.

En aquellos días también surgió un profeta que sería ignorado por sus contemporáneos: Ýlar de Jomsul.
Ýlar era un hombre desplazado. No encajaba en su familia, en su país ni en su tiempo. Por sus venas corría de manera muy diluida la esencia de la tejedora y, sería gracias a esto que fue capaz de ver más allá del tiempo. Compartiendo la condena de su familia, contemplaría el final de todas las cosas: El Gutrukage.
Durante su tiempo en vida trató de advertir a quienes le rodeaban sobre lo que se avecinaba. De impedir los pasos que conducirían a la humanidad hacia su inevitable final. La humanidad, tal como había sido conocida, había muerto en dos ocasiones. Había comenzado el tercer ciclo, y el supo que no habría un cuarto.
Nunca se rindió, pese a saber que no estaba en su mano el evitarlo. Buscando al concilio de los inmortales, tratando de encontrar algún hijo del pacto sin saber como hacerlo, luchando por evitar los momentos cruciales. Fracasando hasta que le llegó la muerte a manos de aquellos que trataba de salvar.
Sólo tras su final comenzarían a propagarse su profecía y su misión. Pero pocos eran aquellos capaces de aceptarla, pues en ella no había salvadores ni esperanza. Tras el final del tercer ciclo no llegaría un nuevo renacimiento de la humanidad. No quedarían dioses ni poderes a los que rezar o temer.
No quedaría nada.

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Crónica de los reinos breves

Crónica de los reinos breves

Durante siglos los pequeños reinos tratarían de imponer su visión sobre la de sus vecinos, pero las fuerzas estaban muy igualadas. Raro era el país cuya existencia se prolongaban más allá de la tercera generación de sus fundadores, sin que se llegasen a crear identidades o culturas propias.
El comercio desapareció casi por completo y las vías que comunicaban el continente serían destruidas por aquellos que temían las invasiones que se encontraban tras sus fronteras, en un vano intento por frenar a los ejércitos enemigos.

Pero no todo serían luchas vanas por el poder. También se alzarían quienes tratasen de unificar de nuevo el continente bajo sus idearios utópicos.
Gente como Tayanu de Dansalón, devoto de Karnrath, que buscaría el establecimiento de una relación de simbiosis y reciprocidad entre los hombres y los aspectos de los poderes.
Gente como Veshiqtoal de Lairenshul, líder de la escuela de pensamientos de los Sailani, quien promulgaría la superioridad intelectual y moral de los hombres sobre la de los dioses.
Hombres como Tyernhöl de Naialtyr y sus compañeros, los discípulos de la orden de Belernath. En sus escrituras se leía una máxima, un mantra que guiaba sus caminos: Desconfía de los inmortales, pues en sus objetivos no eres sino un peón.
Dayr, el emperador filósofo, partiría de su Dagnur natal con poco más que sus ropas. Con el poder de su voz y su convicción conquistaría sin derramamiento de sangre Mondalar, Hoarnrath, Dalaisus y Lyarn. A su muerte sus cinco hijos tratarían de mantener el legado de su padre, pero carecían de su determinación y voluntad, por lo que terminarían siendo asesinados por aquellos en quienes confiaban y habían delegado su poder.
Kirgliath de Orsirea dominaría muchas artes, pintura y poesía, música y escultura. El de la guerra sería aquel en el que menos versado se consideraba y ni siquiera en él tendría rival. En sus conquistas dejaría proyectos de increíble belleza que no llegarían a ser finalizados tras su fallecimiento repentino debido a una enfermedad.

En el lejano éste se encontraría el único imperio que perdura en la actualidad, el de la isla de Mashulan. Como resultado del desposamiento de Betsuteki Sekai Densichi, de la estirpe de Aramato y Mei Xing con Sunotage Mitsuru, guardiana de la esencia inmortal de Korián se daría a luz al imperio. Se unificarían las provincias en permanente conflicto y todos se arrodillarían ante el primer emperador tras la partida de los ailanu.
Durante doscientos años gobernaría trayendo una longeva paz a su pueblo, para terminar siendo asesinado por Yatsukuge, su hijo. Aquel dios emperador loco gobernaría la isla durante casi dos mil años destruyendo todo lo que había construido su padre, y exiliando al continente a la etnia de los shizune y cerrando el acceso a la isla.

Tan abruptamente como comenzase, terminaría esta cuarta edad. El legado que dejase a sus descendientes sería la definición de los axiomas que gobernarían su realidad.
Con las desesperadas hordas bárbaras de Hoark Vanshú Meneter, desde las islas Balein llegaría una fuerza casi imparable que daría su forma definitiva durante mucho tiempo al mundo. Los señores del mar conquistarían todo lo que les aguardaba en el continente, dando comienzo a una nueva era.

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Quinta edad

Quinta edad arcanus

El nuevo imperio

El nuevo imperio

El gran imperio menetiano apenas se prolongaría doscientos años en el tiempo, pero su legado perdura en la actualidad. Irónicamente, así como la memoria de su reinado se conserva grabada en las culturas de todos los países que conforman la mitad occidental del continente, todo lo referente al pasado del pueblo antes de la conquista, se ha ocultado deliberadamente de los libros de historia.

Los libros escritos durante el esplendor del imperio hablaban de superioridad táctica y ejercito disciplinado. De un hombre guiado por los altos ideales de unos dioses ecuánimes. De una patria abandonada con tristeza para propagar la civilización entre los bárbaros continentales. Pero todo esto sólo serían mentiras y promulgadas por Zailas Vohn Meneter, El tardío, noveno emperador (quién cambiaría el “ Vanshú” del nombre familiar por el más regio Vohn) en su intento por justificar y autorizar moralmente su posición ante el pueblo.

La extrema pobreza de sus tierras habían obligado desde siempre a los kaine a buscar su sustento en el exterior de la isla. Así las habitantes de las islas Baleni serían conocidos durante generaciones por sus vecinos como los Aulesh Natu (los señores del mar) piratas, saqueadores y terror de las ciudades costeras. Auspiciados por sus tres deidades; Tankûl señor de la guerra, su esposa Kaina, la dama de los océanos y su hijo Tannmu, dios de la caza, asolarían toda la costa de la isla-continente de Shatterd.
Pero no serías hasta que el caudillo Hoark Vanshú Meneter uniese a los distintos clanes bajo su mando que aquel pueblo entrase con nombre propio en la historia del mundo.
Tras quemar sus aldeas lanzaría su ataque bajo la máxima de “Conquista u olvido, eternidad o muerte, gloria o extinción” Sin un hogar al que regresar, se lanzaría en un asalto suicida contra las naciones del suroeste del continente. Primero caería Dainyaku sin apenas oponer resistencia, a la que seguirían Kainadar, Fannshu, Gombad, Raggayaal, Tagur y Sólendar. En menos de dos años había conquistado toda la costa del sur del continente hasta las montañas Thrull. Pero lejos de arrasarlo todo a su paso, Meneter caía prendado de cada una de las culturas que iba encontrando y su carisma le granjeo la lealtad de los pueblos que conquistaba. Lentamente iría empapándose de ella, moldeando la cultura de su pueblo, enriqueciendo sus mitos, haciéndolos más sofisticados. El rey bárbaro conquistaría la civilización pero, al mismo tiempo, caería rendido ante ella.
Así Tankûl se mezclaría con Arkaus, la deidad guerrera de los Alani de Raggayaal para dar a luz a Tarakus, al igual que Kaina se fundiría con Rinlay para resurgir como Raika, la diosa de la justicia y el comercio.

Con cada nueva conquista sus tropas aumentaban a la par que su ambición. Etera y Dangroth, T'lar y Shayaku, Dirgil y Edarc. Ninguna de las naciones que se hallaban en su camino podía ralentizar su imparable avance ni mucho menos detenerlo. En menos de diez años había conquistado la mitad del continente. El este permanecería a salvo de sus ambiciones, ya que sus naves no eran capaces de superar el estrecho de Panyal en el sur o las simas de Selur en el norte, y no había ningún paso conocido por el que atravesar las cordilleras de las Thrull con un ejército.

Tras la caída de la Amlot “La oscura”, la megalópolis mortuoria y último bastión de los nalsai, comenzaría la construcción de Amlash “La brillante”, la que sería la capital del imperio omnipotente imperio menetiano. Y ante la imposibilidad de expandirse hacia el este, comenzarían las campañas para la conquista de las islas continente de Shatter y Sembia en el oeste, Thurgold en el sur y Norotgard en el norte.
Pero Hoark no vería finalizar la construcción de su capital ni su triunfo en las nuevas campañas. Perecería a los cincuenta y cinco años víctima de una herida mal curada, y sería sucedido en el trono su hijo Ílio, que sería conocido como “El emperador no coronado” ya que moriría un año después de su padre, antes de que todos sus súbditos supieran de de su ascensión.
Ílias, el siguiente en la lista sucesoria, asumiría el trono ante la falta de herederos de su hermano. El tercer emperador sería conocido por el pueblo como “El pío” y gobernaría durante veintiséis años, durante los que continuaría con devoción el camino marcado por su padre.

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Fe y cismas

Fe y cismas

Desde su mismo comienzo, el gobierno de Ílias se centraría en la unificación lingüística del imperio. Se castigaba a aquellos que hablaban sus lenguas nativas en público, mientras se fomentaba la educación de los más jóvenes y maleables. Su objetivo era último era alcanzar una coherencia cultural para todas las provincias, pero sabía que aquel era un objetivo a muy largo plazo y se planteó aquello como un primer paso para alcanzarlo. Su otra gran prioridad sería crear una red de vías que comunicasen toda la extensión de sus dominios: Las tropas se encontraban dispersas en las diversas campañas militares y necesitaba poder contar con ellas con rapidez para sofocar las esporádicas revueltas que asolaban su reino. La adoración a los poderes nunca se había encontrado entre sus intereses, pero esto cambiaría tras conocer a dos de sus contemporáneos.

En la céntrica provincia de Dalaisus, Nostat de Yburq se convertiría en Bayancú “El profeta”. En sus sueños atravesaría el velo que separaba a los hombres de los dioses, contemplando con sus propios ojos a las criaturas que siempre había adorado. Tras varios de aquellos encuentros comenzaría a trascribir su interpretación de aquellas visiones creando el Gudayar, el libro de los dioses: Los primeros textos que trataban de explicar la jerarquía divina y trazar una topología de su reino e historia.
Durante años recorrería el imperio tratando de propagar su visión y “corregir” la manera errónea en la que se les había adorado hasta aquel momento. Sus palabras calarían tan hondo en Quinyadal, gobernador de Tanlar, que éste abandonaría su posición y le acompañaría en un peregrinaje que concluiría en Amlash, ante el mismo emperador.
Ílias no compartiría las creencias de aquellos hombres, pero vería el establecimiento de una religión unificada como una herramienta útil para la consolidación de sus objetivos, por lo que les reconocería como los máximos representantes de los dioses sobre el mundo, sólo por debajo de su persona.
Quindayal se quedaría en la capital, convirtiéndose en el Primer Gran Teogonista de la Iglesia Tayshari, dirigiendo la construcción de la catedral que tendría su mismo nombre, y seleccionaría y educando a los sumos sacerdotes de las distintas deidades. Por su parte Bayancú continuaría recorriendo el imperio acompañado por los lexíteos, los iniciados de la nueva iglesia, esparciendo la palabra que le había sido legada y convirtiendo a quienes estaban equivocados.

Pero aquella decisión no sería bien recibida por todo el mundo. El culto a sus dioses era algo que no había impuesto el imperio hasta aquel momento y la autoridad como guías espiritual de los sacerdotes de las religiones establecidas jamás se había puesto en duda.
Esto, junto al escaso éxito en las campañas militares en los distintos frentes que permanecían abiertos provocaron que parte del pueblo obtuviese la imagen de que el emperador se preocupaba más por los asuntos teológicos que de los mundanos.

Pocos años después del establecimiento de la iglesia en el imperio otros hombres comenzarían a tener visiones del mundo divino, pero las interpretarían de una manera distinta. En poco tiempo surgirían diversos cismas a raíz de las interpretaciones que realizarían aquellos hombres de sus experiencias.
A ojos del emperador, todas aquellas interpretaciones se le hacían muy similares y, ante la posibilidad de conflictos religiosos, optaría por dar cabida en su imperio a todos aquellos que no se desviasen excesivamente de su idea de la iglesia.

Así el imperio se vería dividido por una docena de interpretaciones de las mismas mitologías. La que mayor aceptación tendría sólo superada por la iglesia central, sería la del profeta Lurdanai el sur, quién negaba la locura de la diosa Lerián. Tras ella sólo el cisma Maldriani, que aceptaba el culto a Malander como parte de su dogma, se expandiría por más de una provincia, siendo seguido en Gombad, Raggayaal y T'lar.

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Condenados a vivir

Condenados a vivir

Tras la muerte a los cuarenta y dos años de Ílias, su hijo Ílio segundo “El Breve” ascendería al trono del imperio, donde sólo permanecería durante un año. Nadie más en la línea sucesoria volvería a utilizar aquel nombre que se consideró maldito. A los once años, y sucediendo a su padre, Pilo “El emperador niño” heredaría el gobierno de la nación. Serían él y sus contemporáneos los primeros en sufrir las consecuencias del encierro de Destructor por parte de Ytahc y los poderes.

En aquellos días comenzaría a nacer una nueva estirpe de inmortales. Hijos de los hombres impregnados de la esencia de Baal que comenzaba a filtrarse hasta el nivel material de la realidad. Seres para los que la mera existencia implicaba dolor, un dolor con el que no podían terminar por su mano. Al igual que el Destructor, estaban vinculados al tiempo y la vida. Al igual que su padre, no desaparecerían hasta que aquellas fuerzas a las que estaban conectados desapareciesen.
Los hombres, así como los elementos, nada podían hacer ya fuese para ayudarlos o para acabar con su sufrimiento. Muchos enloquecerían pero, los no tan afortunados estarían condenados a una vida eterna tormento.

Llamados por los restos de la esencia incorrupta de su padre que habitaba en aquellos hombres y mujeres, los kurbun tratarían de regresar a Daegon. Durante siglos habían vagado dispersos como parte del orden cósmico, pero aquellas nuevas criaturas les devolverían el recuerdo de su razón de ser primigenia, arrastrándolos hasta la prisión del padre al que habían repudiado. A su regreso no serían capaces de afectar directamente el los hombres, incapaces de atravesar la barrera que habían erigido los poderes, pero su presencia se haría tan intensa que lograría llegar hasta las mentes de aquellos más receptivos.
Una vez más aparecerían por todo el mundo profetas con nuevas interpretaciones de las antiguas señales. Algunos repetirían las palabras y el mensajes de Ýlar de Jomsul pero, al igual que la primera vez que fuesen pronunciadas, volverían a ser ignoradas, pero también nacería una nueva escuela de pensamiento que se propagaría como una plaga. Una escuela surgida de la desesperación de los desfavorecidos y la interpretación errónea de los signos: Los adeptos del Tanrakûl, el momento de decisorio. Aquellos que seguían esta senda anunciaban la llegada de una gran prueba, de un día en el que los dioses destruirían el universo.
El mundo era imperfecto, un intento fallido. Debía ser destruido para que los dioses pudiesen creado de nuevo. Sólo aquellos que aceptasen aquella misión, ayudando a sus señores, serían dignos del nuevo mundo perfecto. Ellos serían los últimos en morir y los primeros en renacer.

Los adeptos venerarían a los nuevos inmortales como heraldos de las deidades del Tanrakûl. Los kurbun serían bautizados por la humanidad y los enemigos invisibles del hombre, atraídos por la promesa de un festín, se aprovecharían de la confusión reinante para infiltrarse entre su ganado. Al contrario que los hijos de Baal, ellos que sí que estaban movidos por deseos y necesidades. Objetivos contrarios al fin último de los kurbun; con el fin de la existencia ellos también desaparecerían, por lo que se encontraban en una posición de difícil equilibrio entre saciar sus deseos y evitar la culminación de la misión de los destructores.

En todo el imperio, y más allá de sus fronteras, comenzaría a escucharse entre las sobras los nombres de Haesh y Taraqu, muerte silenciosa y dominador, Yr'Laan e Yrkay, señor de las plagas y maestro del dolor, Koroktomoj y Matektokoal, sangre y fuego, Jarletuktal y Dustukan, devorador y vacío, Shaduktukumal y Kushund, padre de los gusanos y fuente de bestias. A los ojos de la iglesia tayshari todos eran lo mismo y todos serían combatidos y exterminados antes de que sus credos profundizasen en el pueblo. Apoyados en su misión primero por Daila, madre del emperador y más adelante por Pilo, los sacerdotes ganarían cada vez mas poder dentro de los estamentos del imperio, pasando a tener una amplia representación tanto en la corte como en cada una de las distintas provincias.

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Orden y trascendencia

Orden y trascendencia

Pilo Vanshú Meneter moriría a la edad de cuarenta y cinco años. Su legado la posteridad incluiría la reconstrucción de cuarta encarnación de la ciudad de Aldern, el descubrimiento de la isla de Palsar o la fundación de las ordenes de los Lexíteos y los Señores de las espadas dentro de la iglesia tayshari, que responderían ante él en lugar de hacerlo ante el Gran teogonista. Pero nada de esto lograría que el pueblo lo considerase “el Emperador niño”.
Su tercer hijo Amrón, heredaría el trono tras una breve contienda con sus hermanos Ríndelar y Ortalac, convirtiéndose en el sexto emperador. Su reinado sería uno de constantes contradicciones, así sería conocido tanto por el sobrenombre de “El fratricida” como por el de “El ilustrado”, “El loco” o “El domador de mitos”

Sería durante su mandato que aparecerían suspendidas en el firmamento Daegon, sobre sus mares y continentes, nueve islas flotantes.

Aquellos fragmentos de tierra pertenecían a los territorios que desaparecieron junto al continente de Nargión milenios atrás. Durante todo aquel tiempo habían permanecido en el hogar de los señores del orden, donde no existía materia alguna.
Allí comenzaría una confrontación de realidades opuestas: La naturaleza cambiante y adaptable de los hombres contra el estatismo la estabilidad y reinantes en su nuevo hogar. Finalmente aquel conflicto terminaría en un nuevo orden de las cosas a medio camino entre ambos.
La materia y la existencia humana prevalecerían, recreando las elementos que necesitaba para su supervivencia, pero condicionadas por su entorno.
El resultado sería un hábitat híbrido. Un lugar en el que en el que los ciclos estacionales eran exactos, la duración de los días y las noches no venían determinados por un sol o la rotación de los mundos y todas las masas de tierra compartían una misma climatología.
La comunicación entre los continentes y las islas eran imposibles, ya que no había un mar que los comunicase. Las máquinas ya no funcionaban y aquellos con conocimientos científicos y arcanos descubrirían que las leyes que creían que gobernaban el universo no eran validas en aquel lugar.
Los hombres tampoco permanecerían inalterados en aquel lugar. Aquellos que se encontraban en lugares poco habitados o con escasos recursos se extinguirían antes de que el cambio pudiese consolidarse. Sólo unos pocos de aquellos condenados a la desaparición tendían la voluntad como para imponerse a su fatídico destino. Así nacerían tres nuevos grupos de hombres. En la isla de Dayanlau, quince hombres evolucionarían para convertirse en los kiranu. En Dalayath tan sólo cinco sobrevivirían a la desaparición de su pueblo, convirtiéndose en los talen. Por último, los últimos supervivientes de nueve islas trascenderían su forma humana su forma simultáneamente, abandonando todo vestigio y memoria de su existencia anterior y fundiéndose con la tierra en la que habían nacido para convertirse en los/él Kesari: Un ser inmaterial en busca del lugar en el que encontrar la armonía completa. Las islas de Koromatek, Latlatea, Tokumal, Merêterith, Yarag´Tan, Ânaleth, Quenerath, Turgás´Tal y Keselen abandonarían sus ubicaciones para alcanzar la conjunción que formaría un todo formado por nueve partes iguales.
Desde su mismo nacimiento los/él Kesari rastrearía todos los niveles de existencia buscando su lugar dentro del conjunto del universo fragmentado. Tras muchos siglos aquella búsqueda les llevaría de regreso a su lugar de partida; Daegon, arrastrando a su vuelta las islas que les completaban.
Pero aquellos fragmentos de tierra también habían sido alteradas hasta su misma esencia. Formaban parte del plano antagónico de aquel que las había originado. Así que, como repelidas de su padre, flotarían sobre este incapaces de entrar en contacto con él.

Intrigado y obsesionado por aquellas islas, Amrón dedicaría todos los recursos de los que disponía en su conquista. Sus ejércitos abandonaría los infructuosos intentos de conquista que llevaban consumiendo las arcas imperiales durante más de tres cuartos de siglo y el destinaría gran parte del dinero que pagaba a las tropas para que los eruditos buscasen un medio para llevar a cabo su nuevo objetivo.
Así, buscando entre las leyendas del continente, los estudiosos darían con el mito de los Laisar, los nómadas del viento y los shaygan, las colosales criaturas volantes conocidas como los creadores de valles.
La búsqueda de aquellas criaturas vaciaría de nuevo las arcas menetianas, y la obsesión del emperador por aquellas criaturas míticas no haría sino ampliar su fama de demente. Las leyendas hablaban de la extinción de aquellos seres durante los tiempos míticos y los escépticos decían que jamás habían existido. Pero Amrón demostraría que todos se equivocaban.
Enterrado bajo las llanuras heladas de Tanraqull encontrarían a Kilgyr. En el mar interno de Jorgh se descubriría que una de sus islas era en realidad otro de ellos; Najash. Finalmente, se descubriría que uno de los picos de las cordilleras del Himlayar era en realidad Dolgur.
El imperio disponía en aquel momento de una fuerza que no había interferido en la historia de la humanidad durante milenios: Los último supervivientes de las razas de la primera edad, la que pasaría a conocerse en los libros como “La edad de legendaria”

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Abandono y alzamiento

Abandono y alzamiento

Tras alcanzar las islas celestiales y contemplar sus dominios desde las alturas, la percepción que Amrón tenía del mundo cambiaría y, tras cuestionarse su lugar en él, daría un nuevo rumbo a su vida. Así, el emperador de los muchos nombres sería conocido también por uno más: “El desaparecido” Abandonándolo todo y a todos, partiría hacia el éste, hacia las tierras que jamás pisarían sus antepasados.
Ante la súbita desaparición del emperador, su hijo de ocho años, Danyal, ascendería al trono. Con Zaila, su hermana melliza, y Zailas, su único tío vivo, como consejeros, su carácter sombrío le granjearía el sobrenombre de “El oscuro”
Lleno de odio hacia su desaparecido padre, Danyal ordenaría la destrucción de todo cuanto este había construido y amado. Sólo la intercesión de Zailas lograría que los que esta orden no fuese ejecutada en su totalidad. Los shaygan y quienes los montaban, aquellos más cercanos al desaparecido padre del emperador, serían exiliados fuera de las fronteras del imperio.
Danyal moriría a los veintitrés años sin haber creado nada. Oculto siempre en la corte, jamás saldría se dejaría ver por el pueblo después de su ascensión. Tendría que ser su hermana quién hablase en su nombre y sufriese las repercusiones de sus decisiones.

Desde que fuese mortalmente herido durante la edad legendaria, Devas, hijo de Ytahc, había vagado agonizante por el cosmos con la esperanza de morir en el seno de su padre. En su último momento, y aún lejos de su objetivo, su esencia se disgregaría por todos los rincones de la creación y una fracción de su ser llegaría hasta Daegon. Allí, en el lugar donde aterrizase aquel fragmento de poder primario, sería encontrado por Janyali, caudillo de los Harst y de su unión nacería un nuevo ser; Sipskriel, El heraldo del nuevo orden y avatar del cambio.
Sacerdote, guerrero y líder, promulgaría por los territorios de la costa suroeste del continente su mensaje: El poder es algo cambiante y no tiene dueño más allá de aquel capaz de mantenerlo.

Tras la muerte de su hermano, Zaila le sucedería, asumiendo de hecho un puesto que ya estaba ostentando de facto. De mente despierta y carácter inquieto, Zaila “La emperatriz”, se vería obligada a abandonar sus intereses para gobernar con mano dura ante los tiempos complicados que le tocaría vivir. Su reinado apenas se prolongaría durante una década antes de perecer víctima de la misma enfermedad que acabase con su hermano.
Ante la falta de descendientes por parte de los mellizos, su tío Zailas finalmente llegaría al trono. Superado por la situación y la creciente influencia que iba ganando Sipskriel, trataría de reescribir la historia de los Meneter y, por añadidura, de la conquista del continente, en un intento por rivalizar y mermar el carisma del enemigo.
Alentados por los vientos de cambio, no sólo los jefes tribales se rebelarían, sino que también algunos de los gobernadores y generales menetianos comenzarían a planificar sus propios objetivos.
Pero aún no había llegado el momento y Sipskriel era era un rival demasiado peligroso como para dejar que ganase más poder, por lo que toda la maquinaria militar del imperio se dedicó a acabar con su insurgencia.
Durante el sitio de la fortaleza de Rahún, el heraldo del cambio sería asesinado por Daigas Minshall, el único superviviente de un grupo infiltrado menetiano. Pero la esencia inmortal de Devas sobreviviría y sería recogida por Daigas, creando a un nuevo Sipskriel, un nuevo avatar para un nuevo orden.
Todo tipos de noticias se esparcirían sobre el asedio de Rahún por todo el imperio. Sobre su muerte y su regreso. Rumores sobre su inmortalidad y susurros en las callejuelas hablando de una maldición sobre la estirpe reinante.
Zailas “El tardío”, noveno emperador de Menetia perecería a los cincuenta y cinco años de edad. Sería sucedido en el trono de Amlash por su hijo Wailun, quién pasaría a la historia bajo el sobrenombre de “El último emperador”

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El legado de los Enrali

El legado de los Enrali

Alentado por las historias sobre el destino, el beneplácito, bendición y misión divina y la grandeza de sus antepasados, el gobierno de Wailun estaría plagado de cambios. El nuevo emperador tenía muchos planes. Sueños de conquista y expansión, deseos de gloria y trascendencia. Él llevaría al imperio más allá de donde ninguno de sus ancestros había sido capaz.
En sus sueños había contemplado a los dioses e interpretó aquellas visiones como una señal. Sabía que ellos estaban de su lado.
Los cambios comenzarían con el traslado de la capital imperial desde la norteña Amlash hasta la ciudad fortaleza de Sunrarth, en la provincia sureña de Meddlan.
Durante las expediciones comandadas por su tío Amrón, los exploradores habían encontrado varios pasos a través de las montañas Zorak situados en aquellos territorios. El camino hacia el este, inaccesible durante tanto tiempo, por fin había sido hallado. Lo desconocido le esperaba más allá de las montañas y estaba deseoso de partir a su encuentro.

Las tierras que los mitos decían pobladas por monstruos de toda índole se descubrieron como similares a las que ya conocían. La primera cultura con la que se encontrarían sería la de las naciones nómadas de los zulera. Un pueblo al que consideraban casi primitivo, adoradores de unas deidades incomprensibles para los menetianos y consideradas como peligrosas por su emperador. Tribus de cazadores, una presa fácil que apenas opondría resistencia ante la superioridad militar del imperio.

Tras someter con facilidad a los zulera, las tropas de Wailun seguirían el curso del río Triad, que les conduciría hasta la primera construcción que dejaba entrever vestigios de civilización más allá de las montañas, el puente de Taygur. Aquella construcción formaba parte del “Camino de Pangú“, la vía adoquinada que unía las ciudades de los maleri.
El primer encuentro con aquella nueva cultura se llevaría a cabo en la ciudad de Hirth de una manera civilizada, pero las diferencias no tardarían en surgir. Las dificultades para comunicarse y hacerse entender se unirían a las ínfulas de superioridad cultural, espiritual y moral por ambos lados acabarían desatando el conflicto.
Hirth caería, y le seguirían Dalmag y Jimral. Nada parecía ser capaz de frenar la imparable misión divina del emperador por rescatar de la barbarie a quienes no habían tenido la fortuna de crecer bajo el protector ala del imperio.
Su fama no tardaría en extenderse por los territorios cercanos y por primera vez en siglos se comenzaría a mencionar al este de las montañas el pacto de Áractur.

Tras la desaparición de los ailanu, el este del continente no escaparía al caos que se apoderaría de todo el mundo, ni de las guerras que lo asolarían. Pero en aquel lado del mundo la paz no vendría de las manos de un conquistador, sino de la de quince iluminados, los Enrali.
Cada uno de aquellos hombres residiría en las llamadas “ciudades interiores”, ciudades-palacio-fortaleza de los ailanu horadadas en el interior de las montañas. Aprovechando grietas naturales y cascadas que descendían por su interior desde los glaciares que culminaban sus cimas, crearían materiales capaces de generar luz de manera autónoma y plataformas que uniesen las abismales simas que parecían llegar hasta el mismo corazón del mundo.
Los Enrali, separados entre sí por miles de kilómetros, durante sus sueños entrarían en contacto al mismo tiempo con la esencia de Ytahc, a quien llamarían Arcthuran, el señor de las profundidades. Inspirados por aquellas visiones comenzarían a esparcir un nuevo mensaje, una nueva manera de entender el mundo que sería escuchada por los desfavorecidos que se alzarían en armas contra los señores que los usaban como peones en sus juegos de poder.
Sería en aquellos días que se crearía un pacto de hermandad entre todos los que luchasen por acabar con las guerras. Una alianza ante quien tratase de imponerse sobre sobre sus iguales.
Pero el tiempo pasaría, y el ideal desaparecería. Las siguientes generaciones de sacerdotes de Arcthuran se centrarían en sus más cercanos, cuando no se volvían directamente burócratas al servicio de señores de la guerra.
La que un día se llamase Trollellom “La gran nación” apenas era recordada por quienes la habitaban. Sólo era el nombre por el que se conocían a las quince ciudades estado en las que naciesen los visionarios. La nación había muerto, fragmentado en cientos de pequeños reinos que preferían olvidar el legado de los Enrali. Pero todo aquello estaba a punto de cambiar.

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El nacimiento de “El golpeador”

El nacimiento de “El golpeador”

Pese a lo preocupante de las noticias sobre el avances de las tropas menetianas, los reinos que permanecían en la distancia permanecían a la expectativa. El equilibrio de poder era algo demasiado frágil como para realizar planes o alianzas precipitadas. Tendrían que ser los actos de un sólo hombre lo que les forzase a tomar una decisión.
De manera cíclica, la esencia de Ytahc generaba una nueva especie que se filtraba desde su imaginario hasta el nivel físico de existencia.
Sería en aquellos días que Gognaal, uno de los kurbun, se haría presente en los sueños del señor del cambio, comprometiendo con su sola presencia la naturaleza de la criatura que sería enviada a Daegon. La lucha que se llevaría a cabo por la custodia e influencia sobre el propósito de aquel nuevo ser se propagaría más allá de las fronteras de lo onírico.
Dairus Gaedern miembro de los Randayr los “señores de las montañas” devotos de Arcthuran asignados a la defensa de las ciudades interiores, sería afectado por aquel conflicto, siendo arrastrada su forma física hasta el mundo de los sueños. Allí, imbuido por las esencias del sueño y el cambio, ayudaría a su señor en su lucha contra Gognaal. Durante aquella batalla, pese a que su señor triunfaría, el cuerpo de Dairus sería destruido incapaz de contener las energías que se le habían otorgado. Pero, antes de que su esencia regresase a las fuentes de la vida, Ytahc la imbuiría en un nuevo armazón inmortal y lo devolvería al mundo material vinculado a la esencia de Calathil, el primero de los nacidos de la nueva espacie, los shamlae. Aquel día nacería Darus “El golpeador”, “El dos veces nacido”, “El libertador”, “El inmortal”.
Ambos surgirían de entre los picos de las montañas Zorak, sobre la ciudad de Beretear. Confundido con su nueva existencia Darus, que conservaría los recuerdos de su antigua vida, recorrería su antiguo hogar volando erguido sobre la espalda de Calarhil.
Su vagar les llevaría hasta la ciudad de Tanlay mientras estaba siendo sometida al asedio de la tropas de Wailun. Su sola presencia sembraría el caos en el campamento atacante. Sin saber con certera si permanecía en un sueño o había regresado al mundo real, Darus atacaría a los menetianos desbandando sus filas.
Enfurecido por aquella denigrante derrota, el emperador recompondría sus tropas y partirían en pos de quien consideraba que había humillado a él y a los suyos, pero encontrarían en los antiguos hogares de los Erlani era inexpugnable para las tácticas militares convencionales. Tras dos años de infructuoso asedio de Beretear, desmoralizado y diezmado, el ejercito de Wailun regresaría a Menetia en busca de refuerzos, sólo para encontrar que durante su campaña el imperio había cambiado mucho.
Aquellos que llevaban años esperando su ocasión se habían levantado aprovechándose de la prolongada ausencia para cortar los lazos con el poder central. Los impuestos ya no llenaban sus arcas y aquellos que debían defenderlo no eran recompensados en su labor.
A su regreso el emperador se encontraría con Elender Kygorn, Dakensey Embdern y Luden Braendish, los tres últimos generales leales al imperio, defendiendo la capital y a la familia imperial. Pero el emperador no quería escuchar las palabras de prudencia de sus generales y sólo deseaba retomar la campaña militar.
Apenas unos meses después del regreso de Wailun, las tropas del Trollellom se presentarían a las puertas de Sunrath.
Durante el asedio de Beretear muchos de sus habitantes habían muerto. Amigos de Dairus y eruditos respetados por el resto de los dirigentes de “La gran nación” Aquellas acciones no podían quedar sin castigo. El enemigo común y la presencia de un nuevo “mensajero” enviado por el señor de las profundidades, había unido de nuevo a sus seguidores que lo seguirían en una expedición de castigo, una misión que dejase un mensaje clarificador.
La vida de Wailun terminaría a manos de un iracundo Darus con la complicidad de sus tres generales. Con él moriría el gran imperio menetiano. Rannael, su hijo, heredaría tan solo los despojos que pudieron defender los pocos leales al imperio convirtiéndose en “El emperador sin reino”. Los tres generales renegados unirían los territorios que habían reservado como sus dominios fundando Bra'En'Kyg. El mundo, tal y como había sido conocido tras la edad de las guerras, volvería a fragmentarse dando a luz a una nueva era.
Para los occidentales, el este representaba un lugar terrorífico e inaccesible. Una única nación gobernada por un señor inmortal. Una terrorífica bestia durmiente que no convenía despertar. Pero estarían muy equivocados.
Tras el impulso inicial, la unión de los pueblos del este volvería a disolverse. Darus era inmortal, pero no dejaba de ser un hombre. Su presencia era poderosa y muchos le temían y respetaban. Lo llamaban Gomo Rúnderak “El señor de todos” pero su deseo nunca había sido el de gobernar. Aceptaría su nueva posición abrumado por la necesidad que el pueblo tenía de una figura unificadora y sufriría en aquella posición hasta su desaparición dos milenios después.
El oeste continuaría cambiando, pero la estructura básica que ha llegado hasta nuestros días es muy similar de la que se forjaría en aquellos días.

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